Capítulo 1 – El regalo perfecto

Un manto de nubes grises se había extendido en el cielo de aquella hermosa tarde, en que la gran ciudad equestriana de Canterlot rebosaba de vitalidad y movimiento. ¿La razón? Faltaba solo un día para la Noche de los Corazones Cálidos, y eran pocos los equinos dispuestos a esperar hasta último momento para hacer las compras referidas a tal festejo.

La alegría de las fiestas podía sentirse en el aire, y el espíritu de aquella noche había llegado al corazón de cada poni en toda Equestria. Aunque claro, esto no solo había sucedido con tales criaturas, lo cual podía percibirse a simple vista cuando un joven dragón de escamas púrpuras, apenas más alto que un semental, pasó caminando apresuradamente a través de la acera. Lucía una gabardina marrón y una bufanda gris, y cargaba una gran cantidad de paquetes en su espalda, mientras dibujaba una sonrisa en su rostro.

Aquel se encontraba comprobando una pequeña lista mental de lo que aún le faltaba, ocasionalmente saludando a algún poni que reconocía. Después de todo, habitantes de todo el reino se dirigían al centro para esta ocasión.

"Decoración, ¡listo! Abrigos, ¡listo! Cena, ¡listo! Solo me faltan los presentes", pensaba mientras ingresaba en una antigua librería en la calle principal que él bien conocía, pues durante su infancia en múltiples ocasiones había sido arrastrado allí contra su voluntad.

La campana de la puerta advirtió al librero tras el mostrador de la llegada de un nuevo cliente, y tal fue su alegría cuando reconoció al dragón frente a él.

—¡Spike! Ha pasado mucho tiempo —exclamó un viejo poni de melena gris desde el mostrador al verle entrar.

—¡Señor Leaden Dream! —saludó, dejando el cargamento a un lado y aproximándose para abrazar fuertemente al anciano.

—Oh, a mí también me da gusto verte —le palmeó la espalda, aceptando el afecto.

—En verdad, no esperaba volver a verlo por aquí. Creí que sólo su sobrina atendía la librería ahora.

—Y esperabas encontrarte con ella, ¿no es así, mozalbete?

—No me refería a eso. Amethyst me dijo que usted ya no trabajaba aquí.

—Así es, pero ella quería viajar a Ponyville para pasar tiempo con su familia. Y como no tenía a nadie a quien dejar el negocio, pues...

—Ya veo.

—¡Pero mírate, muchacho! ¡Que estuche! ¡Y pensar que la última vez que te vi ibas en el lomo de Twilight! —exclamó alegre.

—Bueno, gracias. Han pasado muchos años —dijo él, algo apenado.

—¿Y qué hay de Twilight? ¿No está contigo?

—Ahora está en el castillo con sus amigas, preparando todo para la ceremonia de apertura mañana en la noche. Aproveché la oportunidad para comprar las cosas que nos faltaban.

—Ya, no digas más. Estás buscando algo para ella, ¿no es así?

—Podría decirse, si —aceptó, sonriente—. La verdad es que hice un encargo para estas fiestas, y esperaba que ya hubiese llegado.

—Claro, dame un segundo y revisaré ahí atrás. De seguro mi sobrina lo dejó preparado para ti —completó con un tono sugerente al final.

—Señor Dream, por favor —pidió, ligeramente avergonzado.

—¡Ja! ¡Niños! Solo dame un segundo, ahora vuelvo.

Una vez el librero se perdió tras las cortinas, el dragón aprovechó para observar la tienda con más detenimiento. Habían pasado años desde la última vez que había estado allí en compañía del anciano, y muchas cosas habían cambiado.

Tanto las estanterías como los mostradores habían sido movidos de lugar, y también se habían colocado otros nuevos. Las colecciones que de niño distinguía por la fuente y el color de los lomos habían dejado de existir, y hasta hacía unos cuantos meses aquel era terreno desconocido para él, cosa que había comenzado a cambiar el día que cruzó sus puertas una vez más en busca de un libro de romance que no lograba conseguir, y la sonrisa de una joven unicornio le recibió con infinita amabilidad.

—Ugh, ¡aquí... está! —exclamó el poni terrestre, regresando de la trastienda con un gigantesco objeto rectangular envuelto en papel de color morado, que parecía estar a punto de quebrarle la columna en cualquier instante. El dragón se apresuró a auxiliarlo con aquel paquete, para luego depositarlo en el mostrador con sumo cuidado.

—Gracias muchacho, mi espalda ya no es la de antes —continuó, tronando su cuello—. ¿Se puede saber qué es?

—"Compendio de magia: Volúmenes 37 a 72" —reveló con una sonrisa.

—Oh, ya, lo recuerdo. Aquí compró los primeros 36 volúmenes, ¿No es así?

—Así es. Se imprimieron unos pocos cientos de ejemplares de este, pero hablé con su sobrina y me dijo que, si era por mi, lo conseguiría fácilmente.

—Ya veo. Es más, esta nota estaba pegada al paquete, pero se cayó cuando lo traía hacia aquí —le comentó, tomando y extendiendo el papel en sus cascos.

"Spike: Te dije que lo conseguiría. ¡Me debes una malteada, dragoncito! ¡Feliz noche de los Corazones Cálidos! Con cariño, Amethyst Star." —citó el anciano, levantando una ceja mientras observaba nuevamente al dragón.

—Si no le conociera señor Dream, diría que ya había visto la nota de antemano.

—Si no te conociera pequeño Spike, diría que te llevas muy bien con mi sobrina.

—Solo somos amigos, si es lo que le preocupa.

—¿Preocuparme? ¡Já! Jovencito, a mi edad las preocupaciones son otras muy diferentes —dijo al anotar una nueva línea en un gran libro de tapa negra, en el cual llevaba el registro de las ventas.

—En fin, ¿cien bits?

—Cien bits, muchacho —asintió, mientras el dragón buscaba las monedas en un saco atado a su cintura, bajo el grueso abrigo que cubría la mayor parte de su cuerpo—. ¿Hasta cuándo te quedarás en Canterlot?

—Solo hasta después de las fiestas, luego debo volver con Twilight. Dejamos una larga lista de pendientes en casa —explicó dejando las monedas junto al libro, antes de tomarlo bajo su brazo. Años atrás aquello le habría resultado imposible, pero su actual condición física se lo permitía.

—Ya veo... Spike, fue un gusto volver a verte —se despidió con una sincera sonrisa.

—El gusto ha sido todo mío —sonrió al aproximarse para abrazarlo una vez más y luego alejarse hacia la puerta, tomando el resto de su carga—. ¡Gracias! ¡Y felices fiestas!

—Igualmente Spike —respondió, mientras el dragón atravesaba el portal al sonido de una campanilla, pronto perdiéndose entre la multitud—. Igualmente.


Al salir de la librería ya con el regalo de Twilight en sus garras, el dragón se dirigió al punto de encuentro que había establecido con su acompañante: la fuente del centro comercial.

El pesado libro que ahora cargaba dificultaba ligeramente su caminar, y comenzaba a preguntarse cuánto más debería recorrer de ahora en adelante con semejante peso encima. Y mientras se movía entre aquella multitud, su pensamiento se centró por un momento en la joven librera que le había hecho aquel gran favor, quien en los últimos meses se había vuelto una gran amiga suya, y a quien solía visitar cuando debía viajar a Canterlot.

En aquellas ocasiones, podían pasar tardes enteras discutiendo sobre obras poco conocidas e incompletas, saliendo a pasear de tanto en tanto, e incluso almorzando juntos. Tenía una gran confianza con ella, algo que le permitía hablarle de temas que antes solo hubiera tratado con Twilight o Applejack.

Incluso había pensado en invitarla a pasar la celebración de aquel año con él y sus amigas, pero al parecer esa invitación debería esperar para otra ocasión, ya que no había considerado que ella tenía a toda su familia en Ponyville.

—¡Spike! ¡Apresúrate! —elevó la voz una unicornio blanca de melena azul zafiro con exasperada expresión, junto a otra unicornio del mismo pelaje, de melena color morado y rosa pálido y una estatura apenas menor a la de la primera. Ambas lucían elegantes y cálidos abrigos de diseñador.

—¡Allá voy! —dijo alegremente, apresurando el paso.

—¡Rarity, relájate! Aún tenemos mucho tiempo —recordó su hermana menor.

—Sweetie Belle, cariño, también hay mucho de lo que debemos ocuparnos. La celebración será mañana en la noche, ¡y los conjuntos de las chicas aún no están listos!

—¡Pero tienes otros conjuntos ya listos en el castillo!

—¡Eso no viene al caso! Esta es una ocasión muy especial, ¡no podemos presentarnos con un vestido pasado de moda!

—¿De qué estás hablando? ¡Si los hiciste hace solo un mes!

—Pues se verán pasados de moda frente a los que voy a preparar para esta celebración —retrucó ella, con una orgullosa sonrisa.

—Por todos los cielos... ¡Hola Spike! —saludó la menor, al arribar el dragón.

—¡Sweetie! ¿Qué haces aquí? Creí que estarías practicando con el coro —cuestionó, extrañado.

—Nah, lo he pensado y... este año no participaré.

—¿En verdad? ¿Por qué?

—A decir verdad... creo que ya estoy algo grande para todo eso. ¡Además debo cuidar mi voz! El ingreso a Nightingale Academy será en unas semanas, y no quiero sobreexigirme. Y como no quería estar sola en el castillo, vine a acompañarles —concluyó felizmente.

—Ya veo... de acuerdo, ¿nos vamos?

—Espera un momento Spike, aun necesito algunas piezas de tela. ¿Serías tan amable de acompañarme? —pidió Rarity.

—Será un placer, señorita —asintió caballerosamente, antes de ponerse en camino a su lado.

—A propósito, ¿por qué tardaste tanto? —preguntó la unicornio mayor.

—Estaba platicando con un viejo amigo.

—¿En la librería?

—Así es.

—¿Conseguiste lo que buscabas?

—Sip.

—Perfecto, entonces ya podemos volcarnos enteramente en esto —dijo la unicornio, satisfecha.

Mientras platicaban, subieron al segundo piso en busca de la tienda de telas que la diseñadora había avistado antes, encontrándose con un local apenas más grande que la librería que el dragón había visitado antes, con la minúscula diferencia de que éste estaba a desbordar de clientela.

Luego de lo que pareció una eternidad, mientras que Rarity seleccionaba todo el material que más tarde necesitaría, Spike y Sweetie Belle observaban a la modista cual potranca en una tienda de dulces, sentados en uno de los bancos del local, pues habían tenido la suerte de reclamarlos apenas se desocuparon.

—¿Crees que vaya a cambiar algún día? —preguntó Sweetie, con sumo cansancio.

—Lo dudo —respondió el dragón con una sonrisa igual de cansada.

—Eso pensé —suspiró, derrotada.

—Es una lástima que no vayas a estar en el coro este año. De verdad me hubiera gustado oírte cantar.

—Tranquilo. Si hay algo que no falta este año, son nuevos talentos. Algunos bastante prometedores, a decir verdad. No te preocupes, no vas a aburrirte.

—Aún así, no será lo mismo. Estoy seguro de que Rarity piensa igual.

—A veces es difícil saber en qué está pensando —dijo ella, algo distante.

A los pocos segundos, el dragón se percató de que la potra se había perdido en sus pensamientos.

—Oye... Sweetie. ¿Sweetie? Tierra llamando a Sweetie Belle, ¿puedes oírme?

—¿Qué? Oh, disculpa. Estaba... pensando en algo.

—Me doy cuenta —dijo sin cambiar su expresión.

La unicornio le dirigió una mirada risueña antes de hablar.

—Oye Spike, ¿tienes que hacer algo después de esto? —inquirió, expectante.

—Uh… nop, supongo que tengo la tarde libre. ¿Por qué?

—Pues… —iba a responder, cuando fue interrumpida.

—¡Sweetie, cariño! ¿Puedes darme un casco con esto? —llamó la modista desde una de las estanterías, examinando con fascinación uno de los rollos de brillante tela carmesí que había encontrado.

—¡Un segundo! Luego te digo, ¿Si? —musitó al dragón, quien asintió con una sonrisa mientras la unicornio iba en busca de su hermana, quien colocó sobre su lomo un gran retazo de tela para aproximar las medidas. Spike le dirigió una sonrisa que ella correspondió con un dejo de exasperación.


Luego de una larga mañana siguiendo a la modista, Spike y Sweetie finalmente cayeron rendidos en los asientos de la última de las veinte tiendas que, según Rarity, tenía todo lo que necesitaban. A pesar de que había dicho eso mismo con todas y cada una de las anteriores que habían visitado.

Claro que, para este punto, los brazos y espalda del dragón eran finas ramas secas que se romperían a la menor agregación de peso, mientras que la unicornio menor había sido el maniquí andante de su hermana, debiendo permanecer completamente inmóvil cada vez que ella debía probar como quedaría tal agregado a cada una de sus amigas.

—Ya no siento las piernas —se lamentaba la yegua.

—Y yo desearía no sentirlas. ¿Cuánto llevamos haciendo esto?

—Perdí la noción del tiempo cuando entramos a la zapatería.

—En verdad, creí que había sido un viaje de ida únicamente —bromeó, compartiendo una amena risa con su querida amiga.

—No sé de dónde saca la energía para esto. En serio, no conozco a nadie que se entusiasme tanto por lo que hace, más que ella.

—Si hablamos de entusiasmo, creo que Twilight se llevaría el primer puesto. Hubo varias ocasiones en que, al haberse obsesionado con una novela, pasó días enteros sin dormir.

—¿En verdad?

—De martes a jueves, y ni siquiera se detenía mientras almorzabamos.

—Si habláramos de cualquier otra poni, creería que sólo estás exagerando. Pero siendo Twilight, la verdad no me sorprende —sonrió ella.

—Y que lo digas. La primera vez que intenté separarla de sus libros por causa de ello fue la última. Creí que no viviría para contarlo.

—Supongo que en eso se parecen —agregó ella y, en ese momento, Spike recordó el comentario que Sweetie le había hecho al entrar en la primera tienda.

—Oye... antes querías decirme algo, ¿verdad? —preguntó con curiosidad.

Aún cuando se trataba de un asunto de extrema importancia, la unicornio se avergonzó de sí misma por haberlo olvidado.

—Oh sí, eso… —musitó ella, deteniéndose por un instante, antes de mirar al dragón a los ojos con seriedad—. Necesito tu ayuda, Spike. Quiero regalarle a Rarity algo especial este año. Algo... realmente especial.

—Cielos, por un momento pensé que era algo grave —rió aquel—. Claro, no hay problema. ¿Y en qué estás pensando?

—¡En nada! ¡Ese es el problema! —reveló, afligida—. Recorrí cada tienda de Canterlot, de Ponyville, Manehattan y Fillydelphia, y nada de lo que he visto sería suficiente para sorprender a mi hermana.

—Tranquila, hay muchas tiendas por aquí. Solo necesitamos buscar con calma —intentó relajar la situación.

—Créeme Spike, llevo semanas buscando con calma, y no he sido capaz de encontrar nada lo suficientemente especial para la ocasión.

—Vamos, ¡no necesitas algo en extremo especial! Sólo un gesto que le demuestre que le importas. Mejor deja eso para cuando Rarity vaya a casarse —bromeó una vez más.

Sin embargo, a Sweetie Belle no le había hecho una pizca de gracia. Es más, se mostraba nerviosa, y para Spike fue evidente que algo no andaba bien.

—¿Qué ocurre? —preguntó, logrando que la poni desviara la mirada hacia su hermana mayor con cierta duda.

—Había algo más que debía decirte también, pero... comencé a postergarlo una y otra vez. No quería que te enteraras por mí, pero la otra opción ahora no suena muy… —decía ella que, ante la expectante mirada del dragón, terminó suspirando con tristeza. Ya no podría ocultárselo por más tiempo—. Rarity… Rarity va a casarse —reveló finalmente.

Al salir aquellas palabras de su hocico, recayó un silencio sepulcral entre ambos. Todo a su alrededor pareció haberse desvanecido de repente, y lo único que el dragón era capaz de sentir era como su sangre se enfriaba más allá de cualquier límite imaginable.

—¿Qué... qué acabas de decir? —cuestionó, incrédulo.

—Fancy Pants va a pedir su casco en matrimonio mañana en la noche, durante la celebración en el castillo de Canterlot.

Durante unos momentos, Spike no supo qué pensar. No sabía si estaba despierto, o solo estaba soñando. El mundo entero se le había venido a los pies al recibir aquella noticia.

Si bien era cierto que Rarity llevaba saliendo con Fancy ya algunos meses, había creído que sería algo pasajero. Nunca hubiera imaginado que al cabo de tan poco tiempo siendo pareja, podrían comprometerse. Aquello había sido como un puñal directo en el corazón del joven dragón.

—Spike… —susurró con preocupación, apoyando su casco en el hombro de aquel, quien le devolvió una mirada triste.

—Estoy bien. No te preocupes.

—Lo siento, de verdad quería que lo supieras de otra forma, pero... para mañana en la noche ya sería muy tarde.

—Descuida —intentó sonreír lo más convincentemente posible, sin éxito—. Es mejor enterarse aquí y ahora, que mañana con todos los demás. Pero, ¿cómo te enteraste tú?

—El propio Fancy me lo dijo. Quería que todo fuera perfecto, así que me preguntó por varios detalles.

—¿Qué clase de detalles? —cuestionó sin muchos ánimos.

Sweetie lo observó preocupada.

—¿De verdad quieres saberlo?

—Ahora que lo dices… no.

—¿Y qué vas a hacer?

—¿A qué te refieres? —preguntó, y la unicornio le mantuvo la mirada—. No voy a hacer ninguna estupidez, si es lo que estás pensando.

—No es lo que pregunté.

—No tengo intención de interferir, ¿está bien? ¿Por qué debería meter mis narices en el asunto?

—Porque tú la amas —replicó la yegua, exasperada. El dragón la observó sorprendido unos instantes, antes de bajar la mirada nuevamente—. Spike, sé muy bien lo que sientes por ella, y si no haces algo ahora...

—¿Con qué objeto? Ella dejó muy en claro que no quería nada conmigo. —respondió con tristeza, sintiendo su corazón comprimirse al rememorar aquel instante—. Me lo dijo en ese momento, que nunca podría pensar en mí... más que como un buen amigo. Ella es incluso mayor que yo, y no solo somos diferentes en una forma general, somos de especies diferentes también. Además, ella no está enamorada de cualquier poni, está enamorada de Fancy Pants, quien es probablemente el corcel más codiciado de todo Canterlot. ¿De verdad crees que tengo una oportunidad? ¿De verdad crees que tiene caso que intente hacer o decir algo? —cuestionó él, visiblemente dolido.

—Pero si no haces nada, Rarity se comprometerá mañana en la noche. ¿Es eso lo que quieres? ¿De verdad vas a dejar ir así al amor de tu vida? —replicó Sweetie, con la misma expresión.

—Yo... la dejé ir hace mucho tiempo —respondió con tristeza. Sweetie estaba a punto de hablarle una vez más cuando una melodiosa voz le interrumpió.

—¡Spike, Sweetie! Todo está listo, ¿pueden darme un casco con esto? —pidió la modista desde la entrada de la tienda, con tres grandes sacos a su lado.

—¡Allá vamos! —respondió Sweetie con una sonrisa fingida, devolviendo su atención al dragón aún sentado en aquel banco. Spike suspiró derrotado, antes de incorporarse con una sonrisa melancólica en el rostro.

—¿Estás bien? —preguntó, y el dragón asintió en respuesta—. ¿Estás seguro?

—Ya te lo he dicho —dijo él, observando a la unicornio que contemplaba el escaparate de la tienda con una mirada llena de ilusión—. Solo quiero que ella sea feliz.

Rápidamente, ambos se dirigieron a la modista quien ya había elevado uno de los sacos con su magia, tomando Spike la siguiente, y Sweetie la restante.

—Solo necesitamos llevar todo esto hasta la torre, luego podré comenzar a trabajar —dijo con alegría.

—¿Necesitas ayuda? —aventuró su hermana.

—¡Oh no, Sweetie! Ustedes ya han hecho más que suficiente al ayudarme con esto. Oigan, ¿por qué no almorzamos juntos en La Herradura Dorada? —sugirió con una sonrisa.

—¡Suena bien para mí! ¿Tú qué dices, Spike? —se dirigió al dragón, esperando que aceptara la oferta, pues no quería dejarle solo en ese momento.

—Me encantaría —aceptó él—. Sólo pasaré a dejar todo esto en el castillo, y luego las alcanzaré allí —dijo él, tomando los tres sacos en una de sus garras.

—¿Seguro? ¡Entonces está decidido! —celebró Rarity—. Vamos Sweetie, es difícil conseguir un lugar sin reservación después del mediodía —dijo apresurada, poniéndose en camino y siendo seguida por su hermana menor.

Y mientras las hermanas se alejaban por el pasillo, el joven dragón permaneció allí brevemente contemplando a aquella diosa, a la dueña de sus suspiros, retirarse por la galería del centro, ahora más lejana que nunca.


Cargando el peso de aquellos tres sacos, sumado al de las bolsas que contenían los encargos de su hermana, y del pesado paquete que había adquirido, el cansado dragón atravesó el umbral de la puerta de su habitación en el castillo de Canterlot, la cual se encontraba en el más absoluto silencio.

Comprobó el reloj y encontró que ya eran más de la una, y recordó que a esa hora Twilight se encontraría ultimando los preparativos para la celebración, lo cual probablemente le llevaría el resto del día.

Una vez cerrada la puerta, lo primero que hizo fue dejar todo a un lado a excepción del libro envuelto en papel brillante, levantando una de las tablas en el suelo que él bien conocía y escondiendo allí el presente, con la esperanza de que su querida amiga no lo hallara hasta entonces.

Pero antes de ser capaz de abandonar la estancia, sintió el dolor de la estocada que antes había recibido, calando desde lo más profundo de su ser. Detuvo su andar poco a poco mientras enfilaba hacia la puerta, desviándose hacia la cama para dejarse caer allí justo después, con el rostro enterrado en el cobertor.

Se rehusaba a gimotear, pero no podía detener las lágrimas que bajaban por sus mejillas. Lágrimas envenenadas, lágrimas que nunca deberían salir de aquella habitación. En aquel momento, solo deseaba olvidar. Olvidarlo todo, y terminar con aquel dolor que ahora lo devoraba vivo. Un dolor tal que nunca hubiera imaginado, podía llegar a sentir por alguien.

Al final él lo sabía, sabía que aquella modista nunca sería suya, pero esa era una verdad tácita, que estaba presente pero a la vez invisible ante sus ojos. Ahora era tan real y tangible como él o cualquiera de sus amigas, y lo había abofeteado con una fuerza brutal.

Cuando su cuerpo y mente se relajaron finalmente, hizo un gran esfuerzo por levantarse de aquella cama. Y al poco tiempo de recuperarse, o al menos de creer haberlo hecho, tomó los encargos de Rarity, disponiéndose a llevarlas hasta la habitación de la modista y su hermana. Desde allí se dirigiría a aquel restaurante en donde habían acordado reunirse. Ya casi era hora.


"¿Dónde está?" —se preguntó una preocupada Sweetie Belle, sentada frente a Rarity en una mesa de cuatro, mientras su hermana mayor revisaba el menú.

—Y aún siendo dietético, el heno fresco con cubierta de cereales y jugo de manzana suena bastante tentador. ¿Tú que pedirás, Sweetie? —consultó amablemente, sin recibir respuesta—. ¿Sweetie?

—¿Eh? Oh... disculpa, ¿decías? —preguntó, distraída.

—Sweetie Belle, ¿qué sucede? Has estado algo extraña toda la mañana.

—¿Quién? ¿Yo? ¡Por supuesto que no! No pasa nada, solo... extraño un poco a mamá y a papá. Después de todo he estado aquí contigo toda la semana. Estaba pensando en ir a visitarlos esta tarde, y volver mañana antes de la ceremonia. ¿Te molestaría?

—Oh Sweetie —se enterneció, sentándose a su lado para abrazarle—. Claro que no me molesta. No si llegas a tiempo a la celebración mañana en la noche —aclaró, con un tono entre el chascarrillo y la amenaza.

—Te prometí que estaría en primera fila, ¿acaso no confías en mí? —preguntó con aquel mismo tono.

—Pequeña diablilla —musitó, acariciando su melena con cariño—. Oye, ¿y qué me dices de Spike? Parecía algo distraído cuando se fue.

—Él me lo contó, que estaba preocupado por Twilight. Se pone algo dramática cuando debe ocuparse de un gran evento como este, y temía que perdiera los estribos mientras él estaba ausente —respondió rápidamente, ya habiendo preparado aquella excusa por si acaso.

—¡Mi Spikey-Wikey es un caballero muy atento! Incluso se ofreció cortésmente a ayudarme con todo esto —continuaba ella sonriente, cuando vio al dragón atravesar el umbral de la puerta de entrada—. ¡Allí está!

—¡Por aquí, Spike! —llamó la menor agitando su casco, a lo que el dragón respondió con una sonrisa.

—Sweetie, ¿qué modales son esos?

—Oye, ¡no pasa nada! Nadie nos está prestando atención.

—Pero ese no es el punto —le reprendió, cuando el dragón se dejó caer en una de las sillas, visiblemente agotado—. Oh Spike, siento haberte mantenido ocupado toda la mañana.

—Tranquila, te dije que tenía el día libre —dijo con calma al acomodarse—. ¿Ya han pedido?

—Íbamos a hacerlo, pero queríamos esperarte —explicó Sweetie.

—Gracias chicas. Oigan, ¿creen que aquí vendan gemas? —cuestionó el dragón en tono confidente. Ambas rieron.

—No lo creo, cariño. ¿Por qué no pides algo del menú?

—Uh... otro día, otro plato de heno frito. Al menos es crujiente —bromeó, dejando de lado el menú, y regalando una sonrisa a las hermanas.

Luego de ello, el almuerzo siguió su curso normal. Mientras las unicornios platicaban y degustaban un suculento platillo, el dragón ingería el suyo sin mucho entusiasmo. Realmente no tenía deseos de comer o hablar, pero tampoco deseaba preocupar a sus amigas.

En tanto, aquel miraba a su alrededor a las familias de ponis en cada una de las mesas de aquel restaurante, felices y despreocupadas. Y pensó que quizá ya nunca sería así para él. Pensó también que, aún cuando había un dragón de tamaño considerable en la misma habitación, notó muy pocas caras sorprendidas, o que lo observaban de reojo al verlo ingresar. Ahora, ya nadie prestaba atención a aquella criatura, ya nadie veía en él peligro alguno. A los ojos de todos aquel, sorprendentemente, era un dragón domesticado.

—Cielos, ¡miren la hora! Lo siento chicos, pero debo irme. ¡Esos vestidos no van a prepararse solos! —esclareció, haciendo un gesto para pagar la cuenta.

—Yo pago esta vez, ve tranquila —permitió Spike.

—Gracias Spikey, eres un gran amigo —aún cuando se trataba de un agradecimiento, aquellas palabras no hacían más que ahondar la herida en el corazón del dragón—. ¿Tú qué harás, Sweetie?

—Me quedaré un poco más. Estoy super, super satisfecha —fingió ella, pasando un casco por su vientre. La mayor la miró con desaprobación, a lo que ella respondió con una pequeña risa—. Anda, no te preocupes.

—Oh cielos, es cierto. Spike, Sweetie quería regresar a Ponyville esta tarde a visitar a nuestros padres. ¿Crees que podrías acompañarla hasta la estación de trenes?

—Vamos, Rarity, no hace falta... —iba a renegar, pero fue interrumpida.

—Claro que sí, no es seguro que una niña ande sola por las calles de la ciudad. Me quedaría más tranquila si fueras con él —replicó ella.

Sweetie decidió pasar por alto el hecho de que la llamase "niña", solo porque ya se había acostumbrado con el paso del tiempo. Y estaba claro que, aún cuando hubiesen pasado veinte años, Rarity de seguro seguiría refiriéndose a ella de la misma manera.

—Hermana, él ni siquiera ha aceptado —añadió ella.

Rarity se mostró realmente avergonzada, al darse cuenta de que ya había dado por hecho que su amigo aceptaría.

—Oh, lo siento mucho.

—Tranquila, la llevaré a la estación apenas esté lista.

—Muchas gracias, Spike. De acuerdo, si me necesitan estaré en la torre —avisó ella, abrazando cariñosamente a su hermana, y luego al dragón.

Cuando llevó sus brazos al cuello del dragón, apoyándose en su pecho, por un momento Spike no supo qué hacer. Permaneció petrificado unos instantes que esperaba la unicornio no hubiera notado, antes de llevar sus brazos al lomo de la modista.

Aprovechó hasta el último segundo para sentir el perfume de naranjos y la textura del pelaje de la unicornio que él más amaba, antes de permitirle partir. Como si aquella fuera la última vez que la vería en su vida. Al apartarse, fue Rarity quien notó algo extraño en su mirada, y la duda pudo con ella.

—Spike, ¿de verdad estás bien? —preguntó, realmente preocupada.

Sweetie observaba la escena detenidamente y en silencio, preguntándose si su amigo seguiría a su corazón y haría un último intento antes de que la unicornio partiese, o si ya se había resignado al destino que le deparaba al guardar silencio para siempre.

Para el pesar de la menor, el dragón no dijo palabra alguna, sino que asintió con la cabeza y le sonrió con la ternura que se le dedica a un niño en sus primeros años.

—Estoy bien. Anda, vete. Yo me ocupo del resto.

—Sabía que podía contar contigo —sonrió ella, antes de tomar su abrigo y su cartera, y partir de allí tan rápido como se lo permitían sus cascos y el ambiente.

El dragón permaneció allí de pie, petrificado mientras la bella modista se escapaba de sus garras una vez más. Y hubiera permanecido así, de no ser porque su hermana aún estaba presente, expectante de la situación, en primera fila para el espectáculo de su humillación desde su punto de vista.

—A decir verdad... no quiero hablar de esto. ¿Crees que sea posible?

—Claro —respondió ella, con una sonrisa comprensiva.

—De acuerdo —dijo él, sentándose nuevamente—. ¿Cuándo quieres salir?


Ya comenzaba a nevar cuando el dragón y la unicornio salieron del restaurante, ambos bien abrigados para combatir las bajas temperaturas de la época. Spike creyó que podría escapar al incesante parloteo de la unicornio, al menos en aquella ocasión, pero estaba muy equivocado.

—Y… ¿qué harás ahora? —aventuró ella, y el dragón suspiró.

—Sweetie...

—¡No, no hablaba de eso! Quiero decir… luego de que me vaya.

—Aún no lo sé. Luego de todo esto, creo que solo quiero llegar a mi habitación y descansar, ¿sabes? Olvidarme todo y, de ser posible, retirarme temprano de la ceremonia mañana en la noche.

—Entiendo... debe ser muy difícil para ti —aceptó ella, sabiendo que el dragón no tenía deseos de tratar el asunto en ese momento.

—¿Y qué hay de ti?

—Volveré mañana temprano, a tiempo para prepararme y ayudar a Rarity a ultimar los preparativos. ¿Quieres que pase por tu habitación al llegar?

—No, estaré bien. Descuida.

—No lo creo, pero haré de cuenta que sí.

—¿Y qué harás con el regalo?

—No tengo idea. Preguntarte a ti era mi última oportunidad, pero no puedo pedírtelo ahora. Disculpame por… eso.

—Ya, no te preocupes.

—Bueno, de cualquier forma le pediré ayuda a mi madre. Quizá no coincida mucho en gustos con Rarity o conmigo pero, siendo esta una ocasión especial, tal vez se le ocurra algo adecuado.

—Un salto de fe —bromeó él, aunque a la unicornio no le había hecho ni pizca de gracia—. De verdad, espero que lo consigas.

—Sí, yo también —respondió, no muy convencida.

Antes de darse cuenta, ya habían arribado a la estación de Canterlot, en la cual había una gran circulación dada la época de fiestas. Y luego de quince largos minutos, el tren llegó al andén dejando tras de sí un halo de vapor que, al disiparse, dejó al descubierto su estructura.

¡Todos a bordo! —al grito del asistente de maquinista, las puertas del ferrocarril se abrieron de par en par desde el primer hasta el último vagón. Solo entonces, la unicornio se paró sobre sus cuartos traseros para abrazar al dragón por el cuello con fuerza, afecto que él correspondió llevando su garra a la espalda de ella sin vacilar un instante.

—Todo estará bien —lo consoló ella.

El dragón debió hacer un esfuerzo imposible para no echarse a llorar sobre sus hombros, antes de apartarse con una sonrisa fingida.

—Lo sé. Te veré luego.

¡El tren a Ponyville partirá ahora! ¡Todos a bordo! —llamó el asistente.

—Me llaman —dijo ella, con una sonrisa.

—Cuídate, Sweetie —alcanzó a decir, antes de que la yegua se volteara para ingresar al tren.

Spike la observó perderse dentro de la formación, con la duda dando vueltas en su cabeza por unos breves segundos. hasta que la misma se desvaneció, y el dragón al fin se decidió.


Al subir, la unicornio buscó un asiento a dos vagones de distancia de la puerta por la cual había subido, hallando un lugar junto a la ventana. Y sin más energías para continuar caminando, se dejó caer en el mismo, apoyando sus cascos en el borde de la ventana y disponiéndose a disfrutar del blanco paisaje de invierno desde el momento en que el tren partiera.

Oyó las puertas cerrándose, y el tren poco a poco inició su marcha. Aspiró profundamente, y al exhalar y abrir los ojos se encontró con aquel bello escenario, su favorito del año. Podía apreciar las copas de los pinos a lo lejos, cubiertas de nieve, así como la mayor parte de los campos, mientras que los lagos congelados que semejaban a un espejo gigante reflejaban la espectacular imagen del cielo y sus alrededores.

—Es una bella vista —dijo una voz a su lado.

—Si... es perfecta —respondió ella, sin caer en la cuenta de la voz que le había hablado. Se volteó sorprendida, encontrándose con el dragón de escamas púrpuras, que la observaba divertido—. ¿Spike? ¿Qué estás haciendo aquí?

—A decir verdad, no tenía deseos de quedarme solo en mi habitación. Y como te he dicho, tengo la tarde libre.

—¿Y qué harás en Ponyville? Tus amigas están en el castillo ahora mismo.

—Claro que no. Tengo a una justo a mi lado.

—Spike... —respondió ella con ternura.

—Además, aún hay algo que debemos hacer. Primero debemos ir a la biblioteca, y nos prepararemos.

—¿Prepararnos? ¿Para qué?

—Creo que conozco el regalo perfecto —reveló él, con una confiada sonrisa.