Disclaimer: El potterverso es de Rowling. Esta historia participa en el reto Uno, dos y tres, te reto otra vez del foro La Noble y Ancestral Casa de los Black.
La frase que me tocó fue: Cuando la música se detiene, lo ves en el espejo, detrás de ti.
La bruja de Wandsworth
El chiquillo corrió a abrazar a su madre. Ella lo alzó en volandas y le plantó un beso en la mejilla que le dejó una huella roja en la cara. Lo posó en el suelo y rebuscó en su bolsillo para enseñarle una rana de chocolate. El pequeño la cogió y centró toda su atención en tratar de abrir el envoltorio. No escuchó lo que su madre hablaba con la señora Parker, su aya. A sus cinco años lo que hablaban los adultos le parecía mortalmente aburrido. Poco minutos después caminaba feliz de vuelta a casa con la boca manchada de chocolate y un cromo de Salazar Slytherin en su bolsillo.
I
A Dick no le gustaba mucho esa fiesta. Él hubiera preferido salir a pedir chuches como siempre, pero Zack y Justin habían decidido que con once años ya eran muy mayores para eso. Por ese motivo Justin había convencido a su padre para que le dejara hacer una fiesta en casa. No había sido difícil. El padre de Justin se había divorciado hacía poco y cuando a Justin le tocaba estar con él podía hacer prácticamente lo que quisiera. Prácticamente, porque Justin todavía no había conseguido que le dejaran quedarse jugando a la consola de madrugada con sus amigos mayores.
La fiesta, a entender de Dick y de muchos otros, estaba siendo un rollazo, pero nadie se atrevía a decirlo en voz alta. Estaban todos sentados en la habitación de Justin devorando las patatitas y la pizza que su padre había comprado mientras veían a un youtuber jugar al Fornite.
—Jo tío. Esto es un bodrio. Teníamos que haber salido a pedir chuches —concluyó Zack bostezando.
—Fuiste tú el que dijiste que éramos muy mayores para eso —le recriminó Justin.
Zack se encogió de hombros.
—Mi madre dice que con once años deberíamos estar cogiendo golosinas puerta por puerta y no aquí como si fuéramos adolescentes hormonados.
Georgina era así. Ella siempre decía todo lo que pensaba. Siempre. En cualquier sitio y a cualquier persona. Dick todavía recordaba cuando le había dicho a la profesora Brown que su madre creía que lo que la profesora realmente necesitaba era un buen polvo y un novio que la distrajera, así no mandaría tantos deberes. Georgina no le caía demasiado bien a ninguno, pero siempre acababa saliendo con ellos porque su madre era la jefa del padre de Justin y este siempre la invitaba. Esta vez Dick no pudo evitar pensar Georgina y su deslenguada madre tenían razón.
—¿Y si hacemos algo que dé realmente miedo? — sugirió Zack
—¿Cómo qué? —preguntó Justin
—Podemos invocar a la bruja
Y ahí estaban Georgina y sus ideas. A Dick le entró un deseo imperioso de pegarle un puñetazo. Su padre decía que no se debía pegar a las chicas, pero seguro que no conocía a Georgina.
—Buena idea —apuntó Zack.
—A mí me da miedo —confesó Larry, que raramente hablaba.
—No seáis 'caguicas'.
—Yo no creo que sea buena idea. Ya visteis lo que le paso a Sora —intervino Dick.
Sora era el vecino del bloque de en frente. Tenía solo seis años. Desapareció en el parque una tarde mientras jugaba al escondite. Apareció muerto al día siguiente en un callejón. Todos los niños de la zona sabían que lo había hecho la bruja. Lo mismo había pasado con un niño del que Dick no recodaba el nombre hacía aproximadamente cinco meses. Muchos niños aseguraban que habían visto a la bruja: alta, rubia, vestida con una túnica sucia y ojos de loca. Por suerte, Dick no se había topado nunca con ella. En el colegio se decía que si encendías una vela y la llamabas tres veces aparecía en el espejo, detrás de ti.
Todos se trasladaron al cuarto de baño del primer piso y se apretujaron frente al espejo. Zack apagó las luces y les obligó a colocarse en semicírculo. Justin corrió al desván y volvió con dos grandes velas y una caja de cerillas que colocó en el lavabo. Necesitaron tres intentos para conseguir encender un fósforo porque estaban algo húmedos y ellos algo nerviosos. Zack puso música en su móvil. A Dick la melodía le pareció escalofriante. Le temblaban las manos y le apetecía echar a correr, pero respiro profundo y trato de que no se le notase el miedo.
—Bruja de Wandsworth, nosotros te invocaos. Bruja de Wandsworth, ven a nosotros. Bruja de Wandsworth, escucha nuestra llamada. Cuando la música se detenga, te dejarás ver en el espejo. Detrás de nosotros.
La música siguió sonando unos segundos. Hasta que la canción terminó. El silencio se hizo completo, aunque a Dick le pareció que todos podían oír su corazón intentando escapar de su pecho. Un segundo, nada. Dos segundos, nada. Tres segundos, nada.
—Pues vaya bodrio —rompió la tensión Georgina.
—Ya —admitió Zack.
—Quizás no se aparezca porque somos muchos. Igual se aparece a cada uno cuando estemos en nuestra casa.
A Dick esa sugerencia le provocó nauseas. Sintió como un escalofrío le recorría la espalda. No iba a poder mirarse en el espejo nunca más, pero a sus compañeros pareció darles igual porque dejaron las velas abandonadas en el baño y volvieron a la habitación para seguir viendo a sus youtubers favoritos.
0—0
Había pasado una semana desde Halloween y a Dick ya se le había olvidado el miedo que había sentido en el cuarto de baño de Justin. La bruja ya no estaba en sus pensamientos. Se acordaba solo por las mañanas cuando se peinaba frente al espejo, pero Dick se cepillaba muy rápido su pelo corto y echaba a correr fuera del baño. Asunto solucionado.
Ese día había estado en el parque de enfrente de su edificio con su madre y su hermano pequeño, Frederick. Los tres volvían a casa. Dick para terminar los deberes y su hermano, seguramente, para molestarlo mientras los acababa.
—¡Mierda! Me he dejado el móvil en el banco del parque —se lamentó su madre dándose media vuelta y echando a correr hacia la zona de juegos —¡Dick, id yendo a casa que ahora os alcanzo!
Dick asintió con la cabeza, pensando que si fuera él el que se hubiera olvidado algo le hubiera caído una gran bronca. Agarró fuerte la mano de su hermano y los dos comenzaron a andar en dirección a su casa, que estaba muy cerca.
No les dio tiempo a llegar. Dick se quedó paralizado. En una esquina, escondida entre las sombras de su misma calle, estaba la bruja. Era tan cual la habían descrito. Muy delgada, alta, con la cara muy pálida, el cabello claro casi blanco pero muy sucio. Llevaba puesta una especie de capa negra que arrastraba por el suelo. En un rápido vistazo Dick se dio cuenta de que no había ningún adulto a la vista. Todos caminaban por el parque disfrutando de la hora de sol que aún le quedaba al día.
Dick tomó una decisión instantánea. Apretó la mano de su hermano y corrió en dirección opuesta, por donde hacía un minuto había desaparecido su madre. Esprintó tan deprisa que las piernas de su hermano, mucho más cortas, no pudieron seguirle el ritmo y este cayó al suelo de bruces. Al caerse Frederick soltó la mano de Dick para usarla de escudo contra el suelo. Un acto reflejo. En ese preciso momento la bruja apareció al lado del niño, le tocó la punta del zapato y los dos desaparecieron.
Dick se quedó mirando la gravilla del suelo donde unas milésimas de segundo antes había estado su hermano. Una gota de sangre de la caída era toda la prueba que quedaba de que Frederick había estado allí.
0—0
Dick estaba sentado en una mesa de la comisaría. Al lado una chica joven que le preguntaba lo mismo una y otra vez, como si no entendiera lo que Dick le repetía constantemente. Sentado un poco más alejado un policía que movía la pierna repetidamente y le miraba de una forma que a Dick le daba miedo. Antes había otra policía que parecía más amable, pero se tuvo que marchar a acompañar a su madre cuando esta había empezado a respirar muy fuerte como si no pudiera coger aire. La psicóloga le volvió a preguntarle por la mujer que se había llevado a su hermano. Dick iba a repetirle por quinta vez que había sido la bruja de Wandsworth, pero en vez de eso de su boca solo salió un gemido ahogado. Se había puesto a llorar, las lágrimas le recorrían las mejillas y el pecho se le movía arriba y abajo, tratando de dejar escapar del fuerte dolor que lo aprisionaba. No podía parar de llorar. Él tenía la culpa, él había sido él que había invocado a la bruja, no su hermano. Era todo por su culpa.
Ese día el chiquillo abrazó a su madre como de costumbre, pero ella parecía distante. No le dio la rana de chocolate, tampoco su beso fue como siempre. Se despidió de la señora Parker y se fueron muy rápido. Su madre tenía prisa, quizás le había preparado una sorpresa.
II
—No puedo entender cómo se nos ha podido pasar —volvió a decir Hermione por tercera vez.
Estaba sentada encima de la mesa del despacho de Harry, jugueteando con la snitch que este usaba como decoración.
—Cuando los asesinatos se cometen en el mundo muggle es más difícil que nos enteremos. Somos magos, no adivinos —le respondió Harry con paciencia.
—Deberíamos tener mejores comunicaciones con el mundo no mágico. Tres pequeños asesinados por medio de la magia y nosotros sin enterarnos de nada…
Harry miró a Hermione. Estaba alterada. Lo entendía. Si a James, Albus o Lily les pasara algo Harry no sabría qué hacer. Seguro que Hermione estaba imaginándose como se sentirían las madres de esos pequeños.
—En cuanto sea elegida ministra voy a encargarme de aumentar las relaciones con el mundo no mágico. No puede volver a ocurrir esto.
Harry asintió con la cabeza.
—Hasta entonces será mejor que detengamos al autor de esos asesinatos.
—¿A quién vas a encargarle el caso?
—A Teddy
Hermione frunció los labios.
—Acaba de salir de la Academia de Aurores. ¿No es demasiado joven?
—Es perfectamente capaz. Te recuerdo que tú y yo llevamos sobre los hombros el peso de una guerra cuando tan solo teníamos 17 años. Él tiene 21, casi 22 y es oficialmente un auror. Lo hará bien. —Harry sonrió a Hermione —¿Y tú? ¿Ya has movido tus hilos? ¿Quién será el contacto de Teddy en el mundo no mágico?
—Elisa Creevey
Harry sitió un nudo en la garganta al escuchar el apellido de Creevey. La imagen del cadáver de Colin volvió a su mente. Nítido. Como si no hubieran pasado 22 años.
—Es la hermana pequeña de Colin. Su madre estaba embarazada durante la guerra. Elisa no es maga. De hecho, hace pocos meses que se graduó en la Academia de Policía. No tiene mucha experiencia en el cuerpo, pero al haberse criado con Dennis es la persona idónea, sabe muchísimas cosas del mundo mágico.
—Sea entonces. Serán Teddy y Elisa los que lleven este caso.
—Con tu ayuda —precisó Hermione.
—Ese es mi trabajo.
Esa señora tenía los mismos ojos que su madre. La misma cara y su mima ropa, pero no era su madre. El pequeño estaba seguro de ello. Su madre no le estrujaba la mano con tanta brusquedad, ni se olvidaba de darle la cena y mucho menos lo obligaba a permanecer en una habitación completamente a oscuras, sabiendo que a él le daba muchísimo miedo la oscuridad. El niño sabía que esa señora no era su madre y, al contrario de lo que se podía pensar, esa idea lo tranquilizaba. Su verdadera madre iría pronto a buscarlo. No iba a dejarlo allí solo. Además, castigaría a esa persona que se hacía pasar por ella. Su madre era una de las mejores brujas de toda Inglaterra.
III
—¡Pobre niño! —se lamentó Ted Lupin mientras se dirigía calle arriba en dirección al parque acompañada por Elisa.
—Él se siente culpable y su madre no comprende porque se empeña en mentir a la policía en un asunto tan serio, así que lo culpa. Esa familia no se va a recuperar nunca.
—No. Me han dado ganas de incumplir el estatuto del secreto y gritarle a esa madre que su hijo dice la verdad.
—Por el momento tratemos de capturar al desalmado que ha matado a esos pobres niños.
—O desalmada —precisó Ted
—O desalmada —concedió Elisa —¿ya te han llegado los resultados de las pruebas que ha hecho la policía mágica?
—Aurores.
—Como se diga.
En ese mismo momento una lechuza aleteó muy cerca de la cara de Elisa Creevey y dejó caer un sobre a los pies de Ted Lupin. Elisa no pudo evitar soltar un grito al ver un ave de semejantes dimensiones al lado de ella. Un hombre que caminaba mirando el móvil se giró al escuchar el chillido y se quedó con los ojos como platos mirando a la lechuza.
—Deberíais cambiaros al whatsapp. Mucho más rápido y discreto.
—¿Al qué? —preguntó Ted mientras abría el sobre y leía la carta.
—Mi hermano tiene razón, vivís en la prehistoria. —Elisa espero con paciencia a que su compañero acabara de leer la misiva —¿Qué han descubierto?
—Los niños murieron por un Avada Kedavra, una maldición asesina—precisó al ver que la chica no le estaba entendiendo —pero antes de eso fueron torturados con otra maldición. La maldición cruciatus. Dicen que es horrible.
Ted se había puesto pálido.
—No entiendo. ¿Por qué torturar a unos niños? ¿Qué querría conseguir? —reflexionó Elisa en voz alta.
—Igual no quiere conseguir nada. Quizás solo lo haga por diversión…
—¿Hay algo más?
—Sí. El informe también dice que el niño había tomado poción multijugos. Cosa que no logro entender… ¿por qué darle poción multijugos a un niño?
—Igual el pequeño tenía sed —conjeturó Elisa
Ted se quedó mirando a Elisa sin comprender. Arqueó una ceja y la observó con gesto interrogante.
—Era una broma —tuvo que explicarle Elisa— no tengo ni idea de lo que es una poción multijugos.
Ted la siguió mirando con intensidad unos segundos y luego se permitió esbozar una sonrisa. La primera del día.
—Vamos a una cafetería y te lo explico todo, que yo sí que estoy sediento. Y de paso me explicas tú también que es eso del whatsapp.
El niño tenía hambre y mucha sed. Se había acostumbrado a la oscuridad y ahora esperaba sentado con la espalda apoyada en la pared. Había llorado y llamado a gritos a su madre, pero nadie le había respondido. Había recorrido toda la habitación buscando una salida hasta que, resignado, se había dejado caer al suelo a esperar. La puerta se abrió con un chirrido. Un hombre enorme entró en el cuarto, agarró al niño de la mano y tirando de él lo condujo a otra sala. Esta estaba iluminada y en el centro, atada en una silla, el pequeño pudo distinguir la silueta de su madre. En cuanto la vio se puso a gritar llamándola. Su madre levantó la cabeza y le miró. Ahí fue cuando comenzó la verdadera pesadilla.
IV
—¡No tenemos nada! —se desesperó Ted al tiempo que se sentaba desanimado a la sobra de un árbol del parque— Hemos interrogado a todos los niños que dicen haber visto a la bruja y también a las familias de los pequeños asesinados y no tenemos ni una sola pista de quién puede ser la bruja de Wandsworth. ¡Es frustrante! —golpeó con el puño la hierba.
—Quizás deberíamos cambiar de estrategia —Elisa miraba a su compañero mordiéndose el labio. —Desde que me hablaste de la poción multijugos hay una idea que me ronda por la cabeza.
—¿Cuál? —preguntó Ted incorporándose para mirarla a la cara.
—Quizás deberíamos atraer a la bruja… Hacer que se aparezca ante nosotros…
—Creo que no te sigo
—Yo me tomaría una poción multijugos para tener el aspecto de un niño desvalido. Me dejo ver por el parque sola y así la bruja verá en mí otra posible víctima. Solo que no lo seré, porque tú estarás detrás de mí cubriéndome las espaldas y le harás un hechizo que la deje fuera de combate.
Lupin procesó la información en silencio unos segundos. No le gustaba demasiado ese plan, lo consideraba peligroso, pero al final se rindió ante la evidencia de que no tenían ninguna pista ni ninguna otra idea y termino claudicando.
—Está bien haremos eso, pero debemos organizarlo todo muy bien.
Atada a la silla la madre miraba con horror como torturaban a su pequeño. Aquellos hombres no solo la habían secuestrado a ella sino también a su hijo y ahora lo usaban para sacarle información. Todo por el estudio que estaba haciendo en el departamento de misterios de una reliquia egipcia que otorgaba a quién la poseía muchísimo poder. Querían que les contara como utilizarla. La mujer sabía que no debía hablar. La habían preparado para situaciones como aquellas en su carrera como inefable, pero nadie la habló de tener que ver y oír como tu hijo chillaba y se retorcía de dolor bajo la maldición cruciatus. Cerró los ojos, pero no podía dejar de escuchar sus gritos. Cuando uno de sus secuestradores se acercó a ella varita en alto para repetirle las preguntas se abalanzó sobre él y trato de quitarle la varita con la boca. Sin pronunciar palabra alguna consiguió lanzar la maldición asesina. Al contrario de lo que todos pensaban la maldición no tenía como destino uno de sus tres secuestradores, sino su hijo. La madre buscaba acabar con su dolor de forma rápida. El niño dejó de gritar y cayó con los ojos abiertos, inerte, sobre el cemento. El chillido que resonó en la habitación fue el de su madre, consciente de que acababa de asesinar a su pequeño.
V
Ted Lupin tenía ganas de llorar. La poción multijugos que le habían dado en el Ministerio debía de estar defectuosa. Cada vez que Elisa se la tomaba aguantaba transformada solo unos minutos, como si solo hubiera bebido unas pocas gotas.
—¡No entiendo nada¡—gritó desesperado —El tío Harry me aseguró que la poción funcionaba a la perfección.
Elisa reflexionó en silencio durante unos minutos
—Quizás no sea la poción, quizás sea yo.
—¿Qué quieres decir?
—Igual estas pociones mágicas funcionan diferente en la gente no mágica.
Esta vez fue Lupin quien se quedó callado reflexionando.
—En realidad no sé si se habían usado en muggles antes.
—Entonces hagámoslo al revés. Tú serás el pequeñín adorable y yo tu escudera.
—De ninguna manera. Tú no tienes una varita con la que defenderme y defenderte.
—Tengo un arma —replicó Elisa señalando a la cartuchera de su cinturón —Y te aseguro que una bala puede ser más rápida que alguno de vuestros estúpidos hechizos. Dennis y yo hemos hecho hasta apuestas sobre ello.
Hacía tiempo que la mujer había perdido la cabeza. En San Mungo trataron de hacer todo lo que estaba en sus manos por ella. Pero la tortura a la que había sido sometida y la certeza de que había sido ella la que había terminado con la vida de su hijo habían sido demasiado para su cordura. Los medimagos decidieron darle el alta cuando la madre de la mujer se comprometió a vigilarla y a cuidarla. Al fin de cuentas era inofensiva, lo único que hacía era cuidar a su muñeco como si fuera un niño de verdad. Madre hija se mudaron a una casa del tranquilo barrio de Wandsworth.
VI
Habían pasado cuarenta minutos desde que Ted Lupin había dejado de ser un joven para convertirse en un niño pequeño cuando Elisa notó un movimiento extraño en una de las esquinas. Allí mirando con intensidad a Lupin, que hacía como que jugaba con unos tazos, había una mujer extremadamente pálida. Iba muy sucia y tenía la mirada perdida.
La bruja —Elisa entendía perfectamente porque los niños habían hecho esa certera asociación— se dirigió al pequeño con calma, con una sonrisa sincera en su cara. Estiró el brazo para tocar a Ted y desaparecerse con él, pero no le dio tiempo. Un dolor agudo en el antebrazo le hizo retirarlo. Elisa le había disparado. Ted, todavía con su aspecto de niño, sacó rápidamente su varita y le apunto con ella.
La mujer al ver al pequeño apuntándole con la varita se puso muy nerviosa y como si no sintiera el dolor y no pudiera ver la sangre que manaba de su brazo comenzó a chillar, a revolverse y a agitar las manos.
—¡Tú no eres Mikel! ¡Impostor! —se puso a buscar a su alrededor como si hubiera habido alguien allí que de repente hubiera desaparecido —¿Qué habéis hecho con Mikel? ¡Por favor no lo torturéis más!
Ted tuvo que hacerle un petrificus totalus para conseguir calmarla y necesito ayuda de Elisa y de mucha magia para poder llevarla a San Mungo para que le curasen la herida del brazo.
VII
Ted Lupin y Elisa se encontraban en la cafetería del hospital tomando un café. Los dos tenían el ánimo por los suelos. Había resuelto su primer caso, eso era cierto, pero en vez de atrapar a un asesino inhumano se habían encontrado con una pobre mujer a la que habían hecho sufrir tanto que había perdido la cabeza. Hacía unos meses la madre de Mary, así se llamaba realmente la bruja deWandsworth, había fallecido. Sin nadie que velara por ella, Mary había ido perdiendo poco a poco la cabeza. Cada vez que veía a un niño pequeño imaginaba que se trataba de su hijo. La mujer se lo llevaba a su casa y le obligaba a beber poción multijugos, pero como el efecto duraba muy poco en muggles el hijo que acababa de recuperar se esfumaba demasiado rápido. Esto desconcertaba y volvía más loca a Mary que torturaba al pequeño para que le dijera que había hecho con su hijo. Al final terminaba compadeciéndose del niño y matándolo igual que una vez había hecho con su propio hijo.
—Esto es una mierda. Los verdaderos culpables de todo esto, los hombres que torturaron a Mary y a su hijo siguen libres. No consiguieron descubrir quiénes habían sido —protestó Ted. Ellos son lo que tendrían que estar en Azkaban.
—Entonces hagámoslo nosotros. Nosotros los capturaremos —sentenció Elisa levantando su vaso de café al cielo —brindo por más colaboraciones como esta. Me ha gustado trabajar contigo.
—Lo mismo dio —contestó Lupin alzando su vaso de plástico y chocándolo con el de Elisa —juntos encontraremos a esos malditos malnacidos.
Siento todos los fallos que podáis encontrar. No me ha dado tiempo a revisarlo y lo he escrito rapidísimo.