ஐ disclaimer: Inuyasha le pertenece a Rumiko.
¿Con ganas de leer un pseudo slow burn corto donde Sesshōmaru es quien se enamora primero? Has llegado al lugar indicado, cariño.
Es un gusto volver con una historia a este queridísimo fandom. :) Este fic nació de inmediato luego de escribir Purple Rain, pero me demoré décadas en terminar su primer capítulo. Necesitaba comenzar este proyecto antes del capítulo del sábado, que probablemente nos revelará quién es la madre (¡ya digan que es Rin, maldita sea! jajaja), así que puse todo mi esfuerzo del mundo en esto. Es un AU muy sencillo donde todos son humanos, aunque las diferencias de clases hacen de la dinámica humanos/demonios. ¡Ojalá disfruten tanto de la lectura como yo de escribirlo! (L)
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Que mil brotes florezcan
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Cuando padre le informó de la posible alianza que sería sellada con su matrimonio, no hizo más que asentir de manera sosegada. Sintió de inmediato la pesada mirada de su hermano menor en su espalda, pero permaneció estoico y en un respetuoso silencio hacia su padre, reacio a mostrar siquiera la mitad de falta de compostura que Inuyasha. Ambos estaban sentados en el piso mientras InuTaishō permanecía de pie, aunque ni siquiera eso hacía que pareciera más cercano a ellos: era el guerrero más excepcional de su clan, el más fuerte de todos, el más respetado. Aunque Sesshōmaru no quisiera aceptarlo en voz alta, era su meta. No hubiera sentido vergüenza de admitirlo de no ser por su ridículo historial; luego de haber desposado a su madre por una alianza, había encontrado el amor en una campesina simplona que había manchado su sangre noble, dando como producto a Inuyasha.
—Lo siento —comentó InuTaishō poniéndole una mano en el hombro. Cuando alzó la vista, comprendió la angustia que ponía en su padre otorgarle una misión así, probablemente él había sufrido cuando había tenido que casarse por obligación—. Las alianzas son lo único que logrará salvar al clan. De no ser así, no te pondría en esta situación.
Sin embargo, Sesshōmaru no compartía el romanticismo de su padre y sus palabras resultaban más bien un insulto para su persona. Se incorporó con toda la dignidad del mundo y procedió a salir de la sala.
—Entiendo mi lugar.
InuTaishō escuchó también el tácito: ¿entiendes tú el tuyo?
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Paseaba por los pasillos de su palacio, apreciando del olor a tierra mojada y el lejano oleaje del océano. El invierno se avecinaba con mayor velocidad de lo que hubieran querido, y desde su hogar podía vislumbrar los vastos campos donde estaban destinadas a estar sus grandes cosechas. El clan Taishō había alcanzado su apogeo con InuTaishō, el guerrero legendario. Su madre había sido noble y su matrimonio con InuTaishō había resultado ser una excelente estrategia para aumentar el poder de ambos clanes; juntos habían conquistado territorios y conocido la excelencia, dando como resultado a Sesshōmaru, quien había crecido toda su vida con expectativas de nada menos que grandeza. Sin embargo, su padre no había sido sólo la causa de los tiempos dorados de su clan, sino también de su desgracia. Luego de la muerte de Irasue a manos de guerrilleros, había pasado varios meses desconsolado, porque si bien nunca había conocido el amor en aquel matrimonio, ella había sido su gran amiga.
Después llegó Izayoi, a quien InuTaishō había salvado de la muerte en una tierra lejana. Irasue había fallecido cuando Sesshōmaru era pequeño; aun así, el heredero del clan tenía claro que jamás había visto así de feliz a InuTaishō como lo fue con Izayoi —lamentablemente la felicidad no tenía lugar en tiempos de guerra como aquellos. No obstante, Izayoi no dejó completamente solo a InuTaishō. Cuatro años más joven que él, el segundo heredero del clan y cuya sangre estaba contaminada con la de los campesinos: Inuyasha, su molesto hermano menor.
Pasó gran parte de su vida detestándolo, pero había llegado a una especie de tregua con él luego de varias batallas en conjunto en los campos de guerra. Debía admitir que alguna vez, esa pequeña molestia de Inuyasha le había sido útil. Y, a medida que fue creciendo, las responsabilidades como cabecilla del clan fueron consumiendo su tiempo y centrando su cabeza, encontrando que era necesario madurar más rápido que nadie y permitiendo apoyarse en Inuyasha de vez en cuando.
Eso no quería decir que fuera a tener una charla de corazón a corazón con él, razón por la que ya se encontraba fulminándolo con la mirada antes de que llegara a su lado.
—Has sido un jodido bastardo desagradable con el viejo —reclamó Inuyasha, haciendo caso omiso al claro desagrado de Sesshōmaru por su presencia. Ya estaba acostumbrado a tener ese efecto en él, y eso no impedía que siguiera acercándose—. Sabes que se siente culpable por esto.
—Conozco mi lugar.
—Sí, ya dijiste eso —bufó, rolando los ojos. Deslizó su mirada a su silencioso hermano mayor, comprendiendo que sus ojos estaban fijos en el horizonte, en los inundados campos de cultivos que no darían ni por cerca la cantidad necesaria para alimentar a los aldeanos a su cargo—. Tenemos suficiente comida en los graneros para este invierno. Tus cálculos han sido útiles. Estará un poco estrecho, pero lo lograremos.
—La situación es insostenible —repuso Sesshōmaru, cerrando sus ojos un momento—. Nuestros enemigos han sabido saquear y destruir nuestros terrenos fértiles.
Inuyasha calló ante eso. Si bien su clan tenía a los mejores guerreros existentes, estaban en una situación económica compleja y ya se encontraban racionando la comida para que alcanzara para todos. Parecía hacérsele a él más difícil la idea de que Sesshōmaru se fuera de su hogar para casarse con la heredera del clan Higurashi que al mismo Sesshōmaru, pero él siempre había sido así de determinado y apegado al honor.
—No puedes culpar al viejo por querer que te enamores y seas feliz. —Sesshōmaru lo miró con dureza, haciendo a Inuyasha mirar a otro lado—. Y esas cursilerías.
—Jamás seré como él.
Inuyasha comprendía que Sesshōmaru resentía profundamente a InuTaishō por la caída del clan, que si bien era su meta que nunca admitiría en voz alta, su amor por Izayoi había significado la muerte de muchísimas personas. No entendía del todo por qué Sesshōmaru lo toleraba a él y no a su padre, pero jamás se atrevería a preguntar tal cosa.
La grave voz de Sesshōmaru lo sacó de sus pensamientos, mirándolo con seriedad:
—Tú serás ahora la cabecilla del clan. No arruines mi legado.
Inuyasha sintió las mejillas arderle por vergüenza. Eso era lo más cercano a darle ánimos que Sesshōmaru había llegado, pero rehuyó su presencia de inmediato y dio una pomposa vuelta, para desaparecer.
Inuyasha espetó sin pensar:
—Tú siempre serás la cabecilla del clan.
Paró brevemente, mirándolo de reojo. Inuyasha estaba claramente arrepentido de haber demostrado su admiración por él en voz alta, pero Sesshōmaru le dio un corto asentimiento, lo más parecido a un agradecimiento que podía darle.
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Conoció a Kikyō la semana siguiente. Era la primogénita de un antiquísimo clan que, se decía, descendía de poderosas sacerdotisas, y continuaban con la tradición de ser formadas como tales. Kikyō era una figura misteriosa. Como futura cabecilla del clan, siempre estaba ocupada con diversas reuniones o enseñando a jóvenes las artes de ser sacerdotisa o instruyéndolos en lo básico para ser buenos monjes. Tenía bellas y tranquilas facciones que denotaban el aire de sabiduría que la rodeaba pese a ser tan joven. Conoció también a Kagome, hermana menor de Kikyō; con apenas un año de diferencia, no podía distar más de parecerse.
Normalmente, sería la mujer quien cambiaría casa y vida en pos de su marido, pero era el clan de Kikyō quien estaba salvando al de InuTaishō y no al revés: contaban con numerosas tierras fértiles y muchísimo dinero en sus arcas, y lo único que obtenían a cambio eran a los feroces y legendarios guerreros del clan Taishō.
Debía reconocer que su nueva residencia era imponente y exquisita. Tuvo que viajar casi siete días para llegar a ese lugar oculto en las montañas. El palacio no era tan grande como el de su hogar, pero tenía un aire acogedor y tranquilo. También tenía bellas vistas de la cordillera nevada y el viento siempre era frío, aunque parecía que el invierno no era un problema mayor en aquellas tierras, siendo que incluso dentro del palacio tenían un huerto. No obstante, le interesaban más los bellos bosques por donde podía cabalgar y los campos de entrenamiento, aunque estos estaban más enfocados a la arquería que a la espada.
Al menos podría practicar, pues no planeaba dejar de luchar por su matrimonio. Ya había dejado su hogar y cedido su puesto como cabecilla central, no perdería su honor también.
La ceremonia fue rápida y suponía que agradable para la gente a la que le importaba eso. Vistió como era debido, encontrándose ajeno en aquellos ropajes cuando en realidad deseaba portar su armadura, pero cumplió con su deber al pie de la letra. Kaede le dio una mirada, indicándole en silencio que confiaba en él; era la cabecilla del clan, aunque había dimitido de su posición en el momento en que el matrimonio había dado inicio.
—Cuida de mi hija —pidió.
Sesshōmaru asintió secamente.
Luego vinieron los saludos del resto de los invitados, con una orquesta de personas desfilando ante sus aburridos ojos. Después de todo, parecía que Kikyō era bien querida entre las personas y recibió a todos con una sonrisa cordial que Sesshōmaru no se molestó en replicar, pues cumplir su deber y fingir el rol del esposo feliz eran dos cosas muy diferentes.
Llegó la última sirvienta al fin. Era una mujer sonriente y bastante pequeña, Sesshōmaru de inmediato pensó que no sobreviviría ni un día sola en aquellos tiempos de guerra. Tenía su cabello castaño suelto y algo desordenado, y al heredero de los Taishō le llamó la atención lo enlodadas que tenía las manos.
—¡Le deseo una feliz unión, Kikyō-sama! —exclamó con una sonrisa enorme, abrazando a la novia con total naturalidad—. He recolectado este ramo para usted.
—Muchas gracias, Rin.
—Sesshōmaru-sama —asintió ella con respeto. Él apenas le respondió el gesto.
Aquella fue la primera vez que Sesshōmaru la vio. Muy pocas cosas causaban impresión alguna en la fría mente del heredero del clan Taishō.
Una sucia y común sirvienta no se encontraba entre ellas.
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Probablemente no hubiera aprendido su nombre jamás de no ser por la bruma febril que lo despertó en medio de la profunda noche, cuando llevaba una semana ya en el palacio Higurashi. El día anterior había sentido su cuerpo más pesado de lo normal, pero le había bajado el perfil y lo atribuyó a un exceso de entrenamiento, ya que rara vez se enfermaba y con incluso menos frecuencia se sentía así de fatal.
La posibilidad de un envenenamiento se deslizó por sus pensamientos brevemente.
Kikyō se paseó por su cabeza. Con todo el conocimiento que tenía de hierbas medicinales, bien podría tener en venenos y él ser ignorante al respecto, pero un intento de asesinato sin un heredero en camino era una decisión demasiado estúpida para alguien tan inteligente como ella. Pondría en peligro su clan entero, y era claro que se desvivía por ellas. Ninguno de los dos estaba emocionado por la unión, pero ambos entendían la necesidad que recaía en sus hombros y al menos eso Sesshōmaru lo respetaba de ella.
Necesitando el frío aire de las montañas, salió de forma abrupta de su habitación. Debían ser altas horas de la madrugada, pues todavía no rompía el alba y no paseaban muchas más personas que lejanos guardias por alrededor. Pero sí, eso estaba mejor: el viento invernal enfriando su cuerpo…, pensó mientras se tiró contra una pared y cerró los ojos con gusto ante la sensación.
—¡Sesshōmaru-sama! —La voz de una mujer hizo que se volteara. Se le acercaba con preocupación y sin ningún recato—. Sabe que, si necesita algo, sólo debe llamar a algún sirviente. ¡No es necesario que se exponga al frío del invierno! Oh, por cierto, mi nombre es Rin por si no lo recuerda.
Sesshōmaru la miró con intensidad hasta el punto de hacerla sonrojar. Tenía los ropajes mal acomodados, el cabello levemente desordenado y las mejillas encendidas por la fiebre, con una mirada dorada capaz de derretir el hielo en dos segundos, y el corazón de Rin dio un vuelco ante la perspectiva de que jamás había visto un hombre tan de cerca o con tan poca ropa, menos aún uno tan atractivo.
No obstante, ella tampoco conocía mucho de espacios personales, porque deslizó la mano con rapidez contra la frente de Sesshōmaru, poniéndose de puntillas para alcanzarla. Él pareció un poco descolocado por aquella falta de respeto tan súbita, pero no dijo nada, en parte porque la fiebre le estaba nublando la percepción de la realidad y no creía real que existiera una mano tan gentil y áspera al mismo tiempo.
—Está hirviendo —mencionó ella con preocupación—. Vuelva a la cama, yo buscaré medicina para ayudarlo.
Sesshōmaru se quedó viendo un par de segundos el pasillo por donde había desaparecido aquella mujer desconocida. ¿Era real o producto de su delirium? No estaba muy seguro de ninguna, pero la mujer parecía estar bastante confiada en que lo podría aliviar, así que decidió obedecer por una vez. Era una campesina bastante poco educada, pensó Sesshōmaru al ingresar a su habitación de nuevo, ya que ni siquiera sabía pedirle por favor a su Lord que volviera a la cama; había sido una orden, suave, claro, pero una orden, al fin y al cabo. Nadie jamás le había hablado así antes.
Con un breve suspiro, echó una ojeada al dormitorio y se dispuso a acostarse como había pedido Rin, despojándose de sus ropajes para buscar unos que se le hicieran más gélidos contra su ardiente piel. Fue allí cuando Rin ingresó, hablando sobre que prometiera que nunca más saldría en el invierno, pero callando súbitamente al ver la espalda desnuda de Sesshōmaru y sus largos cabellos que caían como una magnífica cascada plateada sobre su hombro, y su silenciosa mirada dorada fija en ella.
—Discúlpeme —balbuceó de inmediato, tapándose los ojos y sintiendo las mejillas tan calientes que tuvo por un segundo el impulso de exponerse al frío invernal de la madrugada—. Yo… he traído la medicina. Quiero examinarlo para asegurarme de que no sea nada grave —dijo mirándolo al fin, encontrándose con los ojos dorados y el silencio. Rin recordó con rapidez sus modales—: si usted me lo permite —agregó con torpeza.
Sesshōmaru sopesó las únicas dos alternativas que su febril mente le exhibía: una noche en vela o una potencial cura a su fiebre. Le dio un asentimiento y fue confirmación suficiente para la sirvienta.
—Coma. Es corteza de sauce blanco.
Le tendió una pasta de hojas molidas y un té para acompañar el mal sabor, que Sesshōmaru miró con cierta curiosidad, hasta que sintió las manos de la mujer sobre su cuello y se volteó con rapidez ante tal insubordinación. Sin embargo, antes de ser capaz de decir algo, por primera vez en su vida quedó sin palabras, pues la encontró a pocos centímetros de su cara y ella no parecía consciente de la gran falta de respeto que estaba cometiendo al poner sus manos sobre su Señor, descolocando a Sesshōmaru cuando sus manos comenzaron a palpar su cuello. Rin no lo miraba directamente, sino a su cuello, pero subió su vista y le dio una sonrisa conciliadora a Sesshōmaru, interpretando su semblante de manera terriblemente errónea como miedo.
—¡No se preocupe! —aseguró su sonrisa suave, para nada movida por la cercanía de sus rostros—. Están un poco inflamados, pero es normal. No normal normal, pero era algo que me esperaba si es lo que pienso que es. Tengo entendido que su fiebre inició ahora, ¿es así? —Sesshōmaru asintió con lentitud—. ¿Ha tenido alguna otra molestia? —Una seca negación de parte de él, un sí, sí de parte de ella—. ¡Genial! Confío en que estará bien luego de la medicina, le calmará la fiebre. Abra su boca. —El pequeño pulgar de la chica se puso entre sus labios para separarlos, y él tuvo el leve impulso de morderlo—. Nada. Qué bueno…
Sesshōmaru abrió un poco los ojos con sorpresa cuando sintió que las pequeñas manos de Rin se deslizaban por su brazo hasta tomar su muñeca un segundo, para luego presionar dos dedos por un minuto en silencio, ella concentrada y él atónito. ¿Estaba pasando todo eso?
—Esperable —comentó para sí misma, mirando al techo, y Sesshōmaru casi sintió el impulso de preguntarle de qué hablaba, pero nuevamente se vio invadido cuando ella posó una de sus manos en su vientre, mientras lo miraba con una sonrisa que tenía como objetivo ser conciliadora y Sesshōmaru estuvo a punto de decirle que qué estaba haciendo tocándolo de aquella manera, pero luego retiró la mano y dijo—. Perfecto.
Fue allí cuando cayó en cuenta de la verdadera confusión que teñía los ojos de su imprevisto e inusual paciente.
—¡Ah, perdón! Kaede-sama siempre me reprime porque olvido decirles a los pacientes lo que estoy haciendo, pero me concentro tanto que me pierdo —rió Rin mientras frotaba su cuello—. Su pulso está un poco alto, pero se debe a su fiebre, y su respiración no presenta problemas, lo cual es un alivio. Por lo poco que puedo ver, no parece tener nada en su garganta. ¡Estoy súper optimista al respecto!
Sesshōmaru la miró en silencio mientras ella le insistía que bebiera el brebaje que prometía hacerlo sentir mejor. Una sirvienta con conocimientos en medicina… sin duda el clan Higurashi tenía algunos miembros inquietantes. Quiso decirle que qué clase de demostración de falta de respeto había sido todo aquello, pero se encontró luego diciendo:
—Sabes bastante.
Al parecer, la voz de Sesshōmaru logró sorprenderla y fue inesperada para ambos. Tenía una cara sorprendida demasiado fácil de leer, lo que hizo que el heredero Taishō pensara nuevamente que no era apta para un mundo así de cruel.
—Aprendí gracias a Kaede-sama. Ella me recogió de las calles cuando mis padres murieron.
Otra persona que había sufrido pérdidas por la guerra… Vidas como la suya ahora eran su responsabilidad también, y tenía la absoluta certeza de que su clan estaba pasando mejores tiempos desde la alianza con el clan Higurashi. Sumido en sus pensamientos, no se había dado cuenta de que ella seguía allí, con los ojos fijos en él y la boca entreabierta, como si encontrara en su persona un espectáculo que sólo ella podía ver.
—¿Qué tanto miras? —espetó.
A sabiendas de que negar que estaba viéndolo sería infructífero, Rin no se pudo contener y le hizo saber:
—Se dice que son descendientes de los demonios. —Rin buscó las palabras, insegura de si era prudente o educado continuar, pero la mirada de Sesshōmaru le dio a entender que estaba esperando que continuara—. Que sus ojos dorados son un castigo, para que todos sepan quiénes son.
Había escuchado muchísimas cosas de su clan: asesinos, usurpadores, ladrones, pero jamás un mito que tuviera que ver con sus supuestos orígenes. Suponía que podría haber resultado un demonio para muchísimos de los clanes que había exterminado en su reinado, pero así era la vida, el deber y el castigo reinaban su mundo. No lamentaba nada de lo que había hecho.
Quizás fue el efecto de la fiebre sobre su agotado cerebro, o quizás real curiosidad que despertó ella en su persona, pero Sesshōmaru se encontró preguntándole:
—¿Qué es lo que tú crees?
Ella le regaló una sonrisa, violando nuevamente su espacio personal al quitarle el cabello de la frente. A él le llamó la atención que siguiera existiendo una persona de alma tan pura en un mundo como ese.
—Que no importa que sean demonios realmente. Sé que Sesshōmaru-sama es una buena persona.
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Su vida quedó unida a la de Rin desde esa noche, ya que fue incapaz de olvidar su existencia o de ignorarla. Quizás eso era lo que tomaba que le llamara la atención una mujer: un par de noches rozando el delirium mientras era cuidado por unas manos gentiles.
—¡Seré su primera amiga, Sesshōmaru-sama! —había declarado al día siguiente, mientras controlaba que siguiera bien. Le traía medicina que era realmente efectiva cada cierta cantidad de horas y le conversaba sobre su día aunque no le preguntara—. Si necesita algo o quisiera conversar, búsqueme.
En un principio no tuvo intención alguna de seguir relacionándose con alguien de su estatus social. Sus días consistían en entrenar y preparar estrategias de guerra, pues tenían la ventaja de estar aislados y contar con tiempo por si los enemigos del clan Taishō decidían caer sobre las tierras Higurashi. Poco y nada veía a su esposa, ya que seguían la tradición de dormir en alcobas separadas y Kikyō había dejado claro que no deseaba consumar su matrimonio aún. Sesshōmaru, por tanto, contaba con más tiempo libre de lo que le hubiese gustado; en su hogar, los días se hacían insuficientes entre tantos consejos de guerra y entrenamientos a soldados, pero allí era principalmente Kikyō la que asistía a éstos.
Se topó con ella un día, luego un par más y, antes de darse cuenta, casi todos los días la veía aunque fuera por unos minutos. De alguna forma, sus rutinas parecían calzar y Rin había hecho su misión el saludarlo todas las mañanas mientras él se dirigía a cabalgar.
Hizo de su pasatiempo observarla cuando sus caminos se topaban. No fue consciente ni por gusto, y de hecho cayó en cuenta de lo que estaba haciendo después de un par de veces mirándola. Se regañó a sí mismo por tal ridículo y bajo acto, pero pronto hizo las paces con la idea de que no era tan terrible permitirse mirarla. No significaba nada y lograba encontrar paz en esos instantes tan nimios. La vida de Rin era simple y, aun así, ella parecía disfrutarla, por lo que cada tarde en que tenía un momento libre y se cruzaban, la observaba casi con curiosidad clínica.
Esa vez, observaba a Rin recoger flores. No muchas florecían en esa estación, pero ella parecía tener manos mágicas de las cuales se nutrían los brotes. Como muchas de las cosas que hacía, Sesshōmaru no entendía el propósito de aquella, por lo que preguntó:
—¿Para qué?
—Porque me hacen feliz —respondió con simpleza, sonriéndole sin reparos—. ¿Acaso no es por eso que hacemos las cosas que hacemos?
—No —refutó con su usual seriedad, preguntándose brevemente qué clase de persona era ella como para creer que la felicidad dictaba algo en ese mundo en el que vivían—. Existen cosas más importantes, como el deber y honor.
Rin captó la implícita referencia a su propia vida y por su rostro apareció una sombra de tristeza.
—Usted ha tenido su destino marcado desde el día que nació. No me imagino la carga que hay sobre sus hombros, pero deseo que llegue a amar a Kikyō-sama realmente.
—¿Por qué? —preguntó, sinceramente ignorante de la razón de su deseo. No era necesario que sintiera nada por ella para que la alianza se forjara.
Rin le sonrió de manera sincera y abierta, un tipo de sonrisa que Sesshōmaru no había visto jamás. ¿En medio de todas las muertes, guerras y sangre derramada en el piso todavía existía alguien que recogía flores y creía en la felicidad?
Le tendió una flor pequeña y delicada, pues mientras Sesshōmaru veía el mundo de manera práctica, Rin no tenía ningún problema en teñir un poco el panorama con esperanza. Le resultaba fácil y natural hacer aquello, tanto que muchas veces podía llegar a contagiar al resto.
—Porque deseo que sea feliz.
Le dio una última sonrisa de despedida, ya que debía hacer más deberes en otras alas del palacio, dejándolo mirando en silencio la flor en su palma, para luego dirigir sus ojos hacia el lugar por donde ella había desaparecido tarareando una melodía alegre.
Nadie nunca antes le había deseado tal cosa.
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Supo que la flor que le había regalado Rin era una Campanilla de Invierno cuando la sirvienta que aseaba su habitación había mencionado lo bella y extraña que era; sólo manos queridas por la naturaleza eran capaces de lograr que sus brotes florecieran. Sesshōmaru concedió que era acorde, pues las manos de Rin parecían ser capaces de algo así, recordando con brevedad cómo recorrían su cuerpo sin recato alguno en busca de pistas sobre su enfermedad hacía ya dos meses. Le ordenó a la chica que le diera más información al respecto, la cual repitió:
—Es una Campanilla de Invierno. —Sesshōmaru miró la delicada flor que reposaba en un vaso de agua. Por alguna razón, se encontraba particularmente reacio a permitir que un regalo de Rin muriera—. Significa Esperanza.
Las flores tenían significados. Aquella era una nueva perspectiva en la que el heredero del clan Taishō no había pensado jamás, algo que escapaba de su conocimiento. Sería capaz de nombrar y empuñar todas las armas que le pusieran en frente, pero no reconocía ningún brote que Rin pudiera regalarle.
Envuelto en curiosidad, se sumergió en la gran biblioteca del palacio. Las Higurashi eran reconocidas sacerdotisas y tenían gran conocimiento respecto a las hierbas curativas, siendo la medicina una de sus grandes especialidades. Pocas personas eran lo suficientemente letradas para que les resultara útil la bella sala donde guardaban todos los pergaminos, y Sesshōmaru disfrutó de la soledad y silencio que envolvía el lugar.
En vez de leer sobre hierbas curativas o venenos mortales, Sesshōmaru leyó sobre flores.
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—¡Sesshōmaru-sama, buenos días! —canturreó una vocecita conocida al encontrárselo en los pasillos de la mansión Higurashi. El heredero Taishō miró en silencio su figura, con el kimono acomodado para no ensuciarlo y entre sus brazos cargaba con varios instrumentos para trabajar el jardín—. ¡Es un día muy hermoso!, ¿no lo cree?
—Rin —concedió Sesshōmaru como saludo. Sus ojos dorados recorrieron el lugar: había nevado la noche anterior y hacia bastante frío, lo que lo llevó a notar que llevaba su kimono doblado—. Tus tobillos están al descubierto.
Rin se había convertido en su parte favorita de la semana. No sabía bien cuándo había sucedido exactamente, pero ella parecía ser un pedacito de primavera en medio del invierno y siempre llegaba con alguna flor nueva para darle.
—Debo tener cuidado de no ensuciar mis ropas.
—¿Son éstos los únicos ropajes que tienes?
—Sí —contestó con plana obviedad, pero con su usual sonrisa—, ¿por qué tendría más? Una campesina como yo no necesita de lujosas ropas.
Sesshōmaru supuso que tenía razón. Sus manos no estaban embadurnadas de caras cremas que las dejaran suaves, sino que se sumergían en lodo y empuñaban herramientas, a la par que examinaban cuerpos de vez en cuando. En medio de los pasillos, con todo envuelto en nieve, Sesshōmaru descubrió que deseaba cubrirla con su propia ropa al notar el leve escalofrío que la recorría de vez en cuando mientras hablaban.
—He de regalarte kimonos dignos de una princesa.
—¿Por qué?
Rin ladeó la cabeza, recordándole vagamente a un cachorro perdido.
—Para que me asistas en la cena. —Fue el turno de Sesshōmaru de plantear lo que le parecía evidente—. No aceptaré que ensucies mi habitación.
—¿Cena? ¿Cenaremos juntos? ¿Hay alguna razón en especial?
—Así me place.
—¿Y puedo negarme?
—¿Deseas hacerlo? —inquirió con un poco de sorpresa. No esperaba que quisiera hacer tal cosa.
—No me molesta, pero podría haberme preguntado antes. Podría tener cosas que hacer —apuntó con una sonrisa.
Definitivamente, no habían enseñado modales a aquella sirvienta. Respondía, sonreía, y trataba con tal naturalidad a los nobles que a Sesshōmaru le costó darse cuenta de que alguien como ella realmente existía: alguien a quien no le importaba el origen o el color de la sangre que corriera por las venas de las personas, que simplemente trataba a todos por igual.
No lo entendía.
Claramente no habían sido criados de la misma manera y Sesshōmaru probablemente nunca vería a los campesinos al mismo nivel que el suyo, pero ella le había demostrado que era diferente… que la veía como su igual. Recordaba que era una sirvienta cada vez que la veía, aunque eso no tenía el mismo significado que tuvo en antaño. No le molestaba ser visto conversando con ella o invitarla a sus aposentos a cenar, aunque lo seguía descolocando que Rin fuera tan ajena a las reglas sociales implícitas que todos los de sangre noble sabían al revés y derecho.
Y, por primera vez, Sesshōmaru se preguntó si quizás no era una idiotez aquel acuerdo social hecho por los adinerados.
—Además… ¿no será un poco indebido? —musitó Rin, bajando la mirada para ocultar sus mejillas enrojecidas. Sesshōmaru la miró en silencio—. Sesshōmaru-sama es un amigo muy querido, pero la gente podría malinterpretarlo.
—Tonterías.
Rin lo miró con sorpresa, agradecida por sus palabras. A él no le interesaba el resto de las personas o los rumores que se estaban comenzando a levantar, por lo que podrían continuar con su amistad sin problemas. Mientras a Kikyō no le molestara, a Rin tampoco. Le iba a decir que estaría encantada de compartir una comida con él, pero fue reprimida por otro sirviente en la lejanía, ya que se había retrasado.
—¡Nos vemos pronto!
Le dedicó un asentimiento y su sonrisa quedó grabada en su retina. Sesshōmaru miró en silencio la flor que guardaba entre sus ropajes, esa misma que no había sido capaz de darle a Rin.
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Kikyō alzó una ceja ante esa visión, sus bellos ojos fijos en la mesa al lado de su cama.
—¿Y esa flor? —inquirió con curiosidad, una suave sonrisa deslizándose en su rostro luego—. Tienes una admiradora.
Sesshōmaru endureció el resto. Kikyō y él no compartían aposentos, como era costumbre, y pocas veces se habían topado desde la boda, así que le había sorprendido cuando alguien tocaba a su puerta sin ninguna consideración, encontrándose con la heredera del clan Higurashi.
—¿A qué has venido? —instó entonces, ojeando con curiosidad el arco con el que cargaba Kikyō. Probablemente le pagaba una visita mientras se encontraba en camino a su entrenamiento diario.
Ella no titubeó ni un segundo al declarar con rapidez:
—Necesitamos un heredero.
—Quien no ha querido consumar el matrimonio has sido tú. Yo…
—Conoces tu lugar, lo sé. —Sesshōmaru la miró con dureza, no apreciaba la actitud burlesca a su honor. Kikyō era igual de seria que él, pero podía derretirse en carcajadas algunas veces con las personas indicadas, o también dedicarle veneno a quienes parecían merecedores de él. Ella tenía su respeto, mas no su simpatía—. Pero han pasado tres meses. Las personas ya están sospechando.
—Cumpliré con mi deber.
—Sí, lo tengo claro —musitó Kikyō, súbitamente más tímida al respecto. Sesshōmaru entendió de inmediato por qué cuándo volvió a hablar—. No quiero consumar nuestro matrimonio aún.
—Precisamos un heredero. No se trata de lo que queramos.
La simpleza de las palabras del Taishō dolieron en el pecho de Kikyō, porque corroboró que ambos estaban construidos con la misma madera. Ambos entendían que el deber era mucho más importante que cualquier otra cosa, que no existía espacio para siquiera plantearse desear algo más allá que lo que estaba trazado desde el principio en sus vidas. Ambos habían crecido sabiendo que deberían casarse eventualmente con alguien de un clan poderoso, procrear herederos y continuar ese ciclo con ellos, y así por el resto de la historia.
Aun así, Sesshōmaru parecía jamás haberse cuestionado aquello. Kikyō lo había aceptado por mucho tiempo, pero al escuchar hablar a Kagome con libertad de lo que deseaba, su corazón comenzó a cuestionar por qué debía seguir siquiera los caminos ya establecidos.
—No preciso de un marido para mantener este clan a flote —explicó con la frente bien alta. Si bien era una declaración controversial, sabía que Sesshōmaru no diría mucho al respecto; el clan Higurashi lo había salvado a él, y era lo suficientemente orgulloso para no darle oportunidad de recordárselo—. No preciso de hijos para que lideren este clan. Yo soy suficiente.
—¿No deseas hijos, entonces? —preguntó él, su tono monótono. No era una perspectiva que lo emocionara tampoco.
—No es que no desee hijos o no quiera consumar mi matrimonio en algún momento, es que no deseo tenerlos con alguien a quien no amo. —Sesshōmaru permaneció impávido. El amor no generaba nada en él, así que no lo tomaba ni siquiera como una ofensa; no estaba tampoco entre sus planes yacer con una mujer que no deseaba estar en esa posición, por lo que no tenía problemas con aquello, siempre y cuando no afectara la alianza. Tampoco le llamaba la atención tener hijos con Kikyō, pero su vida jamás había sido sobre lo que él planeara—. ¿Has hecho alguna vez algo por el simple placer de hacerlo? Toda tu vida has vivido haciendo lo que debías hacer, sin cuestionarte jamás el porqué. Si ahora mismo escucharas a tus deseos y dejaras tus deberes a un lado, si por un segundo no pensaras en las consecuencias de tus actos, ¿qué harías?
Sesshōmaru encontró la respuesta con demasiada facilidad como para alguien que nunca lo ha meditado antes: besarla. No tuvo tiempo ni de registrar aquel pensamiento que revolucionaría todo, cuando ya había respondido:
—Kikyō —la llamó por su nombre por primera vez, lo cual caló profundamente en ella debido a la seriedad que lo rodeaba—, no tiene sentido perder el tiempo en cosas que jamás pasarán.
Pero ella no pensaba de ese modo. Llevándose una mano al pecho, preguntó casi con tristeza:
—¿No te sientes igual, Sesshōmaru? ¿No te gustaría tener por esposa a una mujer que ames tanto que desees tener hijos con ella?
Sesshōmaru iba a negar con aburrimiento, pero un fugaz pensamiento pasó por su cabeza ante las palabras de Kikyō, llevándolo a poner su mano sobre sus labios para cubrir el horror que sentía por la imagen que había cruzado por sus pensamientos. No dejaría que nadie viera su boca entreabierta con sorpresa que él mismo se había generado.
Captó de inmediato que su mente sí había respondido a la primera pregunta de su esposa. Acometido por aquel pensamiento de besarla, que había venido con tal naturalidad como si lo hubiera pensado un millón de veces antes, comprendió la total atrocidad que había pensado cuando Kikyō había mencionado deposar y tener descendencia con alguien a quien amara.
—¿Estás bien? —musitó Kikyō entonces, captando su breve desliz de su gesto—. ¿Significa un problema para ti que no desee tener hijos aún?
Taishō negó con furia, más a sí mismo que a nadie, con esa imagen pegada en la retina. Esa persona entre todas… ¿qué hacía paseándose por su mente cuando Kikyō le hablaba de hijos y matrimonio? Mirando a la heredera Higurashi con ese mismo odio pintado en sus irises, siseó:
—Vete. —Su esposa encajó la mandíbula, pues era vital que finalizaran aquella conversación—. Vete.
—Es una decisión que debemos tomar pronto, Sesshōmaru… —recordó con pesar en sus ojos, deslizando sus manos en el marco de la puerta, dedicándole una última mirada al turbado y molesto heredero, curiosa por descubrir cuál de todas sus palabras había logrado calar lo suficientemente hondo en el hombre como para dejarlo así.
Estando solo, se permitió al fin dejar escapar el bufido que necesitaba soltar para liberar algo de molestia.
Normalmente, cada vez que alguien mencionaba la idea de pasar la vida entera con alguien, nada surgía en su cabeza.
Ahora, el matrimonio y futuro tenía una imagen: cabello castaño, manos enlodadas, sonrisa enorme. Aunque hubiera sido un vago segundo, Sesshōmaru no volvería a ver a Rin de la misma forma después de haberse vuelto consciente de lo que en realidad se estaba convirtiendo para él en lo más profundo de su ser, sin siquiera su permiso.
Por primera vez en su vida, lo que quería hacer parecía no coincidir con lo que debía hacer. Por primera vez, siquiera por un segundo, se permitió imaginar una vida diferente a la que estaba construida para él desde que había nacido, y sólo allí sintió por primera vez el verdadero y profundo pesar de InuTaishō al pedirle perdón por arreglar su matrimonio, pues su mente no estaba en Kikyō, sino en…
—Rin —musitó Sesshōmaru, diciéndolo en voz alta para comprender la extensión de las consecuencias de que llegara realmente a estar interesándose por una sirvienta.
No obstante, nunca le había sido difícil controlar sus sentimientos. Esta vez no sería diferente.
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Hubiera pensado que luego del incidente de hacía siete mañanas, cuando había tenido lugar aquella infructífera conversación con su esposa, evitaría a Rin por todos sus medios. No le hubiera resultado difícil: era cosa de mantenerse ocupado con su entrenamiento en las gélidas mañanas, cabalgando entre los riachuelos por la tarde y enclaustrándose en sus aposentos por las noches. Sin embargo, la presencia de Rin se le tornó casi magnética, y no pudo alejarse ni recurriendo a su orgullo.
O, tal vez, éste era el causante de su desdichado enojo. Necesitaba probarse a sí mismo que no precisaba de alejarse de aquella sirvienta para resistirse, pero se estaba engañando vilmente; su persona lo visitaba en sus recuerdos con insistencia, y mientras más trataba de ignorarla, más presente se le hacía.
No le habló en un principio. La miraba desde lugares donde no pudiera ser encontrado, en silencio y tratando de no tener pensamiento alguno. En sus sienes resonaban las palabras de Kikyō: ¿has hecho alguna vez algo por el simple placer de hacerlo? No tenía ni siquiera claridad de qué era lo que pretendía mirando a Rin, pues su mente aún no resolvía si era un simple capricho de algo que no podía obtener o algo aún más tenebroso. No obstante, Sesshōmaru sabía bien que su fijación con la pureza de la sangre le hubiera impedido tener por simple capricho a cualquiera que no fuera noble, lo cual lo orillaba a pensar nuevamente en aquel momento en que su sonriente imagen se paseó por su cabeza cuando Kikyō había mencionado un matrimonio deseado.
La vio cultivar hortalizas con los pies descalzos y barro hasta las pantorrillas, la vio limpiando establos y acariciando animales con una paciencia y suavidad que no pensaba que siguiera existiendo entre las guerras, la vio tarareando canciones mientras recolectaba flores para dárselas al mundo entero. La vio, la vio, la vio y se vio a sí mismo cada vez más perdido y derrotado ante el hecho de aceptar que, como mínimo, le causaba curiosidad.
—¡Mire, Sesshōmaru-sama! —le susurró un día, como la mayor de sus confidencias, ajena a lo mucho que desorientaba al Lord su sola presencia—. Es un renacuajo apenas, pero sé que será grande. ¡Su nombre es Jaken!
Intentó que Sesshōmaru lo sostuviera en sus manos, riendo con gracia al no lograrlo. Esa risa tintineaba en la cabeza de Sesshōmaru cuando estaba lo suficientemente distraído.
Debió haber sabido que un error garrafal podría suceder en el momento en que requirió su presencia para servirle la cena.
Fue un impulso. No estaba acostumbrado a guiarse por algo diferente al honor y deber, así que se encontró levemente contrariado hasta el último momento. No esperaba nada, sólo deseaba verla a solas, que solamente sus ojos pudieran posarse en ella; que, aunque fuera por pequeños instantes y sin ser ella consciente, le perteneciera completamente. Sólo un par de minutos era suficiente. Llegó cargadísima de comida, sonriéndole de manera abierta y encantada de disfrutar su presencia un tiempo más, pues Sesshōmaru era de su agrado, pese a que su compañía solía ser más bien silenciosa.
—¡Buenas noches! —saludó, haciendo un gran ademán para que mirase la bandeja—. He pedido muchísima comida, porque sé que está trabajando duro.
Sesshōmaru cerró la puerta tras ella, mirándola mientras arreglaba su comedor de la manera más prolija que podía. Apenas siendo consciente de sus palabras, le dijo:
—Quédate a cenar.
Rin boqueó un par de veces de manera exagerada, y recordando de inmediato su última conversación respecto a una cena, farfulló:
—No tengo ropajes adecuados.
—No interesa.
—Yo… No es debido —musitó apenas, sonrojándose ante la mala impresión que podría dar que ambos estuvieran solos mientras la noche comenzaba a cernirse—. Kikyō-sama podría venir en cualquier momento.
—Eres la única mujer que ingresa a mi habitación a estas horas —explicó con simpleza, tomando asiento. Sus ojos cayeron nuevamente en Rin, quien sintió que eran capaces de leerle hasta esos pensamientos prohibidos que lo involucraban a él. Parpadeó un par de veces, a sabiendas que no debería haberse emocionado por palabras como ésas, que para él no tenían más significado alguno que lo dicho. No significaba que ella fuera especial—. ¿No es este Sesshōmaru una compañía deseable?
—¡No es eso! —se apresuró a aclarar. Lo consideraba un amigo valioso, muchas veces más que eso, aunque tenía claro su lugar y no hablaría jamás al respecto. Compartir una comida con él hacía que su corazón revoloteara de solo pensarlo—. ¿No se enojará Kikyō-sama? —inquirió con un hilito de voz, temblorosa.
Quería aceptar con todo su corazón, pero aún tenía sus resquemores al respecto. Sesshōmaru, al parecer, era menos convencional de lo que parecía en un principio.
El heredero de los Taishō negó con la cabeza y los ojos de la chica brillaron con felicidad. Pasar más tiempo a su lado era todo lo que quería, y cada vez que Sesshōmaru se encontraba cerca, todo era mejor. Le ofreció una sonrisa más, la que resultaría un suave bálsamo para los ojos dorados. Comió en silencio, pero su música de fondo resultó ser la voz de Rin, quien le contó con sumo detalle cómo estaba Jaken, que ya crecía tanto que creía que el pozo donde lo había encontrado no sería suficiente para cuando alcanzara su tamaño adulto.
—Tonterías. Ha nacido allí por una razón —comentó Sesshōmaru.
Pero Rin parecía preparada para esa acotación, pues le dijo con obviedad:
—No siempre nacemos en lugares que puedan contenernos. ¡A veces hay que buscar en otros lugares hasta dar con donde pertenecemos! —Sesshōmaru la miró, bajando sus cubiertos. Allí estaba nuevamente, esa esperanza que podría resultar terriblemente vil si no la controlaba ahora; el mundo donde vivían estaba cubierto de tragedias, sangre y guerras. Rin sufriría si no entendía aquello—. Yo, por ejemplo —explicó, señalándose, y Sesshōmaru fue incapaz de interrumpirla al notar que estaba a punto de entregarle la confidencia de su procedencia—. Mis padres fallecieron producto de la peste y terminé en las calles. Cualquiera hubiera dicho que me correspondía morir, hasta yo lo creí por un tiempo. Aun así… un día vagando por las calles, Kaede-sama me tomó bajo su brazo, me educó y dio techo.
—Pero no te crió como su hija.
Para Sesshōmaru aquella era suficiente prueba de que los nobles y campesinos siempre estarían separados por una pared invisible. Sin embargo, Rin no pensaba así.
—¿Y eso qué? —respondió ella con una risita—. ¡Soy feliz de todos modos! Lo que quiero decir… no nací donde nací por alguna razón. Mi pasado no me encadenó, contrario a lo que usted cree. Pude cambiar mi vida —explicó con suavidad—. Al menos eso es lo que creo, sé que es muy diferente a lo que usted piensa del mundo, pero… si la vida realmente fuera como yo la veo, y usted no estuviera definido por la sangre de sus antepasados, ¿qué es lo que desearía cambiar de su vida? Si se permitiera soñar un segundo, ¿para qué ha nacido, Sesshōmaru-sama?
Rin siempre hacía preguntas de ese tipo y le decía cosas que nadie antes se había atrevido a decirle, instándolo a imaginar una vida diferente. Por esas razones y más, a Sesshōmaru le fue fácil responder aquella pregunta, pues surgía con naturalidad de sus labios y sin necesidad de pensarla siquiera:
—Nací para conocerte.
La sonrisa de Rin mutó a sus labios abiertos con suavidad, incapaz de procesar aún las palabras de Sesshōmaru y sólo consciente de lo azorada que se encontraba de pronto y lo solos que estaban. Afuera cantaban los grillos y la noche ya cernía toda su oscuridad sobre el palacio, con la luna tímidamente pintando una delgada línea, dándole permiso a los humanos de cometer pecados sin que nadie los presenciara. Sintió que el corazón le galopeaba contra el pecho y una parte suya odió tan solo un poco al heredero de los Taishō, que era capaz de soltar tales declaraciones como si nada… Sólo se dedicó a mirarla en silencio, imponente y seguro como siempre que se mostraba, y Rin apenas pudo contener el suspiro cuando él se irguió, caminó hacia ella y depositó una flor en su cabello.
—Margarita —explicó con simpleza ante la cara de duda de Rin, disfrutando del calor que manaba de sus mejillas enrojecidas cuando pasó la mano por ellas. El dorso de sus dedos recorrió apenas su piel, como si sospechara que ella podría ser un espejismo de su sediento cerebro que llevaba meses pensando sin permiso en su persona.
Sus miradas se cruzaron, ella incrédula por lo que estaba pasando y él no queriendo pensar en nada, acunando su mejilla casi con curiosidad. Rin se incorporó sin dejar de mirarlo, posando su mano sobre la de él.
—Esto no está bien —susurró apenas, comprendiendo al fin eso que los ojos de Sesshōmaru le habían dicho por tanto tiempo.
Sin embargo, allí, a pocos centímetros de aquellos ojos dorados, fue incapaz de decir en voz alta que debía irse. No quería irse, no quería dejar de mirarlo. Sintió que llevaba una vida esperando cuando Sesshōmaru acortó aún más la distancia, su aliento rozando su boca y su mano descendiendo hacia su mentón, con su pulgar acariciándole el labio inferior con anticipación, y dijo:
—Esto está peor.
Y, luego de aquel murmullo y confidencia, la besó.
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continuará…
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༄Bipo habla:
He puesto esfuerzos TITÁNICOS en que esto quedara IC. Quería algo suave, con toques fluff de vez en cuando, que estuviera centrado en Sesshōmaru. Siempre todo está centrado en las mujeres cuando se trata de romance, así que quería contar un poco la perspectiva de cómo este ser de sangre noble comienza a darse cuenta de que una simple campesina puede provocar en él cosas que nada nunca ha logrado antes. No es sólo la historia de cómo se enamora de Rin, sino también cómo empieza a ver el mundo fuera de su paradigma usual y comienza a cuestionarse por primera vez el deber y honor. Respecto al final, Sesshōmaru le da una margarita porque no es demasiado ostentosa (que no sería muy acorde a Rin), y también porque las blancas significan "sólo tengo ojos para ti".
Sessh y Rin realmente no se entienden mucho en un principio, porque tienen visiones de la vida demasiado diferentes, entonces les tomará un poco de tiempo encontrar un punto medio donde entenderse. Rin simplemente humanos a los que trata con cariño porque cree que su dignidad yace en simplemente existir, mientras que Sesshōmaru siempre fue criado en medio de la nobleza, que valora muchísimo el origen, para quien existen diferentes clases de personas.
Esta historia será corta, está pensada como un three-shot a lo más. Pero, por lo mismo, me gustaría saber qué opinan: si les parece que he logrado que quedara IC, si algún momento les ha remecido algo, si al menos les ha resultado entretenida la lectura. Lo que sea, ustedes háganme saber si están interesadas en saber cómo sigue la historia o si quizás es mejor dejarla así y a la imaginación qué pasa después. Lo único que les pido es que tomen en cuenta las horas que he dedicado a este escrito y recuerden que agregar a favoritos y no dejar un comentario, es como manosearme la teta y salir corriendo. Sean partícipes de la Campaña Con Voz y Voto. :) Si quieren tener alguna noticia de este fic y su actualización (o no), pueden visitar mi página de FB Mrs Bipolar (link en mi perfil), donde avisaré qué sucede~. ¡Pero tengo muchísimas ganas de seguirla! Así que si les interesa, háganme saberlo para mantenerme motivada y no dejar esto en el olvido jajaja
¡Besitos acaramelados!