LA ALDEA DE LOS DESCASTADOS


Disclaimer: El mundo de «Rurouni Kenshin» pertenece a Nobuhiro Watsuki. La siguiente historia no tiene ánimo de lucro, ni nada parecido. Sólo es una historia creada por divertimento.


Notas de la autora sobre el fic:

Sí, lo sé. Debería estar con el otro fic, pero al parecer me he ido con un spin off ^_^º . Mi correctora me dijo una vez que escribo «uniendo los puntos». Eso vino a raíz de hablar sobre los métodos para escribir que utilizan los autores: hay gente que hace un esquema íntegro de la historia antes de empezarlo, y hay otros que cogen una idea y tiran a ver por dónde va.

En mi caso, lo de ver la historia completa antes de ponerme a escribir, va a ser que no. Pero tampoco me pasa que no sepa adónde voy. Lo más parecido a eso fue «Recuerdos olvidados» pero fue un hecho aislado. Normalmente, tengo un montón de escenas que me aparecen en la cabeza y eso más o menos me hilan la trama y luego, lo que hago es ir rellenando trama para conectarlo. Al parecer, ese también es un estilo para elaborar historias y por eso digo que me dijo que escribo «uniendo los puntos» u_uº.

Y la chapa, ¿a qué viene? Pues que el graaaaan inconveniente de esto es que ves cosas de muy adelante. Pero cuando digo delante, es muuuuuuuy adelante. De modo que me pasan cosas como estar escribiendo la primera novela de una serie y tener en la cabeza escenas del séptimo libro, por poneros un ejemplo (y verídico, por añadidura u_uº). Y con el fic de «Crónicas de un espadachín de la era Meiji», me ha pasado tres cuartos de lo mismo. Mi cabeza lleva varios días barajando el «¿qué pensó Oibore cuando vio a Kenshin en Rakunin Mura?».

Y se me montó toda la escena sobre la visión de este hombre. Pero claro, en «Crónicas de…» no tiene cabida, pues es la perspectiva de Kenshin y, de hecho, de poco se entera nuestro querido prota de lo que ocurre durante su estancia allí. Así que menos, de lo que piense Oibore.

Y como me lleva reconcomiendo en la cabeza desde hace un par de días, he pensado que lo mejor es escribirlo y pasar página. Porque sé que es peor obcecarse en darle prioridad a algo cuando tu cabeza te dice otra cosa.

Comentar que lo he empezado hace un rato. Si os descuidáis, para hoy lo termino entero porque no va a ser muy largo. De hecho, en principio lo había configurado como capítulo único. Pero como pasan días entre unos sucesos y otros, prefiero separarlos por capítulos.

Como digo, no creo que me lleve mucho tiempo terminarlo, así que las actualizaciones serán rápidas ^_^º.

Por último, aviso al personal «anti-Tomoe» que vaya a leer este fic que yo no lo soy. En el fic se reflejan las acciones y sentimientos de ella a través de las cartas que mandaba a Oibore y que él recuerda. Y como digo, yo no soy anti-Tomoe, así que no esperéis que me ponga mezquina con ella ¬_¬º.

¡Ah!, y una cosa más. Si por un casual, llegados a este punto de las notas no sabéis qué es "La aldea de los parias / Rakunin Mura", es evidente que te estás metiendo en un fic de SPOILERS gigantes. Así que allá con tu responsabilidad.


LA ALDEA DE LOS DESCASTADOS


CAPÍTULO 1

Esta vez volvía antes de lo previsto. Y sabía que a sus chicos les iba a gustar lo que traía. En realidad, no es que dispusiera de mucho dinero, pero largos años hacía que había decidido dejar atrás los temas materiales. Cualquiera pensaría que, habiendo perdido a su familia, lo material sería a lo único a lo que aferrarse. Pero en su caso, no tenía sentido. ¿De qué le servía estar en su casa cuando no había nadie en ella? ¿De qué le servía comprase algo si no tenía a nadie con quien compartirlo?

De modo que había acabado recorriendo las zonas marginales de Tokio, donde podía encontrar gente que también lo había perdido todo. Gente con la que se sentía más afín que con las amistades con las que perdió el contacto cuando se hundió en su desesperación. Alguna vez se había detenido en otras zonas del país visitando a los parias del lugar, pero siempre volvía a Tokio. Quizás ése fuera el único vínculo del que parecía renuente a deshacerse. Allí era donde una vez había construido su hogar.

Según se acercó, el barullo procedente de la aldea se hizo más ensordecedor. Había una pelea y se oían entre los gritos las voces de gente joven. Era extraño que fuesen a parar allí personas de poca edad. Ellos tenían aún toda la vida por delante y no solían estar movidos por la desesperación a tan temprana edad.

Vio a los hombres hacer una de sus técnicas más disuasorias. Era bastante brutal y no pocas veces alguno se llevaba más que una simple contusión. Por eso no solían emplearla así como así. Sólo en casos en los que se veían sobrepasados en técnica. Y fue así como descubrió que los habitantes de esa destartalada aldea se habían tirado en bloque sobre dos pobres chicos.

—¿Os estáis divirtiendo, muchachos? —preguntó Oibore a todo el grupo en general.

—¡Oibore! Hacía días que no te veíamos —se alegró Kuma al verle.

—He estado tres días dando vueltas y he encontrado esto —comentó alzando la bolsa que tenía en la mano—. Os he traído un regalo —anunció.

Los hombres enseguida cambiaron su actitud hostil con los chicos a una de expectación por lo que traía. Para personas de limitados recursos como eran ellos, poder disfrutar de pequeños lujos que otras personas daban por sentado era bastante raro.

—¿Y qué es? ¿Qué has traído esta vez? —interrogó uno de los hombres.

—Tabaco. Podéis repartíroslo —les dijo dándoles la bolsa.

La montaña de hombres que había sobre los dos chicos se dispersó en el acto y los dos jóvenes se pusieron a refunfuñar mientras se incorporaban.

—¿Quién eres tú? —preguntó el más joven.

—¿Mi nombre? —Y se quedó pensativo—. Hace tiempo que lo olvidé. Aquí me llaman «Oibore, el anciano más amable».

Ambos jóvenes le miraron escépticos.

—¿Con esas pintas? —inquirió suspicaz el chico.

—¡Por supuesto! —se jactó él—. Un hombre al que le rodean los pajarillos no puede ser mala persona, ¿no crees? —Y se rio con estruendosas carcajadas.

—Y encima está loco —les oyó murmurar. Pero Oibore no se tomó a mal su comentario, pues sabía que era la imagen que veían de él.

—Y bien, chicos… ¿Qué os trae a un lugar como éste?

—Hemos venido a hacer una visita… y esos gañanes se nos han echado encima —protestó la muchacha.

—¿Una visita? —se extrañó el hombre. Ninguna persona hacía visitas a nadie que viviera allí. Llevaba años yendo por los barrios marginales y nunca nadie visitaba a los que habían dejado su vida atrás. Entonces, recordó que Kuma le había comentado antes de marcharse que había llegado un integrante nuevo—. ¿Os referís al samurái que ha encadenado su espada?

—Sí, ése mismo. Kenshin —contestó el chico, y se encaminaron hacia donde debía encontrarse el hombre—. Gracias por habernos ayudado, señor.

Oibore se quedó de piedra en el sitio. ¿Había dicho Kenshin?

«Hoy me he enterado de su verdadero nombre. Sin embargo, tengo la sensación de que no es el que le dieron al nacer. Es demasiado consecuente con su estilo de vida… "Kenshin: Corazón de espada". Creo que pocos lo saben; todo el mundo le llama Himura o Battosai…».

Sólo había oído ese nombre una vez, y no se podía decir que conociera a poca gente. Ante un mal pálpito, Oibore los siguió en la distancia y poco después vio al nuevo integrante de la aldea sentado casi sin mostrar signos de vida. Era pelirrojo, igual que lo había sido él…

—¡Himura! ¡Responde! —gritaba la chica, pero era evidente que el hombre estaba muy lejos de allí—. ¡Levántate! ¡Hay que vengar a Kaoru!

El chico que la acompañaba la detuvo en sus disertaciones y se acercó hasta él. Se arrodilló y con voz serena le dijo:

—No hace falta que hagas nada, Kenshin. Sólo escúchame: voy a buscar a Enishi Yukishiro y luego le haré pagar por la muerte de Kaoru.

«Oh, Dios… Enishi, ¿qué has hecho?», pensó Oibore tras esas duras palabras del chico. No había vuelto a ver a su hijo desde que se fugara de casa siguiendo a Tomoe.

—No sé qué haré después —continuó diciendo el chico—, pero lo que sí sé es que seguiré adelante, sin mirar atrás. Seguiré practicando el estilo del «Kamiya Kassin Ryu» y haré que sea un estilo de esgrima fuerte. Seguiré tus consejos y utilizaré mis conocimientos para proteger a aquellos que lo necesiten. —El muchacho se puso en pie y lanzó un largo suspiro—. No volveré a este lugar… —Y le miró sonriendo—. Te esperaré en el dojo —concluyó con confianza.

Se encaminó a la salida dejando a la chica desconcertada atrás. No parecía esperarse la situación que se había dado. Pero rápidamente reaccionó y salió corriendo tras él.

En cuanto los chicos dejaron libre su campo de visión, pudo ver la amplia cicatriz que cruzaba su cara; la cicatriz que le identificaba ante la gran mayoría como Battosai, el asesino. En realidad, tras oír que su hijo estaba involucrado en aquello no habría necesitado más pruebas para saber que ese hombre era el segundo al que había amado su hija, pero ahí estaba la prueba última que lo confirmaba.

De modo que Enishi se había vengado a su manera de la muerte de Tomoe. Y no necesitaba ser un genio para atar los cabos: había matado a la mujer que amaba en la actualidad. Si Enishi no se hubiera fugado siguiendo a Tomoe… si hubiera leído las cartas que le enviaba su hermana… posiblemente, nada de aquello habría sucedido.

Oibore se acercó hasta Kenshin y se sentó a su lado. No sabía muy bien cómo proceder. No le guardaba rencor. Algo que Enishi no sabía debido a su marcha, era que su hermana se había enamorado de él. Por eso no había actuado como la espía que debería haber sido. Y si no se hubiera ido, también habría estado al tanto de que Tomoe estaba convencida de que era correspondida por su marido; que era feliz en su matrimonio.

Si Enishi no hubiera estado cegado por su amor hacia la hermana que había sido como una madre para él, leyendo las propias palabras que él le envió antes de partir hacia China habría comprendido mejor lo sucedido. Porque la única forma en la que Kenshin le podría haber asestado un golpe mortal por la espalda mientras peleaba con otro hombre, era habiéndose metido en medio.

Él mismo había sido un samurái en otros tiempos. Aunque no hubiera sabido que se querían y que, por tanto, Kenshin no habría matado a Tomoe bajo ningún concepto, no tenían que hacerle un dibujo para entender cómo podía ser que un espectador lejano acabase con un espadazo en la espalda.

Soltando un suspiro, miró al hombre de reojo. Estaba desolado; parecía un muerto en vida. Otra vez había perdido a la mujer que amaba. Oibore no podía evitar pensar en la tragedia que rodeó a su familia. Cómo una pequeña bola de nieve rodó ladera abajo hasta convertirse en una mole que arrasó con todo lo que encontraba a su paso.

Aún podía recordar con nitidez las palabras que le había escrito tras llegar a Kioto.

«No sé muy bien qué hacer, padre. Me vendría bien tu consejo, aunque sé que no puedes escribirme de regreso. Llevo días buscándole por la ciudad, pero no le encuentro; no sé ni cómo es. ¿Cómo voy a dar con él? ¿Cómo voy a conseguir mi objetivo si no puedo localizarle? Hay días que noto mi voluntad flaquear. Os echo de menos a ti y a Enishi, y aquí parece que sólo me espera una búsqueda infructuosa. Mi desánimo no me ayuda.

Estos días me estoy moviendo por una zona peligrosa de la ciudad. Mis contactos dicen que se rumorea que por esa zona se concentran espadachines de los Ishin Shishi. Pero llevo dos días visitando lugares y no he visto más altercados que los normales que pueda haber en cualquier otro sitio de la ciudad con borrachos. Si hubiera monárquicos por la zona, sería de esperar más disturbios, pero no sucede nada especial.

Si tampoco aquí están, ¿cómo le voy a encontrar?».

Había leído tantas veces sus cartas que se las sabía de memoria incluso trece años después. Volvió a fijar su vista en Kenshin y compuso una sonrisa en su rostro.

—Ese chico parece un joven prometedor, ¿no crees? —le dijo en un intento de iniciar una conversación. Pero el hombre no dio muestras de haberle escuchado, de modo que, si quería romper el silencio, tendría que dialogar consigo mismo—. ¿Sabes? Llevo viviendo en esta aldea desde que se fundó y es la primera vez que veo venir a alguien de fuera para hacer una visita a quien está aquí. Es más, parece que han venido varias veces y sin contar con que son varias personas. —Kenshin permaneció sin decir nada y Oibore suspiró con resignación—. Te lo digo porque me da la impresión de que te has apresurado al venir aquí, amigo samurái.


— * —


Fin del Capítulo 1

14 Enero 2014


Notas finales:

Al igual que el otro fic, seguro que muchas habréis identificado las escenas con las del manga. En este fic voy a ser bastante más laxa en lo que a la trama que nos cuenta el autor se refiere, pues me voy a meter de lleno en partes que él ni siquiera menciona.

Pero bueno, me parece interesante plasmar lo que le pudo pasar por la cabeza a este hombre al aparecer Kenshin allí. Además, también quería aprovechar a empatizar un poco con Tomoe, la cual no entiendo por qué tanta gente le tiene esa inquina. A ver si ayudando a ponerse en su piel, se consigue un avance con ella ;-) .

Espero que os haya gustado el fic :-D

PD: Quería indicar en el fic que los personajes centrales son Oibore, Kenshin y Tomoe. Por desgracia, Oibore no aparece como personaje filtrable :-s . De modo que, como poner Kenshin y Tomoe puede dar lugar a confusión (incluso sin usar la función de «pareja»), lo indico sólo como personaje central «Kenshin». Lo de que es la perspectiva de Oibore quedará sólo reflejado en la sinopsis u_uº.