Los días y las noches se hacían eternos sin él.
Invernalia se le hacía un lugar extraño si no estaba él. Era una estupidez sentirse así: había pasado su infancia viviendo allí con su familia, cuando sus caminos aún no se habían cruzado. Entonces, no tenía razones para sentirse así y se odiaba por ello. Si había podido vivir sin él durante tantos años, ahora tenía que ser fuerte. Como siempre había sido. Era Arya Stark y para los Stark derrumbarse no era una opción.
Después de la larga guerra, las cosas habían vuelto a la normalidad… o eso creía. Daenerys se había hecho con el trono de hierro, aunque tenía la dura misión de reconstruir a los Siete Reinos después del rastro de caos y destrucción que había dejado la gran lucha contra los Otros. La nueva reina había reconocido a Jon como Targaryen y le había ofrecido a su sobrino un puesto privilegiado en la Corte Real, que Jon rechazó diciendo que su hogar estaba en el Norte. De hecho, si no hubiera sido por el profundo conocimiento que Jon y Samwell Tarly tenían sobre los Otros, Daenerys nunca hubiera podido vencerlos y nunca se hubiera hecho con el trono de hierro. Pero la reina entendió a su sobrino y hasta le pareció una mejor idea que él se quedara custodiando el Norte por si la amenaza de los Otros resurgía. Jon Targaryen Stark serían los ojos que podrían advertir y proteger a los Siete Reinos. "Siempre debe haber un Stark en Invernalia", le dijo en aquella ocasión Jon a su tía. A Jon le costaba sentirse Targaryen. No se sentía cómodo en el sur y prefería vivir para siempre en el norte, su verdadero hogar. Más tarde, le confesaría a Arya que en aquel momento deseó que aquella vez fuera la última que pisaba Desembarco del Rey. Arya se preguntó si aquella repulsión a los juegos de poder que se llevaban a cabo en aquella ciudad era algo inherente a los Stark.
Cuando Arya volvió a Invernalia, aún estaba en reconstrucción después de tantos años de guerra. No volvió sola. La acompañaba un joven alto, musculoso, de cabello negro y ojos azules. El herrero que forjó durante día y noche, sin descanso, espadas de acero valyrio con las que los hombres pudieran derrotar a los Otros. Sin la aportación de Gendry Waters posiblemente los Siete Reinos no hubieran resistido la invasión de los Otros: Jon le reconoció su trabajo y le pidió que se quedara en Invernalia para ejercer de herrero. Y Gendry aceptó, ya que tenía una buena razón para quedarse en Invernalia. Arya observó, durante la guerra, lo bien que se llevaban su hermano y Gendry. Seguramente el hecho de que los dos fueran bastardos creaba un vínculo entre ellos, pero había más: Gendry ofreció a Jon una lealtad, como caballero y persona, que en aquel momento Jon creía que ya no existía en Poniente. Lo acompañó a la guerra, a todas las batallas (aún sabiendo que sus capacidades como caballero eran más que limitadas por no haber recibido ningún entrenamiento) y arriesgó su vida por Jon. Cuando Arya se reunió por fin con Jon, pudo comprobar el alto grado de lealtad que Gendry sentía por el Rey en el Norte.
No había sido fácil para Arya asimilar que Gendry volvía a cruzarse en su camino. Cuando lo volvió a ver, después de tantos años, sintió rabia e hizo un esfuerzo inconmensurable para no permitir que la furia contra su viejo amigo la dominara. Arya no había olvidado que Gendry la había abandonado para unirse a la Hermandad. ¿Cómo olvidar aquello, que le había roto el corazón? No podía entender que después de rechazar ser su familia y de abandonarla, hubiera acabado sirviendo a Jon. ¿A qué estaba jugando el destino? Le costó… pero precisamente la lealtad y valentía que estaba demostrando Gendry hacia su familia durante la guerra le ayudó a perdonarle. También comprobó que entre Gendry y ella las cosas no habían cambiado tanto al fin y al cabo. Él seguía aceptándola tal y como era, con su carácter impulsivo y salvaje, siendo de todo menos una dama, y ella seguía queriéndolo como amigo a pesar de lo simple, bruto y testarudo que era. Aunque ella había cambiado profundamente en todos los aspectos, su relación seguía siendo la misma, quizás porque Gendry quería a la verdadera Arya. Hasta que un cálido primer beso lo cambió todo entre ellos dos… Gendry se dio cuenta de que su pequeña amiga ya no era tan pequeña, de que Arya ya no era Arry, de que aquella niña se había convertido en una bella mujer, a la que no podía resistirse cuando ella entraba por la noche a su forja para entregarle su amor… Pero también era consciente de que ella era un Stark de Invernalia y él un herrero bastardo. Y eso, por mucho que Arya quisiera, no podría cambiar.
- - Ven conmigo a Invernalia cuando acabe esta guerra. Acompáñame. – le pidió ella una de las tantas noches que habían pasado juntos, después de haber hecho el amor en la forja.
Arya sabía que pedirle eso era egoísta por su parte. Vivir ese amor prohibido estaba condenando a Gendry a no casarse jamás, a no tener hijos legítimos y a ocultar el amor que se tenían hasta el día que murieran. "Nada de eso me importa", le decía siempre Gendry. Igual que a ella no le importaba que él fuera un bastardo y que su negativa a los futuros matrimonios con Lords pudiera poner en riesgo la relación con su familia.
Su historia parecía condenada a la clandestinidad hasta que Davos Seaworth confesó que Gendry era el bastardo Baratheon que Stannis y Melisandre habían querido asesinar para realizar un hechizo de magia negra. Aunque ilegítimo, era el único hombre en los Siete Reinos que aún poseía sangre Baratheon. Gendry siempre había ocultado esa información a todo el mundo por miedo a que alguien pudiera hacerle daño, dada la "amabilidad" que había recibido de Stannis y Melissandre. Pero ahora ellos estaban muertos y no tenía nada que temer. Para él, ese apellido no le había traído más que problemas y quizás ahora pudiera ayudarlo a ser alguien más… Nunca le habían importado las tierras ni los títulos: pero si hacerse con el apellido Baratheon significaba conseguir la mano de Arya para pasar el resto de su vida con ella y construir juntos un hogar, estaba dispuesto a arriesgarlo todo. Jon le recordó que la legitimación dependía de la nueva reina y, si bien Gendry había desempeñado un papel crucial en la lucha contra los Otros, no estaba seguro de que Daenerys quisiera legitimar al bastardo del hombre que le arrebató su hogar y quiso asesinarla y menos aun cuando esa casa tan incómoda para ella ya había desaparecido…
- - No tienes por qué conseguir ese apellido. Ir hasta Desembarco del Rey para parlamentar con Daenerys es muy arriesgado, el viaje no es seguro. No tienes que hacer esto por mí o por nosotros. Invernalia es tu hogar ahora, ¿es que no eres feliz? – dijo Arya.
- - Lo hago por ti, por mí, por nuestro futuro y por el de nuestros hijos. Ahora imagina que…
- - Ya sabes que no quiero tener hijos. – interrumpió rápidamente Arya a Gendry.
- - No es sólo eso. Sabes que conseguir ese apellido me permitiría casarme contigo y…
- - ¡No necesito casarme! – volvió a interrumpirle ella.
- - ¡Arya! Lo que no voy a hacer es quedarme sentado mientras veo cómo Jon intenta casarte con algún Lord. No podría soportarlo, ver cómo te vuelves a alejar de mí… - Gendry no pudo terminar la frase y Arya le puso una mano en su mejilla.
- - Entonces huiríamos juntos. Igual que hizo mi tía Lyanna con Rhaegar… Jamás permitiré que me casen con alguien a quien no amo, aunque Jon me lo ordene. – Gendry la besó en la frente, en un gesto de ternura y sin saber si Arya era consciente de lo que estaba diciendo.
- - ¿Y podrías aguantar volver a separarte de tu familia, de tu hogar, y romper cualquier relación con ellos, después de todo lo que has vivido estos últimos años? – Arya le dirigió una mirada dudosa porque en el fondo Gendry tenía razón. – Confía en mí. Intentaré que me legitimen y volveré. Si la reina se niega, entonces veremos qué hacer. – la pareja se fundió en un beso tranquilo.
Días después de esa conversación, Gendry se marchó con Davos y algunos caballeros de Invernalia rumbo a Desembarco del Rey. Arya pasaba los días entrenándose con Aguja, paseando por los bosques, leyendo… Lo cierto es que la vida transcurría con tranquilidad en Invernalia. La vida se había vuelto tan calmada que Arya dormía el doble de horas de lo normal. Por la noche, a media mañana, a media tarde… Se sentía agotada a todas horas y no se podía explicar por qué. Incluso le costaba entrenar con Aguja y su maestro espadachín+ percibió estos cambios en ella.
- - ¿Está segura de que se encuentra bien, mi señora? – se atrevió a preguntarle una mañana, en que llegó a la clase totalmente pálida y temblando.
- - S-sí… Todo bien… - pero Arya no pudo aguantar sus náuseas y acabó vomitando allí mismo.
Al rato de haber vuelto a su alcoba a descansar, entró el maestre Gray de Invernalia. Era un hombre alto, que rondaba los 50 años, con una barba blanca y larga. Había llegado hacía relativamente poco a Invernalia, pero se había ganado la confianza de todos, especialmente la de Jon.
- - Estoy bien, maestre Gray… Ha sido sólo un mareo. – le insistió Arya, pero el maestre Gray no iba a marcharse hasta estar seguro de qué le pasaba a la chica Stark. Después de hacerle algunas preguntas, el maestre lanzó su diagnóstico:
- - Mi señora… Está usted embarazada. – Arya no dio crédito al oír esas palabras.
- - Eso no puede ser. Yo no puedo tener hijos. – a Arya se le vinieron a la cabeza las imágenes del momento en que la Niña Abandonada la apuñaló y le retorció el cuchillo en su bajo vientre.
- - Ya lo creo que sí. Está usted embarazada de unos dos meses, si todo lo que me ha dicho es exacto. – Arya no podía creérselo. Nunca tomó té de luna porque estaba convencida de su incapacidad para engendrar hijos después de aquella herida, pero es que ella y Gendry habían mantenido relaciones sexuales desde tantos meses atrás que parecía seguro que nunca podría concebir hijos.
- - No puedo ser madre. No soy capaz, nunca he soñado con algo así. – sollozó entre lágrimas. El maestre le lanzó una mirada de lástima.
- - ¿Puedo preguntarle cómo va a gestionar todo esto? – a Arya ni le salía la voz para contestarle. Estaba completamente en shock. - Ese hijo es del herrero, ¿verdad? - Arya asintió. Lo cierto es que incluso Jon sabía que la relación entre Gendry y ella era especial, por tanto tampoco era ningún secreto para el maestre Gray. - Pues rezaré para que ese chico vuelva con el apellido Baratheon o ese hijo que está usted esperando no conocerá otro destino que el de ser un Nieve más en Invernalia.
Y allí estaba ella, de nuevo completamente sola, enfrentándose a una realidad que jamás creyó que tendría que vivir. Nunca había deseado ser madre; de hecho, ¿cómo una asesina despiadada como ella podría ser una buena madre? ¿Qué valores podría transmitirle alguien como ella a un hijo? ¿Podría querer a ese ser que crecía dentro de ella o las trágicas experiencias que había vivido le habían cercenado completamente su alma humana? Durante esas semanas se le habían pasado tantas locuras por la cabeza… Había llegado hasta a tener un frasco de té de luna en sus manos, dispuesto a bebérselo entero y que hiciera su efecto… Pero algo, que no podía describir ni ella misma, se lo impidió. No tuvo valor suficiente y una fuerza sobrehumana, que la dominó de repente, hizo que lanzara contra el suelo ese frasco. "¿Es esto el instinto"?, se preguntó y acto seguido se miró a sí misma en el espejo. Era Arya Stark de Invernalia, la loba salvaje del norte, futura madre de un probable Baratheon o de un probable Nieve… Pero madre, a fin de cuentas. Llevó su mano derecha a su vientre y tan sólo lo rozó, como si tuviera miedo de sentirlo. Pero finalmente se dejó llevar, posó de nuevo su mano en su barriga y sintió cómo una chispa encendía su corazón. Aquello que estaba creciendo dentro de ella era su cachorro y sabía que tener que ser valiente para defenderlo con dientes y garras. Desde ese día hasta su último día…
Un frío mediodía, un ejército de hombres llamó a las puertas de Invernalia. Portaban estandartes de ciervos sobre un fondo amarillo. Arya vio la escena desde su alcoba y vio a Gendry encabezando a esos hombres, pero no se inmutó. Ahora que él estaba allí, era el momento de confesarle que iban a tener un hijo, pero ni ella misma sabía cómo iba a encarar esa situación… Gendry abrió bruscamente la puerta de la habitación de la Stark, impaciente por verla, abrazarla y besarla. Arya corrió hacia él y empezó a llorar desesperadamente. Preocupado, Gendry la envolvió en sus brazos mientras intentaba calmarla con dulces palabras en voz baja.
- - ¿Qué ha ocurrido? Necesito que me expliques, por favor… ¿Te ha prometido Jon con algún Lord? – Arya negó con la cabeza.
- - No… No es nada de eso. Estoy embarazada – dijo, cruzando sus miradas. Notó cómo los ojos de Gendry parecían no dar crédito. – Tenemos que hacer algo, Gendry.
- - Tranquila. – Gendry le puso una mano sobre la mejilla, a la vez que respiraba profundamente por el impacto que le había causado la noticia. – No esperaremos más. Nos casaremos aquí, en Invernalia. Hablaremos con Jon y…
- - Tengo miedo. Sé que tengo que ser valiente pero… no lo soy, no para esto. ¿Y si no valgo para ser madre? ¿Y si no lo puedo querer? – parecía como si Arya se ahogara en sus propias lágrimas…
- - Podremos hacerlo. Tú y yo, juntos. No tienes que temer… ¿Sabes qué? No podrías haberme recibido con mejor noticia. Me has hecho muy feliz. – aquella declaración hizo sonreír a Arya y la calmó. Le hizo pensar que Gendry nunca había tenido una familia y era algo que había deseado con ansia tener algún día – Te quiero y te he echado muchísimo de menos… - ambos se fundieron en un cálido abrazo que no rompieron hasta varios minutos después.
El hecho de que Daenerys otorgara el apellido Baratheon a Gendry lo facilitó todo. Jon, el Rey en el Norte, autorizó la boda entre el señor de Bastión de Tormentas, Lord Gendry Baratheon, y Arya Stark de Invernalia. La alianza que Robert Baratheon y Ned Stark tanto habían planeado era una realidad, muchos años después. Fue una boda discreta, con no más de 4 testigos, bajo un arciano, tal y como Arya había deseado. Aunque ante la ley y la sociedad se convirtiera en la señora de Bastión de Tormentas, un territorio sureño, ante los dioses y ante ella misma juró que sería siempre una mujer del Norte, con sangre norteña y carácter norteño. Siempre sería Arya Stark.
Le costó marcharse de Invernalia para instalarse en Bastión de Tormentas. Había luchado tanto por volver a su hogar, que ahora la vida la colocaba en la cruel situación de dejarla atrás de nuevo. Tenía la sensación como si algo se empeñara en alejarla de ese lugar, donde había sido tan feliz. "Empezaremos una nueva vida los tres, en un lugar nuevo. Y allí también seremos felices", intentaba consolarla Gendry. Era difícil ser tan optimista como él. Si bien todos en el castillo la habían recibido amablemente, era duro adaptarse a un nuevo hogar con un clima tan hostil. El asentamiento hacía honor a su nombre: las tormentas eran algo tan habitual como la nieve en Invernalia. Pocas veces veía salir el sol y podía pasarse días y noches enteras encerrada en el castillo por las inclemencias meteorológicas.
La nostalgia por el norte y su familia se hizo más leve cuando, paseando por el bosque más cercano al castillo, le pareció ver a una loba huargo. Pensó que era imposible que una loba huargo sobreviviera tan al sur del norte, hasta que se dio cuenta de que era Nymeria. A la loba le bastó con olerla mínimamente para darse cuenta de que se trataba de Arya. La última vez que la había visto había sido durante la guerra, en la Tierra de los Ríos. "Me estás persiguiendo, ¿verdad?", le susurró Arya. No podía sentirse más feliz por reencontrarse con ella. A pesar de todos los años que habían pasado separadas, Arya sintió que ese vínculo tan fuerte que tenía con ella no había desaparecido jamás.
Fue en ese mismo bosque donde Arya se puso de parto meses más tarde. Estaba sola, aislada; no tenía a nadie que la ayudara a dar a luz y tampoco servía pedir auxilio. Gendry le había pedido insistentemente que no fuera a pasear más al bosque sola, dado que la fecha del parto estaba cada vez más cerca, pero Arya no le prestó atención en ningún momento. El pánico se apoderó de ella en un primer momento y los dolores cada vez iban a más. Se le pasaron mil cosas por la cabeza: se arrepintió de no haber hecho caso a Gendry, iba a dar a luz sola y tanto ella como el bebé corrían el riesgo de morir… Pero latió de nuevo dentro de ella esa fuerza sobrehumana que la había acompañado durante todo el embarazo. Su cachorro no podía morir. No iba a permitirlo. No sabía cómo se traía a un bebé al mundo, pero decidió dejarse llevar por su instinto, como lo hacían las lobas. Al oír sus gritos de desesperación y dolor, Nymeria acudió a su lado. La loba también estaba sufriendo por ver a su dueña en esa situación. La sola presencia de Nymeria serenaba a Arya. Horas después, Arya alumbró a un varón, un bebé de pelo oscuro como el carbón y que lloraba enérgicamente. No podía creer el niño estuviera en perfecto estado después de un parto en condiciones tan difíciles y agradeció a los dioses su ayuda… y a Nymeria. La loba no paraba de lamer al bebé, limpiándole la sangre del parto, mientras él lloraba y lloraba. Habrían de pasar unas horas más hasta que Gendry y sus hombres encontraran a Arya y los llevaran a casa. Bastión de Tormentas tenía ya un heredero: Robyn Baratheon.