Capítulo 21
Hacía un mes desde la llegada de Camus a Marlas. A pesar de que mucho había pasado en esas cuatro semanas, aún faltaban cuatro más para llegar al torneo en el que se elegirían a aquellos que conformarían la Guardia Real. El entrenamiento parecía hacerse más difícil cada día y dejaba poco tiempo para que Camus y sus compañeros se relajaran.
En más de una ocasión Camus pensó abandonar el entrenamiento para el Okton, mas luego recapacitaba y se convencía a sí mismo de que pronto todo terminaría y que podría dejar de correr de un lado para el otro. Una vez que consiguiera el puesto en la Guardia todo cambiaría. Vigilar la puerta de las habitaciones de los monarcas por seis horas seguidas sonaba a gloria: una actividad relajante que le ayudaría a descansar sus exhaustos músculos y a sanar todas sus heridas. Camus apenas y podía esperar para ese momento.
El resto de sus compañeros se encontraban en una situación similar. Las prácticas drenaban a todos de sus energías y ni siquiera los buscapleitos tenían fuerzas para meter a los demás en problemas. De hecho, Camus solo supo de un aspirante expulsado: un vereciano que decidió llevar una rencilla de la arena de entrenamiento hasta el comedor. Fuera de eso, todos los aspirantes cayeron en una constante, aunque difícil, rutina que menguaba sus fuerzas como si participasen todos los días en una batalla.
Sin embargo, Camus encontraba satisfacción en el aprendizaje. Disfrutaba seguir las instrucciones de los Capitanes y aún más percibir la mejoría de sus habilidades. Además, el hecho de que no pudiera pasar tanto tiempo libre con Milo no quería decir que estuviese alejado de él. Por el contrario, prácticamente pasaba todo el día a su lado y aunque no podía interactuar mucho con él durante las prácticas del Okton, había muchos otros momentos en los que podía hacerlo.
Al final, Milo no convenció a Camus de practicar en las luchas, pero sí le enseñó varios movimientos de atletismo para fortalecer la parte superior de su cuerpo. Afortunadamente, los ejercicios no tardaron en dar frutos; en poco tiempo Camus dobló la distancia a la que podía proyectar su lanza y confiaba en pronto poder dar en el blanco. De hecho, estaba seguro de que habría podido hacerlo días atrás de no ser por el dolor en su brazo izquierdo, el cual llegaba cuando menos lo esperaba. Si bien Milo hizo varios comentarios al respecto, Camus siempre terminaba por convencerle de que no había necesidad de preocuparse. Con el paso de los días el dolor se convirtió en apenas una molestia y estaba convencido de que estaría totalmente recuperado para el día del torneo, sobre todo si seguía con la rutina de ejercicios de Milo.
Los movimientos eran efectivos y, por si fuera poco, tenía la excusa de la inexperiencia para recibir ayuda del akielense. Camus disfrutaba, sobre todo, el modo en el que el rubio posaba sus manos en sus brazos y pecho para colocarlos en la posición adecuada y no le pasaban desapercibidos los momentos en los que el contacto duraba un poco más de lo que era necesario.
Por su parte, Camus intentó enseñarle a Milo boxeo, mas el rubio decidió que dicho deporte era demasiado salvaje para su gusto. Camus no entendía por qué Milo pensaba que arrastrarse desnudo por el suelo era un deporte elegante mientras rechazaba los finos y certeros movimientos del boxeo. De cualquier forma, quizá eso era lo mejor. Camus no era un experto en combate cuerpo a cuerpo y no tenía intenciones de convertirse en uno. Lo único que deseaba en esos momentos era convertirse en uno de los aspirantes más capaces y cerrar la distancia entre él y Milo.
Camus comprendía por qué aún no había iniciado una relación con él. Era claro que ambos la buscaban, pero en esos momentos tenían muchas otras cosas en las qué pensar. Además, Camus tenía que admitir que jamás se había encontrado en una situación semejante. Se unió a sus amantes anteriores más por practicidad que por interés y ninguno de ellos requirió una ardua labor de convencimiento. Suponía que Milo tampoco la requeriría. Sin embargo, Camus quería que las cosas fueran diferentes con él. No se atrevería a decir que quería cortejarlo —ellos eran soldados, no acomplejados aristócratas ligados a protocolos innecesarios—, pero sí deseaba que hubiese más que un intercambio de palabras antes de saltar a la cama. Camus moría de ganas de que fuesen seleccionados a la Guardia para que pudiera dedicarse a encontrar el modo más apropiado para estar con Milo.
Si es que acaso ambos eran seleccionados, por supuesto.
Y si es que Milo no perdía el interés.
No que esa fuese una posibilidad, por cierto. Estaba convencido de que Camus lograría adueñarse del corazón de Milo antes de la coronación del Príncipe. Si Aioria logró acercarse a Shaka sin que este le lanzara un dardo venenoso, eso del romance no podía ser tan complicado.
—Shaka dijo que de ahora en adelante le podía acompañar cada que fuese de compras —dijo Aioria cierto día mientras desayunaban—. Creo que finalmente he comenzado a conquistar su corazón.
—Más bien has conquistado su bolsillo —murmuró Milo—. ¿No presumiste la semana pasada que lograste que le vendieran un mortero a mitad de precio?
—Bien sabes lo que dicen: el camino al corazón de una persona es a través de su bolsillo.
Milo frunció el ceño y meneó la cabeza.
—Nadie dice eso.
—¡Pero es cierto!
—Es cierto —concordó Camus mientras señalaba con la mirada a Afrodita y a su grupo de admiradores.
—El hecho de que Shaka quiera ir de compras contigo no quiere decir que lo hayas conquistado.
—No lo sé, Milo —interrumpió Aldebarán—. Los vi ayer cuando regresaban del pueblo. Por algún extraño motivo parecía que Shaka no tenía intenciones de matar a Aioria —Mü falló en contener una risotada y Aldebarán sonrió ampliamente—. ¡Hablo en serio! Incluso estaban conversando. Fue sobrecogedor.
—Búrlense lo que quieran —espetó Aioria—. En cuatro semanas será el torneo, me harán parte de la Guardia Real y tendré tiempo para cortejarlo de verdad.
—Espera —dijo Mü—, ¿aún no lo has cortejado? ¿Entonces qué ha sido todo ese…
—Acoso —completó Aldebarán.
—Eso.
—No ha sido acoso —se defendió Aioria—. Simplemente quiero conocerlo mejor. Y no, no lo he cortejado. El cortejo es un arte sutil y delicado. Necesito tiempo y recursos para hacerlo y en estos momentos no cuento con uno ni otro. ¡Solo esperen! Lo tendré en mis brazos en cuestión de semanas. ¡Soy todo un experto! ¡Jamás se me ha escapado alguien!
—¿Jamás? —preguntó Milo tono sumamente delator.
—¡Marin no cuenta! —se dirigió al resto de sus compañeros—. No le gustan los hombres. ¡De haberlo sabido antes, la habría dejado en paz desde un principio! —sus ojos se desenfocaron por un segundo y dejó escapar un largo suspiro—. Era encantadora, ¿no es así, Milo?
—Lo era, lo era —musitó Milo con poco interés.
—De cualquier forma —comentó Camus—, Aioria tiene razón. Poco a poco está conquistando a Shaka. He de admitir que es admirable.
—Gracias, Camus —dijo Aioria mientras ponía su mano sobre el hombro del pelirrojo—. Es bueno saber que alguien aquí aprecia mis talentos.
—Tonterías —Milo se levantó bruscamente de la mesa. Pronto sería hora de retomar el entrenamiento—. Lo único que tienes en Shaka es a un compañero de compras. Hazte un favor y solo presume de tus talentos cuando realmente los tengas.
—Puedo decirte lo mismo. ¿No presumes ser el mejor en las luchas justo antes de ser lanzado al otro lado de la arena?
Las orejas de Milo enrojecieron y su boca se entreabrió con indignación.
Justo en ese momento Aldebarán lanzó una agradable risotada y se levantó de su asiento.
—Guarden todo ese ímpetu para el entrenamiento, muchachos. Es hora de irnos.
Milo y Aioria hicieron un mohín. No les gustaba que interrumpieran sus constantes peleas, pero sabían que Aldebarán tenía razón.
Ese día les correspondía realizar ejercicios de infantería.
Después de un mes de entrenamiento en conjunto, las falanges de los soldados finalmente adquirieron la fuerza suficiente para recibir la mayor parte de las embestidas. Fuese por la constante práctica o por la mayor confianza entre los hombres, sus movimientos se volvieron más diestros y eficaces. A pesar de que Camus no se atrevería a decir que las rencillas entre verecianos y akielenses habían terminado, ambos aprendieron a trabajar en equipo para defender sus posiciones.
El Capitán Dohko estaba especialmente satisfecho con las mejorías. Le era imposible contener su entusiasta sonrisa cada que una falange resistía un ataque y no tardaba en ordenar un segundo embiste con tal de confirmar que los hombres finalmente comenzaban a hacer su trabajo.
El Capitán Shion era una historia diferente. A pesar de que los hombres eran igual de estrictos, la inalterable expresión de Shion le hacía ver aún más severo. Parecía que no había modo de satisfacerle y encontraba errores hasta en los más mínimos detalles. Peor aún, el hombre no solía señalarlos en voz alta. Simplemente observaba a los soldados con desdén e inmediatamente sabían que habían hecho algo incorrecto. Aunque Camus sospechaba que su fría actitud era solo una herramienta para amedrentar a sus hombres, el saberlo no facilitaba ser sometido a una de sus severas miradas.
Al menos ese día tuvieron la buena suerte de que Shion les observara desde la retaguardia. Era mucho más fácil realizar las maniobras si el Capitán no estaba a plena vista. Aquella fue una gran fortuna para Camus, ya que su lesión decidió aprovechar la oportunidad para hacer de las suyas.
En esa ocasión Camus se encontraba en la columna ofensiva. Su espada sin filo debía abrir un camino a través de la columna enemiga y su escudo debía protegerlo tanto a él como sus compañeros. Sin embargo, cuando se dio el choque de los soldados, una lanza alcanzó a perforar la parte superior de su escudo. La perforación fue de un par de centímetros, suficiente para provocar que su escudo se sintiera mil veces más pesado que antes. Decidido a no ser el responsable de romper las filas, Camus sostuvo el ataque con toda su fuerza y, justo cuando creyó que su brazo terminaría por ceder, el antebrazo de Milo se apoyó sobre su escudo. El akielense le ayudó a mantener su defensa en alto por los eternos segundos que duró el encuentro y hasta que las filas de los contrincantes cedieron.
Una vez que Camus bajó su escudo, sintió un inmenso dolor en su brazo izquierdo. Ni siquiera el día del accidente llegó a sentir tanto dolor y le fue casi imposible disimularlo. Por supuesto, Milo no tardó en entender lo que había pasado, pero antes de que pudiera decirle algo, Dohko dio la orden para una nueva formación. Camus aprovechó la distracción para ocupar una posición menos demandante en la falange y de esa forma pudo sobrellevar el resto del entrenamiento.
No fue sino hasta llegada la noche, mientras los soldados se bañaban, que Milo pudo enfrentarlo.
—Te dije que debías ir con el médico —dijo a la par que terminaba de acomodarse su quitón. Camus también ya había terminado de lavarse y cepillaba su cabello con más torpeza que la usual. No se había percatado de que utilizaba la mano izquierda para realizar labores tan sencillas.
—No es nada —le aseguró—. Lo único que necesito es descansar por unas horas. Si evito entrenar para el Okton estaré como nuevo el día de mañana.
—Algo así dijiste dos semanas atrás.
Un tenue rubor cubrió las mejillas de Camus.
—Milo, yo-
—¿Recuerdas cuando te hablé de Charcy? —le interrumpió Milo mientras tomaba asiento a su lado. Camus asintió—. Ni Aioria ni yo salimos invictos de la batalla.
Milo alzó su quitón y le mostró una reciente cicatriz que atravesaba la parte interna de su muslo izquierdo. La herida no fue muy profunda y con el paso de los años la cicatriz terminaría por desaparecer. No obstante, en su momento debió haber sido aparatosa y dolorosa. Camus se sintió un tanto avergonzado por estar más interesado en tocar la cicatriz tan convenientemente colocada que en la historia que Milo estaba a punto de contarle.
—A mí me hirieron en la pierna y a Aioria le rompieron dos dedos de la mano derecha. Considerando el gran esquema de las cosas, las heridas fueron apenas un inconveniente, pero aun así decidimos cuidarlas y sanarlas por el tiempo que fue necesario. No pretenderé que fue una decisión fácil. Poco después se celebró un torneo entre akielenses y verecianos, ¿recuerdas? Los mejores hombres sobresalieron de tal forma que estoy seguro que si Aioria y yo hubiéramos participado, no habríamos tenido la necesidad de estar aquí. Habríamos sido incluidos en la Guardia desde ese momento —exhaló dramáticamente—, mas no fue así. Aioria y yo decidimos cuidar nuestras heridas y nos limitamos a ser espectadores. Tú sí tienes oportunidad de sanar antes de los juegos. Sé lo difícil que es domar al orgullo, pero es importante que lo hagas. Si tu lesión empeora puede que no se te permita participar en el torneo o, peor aún, participarás y te harás daño a ti mismo o a alguien más.
Camus calló por varios segundos. Temía admitir que su lesión fuese más severa de lo que había pensado. Admitirlo sonaba a derrota y lo menos que quería era que el médico le prohibiese acercarse a la arena por dos o más días.
El silencio de Camus hizo que la mente de Milo dudara y saltara a otra conclusión que, si bien no era muy descabellada, era incorrecta.
—¿O acaso me equivoco? ¿Actúas así porque no quieres ver al médico bastardo? —preguntó con molestia.
—No, no es eso —aseguró—. Tienes razón, Milo. Iré a ver al médico después de la cena.
Milo asintió satisfecho.
—Te acompañaré.
Camus estuvo a punto de decir que no era necesario. No necesitaba que lo vigilaran para algo tan sencillo como un encuentro con el médico. Sin embargo, aceptó a sabiendas de que se sentiría más tranquilo con alguien de confianza a su lado.
—De acuerdo.
El rostro de Milo resplandeció con su breve respuesta y se puso de pie inmediatamente.
—Iré a decirle a Aioria y a los demás que hoy no entrenaremos para el Okton. No te preocupes. No les diré qué es lo que haremos.
El rubio salió a buscar al resto de sus compañeros sin preocuparse de que sus palabras pudieran malentenderse. Camus ató su cabello mojado con un listón y suspiró.
Lo que pensaran los demás de su relación con Milo era lo menos que le importaba en esos momentos. Comenzaba a temer que su lesión fuese más grave de lo que había creído originalmente.
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Comentario de la Autora: Un poco más tarde de lo que esperaba, pero acá les dejo la primera actualización del año. Una disculpa porque, además, este capítulo fue muy corto. Originalmente era un poco más largo, pero acabé editando muchas cosas. Pero eran cosas que no eran verdaderamente importantes así que no se perdieron de nada.
Lo único que importa es experimentar el dolor y sufrimiento de Camuchis. Pobrecito. Pero no se preocupen, todo va a salir bien. Después de todo es nuestro querido protagonista. Nuestro protagonista que ahora va a tener un kink con las cicatrices. Hmm...
El próximo capítulo volveremos a ver a nuestro querido médico. ¿Lo encontraremos de mejor humor? La respuesta a esa y a otras preguntas, en un mes.
Espero que este inicio de 2021 les esté pintando mejor que el anterior y que todos ustedes se encuentren bien y sanos. Síganse cuidando y cuidando a los demás. Para poder combatir con el encierro, les aviso que podrán descargar mi novela "Concedido" gratis del 2 al 4 de febrero. Se encuentra en la tienda Kindle y podrán encontrar mayor info en mi blog a-kozani (punto) com. No estoy segura de que la promoción esté disponible para todos los países, pero al menos para México debería estarlo. Es la primera vez que hago esto, ténganme paciencia, por favor.
Que por cierto, una nota a Ellizy que ha dejado un par de reviews que no le puedo responder porque comentó sin loginearse: Lamento mucho no poder actualizar tanto como quisiera. Generalmente, la frecuencia de actualización va d semanas. Sé que es mucha la espera para capítulos tan cortos, pero ten por seguro de que no abandonaré esta historia. Ya estoy a poco de acabar de escribirla (mas no publicarla) y aún así hay muchos extras que quiero hacer dentro de este universo. Aún hay historia para rato. Espero hayas disfrutado esta actualización!