Capítulo 32
No hubo sorpresas cuando se dio el cierre del torneo y el Capitán Dohko leyó la lista de nombres de los soldados que fueron seleccionados para la guardia. A excepción de Mü, todos los compañeros de Camus fueron listados y una oleada de alivio recorrió todo su cuerpo. El Capitán Shion les indicó que debían prepararse para el festín de celebración, por lo que los hombres seleccionados se dirigieron a los baños en donde les presentaron su nuevo uniforme. Camus desconocía si lo que Milo le había dicho era verdad y el mismo Príncipe había trabajado en su diseño, pero de ser cierto, parecía ser que al Príncipe también le gustaba admirar las piernas de los soldados. Si bien el pecho, los brazos y las espinillas estarían cubiertos por una fina armadura de acero y bronce, por debajo de esta se portarían cortos quitones blancos. Aparentemente, el uso de pantalones debajo de los quitones sería opcional y Camus estaba seguro de que Milo prescindiría de ellos. Ciertamente, aquella era una situación provechosa.
Debido a que era una celebración informal, esa noche no portarían el uniforme completo y Camus optó por usar tanto pantalones como una amplia capa azul que cubriría gran parte de sus brazos. Cuando se encontró con Milo, este abrió la boca para decir algo, mas se quedó en el puro intento. Muy probablemente iba a comentar algo sobre lo absurdo que era usar ropa debajo del quitón.
—¿Cómo te sientes? —dijo en cambio.
Camus parpadeó lentamente y se alzó de hombros.
—¿Satisfecho? Las cosas salieron conforme a lo que esperábamos así que-
—¡Me refería a tu lesión! —rio Milo—. Ya sabes, de cuando te caíste del caballo. ¿Lo recuerdas o estás tan emocionado que lo olvidaste?
La verdad era que Camus se había olvidado por completo de su caída. El cuerpo ni siquiera le dolía, pero suponía que eso era porque estaba demasiado emocionado y que el dolor no le llegaría sino hasta el día siguiente.
—Estoy bien, no te preocupes —aseguró. Milo arqueó su ceja izquierda y murmuró algo que Camus no pudo entender—. No querrás que vaya ahora con Shaka, ¿o sí? Puede que siga atendiendo a Máscara de la Muerte. Además, el banquete está por comenzar.
Milo le respondió con un amenazante silencio y Camus supo que la batalla estaba perdida.
—De acuerdo, de acuerdo —accedió—. Iré con Shaka.
—Te acompaño.
—No es necesario que los dos lleguemos tarde a la celebración. Ve y apártame un buen lugar y una botella de vino, ¿quieres?
Milo accedió a regañadientes y se separó de él con una mirada que dejaba muy en claro que Camus se las vería muy mal si no iba a la oficina del médico.
Con la esperanza de poder unirse al banquete lo más pronto posible, Camus se apresuró hacia el consultorio. Una vez ahí, se encontró con Shaka y otros dos médicos cuidando de los hombres que tuvieron lesiones importantes durante el torneo. A pesar de que su rostro permanecía tan impasible como siempre, la ropa de Shaka lucía desarreglada y su peinado lucía ligeramente menos perfecto que lo usual. Debía haber sido un día difícil para él y sus compañeros.
Máscara de la Muerte yacía bastante más recuperado en un camastro. El color había regresado a su rostro y la herida en su costado ya estaba tratada y vendada. A su lado, un muy consternado Afrodita le sujetaba de la mano como si estuviese al borde de la muerte. Debía estarle susurrando o una muy ardiente declaración de amor o una larga lista de cosas que haría con él una vez que se recuperara, ya que Máscara de la Muerte lucía un tanto abochornado. Conociendo la desfachatez del hombre, Camus suponía que lo que lo tenía así era la declaración de amor.
—¿Qué te trae por aquí, Camus? —preguntó Aioria tan de repente que sobresaltó a Camus. A pesar de que Aioria parecía aún más cansado que Shaka y que partes de su quitón estaban cubiertas de tierra y sangre seca, el castaño portaba una resplandeciente sonrisa—. ¿Viniste a ver a Máscara de la Muerte?
—En realidad no —dijo Camus—. Caí del caballo durante el Okton y quisiera que Shaka me revisara antes de ir a la celebración.
—Milo te obligó a venir, ¿no es así? —miró por detrás de su hombro—. Podrás ver que estamos algo ocupados, veré quién puede revisarte. ¡Ah! ¡Y felicidades por entrar a la Guardia!
—Lo mismo a ti.
Aioria caminó hacia Shaka e intercambiaron un par de palabras. Apenas entonces Shaka reparó en Camus y, después de darle a Aioria indicaciones adicionales, dejó lo que hacía para examinarlo.
—Veo que Aioria ha encontrado un lugar en tu consultorio —y en su corazón, pensó Camus.
Shaka respondió presionando la lesión de Camus con mucha más fuerza de la que era necesaria.
La revisión no duró mucho tiempo. La herida de Camus fue mucho menos severa que la que tuvo un par de meses atrás y solo sería necesario reposar y tomar algunas hierbas analgésicas por un par de días. De cualquier forma, Shaka le insistió que regresara a verle en un par de días para asegurarse de que todo estuviera bien.
Antes de irse, Camus estuvo a punto de preguntarle a Aioria si no les acompañaría en la celebración, pero antes de que pudiera acercarse a él, Shaka le entregó al castaño un tazón con agua, un trapo de algodón y sus siguientes instrucciones. Aioria asintió como un perrito al que su dueño le acababa de dar una palmada en la cabeza. Camus supo que no vería a Aioria por el resto de la noche.
Decidió, pues, desearle a Máscara de la Muerte una pronta recuperación y le felicitó a él y a Afrodita por haber entrado a la Guardia Real.
—¿No es maravilloso, Camus? —dijo Afrodita—. Vamos a poder cumplir nuestro sueño de venderle tantos libros a su alteza que nos cubrirá de oro.
—Yo puedo cubrirte de oro —gruñó Máscara de la Muerte.
—No tanto como el Príncipe, pero está bien —Afrodita acarició su mejilla—. Tú puedes cubrirme de otra cosa.
Camus no necesitaba escuchar una sílaba más de esa conversación así que dio media vuelta y se alejó de ellos lo más rápido posible.
No tardó mucho en llegar al salón en donde se celebraría la inauguración de la Guardia Real. Los monarcas se encontraban en la mesa de honor y conversaban vívidamente con los Capitanes y el kyros de Ios. Cerca de ellos había una mesa con algunos de los miembros del Consejo vereciano y los demás kyros que asistieron al torneo. Un general akielense (el mismo que propuso que el Rey participara en el Okton) deambulaba entre ambas mesas tratando de hacerse del doble de alcohol.
Camus miró hacia el resto del salón en espera de encontrar a Milo. No obstante, había tantas personas que comenzó a temer que tendría que ir de mesa en mesa para dar con él. Afortunadamente, Milo debió haber estado al pendiente de su llegada ya que no tardó en ver una mano agitarse a tan solo unos pasos de distancia. Milo, Aldebarán y Mü ya estaban esperándole con un generoso plato de pato asado.
—¡Volviste! —dijo Milo a la par de que Camus se sentaba a su lado—. ¿Qué dijo Shaka?
—Nada de preocupación. Solo necesitaré un par de días de analgésicos —le dio un beso en la mejilla— y tal vez unos masajes, para acelerar la curación.
Las orejas de Milo se tiñeron de rojo y, aunque abrió la boca para responderle, al final se conformó con asentir un par de veces.
No queriendo abochornar más a Milo, Camus tornó su atención hacia Aldebarán.
—Felicidades por haber sido seleccionado para la Guardia —miró entonces a Mü—. Y a ti por haberte salido con la suya.
Mü alzó su tarro de cerveza en tono de brindis.
—Felicidades a ti también, Camus. Fue un día muy provechoso para todos.
Aldebarán contuvo su risa y señaló a Shion con la mirada.
—Creo yo que lo más provechoso fue que tu padre no te asesinó.
—Ya se le pasará. Además, él sabía que no me interesaba formar parte del ejército. Prácticamente fue él quien me orilló a esto.
—¿'Esto' es intercambiar información con el Príncipe para acercarte a su círculo? —preguntó Milo.
—El Príncipe no necesitaba de mi ayuda para obtener información —aseguró Mü—. Simplemente le propuse un juego y él lo aceptó con gusto. Grande es el reto de servir al nuevo imperio y quería estar seguro de que sus nuevos hombres soportarían la presión.
A Camus ya le había quedado claro que el Príncipe era un hombre capaz de todo con tal de alcanzar sus objetivos. No le sorprendió que sometiera a los hombres a semanas y semanas de angustia con tal de identificar a los más tenaces. Por otra parte, si bien nadie culparía al Príncipe por recibir información de terceros, temía que con Mü fuese diferente. Tal vez él no estaría con ellos en las barracas, pero sin duda le verían con la suficiente frecuencia como para generar disgustos. Temía que los demás soldados resintieran a cualquiera que hubiese tenido contacto con el noble, lo que por supuesto significaría un riesgo para Camus y sus compañeros.
—También será grande el reto de recuperar la confianza de los soldados…
Mü se alzó de hombros y clavó su tenedor en un jugoso trozo de carne.
—No se preocupen por eso. Se olvidarán de sus pesares en cuanto aconseje al Príncipe de incrementarles el salario.
Camus bufó.
—Tienes un plan para todo, ¿no es así?
—Sería un crimen si no lo tuviera.
—¿Cómo fue que soportaste tanta presión, Aldebarán? —preguntó Milo—. Yo jamás habría sido capaz de guardar el secreto.
—¿Qué puedo decir? —respondió un muy abochornado Aldebarán—. Le tenía más miedo a Mü que al resto de los soldados.
—Lo dices como si te hubiese amenazado —Mü frunció el ceño—. Como si no hubiese pagado generosamente por tu silencio…
Mü acarició el brazo de Aldebarán y este se hundió de hombros y desvió su mirada hacia su plato. Camus decidió hacer lo mismo, pero no porque se sintiese abochornado sino porque estaba hambriento. A pesar de que pudieron comer algo a mediodía, el torneo fue largo y extenuante y Camus no esperó más para hundir sus cubiertos en la carne.
La piel del pato estaba crujiente y su carne cocida a la perfección. Los cocineros debieron haber trabajado todo el día para ofrecer tales guisos a tantas personas. Camus quiso creer que a partir de ese momento todas sus comidas serían de la misma calidad. Apenas terminó su porción de pato, comenzó a circular el lechón asado. Camus no dudó un segundo en tomar la porción que le correspondía.
Lo único que Camus habría cambiado era la bebida. En su mesa estaba la botella de un vino akielense: espeso, fuerte y acre. Mü y Aldebarán bebían cerveza y Milo parecía disfrutar el vino. Camus no quería parecer demasiado quisquilloso y decidió aguantarse la sed.
No obstante, Milo lo conocía lo suficientemente bien como para saber que algo le molestaba.
—Es el vino, ¿no es así? —giró su cuerpo e intercambió unas palabras con un akielense que meneaba una botella llena de un líquido incoloro. El hombre sirvió un poco de la desconocida bebida en un cuenco y Milo se la ofreció a Camus—. Prueba esto. Se llama griva.
Agradecido por la nueva opción, Camus no dudó en tomar el cuenco y en probar el licor. El licor que no tardó en ser despedido por su boca.
—¡¿Qué es esto?! —preguntó mientras Milo lanzaba una carcajada.
Si Camus no confiara plenamente en Milo, habría temido que lo acababa de envenenar. El licor era extremadamente fuerte, repugnantemente amargo e inesperadamente espeso. ¿Qué persona en su sano juicio tomaría eso por gusto?
—Lo siento, lo siento —dijo Milo—. No lo pude evitar. Yo tampoco puedo soportar la griva, pero beberla es algo así como un rito de iniciación en el ejército.
—Jamás he escuchado eso —dijo Aldebarán.
Milo se alzó de hombros.
—Al menos esa es la excusa que me dieron con mi primer vaso. Ahora que lo dices, suena a mentira —se puso de pie y le dio a Camus una palmada en la espalda—. Iré a conseguirte un vino vereciano para quitarte el sabor de esa cosa.
El rubio no tardó en cumplir su palabra y Camus pudo calmar la desagradable sensación en su boca y garganta gracias al nuevo vino. En ese momento recordó cuando le dijo a Shion que le gustaba probar licores exóticos. ¡Al diablo! Jamás volvería a probar un licor akielense sin que Milo lo probase primero.
La cena continuó sin más percances por varias horas. Milo y Camus no comieron mucho más, pero disfrutaron de la bebida y la conversación con Aldebarán y Mü.
Ya entrada la noche, el Rey se levantó de su asiento, felicitó nuevamente a los seleccionados y les invitó a seguir disfrutando la noche. Acto seguido sujetó al Príncipe de la mano y comenzaron a caminar fuera del salón seguidos muy de cerca por los guardias que les cuidarían esa noche.
Cuando la pareja pasaba frente a la mesa de Camus, el Príncipe tropezó y tuvo que sujetarse de la superficie de madera para evitar caer. Alzó la mirada lentamente y a Camus no le pasó desapercibido el modo en el que los ojos del Príncipe permanecieron en los brazos de Milo por un par de segundos más de los que eran necesarios. El Príncipe sonrió de medio lado y viró su atención hacia Camus.
—Nada mal —musitó con tanta coquetería que a Camus le pareció un joven totalmente diferente al parco hombre que presenció durante el torneo.
El Rey frunció el ceño y posó su mano posesivamente sobre la cintura del Príncipe instándole a seguir caminando. En menos de tres segundos los hombres se alejaron, dejando atrás a un Camus extremadamente confundido.
—Parece ser que el Príncipe ha bebido demasiado —musitó Camus.
Milo bufó.
—Ni en broma. Solo fingía que está ebrio para poder escaparse de la fiesta. En la celebración del triunfo de Charcy le vi tomar ocho vasos de griva.
—¿De griva? ¡¿De esta griva?! ¡Imposible! ¡Nadie puede beber tanto de este veneno! Además, ¿por qué querría huir de la fiesta?
—El Príncipe es un hombre reservado —aseguró Mü—. Participa en estos eventos porque es su deber hacerlo, pero él preferiría pasar la noche en la biblioteca con un buen libro. O con el Rey, por supuesto. De hecho, me imagino que si se fue temprano hoy fue más por él que por los libros.
—Comienzo a creer que el Príncipe es tan brillante como decías, Milo —dijo Camus—. Ahora que los monarcas se han retirado, no hay motivo por el cual debamos permanecer aquí.
Por unos segundos pareció que Milo diría que quería seguir disfrutando la velada, pero afortunadamente se dio cuenta de que lo que Camus quería era disfrutar la noche de otra manera.
—Tienes razón, ya es hora de retirarnos —dijo mientras se ponía de pie.
Milo y Camus se despidieron de Mü y Aldebarán y salieron del salón con rapidez. No tuvieron que discutir sobre a dónde irían. Ambos sabían que era hora de regresar al pequeño salón a un costado de la biblioteca de las barracas.
No se toparon con nadie en el trayecto a la habitación. En retrospectiva, los abandonados pasillos eran una señal de que algo no estaba bien. Tristemente, en ese momento lo único que Camus quería era enredarse en el cuerpo de Milo y no reparó en detalles como esos. Cuando finalmente llegaron a la habitación, Milo abrió la puerta de par en par y se congeló al instante en el que vio a su interior.
Camus se asomó por encima de su hombro. Carraspeó y tomó a Milo del cuello de su quitón para alejarlo de la manilla de la puerta.
—Mil disculpas, Excelencia, su Alteza.
Camus cerró de nueva cuenta la puerta y dio la media vuelta para continuar con su camino y encontrar otro lugar en dónde estar con Milo. Sin embargo, después del tercer paso se percató de que Milo seguía parado frente a la puerta con cara de susto. Camus le llamó un par de veces y, al no recibir respuesta, regresó para sujetarle de la muñeca y sacarlo de ahí.
A tan solo unos pasos estaba la biblioteca de los soldados. Ahí, además del guardia usual, se encontraban los dos hombres que acompañaron a los monarcas fuera del salón. Solo entonces Camus reparó que eran quienes le instruyeron en estrategias militares akielenses: Pallas y Lazar.
Lazar aprisionaba a Pallas en contra del muro de piedra, o al menos eso pretendía, ya que Pallas era tan alto como él y mucho más robusto. Aun así, Pallas parecía disfrutar aquella posición, ya que sonreía tímidamente mientras delineaba la barbilla de Lazar.
Cuando Milo y Camus pasaron frente a ellos, Pallas abrió ampliamente los ojos y empujó a Lazar.
—Te dije que uno de nosotros tenía que quedarse al otro lado del pasillo. ¡Alguien puede ver al Rey y al Príncipe! —se alcanzó a escuchar.
—Suerte para ellos, supongo —Lazar besó a Pallas y no se escucharon más quejas.
Milo y Camus comenzaron su descenso hacia el sótano del castillo. Los hombres seleccionados dormirían en las barracas de la Guardia Real a partir del día siguiente y pocos de los hombres se tomarían la molestia de pasar la noche en cama. Camus fue directamente al tercer dormitorio, aquel que fue abandonado varios días atrás, y suspiró con alivio al ver que no solo la puerta estaba abierta, sino que estaba totalmente vacío.
Camus trancó la puerta y condujo a Milo al camastro más cercano. Tristemente, el rubio seguía sumamente perturbado.
—No es para tanto, Milo. Creí que sabías que eran amantes…
Milo cubrió su rostro con ambas manos. El color rojizo aún no abandonaba sus mejillas.
—¡Una cosa es saberlo y otra es verlo! No puedo creer que haya visto a su Excelencia así…
—Lo que yo no puedo creer es que Máscara de la Muerte tuviese razón.
—¿Cómo?
Camus sabía que no era el momento adecuado para comentar sobre la apuesta de Máscara de la Muerte sobre las preferencias sexuales de los monarcas. Se prometió ir a visitarle al día siguiente. Sin duda la buena noticia le ayudaría a recuperarse con mayor rapidez.
Decidido a dejar todas esas preocupaciones a un lado, Camus tomó a Milo de las manos y lo sentó a su lado sobre la cama. Cerró la distancia entre ellos, acarició su barbilla y dejó que sus dedos se enredaran en su cabello.
—¿Realmente quieres hablar de los demás en estos momentos?
A Milo le tomó varios segundos reaccionar ante el toque de Camus. Sin embargo, al final consiguió poner a un lado sus preocupaciones y correspondió a las caricias del pelirrojo.
—Tienes razón. Este es un buen momento para dejar de hablar —juntó sus labios con los suyos y, sin romper el beso, lentamente empujó el cuerpo de Camus en contra de la cama—. Hacía tanto que te quería ver así…
Las palabras de Milo provocaron un escalofrío en Camus. No obstante, las palabras que vinieron a continuación le hicieron estremecerse aún más.
—¿Qué te parece si te preparamos para mí, Camus? —preguntó Milo mientras sacaba un pequeño vial de aceite de uno de los pliegues de su quitón.
Por un instante Camus pensó en sujetar a Milo de la cintura y rodar con él sobre la cama para posicionarse sobre él. Sin embargo, algo había en la grave voz del rubio y en el suave aroma del aceite que le hizo contenerse.
Desde que llegó a Marlas, Camus cambió decenas de veces su forma de ver la vida. Aquellos cambios le permitieron disfrutar más del día a día y descubrir placeres antes desconocidos. El permanecer en la ciudad fue la mejor decisión que pudo haber tomado y estaba más que listo para aceptar nuevos retos.
¿Qué más daba romper un nuevo paradigma? Estaba convencido de que la recompensa sería la más dulce de todas.
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Comentario de la Autora: ¡TACHAN! Después de más de tres años, finalmente termina esta historia. La verdad es que jamás creí que esto duraría tanto. Cuando planteé esta historia, era algo totalmente autoindulgente que francamente pensé que apresuraría hasta quedar en unos 10 capítulos a lo más, pero me divertí tanto armando este crossover y lidiando con los personajes que acabó convirtiéndose en una historia de casi 90K palabras. Jamás, jamás me lo hubiese creído.
Muchas gracias a todos los que me acompañaron en esta locura desde el principio. Los crossovers son difíciles de vender, por así decirlo, pero aún así le dieron una oportunidad. Espero de corazón que lo hayan disfrutado tanto como yo.
Como comenté anteriormente, aún había varias historias de este universo que quería contar. Desafortunadamente, tomé la decisión de no hacerlo en un futuro cercano. No obstante, en mi blog iré subiendo las ideas que tenía. Utilizaré el siguiente post para subir toda la información que surja, así que solo tienen que estar atentos a esta entrada: alechansfanfiction (punto) com/2022/01/23/guardias-reales-cap-32-y-notas-de-sidestories/
Probablemente el día de hoy en la noche suba la info del primer sidestory: la historia de Dégel.
Gracias de nuevo por todo su apoyo! Ya no estaré publicando en este sitio, pero seguiré activa en AO3 con el nombre de usuario Aledono. Espero podamos leernos algún día, en algún lugar. Cuídense mucho!