Los personajes de Dragon Ball y Naruto no me pertenecen. Son obra y creación de Akira Toriyama y Masashi Kishimoto respectivamente.
33. La habitación del tiempo
Pasado el mal trago de los primeros días, Sakura se hizo a la idea sobre su estadía por dos años en aquel maldito lugar. No había forma de salir hasta que se cumpliera el plazo estipulado, por lo que, entre quedarse sin dirigirle la palabra a Goten por más de setecientos días, o aprovechar el tiempo para entrenar y fortalecerse física y mentalmente, optó por lo segundo como una opción más sana y favorable.
Al principio le fueron encomendados ejercicios de meditación y respiración, ni más ni menos. Lo consideró demasiado simple, incluso para comenzar, pero al notar lo tortuoso que le resultaba ingresar una simple bocanada de aquel enrarecido aire a sus colapsados pulmones, concedió la razón a su mentor: debía aprender a respirar primero. Eso, y a mantener la mente en blanco.
―¿Pero cómo quieres que mantenga la mente en blanco si me cuesta tanto respirar? ―Protestó durante el desayuno, arrugando la cara tan pronto probó su amarga sopa de miso.
Goten peló los dientes. Retiró su tazón al ver signos de sufrimiento en el rostro de la pelirosa. Prefirió tomar una rebanada de pan y untarla con mermelada de frambuesa.
―Ese es el punto. Cuando puedas respirar sin ahogarte, pondrás tu mente en blanco sin notarlo. Primero tu cuerpo debe adaptarse. Luego, podrás sentir mejor tu propia energía y la que te rodea. ―Se detuvo al apreciar confusión reflejándose en sus grandes ojos verdes―. Espera, ¿nunca te enseñaron a meditar? Kakashi sensei, Tsunade-sama, en la escuela… ¿nada?
―Ehhh… nop, jamás. Y no, no íbamos a la escuela, Goten. Íbamos a la academia ninja. ―Contestó, al tiempo que hacía su tazón a un lado de forma disimulada. Su miso daba asco―. En la academia teníamos algunas clases solo para kunoichis, como la de arreglos florales, por ejemplo. Ino era la mejor en eso. A veces hacíamos ejercicios de relajación. Cerrábamos los ojos, inhalábamos y exhalábamos. Una vez me quedé dormida. ―Dio un sorbo a su té verde, con lo que pasó el desagradable sabor de la sopa―. Eso debe contar para algo, ¿no?
―Para nada.
Una vena brotó en la frente de la chica. Decidió, no obstante, confiar a plenitud en la guía de Goten, así que se avocó a seguir sus instrucciones y continuó sus ejercicios de respiración y meditación, logrando los primeros resultados al cabo de una semana cuando al fin fue capaz de inhalar y exhalar aire con tranquilidad sin desmayarse en el proceso.
―Perfecto, así se hace. ―La felicitó Goten, complacido al notar cómo el sereno rostro de la kunoichi no desprendía ni una gota de sudor.
Ella, sentada en posición de flor de loto, abrió los ojos y le devolvió la sonrisa.
―Creo que empiezo a entenderlo. Ahora sí que logro concentrarme lo suficiente como para no pensar en nada por momentos.
―Entonces ya va siendo hora de pasar al siguiente nivel. ―Replicó, sentándose frente a ella con la misma postura de piernas cruzadas―. Es hora de que aprendas a sentir mi presencia.
―¿Tu ki? Pero ni siquiera soy un ninja de la clase sensor. No soy capaz de percibir el chakra, ¿y me pides que salte varios pasos para empezar de una vez con el ki?
Ignorándola del todo, Goten acunó sus manos para formar entre ellas una pequeña esfera dorada de ki del tamaño de un limón. La aproximó a Sakura, cuyos ojos resplandecieron cual esmeraldas al posarse sobre la fuente de energía, pero esta se desvaneció tan pronto fue traspasada a sus palmas.
―Debí imaginarlo. ―Un chasquido de lengua denotó la decepción del saiyajin. Lejos de rendirse, creó una esfera nueva, idéntica a la anterior―. Acerca tus manos, rodéala justo como yo lo hago.
―¡Hai!
Sakura siguió sus instrucciones al pie de la letra. En esta ocasión, la diminuta bola de ki no desapareció, pero fue porque Goten cubrió las manos de la kunoichi con las suyas, manteniendo así la estabilidad de la energía desde afuera.
―Y dime, ¿qué sientes?
Sakura quedó muda. No sabía cómo describirlo. Al principio pensó que era como tener la llama de una vela entre manos, pero el calor que emanaba el ki no quemaba ni lastimaba: era tenue, tibio, agradable y, de alguna manera, reconfortante. Los diminutos vellos de sus delgados antebrazos se erizaron. Sus pupilas se dilataron. El corazón se le aceleró. Tuvo que sacudir la cabeza y reprenderse a sí misma tan pronto notó que la cara le hervía y su mirada se perdía más de la cuenta en el atractivo rostro de Goten.
―No-no está mal, su-supongo…
El saiyajin largó una extensa carcajada que enrojeció todavía más a la kunoichi. Las risas, no obstante, se fueron aplacando de a poco, y la expresión de Goten se fue tornando severa.
―El ki no es tan simple como parece. Va cargado de intenciones y emociones. Es diferente y único para cada quien. El entrenamiento mental es importante, porque sentir la energía de tu oponente es clave durante una pelea, pero si no aprendes a controlar tus propias emociones, el ki de tu enemigo podría aplastar tu espíritu por completo. ―Por un breve instante, Sakura pudo notar cómo las manos de Goten se empuñaban con fuerza al tiempo en que su piel se erizaba―. Si algún día llegas a enfrentar a un ser muy perverso… bueno, no será nada agradable lo que sentirás en tu cuerpo. Si el terror se apodera de ti, estarás perdida. Deberás sobreponerte a eso y pelear de todas formas lo mejor que puedas. ―De repente se llevó una mano a la frente y peló los dientes en clara señal de arrepentimiento―. ¡Ah, disculpa por distraerte con tonterías! Creo que hablé de más. En fin, me parece que ha sido suficiente por hoy. Desde mañana empezaremos con tus primeros ejercicios sobre la percepción del ki.
El saiyajin se puso en pie de un salto. Comenzó a caminar con las manos tras la nuca en dirección al solitario edificio en la sala, cuya entrada era custodiada a cada lado por un reloj de arena verde gigante.
―¡Oye, espera! ―Llamó ella con fuerza, llegando a sobresaltarlo―. No creo que sean tonterías. Todo lo que puedas explicarme será de utilidad. La verdad es que yo… ―Un nudo se le formó en la garganta. No quería preguntarlo, pero tampoco podía ocultarlo por más tiempo―. Goten, tú… ¿alguna vez has tenido miedo y no has querido pelear?
Él la observo largamente, con sus profundos ojos de infinita negrura. Asintió despacio, avergonzado por tener que admitirlo. No quería que ella pensara en la posibilidad de que podría retractarse de una batalla y abandonarlos.
―El ki de Cooler era espantoso. Sentí que mi pecho se congelaba, y de alguna manera, me contagió del dolor y el desespero de quienes murieron en sus manos. Algunos somos más sensibles que otros. El ki de ciertos monstruos puede afectarte de maneras que no te imaginas. Va mucho más allá de lo que podrías sentir si vieras algo horrible. Aunque el de Majin Boo era…
Calló en seco. Quiso reanudar su marcha, pero Sakura lo sujetó a tiempo por la manga larga azul de su uniforme para impedírselo.
―Quiero verlo. ―Exigió con el ceño fruncido.
―¿¡Qué!? ¿¡Acaso te has vuelto loca!?
―No, lo digo muy en serio. Tarde o temprano aprenderé a sentir la energía de mi oponente, así que cuanto antes comience a hacerme a la idea, será mejor.
Goten lo pensó por unos cuantos segundos que se antojaron siglos. La tensión era tal, que Sakura sintió como si la gravedad se multiplicara y comprimiera sin clemencia sus vértebras. Hizo un gesto para que ella se acercara, y tras ello, posó una mano sobre sus cabellos rosas.
Entonces Sakura fue transportada a los recuerdos de Goten en un abrir y cerrar de ojos.
―¿Y ahora qué vamos a hacer? ¡La fusión se nos ha terminado! ―Protestó el pequeño Trunks de tan solo ocho años de edad.
―¿Moriremos ahora que ya no tenemos poderes? ―Replicó Goten en tono quejumbroso.
Sakura supo identificarlos sin el menor inconveniente. Le causó cierta gracia que la ropa de Goten era la misma que usaba ahora siendo adulto, pero el detalle quedó en anécdota cuando reparó en el aspecto de ambos infantes: mandíbulas apretadas, ojos explayados, frentes brillantes en sudor. Las manos, empuñadas a ambos costados, temblaban apenas al unísono con sus piernas; estaban en alerta, preparados para la pelea; pero, por sobre todo, estaban aterrados.
―Argh, nos va a matar, ¡demonios, no es justo! ¡Y eso que aún somos unos niños!
El rostro de Goten se contrajo en pena y pavor, desprovisto de cualquier atisbo desafiante o ademán de oponer resistencia.
―Yo… ¡no quiero que me maten!
Fue cuando Sakura atinó a darse vuelta. Una punzada glacial atravesó su pecho, congelando su aliento y la sangre en sus arterias. El terror más puro y primitivo atenazó su corazón: se encarnaba este en un horrendo monstruo musculoso y rosado de tres metros de alto; de ojos negros, con pupilas rojas y brillantes; cuello grotescamente ancho, salpicado en palpitantes venas; cabeza ladeada, coronada en asquerosos orificios que exudaban hirviente vapor; y una ancha sonrisa demencial, adornada en largos colmillos. Como dijera Goten, la presencia del abominable ser aplastó por completo su espíritu.
Porque no se limitó a la ya repulsiva imagen de aquel demonio rosa forjado en magia, imbuido en maldad irracional, dotado con la mentalidad de un niño perverso, demente y carente de empatía; sino que también era su ki, que Sakura podía sentir impregnando a su propia alma, devorando su humanidad, su cordura, sus ganas de vivir. No se trataba de la simple visión de memorias pasadas desde una perspectiva privilegiada. Sakura entendió que, en esa dimensión, plano o la mierda que fuera, podía sentir en carne propia la espantosa presencia de Majin Boo con todo lo que ello implicaba.
La kunoichi largó un sonoro chillido. Sintió que su corazón chocaba con inusitada violencia contra sus costillas. Exhaló de golpe todo el aire que se heló dentro de sus pulmones por la eternidad que duró la deleznable experiencia. Agitó la cabeza, como si con ello pudiera desasirse de aquella aborrecible energía que reptaba por su piel y masticaba sus huesos, solo para encontrarse con Goten llamándola repetidas veces por su nombre, destilando preocupación en sus facciones mientras la sostenía por los hombros.
―¡Ah, qué estúpido soy, sabía que no debía dejarte ver eso! ―Exclamó arrepentido. Dejó de sacudirla cuando ella le sujetó por las muñecas y sus miradas conectaron, haciéndole saber que había vuelto en sí.
―Go-Goten, yo… yo no sabía, yo… ―Gimió despacio, hasta que se quebró y no pudo contener más las ganas de llorar. Se fundió con él en un abrazo, enterrando el rostro en su pecho al tiempo en que sollozaba―. Yo no sabía. Lo siento, lo siento mucho, Goten. Yo no sabía que tuviste que…
El saiyajin la separó de sí, negando con la cabeza y enseñándole una tímida sonrisa que pretendía restar importancia.
―Tengo mucha hambre. Quisiera comer algo de lo que tú me cocines, Sakura.
La kunoichi enjugó sus lágrimas. Estiró un brazo para alcanzarlo, pero fue en vano, pues él ya había emprendido su camino de retorno hacia la entrada con los relojes de arena. Divisó el kanji "tortuga" en la espalda de aquel entrañable dogi naranja. Ahora más que nunca, si es que cabía lugar para ello, Sakura quería seguirlo.
Entonces su madre la despertó de su ensueño. Durante la hora de descanso, se sentó junto a un montón de tablones de madera apilados, y entre el calor y agotamiento de la faena, cayó rendida.
― Te traje kare raisu que sobró de ayer ―dijo Mebuki Haruno al tiempo que le tendía un bentō lleno de fideos con curry―. Sé que no son tus favoritos, pero prometo que el postre está mucho mejor.
―Muchas gracias, mamá…
―Debo irme a atender a tu padre. Nos vemos más tarde.
La mujer se retiró transitando el polvoriento camino de tierra, desapareciendo de la vista tan pronto bordeaba el cerco de dos metros de alto que delimitaba la zona de construcción.
Había transcurrido poco más de un mes desde aquel fatídico día que cambió al mundo de los terrícolas por siempre. La vida en Konoha se iba retomando de a poco, si bien la aldea era un espejismo de lo que alguna vez alcanzó a ser antes de la invasión de Pain, mucho más parecida ahora a aquel primitivo y hasta salvaje conglomerado de clanes que, entre maleza, sangre y tierra, fundaron la hoja bajo el proyecto de nación militar concebido por Hashirama y Madara.
Los daños materiales, grotescamente incalculables, palidecían, no obstante, frente a las miles de vidas perdidas. Gran parte de la población civil pudo ser evacuada a tiempo; por otro lado, más de la mitad de los ninjas en servicio fallecieron, la mayoría de ellos, aplastados bajo los crueles y descarnados efectos gravitatorios del Shinra y Chibaku Tensei que apenas dejaron cuerpos para llorar.
Un increíble giro en los acontecimientos, permitió que muchos pudieran salvarse gracias a la intervención de Konan y su maravilloso ninjutsu de papel. La kunoichi se transportó a Konoha tan pronto entendió que Nagato estaba siendo manipulado como una marioneta por aquel maldito y enloquecido Dios. Para desgracia de ella, su amigo de la infancia no soportó el desgaste indiscriminado en manos de Rō, quien lo rompió sin remordimiento como a un viejo e inservible juguete una vez drenó su última gota de chakra.
Sakura no habría podido concebir, ni en sus más retorcidas alucinaciones, que algún día contraería tamaña deuda y reconocimiento con Akatsuki, o al menos, con uno de sus miembros, pues gracias a Konan, pudieron sobrevivir su madre y la mayor parte de su padre entre decenas de otras personas. Sí, las graves heridas de Kizashi Haruno acabaron por siempre con sus días como ninja, no así con su inagotable buen humor y visión optimista de la vida.
Sin embargo, Haruno no tenía más que estar agradecida, ya que otros como Chōji, perdieron a su padre. Ni hablar de Kiba, sumido en la indescriptible tristeza de no contar más con Tsume y Hana, su madre y hermana mayor. De hecho, tal era la desgracia de Inuzuka, que de no ser porque aún contaba con su mejor amigo Akamaru, habría terminado traumado si se consideraba también la muerte de Shino Aburame, su querido compañero de equipo.
―Tengo mucho por lo que estar feliz… ―murmuró, sosteniendo los palillos con dedos temblorosos; el semblante era demacrado, y las ojeras inmensas hundían su deslucida mirada verde. Consideraba un gran insulto para con los demás tan siquiera mostrarse desconsolada o débil. Trabajaba cada día hasta la extenuación para mantener su mente ocupada y contribuir a la pronta restauración de la aldea―. Yo no he perdido tanto, ¿cierto? Yo estoy mejor que muchos…
Cuando al fin abrió el bentō, su cara se contrajo en un rictus de dolor tan pronto descubrió que el postre era daifuku de fresa. Mordió su labio inferior con fuerza, casi hasta lastimarse. Colocó de nuevo la tapa del envase, sin hambre. Cinco kilos de peso menos en el último mes, eran signo inequívoco de su inapetencia.
―Ya va agarrando mucho mejor aspecto todo esto ―comentó Tenten, tomando asiento en el suelo junto a Sakura, dispuesta a desempacar su almuerzo al igual que Shikamaru―. Unas semanas más y habremos finalizado con todas las casas de este sector.
―Habría sido problemático avanzar tan rápido sin la ayuda de los ninjas enviados por las demás aldeas, en especial por parte de Suna.
―En eso tienes razón, Shikamaru.
―Por cierto, ¿qué trajiste hoy?
―Veamos… tengo ceviche de caballas, arroz y… un poco de wakame ―finalizó con una mueca de poco agrado―. ¿Y Tú?
Los pequeños y aburridos ojos de Nara emitieron un fugaz destello al posarse sobre el almuerzo de la kunoichi.
―Sukiyaki de ternera, la especialidad de mi madre. Créeme cuando te digo que no venden uno así por acá. Mucho menos ahora, o bueno, tú me entiendes. En fin, ¿quisieras cambiar?
―¡Por favor!
Era un ganar ganar. Shikamaru obtenía su platillo favorito, mientras Tenten se hacía con algo caliente mucho más de su gusto.
―¿Has visto lo mucho que han avanzado en el sector sur? ―Prosiguió Nara, despegando los palillos, embelesado en los brillantes pescaditos acompañados de pesto de algas―. Es increíble considerando que fue la zona más afectada. Bueno, si tomamos en cuenta que Naruto y Lee trabajan allí, creo que era de esperarse. Esos dos tienen energía para regalar, sin mencionar los clones de Naruto que aceleran por decenas el progreso de la obra.
―Sí, pasé por allí. Después de todo, en esa zona se encontraba el complejo Hyūga. Neji también le ha puesto mucho empeño. Aunque en el caso de Lee y Naruto, creo que la cosa es diferente. Diría que prefieren mantener la mente desconectada. La muerte de Iruka sensei y Konohamaru fueron demasiado. Y bueno, también está lo de… lo de Gai sensei…
La frase final de Tenten fluyó como un hilo. Hizo ademán por contener una mueca de pena que su rostro fracasó en disimular. Giró la cabeza y parpadeó varias veces para evitar que las lágrimas empezaran a desbordar. Shikamaru recordó las terribles semanas de duelo que vivió tras el asesinato de Asuma, así que empatizar con ella le era instintivo, casi implícito.
―Disculpen… ―Se excusó Sakura, poniéndose de pie y dejando el bentō en el piso.
―Espera, ¿a dónde vas? ¿Pasó algo malo? ―Preguntó Shikamaru.
―No es nada, descuiden. Creo que el calor me sofocó un poco. Iré a dar una vuelta, ya vengo.
Ambos intercambiaron miradas desconcertadas cuando veían cómo la kunoichi abandonaba la zona de obras. La tímida sonrisa que les enseñó antes de retirarse era, a toda luz, fingida e incómoda.
Sakura bordeó la enorme cerca, y marchó sin rumbo hasta llegar a los amplios callejones del centro de Konoha, donde ya empezaban a instalarse algunos puestos de comida en una remembranza, todavía distante, de lo que fue el ajetreado comercio de la aldea. Ichiraku ramen fue, por cierto, el primer negocio en reinaugurar.
―Buenos días, Sakura. ―Saludó el viejo Teuchi con su característica sonrisa de oreja a oreja―. ¿Cómo van los trabajos? ¿Se te ofrece un tazón de ramen?
―Bu-buenos días, pero no, gracias. Debo volver a las labores en unos minutos.
―Si quieres podemos servirte para llevar. ―Insistió Ayame, la hija del dueño.
―Se los agradezco, pero en serio no puedo. Además, comí hace solo un momen…
¡Ding ding! ¡Ding ding!
El tintinear de una campanilla la interrumpió en seco. Era un gato gordo y naranja con un cascabel en el collar, que se refregaba cariñosa y reiteradamente contra sus piernas.
―¡Al fin apareciste, Tora! ―exclamó Ayame, retirando su delantal y rodeando el mostrador a toda prisa para tomar en brazos al felino atigrado―. Sabía que volverías en cuanto sintieras hambre. ¿Tuviste muchas aventuras?
El gato no hacía más que maullar y restregar su cabeza contra el pecho de la muchacha, con lo cual el cascabel no paraba de sonar, generando un interminable y lejano eco dentro de la cabeza de la kunoichi que veía absorta la escena.
―Vas bien, pero continúas usando demasiado tus oídos ―dijo Goten mientras retrocedía fuera del alcance de Sakura. Llevaba un cascabel atado a su cinturón azul, el cual tintineaba cada vez que daba una zancada hacia atrás.
―Claro, es fácil para ti porque no llevas una venda en los ojos como yo ―protestó con las manos al frente, caminando a tiendas. Se la veía frustrada―. Te crees la gran cosa por copiar los métodos de entrenamiento de Kakashi sensei.
―¿De Kakashi sensei? ¡Ah, lo dices por el cascabel! Bueno, la verdad es que yo aprendí a sentir el ki junto a mi hermano Gohan cuando entrenábamos para el torneo de artes marciales, pero tenía muchos detalles por pulir. Fue mi padre quien me enseñó el resto con este pequeño truco. Creo que así fue como lo practicó él cuando era niño.
La kunoichi se detuvo en el acto. Algo no coincidía. Arrancó con rabia el pañuelo que cubría su visión. Juraría que el sonido del cascabel provenía del frente, pero resulta que la voz de Goten se proyectaba desde varios metros a su espalda.
―¡¿Se puede saber qué demonios estás haciendo allá?! ―gruñó con los dientes pelados y una gran vena palpitando en su frente.
―Te dije que confías demasiado en tus oídos. Te estás concentrando únicamente en el sonido de mi voz y el de esta cosa en lugar de mi ki ―contestó, enseñando la campañilla suspendida en un hilo que sujetaba entre su dedo índice y pulgar. Entonces Goten, con su extrema velocidad, apareció de la nada junto a Sakura sin hace el menor ruido.
―¿Có-cómo hiciste eso?
―¿Qué cosa?
―Moverte de esa manera sin que el cascabel suene…
―Ah, eso es parte del ejercicio, y a ti también te tocará hacerlo. Tendrás que aprender a no realizar movimientos innecesarios, con lo cual no debería sonar. ―Con una sonrisa, le extendió la pequeña campanilla a la kunoichi a cambio de su pañuelo―. Ahora lo haremos al revés. Seré yo quien deba atraparte con los ojos vendados, mientras que tú tratarás de alejarte lo más rápido que puedas haciendo el menor ruido posible.
Con una mueca de poco convencimiento, ella recibió el cascabel y lo ató a su cintura. El sigilo era la naturaleza del ninja, su zona de confort: infiltrarse sin ser visto; cortar unas cuantas gargantas entre las sombras cuando la situación lo ameritaba; entrar y salir con la recompensa entre manos, dejando el escenario tras de sí lo más parecido a como se encontraba desde un inicio. Ese tipo de cosas. No obstante, por algo el shinobi ostentaba el calzado y uniforme táctico que le caracterizaba, y un cascabel suspendido de un hilo, en definitiva no formaba parte del tal indumentaria. Goten no era precisamente sigiloso, más bien lo contrario, pero de alguna manera, era capaz de moverse a gran velocidad sin que la endemoniada campanilla emitiera sonido; de allí que la localización de su voz no coincidiera, engañando a la pelirosa.
―Bien, aquí voy.
Sakura comenzó a correr con grandes zancadas en dirección opuesta, para después saltar en zigzags de un lado a otro con la finalidad de desorientar al saiyajin. Estaba mucho mejor adaptada a la gravedad aumentada de la habitación del tiempo, si bien le bastaban unos pocos movimientos para que el sudor mojara su rostro y su respiración fueran jadeos. Cuando hubo de tomar una distancia importante, giró la cabeza para ubicar a Goten: tamaña fue su sorpresa al verlo desvanecerse para luego aparecer con un zumbido frente a ella, cortándole el camino y extendiendo una mano para tocarla al tiempo que sonreía con la travesura de un niño.
―¡Hyaaaa! ―Chilló la kunoichi, cayendo de culo al frenar en seco. Giró y se arrastró unos cuantos metros a cuatro patas hasta que pudo reincorporarse para escapar corriendo en sentido opuesto.
¡Ding ding! ¡Ding ding! ¡Ding ding!
A Sakura no le importaba, en lo más mínimo, emular el sigilo y la delicadeza de un elefante danzando dentro de una pequeña tienda de cristales. Su único objetivo era impedir que Goten la alcanzara, por lo que empezó a soltar los pocos clavos makibishi de metal guardados en su bolsa porta armas para retrasar a su perseguidor. Pero sus ojos se abrieron como platos al ver cómo el saiyajin saltaba, mediante una voltereta, sobre las infames tachuelas, objetos inanimados carentes de energía que, se suponía, no debía ser capaz de percibir.
―Necesitarás algo mejor que eso para detenerme. Además, estás olvidando el principio de este ejercicio…
―¡Ya cállate! ¡Shannarooo! ―Esta vez, extrajo un kunai de la funda ceñida a su muslo y lo arrojó―. ¿¡Pero qué mierda!? ―gritó al ver cómo el chico, a modo de tijera, capturaba el cuchillo entre su dedo índice y medio―. ¡Estás haciendo trampa! ¡Puedes ver a través de esa maldita venda!
¡Zip!
De nuevo Goten se esfumó y apareció en el camino de la kunoichi, quien debió frenar de forma abrupta su veloz carrera para no estamparse contra la espalda de él. La goma de sus sandalias chilló con el violento roce sobre las blancas cerámicas de la habitación, llegando a dejar un par de sendas marcas negras tras de sí.
―¿En serio? ¿Y cómo explicas que sé que estás sosteniendo una bomba de humo en tu mano derecha?
Aquí fue cuando la cabeza de la kunoichi estalló. Aun si la venda fuera transparente, Goten le daba la espalda. No solo eso, ¡supo cuál objeto estaba agarrando con la mano que todavía tenía dentro de la jodida bolsa!
―¿Có-cómo lo haces? ―musitó, dejándose caer sentada, derrotada. Sus mejillas se encendieron cuando el saiyajin se puso de cuchillas frente a ella, muy de cerca, y le tocaba la frente con un dedo a manera de confirmar su victoria.
―Descuida, tú también lo podrás hacer. Recuerda que apenas estamos empezando ―dijo mientras se quitaba la oscura venda del rostro―. No es solo sentir tu chakra lo que yo hago, Sakura. Te siento a ti, tu presencia, incluso tus intenciones justo antes de iniciar el próximo movimiento. Tengo en mi mente una imagen tuya a la que puedo ver incluso cuando no cuento con mis ojos.
―Es tan difícil de imaginar. Diría que estás loco de no ser porque te conozco. ―Soltó un bufido que entremezclaba exasperación con desilusión―. ¿En verdad crees que yo podré aprender a hacer eso? Me parecen conceptos muy complicados. Apenas puedo entenderlos.
Goten no respondió. Todavía de cuchillas frente a ella, se limitó a señalar con un pulgar a lo que estaba tras él. Sakura se inclinó a un lado para tener noticia de lo que sea que estaba queriendo enseñarle; tardó unos segundos en comprenderlo, hasta que sus ojos verdes se abrieron de par en par cuando al fin lo asimiló.
―Exacto. La entrada a la habitación está muy lejos; tanto, que apenas se pueden ver esos enormes relojes desde acá. En tan solo unos instantes, pudiste alejarte todo el camino hasta donde nos encontramos. Eso es un gran progreso si consideramos que, al inicio, luchabas con tan solo respirar.
―Pu-puede que tengas razón. ―La kunoichi intentó levantarse, pero sintió que el entorno le daba vueltas y la visión se le tornaba borrosa, cayendo sentada.
―No te apresures. Aunque has mejorado bastante, todavía no estás completamente acostumbrada a este lugar. Hay poco oxígeno, y hace demasiado calor.
El saiyajin, aun agachado, se giró para invitarla a subirse a su espalda y llevarla de caballito. Ella no se encontraba en condición de protestar o sacar a relucir su orgullo, así que, aceptando la oferta, rodeó con los brazos y las piernas el cuello y cintura de Goten respectivamente. Se levantó con ella a cuestas y emprendió marcha de vuelta a la entrada, hablándole con animosidad sobre las cosas deliciosas que iban a comer. Si bien no le quedaban ni la mitad de buenos que a Milk, explicó que iba a preparar su postre favorito para degustar cuando terminaran con el almuerzo.
―En serio extraño la comida de mi mamá. Apuesto a que también te encantaría probarla. ―Su voz se tiño de nostalgia. Por un segundo se imaginó a sí mismo sentando en el comedor de su casa, repleto este de innumerables platillos, algunos típicos de la montaña Paoz. Una sonrisa alegró su semblante con la nítida imagen de su padre y Gohan tomando asiento para comenzar, al tiempo que Milk traía el platillo final y lo disponía al centro de la mesa. ―Espero te guste el daifuku de fresa. Es mi favorito.
Un leve toque en su hombro, plantó de golpe sus pies en la tierra.
―¡Sakura! ¡Hey, Sakura! ―Gritó Naruto, observándola consternado―. ¿Estás bien?
La kunoichi sacudió la cabeza. Los recuerdos desfilando por su obnubilada mente, velaron sus erráticos pasos, conduciéndole a un cruce fortuito con su compañero de equipo quien recién terminaba sus labores de construcción.
―Na-Naruto, yo… solo estaba distraída, lo siento.
―Eso parece…
A ambos se les notaba cabizbajos, exentos de aquella vitalidad que atraía miradas y causaba dolores de cabeza por el barullo que con tanta naturalidad armaban. No se debían ni media explicación. Todavía dolía mucho.
Comenzaron a caminar juntos. El silencio, más que incómodo, resultaba contemplativo, casi reflexivo. Se limitaban a observar el incipiente retorno a la normalidad de Konoha, reflejado en los niños que intentaban alcanzar a un despreocupado gato caminando por el borde de una elevada cerca de madera, o el par de ancianas que conversaban con sus bolsas de mercado, camino de regreso a casa. Entonces pasaron frente al terreno que una vez fue el campo de entrenamiento del equipo siete, y en una tácita consonancia de acciones no pactadas, se encontraron adentrándose a este.
Hasta hace poco no era más que un erial triste y baldío; surcado en zanjas, parcheado en hoyos y escombros; heridas que, el arduo trabajo de algunos ninjas, se encargó de sanar con la limpieza y nivelación del terreno. Ahora el campo de entrenamiento se extendía liso y uniforme, con hileras de arbolitos recién plantados para sustituir el frondoso y verde follaje que fue arrancado por el jutsu gravitatorio de Pain. Muy al fondo, en la esquina más apartada del sector, se erigía solitaria La Piedra de los Héroes, monumento hexagonal de mármol negro en cuya brillante superficie, se tallaban los nombres de aquellos shinobis caídos en combate.
Parada a un costado del fúnebre pedrusco, se hallaba una alargada figura de cabellos plateados con la que Naruto y Sakura se familiarizaron.
―Kakashi sensei ―dijo Uzumaki en voz baja.
El jōunin guardó silencio por unos segundos que duraron un siglo, enfocado siempre en la oscura piedra mortuoria que, para infortunio suyo, grababa el nombre de tantos conocidos.
―Sakumo Hatake, el "Colmillo Blanco" de Konoha. Si mal no recuerdo, fue la primera vez que me interesé por visitar este lugar. ―Los chicos tragaron en seco. Por el apellido, debía tratarse del padre de Kakashi―. Al principio no comprendía qué hacía él acá. Quiero decir, no murió en combate, en el frente de batalla. De hecho, para ser sincero, me sentía muy avergonzado al respecto. Fue demasiado tarde cuando vine a entender que era tan héroe como cualquiera, pues sus principios salvaron bastante espacio en esta piedra. Por el contrario, yo fui tan necio, que conseguí que Obito y Rin se ganaran su lugar aquí. ―La voz se le tornó blanda, impregnada de un tono compasivo que distaba de su característico aire tedioso y huraño―. Minato Namikaze, "El Relámpago Amarillo de Konoha", mi sensei… bueno, él fue un caso diferente. Podría decirse que yo ya era otro, aunque no por eso fue menos doloroso, tal y como vino a recordármelo Gai con su noble sacrificio. Nunca se deja de aprender algo. Nunca deja de doler.
Naruto bajó la cabeza, aplastado por recordar con tristeza a quienes ya no estaban. Iruka sensei, Konohamaru, Shino, y por supuesto…
―Kakashi sensei, ¿usted está…? ―Solo Sakura vino a notar que todos los nombres mencionados por el jōunin, estaban grabados, entre otros cientos, en la cara frontal del monumento. El detalle es que él permanecía con su atención clavada en un costado, así que cuando la kunoichi se puso a su lado, soltó un jadeo mientras sus ojos verdes se desorbitaban.
Naruto imitó a su amiga. Quedó pasmado al descubrir que el interés de su sensei reposaba en una placa fría, negra y lisa en ausencia de tan siquiera una solitaria letra. No estaba viendo nada.
―Entonces, si ya creía saber lo suficiente, me pregunté por qué no estaba él. ¿Por qué no está su nombre por ninguna parte? ¿Por qué el consejo de ancianos, en una votación de dos contra uno, decidió que "Son Goten" no debía aparecer en esta piedra?
―"Porque no era un shinobi", o al menos, eso fue lo que dijeron.
La voz de Kurenai llamó la atención de Naruto y Sakura. Iba vestida de civil, con un sencillo kimono lila sin estampados que apenas marcaba su pequeño vientre de algunas semanas de embarazo. Llevaba entre manos un par de pequeños ramos de lirios blancos, comprados en la florería Yamanaka. Colocó uno al frente de La Piedra de los Héroes; el segundo, a los pies de ese costado vacío que en algún futuro también estaría repleto de nombres.
―Por supuesto. Él no era un shinobi ―declaró Kakashi. Su único ojo descubierto, translucía pena―. Él era solo un chico al que conocí de camino al País de la Olas, durante la primera misión del equipo siete fuera de la aldea. Era un poco torpe, bastante distraído… e increíblemente poderoso, como nada que jamás haya podido imaginar. Pero era noble, compasivo, y muy alegre. Y nos salvó a todos…
Sakura se quebró. Cayó de rodillas, abrazándose a sí misma entre un convulsionado llanto que, por días, atenazó con fuerza dentro de su pecho para no mostrar debilidad. No podía más.
―Basta, Kakashi sensei. No siga… ―sollozó la kunoichi con profunda aflicción.
Las empuñadas manos de Naruto no paraban de temblar. Los músculos de su contraída mandíbula saltaban en fasciculaciones. Lagrimas silentes desbordaban sus ojos azules y dibujaban dos brillantes hilos por sus mejillas.
―Esos vejestorios miserables… ¡Ahora mismo iré a la oficina de la abuela Tsunade! ¡Esto no se quedará así, dattebayō!
―No, no lo hagas. ―Replicó su amiga entre gemidos.
―Espera, ¿lo dices en serio? ¿¡Es que acaso no te parece una maldita injusticia todo esto!?
―Sakura tiene razón, Naruto. No vale la pena. ―Kurenai posó una mano en el hombro del rubio, intentando tranquilizarlo―. Claro que es injusto, pero eso es algo que lo tendría absolutamente sin cuidado. Goten cumplió con lo único que en realidad le importaba.
―Su nombre no está en esta piedra, ―continuó Kakashi―, sino en nosotros, en sus amigos, y en las personas del mundo al que tanto se esforzó por proteger. ―La máscara del jōunin se estiró sobre su sonrisa―. Viéndolo de esa manera, creo que él estaría bastante satisfecho.
La cara de Naruto se contorsionó, incapaz de reprimir la insondable tristeza que le abrumaba. Las lágrimas no paraban de correr por sus mejillas, como tampoco paraba de gruñir "mierda, mierda, mierda", temblando de impotencia, culpándose por no ser lo suficientemente fuerte. Razón no le faltaba a Kakashi, y todos allí lo sabían, aunque no por ello resultaba más fácil de asimilar.
Sakura incluso podía recordar con nitidez la vez en que conversaron al respecto.
Habían sido tres días consecutivos de entrenamiento muy duro. La habitación estuvo particularmente calurosa en esa ocasión, con temperaturas que rondaban los cincuenta grados centígrados, si bien, para ser justos, tales condiciones desaparecían al interior del edificio. Los músculos y huesos le dolían, pues las prácticas de combate cuerpo a cuerpo habían iniciado, y aunque Goten se contenía, defenderse de sus pesados golpes no era ningún juego: cada vez que la kunoichi bloqueaba con sus manos o antebrazos los puños y patadas de él, sentía que la fuerza del impacto le recorría hasta la médula ósea y repercutía en sus articulaciones. Sin embargo, estaba feliz: no había nada mejor que un buen descanso después del más brutal de los entrenamientos, lo que incluía un merecido baño con agua tibia para relajar su cuerpo magullado; comer hasta casi reventar; y dormir, dormir mucho. Esos tres pasos, en dicho orden, eran pilares fundamentales en el proceso de recuperación de Goten, por lo que se cumplían a cabalidad y ella así lo agradecía.
Recién habían terminado de engullir un banquete con enormes cantidades de arroz, carne de ternera, pollo, fideos soba, cerdo, y gran variedad de verduras salteadas. Luego, se quedaron en la mesa conversando durante varias horas, con la barriga a reventar y tomando el mirin que, se supone, debía ser para cocinar. La tolerancia al alcohol de ambos era pésima, por no decir nula, de manera que, por sugerencia de la kunoichi, abrieron la botella y bastaron unos cuantos tragos de aquel licor dulce de arroz con pocos grados para dejarlos ruborizados y riendo por la más nimia tontería.
―Entonces, cuando mamá se enteró que la señorita Videl era millonaria, preguntó a gritos para cuándo se iban a casar, ¡y mi hermano Gohan me escupió todo el arroz en la cara!
Sakura sentía un dolor terebrante en el pecho de tanto reír. Los ojos le brillaban como un par de piedras de jade por las lágrimas que amenazaban con salir. Por un lado, quería dejar de reventar en carcajadas, pero a la vez le era demasiado adictivo.
―Imagino la vergüenza que habrá sentido tu hermano. Apenas se estaban conociendo y tu madre sale con eso.
―En ese momento no le vi lo gracioso. De hecho, me entusiasmé con la idea de una boda. Ahora entiendo que no estábamos pasando un buen momento económico, por eso mi mamá insistía tanto con eso. A mí me decía que el día que escogiera a una chica para que fuera mi novia, debía asegurarme primero que tuviera bastante dinero.
Esta vez Sakura rio por lo bajo, sin mucho agrado, desviando la mirada hacia la botella de mirin para servirse el trago más grande de la noche y empinárselo de un sorbo.
―Bueno, en lo personal no creo que eso sea tan importante. Quiero decir, podrías conseguir a una chica de buena familia y con mucho dinero, pero quizá no tenga nada en común contigo, o no te agrade lo suficiente.
―Mi papá me dijo lo mismo.
―¿Lo ves? ―Expresó ella con una sonrisa.
―Sí. Él me dijo que lo más importante para escoger a una buena esposa es que sepa cocinar muy bien. Eso significa que la esposa ideal debe cocinar delicioso y tener mucho dinero, ¿cierto?
Un aura azul deprimente rodeó a la cabizbaja kunoichi. Ella era pobre y pésima cocinando.
―Etooo… ¿y ya la has conocido?
―¿Qué cosa?
―A una chica así. Adinerada y que sea excelente cocinera.
―Ummm, veamos… ―Goten se llevó una mano al mentón, conduciendo su mirada hacia el techo en actitud reflexiva―. Sí, en definitiva, Hinata cumple con esos requisitos.
―Ah, ya veo…
Y si Sakura ya se mostraba contrariada con tal declaración, nada pudo prepararla para lo que vino a continuación.
―Creo que el señor Hyūga quiere que me case con ella. Espera, ¿o era con Hanabi? En fin, lo olvidé. Lo cierto es que tienen una casa realmente bonita, ahora duermo bastante cómodo, y la comida sin duda es espectacular, aunque cuentan con empleados que la preparan, pero cuando el señor Hyūga se enteró de esto que te estoy contando, comenzó a ordenarle a Hinata que preparara algunos platillos de vez en cuando, ¡y la verdad es que sus postres son los mejores!
Sakura sintió un vacío helado en el centro de su tórax, de los que duelen y guardan estrecha relación con los despechos. Bajó la mirada, estiró el brazo en dirección a la botella ambarina y rellenó su vaso. Tan evidente fue su pesadumbre, que hasta el tarado de Goten tuvo noticia de ello.
―¿Pasó algo malo?
―No, ―hizo una pausa para beber, frunciendo el ceño cuando el ardiente líquido bajaba por su garganta―, no pasa nada. Te felicito.
―¿Pero por qué? Si a mí no me gusta Hinata.
―¿Eh?
―Me encuentro en una situación algo incómoda. Es más, tengo pensado hablar con el señor Hyūga y agradecerle por todo, pero dejarle en claro que no deseo ningún compromiso con sus hijas.
―¿Lo dices en serio?
―Sí, sé que es un poco drástico. Será decirle adiós a la comida y a mi nueva habitación. Sin embargo, será lo mejor. No quiero aprovecharme de la situación. Cuando entrene a Hanabi lo suficiente para que apruebe su examen jōnin, hablaré con él.
―¡No me refiero a eso, mono idiota! ―Exclamó, frustrada con lo distraído que era el saiyajin―. Me refería a lo… a lo de Hinata…
―Pues sí. Solo somos amigos.
Se creó un silencio largo e incómodo. Ninguno de los dos se veía al rostro, simulando una desmedida atención en los platos vacíos y las tenues luces del techo del comedor. Eso hasta que Sakura tomó aire, tragó en seco, y soltó:
―Goten, ¿a ti te gusta alguien?
―¿Eh? Bueno, la verdad es que… ―Entonces el chico se paralizó. Su oscura mirada se cruzó con la de Sakura, ruborizándose mucho más que por las copas que tenía encima. Esta vez fue él quien alargó una mano hacia la botella para servirse del licor―. Sí, ¡mejor dicho, quiero decir que no! Osea, sí que podría haber una, pero tú sabes que estoy demasiado ocupado entrenando y esas cosas. Quizá cuando lo logre y esté un poco más libre lo intente, o algo así…
Esto encendió más de una interrogante en la kunoichi, si bien lo último fue lo que secuestró con creces su atención. ¿Lograr qué? Goten era la persona más fuerte que había conocido, y dudaba seriamente que existiera alguien en el universo cuyo poder pudiera equiparársele, sin contar a Trunks. Él era, a día de hoy, muchísimo más fuerte que Cooler, quien se suponía un monstruo espacial que conquistaba planetas y aterrorizaba galaxias.
―¿Por qué sigues entrenado tanto? Quiero decir, ya eres lo bastante fuerte. ¿Es que no tienes suficiente con lo que has alcanzado?
El saiyajin se cruzó de brazos. Su semblante serio transmitía un dejo de incomodidad que tensó el cuerpo de la kunoichi.
―¿Sabes? Suelo imaginar cómo serían las cosas si jamás hubiera terminado en este mundo, y creo que, por varias razones, no sería la misma persona. ―Hizo una pausa que, de alguna manera, causó expectación y hasta temor en Sakura, pues no sabía con exactitud a dónde quería llegar―. Mi papá y el de Trunks estarían allí, entrenando como siempre. La Tierra se mantendría en paz, y quizá mi mamá me obligaría a retomar los estudios tarde o temprano. Pero acá las cosas son diferentes: nunca me perdonaría si algo les pasara a ustedes por no ser lo suficientemente fuerte. Debo protegerlos. Yo… debo protegerte, Sakura.
Lo último, apenas audible, fluyó de sus labios como un hilo. No obstante, la kunoichi lo escuchó a la perfección, sonrojándose a un extremo en que sintió cómo la sangre hervía de su cuello para arriba. Los sentimientos se sucedieron uno tras otro, finalizando en una aplastante vergüenza. Sus motivos para hacerse más fuerte, en cambio, eran demasiado egoístas.
―Goten, llevo un tiempo preguntándome, ¿por qué cuando nos encontramos con Sasuke y esa chica llamada Karin, no la trajiste contigo a la aldea? Sí, sé que ella dijo que estaba bien con su nuevo grupo, y tú respetaste su decisión. Eso hiciste, a pesar de que podrías no haberlo hecho, ¿cierto?
Él podría ser muy distraído con algunas cosas, a la vez que tremendamente perceptivo con otras. Eso pudo descubrirlo la kunoichi hace ya algún tiempo, por lo que su corazón se aceleraba en estas situaciones, atenta a la tontería o, por el contrario, desconcertante respuesta que pudiera ofrecer.
―Sakura, cuando termines tu entrenamiento conmigo, serás muy fuerte, de eso estoy bastante seguro. Tan fuerte, que podrás traer a Sasuke de regreso a Konoha, y supongo que todo será como era antes. ―Se llevó una mano a la nuca, sonriendo de esa manera reconfortante que a ella tanto le encantaba―. Después de todo, es por eso que estamos aquí, ¿no?
―Claro, es por eso.
Ella parpadeó repetidas veces, tan perpleja como culpable por partes iguales. Imposible, ya nada sería lo mismo, de la misma manera en que, por azares del destino, Goten tampoco lo era por haber llegado al mundo shinobi en lugar de haber permanecido en su hogar. ¿Y qué sería de ella si jamás lo hubiera conocido? ¿Cómo habría sido el curso de su vida y la de sus amigos sin la llegada de los saiyajins? Nunca podría saberlo, excepto por una cosa: Sasuke, de todas formas, habría elegido la senda de la venganza.
Recogió docenas de platos y los apiló en el fregadero, esto en tanto mil ideas revoloteaban por su mente. Ya los lavaría para mañana, ahora los párpados le pesaban demasiado. Se dirigió al baño para cepillar sus dientes, cruzándose de salida con Goten sin mediar palabra, quien ya venía de haber hecho lo propio. Cuando hubo de terminar, secó su rostro con una toalla, apagó la luz y se fue a la cama. Estaba agotada, y pese a ello, no dejaba de mirar la espalda del saiyajin, quien yacía dormido en el suelo sobre unas sábanas. Sí, la habitación del tiempo contaba con una sola cama, y al principio se indignó tanto, que entre gritos dejó muy en claro que sería ella quien la ocuparía.
―Goten, ¿estás dormido? ―Susurró en la oscuridad, recibiendo a cambio un balbuceo estuporoso―. Entrenamos muy duro en esta ocasión, y bueno, estaba pensando en que no sería justo que tengas un mal descanso, así que, por esta vez, si quieres puedes… bueno, ya sabes… hay espacio para los dos, creo que no habría problema en hacer una excepción…
No recibió respuesta. Estaba rígida, transpirando, con las manos empuñando la manta y los dedos de sus pies apretados hasta sentir calambres en sus plantas. Se levantó despacio, tomó por la muñeca al chico, y musitando suaves palabras, lo instó a levantarse para que subiera con ella. Él, en medio de un pesado sueño, atinó a hacerlo con la presteza de un sonámbulo, dejándose caer con pesadez sobre el colchón. Entonces la kunoichi rodeó la cama y se acostó del lado opuesto, dándole la espalda.
Pensó que el corazón le saldría por la boca cuando, en un momento dado, sintió el fuerte y tallado brazo del saiyajin rodeando su delgada cintura. Seguía dormido. Fue un reflejo. Sakura se imaginó en alguna oportunidad haciéndole una proyección de judo que lo estampara contra la pared si algo como eso ocurría, pero lo cierto es que no pudo. Se sentía bien. Era así como quería estar. Entrelazó los dedos de su mano con los de Goten, y al son de la respiración de él, se quedó dormida.
Despertaba entonces en la madrugada, como tantas otras. Su cama estaba fría y vacía. Las sábanas empapadas en sudor, producto de la febril exaltación de sus asiduas pesadillas. ¿Será que podría mantener de nuevo el sueño por al menos tres malditas horas seguidas? Era algo que tampoco podría saber, no en esta realidad donde Goten murió sacrificando su vida en aquella infernal batalla. Se giraba de un lado a otro y le era imposible no recordar las veces en que, después de entrenar, retozaban en la cama y perdían el tiempo hablando tonterías, riendo, haciéndose cosquillas, rodando sobre el colchón, besándose, haciendo el amor.
Sin acuerdos o conversaciones de por medio, guiados por la espontaneidad de sus instintos y querencias, la rutina cambió un poco. Entrenaban al borde de la extenuación; se bañaban, con frecuencia juntos, aunque a veces no aguantaban y lo hacían en la ducha; comían de todo, quedando satisfechos; se iban a la cama, manteniendo relaciones hasta caer rendidos, incluso si ya lo habían hecho cuando se duchaban. Y con eso eran muy felices.
―Sabía que aprenderías fácilmente a concentrar tu energía. ―Goten se dejó caer sentado en el impoluto piso blanco de la infinita habitación. Hacían alrededor de cuarenta grados centígrados, por lo que retiró la parte superior de su dogi y lo usó para secar el sudor de su frente―. Cada vez que fallabas un puñetazo y golpeabas el suelo, hacías un enorme desastre. Ahora es diferente. Puede que tus ataques se vean mucho menos espectaculares, pero te aseguro que ahora son bastante más efectivos y poderosos.
―¿Cómo estabas tan seguro de que no tardaría mucho en perfeccionarlo? ―La kunoichi imitó su gesto, tomando asiento al tiempo que se quitaba las coderas color rosa, los guantes y las sandalias para refrescarse un poco―. Sentir el ki fue lo que más trabajo me costó. A veces tengo pesadillas de solo recordarlo. Sin embargo, esto se me hizo muy simple, casi natural.
―Es que eres la mejor en el control del chakra. Lo supe cuando recién nos conocimos, la vez en que te vi subir árboles concentrando chakra en la planta de los pies. ¿Lo recuerdas? A Naruto y Sasuke no les fue tan bien.
La kunoichi abrió la boca para soltar una excusa, acostumbrada a que, por lo general, recibía reclamos y correcciones, no así en esta ocasión.
―Bueno, creo que es algo que se me da de forma espontánea. Iruka sensei decía que tenía una facilidad única para usar la cantidad justa de chakra en cada jutsu, ni más ni menos, sin desperdiciar nada o quedarme corta.
―Sí, pero por alguna razón, terminabas dispersando gran cantidad del poder de tus golpes fuera del objetivo. ―Explicó, con un índice en alto―. Eran fuertes, aunque demasiado vistosos, y no tan efectivos.
Ella entendía el punto. Canalizar y concentrar energía en la medida justa hacia cualquier parte de su cuerpo para fortalecerlo, era tarea fácil, un concepto ya asimilado, no tan así el regular lo que ocurría una vez dicho poder abandonaba sus puños.
―Creo que Tsunade-sama se saltó esa lección. ―Replicó entre risas―. Tú también desperdicias mucha de tu energía, mono sabelotodo. ¿O acaso no notas los terremotos cuando intercambias golpes durante tus locas peleas de extraterrestre?
―Quizá tengas razón. ―Admitió con una mano en la nuca y gesto divertido―. Pero, aunque no lo creas, también controlo lo mejor que puedo la cantidad de ki que utilizo. Supongo que no es tan sencillo para todos. Otros, en cambio, nacieron bendecidos.
La kunoichi no pudo reprimir una carcajada. Se sentía bien recibir halagos de vez en cuando. Por otro lado, resultaba impresionante la fuerza que tenía Goten, capaz de semejantes hazañas pese a que también concentraba su energía en cada ataque.
―Eso pensaba yo de ti. ―Giró la cabeza, avergonzada, incapaz de sostenerle la mirada―. "Claro, como es un saiyajin, todo es más fácil para él". Con el tiempo fui aprendiendo que, detrás de tus habilidades, hay incontables horas de entrenamiento y perfeccionamiento.
Goten negó con la cabeza. Puso sus manos al frente en gesto conciliador para restar importancia al asunto. Lo menos que necesitaba era afianzar los remordimientos de ella.
―Ya que lo mencionas, dijiste que no te costó mucho perfeccionar la concentración de energía en tus ataques.
―Sí, ¿qué hay con eso?
―La verdad es que aun te falta un poco. ―El saiyajin se levantó de un salto, y con una seña la invitó a hacer lo mismo―. Quisiera enseñarte un pequeño truco. Cuando lo domines, podrás considerarte una experta en el tema.
―¡Hai! ―La kunoichi contestó con entusiasmo. Tomó sus sandalias y guantes para colocárselos, pero él le indicó que no hacía falta, pues solo haría una demostración.
―Necesito que hagas un clon de sombra. Luego, que se ponga unos cuantos metros detrás de ti. Con eso será suficiente.
―No sé lo que estarás tramando, ―dijo con una sonrisa, formando el respectivo sello manual―, ¡Kage Bunshin no Jutsu! (Jutsu: Clon de Sombra)
¡Puff!
Se formó una nube de humo blanco que de a poco comenzó a dispersarse, develando tras de sí un clon perfecto de Sakura, el cual respetaba incluso las pequeñas modificaciones en la vestimenta de la original: sin guantes, sin coderas, descalza; si bien para el ejercicio en cuestión, no sería necesario replicar semejante exactitud. Haciendo caso a las indicaciones iniciales, el clon se colocó unos cuantos metros detrás de su creadora.
―A esa distancia está bien. ―Goten se acercó a la Sakura original. Extendió su brazo izquierdo, colocando los dedos índice y medio justo en el centro del esternón de la chica para asestarle un golpe de una pulgada.
―E-espera, no-no me has explicado en qué consiste la demostración… ―Tartamudeó con un dejo de temor.
―Confía en mí. Sabes que jamás te haría daño.
―¡Ja, sí claro! Entonces cuando hacemos prácticas de combate podrías ser un poco menos rústico con tus…
¡BAAM!
Los nudillos de Goten se plantaron con un golpe seco en el centro del pecho de la kunoichi, cuyos ojos verdes se desorbitaron por la acción inesperada. No obstante, lo que más sorpresa le causó fue que apenas sintió el sonoro impacto. Ni siquiera retrocedió un paso tras la acción, mucho menos sintió dolor. Mayor fue su asombro cuando, al darse vuelta, se encontró con una nube de humo blanco donde, se supone, debía estar el clon. En efecto, Goten la golpeó a ella, pero el daño lo recibió por completo la copia recién desaparecida.
―En un nivel más avanzado, serás capaz de transmitir tu energía más allá de donde aterriza tu ataque.
Sakura quedó muda. Le costaba encontrar sentido a lo que acababa de presenciar. De a poco, una sonrisa de entusiasmo estiró las facciones de su rostro sudoroso.
―¡Eso fue fantástico! No puedo esperar a dominarlo y enseñárselo al resto cuando regresemos, ¡shannarō!
En otras circunstancias, Goten la habría aupado por la motivación demostrada. No esta vez. Se mantuvo serio, en silencio, actitud que terminó por alertarla.
―Sakura, escucha con atención. Lo que te acabo de enseñar es una técnica muy peligrosa. Podrías terminar haciendo mucho daño si la aplicas de cierta manera. Ten en cuenta que también es posible dirigir tal fuerza al interior del oponente…
―¿Te-te refieres a sus órganos?
―Con tus conocimientos médicos, podría ser un arma letal. Confío en que lo usarás solo como último recurso.
Sakura sabía de jutsus que debían usarse con precaución, más que nada por el riesgo y desgaste que podían provocar en el usuario. El Byakugō no In (Fuerza de un Centenar), era un ejemplo de ello, pues almacenar y usar semejante cantidad de energía no era tarea fácil, de manera que el sello debía liberarse solo en situaciones muy especiales. Sin embargo, como shinobi que fue formada, jamás se le advirtió de evitar el uso de una técnica por lo perjudicial que podría resultar para su enemigo. Se le educó para el sigilo, la velocidad, incluso para sanar; pero, como base de todo, se le formó para asesinar.
―¿Y cuál debería ser el mejor momento?
―Cuando el enemigo no te de otra opción. ―Goten posó una mano en la cabeza de la pelirosa, sonriendo de una manera que la hizo ruborizar―. Cuando tengas que defender al inocente. A alguien valioso para ti.
Ella asintió en silencio. Mientras más lo conocía, más se convencía de que, tras el incompresible poder de Goten, había otras virtudes que admirar, incluso más difíciles de poner en práctica que las complicadas técnicas que le enseñaba.
No todo, eso sí, eran virtudes y grandes destrezas. En el tiempo que estuvieron juntos, descubrió también que él tenía sus miedos y debilidades.
Con frecuencia recordaba la vez en que lo vio por accidente rodeado de aquella aura roja de naturaleza mística e incomprensible. Irónico que, en su estado de mayor fortaleza, fue cuando también lo encontró más vulnerable y aterrado.
Sentía la cama extrañamente vacía. Todavía con los ojos cerrados, se dio vuelta y levantó una pierna para montarla sobre Goten, pero despertó al notar que, en su lugar, era una almohada lo que tenía bajo el muslo. Supuso que se levantó primero, y con algo de suerte estaría preparando algo para desayunar. Después de unos cuantos minutos de dar vueltas, donde cada doblez de las sábanas se sentía como importantes durezas del colchón bajo ella, aceptó que ya no podría conciliar el sueño y debía empezar su nueva jornada de entrenamiento.
Caminó al baño dando tumbos. Cepilló sus dientes, lavó su rostro y peinó su cabellera rosa para desasirse de la pereza, lo suficiente para que la imagen que le devolvía el espejo, no fuese la de una joven con los ojos hinchados y el pelo alborotado. Volvió al cuarto, abrió el armario y escogió un uniforme entre la docena de piezas idénticas que Kamisama les dejó para vestir.
Tampoco tuvo rastro de él cuando ingresó a la cocina. Se preguntó a sí misma si acaso había dormido tanto que Goten tuvo tiempo de preparar el desayuno, comer y lavar los platos antes de que ella despertara, todo sin dejarle nada. Pero algo le decía que no era el caso, así que se dirigió al único posible lugar donde podía estar, y una vez caminó entre los inmensos relojes de arena como columnas, se abrió frente a ella ese infinito espacio blanco que estaría vacío de no ser por el muchacho que meditaba en posición de flor de loto a unos metros de la entrada.
―Podías al menos avisar que empezaríamos más temprano hoy. ―Bufó mientras se ponía a la par del saiyajin, estirando los brazos para empezar a calentar sus articulaciones―. ¿Sabes? Tengo una corazonada. Creo que hoy será el día. ¿Qué dices si apostamos? Si consigo hacerlo, tendrás que darme ese garrote de mierda y te devolveré todos los golpes que me has dado estas últimas semanas. ―No obtuvo respuesta. La kunoichi alzó una ceja. Lo observó por largo rato, pero el silencio era absoluto―. Hey, ¿acaso me estás ignorando? ―Caminó con los brazos en jarra hasta posicionarse frente a él. Estaba con los ojos cerrados, meditando profundamente, ajeno a lo que ocurría en esa dimensión.
Fue entonces que Sakura notó cómo de apoco un aura tenue y blanca flameaba en torno a Goten. Sus ojos verdes se ampliaron y brillaron, abstraída con semejante imagen: no era una aura común, revoltosa y violenta como cuando él alzaba su ki, sino algo silencioso, delicado, casi etéreo, con un aspecto fantasmagórico, más bien incorpóreo. Los finos y rubios vellos de sus antebrazos se erizaron con las sensaciones contrapuestas que transmitía el ki de él, pues de alguna manera, era absurdamente poderoso a la vez que sereno, gentil, tibio como el sol de primavera. Entonces, ocurrió la metamorfosis.
El aura blanca, todavía ligera y muda, se encendió como una llamarada roja y naranja, y por alguna inexplicable razón, dejó de sentir la presencia del saiyajin, cuyo cabello se hizo rosa al tiempo en que sus facciones se suavizaban y su musculatura menguaba. La kunoichi parpadeó repetidas veces. Goten estaba rodeado en un fuego místico que no quemaba ni crepitaba, y su apariencia era más juvenil, casi infantil, si bien su estatura no parecía haber disminuido en lo más mínimo. Había algo en esa aura que la tenía pasmada, pues por alguna razón que no podía explicar, tenía la certeza de que era más poderoso que nunca a pesar de ser incapaz de sentir su ki.
―Eso, vas bien, continúa así. ―Animó ella, recordando que cuando recién ingresaron a la habitación, lo encontró practicando el mismo ejercicio, transformación o lo que sea.
Pero por desgracia, ocurrió de nuevo.
La paz en los rasgos de Goten dio paso a un ceño fruncido de pesadilla, como si terribles sucesos desfilaran por su mente, destruyendo su tranquilidad y estado de serenidad alcanzado. Entonces abrió los ojos, y con ello, el aura roja se desvaneció y su cabello regresó al tono azabache de siempre.
―¡Maldición, no de nuevo! ―Se levantó de un tirón, empuñando sus cabellos, negando con frustración―. No, no, ¡NOOOOO!
¡FUASS!
La habitación del tiempo se estremeció. Su aura blanca era electrificada, asfixiante, aterradora. Ahora su ki sí que desprendía rabia, violencia, pero también miedo y un aire de desgracia, sensaciones que ahora Sakura era capaz de percibir como propias, haciendo la experiencia tangible y dolorosa por partes iguales. Ella, incapaz de mantenerse en pie, cayó sentada, sin quitar su atención del colérico saiyajin que disparaba su energía a niveles desorbitantes.
La atmosfera oscureció. Las baldosas e infinita blancura de la habitación del tiempo se hicieron negras en un instante. El tejido espacio tiempo crujía y se desgarraba en brillantes portales de luz esmeralda, que parecían espejos luminosos a modo de focos sobre el techo. Pero el tenebroso espectáculo, tan pronto como tuvo lugar, empezó a menguar junto al ki de Goten, que caía en picada junto a su humanidad misma, arrodillado, con la frente encajada en el piso, dando puñetazos de frustración sobre resquebrajadas cerámicas, llorando desconsolado.
Sakura debió parpadear varias veces para creer lo que estaba viendo: mayor asombro le causó ver el llanto del saiyajin que su previa demostración de avasallante poder.
Ella gateó a su encuentro y lo abrazó, posando su cara de medio lado encima de un hombro que subía y bajaba entre sollozos.
―Perdóname. No puedo hacerlo. No puedo hacerlo…
Esas palabras, repetidas una y otra vez en medio de gimoteos, atenazaron en corazón de la kunoichi.
―No me importa ―dijo, bajando la cabeza para juntar su frente con la de él―. Pasará lo que tenga que pasar, pero no me importa. No te irás de nuevo. Te quedarás con nosotros. Te quedarás conmigo…
Goten alzó el rostro, surcado en lágrimas, desencajado en desconcierto.
―No puedo. Si yo me quedo, los pondré en peligro. Por eso debo…
―Lo lograrás. Yo sé que sí. ―Sakura lo sostuvo por las manos, poniéndose en pie e instándolo a hacer lo mismo―. Lo que no tiene sentido es que te alejes. No dejarán de haber problemas en tu ausencia, pues así somos los ninjas.
―No es lo mismo. ¿Y si llega otro monstruo mucho más fuerte que Cooler? ¿Cómo puedes estar tan segura que lo mejor es quedarme con ustedes?
Sakura cubrió su boca para ahogar una carcajada. Sostuvo su estómago con la otra mano, doblada sobre sí, incapaz de contener la risa por la cara de preocupación de Goten. Era demasiado raro verlo así. Entonces ella se puso de puntillas y le dio un beso en la mejilla que lo ruborizó.
―Lo sé, porque nosotros somos tu fuerza.
La mirada del saiyajin se amplió. No pudo decir ni hacer nada, salvo limitarse a ver cómo la kunoichi se alejaba unos cuantos metros para sentarse en el piso frente a él, tomando postura en flor de loto para iniciar su propia meditación, o al menos eso creyó, hasta notar cómo ínfimas partículas de luz blanca comenzaban a confluir hacia la humanidad de ella. Sí, Sakura estaba reuniendo el ki residual que todavía impregnaba la atmósfera de la habitación del tiempo. Estaba formando chakra senjutsu.
―¡Espera, no lo hagas, es peligroso! ―Goten comenzó a buscar con desespero una cápsula que no hallaría bajo el cinturón de su dogi, pues estaba dentro de una gaveta en la recámara donde dormían. Esa cápsula contenía en su interior un garrote especial que le regaló el sapo Fukasaku cuando acompañó a Naruto a entrenar en el monte Myōboku, garrote con el cual golpeaba a la kunoichi cada vez que comenzaba a transformarse en mono al intentar acceder al Sennin Mōdo (Modo Sabio).
Ingresó al edificio, corriendo como loco en dirección al cuarto, tirando con sus manos las cosas que había encima de la mesita de noche, abriendo luego todas las gavetas de arriba a abajo, hasta encontrar la cápsula dentro de una que ya había revisado, pero que pasó por alto producto de sus nervios. Regresó a trompicones a la habitación del tiempo, y en cuanto tuvo noticia de Sakura, dejó caer la cápsula, impactado con la imagen que le recibía, liberándose accidentalmente un garrote que ya no necesitaría.
Los ojos de la kunoichi eran dorados, penetrantes, con grandes pupilas rasgadas que se ampliaron tan pronto Goten se cruzó en su campo visual. Un par de largas y pobladas patillas rosadas alcanzaban el ángulo de su mandíbula, brindándole un semblante más agresivo a la par de sus cejas, ahora más espesas. Por lo demás, su apariencia era completamente humana, salvo esos pequeños rasgos que, mirándolo de forma rebuscada, le brindaban un aspecto en cierta forma simiesco.
―Parece que lo he conseguido. ―Susurró, observando sus manos, que no crecieron de forma desproporcionada en comparación a los fallidos intentos previos.
Goten boqueó sin reproducir sonido alguno. Estaba anonadado.
―Lo-lo conseguiste. Lograste mezclar ki y chakra con éxito. Es… ¡Es fabuloso! ¡Puedo sentir un nuevo poder completamente diferente dentro de ti!
Sakura no paraba de observar sus manos, que abría y empuñaba con reiteración. Se sentía diez veces más fuerte de lo que jamás había sido, sino es que más. Abrumada por la emoción y complacencia de su encomiable gesta, sucumbió a emociones que la llevaron a perder el equilibrio energético forjado, de manera que, así como en ocasiones anteriores, su cuerpo comenzó a deformarse, adquiriendo las facciones completas de un simio: frente prominente, grandes orejas abiertas hacia el frente, nariz chata y en orificios, largos colmillos, y abundante pelaje rosa por toda su transfigurada humanidad
¡BAAAMM!
Un solo golpe en la cabeza con el garrote de Fukasaku, fue suficiente para devolver a la chica a la normalidad de inmediato.
―Vaya, eso estuvo cerca. ―Suspiró Goten con el tosco y retorcido madero entre manos―. Esta vez te salió incluso una cola como la mía. Pero eso no importa, ¡me has dejado impresionado, conseguiste un modo sabio perfecto! Ahora lo que queda es aprender a mantenerlo en el tiempo para que…
―¡Shannarooo!
¡BAAAMM!
La kunoichi le arrancó el garrote y le devolvió el porrazo con saña, a manera de venganza y desahogo por tantos castigos recibidos con anterioridad.
―¡Auuch! ¿A qué vino eso? ―Aulló, frotando con sus manos la parte posterior de su cráneo.
―Te dije que si lo conseguía me iba a vengar. ―La respuesta de Sakura estaba desprovista de rabia o resentimiento; ni siquiera un atisbo de inquina hacía vibrar sus palabras. Por el contrario, se la veía sonriente, realizada―. Ahora es tu turno.
―¿Mi turno?
―Exacto. Si quieres devolverme el favor, tendrás que seguir trabajando en ello hasta lograrlo. Sé que es cuestión de tiempo. Sé que lo lograrás. Estoy segura que así será, siempre y cuando entiendas que dejarnos no es la respuesta. Juntos nos hacemos más fuertes.
Goten arrugó el entrecejo. Se sentía raro ser el alumno y, por primera vez, sentir que ella le llevaba la delantera. No tenía, sin embargo, como contradecirla, pues sabía que, en el fondo, tenía la razón.
―Te felicito. Aun tenemos detalles por pulir, pero diría que ya es una realidad. Puedes traer a Sasuke de regreso…
Sakura le dio la espalda, caminando entre despreocupados vaivenes con las manos tras la nuca.
―Naaa. Sería demasiado fácil.
El saiyajin parpadeó repetidas veces, perplejo ante aquella repentina arrogancia que le costó unos segundos concebir como falsa, burlesca.
―¿Y qué es lo que harás?
―Sasuke ya escogió su camino. Siempre lo supe, pero me negaba a aceptarlo. Me pregunté, ¿sería justo obligar al resto a cumplir mi voluntad solo por ser más fuerte? Digo, es lo que tú podrías hacer todo el tiempo, ¿no?
―Sakura, yo…
―Quiero que, por una vez, Naruto, Sasuke y Kakashi sensei vean mi espalda. ―La kunoichi giró sobre sus talones. Su sonrisa era encantadora. Sus enormes ojos verdes brillaban como piedras preciosas―. Quiero ser quien proteja a los demás. Quién sabe, quizá algún día pueda salvarte a ti también. Eso sería grandioso, ¿verdad?
Goten estaba boquiabierto. Al cabo de unos segundos de reflexión, su estupefacción dio paso a un acceso de risas. No eran mofas, y Sakura, quien se unió a su jolgorio de carcajadas, así lo sabía.
―Sí, suena bien. Algún día podrías salvarme. Otra vez…
El recuerdo repercutía en su mente con saña. ¿Escuchó mal? ¿Por qué Goten dijo "otra vez"? Se autoconvencía con firmeza de que no dijo lo que le pareció entender, pero estaba muy claro que esas fueron sus palabras exactas. Ya se había resignado en todo caso. En los momentos más cruciales, no pudo hacer nada por ayudarlo. Ni en la fatídica noche de luna llena donde se convirtió en Ōzaru, ni mucho menos durante la abominable batalla contra el enloquecido guerrero legendario.
Despertó otra calurosa mañana, sobre sábanas mojadas en sudor y con cuatro horas de sueño interrumpido encima. Hizo la rutina de todos los días, que finalizaba con ella tomando a duras penas un vaso de jugo de naranja antes de salir de casa, vestida con su indumentaria habitual para encaminarse al sector donde participaba en las obras de construcción.
El cielo estaba despejado, azul y muy iluminado. Sería un día como cualquier otro, o eso pensó, hasta que la sensación de un ki atravesando su mente como un relámpago, paralizó sus huesos y erizó los vellos de su cuerpo.
―No. Son dos ki. ―Murmuró para sí, con la garganta hecha un nudo.
Ninguna de las dos energías pertenecía a Trunks, eso seguro. Y aunque no desprendían ni un ápice de maldad, sintió profundo temor por lo que pudiera pasar.
Emprendió entonces veloz carrera en la dirección donde se hallaban el par de presencias, apurando el paso a medida que se acercaba y notaba que un pequeño grupo de chakras ya se encontraba con ellos. Sakura se puso más nerviosa con esto, sin embargo, no sintió en ningún momento del trayecto que tales energías entraran en conflicto.
Cuando llegó a las afueras de Konoha, donde alguna vez estuvo el inmenso muro que delimitaba la aldea, y donde ahora había en su lugar el borde del gigantesco cráter formado por Pain, pudo ver que Kakashi, Naruto y el equipo 10, fueron los primeros en recibir a los desconocidos con ki.
―¿Qué está pasando? ―Preguntó Sakura entre jadeos―. ¿Qué se supone que son…?
Quedó muda. Sus ojos se ampliaron, a punto de desorbitarse por la impresión. Sintió que los pies se le hacían de plomo, y que un peso inconmensurable oprimía su pecho.
Uno de los sujetos llevaba puesta una armadura azul que se asemejaba a la que usaban los soldados de Cooler. Era de baja estatura, con el cabello negro erizado y una mirada punzante y severa que de inmediato le recordó al semblante de Trunks.
La apariencia del otro individuo, por su parte, hizo que el corazón le palpitara con violencia en la garganta, amenazando con salírsele por la boca durante una de sus contracciones. Era una versión de Goten más adulta, ni más ni menos.
―¡Hola, soy Goku!
Fin del capítulo