Uno: Bienvenido a la selva

Colocó el teléfono en la guantera abierta del jeep y le dio play al video con la mano derecha, sin soltar el volante con la izquierda. El sol comenzaba a luchar con la penumbra de la madrugada, pero lo único que él conseguía ver eran las dos franjas iluminadas por el vehículo a pocos metros de ese camino tan empinado. Peligroso. Emocionante.

La pantalla arrojó un nuevo resplandor a la oscuridad en la que se encontraba y la voz del locutor del documental reemplazó el silencio prudente con el que él se había manejado, hasta ese momento:

«La Isla Viridis está ubicada a novecientos cincuenta kilómetros de la costa continental, en la región sur del planeta. Es territorio no habitado por el ser humano y alberga a más de trescientas especies animales y vegetales, algunas de ellas en peligro de extinción, otras inéditas para la Ciencia. Se estima que aún hay por descubrir más de cien especies únicas en el bosque de Viridis, por lo que nuestra ONG, el Fondo Ecológico Universal, está trabajando para protegerlas y estudiarlas...».

Él soltó una risita, sin quitar la vista del frente mientras conducía.

—Fondo Ecológico Universal, ¿eh? —murmuró, incrédulo—. ¿Con cuántos planetas colaborarán? Apuesto a que es puro nombre.

Un ligero cambio en los destellos del celular lo hicieron desviar la mirada, para ver que la imagen dejaba de mostrar los paisajes de la isla y se concentraba en una muchacha de cabello castaño, ojos grises y una camiseta con la sigla FEU. Ella fue la que continuó dando la información que él buscaba.

«Entre las víctimas de la caza indiscriminada se encuentran especies como el mamut rayado y el minotauro. Este último ha sido relacionado con el uso de sus cuernos para la obtención de la inmortalidad, a partir de leyendas sin fundamento. El problema es que su precio en el mercado negro es altísimo y los cazadores lo han convertido en su blanco en los últimos veinte años, llevándolo al borde de la extinción. Por eso, hemos abierto una campaña independiente para su protección».

Una sonrisa siniestra se dibujó en el rostro del conductor del jeep. No habría campañas suficientes para proteger a nadie cuando él estuviera frente a ese animal. Dinero fácil y una hazaña única en un terreno desconocido. Él también era una especie en extinción. Que se lo preguntaran a la única de su tipo, que vivía en otra isla haciéndose pasar por una humana corriente.

Entonces, la parte que le interesaba llegó a sus oídos y lo obligó a prestar más atención al audio del video, que seguía reproduciéndose en su guantera. La muchacha había dejado de hablar, para dar paso a otro sujeto de la misma organización.

«Con la colaboración de los habitantes de otras islas de la región y sus autoridades, hemos logrado formar una patrulla que se encarga de monitorear los accesos no autorizados por agua y aire a Viridis. Gracias a la donación de equipo de última tecnología por parte de Corporación Cápsula, estamos combatiendo día a día la caza furtiva. Pero esta es una lucha que no parece terminar nunca. Necesitamos más concien...».

Estaba burlándose del pañuelo que aquel sujeto llevaba atado a la cabeza, estilo bandana, cuando pasó por alto un cepo en el camino que había improvisado sobre aquel risco. El jeep dio un salto y el teléfono salió despedido al vacío. Él apenas tuvo tiempo de alcanzarlo, era su único enlace con el que le había hecho el encargo.

—Bien, no te vas a escapar, porquería —siseó al atrapar el móvil en su puño, cuidando de no estrujarlo demasiado.

El ruido del vehículo al caer por el acantilado le llegó un poco tarde. Justo cuando recordó que tenía puesto el cinturón de seguridad. ¿Desde cuándo era tan consciente? Iba a quitárselo y a salir volando, pero tenía todo el equipo de búsqueda consigo. Un verdadero arsenal para encontrar a la bestia, en medio de su refugio de la selva. Se estiró hacia atrás, para ver si podía sostener los aparatos, y vio el hermoso horizonte del amanecer girando frente a su rostro. Un alarido de excitación llenó su garganta, lo hizo sentirse más vivo que nunca.

El jeep se hizo trizas con el impacto. El agua se llevó la mayor parte del equipaje, dándole la razón en eso de que ir liviano siempre era mejor. No pudo evitar el golpe. Dolía horrores y había tragado tanta agua salada que le ardía la garganta, pero el cinturón cumplió su función de mantenerlo intacto. Más o menos. La buena noticia era que no se le había quebrado ningún hueso, o hubiese tenido que retrasar todo.

La mala noticia era que el equipo no era sumergible. Cosa increíble para cámaras y sensores a utilizarse en una isla, pero él no iba a cuestionar a esos tarados que lo habían reclutado. Lo iba a hacer a la antigua. Mejor así, más diversión.

Se arrastró hasta la franja de arena entre las piedras y se detuvo a toser como si fuese a expulsar un pulmón. Ese cinturón le podría haber quebrado alguna costilla, de no haber sido él un humano modificado por el maldito Dr. Gero tiempo atrás.

Y las ironías seguían llegando.

La misma chica del video que estaba mirando, minutos antes, se apareció a su lado. Él aspiró una bocanada de aire que lo hizo toser otra vez. Notó, de reojo, que ella se le acercaba con cautela.

—Has tenido una suerte tremenda —dijo ella, con la misma voz del video—. ¿Estás bien?

Él jadeó y volvió a mirarla, dudando de si estaba teniendo una alucinación por el accidente.

—Sí, estoy bien —contestó, confundido.

La chica pareció asegurarse de eso, porque asintió. A continuación, levantó la escopeta que había llevado en su mano todo ese tiempo y, con ella, le apuntó a la cabeza.

—Entonces, pon las manos en donde pueda verlas.


15/05/17: Mini capítulo de introducción. Si en los próximos capítulos de DBS se ven los dos, o algún dato extra sobre la apariencia de ella, nombre, vida juntos, etc, haré la edición correspondiente. Mientras tanto, dejo de esperar y escribo lo mío. Viva el UA.