El Pájaro que Miraba Fijamente al Sol
Los girasoles eran unas plantas llenas de misterio. Tendrían una cantidad inmensa de virtudes, pero la más llamativa era, sin duda, la capacidad de poder girarse de cara al sol. Los girasoles buscaban el sol y lo encontraban, estuviese donde estuviese.
Sora era el girasol y Taichi era su sol.
La razón de esto era que bastaba con que el moreno y jovial chico hiciese acto de presencia para que la mirada de la pelirroja, como imbuida en la poderosa fuerza electromagnética de un imán, clavase su mirada en él y se le quedara mirando con ojos fijos e impertérritos. Como un girasol miraba al sol.
Taichi era el chico de oro, el más popular del instituto. No para menos, pues sus muchas virtudes se granjeaban día sí y día también la simpatía tanto de alumnos como de profesores, así como arrancaba los suspiros de sus compañeras con la misma facilidad. Taichi era el capitán del equipo de fútbol, el pichichi, como se le llamaba al mejor goleador del equipo. Además, su carácter risueño y su trato afable hacían que fuese fácil encariñarse con él. Era la típica persona que no tenía enemigos y, los pocos que hubiera tenido, se habían hecho amigos gracias a la gran versatilidad con la que el moreno resolvía las disputas, ya fuese a puños, a diálogos o a golazos. Se adaptaba a todo y a cada situación, y nunca buscaba el conflicto gratuito, pese a que tampoco se dejaba amansar.
Por esto y mucho más, llamaba la atención de todos. Sora no era la excepción. No obstante, y al contrario que otras chicas, esta no iba detrás de él, ni se le acercaba con descaro para robar su atención, ni utilizaba los días festivos "románticos" como excusa para revelar sus sentimientos. No, Sora no hacía eso. Sora, simplemente, le observaba como un girasol observa al sol. Y eso era suficiente para ella.
—Al final te van a salir semillas —dijo Takeru una vez, en la cafetería del instituto.
Sora desvió la mirada del moreno y miró a Takeru, que la observaba con una mirada vulpina. Su amigo estaba unos cursos por debajo de ella, en la clase de la hermana de Taichi, Hikari.
—¿Qué quieres decir? —preguntó la muchacha, sin poder evitar arrebolarse.
—Que eres como un girasol —prosiguió él—, ¿la conoces? Es una planta que mira fijamente al sol.
—Sé lo que es un girasol, Takeru.
—¿De qué estáis hablando? —preguntó Taichi mientras se acercaba al grupo.
El corazón de Sora comenzó a latir como si esta llevase dos horas corriendo una maratón. Desvió la mirada, porque sabía lo roja que debía de estar su cara en aquellos instantes. El simple acto de acercarse le calcinaba el corazón y lo reducía a cenizas. Era como si el sol, el auténtico sol, se acercase a la tierra y su mera cercanía quemara al girasol que lo observaba con tanto ahínco.
¿Por qué se acercaba él allí? Siempre buscaba la forma de acercarse a ella, ya fuese en la biblioteca, en los entrenamientos o de forma casual fuera del horario lectivo. ¿Por qué no entendía que su presencia le quemaba?
—Hablábamos de los girasoles —comentó Takeru de forma despreocupada.
—¿De los girasoles? —Taichi miró fijamente a Sora y esta se sintió desfallecer.
—Sí, Sora siente gran fascinación por ellos, sobre todo, por su habilidad para no perder de vista al sol.
Sora, en ese momento, quiso darle un fuerte codazo a Takeru, tan fuerte que le crujiesen las costillas, pero se aguantó las ganas.
—Sí, son unas plantas muy curiosas —comentó Taichi—. Incluso su nombre latín, Helianthus, hace referencia al sol.
Por supuesto, porque a parte de guapo, bueno y atlético, también era listo.
—¿Qué, queréis conocer el cuento del girasol? —propuso el menor del grupo.
—¿El cuento del girasol? —repitieron Taichi y Sora al unísono. La coincidencia hizo que ambos conectasen miradas. Taichi sonrió, como siempre hacía, mientras que Sora volvió a desviar la mirada.
—Me parece bien —aceptó Taichi.
—Bien, pues este mito comienza con un pequeño pájaro que miraba fijamente al sol.
» ¿Qué porqué lo hacía? Pues resulta que el pájaro estaba enamorado del sol y, cada día, lo observaba sin cesar desde que aparecía hasta que se ocultaba.
» El sol, en secreto, también amaba al pájaro, porque ningún otro animal le observaba tan fijamente como él. Observar al sol directamente cegaba a todo el mundo sin excepción, pero el pájaro lo hacía igualmente.
» Un día, el pájaro decidió sincerarse con el sol y le compuso un trino tan maravilloso que el sol quedó completamente fascinado y quiso invitar al pájaro a cantar para él más cerca.
» Pero había un problema, y es que, si se acercaba, las plumas del pájaro comenzarían a arder. Por ello, el sol dijo: Moveré mis rayos hacia la derecha, tú vuela por la izquierda, así no te quemarás las plumas y podrás acercarte a mí.
» El pájaro así lo hizo y comenzó a volar por la izquierda. Si embargo, como había mirado tan fijamente al sol durante tanto tiempo, acabó por quedarse completamente ciego en pleno vuelo. Sin saber hacia donde se dirigía, el pájaro tocó, sin querer, los rayos del sol y tan cerca estaba en ese momento, que acabó reducido a cenizas.
» El sol lloró desconsolado por perder a quien lo había amado tan intensamente y sus lágrimas de fuego cayeron sobre las cenizas del pájaro, fecundando la tierra.
» Poco después, de esa misma tierra fecundada, brotó una semilla que, cuando creció, se convirtió en una hermosa planta de amarillo. Y como la planta se había nutrido de las cenizas de aquel pájaro, adquirió una curiosa peculiaridad: la de poder mirar al sol fijamente.
—Bueno, ¿os ha gustado la historia? —preguntó Takeru, a quien las caras boquiabiertas de sus dos amigos le habían dado una respuesta.
—Que trágicamente bonita —comentó Taichi.
—Y por eso Sora se parece a un girasol —dijo Takeru—, porque mira fijamente al sol.
—¡Takeru, cállate! —gritó Sora, completamente arrebolada.
Taichi la observó con una sonrisa afable.
—No es malo parecerse a un girasol —dijo el moreno—. Me parece una planta preciosa.
Sora buscó su mirada esta vez y, cuando la encontró, ninguna de las dos se despegó de la otra.
—Curiosamente —continuó Takeru, sin poder contener las ganas de soltar la bomba—, Taichi es como el sol del cuento, que le devuelve la mirada a su amada.
—¡Takeru! —gritó, esta vez, el moreno.
—Uff, que tarde se ha hecho, hora de volver a clase. —Y, sin mediar ninguna excusa más que la ya expuesta, el rubio desapareció con la velocidad del viento, dejando a dos muchachos atontados y arrebolados.
—Escucha, Sora —Taichi se aclaró la garganta en un carraspeo.
Parecía nervioso, notó Sora. Aunque, siendo justos, ella lo estaba más.
—Dime.
—Dentro de poco se acerca el catorce de febrero y… Bueno, yo me preguntaba…
No dio un vuelco. Su corazón no dio un vuelco, dio varios.
—…Sí —contestó ella apresuradamente, dejando al muchacho confundido.
—Si todavía no había terminado la frase.
—La respuesta sigue siendo sí —dijo ella, completamente segura.
—Vale, ¡genial! —comentó él, con una sonrisa de oreja a oreja—, porque me llevas gustando desde hace mucho tiempo.
—Y tú a mí —gesticuló como pudo la pelirroja, en un mar de nervios. Temiendo que, al igual que el pájaro del cuento, fuese reducida a cenizas.
La simple idea le causó tal gracia que soltó una risilla nerviosa.
—¿De qué te ríes? —preguntó él, risueño como siempre.
—Tu mirada me reduce a cenizas —dijo sin pensar, para luego volver aún más roja de lo que estaba y apartar la mirada—. Tierra, trágame.
Taichi rio y su risa sonó, sin duda, como el trino de un pájaro.
—Si la tierra se traga tus cenizas brotarán girasoles.
Aunque lo hubiese dicho como una broma, era la broma más bonita que había oído de él.