Los personajes principales le pertenecen a Stephanie Meyer la historia es mía queda totalmente prohibida la reproducción total o parcial de la historia sin mi autorización
El hijo pródigo.
"No hay fuerza que pueda retener a un niño que corre en busca de su familia. sobre todo si sabe que el reencuentro apenas dura lo que dura un abrazo (Yasmina Khadra)"
Carlisle había renunciado a muchas cosas en su vida; era, un sus palabras, un cobarde. En su juventud se había enamorado con locura de dos mujeres y quién diga que no se puede amar a dos, no se ha visto nunca en esa tesitura y no sabe de lo que habla.
Amó con locura infinita el glamour, la belleza y la inteligencia de Elizabeth, ella era esa mujer por la que cualquiera se volvería para verla dos veces, quizás tres. Era hermosa, ambiciosa, una mujer que veía más allá de todo, pero su corazón era frío, oscuro y manipulador. Entonces, asustado por la locura que ella desataba en su interior se alejó rápidamente hacia Londres fingiendo que estaba buscando estudiar para convertirse en alguien más que un simple accesorio.
Elizabeth soltó la cadena, no la apretó como lo hacía cuando estaba cerca y cuando por fin pudo respirar, Esme apareció. El amor por ella era una brisa de aire fresco, eran caricias sencillas. Aprendió que lo que había vivido con Elizabeth no era suficiente, no para llenar su corazón.
Su padre sin embargo intervino y le prohibió terminantemente ver a aquella muchacha que lo había hecho respirar y sentirse bien por primera vez en años.
Él se fue, se fue sin saberlo. Esme estaba embarazada y él se vio obligado a casarse con aquella mujer de la que estaba obsesionado. La odió , odió con su alma a Elizabeth, era imposible sentir amor por aquella que lo estaba obligando a ser suyo, pero ambos eran jóvenes y a él lo consumía el odio y la pasión por lo que cuando ella llegaba buscando sexo, jamás se lo negó, era su forma de vengarse, era su forma de volverla loca.
La mirada de dolor de Esme iba a estar grabada a fuego en su conciencia por siempre.
Cuando su hijo nació, su hijo con Esme, Elizabeth soltó la bomba. El niño era suyo, ella fue y movió sus hilos, ella dió los golpes sin dudarlo uno tras otro, y obtuvo lo que quiso, la sangre de su amor, la sangre de su pecado.
Pero una nueva faceta de Elizabeth surgió, una que él jamás esperó ver. Ella había reclamado al niño como suyo, diciéndole a Esme que una chiquilla jamás podría darle un futuro a un niño que había nacido del adulterio, que su hijo sería un bastardo con ella y un rey con Elizabeth. Esme se dejó vencer y entregó a Edward y lo dejó ir, y Elizabeth volvió a mover sus hilos de maneras oscuras apropiándose con garras y dientes al pequeño niño que había nacido de ese amor puro que él un día había sentido.
Un amor que él nunca comprendió nació en los ojos de aquella mujer fría de corazón. Elizabeth amaba devotamente a Edward de una forma en la que nadie podría duplicar. Ella dejó de estar pendiente de Carlisle, quien se convirtió en un trofeo,p. Era su hijo el importante, eran los logros de su pequeño los que se llevaban la atención. Y eso era bueno. El amor de Elizabeth hacia aquel pequeño que no era suyo era indestructible y grande. Edward la amaba igual. Se convirtió en su hijo, ella era su madre, ambos se veneraban el uno al otro hasta que pasó lo del secuestro.
Elizabeth movió el cielo, la tierra y el mar en busca de su pequeño, Carlisle estaba devastado, Esme había sido interrogada como una sospechosa, Elizabeth había sido cruel con ella porque el niño no estaba, ella la observó y la acosó hasta que se supo quién era el maldito que se había llevado a su pequeño.
Cuando Edward regresó, había algo diferente en su mirada, ya no era aquel niño grosero y consentido que tenía todo en sus manos, algo, en algún punto lo había hecho cambiar.
Él hablaba de una pequeña que había dado su vida por él, ella lo había salvado y Elizabeth estaba celosa. Ella demostraba sus celos tirando las cosas al piso, Carlisle la escuchó rogar porque aquella niña estuviera muerta. Esa fue la gota que derramó el vaso, el le gritó esa vez.
—¡Edward es mi hijo, no tuyo.!
Ella se rió en su cara y chasqueo la lengua antes de decirle:
—Edward es mío.
Edward creció mucho, se volvió un hombre, uno decidido, un chico que supo a golpes lo que él quiso con todas sus fuerzas evitar que aquella mujer hermosa que veneraba y respetaba no era su madre. No la real.
Y como una bola de demolición, Edward conoció lo oscuro y loco que era enamorarse de verdad. Enamorarse de una forma que deja sin aliento, de esa forma en la que él había amado una vez a Elizabeth, de esa forma en la que él había amado también a Esme.
Edward sin embargo enfocó ese amor en una sola mujer. Una chiquilla a su lado en ese tiempo. Aquella chiquilla que había dado su vida por él hace tiempo, una chiquilla que parecía estar dispuesta a dejar que una bala la atravesará por su hijo.
—Ella, papá— su hijo sonrió abiertamente como si estuviera drogado mientras miraba a la nada y luego lo miro a él haciéndolo sentir incómodo —Es ella.
No hubo necesidad de clarificar que su hijo estaba enamorado, loca y estúpidamente enamorado de una forma ciega de una chiquilla que parecía tener tempestades ocultas en los ojos. Y el mundo en sus hombros a cuestas.
Elizabeth despertó a su monstruo interior cuando lo supo, ella dejó que sus garras salieran de su escondite y empezó de una manera similar a atacar a Isabella quien le sonrió y con su fuerza sacó su dedo del medio mandandola la a la mierda.
Edward era suyo, y ella era de él. Carlisle había sido silencioso, él los había espiado, había querido ver si su hijo estaba cometiendo un error o de verdad estaba enamorado e iba a estar bien.
Confió la vida del único recuerdo bueno de su amor en las manos de aquella niña, él lo permitió, movió sus hilos esos que nunca se había atrevido a mover. En silencio, él amparo a Isabella quien creció, y vaya que lo hizo.
En un parpadeo esa mujer era gigante, más grande que Elizabeth, más grande que todo su poder, era enorme. Y él sonrió mientras bebía vino leyendo sobre ella.
Se arrepintió, y muchas veces se maldijo y maldijo a aquella mujer de la que su hijo se enamoró de forma incondicional al verlo en una camilla en coma, uno del que su hijo no iba a volver jamás.
Se arrepintió de no vivir, se arrepintió de no dejarlo ser. De no haberles dado más tiempo, de no haber sido un padre. De haber sido un cobarde.
Se maldijo tanto o más de lo que maldijo a Isabella. Muchas veces.
Isabella los hizo esperar, ella reclamó a Edward como suyo, ella se negó a desconectarlo. Ella peleó con uñas y dientes contrariandolos cuando ambos dijeron que un año era suficiente
—No voy a desconectar a Edward, él no está muerto —se negó muchas veces, Isabella no permitió que desconectarán a Edward por dos años. Pero el tiempo le dió desesperanza y en silencio él vio la vida de su hijo apagarse en un medidor de constantes.
Él enterró entonces todas las cosas que no había hecho y su hijo iba en ese ataúd también.
Isabella le preocupaba, quería redimirse, quería que ambos sufrieran lo que habían perdido pero ella se encerró, en una burbuja construida de diamante, era impenetrable.
Ella se alejó de ellos y Elizabeth un día solo llegó con los papeles del divorcio firmados y sin mirarlo le pidió firmarlo.
Carlisle estaba cansado, harto e hizo lo que Elizabeth le pidió y huyó. Envío fotografías a Isabella, una por mes, eran todas las fotografías que su hijo había tomado en sus viajes por el mundo con la esperanza de que ella un día solo respondiera una de sus cartas. No lo hizo. Isabella no respondió jamás.
Volver a verla desató en él los demonios, los sueños que después de tanto tiempo Esme con su amor había logrado calmar y atar. Él intentó acercarse a la única cosa que en cierta manera mantenía con vida a su hijo.
—¿Quieres visitar la tumba de mi hijo conmigo? Podemos caminar desde aquí. No viniste a su funeral hace ocho años.
El vio a la esposa de su hijo hecha un desastre tempestuoso de sentimientos en cuanto hizo el ofrecimiento.
—Edward no está en esa tumba Carlisle.
Carlisle hubiese querido creer que eso era cierto. Que su hijo no había muerto, que era feliz que amaba a esa mujer tempestuosa a su lado, que él sonreía viéndola. Pero no podía. No cuando Elizabeth después de tanto tiempo se había ido también. . . .
—Es difícil verla en los periódicos y no poder ayudarla. Cómo tú me ayudaste a mi.
—Creo que ella es feliz a su modo papá —dijo Carlie dejando un té sobre la mesa del jardín antes de entrar. El sonido de un auto deteniéndose en la entrada y el polvo de la tierra alzándose le impidió ver quién había llegado. Carlisle se tapó los ojos y movió un poco la mano para alejarlo antes de dejar caer la taza que apenas había cogido en sus manos.
Está se estrelló en el piso haciendo un ruido que alertó a todos quienes estaban preocupados por verlo melancólico.
Los chicos se precipitaron a la puerta al oír la taza estrellándose en el piso. Carlisle se limpio los ojos antes de oír a Esme, su Esme gritar en sollozos audibles algo que él no entendió.
—Edward no está en esa tumba Carlisle.
Sus oídos pitaron, él escuchó en algún punto a sus hijos hablando, vio a Esme correr y aferrarse al fantasma que él estaba viendo.
Estaba soñando.
Él había enterrado a su hijo.
—Edward no está en esa tumba Carlisle.
Isabella miró la escena y a Carlisle al fondo. Ella sabía que cuando Edward había aparecido en su oficina, posiblemente ella se había visto así. Perdida, pensando que estaba viendo un fantasma a los ojos.
En silencio y dejando a Esme abrazar a su sangre se acercó a Carlisle quien estaba perdido en su esposa abrazando con desespero sin poder creer que estaba sosteniendo a su hijo.
—Ambos atravesamos el infierno en formas distintas¿No lo crees?
Carlisle reaccionó y la miró a ella del mismo modo en el que estaba viendo a su hijo. Cómo se mira a un fantasma a los ojos.
—No voy a disculparme por lo que he hecho. No me arrepiento porque eso trajo a Edward de vuelta.
—Isabella no…
—Tu hijo no es un fantasma Carlisle. Él no está muerto.
Y maldita sea si no se sintió viva al decirlo. Carlisle tomó una respiración y dió varios pasos antes de que sus pies fallaran, Edward lo alcanzó y lo tomó en sus brazos en un abrazo fuerte mientras su padre lloraba desconsoladamente tocándolo con dicha.
La mirada de amor que Edward le dirigió a Bella la hizo sonreír y sentirse en paz.
Ella les había devuelto al hijo pródigo. Esta vez para siempre. Pero él también era suyo. Aunque le fuera imposible, ella solo estaba aprendiendo a compartir.
Es difícil saber que cuando un hijo muere, no puedes revivirlo o devolverselo a sus padres, Isabella no se rindió con Edward jamás y cuando lo hizo el universo le devolvió lo que les quedaba, amor.
Se que me tarde en subir estos dos últimos Outakes pero chicas son demasiadas cosas las que me han pasado como para explicarlas. Nos leemos en el Outake final
Ann.