Capítulo 7

La puerta de la oficina del médico se abrió lentamente, y Mü y Camus se observaron mutuamente con la esperanza de que la compañía les ayudase a superar la impresión de lidiar con un bastardo en el castillo.

Tras eternos segundos, una alta figura apareció a contraluz. La habitación era amplia y uno de sus muros estaba completamente cubierto de coloridos ventanales que iluminaban cada rincón. Cuando los ojos de Camus se acostumbraron a la luz, reconoció a un moreno de cabello corto y amplia sonrisa.

—¡Camus, Mü! —exclamó Aioria—. ¿Qué hacen aquí?

Los verecianos exhalaron entre aliviados y frustrados de que uno de ellos los recibiese.

—Mü se lastimó en los ejercicios matutinos —explicó Camus—. El Capitán Shion ordenó que lo acompañase hasta aquí.

Aioria observó atentamente al noble hasta que reparó en la desgarrada bota de piel que fallaba en cubrir la herida de su pierna.

—No es gran cosa —aseguró Mü—. Bastaría con que me dieras un vendaje.

Aioria frunció el ceño y abrió la boca para recriminar la despreocupación de su compañero, pero fue interrumpido por una delicada voz que poco armonizaba con el rústico akielense de su dueño.

—Quítate, Aioria.

El aludido respingó y dio tres pasos hacia atrás para permitirle a Mü y a Camus la entrada. La reprimenda no desapareció su entusiasta sonrisa y les siguió con pasos cortos hasta que llegaron frente al médico.

El hombre era delgado y estaba cubierto con la larga túnica color azul que denotaba su profesión. Sin duda, debajo de la misma debía llevar un ajustado diseño vereciano, ya que su ropa lucía demasiado pesada y plegada como para consistir únicamente en el manto. Su rubio cabello estaba recogido hasta la nuca por medio de una incontable cantidad de trenzas y sus orejas estaban decoradas con pequeñas joyas del mismo azul que sus ojos. Aioria había tenido razón al decir que era un hombre bello, mas su condición de bastardo evitaba que Camus sintiera hacia él algo que no fuese repulsión. Un hombre de su calaña estaría mejor sirviendo en el prostíbulo del pueblo, no en la oficina del médico.

El rubio molía cuidadosamente en un mortero una mezcla del color de la ceniza. No prestó atención a sus visitantes hasta que los tuvo a pocos centímetros de distancia y ni siquiera así se dignó a dejar a un lado sus herramientas. El hombre arrugó la nariz en señal de desdén; un gesto muy semejante a los de los arrogantes nobles que Camus llegó a conocer en las fortalezas del sur. Probablemente era el hijo de alguno de ellos.

—Aioria —ordenó el médico—. Una silla.

Al igual que la vez anterior, Aioria dio un brinquillo de gusto al saberse útil para el hombre que había catalogado como una deidad. En menos de diez segundos obtuvo una silla para Mü, quien tomó asiento de mala gana. Fue solo en ese momento que el médico dejó a un lado el mortero, limpió sus manos con un trapo de aroma picante y se hincó hasta quedar a la altura de la herida de Mü.

—¿Qué fue lo que ocurrió? —a pesar de que en esa ocasión hablo en vereciano, no dejó de sonar frío y desdeñoso.

Camus suponía que un médico tenía que ser mucho más solícito que eso y culpó su mala actitud a la condición de su nacimiento. Aunque fuese un experto en herbolaria y anatomía, era obvio que nunca le inculcaron respeto hacia sus superiores.

La grosera actitud del médico también irritó a Mü, y Camus se sorprendió al escucharle relatar con brusquedad la historia del incidente. Mü le parecía tan tranquilo y tolerante que jamás imaginó verlo tan enfadado.

—No es más que una quemadura con soga —concluyó Mü—. Bastará con vendar la herida.

El médico se irguió y entrecerró los ojos, mientras juzgaba a Mü con la mirada. Camus nunca había visto que un bastardo se atreviera a mirar a un noble directamente a los ojos y se preguntó en dónde habrían encontrado a un hombre tan incivilizado.

—Si eso es lo que piensa, retírese y dígale al Capitán que, por favor, deje de inmiscuirme en sus tretas. Dígale que si lo que quiere es poner a prueba la voluntad de los soldados verecianos, tendría mejor respuesta enviando a una mujer desnuda a las barracas.

La tajante respuesta del rubio pasmó por completo a Mü. Abrió la boca para responder, pero sus palabras quedaron atoradas en su garganta. En ese momento Aioria tiró de la manga de Camus para llamar su atención.

—¿Qué pasa? ¿Por qué discuten? —susurró. El moreno no tenía que saber vereciano para percibir la tensión en el ambiente.

Aquel no era el momento para explicarle la situación a Aioria. De cualquier forma, no la entendería. Los akielenses no tenían reparos en engendrar hijos ilegítimos y, había escuchado, la mayoría de las familias llegaban a acogerlos en su seno. Incluso había escuchado de varios kyros bastardos y no rechazaban la idea de tener uno de ellos como rey. El pelirrojo suponía que aquello era algo normal para una raza tan salvaje como la suya y no podía culpar a Aioria por su ignorancia. En contraste, tanto Mü como él provenían de familias responsables y aprendieron desde una edad temprana a desconfiar de aquellos capaces de destruir naciones enteras.

La prueba de Shion era una afrenta a todo lo que conocía como correcto. Sin embargo, no podía ignorar que era precisamente eso: una prueba. Si Camus decidía no formar parte de la Guardia sería por convicción propia, no porque el Capitán disfrutase de exponerlo a semejantes inmoralidades.

—El Capitán ordenó que no lo dejase ir hasta que fuese examinado —explicó en vereciano y con más ímpetu del que tenía planeado originalmente. Fue difícil mantener el rostro en alto cuando Mü le lanzó una dolida expresión de traición.

El médico desvió ligeramente su mirada y se tomó su tiempo en observar a Camus, prestando especial atención al tono de su cabello.

—Entiendo —viró su atención hacia Aioria y le habló en entrecortado akielense—. Trae agua caliente y vendas.

Aioria acató la orden al instante y el médico comenzó la curación en silencio. Sus manos eran delicadas y su concentración tan firme que le ayudó a ignorar la recelosa mirada de Mü mientras desenlazaba y retiraba lo que quedaba de su bota. Limpió la herida con diligencia y cuando colocó el ungüento para proteger la piel del noble, lo hizo con la gentileza digna de un fiel sirviente. Camus pensó que era admirable que un hijo ilegítimo fuese capaz de brindar tan atentos cuidados.

—¿No te dije que era un dios? —la queda voz de Aioria interrumpió su reflexión.

—Parece hábil —admitió Camus.

—¿Él y Mü se conocen? No parece que se lleven muy bien.

El pelirrojo bufó.

—No se conocen.

—¿En serio? Hace un momento parecía que se sacarían los ojos.

—Se podría decir que es una larga historia.

Aioria puso los ojos en blanco y se cruzó de brazos.

—Ustedes siempre tan enigmáticos. ¿Por qué no pueden decir lo que piensan y ya?

—Porque, a diferencia de ustedes, nos gusta evitar las discusiones —murmuró.

Era claro que Aioria pensaba decir algo más —¿quizá algo sobre la cobardía de los verecianos?—, mas bastó una fría mirada de Camus para dejarle callado. Permanecieron en silencio por varios minutos hasta que el médico terminó de vendar la pierna de Mü.

—Puedes regresar al entrenamiento —aseguró—, pero deberás atender la herida hasta que cicatrice. No olvides untarte el ungüento todas las noches.

Mü le agradeció con voz queda y con un movimiento de cabeza le indicó a Camus que era hora de retirarse. Iban a mitad de camino hacia la puerta cuando el médico les detuvo.

—Esperen —dijo en akielense—. Llévenselo —señaló a Aioria acusadoramente—. Me estorba.

Aioria abrió ampliamente los ojos y dio largas zancadas hasta colocarse frente al médico.

—¡Shaka! ¿Cómo puedes decir eso? ¡Dijiste que necesitaba reposo!

—Reposo, no compañía.

—Pero Aldebarán…

—Él es hábil. No estorba.

Aioria no debía ser un hombre acostumbrado al rechazo, ya que las palabras de Shaka, tan sencillas y francas, le hirieron como una flecha en el pecho. Incluso encorvó su cuerpo hacia adelante y Camus estuvo seguro de que si Mü y él no estuviesen presentes, se habría hincado ante el médico con tal de pedirle una oportunidad. Por más que le desagradara relacionarse con un bastardo, decidió obedecerle y colocó su mano sobre el hombro de Aioria.

—Ven —indicó—. Ya debe haber iniciado el desayuno.

Aioria meció su mirada entre Camus y Shaka por varios segundos, pero al final aceptó la derrota —aunque fuese momentánea— y siguió a sus compañeros fuera de la habitación.

Al final, tanto Aioria como Mü decidieron saltarse el desayuno. El primero porque necesitaba tiempo para digerir su desengaño amoroso y el segundo porque necesitaba calmar sus nervios. Camus aprovechó la soledad para tomarse su tiempo y llegó al comedor cuando la mayor parte de sus compañeros estaba a punto de terminar de comer.

A pesar de que su apetito se había estropeado, sabía que no soportaría los entrenamientos de la tarde con el estómago vacío. Así pues, pidió una porción más pequeña que lo usual y se aseguró de tomar un vaso adicional de jugo de frutas. Como era de esperarse, Aldebarán le preguntó sobre la salud de Mü y desapareció al saber que le encontraría en el dormitorio buscando un nuevo par de botas. Solo serían Milo y él hasta que empezaran los ejercicios de infantería.

Camus comió en menos de quince minutos y se dirigió, junto con Milo, a la arena de entrenamiento. Una vez ahí, el rubio le convenció de practicar con las lanzas. Al ser un arma exclusivamente akielense, Camus nunca la había utilizado en batalla, pero sí para cazar jabalíes en al menos tres ocasiones. Pensó que no podía ser tan difícil y accedió.

—¿Qué fue lo que ocurrió? —preguntó Milo a la vez que se alistaba para su primer golpe.

—¿A qué te refieres?

El rubio lanzó el arma y esta silbó en el aire hasta clavarse a pocos centímetros del centro del blanco.

—Bueno —rascó su nariz—, de lo poco que conozco el carácter del médico, supongo que le rompió el corazón a Aioria y que fue a sentirse miserable en algún rincón del castillo. Lo que no entiendo es lo que pasó con Mü y contigo. ¿Qué es lo que pretendía Shion al enviarlos a ambos?

Camus suspiró y tomó la lanza que le correspondía. Tratando de imitar lo más posible la postura de Milo, tomó impulso y arrojó el proyectil. Su puntería estaba muy oxidada y la lanza terminó insertada en la paja que soportaba al blanco.

—Me sorprende que dedujeras que el Capitán tenía segundas intenciones al mandarnos a ambos.

Milo arqueó la ceja izquierda y se cruzó de brazos.

—Es vereciano. Ustedes siempre hacen todo con segundas intenciones. A veces terceras y, si pueden, cuartas —Camus optó por ignorarle y sujetó una nueva lanza entre sus manos. La madera estaba bien trabajada y era suave al tacto—. ¿Camus? ¿De qué se trata todo esto? ¿Por qué Mü estaba tan renuente a ir con Shaka?

A pesar de que Camus se sentía emocionalmente exhausto, la seria expresión en el rostro de Milo dejó en claro que no lo dejaría ir sin antes recibir una respuesta. Miró a su alrededor y vio una corta hilera de pacas de paja en donde tomó asiento. Milo lo siguió, aunque optó por permanecer en pie.

—El médico elegido para servir en la Guardia Real es un hijo ilegítimo —inició— y supongo que estás al tanto de la postura de los verecianos con respecto a la bastardía.

—Sé que no está bien visto.

Camus bajó el rostro y negó dos veces con la cabeza.

—Es peor que mal visto. El nacimiento de un bastardo es una vergüenza para cualquier familia y es imperdonable en la aristocracia.

—Los hijos no deben cargar con la culpa de los padres.

El pelirrojo observó atentamente al rubio y se preguntó por qué se tomaba la molestia de explicar la situación. Si los akielenses querían arriesgar sus legados con hijos fuera del matrimonio era su problema; no tenía necesidad de hacer valer su punto. No obstante, no pudo detenerse a sí mismo cuando comenzó a relatar la historia de la reina Yseult.

—Hace seis generaciones existió una reina que tenía dos hijos: uno legítimo y otro que engendró con su amante. Por supuesto, el hijo legítimo era el destinado a la corona, pero su medio hermano, cegado por el orgullo y la envidia, planeó su asesinato. El príncipe heredero logró sobrevivir y en poco tiempo se develó la verdad —hizo una breve pausa que aprovechó para buscar algo que no fuese irritación en el rostro de Milo. Falló—. Sin embargo, el príncipe bastardo llevaba años haciendo amistades en la corte, comprando el apoyo de los lores e incluso de algunos miembros del Consejo Real. Logró escapar hasta la fortaleza de Aquitart y desde ahí inició una guerra de cinco años en contra de su hermano y de su madre.

—He escuchado de esa guerra. Dicen que fue…

—La más sanguinaria en la historia de Vere —interrumpió Camus—. Murieron miles de personas. Incluso hubo más bajas que en todas las guerras contra Akielos. La nación quedó devastada, su población diezmada y todo por la avaricia de un hombre; uno que planeó el asesinato de su propio hermano para poder ascender al trono. Una vez que lo derrotaron, la reina ordenó su ejecución y decretó que la bastardía estaba prohibida. No permitiría que otro hijo ilegítimo pusiese en riesgo al reino, ni mucho menos a la familia real. Su palabra se hizo ley hasta el nivel más bajo de la sociedad y desde entonces nos cuidamos de aquellos que son capaces de destruir a su familia con tal de recibir algo que no les pertenece.

Milo apretó los labios y frunció el ceño.

—Hablas con tanta seguridad. Como si estuvieses convencido de que todos los bastardos son crueles y avariciosos.

—Estoy seguro de que la mayoría no lo son, pero si el hijo nació en una familia de nobles la situación es muy diferente. El deseo corrompe a los hombres y más a aquellos limitados por la condición de su nacimiento. No hay duda de que Shaka proviene de una familia de la aristocracia, posee la apariencia y los gestos refinados de alguien de la vieja capital. Ignoro cómo es que el Príncipe permitió semejante amenaza entre los muros de su castillo.

—No sé gran cosa sobre el médico, pero sé que la avaricia y la crueldad son parte de los hombres independientemente de si nacen dentro o fuera del matrimonio. Un buen hombre utiliza sus propios medios para obtener lo que desea y jamás despojaría a alguien más de su derecho.

—La indiferencia puede corromper a cualquier hombre. Un bastardo nunca será tratado del mismo modo que un hijo legítimo; es imposible. Es por eso que somos tan estrictos en Vere: si se evitan a los bastardos, se evita la mala sangre.

Milo entrecerró los ojos y miró a Camus con tanta intensidad que por unos segundos sintió temor.

—Los verecianos no pueden evitar la existencia de los bastardos —aseguró con voz ronca—. Tampoco pueden garantizar que todos los hijos recibirán un trato igual, sean legítimos o no. Lo único que pueden hacer es aceptar que hay gente buena y mala independientemente de su cuna.

Camus sonrió tenuemente y extendió su mano hacia la de Milo.

—Es normal que pienses así. Tienes amabilidad y nobleza, pero…

Milo golpeó los dedos de Camus con el dorso de su mano e hizo una mueca de disgusto.

—Pero soy un bastardo —el pelirrojo sintió que todo el aire de sus pulmones escapaba—. Descuida, vereciano. Dejaré de contaminarte con mi presencia.

Milo tomó una de las lanzas y salió con ella del salón. Camus permaneció en su sitio por varios minutos sin saber qué es lo que debía hacer. Por más que quisiera hablar con Milo, el peso de la noticia que acababa de recibir le impidió ir en su búsqueda.

En lugar de encontrar respuestas, Camus sentía que lo único que hacía era toparse con más preguntas. No estaba seguro de cuánto más podría soportar la incertidumbre.

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Comentario de la Autora: ¡ZAZ! Ya salió el peine. En este capie manejé un cambio de tono muy fuerte porque sabía que el final provocaría un vire importante en la historia. Hice el inicio cómico con el fin de compensar la frustración del final. Soy una diosa generosa. *meme de Xerxes* Shaka necesita bajarle dos rayitas a su radio, btw.

Cómo me gusta hacer sufrir a Camus, caramba. Pero no se preocupen, les aseguro que esta historia tendrá un final feliz 100% aprobado por mi lado cursi y encantador.

Casi todo ese asunto de la reina Yseult me lo saqué de la manga. En los libros no hay una explicación al odio a los bastardos, pero hay vestigios de la reina en algunos textos que sobrevivieron a la muerte de livejournal (en donde comenzó a publicarse la historia). Se habla de un príncipe ilegítimo que intentó matar a su hermano y que de ahí la reina prohibió a todos los bastardos. Sin embargo, yo sentía que eso era totalmente insuficiente. Es por eso que inventé la guerra civil. Recordemos que las guerras civiles pueden llegar a ser aún más terribles para una nación que una guerra contra otro país. Me hizo sentido que el miedo a que volviera ocurrir algo así alimentara los prejuicios de los verecianos.

No odien a Camuchis! Es un hombre listo que tarde o temprano tomará control de sus prejuicios.

Ya que estamos aquí, si quieren saber un poco más sobre el pasado de Aioria y de Milo, los invito a leer el fiqui Stratónes que habla de sus inicios en el cuartel. Es algo sexosa, pero no pasa nada grave (según yo y mis traumas).

En más shameless self promotion, los invito a que sigan mi blog para recibir dos avisos importantes en los próximos días: alechansfanfiction punto com

Este capie fue muy emocionante de escribir y espero lo hayan disfrutado. ¡Mil gracias a mi hermosa betuchis, Gochy, y a su hermosa paciencia!