Capítulo 20
No tomó mucho tiempo para que Milo y Camus llegaran a la parte comercial del malecón. El lugar no era tan concurrido como la calle principal, pero aun así había decenas de personas recorriendo los pequeños puestitos que ofrecían una amplia variedad de comida preparada. Ahí los visitantes eran más jóvenes que en el centro de la ciudad y desperdigaban su atención entre los locales y el mar, ya que muchos de ellos aprovechaban la tarde para pescar o simplemente para admirar el mar frente a ellos.
Milo le condujo hacia un local que desprendía un delicioso aroma a pescado y limón. Una espesa nube ascendía desde una olla con aceite y apenas permitía ver el rostro de la mujer que freía varios trozos de mariscos. Camus leyó con atención la oferta de comida, la cual estaba detallada en una pequeña tabla de madera en la parte inferior del puesto. Las opciones incluían pescado, calamar, pulpo, almejas y una palabra que Camus no supo cómo traducir. Por bien que oliera la mezcla de frituras, el pelirrojo optó por la mesura y pidió una orden de pescado. La cocinera asintió y en cuestión de segundos le ofreció un enorme cono de papel repleto de las frituras cubiertas con jugo de limón y una salsa blanca que olía a vinagre.
Por su parte, Milo pidió una mezcla de calamares con almejas y un segundo platillo que Camus no identificó hasta que la cocinera lo entregó.
—¿Qué demonios es eso? —preguntó Camus con más impertinencia de la que hubiese deseado.
—Camarones —respondió Milo mientras pagaba por la comida.
El pelirrojo observó el contenido del cono por largo rato. Las extrañas criaturas eran un manojo de cuerpos rojizos y encorvados, decorados con patitas anaranjadas. De haber estado fritas, quizá Camus las hubiese dejado pasar desapercibidas, pero sus cuerpos eran brillantes y húmedos y era fácil creer que los bichejos comenzarían a moverse en cualquier momento.
—Esos no son camarones —dijo con la esperanza de no sonar demasiado incómodo. Aunque él nunca había comido camarones, su tío alguna vez le habló sobre ellos y le aseguró que eran un manjar digno de la realeza. Camus estaba convencido de que nada que tuviese sus patas pegadas era lo suficientemente bueno como para estar en la mesa de la aristocracia.
—Son camarones de Symi —explicó Milo, quien apenas entonces se percataba del desagrado de Camus hacia su bocadillo—, una pequeña isla cercana y famosa por sus camarones. Son pequeños y suaves. No los conocía hasta que vine aquí y me encantaron —como para dejar en claro lo mucho que le gustaban, Milo se metió uno de los camarones a la boca con todo y patas. Camus arrugó la nariz al escuchar cómo crujía entre sus dientes e hizo lo posible por contener su náusea.
Al carajo con los bastardos. Esos malditos camarones eran el peor choque cultural con el que Camus tuviese que enfrentarse jamás.
—Oh, vamos —dijo Milo—. Saben bien. Además, no es como si ustedes no comieran cosas raras en Vere.
—Ciertamente no comemos cosas con todo y patas…
Milo arqueó la ceja izquierda y sonrió con sorna.
—¿Acaso no comen caracoles o ancas de rana? Si me lo preguntas, eso es aún más extraño.
—Los caracoles no tienen pies —murmuró Camus a sabiendas de que no había forma de defender las ancas de rana.
—No te pediré que los pruebes —dijo Milo mientras se metía un segundo camarón en la boca—. Ven. Vamos a sentarnos. No puedo comer así.
La pareja caminó por varios metros hasta que encontraron un banco de piedra con vista al mar. A pesar de su corto quitón, Milo no se quejó de la húmeda superficie del banco, y Camus decidió que tampoco lo haría. Después de todo, él si llevaba pantalones. Colocaron los conos entre ellos y comieron sus contenidos en silencio.
Quizá Camus no supo apreciar los camarones de Symi, pero bien que disfrutó de los trozos de pescado frito. El jugo de los limones y la salsa acentuaban el sabor del pescado y combinaban perfectamente con su cubierta crujiente. A insistencia de Milo, se atrevió a probar las ostras fritas, las cuales no le parecieron tan buenas como las frescas. Por otro lado, los calamares le parecieron una verdadera delicia. Firmes y crujientes, Camus pensó que pediría eso la próxima vez que visitaran el malecón. O al menos eso pensó hasta que se topó con un largo trozo de tentáculos.
—Vaya…
Milo miró de reojo el manojito de tentáculos y comprendió el porqué de la expresión de Camus. Al instante robó los tentáculos y se los metió a la boca para evitarle a Camus la molestia de buscar una excusa para dejarlos al lado.
—Gracias —exhaló Camus—. Me alegra que el comedor de las barracas no incluya particularidades como esta.
—Yo también. No me veo comiendo caracoles.
—Saben bien.
—También los camarones y no te veo probándolos.
Camus le cedió la razón y se puso de pie para buscar algo de beber. No tardó en encontrar un carro que ofrecía aguamiel; pagó por dos porciones, dio el depósito para dos cuencos y regresó con Milo, quien recibió con gusto la posibilidad de calmar su sed.
El aguamiel no era precisamente bueno. Estaba rebajado con agua y no estaba tan frío como Camus hubiese querido. No obstante, fue un agradable cierre para la cena que acababan de tener. Si tan solo la brisa refrescara un poco más…
—Hacía mucho tiempo que no me sentía tan relajado —comentó Milo sin despegar su mirada del horizonte.
—Igual yo. Han pasado muchas cosas en muy poco tiempo. Ha sido difícil hacer algo que no sea entrenar.
Milo asintió.
—No había entrenado tanto desde que estaba en el stratónes. Es nostálgico y terrible a la vez. Los Capitanes hacen que me sienta como un crío de diez años; sobre todo Shion.
—Me gustaría decir que estaremos más tranquilos una vez que pase el torneo, pero temo que te estaría mintiendo.
—Es probable —concordó Milo—. Seguramente los Capitanes serán aún más estrictos, sin mencionar al Rey y al Príncipe, por supuesto. Son exigentes, por decir menos.
Era una pena que fuese Milo quien diese pauta para tal tema de conversación. A Camus no le habría molestado permanecer en silencio mientras observaban el atardecer. Tristemente, Milo le ofreció una oportunidad de saciar su curiosidad y no sería tan ingenuo como para desperdiciarla.
—¿Por qué decidiste formar parte de la Guardia Real, Milo?
El rubio giró el rostro para ver a Camus frente a frente. Por el modo en el que frunció el ceño y desvió su mirada hacia su regazo, Camus supuso que le había tomado desprevenido.
—¿Te refieres a un motivo en específico? —preguntó Milo—. De cierta forma, ha sido lo natural para mí. He formado parte de la milicia desde que era niño y desde entonces se me enseñó que lo más importante para un soldado, después de la valentía y el honor, era subir en el escalafón.
—No necesitas formar parte de la Guardia Real para ascender —dijo Camus—. Si bien es un modo rápido de hacerlo, involucra servilismo inusual por parte de los soldados. Es por eso que muchos dejan pasar la oportunidad a menos de que les ofrezca algo diferente, como un nuevo título o un acercamiento a los monarcas.
—Hay otro motivo —los ojos de Milo se clavaron nuevamente en Camus.
—Lealtad —Camus se aseguró de no romper el contacto visual—, el querer servirle a los monarcas debido a que confías en ellos y en su capacidad para dirigir el nuevo imperio. Ese es el motivo de Aldebarán. Me preguntaba si tu caso sería semejante.
De nueva cuenta Milo ponderó su respuesta en silencio, esta vez más grave y prolongado.
—Ciertamente, mi caso no es del todo diferente —calló nuevamente—. Yo jamás había contemplado formar parte de la Guardia Real. Si acaso, buscaba subir de rango para defender de mejor modo a mi nación. Como tú mismo dijiste: ser parte de la Guardia Real implica involucrarse con la realeza y lidiar con los cortesanos. No es un futuro que deseara para mí.
—¿Qué fue lo que te hizo cambiar de idea?
—Charcy —dijo gravemente—. Aioria y yo servimos a su Excelencia en la batalla de Charcy.
Un pesado silencio cayó entre ellos. Hasta el momento, Camus sabía poco del modo en el que el Príncipe logró una alianza con Akielos o de cómo venció al Regente. No obstante, entre los muchos rumores que llegaron a sus oídos, se encontraba la batalla de Charcy. Fue ahí que, a pesar de encontrarse en una posición desfavorable, en una desventaja numérica y sin el beneficio del ataque sorpresa, las tropas realistas derrotaron por completo a las traidoras, convirtiéndose así en el mayor triunfo militar de la restauración. No obstante, la victoria no llegó sin sacrificios. El ejército realista perdió a miles de soldados y habría sido más suerte que habilidad el hecho de que Milo y Aioria sobrevivieran. Debió haber sido ahí donde aprendieron a combatir hombro con hombro con verecianos.
—Cuando escuché contra qué era lo que nos enfrentábamos, supe que habría pocas posibilidades no solo de vencer, sino de sobrevivir —continuó Milo—. Llegué al campo de batalla dispuesto a dar mi vida por el Rey, mas este nos guio con habilidad y valentía. Fue una lucha terrible, pero nuestras pérdidas fueron pocas a comparación del enemigo y logramos derrotarlo por completo. Su Excelencia es el mejor general bajo el cual he servido; jamás había estado tan orgulloso de formar parte del ejército.
—Pero eso no fue lo que te convenció de servirle personalmente.
Milo parpadeó lentamente y una tenue sonrisa decoró su rostro.
—Después de la batalla hubo una gran celebración —Camus frunció el ceño ante el inesperado giro en la conversación—. Hubo un enorme banquete, todo el alcohol que pudieras tomar y juegos tan emocionantes como aquellos descritos en los poemas antiguos. Fue entonces que conocí a tu Príncipe.
—¿Dirás que decidiste unirte a la Guardia Real para poder estar cerca del hombre que te conquistó con su belleza? —Camus maldijo el tinte de celos que logró colarse por sus palabras.
Milo rio secamente.
—Es bello sí y vereciano. Comprenderás que no fue tan fácil que conquistara mi corazón. Yo… —tartamudeó, tragó saliva y un ligero rubor cubrió sus mejillas—. El momento en que decidí servir a sus majestades fue cuando les vi participar juntos en los juegos. Los dos eran fuertes, hábiles y…
—Amantes —interrumpió Camus, a lo que el sonroje de Milo se acrecentó—. Son amantes; es por eso que son tan poderosos —le pareció increíble que acabase de citar a alguien tan extraño como Máscara de la Muerte.
—No será fácil mantener un imperio tan extenso, sobre todo en estos momentos que aún hay tanta desconfianza entre Akielos y Vere. Sin embargo, si hay alguien que puede mantener la unificación y proteger a sus habitantes, esos son el Rey y el Príncipe. Quiero estar a su lado para ayudarles en todo lo que sea posible. Será un orgullo para mí salvaguardar la integridad de aquellos que han traído paz a la nación después de tantos siglos de batallas.
—¿Sabes? —dijo Camus—. Toda mi vida pensé que los akielenses eran salvajes que amaban la guerra y la destrucción. Admito que una parte de mí está sorprendida por saber que deseas la paz con tanta vehemencia.
—El que crea en el honor y gloria de las armas no quiere decir que rechace la paz. Conozco bien las consecuencias de la guerra. He perdido compañeros y he asesinado a hombres cuyo único delito fue nacer del otro lado de la frontera —entrecerró los ojos y bajó la mirada como si un cruel recuerdo hubiese llegado a su mente—. Sé que el Rey y el Príncipe harán todo lo que esté en sus manos para evitar que se repitan masacres como la de Charcy; como la de Marlas.
—¿Estuviste también en Marlas? —preguntó Camus con asombro—. Debiste ser apenas un muchacho.
—Fui escudero en la retaguardia. Ayudé a… —dudó—. Ayudaba a recibir a los heridos en batalla. Originalmente mi función era reparar las armaduras de mi regimiento, pero hubo un momento en el que los heridos las sobrepasaron. Vere no fue el único que tuvo pérdidas en Marlas, Camus. Muchos akielenses también lo hicieron.
Semanas atrás Camus habría dicho que si Akielos perdió tanto ese día fue porque ellos se lo buscaron. Después de todo, fueron ellos quienes decidieron atacar Vere. Llevaron la guerra hacia sus enemigos, llevándosela también a sí mismos. Quizá, si Milo no tuviese una mirada tan triste, Camus se habría atrevido a decirlo en voz alta.
Tal vez era la belicosa sangre de los akielenses lo que convertía el deseo de Milo en algo tan noble. Aceptar los horrores de la guerra no solo a uno mismo, sino a los demás, era un acto que requería valentía y honestidad. Camus sabía que eran pocos los soldados que se atreverían a decir que las batallas debían ser evitadas a toda costa. Él mismo no se atrevería a hacerlo, pero la verdad era que su deseo no era lejano al de Milo. Él también experimentó la muerte y sostuvo por largo rato las manos de sus hombres heridos. Si realmente los monarcas eran capaces de evitar las campañas y las conquistas, Camus les serviría por el resto de su vida.
El viento arreció y el sol le dio un suave beso al horizonte. Pronto anochecería.
—¿Y qué con Aioria? —preguntó Camus en un intento de aligerar la conversación.
—¿Qué de él? —las palabras de Milo sonaron inusualmente a la defensiva.
—¿Por qué quiere ser parte de la Guardia Real? ¿Sus ideales son los mismos que los tuyos?
—¡Oh, no! Él solo vino porque le dijeron que la paga era buena.
Camus sonrió ante la broma de Milo.
Sin darse cuenta, el consejo que Mü le había dado días atrás comenzaba a surtir efecto. En pos de descubrir algo más de Milo, aprendió algo de sí mismo y poco a poco comprendió por qué era que se encontraba entre los candidatos a la Guardia y el por qué cada día le entusiasmaba más formar parte de ella.
La campana de la torre principal del castillo comenzó a repicar. Milo se puso de pie y extendió su mano hacia Camus.
—Ven. Es hora de regresar. Lamento haber utilizado tanto de nuestro tiempo libre para hablar del ejército.
—Descuida —Camus aceptó la ayuda para levantarse—. Fui yo quien insistió en que lo hicieras. Además, aprendí algo nuevo de ti.
—¿Y qué fue lo que aprendiste?
—Que comes camarones con todo y patas.
Milo rio fuertemente e, inesperadamente, colocó su mano en la cintura de Camus.
—Vamos. Quiero ver si Shaka le cortó las manos a Aioria.
Sin soltar su cintura, Milo condujo a Camus de regreso al castillo. Era una fortuna que las farolas de la calle aún no estuvieran encendidas. De esa forma Milo no alcanzó a ver el intenso rubor que cubrió las mejillas de Camus a lo largo de todo el camino.
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Comentario de la Autora: Lamento mucho la demora, pero como es usual el MiloShipFest me tuvo bastante ocupada. Como si eso no fuera suficiente, me metí a un intercambio navideño y tuve que hacer una historia adicional (no de este fandom). Pero bueno, acá estamos con la segunda parte de la 'cita'. Que realmente no es una cita porque no hubo besos, pero les prometo que algún día va a haber. Algún día... después de que haga sufrir a Camus un poco más. Pero ya casi se acaba su sufrimiento y el que queda ya no es tan sufrido.
Hace tiempo leí un artículo sobre la guerra en Grecia en la revista Desperta Ferro y dijeron algo muy interesante que tiene mucho sentido. Era un tabú rechazar la guerra. La guerra debía ser gloriosa, casi divina. El que un hombre la rechazara era vergonzoso y aunque realmente nadie la disfrutaba, todos fingían que era lo mejor que podían hacer con sus vidas. Creo que esto ha sido real para muchas culturas en muchas épocas. Los movimientos anti guerra son sumamente modernos, pero incluso hoy no suelen ser bien vistos dentro del esquema de patriotismo. En el pasado debió haberse requerido mucho valor para admitir que la guerra apesta. Milo es valiente, pero solo porque está Camus con él. Probablemente no se habría atrevido a decir algo así ni siquiera frente a Aioria.
Mientras buscaba comida callejera de Grecia, me encontré con los camarones de la isla Symi. Me pareció divertido que fuesen tan parecidos a los acociles y pensé que no a muchos les gustaría probar algo así. Seguramente son deliciosos, así como lo son las ancas de rana. Mmmm!
Y bueno, como no lo he presumido en este fic, les traigo el anuncio atrasado de la publicación de mi primer novela original "Concedido". Podrán encontrar más info en el blog de mi seudónimo: a-kozani punto com / libros /. ¡Ojalá le puedan dar una oportunidad! Es cursi y gay.
Finalmente, aprovecho el espacio para desearles a todos una feliz Navidad y un gran año nuevo. Es probable que haga una pequeña actualización antes de enero, pero por si las dudas: ¡Felicidades! Por favor cuídense mucho, sigan con la sana distancia y diviértanse en la medida de lo posible con sus seres queridos. Muchas gracias por un año más de sus lecturas. Confío en que el próximo año será mucho más favorecedor. Kissu!