Hola holaaaaa. Espero que el verano -o el invierno, según desde donde estén leyendo- los esté tratando bien.
Finalmente he conseguido juntar el tiempo necesario para pasar a dejarles esta actualización. No se puede decir que he tardado poco pero, teniendo en cuenta los antecedentes, supongo que no está tan mal y, definitivamente, puede considerarse una mejora.
Voy a tratar de no dejar pasar más de 15-20 días entre capítulos pero mejor no prometo nada que no estoy segura de poder cumplir.
Disfruten la lectura y, si tienen un momentito, dejen una review ... me encanta leer sus opiniones :)
El doctor –que había entrado en la habitación poco después que Rick- aprovechó ese momento para hacer notar su presencia carraspeando levemente. Se había preocupado al ver como su paciente rompía a llorar en los brazos de su compañero, completamente alterada y siendo sacudida por violentos sollozos pero. al ver como él la calmaba rápidamente, había tenido que reconocer para sí mismo que la Dra. Parish tenía razón : aquel hombre era como un bálsamo calmante para ella.
-Buenas tardes –dijeron Kate y Rick al unísono, haciendo aparecer una leve sonrisa en los rostros de los cuatro ocupantes de la habitación a pesar de las circunstancias.
-Buenas tardes. Me alegra comprobar –comenzó el facultativo aun con los labios ligeramente curvados hacia arriba- que, aparentemente y como la Dra. Parish me había comentado, la sedación no será necesaria. Lo cual me complace ampliamente ya que así su bebé podrá contar con su "presencia" para alentarlo a la vida con todas sus fuerzas.
A pesar del tono y las palabras llenas de positivismo del médico, la extrema gravedad que "aferrarse a la vida con todas sus fuerzas" implicaba para Kate, la hizo palidecer y temblar entre los brazos de Castle que, en respuesta, comenzó una suave caricia a lo largo del brazo de ella que –si bien no la calmó- consiguió que los músculos de su cuerpo se relajaran considerablemente.
El doctor les explicó minuciosamente pero con el mayor tacto posible hasta el más mínimo detalle de la situación en la que se encontraban y los cuidados que tendrían que mantener durante el resto del embarazo, si todo salía bien.
Kate estaba aun más alterada que antes pero, aunque su mente fuera un hervidero, trataba de limitar la rigidez de su cuerpo tanto como le era posible. Acababan de explicarle que cualquier movimiento que produjera un grado de tensión muscular excesivo a nivel abdominal, podría ocasionar en esos momentos que se desencadenaran unas contracciones que difícilmente serían capaces de volver a detener; y la sola perspectiva de que eso sucediese, lograba que –de una forma que ni ella misma comprendía- la detective enfocara toda la tensión que la situación le provocaba, en la mil y una formas en que era posible morderse el labio inferior sin que este llegara a sangrar.
Rick podía percibir el esfuerzo que ella hacía por ni siquiera respirar demasiado fuerte, pero podía observar claramente en la contracción de su rostro y la expresión de sus ojos –en caso de que la tortura que le estaba infligiendo a su labio inferior no fuera evidencia suficiente-, que se encontraba al limite de su capacidad de contención. Necesitaba poder descargar todo ese temor, frustración e impotencia para poder enfrentarse a ese interminable periodo de inmovilidad casi total. Dado que era manifiesto que aquello no iba a ser posible, lo único que se le ocurría para poder transitar al menos el periodo crítico felizmente, era mantener su mente ocupada en otra cosa el mayor tiempo posible.
Ya llevaban dos horas en el hospital, 120 minutos que los acercaban un poco más a su meta inicial de dos días, de los cuales ahora ya solo restaban 46 horas. La parte de su cerebro que no estaba enfocada en conversar con Kate sin cesar de todo y de nada con el único objetivo de guiar sus pensamientos hacia territorios aliados, le repetía sin descanso que iban a lograrlo, que ya había conseguido sortear los primeros 7,200 segundos sin ninguna nueva complicación y eso, para él, significaba un aumento de sus posibilidades, por muy pequeño que fuera comparado con lo que les quedaba por delante, era un avance y él se aferraría a eso para sacarlos a los tres de aquella pesadilla convertida en realidad.
Lanie acababa de irse, anunciándoles que volvería a visitarlos la mañana siguiente en cuanto tuviera un momento. Eso representaba un nuevo desafío para Rick: ahora tenía que distraerla por sí mismo la totalidad del tiempo, ya no había nadie más ahí que pudiera llenar los huecos en los que su mente lo traicionaba permitiendo que la inquietud lo invadiera y le impidiese seguir hablando. Era un escritor de best-sellers sentado junto a su musa, era técnicamente imposible que la inspiración lo abandonara en ese momento dejándolo desprovisto de palabras. Por otra parte, eran ya las 8 de la tarde y el médico había comentado que les llevarían la cena a las 9, lo que lo dejaba con una ventana de una hora completa que necesitaba llenar con vocablos –de preferencia dotados de un grado aceptable de cohesión y coherencia-.
Un parte de él, temía la reacción de Kate si sus compañeros la visitaban ya que, probablemente, eso le recordaría lo sucedido en la 12 y la precaria situación en que ese evento los había dejado; pero otra parte –la que veía acercarse peligrosamente la derrota de su intento de conversación frente al peso de sus inquietudes-, rezaba por que decidieran, no solo pasar a ver como se encontraba Kate, sino escalar sus visitas, beneficiándolo a él con varios respiros al día. En ningún ese deseo provenía de una falta de interés en compartir todo el tiempo posible con ella, apoyándola –o apoyándose mutuamente, como había encontrado oportuno apostillar una vocecita en su cabeza- sino de las dudas que albergaba sobre su propia capacidad para mantenerlos a ambos distraídos durante las 2760 horas que restaban de esa etapa crítica que tan fervientemente ansiaba que pudieran superar sin nuevos sobresaltos.
Sin siquiera ser consciente de ello, terminaron hablando del caso en el que había estado trabajando, llegando a la conclusión de que el sospechoso –a pesar de nos ser completamente sincero y estar evidentemente ocultándoles información- no era el asesino. Al principio de la conversación, Kate había recordado el dolor y la angustia que había sentido en la sala de interrogatorios y había cerrado los ojos respirando profundamente, pero había logrado apartar esa imagen de su mente a una velocidad suficiente para evitar consecuencias cuanto menos indeseadas, concentrándose en los detalles de la investigación. Era completamente consciente de lo que Castle estaba tratando de hacer –no en vano habían desarrollado esa asombrosa capacidad de finalizar las frases del otro- y había decidido seguirle el hilo de cualquier conversación que él pudiera sacar -por más irrelevante, trivial o alocada que esta pudiese llegar a ser-, enfocándose por completo en lo que significaban, conllevaban e implicaban cada una de las distintas acepciones aplicables a cada palabra dicha. Eso debía, sin lugar a dudas, requerir de toda su capacidad mental y, dado que a ella tampoco se le ocurría una mejor manera de que la culpa no la invadiera provocando que cerrara los puños y se tensase completamente, lo ayudaría a que la idea de él diese los frutos que ambos ambicionaban tan desesperadamente.
La cena llegó trayendo consigo un inevitable silencio mientras ambos masticaban la variedad de alimentos cuyo sabor -por una razón que escapaba al conocimiento de ambos- era idéntico, y, en consecuencia, la ocasión -tan indeseada como inevitable- de perderse cada uno en sus propios pensamientos.
-Amor –escuchó de repente la detective y abrió los ojos -que no recordaba haber cerrado- para encontrarse de lleno con la expresión preocupada de Rick a trabes de la neblina. Un segundo más tarde –completamente de regreso al momento presente- reconocía para sus adentros que era imposible que en el hospital –donde ahora recordaba encontrarse- hubiese neblina, vapor, humo o, en su defecto, nubes; por lo que levantó la mano frente a su rostro, palpándose los párpados para descubrir cómo las –tan saladas como amargas- lágrimas le humedecían los dedos: estaba llorando. Estaba llorando y ese era otra realidad de la que también había sido completamente inconsciente hasta ese preciso instante.
En cuanto había empezado a comerse el puré de papa con sabor a nada que había en su bandeja, su mente había volado a aquel día muchos años atrás cuando, aquejada de una apendicitis, también había ido a parar al hospital. En ese entonces tenía 8 años y Johanna no se había separado de su lado ni un solo segundo ni antes ni después de la operación, y había encontrado oportuno a pesar se sus quejas, hacerle el avión con la cuchara para que se acabara su plato como si se tratara de un bebé de brazo. Recordar a su madre en aquella situación tierna y protectora le había devuelto la imagen que había visto en el espejo de su habitación cuando había creído de que la única opción viable era renunciar a su bebé. Deseaba tanto tener a su madre con ella en esos momentos, secando su lágrimas; curando sus heridas; aliviando su culpa; sentándose tras su espalda como cuando tan solo era una niña para rodearla con sus brazos, permitiéndole descansar sobre su pecho, protegida en la calidez de su abrazo y su amor incondicional, que sin darse cuenta había vuelto a cerrar los ojos y la humedad de sus mejillas se incrementaba con cada segundo que pasaba.
Suspiró al sentir a Rick colocándose en la posición en la que acababa de imaginarse a Johanna. No había notado cuando él le retiró la bandeja del regazo pero ahora la apretaba delicadamente contra su pecho, meciéndola casi imperceptiblemente con sus piernas alrededor de las de ella, sus suaves manos acariciando su brazos y sus delicados labios besando su coronilla.
-Puedes pedirme un abrazo cuando lo necesites, ¿sabes? Si tengo que adivinarlo, tal vez tengas que esperarlo más de lo que te gustaría. Recuerda que aquí la experta en trucos de magia eres tú, yo solo soy un mero aprendiz.
La detective sonrió ligeramente volteando la cabeza para besar sus labios.
-No sé qué sería de mi si no te tuviera conmigo –confesó sobre estos, dejándolo completamente atónito y, tras un segundo roce sutil de sus labios, hundió su rostro en el cuello de él. Ahí se sentía segura, rodeada por el cuerpo grade y fuerte de él, con las fosas nasales inundadas de su olor -que, incluso a distancia, lograba tranquilizarla y reconfortarla- y sintiendo el corazón de él latir junto a su oreja, en la vena de su cuello robusto y varonil. Él era su refugio, en cualquier lugar del mundo podía sentirse en casa y a salvo si él estaba ahí con ella.
-Superaremos esta prueba los tres juntos- pensó moviendo una de sus manos entrelazadas para colocarlas sobre su vientre. Si algo necesitaba para poder salir delante frente a cualquier situación era sentir el apoyo de él. Y, en esos momentos, no tenía solo su apoyo sino también su amor, su ternura, su protección y todos sus deseos de llevar su estado a un feliz término.