Summary: Remus pasa los días limpiando la casa de los Borgin, haciendo el desayuno, la comida, la cena. Hasta que un día llega la invitación para una fiesta en la casa de los Black. (Adaptación de La Cenicienta).

Pairing: Sirius B. / Remus L. (AU en el que Grindelwald gana el duelo contra Dumbledore).


Este fic participa en el reto #34 "Adaptando un clásico" del foro "Hogwarts a través de los años"

Para Hitzuji


Tristán

«Tell them I was happy

and my heart is broken.

All my scars are open,

tell them what I hoped would be

impossible, impossible»

Impossible, James Arthur


El señor y la señora Borgin tenían dos hijas que acababan de salir de Hogwarts. Remus las odiaba. Cuando pasaban casi todo el año en el colegio y no podían hacer magia fuera de él era fácil olvidarlas, pero desde que pasaban todo el tiempo en la casa que había en la parte de arriba de la tienda, que ocupaba los tres pisos restantes del edificio donde estaba Borgin y Burke, su vida se había vuelto un infierno —más de lo que ya era—. No dejaban de recordarle que no había merecido ir a Hogwarts —por lo que era— y que no tendría un futuro fuera de aquella tienda, porque nadie querría saber de un hombre lobo en ninguna parte.

No paraban de recordarle todo el tiempo lo benevolentes que habían sido al acogerlo después de que su madre había muerto de una enfermedad fatal y su padre había sido arrestado por intentar ocultar su identidad como licántropo. Se aseguraban de que no olvidara que, en aquella casa, era sólo un sirviente.

A pesar de todo, los Borgin eran una familia venida a menos. Ya no poseían la riqueza de antaño ni una gran casa señorial que, Remus había escuchado, había estado a las afueras de Londres. Vivían en la casa que estaba encima de la tienda —que era grande, a pesar de todo— y no eran invitados a todas partes. Ni siquiera tenían dinero como para tener un elfo doméstico —y era allí donde entraba Remus.

Había llegado a aquella casa antes de cumplir once años. La señora Borgin le había puesto una vieja cama con un colchón que tenía un par de resortes rotos en el ático y le había puesto todos los instrumentos de limpieza en la mano después de decirle que ella no era muy buena para los hechizos domésticos —y su esposo tampoco— y que bien podría ganarse el sustento en esa casa. Le había prometido que le enseñaría algo de magia cuando cumpliera once años, promesa que había cumplido, aunque no le había enseñado más que hechizos domésticos —para que pudiera hacerlo todo más rápido.

Remus se había acostumbrado. No podía ir a Hogwarts, era peligroso. Había recibido una carta cuando tenía once años de la directora, una mujer llamada Minerva McGonagall, pero la señora Borgin le había dejado en claro que no iría: no iba a mandar a sus hijas al mismo colegio que un licántropo, aun cuando la directora prometiera encontrar una solución. Se había valido de sus amistades influyentes: los Black, los Malfoy y los Lestrange para hacer que el consejo escolar evitara que Remus asistiera a Hogwarts, prometiendo que ella se encargaría de su educación —aunque eso no había sido del todo cierto.

Desde entonces, su vida era una secuencia que se repetía prácticamente todos los días. Preparar el desayuno, servirlo, limpiar, lavar trastes, pensar en la comida, hacer la comida, lavar trastes, pensar en la cena, hacer la cena, lavar trastes. Además de eso, los lunes lavaba la ropa, los martes limpiaba pisos y ventanas, los miércoles sacudía un poco y los jueves era el turno de los baños. Viernes y sábados nada pero los domingos iba por la compra. Lo único que movía su rutina eran las lunas llenas.

El señor Borgin lo encadenaba en el sótano de la tienda. Era la única manera de tenerlo controlado. Los grilletes solían tener hojas de matalobos que le causaban dolor y además estaban hechizadas para no romperse. De todos modos, eso no evitaba que no se rasguñara a sí mismo. Solía tener cicatrices en casi todo el cuerpo, especialmente el torso y la espalda y, algunas veces, el rostro.

Las chicas Borgin le hacían la vida imposible. La señora Borgin sólo le daba órdenes. El señor Borgin ignoraba su existencia. Esa era toda su rutina. Hasta el día que llegó la invitación de la casa de los Black.


Le dio de comer a la lechuza después de que le entregó la carta. Remus revisó el sobre, que iba sellado y se fijó que contenía un emblema que había visto antes. «Toujour Pur», se leía en el escudo. Los Black, se dijo. No los conocía, porque no tenía permitido estar en la tienda cuando clientes estaba allí y nunca habían ido a la casa de los Borgin —porque la señora Borgin misma decía que no se atrevería a recibir allí a los Black—. A Remus todo aquello no le importaba en lo más mínimo, él sólo tenía que entregar el correo antes de ir por la compra de la semana. Se dirigió a la salida, donde una de las chicas Borgin —Griselle— estaba aporreando el piano y la otra —Anne— estaba cantando con una voz que dejaría sordo a cualquiera. La señora Borgin estaba en el sillón con los ojos cerrados, muy apretados, como si intentara ignorar a sus hijas. Tenía El Profeta de los domingos en las manos.

—Señora… —interrumpió Remus.

Las dos chicas se callaron cuando lo vieron entrar.

—¿Remus? —La señora Borgin le dirigió una mirada curiosa, como preguntándole qué estaba haciendo allí, interrumpiéndolas.

El joven le enseñó la carta.

—Llegó esto —le enseñó el sobre, extendiéndoselo.

La señora Borgin lo abrió inmediatamente al ver el emblema. La leyó rápidamente.

—¡Nos invitan a una fiesta! —exclamó, dirigiéndose a sus hijas. Remus había vuelto a ser completamente invisible—. La invitación es de la misma Walburga Black —comentó. Las dos chicas se acercaron—. Será en unas semanas. Tendremos que ir a comprarles túnicas nuevas, ir a casa de los Black no es cualquier cosa… —Se fijó en que Remus seguía parado cerca de la muerta y le dirigió una mirada ceñuda—. ¿No tienes que ir hacer la compra?

—Sí, señora —dijo él. Suspiró. A veces envidiaba a los Borgin y su vida, pero eso era algo que él no podía permitirse.

Porque había pasado lo que había pasado.


Conseguía todo lo que necesitaba en el Callejón Diagon, era su mundo entero. No conocía más del mundo mágico porque, según la señora Borgin, no lo necesitaba. Ni siquiera cuando había despertado muy herido de la luna llena lo habían llevado a San Mungo. A veces, Remus tenía la impresión de simplemente ser un fantasma que habitaba en una casa ajena y limpiaba. Estaba constantemente cubierto del polvo de la casa y la ceniza de la chimenea y siempre usaba ropa vieja y poco arreglada. No le importaba. Ya estaba acostumbrado.

Tampoco era como si tuviera amigos. Bueno, en realidad, tenía una amiga. Solían encontrarse en el Caldero Chorreante, siempre que él se detenía allí, con las bolsas de la compra, para pedirle al tabernero que le regalara un vaso de agua. La primera vez, ella se le había acercado por curiosidad y para ofrecerle un poco de ungüento para las cicatrices de su cara. Se había disculpado mil veces y había asegurado que no era su intención ser una entrometida. Eso había sido un año atrás. En ese entonces, Lily Evans tenía dieciocho años y acababa de salir de Hogwarts.

Remus le había contado que vivía con los Borgin —«son mi familia adoptiva»—, pero no que era su sirviente. Le había contado que no había ido a Hogwarts —«prefirieron educarme en casa, paso mucho tiempo enfermo»—, pero no que apenas solía usar la varita. Mucho menos le había contado de la licantropía, pero ella había acabado adivinándolo. Luna llena, todos los meses. Era un patrón bastante fácil de seguir.

Aquel día, cuando llegó al Caldero Chorreante, ella ya estaba allí.

Era pelirroja, un poco pecosa, alta y muy delgada. Tenía los dedos largos, medio huesudos. Estaba sentada ya en una mesa en un rincón a la que él se acercó con un vaso de agua.

—No puedo quedarme mucho tiempo —dijo—, se supone que tengo que volver en una media hora.

Lily ni siquiera lo saludó.

—¡Estúpido James Potter! ¡Mira! —le puso un sobre en la mano, que Remus reconoció de inmediato. Tenía el emblema de los Black y era idéntico al que había recibido la familia Borgin aquella mañana—. ¡Lee!

—«Evans: James me amenazó para que te invitara a una fiesta que harán en mi casa» —leyó en voz alta—. «La organiza mi madre, así que será una tortura. Pero habrá buena comida. Creo. No sé. Ven, James quiere que vengas y no me lo puedo quitar de encima, de hecho en este momento está leyendo la carta por encima de mi…» —Después había una enorme mancha de tinta que emborronaba la siguiente palabra—. «En fin, por favor, pelirroja. Sirius Black».

—¿Sirius Black?

—El heredero primogénito. Pegado por la cadera a James Potter, ¿te he hablado de James Potter? —preguntó Lily.

—Ajá.

Remus asintió. No sabía demasiado, salvo que James estaba enamorado perdidamente de ella y la perseguía a todas partes. Estaba seguro de que a Lily también le gustaba él, consentía aquella persecución y Lily era de las chicas que le hubiera parado los pies a prácticamente cualquier idiota que osara acercársele. A veces, la había descubierto sonriendo al hablar del chico, de su cabello desordenado, que Remus nunca había visto y de sus lentes y de lo insoportable —pero guapo— que era. De Sirius, en cambio, nunca había oído nada.

—Bueno, Sirius es su mejor amigo. Pegados por la cadera, te digo —musitó—. Black es insoportable y tiene unas pintas… —Lily suspiró—. Necesito consejo. ¿Irías a esta fiesta?

Remus se encogió de hombros.

—Se ve como una buena fiesta… —dijo— y dice que habrá buena comida. Supongo que no perderías nada.

Lily le arrebató el pergamino.

—Ni siquiera sé por qué creyeron que era buena idea invitarme. Oí la postada: «Le dije a mi madre que te apellidabas Macmillan para que no se quejara» —leyó Lily—. Los Black son puristas. Bueno, Sirius creo que no, pero puristas.

—Como los Borgin —musitó Remus.

—Si tú lo dices…

—También los invitaron —dijo él.

—Así que iras a la fiesta…

Remus negó con la cabeza.

—Sinceramente no creo que quieran llevarme. O que Walburga Black me quiera allí…

Se quedó viendo a la mesa.

—Remus, ¿quieres ir a la fiesta? —preguntó Lily—. Podrías ser mi más uno. Estoy segura de que eso molestaría a James y quizá funcionaría para que dejara de creerse dueño de mí o algo. Y quizá te caerían bien los dos. O les caerías bien.

—Eh…

—Remus…

—No sé.

—¿Quieres ir o no? Si dices que los Borgin no te llevaran… —dijo Lily—. Y la verdad, tu familia adoptiva es un poco extraña, qué quieres que te diga.

—Está bien —dijo y sonrió—. Vamos a esa fiesta.

Lily sonrió igualmente.

—Te mandaré una carta con la fecha exacta, porque el idiota de Black no la anotó y tengo que escribirle para que me la diga —le dijo—. También puedo conseguirte una túnica de gala, si es que no tienes…

—Creo que tengo una vieja —musitó Remus, medio inseguro—, de mi padre. No tengo muchas cosas de él.

—Vale, igual te presto una —le dijo Lily—. Iremos a una fiesta de ricos, Lupin, arregla esa cara.


Todo salió mal. Había sacado la túnica de gala vieja de su padre, que necesitaba arreglos en todas partes y se había dedicado a ellos por las noches. Había quedado bien y él estaba orgulloso de su trabajo. Hasta el día que, precisamente, Anne y Griselle Borgin la habían descubierto. Habían llegado con las bolsas de Madame Malkin, radiantes, comentando lo bonitas que eran sus túnicas de gala nuevas y habían subido hasta el ático —algo que normalmente nunca hacían— para pedirle a Remus que les hiciera unos arreglos antes de la fiesta. Lo habían encontrado dándole los últimos arreglos a la vieja túnica de su padre, que estaba un poco fuera de moda, pero aun así serviría.

—¡Remus! ¡Remus! —tronó la voz de Griselle al entrar.

—¿Qué es eso? —preguntó Anne, acercándose. Le quitó la túnica de un tirón.

—¡No! —se quejó Remus.

—Por Merlín —musitó Anne, extendiéndola—, que vejestorio.

—¿Una túnica de gala? —se burló la otra—. ¿Pretendías ir a la fiesta?

—N-no… —la voz le tembló lo suficiente como confirmar que estaba diciendo una mentira.

—Por Morgana, qué crédulo…

—Esto está demasiado pasado de moda —comentó Griselle, jalando una de las mandas de la túnica.

—¡No, espera, quiero verla yo! —se quejó Anne, jalándole la túnica.

—¡Ey, no seas bruta! —dijo Griselle.

—¡Bruta tú!

A Remus se le fue el alma a los pies cuando vio como una de las costuras se desgarraba enfrente de sus ojos, dejando una de las mangas de la túnica apenas colgando del resto por un hilo.

—¡No!

Las Borgin parecieron satisfechas con la túnica de gala y se la regresaron.

—Bueno —dijo Anne—. Igual no ibas a ir a esa fiesta. —Le sonrió enseñándole todos los dientes, restregándoselo en la cara.

Se fueron, dejando allí sus bolsas para que él las arreglara y se las dejara listas. Remus se quedó mirando al suelo, conteniendo las ganas de llorar. Probablemente ya no tendría tiempo de arreglarlas.

Pocos minutos después de que salieron, una lechuza tocó en su ventana. Era una nota de Lily. Su segunda mala noticia del día.

«LA FIESTA ES HOY. El estúpido de Black me mandó la fecha hasta hoy. Lo odio. Pasaré por ti poco antes del anochecer».

Remus se puso más pálido. Volteó a ver el calendario. Era noche de luna llena. No podría ir. Al parecer Lily lo había olvidado. Fue corriendo a buscar pergamino, pluma y tinta para responderle que no pasara por él por ningún motivo, pero cuando se inclinó sobre el pequeño escritorio que había en el ático, al lado de su cama, se dio cuenta de que la lechuza de Lily se había largado.

—¡Carajo!


—¡Chico!

La voz del señor Borgin tronó en la parte baja de la escalera que llevaba al ático. Casi nunca le dirigía la palabra.

—Señor Borgin…

—¡Te quiero en el sótano en cinco minutos! —oyó su voz—. ¡Nos iremos más temprano y no quiero que destroces la casa!

—Sí —dijo Remus.

Después lo escuchó marcharse. Se sorbió la nariz y se quedó un momento mirando la túnica de gala de su padre arruinada. Ni siquiera sabía por qué le importaba tanto aquella estúpida fiesta. Era como si por un momento hubiera tenido la oportunidad de pertenecer al mundo y no ser sólo un fantasma o una sombra que se convertía en una bestia cada ciclo lunar. Y todo se le había arruinado.

Soltó un suspiro y dejó allí la túnica y bajó al sótano. El señor Borgin ya lo estaba esperando.

—Te tardaste, chico —espetó.

—Lo siento —respondió.

Había aprendido a temerlo. En general, prefería cuando el señor Borgin únicamente lo ignoraba. Cuando no, significaba que era luna llena o que había hecho algo mal.

Aquella parte de su vida se había convertido en rutina. Se acercó hasta el fondo del sótano y se puso los grilletes de los pies él mismo, intentando que las hojas de matalobos tocaran su piel en los menos puntos posibles, porque le ardía. Tenía las cicatrices de todas sus transformaciones. Después dejó que el señor Borgin le pusiera los grilletes de las muñecas y pusiera el encantamiento que evitaba que los pudiera romper cuando estuviera transformado. Remus no dijo nada, sólo miró a un lado.

Cuando el señor Borgin terminó, Remus sólo se dejó caer y se sentó en el suelo.

—Aun faltan unas dos horas —dijo el hombre—, pero nos iremos ya, así que…

No terminó la frase. Se fue y Remus únicamente oyó la puerta del sótano cerrándose. Pensó que Lily no tardaría en llegar, pero que se rendiría en cuanto lo le abriera. Ya se disculparía después con ella.


Una hora después, seguía allí. Se puso alerta cuando oyó un ruido en la puerta. Se imaginó que sería Lily tocando, hasta que oyó unos pasos en la tienda.

—¿Remus?

«Carajo», pensó. ¿Cómo demonios había entrado a la tienda?

—¿Dónde estás?

Intentó no moverse. No iba a responderle, no iba arriesgarla. Pero en ese momento sintió el dolor en una pierna y se movió inconscientemente, arrastrando las cadenas con él. Supo que Lily también había oído el ruido cuando la oyó buscar las escaleras del sótano y bajar corriendo.

—¡No entres!

Demasiado tarde.

Alohomora. —La puerta chirrió al abrirse—. Lumos.

—Lily, no…

—Ya sé que es luna llena. Tuve que buscar una solución. Y me gasté bastantes galeones en ella, pero…

Ya estaba arreglada. Llevaba una túnica de gala color azul rey que le sentaba muy bien. Remus la apreció cuando se acercó. Ella no pudo disimular la sorpresa al verlo encadenado y él no pudo evitar sonrojarse, avergonzado de que ella lo viera en esa circunstancia. Ella sacó una botella de una poción.

—¿Qué es eso?

—Tú solución —dijo Lily—. Inhibe el efecto hasta la media noche. Son sólo unas horas, pero creo que funcionará. Tendremos que salir de allí un poco antes de la media noche, para volver aquí… Bébetela.

Se la puso en las manos y él se la bebió completa. Sabía asquerosa.

Después la oyó tocar las cadenas con la varita para abrirlas.

—Joder, eres buena, se supone que no se rompen fácil.

—Son hechizos fáciles de romper —dijo ella. Le enseñó una bolsa grande que llevaba—. También traje esto. Una túnica de gala. Creo que es de tu talla.


En la entrada de la casa de los Black, ubicada en un barrio de Londres, pero escondida de los muggles, a Lily sólo le bastó enseñar el sobre en el que Sirius Black le había mandado la invitación y decir el nombre falso que le había puesto —Lily Macmillan— para que los dejaran pasar. El lugar estaba atestado de gente en la sala, en el pasillo y en el comedor. Lily arrastró a Remus hasta la sala, buscando a.

—¡Rodolphus! —oyó una voz que se quejaba al lado de él, en un momento en qué se quedó parado mientras Lily, parada de puntitas, intentaba ver por encima de las cabezas del resto—. Dile a Rabastan que no se ponga borracho tan temprano.

—Yo no puedo controlarlo, Bella…

—¡Ahí están! —exclamó Lily y lo jaló hasta la esquina—. Vamos, te los puedo presentar y puedo hacer enojar a James porque traje un acompañante.

—Eso es muy infantil…

—Él es infantil —dijo Lily—, puedo usarlo en su contra, ¿no?

James Potter y Sirius Black resultaron ser un par de chicos de su misma edad altos y, según se fijó Remus, extremadamente guapos. James Potter era un poco más bajo de Sirius, con el cabello completamente desordenado —aunque era obvio que había intentado peinarse—, lentes circulares de montura negra, piel tostada, medio oscura y una túnica de gala que le quedaba perfecta, color verde botella oscuro.

—¡Mira, Lily! Mi atuendo combina con tus ojos… —Su mirada se desvió cuando vio a Remus—. ¿Y este quién es?

Remus desvió la mirada de James, pero acabó fijándose en Sirius Black, un poco más alto, con barba de algunos días, el cabello largo, medio desordenado y rizado peinado en una coleta, la piel pálida y las manos metidas en la bolsa de la túnica. A Remus no se le escapó que se le había quedado mirando.

—Remus Lupin —dijo Lily—, es un amigo. Y no hace falta que seas un idiota, Potter.

—James Potter. —El joven extendió su mano para estrechársela a Remus—. Y este de aquí es Sirius Black. —Le dio un codazo a su amigo—. Discúlpalo, tiene una mirada muy penetrante. —Después miró a Remus—. ¿Lo ves? No soy un idiota. Intento no ser un idiota.

—No funciona si sólo lo haces cuando estoy presente. —Lily hizo un mohín—. Voy a buscar algo de tomar. ¡No le hagan nada a Remus!

—¡No, Lily, espera! —James corrió tras ella—. ¡Que Narcissa no te vea o te reconocerá!

Remus se quedó sólo con Sirius, que carraspeó antes de hablar.

—No creo que vuelvan —dijo.

—Ya.

—A ella le gusta mucho James —siguió Sirius—. Pero James es un idiota, así que no salen, ni nada oficial. Los he descubierto besándose, de todos modos. —Se metió un mechón rebelde que se había escapado de la coleta detrás de la oreja—. Después hacen como que nada ha pasado, pero… —Se encogió de hombros.

—Ella es sólo una amiga —espetó Remus—. No quiero nada, ni…

Sirius alzó las manos en señal de derrota.

—Bueno, yo me quedé aquí sólo porque James estaba esperando a que llegara Lily —dijo—, planeaba huir después de eso aunque la fiesta fuera en mi honor.

—¿En tu honor?

—Sí, cosas de mi madre y… —Sirius meneó la cabeza—. Bueno, Evans te trajo y seguro se la pasará jugando al gato y al ratón con James, no sería justo que te dejara sólo. ¿Quieres ver la casa?

—Bueno.

Sirius se encogió de hombros y lo jaló de un brazo para sacarlo de la sala y conducirlo nuevamente hasta el recibidor. De ahí, lo hizo subir las escaleras hasta llegar a una de las puertas y abrió.

—Mi habitación —dijo—. Pasa.

Estaba llena de estandartes color escarlata y dorado y fotografías pegadas en la pared. Había algunos posters de bandas de rock muggles y otros mágicos. El lugar era un caos.

—No tienes por qué…

—Puedes quedarte abajo, donde no conoces a nadie y son todos una bola de víboras, literalmente, he de decir —dijo Sirius— o puedes contarme de dónde te sacó Evans. —Entornó los ojos—. No fuiste a Hogwarts.

Remus negó con la cabeza.

—Me educaron en casa —dijo—. Vivo con… con los Borgin. Son mi familia adoptiva.

—Sus hijas fueron a Hogwarts —dijo Sirius—. Par de víboras. ¿Tú no?

Remus negó con la cabeza de nuevo y Sirius se encogió de hombros, como derrotado. Se dejó caer en la cama, poniendo sus manos detrás de su nuca, estirándose tan largo era. Remus se quedó parado, incómodo.

—¿Entonces es tu cumpleaños o algo…?

Sirius río.

—Claro que no —dijo—, mi madre no me haría esto por mi cumpleaños. Sólo intenta sobornarme. —Remus frunció el ceño—. Para que vuelva a casa. Me largué a los dieciséis. Ni siquiera vivo aquí.

—Pero esta recámara…

—Todo está pegado permanentemente a la pared —dijo Sirius—, no pude llevarme nada cuando me largué. —Se encogió de hombros—. Bueno… ¿Remus Lupin te llamas? —Él asintió—. Ya que Peter no está aquí porque mi madre se niega a que invite a un «mestizo» a esta fiesta y no tengo a nadie más con quien pasar el rato, ¿quieres oír la historia?

—¿De por qué es tu fiesta o por qué te largaste?

—Las dos —dijo Sirius—, son entretenidas, supongo.

—Bueno.

Sirius se hizo hasta la orilla de la cama individual y palmeó a su lado.

—Puedes tirarte —le dijo—. Cabemos los dos.

Remus se acercó, conteniendo su inhibición y se tiró al lado de él. Apenas si cabían, pegados.

—Me largué cuando tenía dieciséis. Acababa de salir de quinto en Hogwarts —dijo Sirius—. Un día simplemente exploté y me largué. Bueno, pasaron cosas antes de eso, pero sería demasiado largo de explicar. El cuento corto es que soy la oveja negra de la familia. O roja. Fui a Gryffindor en Hogwarts, ya sabes, la casa… —Remus no sabía—. Y toda mi familia ha ido a Slytherin, ya sabes, las serpientes. —Remus tampoco sabía, pero aparentó que sí—. Bueno, problemas: me largué a casa de James. Mi mamá se puso furiosa y al parecer quemó mi cara y mi nombre en el tapiz familiar. —Ante la cara incrédula de Remus, asintió—. Sí, tenemos eso.

»Bueno, me largo a vivir con James, ¿vale? Sus padres son encantadores. Euphemia y Fleamont Potter. ¿Has oído de ellos? —Remus negó con la cabeza—. Tienen un negocio de pociones para el cabello o algo así. No tienen tan buena reputación porque a veces critican el control de Grindelwald, pero… bueno, son extremadamente ricos, así que los toleran, ¿vale? —Remus asintió, aunque no tenía ni idea de política. Sólo sabía que un tipo llamado Grindelwald gobernaba toda la Europa Mágica y ya—. Vivo con ellos. Me gradúo. James y yo intentamos buscar donde vivir, pasan cosas y un día me entero que arrestaron al estúpido de mi hermano.

»Regulus. Mi familia lo llenó de veneno purista y prejuicios y al parecer se metió a una secta rara que ataca a los hijos de muggles y esas cosas. —Sirius se encogió de hombros—. Todo muy raro, si quieres mi opinión, pero lógico considerando que lo crío mi madre que es más purista que nadie. Lo arrestan. Lo condenan. Y… —A Sirius se le quebró un poco la voz. Remus se quedó callado, consciente de que aquello era extremadamente privado—. Y… bueno. El régimen del Grindelwald no se caracteriza por ser demasiado abierto, así que nunca salió nada en los periódicos y yo me entere porque mi padre me mandó una lechuza. Que lo habían ejecutado e iba a ser el funeral.

»Regulus y yo nos llevábamos mal, pero… era mi hermano, joder… Así que fui al funeral. Y ahí estaba mi madre, fingiendo ser una madre cariñosa por primera vez en años. No le queda eso, por cierto. Pero ahí estaba, suplicándome que volviera, que mi padre estaba enfermo y… Bueno, no volví. Pero me estuvo molestando hasta que accedí a esta fiesta, hasta me mandó vociferadoras. —Sirius se quedó mirando hasta la ventana—. Si hubiera sabido de qué se trataba ni siquiera hubiera venido. Discutimos a gritos antes de que llegaran los invitados.

—¿Por?

—Sólo finge ser una madre cariñosa porque Regulus ya no puede heredar todo lo de los Black —dijo Sirius—. Su hijo predilecto, el que sí le hacía caso, el que siguió los putos ideales de mierda que le metió en la cabeza hasta el final… —Sirius apretó los dientes—. El caso es que ya no había heredero que pasara el apellido, que continuara la línea. Porque están mis primas: Bellatrix y Narcissa, sólo quedan dos, larga historia, solían ser tres. Pero la mayor se casó con un Lestrange… ¿los conoces? —Remus negó con la cabeza—. Bueno, esos idiotas. Y la menor con Malfoy, ¿te suena? —Remus asintió, solía oír su apellido en la casa porque era cliente frecuente del señor Borgin—. Bueno, son las herederas perfectas, excepto que no heredarán el apellido y mi madre está obsesionada con eso y…

—¿Quiere que te cases?

—Algo así. Hizo la fiesta para buscarme novia. Sólo que hay un pequeño problema.

—¿Eres muy joven? —adivinó Remus.

—Bueno, dos pequeños problemas: no me gustan las chicas, Remus Lupin.

Se dio la vuelta y quedaron de frente. Ese fue el momento en el que Remus se dio cuenta de lo guapo que realmente era Sirius Black y lo cerca que estaban. Tragó saliva.

—Sirius…

—¿Quieres ir a ver el techo? —preguntó Sirius, levantándose de improviso—. Tengo whisky de fuego escondido allí y algo de vino de elfo.

—Bueno —accedió Remus, soltando el aire que había inhalado hacía un momento, puesto que se acababa de dar cuenta de que había estado aguantando la respiración—. Claro.

También se puso en pie.

—Vamos. —Sirius le tendió la mano.

Él la tomó. Subieron por las escaleras hasta llegar al ático. Sirius lo condujo con dirección a las escaleras que llevaban a la azotea y cogió un par de botellas de alcohol y subió tras de él. La vista no era nada especial: se veía el parque de enfrente y los diferentes ediciones de Londres, pero Remus admitió que se estaba bien allí. Cerró los ojos y dejó que el aire le golpeara la cara. Era tan extraño no estar pensando en lo que debía hacer para la familia Borgin, en de verdad estar disfrutando de su tiempo, poder pararse a respirar hondo y tener un poco de tranquilidad.

—Me gusta aquí —dijo Remus.

Sirius se acercó.

—Esas cicatrices que tienes… —dijo, acercándole la mano a la cara, sin llegar a tocarlo—. ¿Puedo? —Remus no supo que lo llevó a asentir, y después sintió las yemas de los dedos de Sirius Black sobre ellas—. Parecen cicatrices de alguna batalla.

—Supongo que podrías decir que lo son… —musitó Remus.

—Me gustan —dijo Sirius. Bajó la mano y Remus abrió los ojos—. Te ves bien. —Sirius se llevó la mano al cabello y se deshizo la coleta. Dejó el cabello le callera rebelde y sólo se pasó la mano por él para peinarlo hacia atrás. Después se aflojó la corbata de la camisa y se desabotonó los primeros botones. Remus pudo ver que estaba tatuado—. ¿Tus padres eran magos o…?

—Magos. Ambos —dijo Remus.

—¿Por qué no estás con ellos? —preguntó Sirius—. No respondas si no quieres —se apresuró a decir—, no todo el mundo le cuenta su vida privada al primer extraño que pasa.

—Mi mamá murió —dijo Remus—. A mi padre… —hizo una pausa—. A él lo arrestaron.

—Ah.

Sirius no dijo nada más durante un momento. Abrió la botella de whisky de fuego, le dio un trago directo a la botella y luego se la pasó a Remus. Él sintió que la bebida le quemó la garganta, nunca había probado nada parecido. Tosió un poco antes de regresarle la botella a Sirius.

—Es fuerte.

—Algo —concedió Sirius—. ¿Te gusta leer?

—Sí.

—A mí… más o menos —dijo—. Me gustan las historias muggles porque las leía para enfurecer a mi madre. Hay una… hay una que me gusta mucho. Es de amor prohibido.

—Cuéntamela —pidió Remus, al que me gustaba leer, pero casi nunca tenía tiempo para hacerlo.

—Es una historia vieja —dijo Sirius—. Medieval. La leyenda de Tristán e Isolda. Me obsesioné la primera vez que la leí. Tristán era un caballero inglés que derrotó a uno caballero de la corte inglesa en un duelo para que el rey pudiera casarse con la primogénita del rey de Irlanda. —Sirius se acercó al borde—. Fue a Irlanda para escoltarla de vuelta a Inglaterra y, en el camino, se enamoró de ella. Ella era Isolda. Bueno, es sólo una versión pero… —Sacudió la cabeza—. No importa. El caso es que se enamoraron porque alguien envenenó a Tristán y ella lo curó, era la mejor curandera.

»Se enamoraron como locos, los dos. Ella se casó con el rey, pero no podía olvidarse de él y su romance prohibido siguió en las sombras hasta que los descubrieron. —Sirius le dio un trago a la botella de whisky de fuego—. A ella…, no sé qué le pasó. Pero a él lo desterraron por haberse enamorado. Y no volvió a ver a Isolda nunca.

—¿Qué pasó?

—Se casó con otra que se llamaba igual. Y, cuando estaba muriendo, le suplicó que llamara a Isolda, a la primera, para que lo curara. Ella lo hizo, pero al final le dijo que Isolda no venía en el barco y él se murió.

Sirius se encogió de hombros.

—Acaba mal.

—Algo —le concedió—. Me gusta Tristán. Tenía huevos para enamorarse. Y me gusta Isolda, enamorada a pesar de su deber. —Suspiró—. Mi madre está decidida a no descansar hasta el día que me case con una mujer —le dijo— y le dé nietos. No importa que ya me haya desheredado. Ahora que se encuentra sólo con un hijo al que negó hace años y se le ha muerto el perfecto, está dispuesta a todo.

Sacudió la cabeza.

»No sé qué voy a hacer. Hui para no tener deberes. Para hacer lo que se me diera la gana y no ser como Isolda y Tristán, atrapado en los deberes…

—Lo siento.

—Da igual, sólo eres un desconocido —le dijo Sirius—, te cuento todo esto porque igual ni me conoces. —Le extendió una mano—. ¿Quieres bailar? Desde aquí puedo oír la música desde allá abajo.

—Bueno.

Remus tomó su mano. Sirius lo jaló hasta él, hasta que quedaron muy pegados. Remus no sabía bailar, casi nunca lo había hecho. Dejó que Sirius lo llevara, que le pusiera su mano en la espalda baja mientras la suya descasaba en su hombro.

Entonces acabó la canción y se quedaron parados, esperando la siguiente.

—Oye, Remus —le dijo Sirius. Se había arremangado y el joven pudo ver qué también tenía algunos tatuajes en los brazos—. ¿Tienes novia? ¿Novio? ¿Algo? —Remus negó—. ¿Y… puedo…? —Se acercó a sus labios, se acercó tanto que Remus sintió que se le iba a disparar el pulso. Pero estaba allí y le estaba pidiendo permiso.

—Hazlo —musitó Remus.

Entonces lo besó.

Siguieron bailando, pegados, se besaron más, bebieron más whisky de fuego. Perdieron la noción del tiempo hasta que Remus notó una sensación extraña y entró en pánico.

—Sirius. Sirius… ¿qué hora es?

Sirius miró el reloj que tenía en la muñeca.

—Cinco para las doce.

Remus palideció.

—Oh, joder, joder, joder… —Se separó de él, casi empujándolo hacia atrás—. Tengo que irme, lo siento, lo siento… —Corrió hasta las escaleras.

—¡Remus!

Ignoró el grito y siguió corriendo escaleras abajo. No vio a Lily por ninguna parte, dejó caer la túnica y se quedó sólo con la camisa y los pantalones. Corrió hasta la puerta de la casa y salió corriendo. Unas cuadras más abajo, supo que no llegaría a tiempo, que estaba demasiado lejos del Callejón Diagon, de Knockturn. Sintió como empezaba a perder el control de sí mismo y todo el cuerpo le dolía.

Y gritó.


Volvió a casa de los Borgin porque no conocía otro lugar. Había despertado a las afueras del Londres muggle y había caminado hasta encontrar Charing Cross y el Caldero Chorreante. Caminó con la ropa prácticamente deshecha, con nuevas heridas y cicatrices. Cuando entró en la tienda no había clientes. Estaba sólo la señora Borgin y el señor Borgin, en el mostrador sobre unos libros del inventario.

Fue ella la que lo vio llegar y se acercó para propinarle un bofetón. Remus ni siquiera se resistió cuando sintió el dolor en la mejilla y como la señora le había dejado marcadas las uñas.

—Desearás no haberte escapado nunca —le espetó—. Si el ministerio descubre que estuviste suelto…

—Lo siento —musitó.

El señor Borgin lo agarró de un brazo y lo condujo hasta el sótano, casi a rastras. Remus sintió pánico. Repitió el «lo siento» como mantra, pero nada sirvió cuando el señor Borgin lo encadenó, viendo hacia la pared, como nunca solía hacerlo. Sintió que le ardía la piel donde la planta de matabolos, el acónito, alcanzaba a tocarlo.

—Ya oíste a mi esposa —dijo el señor Borgin—. Te arrepentirás de haber huído.

—Por favor… —suplicó Remus.

Volteó un poco y lo vio arremangarse y sostener la varita. Dio un coletazo con ella, con un hechizo no verbal, y entonces Remus sintió como si le hubieran dado un latigazo en la espalda. Gritó. Pero el señor Borgin no se detuvo hasta dejarle la espalda llena de marcas y él estaba temblando y prácticamente no podía contener los gritos de dolor.

Entonces el tormento paró. El señor Borgin se acercó y le quitó los grilletes. Lo hizo darse la vuelta y se los volvió a poner. Remus se dejó caer, sentado, evitando que su espalda tocara la pared.

—Te quedarás aquí hasta que mi esposa decida que no está aterrada de ti.

Lo último que oyó fue la puerta del sótano cerrarse.


Las muñecas y los tobillos le quedaron rojos, producto del acónito. Las heridas de la espalda cerraron, pero Remus sabía que habían cicatrizado mal y que tenía riesgo de haberse infectado. Cada que entraba la señora Borgin a dejarle la comida le suplicaba que no lo dejara ahí, pero cada vez, ella lo ignoraba. Lily había ido a preguntar por él, la había oído, pero había oído como el señor Borgin le decía que no estaba y que no había vuelto. Quiso gritar para alertar a Lily, pero se contuvo: ni quería causarse más problemas, ni quería causárselos él.

Se quedó en el sótano hasta que la señora Borgin decidió dejarlo salir. Estaba más flaco y mucho más débil. Pero la señora Borgin sólo le puso la escoba en las manos y le dijo que había que limpiar. Remus asintió y lo hizo. Pero no podía más. Nunca antes habían sido así de crueles con él. No habían sido amables, pero nunca lo habían dejado tan al borde de la muerte. Así que, cuando llegó la noche, simplemente empacó las pocas cosas que tenía, aferró la varita y salió de la tienda cuando ya todos estaban dormidos. Se dirigió al Caldero Chorreante, medio tambaleándose y se acercó al tabernero. Le enseñó los galeones que tenía.

—¿Alcanza para una noche?

El tabernero se quedó viendo el dinero y luego se le quedó viendo. Remus supuso que la respuesta era «no», pero el tabernero lo vio tan desgraciado que asintió y lo llevó a un cuarto pequeño.

—Puedes quedarte aquí.

La mañana siguiente, Remus se sentó en una mesa después de pedirle un vaso de agua y esperó.

Lily no apareció por allí.

Al caer la noche, volvió a acercarse al tabernero.

—¿Puedo… puedo quedarme…?

El tabernero suspiró. Asintió.

—Está bien, muchacho.

El día siguiente lo volvió a pasar sentado esperando. Ese día, ella si apareció. Caminaba rápido, iba directo a la entrada del Callejón, pero él casi corrió para alcanzarla.

—¡Lily!

Ella se volteó inmediatamente.

—Oh, por Merlín, Remus… creí que… creí que te había pasado algo —le dijo acercándose a él—. Lo siento tanto. Creí que te habías ido temprano cuando James y yo no pudimos encontrarte. Los siento, lo siento, te abandoné…

Remus suspiró.

—No importa. Ya no importa.

—Black ha estado buscándote como loco —dijo Lily—. Dejaste tu túnica en la casa de los Black y dice que tiene que regresártela y…

Lo abrazó, Remus no pudo evitar soltar un quejido cuando Lily le tocó la espalda.

—No es nada —se apresuró a decir.

Lily parecía alarmada.

»Ya no vivo con los Borgin —dijo Remus, a modo de única explicación—. Pero no tengo a donde ir, me preguntaba si… —Se pasó una mano por el cabello—. No sé.

—Oh, joder. Vamos con James. Y con Black. Se les ocurrirá algo. —Volteó hacia el taberneto—. ¡Tom! ¿Puedo usar tu chimenea?


El salón de la casa de los Potter —donde Lily y él habían aterrizado— era enorme. La que supuso que sería la señora Potter estaba sentada en la sala. Lily se ruborizó cuando la vio.

—Oh, lo siento, señora Potter… —dijo.

—Euphemia, querida —le respondió la señora.

—Estaba buscando a James y a… Sirius —dijo Lily—. Él es un amigo. —Señaló a Remus—. Y…

—Están arriba —dijo la señora Potter, que parecía acostumbrada a aquellas intrusiones—. Al parecer Peter llega en un rato.

—Vamos —dijo Lily jalando a Remus antes de que este tuviera tiempo de decir alguna palabra. Lo condujo por la casa, con dirección a las escaleras y una vez allí, gritó—. ¡James Potter! ¡Dile a Black que venga!

James fue el primero en aparecer. Se sorprendió al ver allí a Remus, pero su expresión no cambió demasiado. Después salió Sirius, de la misma habitación. A él se le notó mucho más la sorpresa: se puso blanco y se quedó congelado en donde estaba. Después volvió a meterse casi corriendo y volvió a salir con la túnica que había usado Remus la noche de la fiesta en las manos. Remus se acercó.

—Siento haber huido.

—Le diste un ataque de nervios a Evans —dijo Sirius Black—. ¿Sabes lo que es eso? Casi me revienta el tímpano.

—Lo siento. Era… sólo… era necesario.

—Ya —dijo Sirius—. Lily se asustó cuando vio que te habías ido y le dijo cosas a James y no nos costó demasiado sumar dos más dos. Suponemos que… —no se atrevió a terminar—. Bueno, era luna llena y Lily dijo cosas y…

—Sí —dijo Remus—. Sí.

—Creí que no iba a volver a verte —dijo Sirius—, que habían sido una alucinación.

—Lo siento.

Apenas si eran conscientes de que Lily y James estaban mirándolos. Remus dio un paso más en dirección a Sirius, hasta que quedaron prácticamente pegados. Sirius no pudo contenerse más y lo abrazó, apretándolo contra sí mismo. Pero se congeló cuando notó las cicatrices y Remus soltó un quejido.

—¿Qué carajos…? —musitó—. Lo siento. —Sus manos se dirigieron al pecho de Remus, a los botones de su camisa—. ¿Puedo? —preguntó.

Remus dudó un momento, pero después asintió.

—Ey, Lils —alcanzó a oír la voz de James—. Vamos a darles espacio. —No volteó, pero supo que se habían ido.

Dejó que Sirius le desabotonara un poco la camisa y la hiciera hacia abajo para ver las cicatrices que tenía en la espalda. Lo rodeó para verlas y se quedó callado un rato.

—Joder —musitó—. Ven, vamos… —Le tomó una mano y lo llevó hasta la habitación de la que habían salido él y James—. Siéntate, en la cama, si quieres —le dijo, mientras buscaba algo en la mesilla de noche. Sacó un tarro de ungüento—. ¿Puedo? —Remus volvió a asentir, sin decir nada y Sirius se puso detrás de él y lo sintió untándole el ungüento—. Me aterroricé cuando saliste corriendo. Creí que de alguna manera había hecho algo mal.

—No fuiste tú, no…

—Espera, déjame terminar —pidió Sirius—. Hace mucho tiempo que no me gusta nadie realmente —dijo—. Salgo con muchos chicos, pero no hay nadie que me guste realmente como para contarle toda mi vida. Pero confié en ti porque me gustaste y… No sé. Me aterroricé cuando saliste corriendo y me aterroricé más cuando no pude encontrarte.

»¿Qué pasó?

La voz de Remus salió débil.

—Los Borgin —musitó, sintiendo que las lágrimas que llevaba tiempo conteniendo por fin salían—. Ya no tengo a donde ir.

—Puedes quedarte aquí. Podemos buscar algo para los tres.

—No sé… casi no sé nada, no podría mantenerme…

—No te preocupes —dijo Sirius—. James es absurdamente rico, a mí el tío Alphard me dejó una herencia. Tienes tiempo para aprender.

—Apenas si me conocen.

—Tenemos tiempo para conocernos —dijo Sirius—. Tiempo para que te lleve a todas las citas que quieras, para que salgamos a bailar y me cuentes de ti y…

Remus se limpió las lágrimas con el dorso de la mano.

—Lo que me contaste de Tristán e Isolda…

—¿Sí?

—Lo que dijiste, sobre el deber y el romance…

—Sí, a veces me siento como ella, atrapado entre esas dos cosas. Y lo admiro a él, con esos huevos para enamorarse y…

—Si tú eres Isolda, ¿yo soy Tristán? —preguntó Remus.

—Supongo.

—Podríamos cambiar la historia —dijo él—. Intentar ver a donde nos lleva esto. Sin miedos. Darle una vuelta a la historia, ¿no?

Sirius sonrió y se sentó al lado de él.

—Supongo, tenemos tiempo y… desde que te vi… —Acercó su mano a la barbilla de Remus para acercar su rostro al suyo—, quería, quería… —Estaban a milímetros—. ¿Puedo? —preguntó. Y Remus asintió. Lo besó. Había algo de rebeldía en los besos de Sirius Black, quizá era la pasión con la que los entregaba. Remus no sabía—. Me moría por hacer eso —terminó, cuando se separaron.

Le puso la camisa en la espalda. Después la túnica. Que Remus había dejado olvidada en la casa de sus padres.

—Creo que… me gustas —le dijo Remus.

Sirius le guiñó un ojo.

—Lo sé. —Volvió a besarlo—. Mi madre me matará definitivamente. —Y otra vez—. Pero vale la pena. —Y otra vez—. Joder, Remus, vale la pena.

Lo valía todo.


Palabras: 7341.

Notas de este one:

1) Retelling un poco libre de La cenicienta. Remus es la cenicienta, Sirius el príncipe. Lily es el hada madrina y los Borgin cumplen el papel de madrastra y hermanastras.

2) Aunque sigo al pie de la letra lo que Rowling dijo sobre que en el mundo mágico la orientación sexual les vale un poco mucho queso —para restregárselo en la cara— en este caso, Walburga Black si quiere que Sirius se case con una chica por los HEREDEROS. La historia está situada en 1979, tras la muerte de Regulus —pero antes de la de Orion.

3) ¡Feliz cumpleaños atrasado, Hitzuji!

4) La leyenda de Tristán e Isolda me gusta mucho porque es trágica. Y me gustó hacer ese paralelismo que hace Sirius entre el amor y el deber.

Andrea Poulain

a 8 de febrero de 2019