Muchas gracias a Guest, Sam Wallflower, Nuria16, EmilyGoncalves y Melanie Lestrange por sus comentarios. Hacen que valga la pena.
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14. Malfoy
Es sábado por la tarde y no sabe por qué se ha presentado allí. En principio, tiene una cita con el megimago —y con Lavender— en media hora. La Mansión Malfoy sigue siendo el lugar en el que prefería no estar del día anterior.
De alguna forma, ya no parece tan buena idea. Pero las puertas se han abierto ante ella al decir su nombre y supone que ya no tiene más remedio que seguir. El jardín da una sombra agradable y, de ser cualquier otro lugar, está segura de que lo disfrutaría.
En su lugar, las manos le sudan y no es capaz de evitar el gesto nervioso de tocar el bolsillo del vaquero en el que ha guardado la invitación a la fiesta de Harry.
Malfoy la está esperando en la puerta de su casa, con los brazos cruzados y una de sus túnicas demasiado oscuras y demasiado abotonadas para ser verano. Va tan formal que Hermione no puede evitar mirar su propio atuendo. Aunque en su día a día en el Ministerio opta por túnicas, los fines de semana siempre han sido para hacerla sentir cómoda.
Le saluda con la mano y aprieta el paso, intentando que su camino hasta él sea lo más corto posible. Él apenas se mueve y, según se va acercando, tiene la sensación de que está muy enfadado. Tiene el ceño fruncido y la expresión seria, con los labios muy apretados.
—No puedes hacer esto —le espeta antes de que ponga el pie en el primer escalón.
—¿Qué?
—No puedes presentarte en mi casa sin avisar, cuando te dé la gana —insiste—. El Wizengamont nos dio la razón, no puedes venir a mi casa sin avisar con al menos dos días de antelación. Tengo una copia de la sentencia en mi despacho, por si no me crees.
Hermione boquea tontamente antes de darse cuenta de a qué se está refiriendo.
—¿Qué? Oh, no, no es una visita oficial —dice apresuradamente, notando que el calor sube a sus mejillas.
—Me da igual. —Malfoy se moja los labios en un gesto nervioso, pero parece que de alguna forma su reacción le ha tranquilizado—. No puedes aparecer en mi casa sin avisar y yo estoy en mi derecho de cerrarte la puerta en las narices. Así que si me disculpas…
Malfoy da un paso atrás. Hermione ha llegado hasta allí, con la carta quemándole. Sabe por qué se ha dejado convencer por Harry para entregarla en persona.
Y es tan tonto, porque no quiere ser la clase de mujer que se queda embarazada y lanza toda su vida por la borda casándose con el idiota que la dejó en estado. Pero hay una parte de ella que sabe que, si decide hacerlo, Ron tendrá razón: Malfoy va a estar allí, rondando el resto de su vida.
Sube el primer escalón.
—Oye, ¿no podemos hablar? Aunque sea un momento. —Intenta no poner una cara de súplica, pero por la forma en la que la expresión de Malfoy se relaja supone que no lo ha conseguido.
—Granger, mándame una carta el lunes y, entonces, hablaremos. —Su tono es neutro, casi educado. Hermione suspira.
—Vale, sí, está bien. Disculpa, Malfoy.
Le ofrece la mano, como ofrenda de paz. Malfoy se la queda mirando un instante, como si no supiera muy bien qué hacer con ella y, entonces, se encoge de hombros y da un paso al frente para estrechársela.
—¡Papá! —Hermione gira la cabeza. Un niño rubio y paliducho, vestido con una túnica de color azul marino con los faldones manchados de barro, corre hacia ellos con los brazos abiertos desde uno de los laterales de la casa. Hermione le observa, con cierta sorpresa, como pasa frente a ella y se detiene frente a Malfoy, agarrándole de la mano extendida—. ¡Papá!
Malfoy le echa una mirada de advertencia a Hermione antes de bajar sus ojos hasta su hijo.
—¿Qué quieres, Scorpius?
—El abuelo ha dicho que si tú me das permiso me va a llevar a volar a Marlborough. ¿Puedo, puedo?
Hermione no puede evitar sonreír. El niño, Scorpius, es prácticamente idéntico al Draco que recuerda de su primer año. Pero tiene una expresión mucho más inocente, más de niño. No puede evitar preguntarse si Draco alguna vez sería así.
—Sí, vale. Id —concede y, cuando Hermione le mira, él también la está mirando a ella con una expresión rara.
Parece que eso es suficiente para que Scorpius la mire. Y, cuando lo hace, se tapa la cara con ambas manos y jadea.
—Scorpius —advierte Malfoy colocando una mano sobre su hombro.
—Hola —le saluda Hermione inclinándose ligeramente hacia él.
—Eres Hermione Granger —dice Scorpius entre sus manos. Hermione deja escapar una risita nerviosa y niega con la cabeza.
—Sí. Soy Hermione Granger.
El niño sonríe abiertamente y en sus ojos castaños solo hay inocencia.
—Eres mi heroína favorita —dice y Hermione no puede levantar la cabeza para mirar a Malfoy. Las orejas se le han puesto rojas y, cuando le arquea una ceja, el rubor también sube a sus mejillas.
—Vaya, muchas gracias, Scorpius. ¿Qué edad tienes?
—Nueve.
—Vaya, a puntito de ir a Hogwarts, ¿tienes ganas?
Scorpius se encoge de hombros antes de volver al tema que le interesa:
—Mi historia favorita es la de que os coláis en Gringotts y salís volando en un dragón. Y mi más favorito de todos los tiempos es Ron We…
—Scorpius, ¿no querías irte a volar? —le interrumpe su padre. Hermione no puede evitar mirarlo con un poco de compasión.
Scorpius parece dudarlo un instante, pasa su vista de su padre a Hermione. Entreabre los labios, como para protestar, pero Hermione le interrumpe.
—Mira, tengo una idea —dice y añade, como si no lo supiera todo el mundo mágico—: Ron es amigo mío. ¿Por qué no te lo presento un día?
—¿Harías eso?
—Claro. Es más, había venido a invitar a tu padre a una fiesta. —Saca el sobre—. Si te portas bien, podría llevarte con él y yo te presentaría a Ron.
—Granger —gruñe Malfoy.
—¿Por favor, papá?
—Ya veremos, vete con el abuelo.
Scorpius se despide con la mano antes de darse la vuelta. Hermione observa como se marcha corriendo hasta que gira una esquina y el destello de su cabello rubio desaparece de la vista.
Es entonces cuando habla Malfoy.
—No vuelvas a hablar con mi hijo.
—No sabía que tuvieras uno —responde Hermione sin girarse hacia él—. No ponía nada en tu ficha, eso desde luego.
—Ryer y yo pensamos que sería lo mejor: solo es un niño.
Hay algo en su voz que parece gritar desafíame. Hermione no tiene ninguna intención de contradecirle, así que asiente.
—¿Dónde estaba ayer?
—Con su madre —responde escuetamente. Aquella pieza de información sí que la conocía. Tanto la boda como el divorcio de Draco Malfoy había salido en los periódicos durante semanas y se había convertido el tema de conversación de la población mágica.
No es que hubiese prestado mucha atención, claro.
—Es ella la que le cuenta esas historias —añade haciendo una mueca—. Lo hace porque… No importa.
Hermione gira la cabeza hacia él, para mirarle.
—Lo decía en serio. Harry me pidió que te diera la invitación a la inauguración. —Le tiende la carta y Malfoy la coge de un tirón, sin consideraciones—. No es que sea el mejor sitio para llevar a niños, pero seguro que Ron consigue entretenerlo un rato. Es todo un crack con los…
—¿Por qué?
—Bueno, supongo que tener suficientes sobrinos como para montar un equipo de Quidditch da bastante experiencia.
—No, por qué quiere Potter que vaya a su fiesta.
—Oh, —Se coloca un mechón del pelo detrás de la oreja—. Reconocí tu letra en uno de los donativos. Quiere agradecértelo.
—Yo no… —Se apoya contra la puerta y se frota los ojos con una mano, distraído—. Si no estaban firmados era por algo, Granger.
—Lo siento —se disculpa sin llegar a lamentarlo—. Pásate. Lleva a tu hijo. —Se encoge de hombros y baja el escalón—. Espero verte allí.
—Granger… —dice. Y hay algo en su forma de decirlo que hace que su corazón de un pequeño salto—. Lo decía en serio: no puedes volver a venir sin avisarme antes.
Intenta sonreír.
—No te preocupes —dice—. No lo volveré a hacer. —Tras una pausa un poco rara añade—: de todas formas, estoy pensando dejarlo.
—¿Qué?
—Te veo en la fiesta, Malfoy.
15. Lavender y Ron
Lavender y Ron la están esperando cuando vuelve a casa. Ambos están vestidos con cierta formalidad —incluso Lavender ha pasado del pañuelo que siempre lleva atado alrededor de su cabeza. Hermione se los queda mirando un instante, intentando recordar qué están haciendo allí.
Hacen una pareja bonita.
—¿Estás lista? —le pregunta Lavender levantándose.
—No —responde Hermione. El bolso le cuelga de las manos y roza el suelo. Toma aire antes de volvérselo a colocar en el hombro—. Sí, venga. Acabemos con esto de una vez.
El medimago no les hace esperar demasiado y, cuando les enseña el en una máquina muy parecida a las que utilizan los muggles el interior de su vientre, Hermione no intenta pensar demasiado en que es la mano de Lavender la que se aprieta con fuerza entre las suyas ni en Ron saliendo a toda prisa de la habitación.
Hermione apenas parpadea. Es como observar a la oscuridad.
16. Hermione (343)
Hermione no toma una decisión aquella noche. Aquella noche solo come helado mientras ve a Steve Buscemi protestar por ser el Señor Rosa, Y cuando el Señor Blanco es abatido y las escena de los créditos inunda la pantalla, gira la cabeza y come helado mientras observa a Ron y a Lavender. Dormidos, acurrucados.
Y sigue comiendo helado.
No toma la decisión el lunes, cuando decide que prefiere coger el metro para acercarse al Ministerio y tiene que aguantar todo el viaje a una madre y a su hija frente a ella.
Tampoco el martes, cuando despliegan un cartel enorme en el Atrio de Ginny con su túnica verde y su cabello rojizo al aire.
Ni tampoco el miércoles, cuando Sue Li y su enorme y feliz barriga le llevan galletas. Hermione no sabe decidir si es un gesto bonito o si todo lo que busca es averiguar si las cosas seguían bien.
Probablemente ambas.
Es el jueves, de madrugada. Tumbada en la cama, con la ventana abierta y las sábanas arrugadas a los pies de su cama. La habitación está únicamente iluminada por las luces de la calle y el silencio solo es roto por los pocos coches que conducen a esas horas.
Es en la soledad de su cuarto, de su yo, en la que se permite colocar la mano sobre su abdomen y tener miedo.
Tener miedo porque todo es muy natural y, aun así, no sabe si va a ser capaz de quererlo. Porque no fue capaz de ver lo que Lavender y Ron vieron, de emocionarse con tan solo saber que allí, en un par de meses, habría un diminuto latido. Vida.
De hacerlo mal. De dejar que Malfoy entre en su vida y que todo sea miserable. De ser como su exmujer, incapaz de no crear tensiones entre ambos a través de su hijo.
Pero no mueve la mano.
Esa mañana, cuando entra en la cocina ojerosa y más dormida de lo que recuerda haber estado nunca, le cuesta menos que nunca no tomar té.
17. Malfoy
Malfoy va a la fiesta con su hijo. Han pasado dos semanas y Grimmauld Place está mejor de lo que ha estado nunca. Los invitados están mejor vestidos de lo que la propia situación requiere y los camareros que ha contratado Harry caminan de arriba para abajo con canapés y bebidas.
—Todavía no me puedo creer que Ron sea el héroe de tu hijo —le dice colocándose a su lado. Malfoy gira hacia ella la cabeza y frunce el ceño.
—Yo lo que no me puedo creer es que haya dejado a mi hijo solo con Weasley.
—Como si le quitaras el ojo de encima. —Desde allí se puede ver a Ron enseñándole a Scorpius algunas de las últimas novedades de Sortilegios Weasley—. Me pregunto…
—Yo…
Hermione se encoge de hombros.
—Tú primero.
—No, di lo que sea, Granger.
—Como quieras. Solo iba a decir… que pareces un poco sobreprotector con él. Será duro cuando vaya a Hogwarts —añade bebiendo un trago corto de su copa. Solo es agua con hielos, pero la tetra le ha servido para esquivar a los camareros media noche.
Malfoy aprieta la copa que sostiene entre sus manos.
—Scorpius no va a ir a Hogwarts, Granger —dice en voz tan baja que Hermione duda haber escuchado bien.
—¿Qué? —Y, casi como si fuera un flash, recuerda que Lucius quiso mandarlo a él a otra escuela—. ¿Le vas a mandar a Bulgaria?
—No seas estúpida, Granger —replica irritado—. No va a ir a Hogwarts porque dudo que vaya a recibir la carta. —Se frota los ojos con la mano libre—. ¿Contenta?
Hermione tarda un momento en entender a lo que se está refiriendo. Y, cuando las piezas encajan, no puede evitar abrir mucho los ojos y girar la cabeza para mirarlo.
—¿Cómo puedes estar tan seguro? —responde con voz débil.
—Oh, vamos, Granger. Cuando un niño es mágico, se sabe.
—Neville...
—No compares a mi hijo con Longbottom.
»Y no me mires como con pena. No la necesito de ti.
—Eres un imbécil.
—Qué sabrás tú. Es lo peor que le puede pasar a un padre.
—Lo peor que le puede pasar a un padre —repite amargamente. Las palabras han caído con demasiada fuerza y no tiene ninguna gana de enfrentarse a él. Pero tampoco puede callarse—. ¿Quieres saber qué es lo peor que le puede pasar a un padre, Malfoy? Sobrevivir a su hijo.
—Entiendo que ves a menudo a tus padres.
—No…
—Exacto.
—Mis padres viven en Australia, Malfoy, y si me presentara en su casa y les dijera que soy su hija, llamarían a la policía. Ya lo hicieron una vez, no se acuerdan de mí.
Malfoy frunce el ceño y parece que va a decir algo, pero Hermione niega con la cabeza.
—Si me disculpas —dice antes de darse media vuelta.
Malfoy no la llama para detenerla.
Hermione tampoco lo espera.
18. Malfoy
Harry ha habilitado el jardín trasero de Grimmauld Place para que los niños tengan un espacio en el que jugar. A pesar de que ha colgado pequeños farolillos para animar a la gente a salir, está completamente vacío.
Por eso, en cuanto Malfoy pone un pie fuera de la casa, Hermione lo ve. Se echa a un lado, para permitirle que tome asiento en el banco junto a ella. Malfoy lo hace, con las piernas abiertas y apoya sus codos sobre sus muslos.
—Lo que iba a decirte antes —dice y parece tenso e incómodo—, es que no puedes irte.
—Malfoy.
—Déjame terminar.
—Vale.
Malfoy arquea una ceja y Hermione asiente, dándole a entender que no le va a volver a interrumpir.
—A Greg le gustas. A Pansy le gusta que lleves ese vestido. Nott piensa que puedes ser justa. Si te vas ahora, pondrán a otra persona. Y un año y medio es tiempo más que de sobra para que nos jodan a todos.
—¿Soy el mal mejor?
Malfoy levanta la mirada. Sus facciones afiladas están más marcadas que nunca por la escasa luz y sus ojos grisáceos parecen ambarinos.
—Granger —dice y alarga su mano para colocarla sobre la de ella. Hermione baja la mirada, aún tiene la copa entre sus dedos. Aunque ya no hay hielo ni agua. Es una libertad que jamás se habría tomado antes, eso lo tiene claro. Es muy personal y, la peor parte, es que es un gesto muy manipulador.
—Es que no puedo —dice y, aunque sabe que debería apartarle, su calidez resulta reconfortante—. Estoy embarazada —confiesa. Porque nunca va a haber un momento mejor.
Malfoy parpadea tontamente y aparta la mano, casi como si fuera una criatura peligrosa.
—Bueno, pero aún tienes nueve, ocho o siete meses por delante —dice casi sin mover los labios—. Y tampoco damos tanto trabajo. Podríamos mandarte lo que necesitaras por lechuza y…
—Draco, Malfoy, no me estás entendiendo. Lo que estoy intentando decir… —Suspiró—. El lunes voy a pedir un traslado porque hay conflicto de intereses.
—Si hace tres semanas no te importaba, ¿por qué ahora sí?
Hermione boquea, incapaz de saber por dónde empezar. O cómo articular las palabras.
—No te estoy pidiendo nada —dice y Malfoy tiene esa expresión blanca, con la boca entreabierta y el ceño fruncido—. Pero creo —Harry cree, piensa con cierto cinismo— que deberías saberlo. Y sé que todavía es muy pronto, pero lo voy a tener.
—¿Lo?
—Es demasiado pronto —insiste Hermione. Malfoy parece absolutamente perdido. Se ha pasado la mano por el pelo y ahora varios mechones le caen sobre los ojos.
—¿Lo dices en serio?
Hermione asiente.
—No te estoy pidiendo nada —insiste—. Pero si quieres, no sé… Lo que quieras, ¿vale?
—Necesito pensarlo. —Malfoy se incorpora. La luz ambarina ya no le da un aspecto fiero, es más bien enfermizo. Una disculpa acude rápidamente a sus labios, pero no la pronuncia. Él si lo hace—. Lo siento.
No le sigue, en realidad no tiene más que decir. Se cruza de brazos y deja que su culo se resbale un poco en el banco, lo justo para mirar al cielo sin tener que forzar la vista. No hay estrellas, no se ven desde Londres.
No sabe que esperaba. Cierra los ojos, en realidad, no ha dolido. Tiene la sensación de que ha hecho el ridículo más espantoso. Ni siquiera abre los ojos al oír unos pasos que se acercan, el romper de las hojas secas.
Supone que es Harry o Ron. Se equivoca.
—Oye, Granger, yo… —Hermione se incorpora, intentando mantener cierta compostura. Las luces de la casa hacen que su pelo brille como si fuera una aureola y su rostro quede casi oculto tras las sombras—. Lo mejor que he hecho en mi vida es ser padre.
»Sé que no siempre he hecho las cosas bien, pero no voy a dejar a un niño sin su padre solo porque era un idiota de adolescente.
—Excepto si es un squib.
—No confundas mi miedo a perder a mi hijo con odio, Granger —responde en un tono firme. Hermione asiente, sintiéndose un poco enferma por la insinuación.
—Perdona —se disculpa—. Supongo que será todo cuestión de aprender a convivir. Ron dice que ya no nos vamos a librar de ti.
Lo dice en un tono ligero, pero a pesar de la oscuridad puede ver cómo su expresión se ensombrece.
—¿Se lo…? ¿Se lo contaste a Weasley? Te pedí… —Se gira hacia atrás y parece tomar aire antes de volver a girarse—. No me voy a ir a ninguna parte.
—Bien.
Malfoy camina hasta colocarse frente a ella. Parece querer decir algo y no acabar de atreverse a decirlo.
—Tenemos que aprender a confiar el uno en el otro —le dice y palmea la superficie del banco para que vuelva a acercarse. Y, para animarlo a ello, añade—: Aprecio mucho que te hayas vuelto, Malfoy. Gracias.
—¿Puedo…? ¿Puedo? —pregunta alargando una mano.
—Todavía no es nada —dice, recordando que Harry le pidió lo mismo. Pero, a pesar de todo, asiente y guía su mano hasta su vientre. Todavía falta mucho para que pueda notar nada allí, pero Malfoy frunce el ceño y esboza una sonrisa débil.
Como si no acabara de creérselo.
Apoya la cabeza sobre su hombro y, por instinto, Hermione pasa una mano por sus hombros permitiéndole que se recueste aún más. Es casi como si él fuera un niño pequeño buscando consuelo. Le pasa una mano por el pelo y deposita un beso sobre su frente.
Malfoy levanta la mirada y frunce un poco el ceño.
—Cuando cumplas cuarenta vas a estar lleno de líneas de expresión —le dice. Y él bufa y esconde la cabeza ligeramente contra su cuello.
—Oh, cállate —le dice y su aliento le pone los pelos de punta.
Hermione no sabe qué va a pasar después de aquella noche.
Pero, al menos, parece un buen comienzo.
fin.