Invocación de la Dama del Alba

¿Siempre hubo una biblioteca en aquel lugar? El pequeño niño de ocho años se acercó con curiosidad. En su pueblo había una sola biblioteca, consumida por los años y pequeña, humilde. Nada comparado con aquella biblioteca en mitad del bosque; portentosa, fascinante, grandilocuente. En la biblioteca del pueblo no había cuentos para niños pequeños ya Takeru le aburría leer. Leer no era divertido, no como correr por las calles semi-vacías de su pueblo fantasma, comerse los helados que le compraba el abuelo, irse al lago a nadar oa cazar bichos en el bosque. A Takeru le era más divertido enfrentarse a un escarabajo hércules contra otro escarabajo atlas en la cima de un pequeño tocón que pasar sus días de vacaciones sentado en una silla con un libro entre las manos. Porque leer no era divertido.

Aquella biblioteca, sin embargo, lo estaba retando con su gran atractivo. No podía decir que era nueva, pero tampoco que era débil. Sí, a Takeru la biblioteca le parecía tener vida propia. Era como si aquel edificio lo estuviese escrutando con una mirada inexistente. Estaba bien afianzado sobre la hierba, sus cristaleras limpias le ofrecían una cierta vista sobre las estanterías de madera pulida y bronceada, las alfombras rojas que se extendían por los pasillos del parqué y las escaleras de caracol del color del atardecer con su pasamanos dorado. Aquel edificio era precioso incluso para ser una biblioteca, hubiera pensado Takeru mientras le daba un vuelco al corazón y rodeaba el edificio hasta hallar la puerta. Grande, omnipotente, más que las puertas de una biblioteca parecían los portones de un castillo.

Incluso abriendo la puerta, era como si la biblioteca se quisiera hacer la interesante, como si se estaba planteando si dejar pasar a Takeru o no, con una sonrisa pícara y cierto aire de malicia. Al final, Takeru entró. Aquel lugar estaba frío, aunque iluminado. Si desde el exterior era fascinante desde el interior era apoteósico. El silencio de aquella biblioteca no era incómodo, como cabría esperar de una biblioteca abandonada en mitad del bosque. Era plácido, tranquilo, como si respirase el aire de la mañana, como si se hubiera levantado de la cama recientemente y se hubiera quedado remoloneando un poco. Si el exterior era desafiante y duro, el interior era cálido y tierno. Aquella biblioteca era como un libro, de cubierta dura y con poco más que un título, empero, al abrir su interior podrían perfilarse con los dedos aquellas frágiles hojas que se resbalaban entre las yemas componiendo aquella melodía de papel. Takeru caminó por la alfombra roja, que lo llevaba, todo recto, hasta el núcleo en el que convergían todos los caminos; aquel centro circular. Takeru creía que las estanterías de una biblioteca normal eran rectangulares, de ángulos firmes, desprovistos de las flexibles curvas de estas estanterías bronceadas. Era como si se hubiera moldeado, cual arcilla, a las pareces circulares del edificio. La biblioteca era como una bola de caramelo sobre un corto palo de plástico. El palo sería la entrada por la que Takeru acababa de pasar y el redondo caramelo era el resto. Y el resto era mucho más grande que la entrada. Takeru caminó por la alfombra roja, que lo llevaba, todo recto, hasta el núcleo en el que convergían todos los caminos; aquel centro circular. Takeru creía que las estanterías de una biblioteca normal eran rectangulares, de ángulos firmes, desprovistos de las flexibles curvas de estas estanterías bronceadas. Era como si se hubiera moldeado, cual arcilla, a las pareces circulares del edificio. La biblioteca era como una bola de caramelo sobre un corto palo de plástico. El palo sería la entrada por la que Takeru acababa de pasar y el redondo caramelo era el resto. Y el resto era mucho más grande que la entrada. Takeru caminó por la alfombra roja, que lo llevaba, todo recto, hasta el núcleo en el que convergían todos los caminos; aquel centro circular. Takeru creía que las estanterías de una biblioteca normal eran rectangulares, de ángulos firmes, desprovistos de las flexibles curvas de estas estanterías bronceadas. Era como si se hubiera moldeado, cual arcilla, a las pareces circulares del edificio. La biblioteca era como una bola de caramelo sobre un corto palo de plástico. El palo sería la entrada por la que Takeru acababa de pasar y el redondo caramelo era el resto. Y el resto era mucho más grande que la entrada. desprovistos de las curvas flexibles de estas estanterías bronceadas. Era como si se hubiera moldeado, cual arcilla, a las pareces circulares del edificio. La biblioteca era como una bola de caramelo sobre un corto palo de plástico. El palo sería la entrada por la que Takeru acababa de pasar y el redondo caramelo era el resto. Y el resto era mucho más grande que la entrada. desprovistos de las curvas flexibles de estas estanterías bronceadas. Era como si se hubiera moldeado, cual arcilla, a las pareces circulares del edificio. La biblioteca era como una bola de caramelo sobre un corto palo de plástico. El palo sería la entrada por la que Takeru acababa de pasar y el redondo caramelo era el resto. Y el resto era mucho más grande que la entrada.

Cuando todas las maderas crujieron al unísono, Takeru se alertó y sintió que el lugar, como si de una criatura con alma se tratase, acababa de despertarse completamente. Era como si estuviese estirando los músculos antes de levantarse. Al fondo, perdido en la primera planta y tras subir las escaleras de caracol, se escuchaba un dulce tarareo que flotaba como las hojas de un árbol caduco arrastradas por el viento. Takeru miró hacia arriba y su mirada se deslizó entre los barrotes del pasamanos hasta toparse con una escalera, de esas que se pegaban a las estanterías y servían para que el bibliotecario ordenase los libros de los lugares más altos.

El tarareo provenía de una persona, que colocaba aquellos libros, reposando en su brazo, dormidos por su nana, en el hueco de la estantería. Takeru jamás vio a nadie acunar a un libro con tanto amor. Pareciese acunar a un niño. La canción, sin embargo, se detuvo cuando aquella persona colocó el último libro y, con cierto aire curioso, dejó que la luz perfilara su bronceado cabello y se perdiera en el lago de sus ojos, complaciéndose en el propio movimiento que era girar el cuello para comprobar quién era el invitado que lo esperaba abajo. En ese momento, Takeru aseguró acabar de ver a un ángel.

—Hola —saludó la muchacha con una sonrisa tranquila—. Lo siento, pero la biblioteca está cerrada ahora mismo…

¿Acababa de escuchar una voz o se lo había imaginado? Porque un sonido tan dulce y utópico solo podía formar parte de su imaginación. Takeru se quedó allí, quieto, sin saber que respondedor. Hipnotizado por la esencia del lugar.

—¿Te ha perdido?

¿Le hecho una pregunta? La chica se inclinó con los dos brazos sobre el pasamanos. Su cara fue una mezcla de confusión e incomodidad, quizá por no saber cómo tratar con aquel niño. Luego pasó a la sorpresa e hizo un aspaviento mínimo, como de queja. Aunque no lo dirigió a Takeru, este se preguntó si algo de él le había incomodado. Pero no, de repente el extraño hipnotismo se rompió y se dio cuenta de que estaba hablando con una completa desconocida en una fría y silenciosa biblioteca.

—Yo no… —Takeru retrocedió unos pasos sin saber que hacer. Si lo pensaba bien, quizás si se había perdido. El llanto comenzó a brotar, pero lo contuvo—. No me he perdido. Me encontré esta biblioteca aquí y… No sabía que estaba cerrada, lo siento. Es que la puerta estaba abierta.

—¿La puerta estaba abierta? —La chica frunció el ceño con honesta confusión.

—Bueno, no. No estaba abierta, pero tampoco estaba cerrada y… —Al darse cuenta de la calamidad que estaba diciendo, calló de sopetón, sin saber exactamente cómo explicar aquello. Las puertas de su biblioteca estaban cerradas con llave cuando estaban "cerradas" de verdad. Aquella biblioteca tenía las puertas cerradas, pero como no tenía pestillo, para él estaban "abiertas". O quizás sería más correcto decir que, aunque las puertas estaban cerradas, la biblioteca estaba abierta—. No sabía que estaba cerrada, lo siento —sollozó.

—Tranquilo, tranquilo —consoló a la muchacha—. No importa. Creía que las puertas estaban cerradas, habrá sido un error mío. ¿Como te llamas?

—Takeru —respondió con timidez.

—Hola Takeru, yo —la muchacha se puso la mano derecha sobre las clavículas para señalarse —me llamo Hikari y soy la bibliotecaria de este lugar.

—Creía que los bibliotecarios eran viejos —murmuró Takeru. El de su pueblo, por lo menos, ya tenía unos cuantos años encima.

Hikari se echó a reír.

—No existe una edad definida para el guardián de libros, ¿no te parece?

¿Un guardián de libros? Jamás había escuchado aquello, pero le gustaba. Aquel término era capaz de convertir un pasatiempo aburrido en una aventura interesante.

—Pero leer es aburrido.

La cara de Hikari se contorsionó en una mueca de incredulidad tan poética que Takeru temió haber dicho un repertorio de insultos en vez de la frase que acababa de haber dicho.

—¡Leer es lo más divertido que existe! Apuesto a que, si te resulta aburrido, es porque no sabes leer bien.

Takeru frunció el ceño.

—¡Sí que sé leer bien!

-¿Oh? ¿Estás seguro? —Hikari levantó una ceja—. ¿Qué tal si lo comprobamos? Incluir mientras cambiaba su posición de acuclillada y se levantaba, caminando hacia una estantería cercana de allí. Pasó el dedo entre los diversos títulos y tomos de colores, sacó un pequeño librito azul y verde de tapa dura y se lo presentó a Takeru.

Este frunció el ceño. ¡Aquel librito no tenía ningún dibujo!

—Si dices ser capaz de leer bien, a ver si eres capaz de leer una sola página.

Eso era una ofensa para Takeru, que en su clase de primaria era de los mejores leyendo su libro. Cogió el pequeño librito y lo abrió por la primera página. Tenía una letra normal, no de esas pequeñas que a Takeru le horrorizaba encontrar en los libros de sus padres. Aunque seguramente, desde el punto de vista de la bibliotecaria tenía, una letra más grande de lo normal.

- "Érase una vez" —comenzó a leer Takeru— "un pequeño mago qu…"

—¿… Cómo era el mago? —Preguntó Hikari.

Takeru frunció el ceño al verse interrumpido.

—Pues pequeño —contestó él.

—¿Del tamaño de un ratón?

—No, de un tamaño normal.

—¿Y qué tamaño es normal?

Takeru volvió a fruncir el ceño ya encogerse de hombros.

—Como del tamaño de esta mesa —contestó mientras señalaba la mesa en la que se había apoyado para leer el libro— o de esta silla—. Esta vez Dijera su silla.

—¿Pero el mago es un niño, o es que es bajito?

No lo sé, tal vez el libro nos lo diga ofrezca Takeru mientras reanudaba la lectura—. "Érase una vez, un pequeño mago que tenía un libro de conjuros. Dic…"

—¿Y cómo es el libro? —Volvió a interrumpir Hikari.

El niño volvió a encogerse de hombros. La frustración de verse interrumpido puso su cara roja.

—No lo sé, el cuento no lo dice. Tal vez si continuamos leyendo nos lo diga.

—Tal vez, pero el libro se ha presentado ahora. ¿Realmente quieres esperar a que te digan cómo es? Cuando leí este cuento por primera vez, ¿sabes cómo veía al libro?

—¿Cómo?

—Mmmm —la bibliotecaria pensó en su respuesta—, tal vez te lo diga después de que te lo diga el cuento —si había segundas intenciones en aquella frase, estas se han ocultado de forma excelsa.

Takeru tenía unas ganas tremendas de que Hikari le contase cómo era el libro de conjuros del mago. ¿Sería grande o pequeño? ¿Fino o grueso? Si el libro iba a contener conjuros, mejor que era un libro grande y grueso, así podría contener un montón de hechizos. ¡O incluso mejor! Tal vez contenía bestias y monstruos encerrados entre sus páginas. Y tener la cabeza de un dragón que escupía fuego en la portada.

- "Dicho libro tenía un montón de hechizos y otros encantamientos que el mago utilizaba para jugar con sus amigos."

Takeru se imaginó al mago utilizando su libro para crear sapos. Y hacer que esos sapos crecieran. ¡Y que sus amigos se montasen sobre los sapos y hacer una carrera de sapos! Lo cierto es que a Takeru también le gustaría tener un libro de conjuros como los del mago. Sería un jinete sapo estupendo…

- "Un día, apareció un diablillo y le ofreció un trato al mago: Si me das tu libro de conjuros, a cambio te dejaré entrar en mi biblioteca, donde conocerás un montón de hechizos más."

Hikari ni siquiera se lo había preguntado, Takeru comenzó a imaginarse a un duendecillo rojo, pequeño, de largas y delgadas extremidades, con dos cuernecillos saliendo de su frente, ojos negros como el azabache, una sonrisa de oreja a oreja y una larga cola, como de látigo, acabada en dos picas. A Takeru no le gustaba aquel diablillo.

- "El mago aceptó el trato y le dio su libro. El diablillo entonces le guio hasta su biblioteca, donde aprendió un montón de nuevos conjuros. Sin embargo, lo que más llamó la atención del mago no eran los libros del diablillo, si no una joven dama vestida de blanco. Ella se presentó como la Dama del Alba, la luz que iluminaba los recuerdos. El mago y la dama no tardaron en hacerse amigos y, cuando el mago tuvo que despedirse, sintió una gran tristeza. La dama entonces le regaló un libro, pero le dijo que lo escondiese bien para que el diablillo no se enterase, ya que este era muy receloso con sus libros. El mago así lo hizo y, con el libro bien escondido, salió de la biblioteca ".

—Takeru ...

"Sin embargo, en cuanto los dos pies del mago salieron por completo del lugar, esta desapareció completamente."

—Takeru ...

"Y, por si fuera poco, los recuerdos del mago también han desaparecido, quedándose el diablillo con su libro, sus recuerdos y su nueva amiga."

—¡Takeru!

El grito volvió a poner los pies del niño en la tierra. Giró la cabeza hacia un lado y hacia el otro. La oscuridad que creía estar adornando su historia, no era sino la de la propia bilbioteca, qué ventanas dejaban el paso a la poca luz que le quedaba al día. ¿Tan pronto se había hecho de noche? ¿Tan lento había leído? Había entrado por la mañana, no era posible que ya oscureciese.

—¿Ya es de noche? —Preguntó, aún conociendo la respuesta, pero necesitado de ella para reafirmarse.

—Sí, Takeru, la biblioteca ha cerrado ya, debes irte.

Por primera vez, la dulce voz de la bibliotecaria se convirtió en un mandato. Creyendo haberla ofendido de alguna manera, el muchacho procedió a disculparse. Sin embargo, había algo más de lo que no se había percatado. La biblioteca, cálida a la luz del sol, mostraba ahora un ambiente húmedo y frío. La palabra que mejor lo la describía en aquel momento era "tétrico". Takeru dio media vuelta, el contorno de ángel de la bibliotecaria se había oscurecido y ahora tenía una apariencia más lívida. Retrocedió unos pasos y, sin decir nada, salió corriendo de la biblioteca y no deceleró su carrera hasta que hubo llegado a la casa del abuelo donde, ya falto de aliento, se sentó en la cama de su dormitorio y se tumbó boca arriba. Mirando al techo vacío pudo recuperar el aliento tras tan larga carrera. Jamás recordó haber corrido tanto en toda su vida. De hecho, si intentaba recordarlo… ¿De qué corría?

Probablemente lo hizo en una de sus muchas carreras por el bosque, cuando exploraba el terreno y contemplaba a los escarabajos aferrados a la corteza de los árboles. Debió vence traído una red para atraparlos. De cualquier manera, ya era la hora de cenar y su abuelo lo llamó para bajar las escaleras e ir a reunirse con él. Bajó de su cama con el estómago hambriento, pero se detuvo en el acto al escuchar un bulto chocar contra el suelo. Se agachó y recogió un pequeño libro azul y verde; un cuento. Se titulaba: Invocación de la Dama del Alba. Takeru encendió el interruptor de la luz y abrió la tapa dura de la portada. El cuento tenía unos llamativos dibujos con colores pastel que representaban a un pequeño niño, del tamaño de una mesa, con un sombrero de pica.

"Érase una vez, un pequeño mago que tenía un libro de conjuros. Dicho libro tenía un montón de hechizos y otros encantamientos que el mago utilizaba para jugar con sus amigos."

¿No había leído ya ese cuento? Sí, estaba seguro de haberlo leído esa misma mañana. ¿Pero dónde? Si Takeru nunca visitaba la biblioteca.

La insistente voz de su abuelo volvió a llamarle y el muchacho, encogiéndose de hombros, dejó el cuento sobre su cama, percatándose de una pequeña peculiaridad. Debajo del brillante título, había una palabra escrita a mano, bien escondida, entre las hojas dibujadas de la portada. Tan escondida que a Takeru le costó pronunciarla: "Oblivio".

El abuelo le llamó por tercera vez. El muchacho, sin darle más vueltas, apagó la luz y bajó las escaleras.


Notas de autor: Esta serie se irá publicando cada semana como motivo del cumpleaños de una grandísima persona, magnifica y bella en todas sus facetas: (Yo) ¡Hikari Caelum!

¡Felicidades HCCCCCCCCCCCCC! Espero que pases un feliz día con tus personas más queridas y que comas mucha tarta (y si quieres guardarme una porción tampoco te diré que no). Disfruta de tu día como de todos los que siguen porque mereces la misma felicidad que repartes. Gracias por ser quien eres: la mejor versión de ti misma. Y gracias a digimon por habernos juntado en esta épica aventura Takarista. Gracias, simplemente.

PD: (Lo de la tarta va en serio).