Disclaimer: Todo lo que reconozcan en personajes, nombres, hechizos y lugares es de J. K. Rowling. Esta es mi versión de la magia en USA antes de que salga Fantastic Beasts y se arruine prácticamente todo lo que tengo en mente. Kane Martínez y Alexis Prince son OCs que me pertenecen y me reservo su uso (Alexis L. Prince fue personaje de rpg, sí, es mía).

Este fi participa en el reto "Long Story 3.0" del foro "La noble y ancestral casa de los Black"


Capítulo 1: Los cadáveres también mienten

"Viene la muerte echando rasero,

se lleva al joven, también al viejo,

la muerte viene echando parejo,

no se le escapa ni un pasajero."

Lila Downs, Viene la muerte echando rasero


Brooklyn, New York. 3 de Septiembre de 2012

Llamó a la puerta. Nadie atendió, así que volvió a llamar, más fuerte la segunda vez. ¿Acaso no habrían oído? Tampoco hubo respuesta y, de hecho, le pareció oír un estruendo dentro. Frunció el ceño y volvió a llamar dos veces más. Finalmente, alguien abrió la puerta del piso y se asomó un rostro con cabello castaño medio parado y los ojos muy abiertos. En lo primero en que se fijó Kane es que era azules y después, en que el hombre tenía manchas de algo que parecía hollín en toda la cara y en las manos.

―¿No viste el letrero? ―Sacó una mano para señalar una hoja de papel amarillo que había colgado. Lo primero que Kane notó era que tenía acento escocés, lo que amplificaba el tono de molestia.

«NO TOCAR A MENOS DE QUE HAYAN ANUNCIADO EL FIN DEL MUNDO». Todo en mayúsculas y con un plumón rojo. La caligrafía era fea y desordenada, pero se entendía. Kane levantó el papel que él mismo llevaba en la mano, enseñándoselo al hombre.

―Usted me dijo que viniera.

«Al menos eso creo», pensó.

―No, no puede ser ―rebatió el hombre―. Nunca invito a nadie aquí.

―Vine por el anuncio. ¿Fitzwilliam Harper? ―preguntó y el hombre asintió―. Le escribí, ¿recuerda?

―¿Sinceramente?, no tengo ni idea de qué me estás hablando, chico ―le contestó el hombre―. ¿Cuántos años tienes? ¿Quince?

―Veintitrés ―respondió Kane―. Mire. Vine por el anuncio. Escribí para saber qué día.

Prácticamente le estampó el anunció en la cara. Al principio, Kane había creído que era un chiste. «Piso para compartir en Brooklyn. Precio excelente. Pregunte por Fitzwilliam P. Harper».

―Yo no puse ese anuncio ―remarcó el hombre―. No te pude haber dicho que vinieras.

Kane frunció el ceño. Allí había algo extraño. Si ese sujeto era Fitzwilliam Harper, sonaba muy diferente en la vida real que en las cartas. Sacó el trozo de pergamino mal cortado que había recibido como respuesta diciéndole que viniera ese día y se lo pasó.

―Allí ―dijo―. Usted me dijo que viniera.

El hombre repasó a carta con la mirada.

―«Puedes venir el 3 de setiembre…» ¿Quién escribe «setiembre», por Merlín? Yo no, eso seguro ―siguió leyendo―. «Necesito un compañero de piso porque no tengo mucho dinero y Alexis dice que necesito urgentemente…» ¡Maldita! ¡Lo sabía! ¡Ella lo arregló! ―exclamó Harper―. Vaya, imita muy bien mi firma…

―Bueno, ¿puedo pasar o no? ―preguntó Kane, sin entender absolutamente nada―. Necesito encontrar dónde dormir esta noche.

―No, yo no estoy alquilando un cuarto.

―El anuncio era suyo.

―No.

―¡Usted me dijo que viniera! ―reclamó Kane.

―Definitivamente no. No fui yo. Lo siento. Fue Alexis.

―Oiga, no puedo volverme a Texas ―se quejó―. Tengo que ir a trabajar mañana a primera hora. Me mudé porque no quiero aparecerme todos los días aquí, ni llegar por una chimenea, ni…

―¿Vienes de Texas? ―interrumpió Harper.

―Sí, eso acabo de decir…

―¿Allí vive gente? ―volvió a preguntar Harper.

―Claro. ―Kane frunció el ceño―. ¿Qué pensaba que había? ¿Pasto?

―Probablemente ―respondió Harper―. Entonces eres de Texas y no tienes donde dormir esta noche.

―Sí, de El Paso, Texas, específicamente y no, no tengo donde quedarme. ―Kane estaba empezando a irritarse porque ya le había dicho todo eso en una carta que al parecer él no había leído y tampoco había respondido―. Mire, no tengo dinero para un hotel, ni amigos.

―¿Quién no tiene amigos en Nueva York?

―Yo. ―Totalmente cierto. No conocía a nadie en Nueva York porque nadie se mudaba de Texas a Nueva York sin dinero. La mayoría intentaban huir de Texas y acababan, cuando mucho, en Florida y nada cerca de Miami―. No conozco a nadie.

―Entonces, no donde dormir, no amigos ―Fitzwilliam Harper le dirigió una mirada de pies a cabeza―, unos ridículos lentes de pasta, una pluma atrás de la oreja… ¿eso se sigue usando? ¡Oh, mira, tienes una cámara! ―señaló parte del equipaje que había dejado en el suelo―. ¿Periodista?

―Sí. Vengo para trabajar con The Magic Times ―contó Kane.

―No me importa ―cortó. Sí que era escocés, se dijo Kane. Al menos, había abierto la puerta―. Pasa. Alexis me cortaría los huevos en pedazos si sabe que deje afuera al compañero de piso que me consiguió.

―Gracias ―dijo Kane, tomando todos los paquetes que llevaba a cuestas―. Muchas, muchas gracias…

―Sólo unas noches ―advirtió Fitzwilliam―. Después buscas otro lugar donde quedarte. No puedo tener inquilinos aquí. Son molestos.

Suspiró. Si no hubiera necesitado desesperadamente un lugar donde dormir, ya hubiera salido corriendo. Le molestaba sentirse un intruso en la casa de un extraño, por más anuncio y carta que hubiera. Harper ni siquiera se molestaba en disimular o intentar ser amable; a esas alturas era claro que no había puesto el anuncio ni era la persona que se había comunicado con él.

―No importa ―respondió, metiendo todas sus cosas.

Estaba en un apartamento con los que solían salir en las series de televisión que veía su hermana, sólo que increíblemente más sucio. Aún salía humo de lo que parecía ser la cocina. Kane sólo alzó la ceja al notar el desastre, pero no dijo nada, pues él era el intruso allí.

―Cocina. ―Harper señaló el humo―. Sala. ―Señaló el fondo―. Pasillo y habitaciones. ―Señalo al lado apuesto a la cocina―. Puedes dormir en la de la puerta verde. El baño es la blanca. Listo.

―¿Sólo eso? ―preguntó Kane.

―¿Querías algo más? ¿Un tour? ―Harper alzó una ceja en un intento de mueca irónica muy mal logrado―. Tengo muchas cosas que hacer. No tengo tiempo para cuidar bebés.

―Tengo veintitrés ―se quejó Kane, pero Harper ya no le estaba poniendo atención. Había vuelto a la cocina. Kane suspiró y, cargando sus maletas, las que había arrastrado desde Texas, se dirigió a las habitaciones.

Abrió la que Harper le había dicho que sería la suya y suspiró. Tampoco se salvaba del desastre. Había una cama y unos cuantos muebles, todos vacíos ―al menos―, pero arriba del ropero todo estaba lleno de libros viejos, pergaminos deshaciéndose y un par de calderos de peltre que no iba a cocinar una poción nunca más. Además, estaba el polvo, que inundaba cada centímetro de la habitación. Kane se dijo que podía ser peor y se acercó a abrir la ventana.

Parecía que nadie la había abierto en años, pero después de hacer fuerza y usar la varita, la ventana sólo rechinó un poco y se abrió. Kane estaba en un tercer piso de un edificio no muy nuevo, pero tampoco muy viejo. No estaba viviendo en la isla de Manhattan, como era su sueño, pero Brooklyn no estaba nada mal. Sonrió, mirando hacia abajo, viendo los carros pasar y a la gente moverse. No parecía tan aterrador como su madre, que no había salido de El Paso en al menos veinte años, había jurado que sería.

«Estoy en Nueva York», se dijo, «y voy a trabajar en el periódico mágico más prestigioso del país».

Parecía un sueño y todavía no acababa de creérselo. Lo primero, por supuesto, era limpiar.

Dejó las maletas y volvió a salir al pasillo. Se acercó a la cocina y abrió la puerta. Harper seguía metido en una poción, pero al menos el humo empezaba a disiparse.

―¿Tienes una escoba? ―preguntó.

―¿Qué? ―Harper se volteó―. ¿Escoba?

―Sí, escoba.

―¿Para qué quieres una? ¡Usa la varita! ―le dijo. Otra vez ese tono de escocés. Por algo le parecían enojados toda la vida.

―Si hechizo una escoba es más rápido ―puntualizó Kane―. Todo está hecho un desastre.

Harper se encogió de hombros, como si no le importara.

―No hay escoba aquí ―le dijo.

Efectivamente, no le importaba en lo más mínimo. Kane volvió a salir de la cocina, suspirando de nuevo; estaba siendo demasiado paciente, pero si tenía suerte no pasaría allí más de una semana. En cuanto saliera a explorar buscaría anuncios de apartamentos en renta o pisos para compartir. No le importaba mudarse a los peores barrios de Nueva York si con eso conseguía quitarse a Harper de encima. La renta tan baja había sido, de hecho, algo demasiado bueno para ser verdad.

Toc. Toc.

Llamaron a la puerta. Dos golpes muy sonoros. Kane los ignoró porque no había ni media hora que «vivía» allí. Harper, sin embargo, tampoco atendió y siguió metido en la cocina, haciendo lo que fuera que estaba haciendo.

Toc. Toc.

Kane caminó hasta la sala y vio que había una silla llena de periódicos, varios platos sucios del desayuno de esa mañana… y la cena… y probablemente incluso la comida del día anterior. Frunció la nariz.

Toc. Toc.

Kane alzó la mirada y vio un poster de un músico inglés que desentonaba con todo lo demás.

―¡¿Quieres abrir, por amor a Merlín?! ―Ese era Harper.

Kane alzó las cejas, pensando en mil maneras de decirle que no estaba allí para ser su criado, pero volvió a oír los golpes en la puerta y fue a abrir. Un hombre alto ―probablemente el más alto que había visto en vivo―, de piel oscura, casi sin cabello y con una túnica azul oscuro que llamaba demasiado la atención entre los muggles lo miró.

―No eres Harper ―fue lo único que dijo, con una voz profunda―. ¿Dónde está Harper?

Kane empezaba a preguntarse si en Nueva York no conocían los modales más básicos o sólo se había topado con las dos personas más extrañas del planeta. No dijo nada y se apartó, señalando la cocina. El hombre entró en el apartamento como si nada y se dirigió directo a donde Kane señalaba.

―¡Harper! ―llamó el hombre―. ¡No contestas mis cartas! ¡Y no me importa el fin del mundo!

Fitzwilliam Harper asomó la cabeza.

―¿Te refieres a todo lo que llegó esta mañana por la chimenea? ―preguntó Harper―. La mayoría se quemaron. ¿Qué quieres, Perks? ―preguntó. Su despreocupación era total.

Kane se dijo que él no estaría despreocupado frente a semejante hombre, menos cuando Harper era escuálido y demasiado delgado, aunque un poco alto. Kane era más bajo, había podido comprobar.

―Salem. Alguien atacó ayer a alguien, en Salem ―resumió Perks―. Una alumna de la academia.

―Muerta, supongo.

―¿Cómo…?

―Bueno, ustedes no me buscan hasta que hay alguien muerto ―respondió Harper―. Podrían hacerlo antes y se ahorrarían muchos cadáveres.

―¿Irás, entonces? ―preguntó.

Harper se encogió de hombros.

―Probablemente no sea nada interesante, pero ya estás aquí ―comentó―; negarme sería estúpido.

―Probablemente.

―Y tú eres inmune a mi encanto escocés.

―No te atrevas a intentar asustar a mis hombres otra vez, Harper ―amenazó Perks―. Creemos que la víctima es del Asesino de las Flores. Ya sabes, el muggle de Boston.

Esa vez Harper abrió mucho los ojos. La escena era tan extraña e interesante que Kane en realidad no se movió de allí.

―¡Oh, brillante! ¡Algo interesante para variar! ―exclamó―. Y yo que creí que nunca ibas a conseguir un buen caso. Entonces quiero a Alexis como equipo ―comentó.

―Nosotros somos aurores calificados ―le dijo Perks.

―Ah, eso. Pero Alexis está calificada y no es una auror, lo cual es todavía mejor ―respondió Harper―. Además, si es el asesino de las flores necesitaré una… una… ¡una cámara! ―Revisó toda la habitación hasta que sus ojos se toparon con los de Kane―. ¡Tú! ¡Eres periodista! ¿Quieres ir a Salem y ver un cadáver?

Primero, pensó en decir que no. Porque Harper era un maleducado y no parecía preocuparse en lo absoluto por los demás (y porque, en segundo plano, la idea de ver un cadáver no le emocionaba a casi nadie). Pero después lo pensó mejor y pensó que Salem era toda una institución cuando hablaban de la magia en el país y no iba a tener muchas oportunidades de visitar su vieja academia.

―Ahora vuelvo. ―Se dirigió a la habitación y todavía alcanzó a oír.

―¡No meterás a un periodista en mi escena del crimen!

―¡Necesito a alguien que tome fotos!

―¡No publicará nada!

Kane tomó su cámara y volvió.

―No publicarás nada sobre esto, ¿cierto? ―le preguntó Harper―. Perks no confía en los periodistas.

Kane evaluó sus opciones. Era una excelente oportunidad, pero no quería llegar a The Magical Post con una nota como esa. Nunca le había gustado la sección de las muertes y las malas noticias, él estaba allí para hacer reportajes de lugares turísticos, cosas curiosidad y todo eso.

―No ―aseguró.

―Perfecto, entonces, vámonos. Mientras antes lleguemos, antes te voy a resolver un crimen, ¿puedes ir por Alexis? ―le dijo Harper a Perks y después se volvió a Kane―. ¿Sabes dónde aparecerte?

Kane negó con la cabeza. Harper emitió un gruñido y lo aferró del brazo para desaparecerse con él.


Salem, Massachusetts

―Ah, la gran Academia de Salem, de donde salen los mejores magos del país, según sus profesores… ―fue lo primero que dijo Harper en cuanto aparecieron justo enfrente de un enorme edificio colonial. Se volvió hacia Kane―. ¿Estudiaste aquí?

―No, demasiado caro y lejos de casa ―contó él.

Además, había gente que decía que a la Academia de Salem sólo iban los majos pijos más tradicionales. La madre de Kane, que le había enseñado magia mexicana desde que obtuvo su primera varita para ir a la escuela, se había opuesto radicalmente a que su hijo estudiara allí, pero como no pensaba darle clases ella, habían tenido que buscar otra alterativa.

―Ah. ―Harper no pareció mostrar más interés en el tema mientras caminaba hasta el edificio―. En realidad es curioso. Por qué la construyeron aquí, en uno de los lugares más emblemáticos cuando se trata de leyendas de brujas.

Kane asintió.

―Conozco la historia. ―En realidad, quería que Harper se quedara calladito un rato, le daba igual cómo.

Las quemas de brujas siempre habían sido una de las cosas sobre las que los magos no hablaban, al menos en casa de sus padres. Sabía que había algunos historiadores que trataban el tema con ligereza, sin interés, porque la mayoría de las víctimas habían sido muggles que se encontraban en el lugar equivocado en el momento equivocado y había otros que incluso comentaban como datos de interés el hecho de que hubieran existido magos y brujas que se dejaban quemar por puro placer, pues encontraban a los muggles demasiado ingenuos.

Kane en realidad nunca había reflexionado sobre el asunto, pero recordaba claramente las clases de historia: a los magos no les gustaba hablar de las quemas, no allí, porque les recordaba su enorme prejuicio contra los muggles y la razón por la que se habían visto obligados a esconderse. Sin embargo, también les recordaba la cobardía de sus antepasados, que no se habían atrevido a levantar la voz ni la varita para salvar a los muggles.

La Academia de Salen, construida en los lindes del bosque, era enorme. Sin embargo, los muggles eran incapaces de verla. Para ellos, no había nada allí, era sólo una zona que todos, por alguna razón querían evitar sin cuestionarse. Harper y él atravesaron la verja sin problemas y se dirigieron a la puerta principal del edificio a paso más o menos rápido.

―No estudió aquí ―adivinó Kane, mirando a Harper.

―Oh, deja de hablarme de usted ―espetó Harper, remarcando de nuevo su acento―, no soy ningún viejo venerable o algo así. ―Después de unos segundos, sin embargo, decidió contestar la pregunta que Kane había hecho―: No, no estudié aquí.

―Entonces… ¿dónde estudió?

―¡No me hables de usted! ¿Dónde crees? ―preguntó él y esbozó una sonrisa medio burlona, como si fuera obligación de Kane saber dónde había estudiado y responder―. Hogwarts.

Hogwarts era una leyenda entre las escuelas mágicas de Estados Unidos. En especial, porque, con el vasto territorio del país, las escuelas mágicas que había mucho más pequeñas, la gran mayoría sin estadio de Quidditch ―a excepción de Salem, por supuesto, que era la más «inglesa» de las escuelas― y apenas con un campo para practicar Quodpot. Hogwarts, que según las historias estaba ubicada en un castillo escocés, era toda una leyenda para los magos que habían crecido en Estados Unidos.

―Ah ―respondió Kane. Abrió un poco los ojos, haciendo notar su sorpresa―. ¿Y qué tal? ―preguntó, por educación.

―Infernal ―respondió Harper―, literalmente.

Eso hizo fruncir el ceño a Kane. ¿Acaso Hogwarts era una mala escuela? No tenía ni idea, porque no había oído mucho de ella en años y la última vez que Reino Unido e Irlanda habían estado en las noticias mágicas había sido la guerra hacía quince años, más o menos ―probablemente menos―. Por la edad de Harper…

―¿Estuviste allí durante la guerra? ―preguntó, finalmente, con curiosidad.

―Sí ―respondió Harper―. Toda ella. La post guerra también ―aclaró.

Kane preguntó más. Nunca había conocido a nadie que hubiera vivido una guerra mágica, pero la mayoría coincidían en que era una terrible experiencia. En Estados Unidos habían existido disturbios grandes en los sesentas, pero a él no le había tocado nada de eso. Sólo a sus padres y de pasada, porque los disturbios no habían llegado tan al sur.

Harper llamó a la puerta principal del edificio tres veces con sonoros golpes hasta que alguien atendió. Abrió una mujer, ya grande, rubia y alta.

―Fitzwilliam Harper. ―Kane lo vio extender la mano antes incluso de que la mujer pudiera decir algo―. Perks me mandó. Tengo entendido que hubo un asesinato.

―Sí, sí, tuvimos un… incidente ―respondió la mujer.

―Odio los eufemismos, pero llámele cómo quiera ―le dijo Harper, estrechándole la mano.

―Constance McCabe, soy la subdirectora ―dijo. Después se quedó viendo a Kane, como esperando que dijera algo.

―Él es mi acompañante ―presentó Harper, rápidamente.

―Kane Martínez ―se apresuró a decir él, extendiendo la mano―. Mucho gusto.

Kane notó como la mujer torcía la boca al oír el apellido. Conocía esa reacción. Harper también alzó un poco las cejas, pero con curiosidad, cuando lo dijo y fue allí cuando se dio cuenta de que él no le había dicho su nombre a Harper. Bueno, para todo había una primera vez.

―La directora quería verlo, señor Harper.

―Eso tendrá que esperar, quiero ver el lugar del asesinato.

―La directora quería ponerlo al tanto, señor Harper ―intentó la mujer de nuevo―, para que tenga claro…

―El lugar del asesinato, por eso vine ―cortó Harper, de una manera que a Kane le pareció muy poco amable―. Si después quiero hablar con alguien, ya le diré. ¿Me indica el camino?

Constance McCabe hizo una mueca desagradable, porque al parecer estaba acostumbrada a que todo el mundo le hiciera caso siempre, pero no objetó nada después del tono de Harper. Se dio la vuelta y empezó a caminar, conduciéndolos a través de los pasillos.

Kane encontró la construcción y los acabados demasiado coloniales. Vio a muy pocos alumnos por allí y por allá, con uniformes grises, corbatas negras, y túnicas largas. La mayoría parecían sombríos y distantes.

―¿Sabías que al principio la Academia de Salem sólo aceptaba a los privilegiados para estudiar aquí? ―preguntó Harper, que al parecer odiaba estar callado y no estar diciendo todos aquellos datos dos segundos―. Claro que en su idea de privilegiados, el requisito era tener la piel clara. Y eso se tardó mucho en cambiar. Principios de siglo y los magos de este lugar todavía tenían problemas de raza. Ahora la cosa ha cambiado… o eso aseguran, claro.

―Ah.

Kane no tenía interés. Sabía que la cosa había cambiado, pero para las familias tradicionalistas siempre había sido un problema. La raza nunca había sido motivo para que a él le negaran un trabajo o alguna oportunidad allí a donde había ido, porque los magos siempre encontraban otras razones para discriminar: los de ascendencia más vieja y más pura, que eran los menos, por la sangre, los más tradicionalistas, por practicar alguna magia que no fuera la europea ―inglesa, en particular―, y algunos, sólo algunos, un pequeño sector que casi pasaba desapercibido, tenía problemas con la raza.

Siguieron caminando hasta una zona donde dejaron de ver estudiantes. Kane reconoció a unos cuantos aurores, por las túnicas azul oscuro que llevaban y la insignia que portaban en el pecho. No había muchos para lo que había esperado y casi todos miraban con recelo a Harper.

Constance McCabe señaló una puerta cerrada.

―Allí. No hemos dejado que ninguno de los alumnos entre… ―dijo, pero Harper no le hizo caso, ya caminaba hacia allá.

Al abrir la puerta y dar un paso dentro, sacó un poco la cabeza y miró a Kane.

―¿Vienes ya? ―preguntó. Kane se apresuró y Harper le dirigió una mirada al auror más próximo―. Estamos esperando a alguien más.

El auror no respondió, y Harper cerró la puerta tras de sí.

Kane nunca había visto un cadáver y se había quedado petrificado al ver la escena. Nunca jamás había visto un muerto. Por la naturalidad con la que Harper se movía por la recamara, parecía que no era el primero, ni sería el último que vería

Era una jovencita, con el cabello suelto y pétalos de flores cubriéndole todo el cuerpo. Kane sospechó que estaba desnuda debajo de todos aquellos pétalos de rosa blancos. Tenía los ojos cerrados y una expresión que parecía ser de paz y desentonaba con el resto.

―Así que el asesino de las flores… ―musitó Harper, inclinándose junto al cadáver. Después levantó la vista para mirar a Kane―. ¿Has seguido el caso? ―preguntó.

―N-no…

―Oh, vamos, no me digas que vas a vomitar… ―espetó Harper―. Bueno. Empezó en Boston. Es muggle, ¿sabes? Ha ido subiendo, una víctima cada mes o así. La sexta fue hace poco menos de dos semanas.

―Esta sería la séptima, ¿entonces?

―Sería. Sí. Sería.

Harper no parecía muy convencido, se quedó en cuclillas, mirando el cadáver un momento. Kane no entendía en realidad qué estaba haciendo allí. No tenía ni la más remota idea de por qué lo había llevado en realidad, además de tener una cámara. Se quedó mirando al vacío, intentando camuflarse con la pared y no pensar que había una persona muerta a pocos metros. Ni siquiera se había fijado en la decoración de la habitación hasta que después de unos minutos Harper alzó la mirada y se volvió a fijar en su presencia.

―¡Tú! ¡Tienes una cámara, ¿no?! ―Tenía una manera de hablar a veces que parecía que estaba siempre enojado. Al menos, a Kane le dio esa impresión―. ¿Pues qué esperas?

―¿Quieres fotos? ―preguntó Kane.

―Sí, sí, podría necesitarlas, para comparar…

Kane no preguntó para comparar qué, sino que se limitó a sacar la cámara. No había hecho una carrera corta en periodismo para acabar fotografiando aquellas cosas, pero allí estaba. La muerte le parecía algo íntimo, que no debería ser violado de aquella manera. La mueca de paz de la chica que estaba tendida en el suelo, cubierta de pétalos de rosas blancas, le parecía perturbadora y hermosa a la vez y no sabía si una sola fotografía sería capaz de capturar toda aquella esencia.

―¿Es la primera vez que vez un cadáver? ―preguntó Harper, finalmente.

―Sí ―confesó Kane. No hizo la misma pregunta de vuelta: la respuesta era obvia.

―No le tengas miedo a los muertos ―dijo Harper, finalmente―, para ellos ya acabó todo.

La puerta se abrió. Entró una chica, bajita, con un cabello pelirrojo demasiado rizado que le llegaba a los hombros y muchas pecas. Llevaba lentes grandes, de montura negra, que hacían a sus ojos verse un poco mas grandes.

Harper hizo una mueca al verla ―Kane, a esas alturas, empezaba a suponer que ese era su modo de saludar a las personas o reaccionar―, pero ella hizo caso omiso y se dirigió directamente a Kane.

―Alexis Prince ―extendió la mano. Su acento era de un inglés impecable―. ¿Eres la nueva mascota de Harper?

―¿Pelirroja y pecosa? ¿De verdad? ―Kane oyó la voz de Harper. Alexis rodó los ojos.

―Eh… ―Kane no sabía que responder. Extendió la mano―. Kane Martínez.

―¡El inquilino! Oh, ¿no te trató mal? ―preguntó la mujer, mostrando apenas un amago de sonrisa―. Lo siento, yo escribí las cartas, él no me escucha…

―¡Alexis! ―interrumpió Harper, desde atrás―. ¿Pelirroja?

La mujer se dio la vuelta.

―¿De verdad? ¿Es lo único que puedes decir?

―No te pega.

La mujer sacudió la cabeza y después cerro los ojos, haciendo una mueca de dolor. Inmediatamente, empezó a cambiar. El cabello pelirrojo se convirtió en cabello castaño oscuro que le llegaba apenas a los hombros y era muy lacio, nada que ver con los rizos anteriores. Kane vio desaparecer las pecas y la altura aumentar bastantes centímetros. La cara se volvió más alargada y los lentes sólo desentonaban. Se los quitó rápidamente y a Kane le dio la sensación de que la chica que se había presentado como Alexis Prince no era la misma mujer que lo estaba mirando. Era más guapa, sí, pero en realidad eso importaba poco: la mujer que lo miraba en ese momento tenía un semblante duro y un rostro un poco más amargado.

Aun así, parecía joven, no parecía tener más de veintiocho años.

Alzó una ceja, aparentemente divertida, al ver el rostro de Kane.

―¿Nunca habías visto a un metamorfomago? ―preguntó.

Kane supuso que sus ojos demasiado abiertos eran suficiente respuesta: no, jamás. Los metamorfomagos eran una rareza mágica, prácticamente.

Se quitó la gabardina negra que llevaba, muggle y la dejó a un lado. Vio el cadáver.

―¿El asesino de las flores? ¿Creen que es mago? ―fue lo primero que preguntó―. Porque…

―Así que has seguido el caso ―comentó Harper.

―Me aburría.

―Bueno, los aurores creen que el asesino de las flores es mago, pero eso es básicamente porque todos tienen el cerebro licuado ―espetó―. Por supuesto que no es un mago. Vamos. ¿Es tan difícil darse cuenta? ―No recibió ninguna respuesta. Alexis frunció el ceño, Kane literalmente no sabía de qué hablaba―. ¡Vamos! Todo el mundo miente. Los cadáveres también mienten. ¿Cuál es la mentira aquí?

Alexis frunció el ceño más profundamente. Kane ni siquiera respondió.

―Oh, vamos, no es tan difícil. Por supuesto, el asesino hizo buen trabajo para imitar al asesino de las flores: las flores coinciden; la víctima también, mujer, entre los quince y los veinticinco años ―empezó a enumerar―, cabello castaño, lacio, piel clara. Probablemente tampoco haya signos de abuso, sin embargo…

―Sólo dilo ya, Fitz ―pidió Alexis.

Harper se inclinó ante el cadáver y retiró los pétalos que tenía en el cuello. No lo hizo con excesiva delicadeza, pero tampoco apresurándose.

―¡No hay marcas!

Kane pensó que parecía demasiado feliz para estar hablando de un cadáver. O, mirándolo mejor, no feliz, sólo un poco eufórico.

―¿Lo está imitando, entonces? ―preguntó Kane, cansado de estar allí parado sin hacer nada y sin entender nada.

―Sí ―respondió Harper, bastante seguro de sí mismo―. Un imitador. Son los más difíciles de atrapar, ¿sabías? ―Kane no tuvo idea de si le hablaba a él o a Alexis, pero como la chica ni siquiera hizo un gesto y no parecía incomoda viendo un cadáver, supuso que Harper si le hablaba a él. Kane tuvo la impresión de que su voz parecía un ladrido algunas veces y ni siquiera se molestó en responder. Harper siguió quitando los pétalos sin darle importancia hasta encontrar una cicatriz en el pecho de la chica y frunció el ceño―. Las víctimas originales no tenían ni una sola cicatriz, no las había tocado más que en el cuello… ―Se agachó a un más y le hizo una seña a Kane, instándolo a que fuera―. Tómale una foto a eso.

Alexis, la chica, no dijo nada, pero se acercó un poco. Kane aún no entendía que demonios hacía ella allí, porque, igual que él, no es que hubiera ayudado mucho.

Se acercó, con la cámara en la mano, y le tomó una foto a la cicatriz. Estaba en el pecho, a la altura del corazón y era una cortada transversal hacia la izquierda. Kane intentó no pensar en lo que estaba fotografiando ―literalmente el pecho desnudo de una chica muerta― e intentó hacerlo lo más rápido posible. De algún modo, no se encontraba tan cómodo ante la muerte con un cadáver enfrente.

Siempre había tenido otro concepto de ella, uno en el que su madre llenaba la casa de flores mexicanas, cempasúchitl, ponía altares y veladoras para las almas que llegarían a la casa la madrugada del primero de noviembre. Nunca la muerte había parecido tan solitaria como en ese momento, en esa chica que parecía dormida mientras ellos tres la examinaban.

Respiró hondo, pero Harper lo notó y se le quedó viendo.

―¿Te parece horrible? ―preguntó.

―Un poco ―reconoció―, pero más triste. No puedo dejar de pensar qué murió sola y aterrada. ―Reprimió un escalofrío―. ¿A ti no te parece horrible?

Harper se quedó viendo el cadáver un momento y Kane no supo leer su expresión. Desde el primer momento le había parecido alejado, incluso difícil, con una perpetua cara de mal humor, pero allí, mientras veía a la chica tendida en el suelo, no supo cuál era su expresión.

―He visto cosas peores ―respondió, finalmente. No agregó nada más antes de salir de la habitación y dar un portazo.

Alexis se acercó hasta Kane.

―¿Te agrada? ―preguntó.

―Lo conozco hace menos de tres horas ―respondió Kane― y estoy en una escena del crimen con un cadáver a mis pies, ¿qué te parece?

―Quizá debí de haberte advertido de eso ―dijo ella―, a lo que se dedicaba. Pero la mayoría de la gente no lo encuentra ni siquiera atrayente.

―¿Investigador privado?

―Algo así.

―¿Investigador privado para los aurores? ―volvió a intentar Kane, que estaba intentando encontrarle sentido.

―Tampoco ―respondió Alexis―, sólo le gustan este tipo de casos. Deshacerse de asesinos y eso. ―La joven se acercó hasta la puerta―. ¿Vienes? No creo que quede nada más que hacer por aquí.

Kane se apresuró a seguirla. Cuando salieron al pasillo, un poco más allá, pudo ver a Fitwilliam Harper hablando con el auror Perks. Parecía demasiado cómodo en ese entorno que Kane no acababa de entender. Incluso mostraba algo parecido a una sonrisa al hablar con Perks. Kane desvió la mirada después de un momento y se fijó en Alexis.

―No quiere que viva con él ―le dijo―. Tendré que buscar otra parte ―confesó.

Alexis, en vez de mostrar el semblante preocupado que Kane creyó que mostraría, sonrió.

―Te trajo aquí, le caes mejor de lo que quiere hacerte creer ―le respondió―. Y si después de la semana que viene aun quiere echarte, yo lo convenzo. Siempre que quieras quedarte, claro…

Kane se encogió de hombros.

―Necesito un lugar dónde dormir ―respondió después de unos segundos.

Siempre y cuando, claro, no hubiera más asesinatos involucrados. O eso esperaba. Pero algo se le había quedado grabado en el cerebro: ¿por qué esa naturalidad ante la tragedia de Harper?


¡Hola!

Segundo Long fic del año, porque ¡sí se puede! Voy a hablar de la magia en EU a fondo por aquí antes de que Fantastic Beasts venga a arruinármelo todo. Van a aparecer más personajes canon, pero de momento ahora lo único canon es Harper, que aparece mencionado unas cuantas veces en partidos de Quidditch.

Este long fic sí es parte de mi headcanon, ocurre después de Astarté (donde aparece Harper en el epílogo) y antes de Vendetta y Morte (que no le importan a este fic, en realidad).


Andrea Poulain

A 1 de noviembre de 2015

(Feliz día de todos los santos o día de muertos. Siempre los confundo)