Advertencia: Ignoro ampliamente todo el epílogo y lo que ocurre después de él. De hecho, ignoro todo el canon que Rowling ha soltado después del último libro que no me funciona para la historia y uso el que sí.
Capítulo I.
«Normality in our part of the world is a bit like a boiled egg: its humdrum surface conceals at its heart a yolk of egregious violence. It is our constant anxiety about that violence, our memory of its past labours and our dread of its future manifestations, that lays down the rules for how a people as complex and as diverse as we continue to coexist – continue to live together, tolerate each other and, from time to time, murder one another»
Arundhati Roy, The Ministry of Utmost Happiness
Lugar desconocido
12 de diciembre de 1998
Cuando Draco Malfoy despertó notó dos cosas: estaba en un cuarto sucio que no reconocía y estaba encadenado a la pared. No era lo que esperaba de aquel día —bastante frío— de diciembre. Aunque realmente tampoco era que le extrañara. No. No realmente. Todo el mundo lo odiaba, ¿no? Su vida se había vuelto una pesadilla sin fin desde el día que había acabado la guerra y no parecía que eso fuera a cambiar pronto. Para empezar, se negaban a atenderlo en la mitad de los establecimientos del Callejón Diagon. A la gente no le importaba que Harry Potter —el héroe Harry Potter, El Elegido, el niño que vivió y todos esos absurdos sobre nombres— hubiera hablado favorablemente en su juicio —que también, a decir verdad, había sido una pesadilla sin fin.
No había demasiadas cosas que hablaran en su favor, a decir verdad. Era cierto que no había matado a nadie durante la guerra —era un pésimo asesino—, pero había torturado a bastantes personas bajo las ordenes de Voldemort, Bellatrix —que era bastante temible por sí sola— y los Carrow. Tampoco ayudaba que su padre tuviera una lista casi infinita de crímenes por la cual probablemente pasaría el resto de su vida en Azkaban —o al menos, una gran parte de ella— y que su madre, la única persona medianamente decente de la familia, porque como Harry «El Elegido» Potter había dicho una tonelada de veces durante el juicio Narcissa prácticamente le había salvado la vida mintiéndole a Lord Voldemort.
Sí, bueno, aquella mentira le había costado la vida a su madre. Pero a Potter qué mierda le importaba, ¿no? Él era el héroe, la gente lo amaba y, por supuesto, no tenía ni idea de por qué Narcissa Malfoy había muerto unos cuantos días después de la batalla, cuando aun reinaba la confusión en todo el mundo mágico: Rabastan Lestrange —que había logrado huir de la batalla— no se había tomado tan bien que Narcissa hubiera salvado a Harry Potter.
Así que todos lo odiaban. Repasar la lista de enemigos que se había hecho en la guerra —y antes de ella— sería prácticamente imposible para descubrir quien había decidido qué era buena idea secuestrarlo
—Veo que ya despertaste.
Una mujer. Bueno, eso reducía las probabilidades a la mitad. Considerando su cantidad de enemigos, tampoco era que la redujera demasiado. Levantó la cabeza y vio a la mujer acercarse —aunque, fuera de su voz, no tenía ninguna manera de saber nada más de ella—. Llevaba una túnica negra, larga, vieja y, en opinión de Draco, fea. Bastante sucia porque, más que negras, las orillas parecían grises. Llevaba la capucha de la túnica puesta, lo cual escondía su rostro casi completamente. Y, cuando se acercó, Draco pudo ver que llevaba una máscara de mortífago.
—¿En serio? —Era ridículo. No podía creer que siguieran intentando revivir a Lord Voldemort—. Así que moriré igual que mi madre, ¿no? Por haber traicionado al Señor Tenebroso. —Era patético. Se reiría si no le tuviera un miedo irracional a la muerte.
—Frío, frío —le dijo la voz de la mujer—. En realidad la robé.
—¿En serio? Tienes tan mal gusto, quien quiera que seas, que una máscara tan horrible te parece…
—Maté a su portador —siguió hablando la mujer, ignorándolo completamente—. En realidad no me molesta enseñar mi cara, Draco Malfoy, pero como planeo perdonarte la vida, entenderás por qué no quiero arriesgarme.
—Oh. —Aquello era una sorpresa, dada la cantidad de gente que quería verlo muerto. No tenía demasiados amigos en ningún lado y en Hogwarts lo miraban como apestado. Pero él sólo estaba allí para sacar sus EXTASIS, el resto del mundo le importaba dos mierdas y media—. Así que soy digno de que me perdones la vida —dijo en tono burlón. No pudo evitarlo, a pesar de que no estaba en la mejor de las situaciones, encadenado y secuestrado. Pero incluso aquello era mejor que el Señor Tenebroso en su sala de estar—. ¿Por qué?
—Tengo mis motivos —le respondió la voz de la mujer.
Genial. Tenía sus motivos. Que, pensándolo bien, a saber cuáles serían. Pero en ese momento Draco ya estaba acostumbrado a que la gente «tuviera sus motivos». Tenían sus motivos para mirarlo mal, para negarse a atenderlo en la mitad del Callejón Diagón, para que Madame Rosmerta prácticamente le aventara la cerveza de mantequilla encima sin importar cuántas veces le había pedido perdón, para cambiarse de mesa en la biblioteca de Hogwarts si él se sentaba demasiado cerca. La gente tenía sus motivos. Él también había tenido los suyos, aunque nunca nadie le hubiera pedido todavía que se los explicara.
—Entonces, si me vas a perdonar la vida —empezó Draco—, ¿qué carajos estamos haciendo aquí? Podrías haber empezado por no secuestrarme.
Había sido un error estúpido el haber ido al Callejón Diagon, pero estaba intentando deshacerse de la mitad de las cosas que quedaban en la Mansión Malfoy que podían ser consideradas artefactos oscuros o que no debería tener —la otra mitad ya se la había quitado el ministerio— y Borgin y Burkes era uno de los pocos lugares donde todavía aceptaban hacer negocios con él. Claro que, después de salir de la tienda, ya no recordaba nada, sólo un rayo color rojo, de que alguien lo había aturdido.
—Negociar —respondió la mujer. No reconocía su voz—. Negociar cómo te voy a perdonar la vida.
Ahí fue cuando Draco alzó una ceja.
—¿Disculpa?
—De hecho, yo no diría que esto es una negociación. —La mujer se puso en cuclillas al lado de él—. O aceptas o te mato.
La decisión era demasiado fácil. Sólo había un motivo que pesaba más de su propia vida, pero ya había jugado esa carta antes y había salido demasiado mal.
—Acepto.
—Ni si quiera has oído las condiciones —le dijo la mujer y pareció sorprendida, por el tono de su voz; pero aquella sólo era una suposición de Draco—. No sabes lo que tendrás que hacer.
Draco alzó la cara.
—Acepto —le espetó.
No podría ser peor que lo que le había pedido el Señor Tenebroso años atrás. Imaginó que la mujer sonreía por debajo de la máscara, pero no podía adivinar su expresión. Sacó la varita.
—Bien. —Le jaló el brazo izquierdo, dejando al descubierto la marca tenebrosa—. Intenta no gritar, esto va a doler.
Cabeza de Puerco
31 de diciembre de 1999
Rosmerta había acabado por correrlo de las Tres Escobas para siempre. O al menos, eso había dicho. «Ninguno de mis clientes quiere verte aquí». Bueno, eso tachaba otro lugar más de la lista donde la gente lo soportaba. Tampoco es que le importara demasiado si lo soportaban o no, tenía sus propios y graves problemas como para estarse preocupando de lo que el resto del mundo mágico pensaba de él —eso ya lo sabía: lo odiaban—. De todos modos, no estaba acostumbrado al desprecio. En su casa el apellido Malfoy siempre había sido sinónimo de poder y cuando este empezó a caer poco a poco —con la primera vez que su padre acabó en Azkaban y Lord Voldemort empezó a acampar en su sala—, la nueva situación no lo sentó nada bien.
Pero ya se estaba acostumbrando.
Aberforth Dumbledore, al menos, no le había dicho nada y sólo le había puesto un whisky de fuego tras otro en las manos. Sólo le había dirigido una mirada quizá demasiado larga que le había recordado demasiado al hombre que había intentado asesinar, infructuosamente. Fuera de eso, no había dicho nada más porque era el único idiota que estaba en Cabeza de Puerco en Nochevieja, porque obviamente nadie quería recibir el milenio en un lugar tan horrible como aquel.
Madame Rosmerta tenía casa llena. Tom también —pero le había prohibido acercarse esa noche para que no asustara a la clientela y porque nadie quería festejar el año nuevo con un ex mortífago que no había cumplido condena en Azkaban—. Así que lo único que le había quedado en la lista de lugares donde lo atendían había sido Cabeza de Puerco.
—Otro —puso el vaso en la barra.
—La verdad es que pensaba cerrar. —El tabernero lo agarró y sacó otra botella de whisky de fuego—. Porque supuse que no vendría nadie, pero al parecer será más entretenido ver cómo te causas un coma con el whisky de fuego.
—Sólo sírvalo —le espetó.
Aberforth le puso el vaso de whisky de fuego lleno enfrente y él le dio un trago. Oyó que la puerta se abría. ¿Qué otro idiota sería capaz de ir a pasar allí la Nochevieja?, especialmente cuando incluso los magos habían caído en el furor de festejar el nuevo milenio.
Se dio la vuelta sólo para ver quien quera, por curiosidad.
—Abe… —saludó una voz que, lamentablemente, conocía demasiado bien. Y su dueño se quedó súbitamente callado cuando lo vio.
—Potter —saludó.
Habían decidido ser corteses el uno con el otro de manera tácita. O sea, cuando Potter había ido a verlo antes del juicio y había dicho unas cuantas frases conciliadoras que le habían sonado estúpidas a Draco y él le había dicho que no tenía que ser buena persona con él —quizá de manera un poco desagradable— y, después de un momento incómodo, simplemente cada uno se había ido por su lado. De todos modos le agradecía su ayuda en el juicio. De no haber sido por su estúpido testimonio, probablemente había dado con todos los huesos en Azkaban.
Pero le molestaba de sobremanera deberle algo a Potter.
—Malfoy —respondió él y después dirigió su mirada al tabernero—. Abe, cuánto tiempo…
—¿Qué haces aquí? —Aberborth prácticamente le ladró—. Se suponía que estarías con los Weasley, ¿no?
Harry sacudió la cabeza y se acercó a la barra, sentándose exactamente al lado de Malfoy. No importaba que hubiera otros cuatro lugares a su derecha, no, tenía que sentarse al lado de él. Por alguna razón.
—Sí, bueno… — Potter torció la boca. Draco intentó ignorarlo, pero por alguna razón, también le llamaba la atención el hecho de que el Niño Que Vivió no estuviera con su familia putativa que lo adoraba tanto—. Pasaron cosas —explicó toscamente—. Dame… —se fijó en las botellas en la barra, pensando en qué pedir, haciendo un pausa larga—, whisky de fuego.
—¿Cuál? —preguntó Abe.
Potter se quedó viéndolo, como si no supiera qué contestar, porque evidentemente parecía que sus planes no eran pasar allí aquel 31 de diciembre. Después se fijó en el vaso de Draco.
—Lo que sea que esté tomando él —dijo, señalando el vaso.
—¿En serio, Potter? —preguntó Draco—. ¿No sabes pedir un whisky de fuego?
—Ginny solía… —Potter se cortó cuando se dio cuenta de que estaba respondiendo a la pregunta de Draco y que probablemente era una pregunta retórica. Por su parte, Draco rodó los ojos, recordando que Weasley era su novia y oliendo drama romántico a la distancia—. No importa.
—Ciertamente no —respondió Draco, volviendo la mirada a su bebida y dándole otro trago. Aberforth le llevó su vaso a Potter y pudieron volver a ignorarse.
Una cosa era aceptar que su rivalidad infantil era estúpida y tratarse con cierta cordialidad —al menos educación—, pero la otra era hacer como que la guerra no había existido. Draco sabía que entre Potter y él había demasiadas barreras como para mantener si quiera una conversación en paz en un bar, aunque fueran los dos únicos perdedores que estaban allí. Él podría no estar allí, podría haber ido a la fiesta de año nuevo de Pansy —la chica prácticamente lo había amenazado para que fuera—, pero simplemente no estaba de humor.
De repente, la voz de Potter volvió a interrumpirlo.
—Ginny y yo cortamos —dijo, súbitamente—. Ginny Weasley.
—Se quién es Weasley, Potter —respondió Draco. El mundo mágico era demasiado pequeño como para no saber quién salía con El Elegido. Tenía ganas de preguntarle por qué demonios lo había elegido como interlocutor, ya que a él le importaba un carajo con quien salía o dejaba de salir. Al menos eso explicaba por qué no estaba con los Weasley.
—Molly… La señora Weasley —se apresuró a aclarar. Draco se ahorró el comentario de que también sabía quién era Molly Weasley porque tendía a recordar el nombre de alguien que había matado a su tía maniática definitivamente no favorita—. Molly dijo que estaba bien si iba, pero es muy incómodo.
—Potter, no te ofendas, pero da lo mismo si se lo cuentas a la pared que a mí —espetó Draco. Lo que menos quería oír eran los problemas del Niño Que Vivió, porque parecía tener, en comparación con Draco, la vida perfecta después de la guerra. Era venerado como un héroe que los había salvado a todos.
Oyó a Potter gruñir.
—Sólo quería que funcionara —dijo.
—¿No es lo que todos queremos? —espetó Draco, intentando dar por terminada la conversación, sin saber qué decirle. No es como si él hubiera tenido alguna clase de relación exitosa con nadie. No era como si Pansy le hubiera dicho que sólo eran amigos la última vez y le hubiera asegurado que era su mejor amigo, pero que nunca sería algo más porque no quería arruinar su amistad.
Además, ¿qué clase de relación romántica puede tener alguien en medio de una guerra cuando se está peleando por el bando equivocado? Exacto, ninguna.
Oyó a Potter gruñir otra vez. Lo ignoró y le dio un trago a su whisky de fuego. Él no iba a ser su paño de lágrimas ni aunque fueran los únicos dos perdedores solitarios allí.
—Weasley me caía bien, Potter. —Aberforth se acercó y le sirvió más whisky de fuego antes de que él lo pidiera—. Una pena. Era una chica muy valiente. —Se encogió de hombros y volvió a cerrar la botella—. ¿Y tus otros dos amigos?
—Celebrando Año Nuevo en La Madriguera —refunfuñó Harry.
—Una pena —reiteró Aberforth.
Draco los ignoró y siguió tomando su whisky de fuego. Si estuviera de humor aun tendría tiempo de aparecerse cerca de la casa de Pansy para evitar que la chica cometiera un intento de asesinato porque no había ido. Podrían ponerse borrachos para fingir que el mundo no era una mierda con ellos, ver al resto de sus ex compañeros a los que aún les hablaba o que aún se relacionaban con ellos.
—Sí… —musitó Potter. Apuró un trago—. Me lo dijo después de la cena de navidad.
Draco no pudo evitar alzar una ceja.
—Tu novia —empezó, en un impulso—, digo, ex novia —corrigió—, ¿te dejó en la cena de navidad?
—Después de ella —aclaró Potter.
—Tecnicismos —intervino Aberforth—. ¿Discutían mucho? Digo, no es que me importe… —fingía muy mal su desinterés. Siempre había sido conocido como el tabernero malhumorado de Cabeza de Puerco, pero parecía recordar a Ginny Weasley con algo parecido al cariño—. Ella era buena chica, a veces hablaba de ti cuando venían… Ya sabes… Ese año.
Potter asintió. Draco no entendió de que hablaban, pero se recordó a sí mismo que le daba completamente igual. La prensa adoraba a Potter, así que era imposible no enterarse de cada vez que iba al baño porque seguro alguien lo iba a publicar. Se sabía su vida entera, cómo había participado en la reconstrucción de Hogwarts, entrado a la Academia de Aurores, asistido a varios juicios… Ahora la novedad era que había cortado con su novia. No tardaría en llegar a la prensa y volverse la comidilla de todo el mundo mágico.
Él, sinceramente, tenía otras cosas en las cuáles preocuparse.
—Sí… bueno… —Potter parecía visiblemente incómodo, como si realmente no quisiera hablar de ella—. No sé… —Y también parecía incapaz de hilar una frase completa.
—Deja de pensar, Potter —espetó Malfoy—. Te ayudará.
—¿Y qué sabes tú de rupturas, Malfoy? —espetó Potter.
Ya estaban otra vez como el gato y el ratón y la cordialidad con la que se habían tratado hasta entonces estaba amenazado con desaparecer. Quizá porque después de la guerra ya no eran compañeros del colegio y no tenían que verse todos los días.
—Nada —respondió él. Completamente sincero, a él no lo abandonaban, él lo hacía antes. Sabía del rechazo de Parkinson, pero en realidad no le había dolido. Él tampoco había querido arruinar su amistad—. Sólo no pienses —le dijo—, bebe. Y ya. No queda mucho para el año nuevo, feliz milenio, Potter.
—Feliz milenio, Malfoy —respondió Potter.
Volvió a ignorarlo y a sumirse en sus pensamientos. Total, él no sentía el impulso de contarle sus problemas a la gente con la que se estaba emborrachando, simplemente sentía la tentación de darle vueltas en su cabeza a todo lo irrelevante que ocurría en su vida unas mil veces para evitar el verdadero problema que tenía encima. Claro que no importaba lo mucho que intentar atrasarlo, el problema siempre volvía, a su antebrazo izquierdo, ahí donde se había tatuado las convicciones vacías sobre las que se había fundado su familia sólo por salvar la vida de sus padres.
En general, el dolor le avisaba que llegaría, pero aquella vez lo tomó por sorpresa. Usualmente sentía una pequeña punzada antes de que se extendiera de su antebrazo izquierdo al resto de su cuerpo.
Porque había peores cosas que tener tatuada una marca tenebrosa: por ejemplo, tener tatuada una marca tenebrosa que estaba maldita.
Alcanzó a extender su brazo para intentar dejar el vaso en la barra, pero este se le cayó antes y el whisky de fuego se derramó por la barra. Alcanzó a sentir cómo perdía el equilibrio.
—¡Malfoy! —Bueno, nadie podía decir que Potter no reaccionara lento—. ¡Abe, tenemos que llevarlo a San Mungo!
De haber estado en mejores circunstancias hubiera rodado los ojos. Pero sólo alcanzó a decir, con la voz medio ahogada, unas cuantas palabras:
—No… no a San Mungo… —Hacían demasiadas preguntas—. Deathstar apothecary… Esta… en Knocturn…
Y después se desmayó.
Deathstar apothecary
1 de enero del 2000
Isabelle Poulain estaba todavía medio borracha y medio desnuda cuando alguien había tocado a su puerta y había tenido que decirle a Theodore que dejara de desvestirla, que alguien estaba tocando. Él le había dicho que no importaba, que quien fuera podía morir congelado afuera porque no iban a recibir el año nuevo vestidos ni célibes. Pero los toquidos habían sido demasiado fuertes como para ignorarlos e Isabelle había acabado bajando a abrir a ver quién carajos quería algo a esa hora.
Su sorpresa fue que era Harry Potter y que al parecer Draco Malfoy era el que se estaba muriendo o algo. No entendió nada de lo que le explicó Potter sobre que habían estado bebiendo —¿juntos?— y que de repente Draco se había desmayado y que antes de desmayarse había tenido tiempo, milagrosamente, de evitar que lo llevara a San Mungo y pedirle que lo llevara allí. Ella había alzado la ceja mientras lo ayudaba a arrastrarlo —prácticamente— hasta el piso de arriba donde no había ninguna habitación de sobra, más que en la que ella y Theodore habían estado intentando tener sexo antes de que los interrumpieran. Así que lo había acostado allí —ante las quejas de Theodore sobre celebrar célibe el año nuevo—, se había asegurado de que siguiera respirando, se había sentado en una silla a vigilarle el sueño de momento —porque no tenía ni idea de que carajos tenía—, le había dio a Theodore que podía dormir en la bañera si quería y a Potter que el piso era lo suficientemente cómodo para dormir en casos de necesidad, a menos, claro, de que quisiera irse. Pero se había quedado.
En algún punto de la noche se había quedado dormida con el cuello torcido, sentada y no despertó hasta la mañana siguiente cuando oyó la voz de Draco.
—¿Isabelle? ¿Isabelle?
Levantó la cabeza de un tirón, sin recordar lo que había soñado y se había tallado los ojos mientras todos los recuerdos de la noche anterior regresaban a ella. Draco estaba particularmente pálido, acostado en su cama —individual, bastante incómoda para acostarse con Theodore, pero efectiva— y se veía mucho más demacrado que de costumbre.
—Arruinaste mi año nuevo, Malfoy —le espetó—. Y Potter no me supo decir nada sobre lo que te había pasado, así que simplemente me aseguré que siguieras respirando y que tu vida no estaba en peligro…
—¿Potter?
—Él te trajo aquí —le recordó Isabelle—. ¿O es que tu desmayo fue tan traumático que ya se te olvidó como carajos es que acabaste tomando whisky de fuego con Potter ayer en la noche? —Realmente quería saber los detalles de todo aquello, no concebía en un mundo en el que los dos se dirigieran la palabra, por más obsesionado que hubiera estado uno con el otro en sus años en Hogwarts—. Porque si me preguntas, hay mejores formas de celebrar año nuevo, como por ejemplo lo que planeábamos Nott y yo y nos arruinaste.
Draco parecía empezar a acordarse de todo.
—Al menos no estaban en la fiesta de Pansy… —dijo Draco.
—Fuimos pero volvimos temprano —comentó Isabelle—; Theodore le contó nuestros planes sobre como recibir el año nuevo y Pansy prácticamente nos echó de su casa porque no quería que nos volviéramos una sesión pornográfica en vivo para el resto de sus invitados.
—Pansy tiene un punto —le dijo Draco, medio incorporándose en la cama; aún estaba vestido con toda la ropa arrugada—, recuerda aquella vez que toda la sala común los oyó aunque estaban en los dormitorios… —Se detuvo al notar que alguien dormía en el piso a su lado y que estaba roncando—. ¿Qué hace él aquí?
—Demasiado borracho como para volver a aparecerse, demasiado preocupado por ti ya que ayer estaban compartiendo sus bebidas… —Isabelle le dio opciones, porque a decir verdad le había dado igual que Harry Potter se fuera o se quedara—. No sé, elige una porque yo no sé. Sólo le dije que podía dormir en el piso si no se iba a ir y me hizo caso.
Oyeron otro ronquido.
»Ya despertará. —Isabelle le quitó importancia al asunto de que el Elegido estuviera durmiendo en su piso—. Ahora, Draco, ¿qué carajos te hace pensar que soy tu enfermera personal? Que sea la novia de tu mejor amigo no creo que te dé derecho a aparecer de esa manera en la noche sólo porque sí…
A decir verdad, nunca habían tenido demasiada relación. Isabelle era una estudiante un año menor que él, poco preocupada por si Harry Potter iba o no iba al baño —al contrario que Draco, que parecía demasiado interesado en cada movimiento que hacía—, poco preocupada por los ideales sobre la pureza de sangre y poco preocupada por el-que-no-debe-ser-nombrado —cosa que cambió en la peor época de la guerra, cuando Nott decidió tatuarse el antebrazo izquierdo, un carroñero mato a su madre «por accidente» y Hogwarts se volvió un campo de batalla—. Nunca habían tenido más relación que el hecho de compartir unas cuantas palabras y el mismo aire que Theodore Nott respiraba.
Vio a Draco llevarse la mano al antebrazo y alzó una ceja.
—No creí que en San Mungo les hiciera gracia —dijo Draco.
—¿Esa cosa? —preguntó Isabelle—. No, probablemente no. —Ni siquiera esperó a que Draco respondiera—. ¿Qué le ocurre? Se supone que quedaron inservibles como método de comunicación después de la muerte de…
—No sabía que tenías tanta experiencia en la Marca Tenebrosa, Isabelle.
—He visto la de Theodore —espetó ella.
Draco asintió, sin agregar nada más.
»Entonces —siguió Isabelle—. ¿Qué le ocurre y por qué carajos hace que te desmayes? Digo, Potter intentó explicarme el asunto y a decir verdad no se veía demasiado contento porque tus problemas hubieran interrumpido su inminente borrachera. —Se cruzó de brazos—. Por cierto, tendrás que disculparte con Theodore probablemente, está durmiendo en el baño porque estaba ya demasiado borracho para aparecerse anoche y seguramente dirá que le arruinaste la mejor noche de su vida o algo así, sólo para exagerar —añadió—. Ahora sí, empieza a hablar.
—A veces pasa.
—¿Qué? ¿Lo de desmayarte? ¿Te causa desmayos? ¿Tiene memoria y además de memoria un trauma con acordarse de la varita de Lord Voldemort acercándose a ella? —Isabelle lo acribilló a preguntas y Draco no pareció demasiado contento con la última. Bueno, no era culpa de Isabelle que él fuera mortífago—. Necesito saber por dónde empezar para saber qué poción puede servirte. Y digo «puede» —añadió, dibujando unas comillas en el aire—, porque no soy tu enfermera personal… —Hizo una pausa—. ¿Entendido?
—Clarísimo —respondió Draco—. Está maldita —explicó.
Isabelle abrió mucho los ojos.
—¡¿Qué?!
Iba a preguntarle cómo demonios era posible que una marca tenebrosa estuviera maldita cuando oyeron a alguien darse la vuelta en el suelo y vieron a Potter incorporarse.
»Ah, Potter, estás despierto —dijo Isabelle—. Como este no es un hotel de lujo no hay desayuno, porque sinceramente todavía no entiendo demasiado bien qué haces aquí o qué hacías con Malfoy la noche pasada. —Harry se talló los ojos, reconociendo lo que estaba a su alrededor y estiró la espalda, soltando un quejido, porque probablemente había dormido en una pésima posición—. Así que espero que la falta de hospitalidad no sea un problema. —Se puso en pie—. Bueno, vamos abajo, a la tienda —les ordenó—. No pueden entrar al baño porque Nott sigue durmiendo en la bañera. Malfoy, más te vale empezar a hablar de esa maldición.
—No sé demasiado de ella.
Isabelle volvió a rodar los ojos.
—¡¿Qué?!
Lugar desconocido
12 de diciembre de 1998
A Draco Malfoy no le gustaba el dolor. Y en cuanto la mujer había acercado su varita a la marca tenebrosa, le había ardido como no le había ardido nunca antes, ni siquiera cuando se la habían hecho y estaba intentado ocultar su miedo y las ganas que tenía de salir corriendo a cualquier parte. Aceptar aquella marca había sido quizá lo más valiente que había hecho en su vida y también la peor decisión de su vida —aunque llamarlo decisión era estirar demasiado el significado de la palabra, porque no había tenido ninguna oportunidad de decidir nada. «Draco, tu padre está en Azkaban, el Señor Tenebroso acampa en tu casa y la única alternativa que tienes para que no los maten a todos es dejar que te conviertan en un mortífago». Desde el principio, desde que habían encarcelado a su padre, supo que diría que sí.
Aunque realmente nadie le había preguntado.
Y había llegado allí, a ese momento.
—Listo —dijo la mujer, soltándole el brazo. Ella había ignorado sus gritos y a él le dolía la mandíbula de tanto apretarla intentando no gritar: odiaba que vieran cara a cara su debilidad, prefería fingir ser más fuerte de lo que realmente era en vez de simplemente afrontar el pánico que le tenía al dolor—. Sólo para asegurarme de que no te arrepientes de nada.
Draco movió la cabeza, aliviado de que el dolor hubiera pasado.
—¿Qué quieres, entonces? —le preguntó.
—Venganza.
—Eso creo que me quedó claro —dijo él—. Me refiero a si tienes un plan para llevarla a cabo o… —Se encogió de hombros. Sólo quería salir de allí lo más rápido posible, continuar con su vida, buscar la manera de afrontar las consecuencias de aquel secuestro igual que llevaba afrontando su vida desde el final de la guerra y volver a la Mansión Malfoy, tan vacía de todo desde que los Mortífagos habían desaparecido de ella—. ¿Qué quieres de mí? —Fue lo más directo que pudo.
—Que trabajes para mí —dijo ella— y hagas exactamente lo que te pida. —Bueno, eso lo esperaba, un poco—. Si no… —Torció la varita un poco, como si estuviera apuntando a nada en particular.
Entonces, Draco sintió como si algo quemara en su brazo —una sensación que conocía muy bien, lamentablemente— y vio como la serpiente de la marca tenebrosa se movía, haciéndolo retorcerse de dolor. Apretó la mandíbula, pero acabó soltando un grito.
»Puede ser peor —oyó a la mujer decir cuando el dolor pasó—, ¿sabes? Puede ser tan horrible como yo desee —le dijo.
Bueno, al menos se estaba asegurando de que no fuera a traicionarlo. Aunque no podía decir que le agradaran sus métodos. La bruja volvió a mover la varita e hizo desaparecer las cadenas que lo mantenían preso.
»Puedes irte —le dijo, aun apuntándole con la varita—. Oirás de mí y sabrás que soy yo… —Le señaló la marca tenebrosa con la varita y Draco reprimió un escalofrío al entender qué significaba—. Ya sabes que quiero: venganza. Y tú vas a ayudarme a encontrarlos a todos.
—¿A todos?
—A los que no están en Azkaban, Malfoy —le dijo ella—. Todos los que huyeron. A todos los asesinos.
Deathstar apothecary
1 de enero del 2000
Harry entendía muy poco de lo que estaba pasando en ese momento, pero no estaba demasiado preocupado por todo aquello. Aun cuando estaba en una tienda en medio de Knocturn que, según sabía, había sido inspeccionada demasiadas veces para el poco tiempo que llevaba abierta y que realmente no tenía ninguna razón para estar allí —porque encontrarse a Malfoy la noche anterior había sido simplemente una mala coincidencia—, sus pensamientos continuaban volviendo a Ginny.
Deathstar apothecary era una tienda pequeña, un poco mugrienta, llena de hierbas y viales de pociones en el Callejón Knocturn. Por lo que Harry había podido ver, Isabelle vivía arriba, en un departamento minúsculo, con un cuarto que hacía las veces de sala, comedor y cocina, un baño y una recamara diminuta. No había puesto más atención que esa. El mostrador estaba al fondo y apenas si se alcanzaba a ver desde la entrada al fondo, por lo oscuro y la cantidad de mobiliario que había.
—Muy bien, sabes que está maldita, eso es un paso. —Isabelle no se dirigió a él, sino a Malfoy. Ella se había acomodado en la silla detrás del mostrador y él estaba al lado de ella. Harry no se había alejado demasiado, pero husmeaba en la tienda con curiosidad—. Tendremos que averiguar qué maldición es.
—Ya lo he intentado —oyó a Draco quejarse.
—Pero no yo —le dijo Isabelle—. ¡Potter! —lo llamó—. Eres aprendiz de auror, ¿no? Digo, eso dicen los periódicos de ti, pero si quieres mi opinión, los periódicos dicen demasiada basura, entonces ya no sé si se supone que debo creerles o algo así…
—Sí —interrumpió Harry—, soy aprendiz de auror.
—Eso quiere decir que eres bueno con la varita, ¿no? —le preguntó Isabelle—. Con la que se usa para hacer magia, no la otra. —Le guiñó un ojo y eso hizo que Harry se pusiera un poco rojo. En realidad no conocía aquella chica que regentaba una tienda mugrienta con apenas dieciocho años, apenas habiendo salido de Hogwarts, pero ella parecía excesivamente cómoda con cualquier tipo de compañía.
—Sí —respondió, simplemente. Su cerebro estaba demasiado ocupado reviviendo como Ginny le había dicho que era demasiado obvio que no iban a funcionar después de la enésima pelea en plena cena de navidad y le había dicho que lo mejor era dejarlo.
—Muy bien, sospecho que necesitaré de tu varita —le dijo Isabelle—. ¡La que se usa para hacer magia! —recalcó.
—¿Theodore sigue llamándole «varita» a su pito, Isabelle? —interrumpió Malfoy.
—Puedes preguntárselo tú —espetó ella—. Extiende el brazo —le ordenó. Harry simplemente asumió que Theodore efectivamente hacía lo que Malfoy había dicho—. Necesito verla.
Harry vio la mueca incómoda de Malfoy cuando puso el brazo sobre el mostrador y se enrolló la camisa para dejar a la vista la marca tenebrosa. Suponía que no debía ser nada agradable tener aquello tatuado como recordatorio de todos los errores que había cometido, pero no iba a empezar a tenerle lástima con aquello.
—Es algo demasiado privado… —intentó quejarse Malfoy, pero no sonó demasiado convicente.
—He visto la de Theodore un montón de veces —espetó Isabelle—. Sé cómo se ve una, no me vengas con que tus elecciones de mierda son «demasiado privadas». —Su voz sonó dura y Malfoy resopló pero no dijo nada cuando le puso el antebrazo enfrente. Harry se quedó mirando con curiosidad cuando Isabelle alzó la varita y apuntó directamente a la marca—. Revelio.
Draco se quejó.
—Eso dolió.
—Lo cual es una señal de… algo —dijo Isabelle—. Se supone que es un hechizo ante el que no reacciona —le explicó—, para que nadie supiera realmente cómo funcionaban.
—¿Cómo sabes todo eso? —preguntó Draco.
—Theodore —explicó Isabelle—; ya había intentado esto con él. —Volvió a apuntar con la varita—. Quien quiera que la haya maldecido, sospecho que no sabes quién es…
—No.
—… no debe de haber cubierto sus huellas tan bien —siguió Isabelle, ignorando la interrupción de Malfoy—. Finite Incantatem.
—¡Ouch! Isabelle, esto es una maldición, no un encantamiento común —se quejó Draco—. Obviamente no va a funcionar un finite, por Merlín, no es como sus efectos se fueran a ir de la nada…
—Pero reaccionó, ¿no? —dijo Isabelle—. Te dolió.
—Sigo sin ver en qué demonios funciona eso… —volvió a quejarse Draco.
—¡Potter! —llamó Isabelle—. Necesito que hagas un revelio y haré un finite, ¿entendido? —le dijo—. Probablemente no nos dé ninguna pista en absoluto, pero tengo que probar… —Se quitó el cabello pelirrojo de la cara, que le estaba cayendo sobre la frente—. Las maldiciones suelen ser magia negra o artes oscuras muy difíciles de rastrear de todos modos, pero la mayoría de los magos olvidan protegerlas contra encantamientos simples.
—Porque estos no revelan nada sobre ellas —se quejó Malfoy.
—Ya lo sé, pero revelan que están allí y ya que no sabes nada sobre esta maldición… —dijo Isabelle—, tendremos que probar con lo que tengo al alcance. Con suerte sabré que poción puede ayudarme a saber qué es.
—Parecer saber demasiado sobre artes oscuras —fue lo primero que Harry comentó. Era cierto. No parecía ser una tienda de pociones común y corriente, como el resto.
Isabelle alzó las cejas.
—No es ilegal saber —le dijo.
—Sólo era un comentario —se excusó él.
—Bien —apuntó con la varita—. ¿Listo? —le preguntó—. Finite incantatem.
—Revelio.
Malfoy volvió a quejarse. Esta vez, hubo un cambio apenas perceptible en la marca, como si la serpiente agitara su cuerpo. Harry podía jurar que la había visto moverse y nunca había sabido que una marca tenebrosa pudiera hacer aquello. Entornó los ojos, súbitamente interesante.
—Interesante… —musitó Isabelle—. Nunca había visto algo así. —Se agachó sobre el mostrador, rebuscando entre las pociones que estaban hasta abajó y la puso sobre el mostrador—. Malfoy, sigo sin tener ni la más remota idea sobre qué maldición es, pero quizá esta poción me ayude a saber qué carajos es… Se supone que inhibe algunos efectos de algunas maldiciones…
—¿Qué es? —preguntó Malfoy.
Isabelle le dirigió una mirada de circunstancias a Harry.
—Mejor que no sepas.
—Ilegal, ¿eh? —adivinó Harry, sin saber qué hacer.
—No he dicho nada, Potter —respondió Isabelle Poulain—, pero pueden revisar mi tienda cuando quieran, he pasado todas las inspecciones ministeriales. —Le guiñó un ojo. Sí, definitivamente era ilegal. Isabelle volvió de nuevo su vista hacia Malfoy—. Dos dosis —le indicó—; si hace efecto lo sabrás porque te sentirás como una mierda —siguió diciendo—. Entonces vienes a verme y, si tenemos suerte, al menos habremos descubierto que tipo de maldición es. —Volvió su vista hacia a Harry—. Sigo sin entender realmente qué haces aquí, pero bueno, supongo que fuiste de ayuda. Ahora, si no van a comprar nada más…
—¡Belle! —se oyó la voz desde arriba. Theodore Nott se había despertado, supuso Harry.
—… les sugiero que desaparezcan —les dijo—. Tengo un novio increíble con el cual me arruinaron la noche ayer y no planeo que me arruinen ni un segundo más. ¿Entendido? —Los dos asintieron—. ¡Fuera!
Salieron de la tienda rumbo al Callejón Knocturn. Harry planeaba desaparecerse lo más rápido posible antes de que alguien lo reconociera y empezaran a preguntarse qué demonios hacia allí, así que le extendió la mano a Malfoy, todo por ser cortés.
—Bueno… —Se llevó la mano izquierda a la nuca—. Supongo que… Bueno… Si necesitas algo…
—No necesito tu ayuda, Potter —le espetó Malfoy—. Pero gracias. De todos modos.
Y se dio la vuelta dejándolo ahí parado con la mano alzada.
Nott Manor
3 de enero del 2000
—Todavía no te he perdonado, Malfoy —le dijo Nott en cuanto lo oyó entrar.
Como siempre, aquella casa —mansión— estaba echa un desastre. Draco nunca la había visto ordenada, no al menos después de que se fuera el último elfo doméstico y que el padre de Theodore dejara de vivir allí —en el verano de 1996, cuando lo habían encarcelado—. Era prácticamente lo único que les quedaba a los Nott —o sea, sólo Theodore ya— y el heredero estaba dilapidando su fortuna a una velocidad increíble. Había pagado un montón en multas para el ministerio tras los juicios —prácticamente había hecho rico al Ministerio de Magia—, le había dado a Isabelle todo el dinero que había necesitado para abrir la tienda y además, por lo que sabía, le pagaba la renta mes sí y mes también porque no lograba cubrir ni la mitad de los gastos de la tienda.
—Me importa una mierda, Nott —le respondió él.
—Bien. —Theodore estaba tirado en el sillón de la sala de la casa de los Nott, que estaba medio empolvado. La única que limpiaba algo cuando estaba allí era Pansy, quejándose de que el resto de sus amigos eran unos puercos—. Me arruinaste el año nuevo.
—Te quedan otros trescientos sesenta y cuatro días para coger con Isabelle —le respondió Draco—, no veo que te arruiné. —Se sentó en el sillón de enfrente al que Nott estaba acostado—. De todos modos no vine sólo a disculparme. No, de hecho, no vine a disculparme, me importa un carajo tu vida sexual, Theodore. ¿Has visto a Gregory? —preguntó—. Se suponía que iba a ir a verme ayer.
—Seguramente se le olvidó —dijo Theodore. Parecía más interesado en el techo que en Draco.
—No contestan en su red flu —añadió Draco.
—¿Y?
—Podría ser preocupante —respondió Draco.
—O podría no. —Theodore se levantó para mirar a Draco—. La última vez que la averió fue hace dos semanas, cuando accidentalmente se le cayó el pavo de navidad encima de la chimenea y Daphne tuvo que cocinar otro de improviso.
»Fue horrible y hubieras podido probarlo si hubieras ido —le reclamó.
—Fui a Azkaban —dijo Draco, secamente, sin ahondar más en detalles. Ir a Azkaban era deprimente y siempre lo ponía de mal humor. Ver a su padre no era lo más placentero del mundo, menos cuando Lucius parecía enterrado en una alucinación en la que Draco aún podía hacer valer algo «el nombre de los Malfoy»—. Entonces, ¿no has sabido nada de Gregory?
Theodore negó con la cabeza.
—No, no desde el veintiocho —le dijo—. Me dijo que él y Millie iban a irse de vacaciones pasando… no sé…, la primera semana de Enero, porque la novia de Millie se había ofrecido a prestarles una casa que tenían en el sur de Francia y que habían aceptado bajo la condición de que Gregory tenía que conocer a la mejor amiga o a la prima o a alguien que era algo de la novia de Millie. —Se pasó la mano por el cabello—. Lo repitió al menos doscientas veces.
—Ah.
Ya no supo que decir. Siempre se quedaban sin palabras demasiado rápido porque ninguno era demasiado bueno para ellas. Theodore hablaba mucho —quizá demasiado—, pero no solía hablar de sí mismo nunca. Draco no hablaba mucho desde el fin de la guerra, por norma general.
—También te perdiste el año nuevo —dijo Theodore—. La madre de Pansy cocina muy bien, ¿sabes? Estuvimos esperando que fueras.
Draco se encogió de hombros.
»En vez de eso, apareces en los brazos de Potter… —Draco intentó interrumpirlo, pero Theodore alzó la mano—. No te atrevas a negar eso, atesoraré esa imagen por siempre en mi cerebro, seguro es lo más cerca que estaré nunca de invocar un patronus. Bueno, apareces en los brazos de Potter, desmayado, no sabemos qué te pasó y sobre todo estamos muy confundidos, Isabelle y yo, sobre la razón por la cual estás en los brazos de Potter.
—Él apareció en donde yo estaba —se defendió Draco, pareciendo medio indignado—. Fue casualidad.
»De todos modos, sólo quería saber si sabías algo de Gregory…, así que…
Estaba pensando en irse. Él y Theodore no eran buena compañía solos —en realidad nunca lo habían sido, ni siquiera cuando tenían once años y Theodore era un niño demasiado raro para su edad y Draco demasiado presumido para tener once años—, aun cuando lo sabían todo del otro. Eran, además, probablemente los únicos de su generación que sabían lo que significaba una marca tenebrosa marcada en el antebrazo. Lo bueno —nada, de hecho, además de no haber muerto—, lo malo —todo el resto, la decadencia que se veía en sus casas, el polvo que se acumulaba sin que ninguno de los dos se preocupara, las pesadillas de las que definitivamente no hablaban ni entre ellos ni con nadie, los juicios de los desconocidos en la calle que se apartaban a su paso y los recuerdos que se aferraban a ser revividos—. Siempre era mejor cuando estaba Pansy entre ellos. O Daphne. O Gregory, que siempre tenía algún tema tonto de conversación. O Isabelle Poulain, aunque realmente no fuera parte de su grupo del todo y sólo se la pasara besando a Theodore. Incluso Blaise, con sus bromas estúpidas, que no hacían reír a ninguno de los dos, era mejor que estar los dos solos con sus propios demonios.
Ya se había puesto en pie cuando Theodore lo detuvo, alzando la mano, estirando el dedo índice señalándole el brazo.
—Belle me dijo que está maldita —dijo, simplemente.
Draco tardó un milisegundo en darse cuenta de qué hablaba.
—Sí —respondió.
Theodore se llevó la mano derecha al antebrazo izquierdo, de manera inconsciente, como si algo en aquella afirmación le diera miedo.
—¿Puede…? —empezó la pregunta y Draco la entendió incluso antes de que saliera de su boca.
—No —le dijo—, me pasó después de la guerra.
No le contó los detalles, no le contó de la mujer ni del trato qué hizo con ella. No le dijo que lo había cumplido al pie de la letra hasta ese momento, porque tenía muy pocas cosas en más estima que su propia vida. Tampoco le dijo que había dejado de cumplirlo porque ella —quien quiera que sea, sigue sin saberlo— le había pedido algo irracional. Al menos para él. Ni le contó del peligro que corría, porque no quería que nadie lo supiera.
—Ah. —Theodore le pareció aliviado.
Se puso en pie, iba a irse.
Entonces, Theodore alzó la varita.
»Accio whisky de fuego —dijo y en un momento tuvo una botella en sus manos. Movió la varita y conjuró un par de vasos—. Se ve que te hace falta —le dijo.
No le dijo «quédate», ni siquiera lo miró. Miró el whisky de fuego con cara de circunstancias y le dijo «se ve que te hace falta». Draco volvió a sentarse, se estiró para agarrar la botella de whisky de fuego y un vaso. La abrió y empezó a servirse.
—Isabelle dice que aun te refieres a tu pito como «varita» —fue lo que dijo, cambiando de tema. Oyó la risa de Theodore. Sonrió para sí.
Nunca iba a hacer lo que ella le había pedido, joder.
Notas de este capítulo:
1) La historia está inspirada en un fanart de Alekina (alekina punto tumblr punto com) que es bastante conocido y es la portada del fic. No me pertenece. Y puede que eso tenga spoilers de algo que pasa en la historia, pero definitivamente no tienen ni idea de cómo llegaremos ahí.
2) Sé que Isabelle Poulain puede parecer un self insert por el apellido, pero… Ese es el nombre original del personaje. Lo jugué en Bewitch The Mind (una partida de rpg de Harry Potter ft referencias a Alicia en el País de las Maravillas). Ya la conocerán mejor, pero su historia en ese rol se reflejará acá. Me reservo su uso, por cierto.
3) Este fic no tiene ninguna relación con ninguna otra cosa que yo haya escrito. Fin.
Andrea Poulain
a 6 de julio de 2018