- CAPÍTULO 1 -
Privet Drive nº 4
El sol se había ocultado unos minutos antes detrás de los edificios bajos e idénticos, después de colgar durante un buen rato como una bola roja, deslumbrante, sobre Privet Drive. El aire cálido del anochecer brillaba fantasmagórico bajo los últimos rayos del sol, rojos como la sangre, que inundaban la calle desierta antes de dar paso a la oscuridad de la noche. El tinte sanguinolento de la luz que precedía al anochecer se mezclaba en un collage sin sentido con las luces provenientes de las ventanas de las casas, dorada e inmóvil en alguos puntos, cambiante y multicolor donde las ventanas dejaban salir el reflejo de la luz parpadeante de un televisor, formando figuras y dibujos imposibles de distinguir sobre el asfalto. Apenas se oía ningún sonido, aparte del ruido lejano de los televisores, una radio que emitía un programa musical a dos o tres casas de distancia, el rugido de algún coche que pasaba esporádicamente y los gritos de una madre llamando a sus hijos a cenar. En la ventana del primer piso del número cuatro un joven observaba la calle.
Era difícil adivinar lo que pensaba sólo por su mirada. Los verdes ojos, tras las gafas redondas, miraban por la ventana con una expresión dura y fría, sin molestarse en apartar el mechón de cabellos negros que caía sobre uno de sus ojos, ocultando en parte la cicatriz en forma de rayo que brillaba tenuemente en su frente. La mirada de aquellos ojos desmentía su edad: era la mirada de quien ha vivido demasiado en muy poco tiempo. El único que podía saber lo que Harry Potter pensaba mientras veía cómo caía la oscuridad sobre la calle era Harry Potter.
Sin embargo, un minuto después de uno de sus fríos ojos cayó una lágrima, que rodó, húmeda y ardiente, hasta su barbilla. Harry levantó una mano y se apartó el pelo de la frente, y su mirada se endureció aún más al rozar con la muñeca la gota que había recorrido su mejilla derecha, surcando la tenue marca rojiza, como la señal dejada por un latigazo, que cruzaba su rostro. La marca de su última lucha a muerte.
Se apartó de la ventana y recorrió con la mirada la que hasta entonces había sido su habitación. Recordaba perfectamente el día que había trasladado sus escasas pertenencias hasta allí. Durante diez años había dormido en una alacena bajo la escalera de la casa de sus tíos, y éstos le habían permitido mudarse al segundo dormitorio de su primo, Dudley, a cambio de no leer la única carta que le habían enviado en su vida. De poco les había servido... Pocos días después, cuando cumplió once años, había leído aquella carta de todas formas, gracias a la amenazante figura del semigigante que había hecho de cartero. Lo que había leído, y lo que Hagrid le había contado, había cambiado su vida para siempre.
Y lo que comenzó en aquella pequeña isla azotada por la tormenta la noche que Harry descubrió que era un mago le había llevado hasta ese momento, en el que permanecía en el que había sido su dormitorio durante seis años, esperando a que llegase la medianoche, esperando para salir por aquella puerta y no volver a entrar.
Contrariamente a lo que solía suceder cuando estaba en casa de los Dursley, su habitación estaba bastante ordenada: el baúl preparado y cerrado, encima de él la jaula con la lechuza blanca como la nieve encerrada, la escoba de carreras apoyada junto a ella. No había rastro de prendas de vestir, de libros, de plumas, de rollos de pergamino diseminados por la habitación, e incluso la cama estaba hecha, con las sábanas dobladas formando un pulcro montón. No pensaba darle a tía Petunia un motivo más para despreciarle: la habitación se la dieron llena de objetos rotos y descartados de Dudley, y él a cambio la iba a abandonar como si nadie hubiera dormido allí varios años.
Durante el último mes, paradójicamente, habían sido tres los habitantes de aquel dormitorio, para enojo de tío Vernon y de tía Petunia y terror absoluto de Dudley: Ron Weasley y Hermione Granger, sus dos mejores amigos, habían decidido no despegarse de él ni siquiera en verano y se habían autoinvitado a pasar los últimos días de minoría de edad de Harry con él, en casa de sus tíos. Había sido un momento realmente gracioso cuando tío Vernon y tía Petunia, que no habían ido a buscarle a la estación al volver del colegio porque no sabían que iba a volver ese día, habían abierto la puerta del número cuarto al llamar Harry al timbre.
La primera y desagradable impresión al ver a Harry en el jardín dos semanas antes de lo previsto no fue nada comparada con la impresión que se llevaron al comprobar que le acompañaban dos compañeros suyos de colegio. Tío Vernon y tía Petunia siempre habían negado que Harry estudiase en el colegio Hogwarts de Magia y Hechicería, y no les hacía gracia que los vecinos comprobasen que Ron y Hermione no eran, precisamente, los alumnos que uno podría esperar encontrarse en el Centro San Bruto para Delincuentes Incurables. Y menos gracia aún les había hecho comprobar, de forma muy elocuente, que Ron y Hermione se negaban a marcharse de aquella casa hasta que Harry cumpliera diecisiete años. El temor a que montasen un escándalo cuando les expulsaran de su vestíbulo quedó completamente olvidado cuando aquellos dos jóvenes magos les explicaron, sin levantar la voz pero varita en mano, que ellos dos ya eran mayores de edad, que ellos dos sí podían utilizar la magia fuera de Hogwarts y que no dudarían en utilizarla si los Dursley se empeñaban en no invitarles amablemente a pasar una temporada con ellos.
Ron había pasado el mes entero con Harry, evitando a los Dursley todo lo que podía. Hermione, por el contrario, se había empeñado en ayudar a tía Petunia a sobrellevar mejor la estancia prolongada de dos jóvenes con buenos estómagos. Los gritos de Petunia Dursley cuando sus platos empezaron a fregarse solos pasarían a formar parte de las leyendas urbanas de Little Whinging. Aunque más divertida aún había sido la cara de Dudley al descubrir, cuando volvió del colegio, que su casa había sido ocupada por un grupo de magos que no tenían ningún problema en acabar el trabajo de Hagrid y convertirlo en un cerdo completo si se pasaba de la raya. Ron había asumido como una tarea suya personal hacerle la vida más difícil a Dudley Dursley, y había conseguido que sus hermanos Fred y George le pagasen un sueldo a cambio de probar todos los nuevos artículos de broma que iban desarrollando. Aquello hizo que la salud de Fred y George mejorase notablemente (al no tener que probar ellos mismos todos los productos), que la salud económica de Ron también mejorase considerablemente (regateando, les había sacado a Fred y a George dos galeones por artículo probado), que la salud de Dursley se resintiera perceptiblemente (los productos de Fred y George no eran precisamente saludables, al menos en esa etapa de la investigación), y que Harry aprendiera a reír a carcajadas otra vez.
Sin embargo, Ron había tenido que marcharse dos días antes a La Madriguera a petición de su hermana Ginny, que aseguraba que su madre se estaba volviendo loca y la estaba volviendo loca a ella también. Al parecer, la señora Weasley no llevaba nada bien tener que preparar una boda, y los últimos días antes del enlace de Bill, su hijo mayor, y Fleur, una bruja francesa de belleza increíble y acento catastrófico, estaban siendo una locura. De modo que Ron, después de asegurarle a Harry que cuando pasase la boda le daría igual lo que Ginny dijera y volvería con él, había partido de Privet Drive en el Autobús Noctámbulo, para alivio de Dudley.
Hermione, por su parte, había recibido una carta de sus padres la noche anterior y también había tenido que marcharse. Los padres de Hermione eran muggles, como los Dursley, y le habían pedido a su hija que fuese con ellos al entierro de su abuela. Hermione le prometió a Harry que se reuniría con él dos días después y se Desapareció en dirección a Londres.
De modo que Harry se había quedado solo en Privet Drive el último día antes de marcharse para siempre de aquella casa donde tan malos momentos había pasado. Al día siguiente, a las doce de la noche en realidad, cumpliría diecisiete años, la mayoría de edad en el mundo mágico, y desaparecería la única razón por la que había tenido que pasar su infancia con sus tíos: la protección mágica que cubría la casa y que protegía a Harry de su mayor enemigo, Lord Voldemort. La protección mágica que había puesto sobre aquella casa Albus Dumbledore.
Al pensar en el antiguo director del colegio Harry todavía sentía un retortijón de dolor en el estómago. Dumbledore, el mago más grande y poderoso que había conocido, más grande incluso que Voldemort, había muerto hacía poco más de un mes. Había muerto delante de Harry.
Harry se había preguntado en un primer momento si el hechizo de protección que Dumbledore había puesto, con la renuente colaboración de tía Petunia, sobre Privet Drive desaparecería al morir él, del mismo modo que había desaparecido la maldición inmovilizadora que le había impedido ayudarle, o morir con él. Sin embargo, durante aquel mes nada le había hecho pensar que ya no estuviera a salvo en aquella casa. Y suponía que, en caso de estar desprotegido, Voldemort no habría desaprovechado la oportunidad de matarlo...
A partir de las doce, sin embargo, Harry tendría que andar con cuidado. Por eso no pensaba esperar más tiempo para marcharse de allí; no sólo porque no soportaba vivir con los Dursley, sino también porque suponía que, en caso de que Voldemort le atacase, allí no tendría ninguna posibilidad de salir con vida. Y, pese a lo odiosos que fueran sus únicos parientes, no deseaba que Voldemort les matase a ellos también para llegar hasta Harry. Ya había muerto demasiada gente por interponerse entre Harry y Voldemort, o incluso por estar en el lugar equivocado en el momento equivocado, como para que Harry desease que hubiera más muertes por su culpa.
Después de la muerte de Dumbledore, Harry se había jurado a sí mismo que nunca volvería a permitir que otra persona librase sus batallas. Él era quien tenía que matar a Voldemort, y ya no había nadie entre Voldemort y él; nadie volvería a proteger a Harry, nadie moriría por impedir que Voldemort acabase con él. El siguiente en morir a causa de esta lucha personal entre Voldemort y él sería uno de los dos.
A menos, por supuesto, que por el camino se encontrase con Severus Snape... el que había sido su profesor de Pociones durante cinco años y de Defensa Contra las Artes Oscuras el último curso... el que había sido compañero de colegio de James, su padre, y Sirius, su padrino... el que había propiciado la muerte de James y Lily Potter al contarle a Lord Voldemort la profecía que señalaba a Harry como el único capaz de matar a Voldemort... el miembro de la Orden del Fénix, antiguo mortífago, en quien Dumbledore había confiado hasta su último minuto de vida. El que había levantado la varita y había asesinado a Dumbledore a sangre fría.
Ni siquiera en sus sueños había conseguido que aquella escena saliera de su mente. El horror, la impresión, la furia y el odio más amargo todavía inundaban el estómago de Harry cuando se recordaba a sí mismo, inmóvil, invisible, incapaz de hacer nada más que observar cómo el rostro de Snape se contorsionaba de odio y desprecio al mirar a Dumbledore, caído en el suelo, débil, desarmado, indefenso...
Severus...
Otra lágrima resbaló por su mejilla y cayó al suelo, del mismo modo que el cuerpo de Dumbledore había caído desde lo alto de la Torre de Astronomía cuando le golpeó la Maldición Asesina de Snape. Dumbledore había suplicado.
Severus... por favor...
Y Snape, en quien confiaba tanto como para enfrentarse a todo el resto del mundo mágico, le había matado.
Harry no pensaba ir en busca de Snape, porque sabía que lo que tenía que hacer era perseguir y matar a Voldemort. Pero cuando todo aquello acabase... o si se lo encontraba por el camino...
Un camino que, ahora lo sabía, no iba a seguir por donde todos esperaban. Su idea había sido terminar los estudios en Hogwarts (sólo le quedaba un curso) y después, si todo salía bien y conseguía las calificaciones necesarias (y también, por qué no decirlo, si el Ministro de Magia olvidaba que estaba muy enfadado con él por negarse a ayudarle), estudiar los tres años necesarios para convertirse en auror, en cazador de magos tenebrosos a cuenta del Ministerio de Magia. Y, de hecho, hacía días que le había llegado la carta en la que le informaban de que, pese a lo ocurrido hacía unas semanas, el camino que había elegido seguía abierto para él:
COLEGIO HOGWARTS DE MAGIA Y HECHICERÍA
Estimado señor Potter:
Como ya debe saber, debido a los eventos ocurridos en el Colegio durante las últimas semanas del pasado curso la Dirección del Centro se planteó en un primer momento clausurar la Escuela hasta que se pudiera garantizar plenamente la seguridad de los alumnos y del profesorado.
Sin embargo, el Consejo Escolar de Hogwarts, a quien corresponde en última instancia tomar una decisión de ese calibre, ha decidido mantener abierto el Colegio, a pesar de la mancha en su historial que supusieron los eventos a los que anteriormente hacía referencia. El Ministerio de Magia se ha comprometido a incrementar la seguridad del Centro, y las normas de funcionamiento del mismo han sido revisadas y endurecidas para asegurar que todos los alumnos y profesores puedan contar con una seguridad superior, si eso es posible, a la que puedan tener en sus propios hogares.
El Consejo y la Dirección comprenden que algunos de los alumnos puedan elegir no acudir al nuevo curso escolar en esta situación; en esos casos, garantizamos que dichos alumnos seguirán disponiendo de una plaza en Hogwarts, de la que podrán tomar posesión en siguientes cursos para retomar sus estudios.
En caso de querer acudir a Hogwarts este año, le recordamos que el inicio del curso escolar está previsto para el próximo 1 de septiembre. El Expreso de Hogwarts saldrá de la estación de King´s Cross a las once en punto de la mañana, andén nueve y tres cuartos.
Atentamente,
Minerva McGonagall
Directora
No tenía intención de hacerlo. Ya tendría tiempo de estudiar cuando matase a Voldemort, o, en caso contrario, no importaría que no tuviera terminados los estudios, porque estaría muerto... Pero no iba a esconderse en Hogwarts. Ya se habían acabado esos tiempos en los que era un niño al que había que mantener con vida y a salvo encerrado en el castillo. Harry iba a terminar la tarea que Dumbledore le había encargado, y para ello no necesitaba estar en Hogwarts supervisado y vigilado por la profesora McGonagall, sino justo lo contrario. El trabajo al que se enfrentaba ya era de por sí suficientemente complicado como para tener que darle explicaciones a la directora del colegio.
Y, de cualquier forma, llamar "eventos" al asesinato del director a manos de uno de los profesores...
El medallón, la copa, la serpiente, algo de Ravenclaw o de Gryffindor... Harry seguía repitiendo y repitiendo aquellas palabras, como si en ellas residiera también el secreto de su escondite y sólo con decirlas, en algún momento, se le revelaría dónde tenía que buscar esos objetos.
Esa era la tarea que tenía que llevar a cabo antes de enfrentarse con Voldemort... porque en esos cuatro objetos, y en otros dos que ya habían sido destruidos (el anillo, el diario), residía hecha pedazos el alma de Voldemort. Por eso no se le podía matar: porque su alma no estaba entera dentro de su cuerpo. Y ese era el secreto que Dumbledore le había confesado antes de morir: el secreto de cómo matar a Voldemort.
Aún quedaba mucho por hacer, sin embargo. Tenía que encontrar esos cuatro objetos, el medallón, la copa, la serpiente, algo de Ravenclaw o de Gryffindor, y después sortear las protecciones mágicas que Voldemort hubiera puesto sobre ellos y destruirlos. Sabía que la serpiente estaba con Voldemort, de modo que ese objeto en particular tendría que dejarlo para el final, a menos que tuviera mucha suerte. Pero el resto...
Se sacó del bolsillo un medallón de oro, liso, pequeño, parecido a un relicario. Dumbledore había muerto a causa de los peligros que habían tenido que superar para conseguir aquel colgante. Si no hubiera bebido aquella poción horrible, en la cueva donde Voldemort había escondido su Horcrux, Draco Malfoy no habría tenido ninguna posibilidad de desarmarlo. Y todo había sido para nada: aquel medallón no tenía parte del alma de Voldemort en su interior, no tenía nada.
Nada, excepto el pequeño trocito de pergamino que demostraba que la muerte de Dumbledore había sido inútil:
Al Señor Tenebroso:
Sé que estaré muerto mucho antes de que leas esto, pero quiero que sepas que fui yo quien descubrió tu secreto. He robado el Horcrux auténtico e intentaré destruirlo tan pronto como pueda.
Me enfrento a la muerte con la esperanza de que cuando te encuentres con la horma de tu zapato serás mortal de nuevo.
R.A.B.
Después de todo lo que había ocurrido aquella noche, Harry no había pensado mucho en aquello. Pero ahora que el dolor no se había mitigado pero sí podía pensar con más claridad, Harry sabía que aquel pergamino tenía mucha importancia. Porque debía encontrar el verdadero Horcrux, y no tenía más pista que esa notita que nunca llegaría a su destinatario, que Lord Voldemort nunca leería.
Y bueno... la nota estaba bastante clara, no había mucho que adivinar. Evidentemente, R.A.B. conocía a Lord Voldemort, sabía su secreto, sabía que tenía el alma dividida, y también debía saber lo de la profecía... Porque, si no, ¿por qué decía lo que decía en el último párrafo? Harry sabía, y por una vez Hermione estaba de acuerdo, que al hablar de "la horma de tu zapato" se estaba refiriendo a él.
Sabía lo de los Horcruxes, sabía lo de la profecía, conocía a Voldemort... ¿Quién sería R.A.B.? Tendría que adivinarlo para encontrar el medallón de Slytherin, y entonces sólo le quedaría descubrir el escondite de otros dos...
La tarea era enorme, inmensa, desmesurada, pero Harry no tenía más remedio que llevarla a cabo, no sólo porque la profecía le señalase a él como el único que podía hacerla, sino también porque no había nada que desease más que matar a Lord Voldemort.
Las farolas de la calle ya hacía rato que se habían encendido, y Harry dejó de pasearse por la habitación y consultó su reloj. En menos de una hora tendría diecisiete años, en menos de una hora sería mayor de edad, en menos de una hora se iría para siempre de aquella casa, en menos de una hora comenzaría la cacería que acabaría con su muerte o con la muerte de Voldemort.
Acarició el medallón y volvió a guardárselo en el bolsillo. Ron y Hermione le habían prometido iniciar con él aquel camino oscuro y tortuoso al que se enfrentaba, pero sabía que, al final, los últimos pasos los tendría que dar a solas. Pese a que sabía que Lord Voldemort, aún con sólo una séptima parte de su alma en el cuerpo, era mucho más poderoso que él, no estaba especialmente asustado ante la idea de enfrentarse cara a cara con su peor enemigo: para bien o para mal, todo aquello tenía que acabar. Porque, si bien Voldemort había elegido disgregar su propia alma, Harry no había tenido elección: todo lo que había sucedido, todo lo que había comenzado aquella noche, en Cabeza de Puerco, cuando Sybill Trelawney profetizó su nacimiento frente a Albus Dumbledore y Severus Snape lo escuchó, todo había sucedido al margen de la voluntad de Harry. Y sabía que hasta que no terminase el trabajo no podría tener una vida.
Esa era la única elección que había hecho al respecto... Acabar, acabar con todo, dejar de esconderse y enfrentarse a Voldemort. Porque Voldemort no iba a dejar de perseguirlo, no iba a dejar de intentar matarlo, no le iba a dejar vivir en paz. Aquella aventura ya le había costado las vidas de sus padres, de su padrino, del director de su colegio, incluso la vida de Cedric, que no había tenido nada que ver con él. Y también, en parte, le había costado su propia vida, porque no sólo no había tenido una infancia normal por culpa de Voldemort, sino que, una vez llegado a la edad adulta, tampoco se atrevía a tener una vida normal. Había tenido que dejar a Ginny, Ginny, en quien ni siquiera se atrevía a pensar, por miedo a que Voldemort leyera su mente... Y todo porque Voldemort intentaba llegar hasta él a través de los que más quería.
Bien, en ese caso los Dursley no deben correr mucho peligro, pensó, burlón, al oír un ronquido especialmente fuerte proveniente de la habitación de su primo, Dudley. Y, hablando de los Dursley... ya iba siendo hora de salir de allí.
Miró de nuevo su reloj. Las doce menos dos minutos. Iba a tener que contar los segundos... Sonrió, recordando la última vez que había contado los segundos que faltaban para su cumpleaños. En ese momento no esperaba que, al dar las doce, un gigante llamase a la puerta y cambiase su vida para siempre... Lo único que pensaba era que quizá podría despertar a Dudley para molestarlo. Y, bien pensado, no era tan mala idea... Su sonrisa se hizo más amplia al imaginar la cara de su primo si le despertaba para despedirse de él.
Treinta segundos... ¿Y si les dejaba una nota, mandándoles al cuerno? Bah, pero eso sería un gasto innecesario de pluma y pergamino... Los Dursley ya sabían que Harry les mandaba al cuerno sin necesidad de perder el tiempo escribiéndoselo. Diez segundos... En cuanto dieran las doce iba a salir de allí disparado, y al cuerno con ellos.
Las doce.
Harry respiró profundamente, y se detuvo frente a su baúl. Sacó la varita. Sonrió de nuevo. Una pena que no hubiera podido hacer magia en esa casa hasta este momento... La vida podría haber sido muy interesante en Privet Drive con una varita en la mano.
- Locomotor Baúl.
El baúl se elevó en el aire, con la jaula de Hedwig encima, y flotó, esperando las órdenes de Harry. Ni se molestó en echar una última mirada a su habitación: Harry cogió la Saeta de Fuego, que no le cabía en el baúl, y, con un movimiento de varita, ordenó al baúl que saliera por la puerta.
El rellano de la escalera, y toda la casa, en realidad, estaba a oscuras. Harry pensó: "Lumos", y su varita se encendió al instante. Volvió a sonreír. Ahora que podía utilizar la magia fuera de Hogwarts, la vida podría ser mucho más fácil... si no fuera porque tendría que utilizarla para cosas mucho más peligrosas y siniestras que transportar su equipaje o iluminar la escalera.
Bajó las escaleras detrás del baúl, cuidando de mantenerlo en posición horizontal para que la jaula de Hedwig no resbalase. La lechuza era muy digna, y no le gustaba que la maltratasen. Si su jaula caía por las escaleras el escándalo que armaría sería capaz de despertar no sólo a los Dursley sino a todo Little Whinging.
Llegó al piso de abajo y recorrió el vestíbulo de puntillas, dirigiendo el baúl en dirección a la puerta bajo la luz tililante de la varita. No sabía exactamente a dónde iría, aunque la idea de dejarse caer por La Madriguera no le disgustaba en absoluto. Pero no se preocupó por eso en este momento. Iba a salir de allí, y el resto no importaba. Cuando estuviera en la calle ya pensaría...
- ¿Harry?
Su corazón dio un brinco que estuvo a punto de hacerle perder la concentración y tirar el baúl y la jaula de la lechuza. Sorprendido, miró a su alrededor. La luz de la cocina se encendió: allí, recortada sobre la blancura inmaculada del alicatado de las paredes y de la enorme nevera, estaba tía Petunia.
- ¿Puedes venir un momento, por favor?
Aturdido, Harry no se movió. Tía Petunia debería estar en la cama desde hacía horas... Nunca se quedaba levantada hasta tan tarde. ¿Qué demonios hacía allí, completamente vestida, a estas horas? Harry la observó, con la varita apuntando todavía hacia el baúl para que no dejase de levitar. Tía Petunia tenía el mismo aspecto que siempre, alta, rubia, delgada, con el cuello excesivamente largo y los pequeños ojillos relucientes, observadores, en busca de los detalles más nimios. Nada en su apariencia podía explicar que sus hábitos horarios hubieran cambiado tan de repente.
- Ven... Quiero hablar contigo, por favor - dijo tía Petunia.
¿Por favor? Harry no recordaba ni un sólo momento, en los últimos dieciséis años (el tiempo que llevaba viviendo con los Dursley), en el que uno sólo de ellos le hubiera pedido algo "por favor". Más aturdido todavía, Harry entró en la cocina, con cuidado de que el baúl lo siguiera sin rozar las paredes ni el techo. A la luz de la lámpara fluorescente, Harry vio que tía Petunia tenía una expresión extraña, inquieta, casi avergonzada. Asombrado, se quedó allí, de pie, inmóvil, esperando...
Tía Petunia dirigió una mirada nerviosa en dirección al baúl, que flotaba en el aire tranquilamente. Encogiéndose de hombros, Harry hizo un giro de muñeca y lo posó en el suelo.
- Gracias - dijo tía Petunia, lo cual dejó a Harry aún más atónito.
Se quedaron allí un buen rato, mirándose el uno al otro, sin decir ni una palabra. Harry se inquietó: ya habían pasado las doce, y allí ya no estaba seguro... No quería retrasarse, de modo que abrió la boca para preguntarle a tía Petunia qué quería. Pero ella se le adelantó.
- Te... te vas, ¿verdad?
Señaló el baúl y la jaula de Hedwig. Harry desvió la mirada hacia su equipaje, y después volvió a mirar a tía Petunia. Se encogió de hombros.
- Sabía que te irías ahora, que no esperarías a mañana - dijo tía Petunia, y esbozó una débil sonrisa -. Desde que... desde que ese hombre nos dijo que, cuando cumplieras diecisiete años...
Harry volvió a encogerse de hombros.
- No sabía que supieras cuándo es mi cumpleaños - dijo.
Tía Petunia se ruborizó, dio media vuelta y se sentó en una silla junto a la mesa. Miró a Harry directamente a los ojos.
- Claro que sé cuándo es tu cumpleaños - dijo -. Eres mi sobrino.
Harry esbozó una sonrisa irónica.
- No sabía que supieras que soy tu sobrino.
Levantó de nuevo la varita y apuntó hacia su baúl, pero tía Petunia le detuvo con un ademán.
- No... espera, por favor. No te vayas.
Harry se giró hacia ella, con la misma mirada dura que tenía un rato antes, mientras miraba por la ventana.
- No pretenderás que me quede aquí a vivir... - soltó una carcajada amarga, sin pizca de humor -. Ni de broma. Ya he tenido bastante.
- No... - tía Petunia parecía más avergonzada que nunca, y en sus ojos brillaba algo que Harry tomó por un sentimiento de inseguridad -. No, yo sólo...
- Mira - la interrumpió Harry -, aquí ya no estoy seguro. Lord Voldemort puede aparecer en cualquier momento para matarme, y no creo que quieras tener mi cadáver en tu cocina después de...
- ¿Lord...? -. Tía Petunia se había quedado completamente blanca.
- Sí, ya sabes - dijo Harry -. Ese que mató a mis padres. También quiere matarme a mí. Bueno, de hecho en realidad sólo quería matarme a mí, pero... - hizo un ademán indiferente -, no creo que te interese la historia.
- Harry... - tía Petunia lo miró, asustada, pálida, pero directamente a los ojos -. Harry, sé que no... que no has sido muy feliz aquí, con nosotros...
- Menuda novedad - se mofó Harry, impaciente por marcharse lo antes posible.
- Pero... escucha - continuó tía Petunia -. ¿No podrías... no podrías olvidarte de esa gente, de ese colegio, y quedarte? Quiero decir... - vaciló -. Si... si te quitas de en medio, a lo mejor Lord... Lord Voldemort... se olvida de ti, y no te mata... Podrías esconderte aquí un tiempo...
Harry la estudió un momento, y después, siguiendo un impulso, se acercó a la mesa y se sentó en otra silla.
- ¿Qué sabes tú de Lord Voldemort? - preguntó.
Tía Petunia evitó su mirada.
- Yo... Bueno - dijo, insegura -, sé que es un m.. mago, y que no es bueno...
- Vaya eufemismo - dijo Harry, sonriendo socarronamente. Decir que Lord Voldemort no era bueno era casi una broma.
- Mató a tus padres - continuó tía Petunia -, y ha matado a mucha gente, ¿no? Y... bueno, y según la... la carta de aquel hombre - el estómago de Harry se contrajo de dolor -, es posible que también quiera matarte a ti... Por eso tuvimos que quedarnos contigo.
- No es que sea posible que quiera matarme a mí - dijo Harry -. Es que tiene que matarme.
Tía Petunia se quedó tan blanca que, a su lado, la nevera casi parecía de color crema.
- ¿Tiene que...?
- Escucha - dijo Harry. Le parecía increíble ir a decir lo que estaba a punto de decir, pero en ese momento le parecía lo más apropiado -. Lord Voldemort mató a mis padres, pero en realidad lo que quería era matarme a mí. Y sigue queriendo matarme porque soy lo único, lo único - repitió -, que se interpone entre él y el poder absoluto. Te aseguro que no va a olvidarse de mí, aunque me esconda.
- ¿Lo único...?
- Sí - asintió Harry -. Yo soy el único que puede matarle. Y por eso quiere matarme a mí antes de que lo consiga.
Tía Petunia abrió mucho los ojos, asustada. En aquel momento se parecía de forma asombrosa a Luna Lovegood.
- Pero, entonces... entonces... - tragó saliva.
- Sí - dijo Harry -. Voldemort no descansará hasta que acabe conmigo. Y yo no descansaré hasta que lo haya matado.
Tía Petunia guardó silencio. Harry podía oír los engranajes de su cerebro funcionando a toda velocidad, tratando de descubrir una forma de retirar la invitación a que se quedara a vivir allí. Sonrió.
- Tía - dijo -. No me voy para esconderme de él... me voy para buscar la forma de matarlo.
Tía Petunia se quedó en silencio unos minutos. Después suspiró, y esbozó una sonrisa débil y triste.
- Tu madre habría hecho lo mismo - dijo. Harry abrió mucho los ojos, asombrado; tía Petunia jamás hablaba de la madre de Harry -. Sí... A ella también le gustaba enfrentarse de cara a los problemas. En... en el colegio, antes de que recibiera la carta de... la carta de tu colegio, siempre era así... No permitía que nadie hiciera algo injusto, o... - se encogió de hombros -. Siempre me defendía. Y yo...
Y, para asombro de Harry, una lágrima resbaló por la mejilla de tía Petunia.
- Cuando ellos murieron, tu padre y ella... Yo... Bueno - hizo una mueca -, no sabía que su mundo estuviera en guerra, pero sí sabía que tenían problemas. Había... había oído hablar a Lily y a ese... a tu padre...
- James - dijo Harry, enojado -. Se llamaba James.
- Sí... - tía Petunia sonrió, triste -. James. Bueno, yo no sabía exactamente lo que ocurría, pero sé que tu... James le comentó a Lily algo... Acerca de ese Lord Voldemort. Por lo que oí, ellos dos eran de los que luchaban contra él... Y pensé que sería mejor alejarme de ellos todo lo posible, si es que estaban metidos en algo peligroso -. Se encogió de hombros -. Cuando tú apareciste en la puerta, yo... Bueno, no puedo decir que no me lo esperase, porque sabía que Lily estaba metida en algo peligroso, pero... La carta...
- ¿Qué decía la carta? - preguntó Harry. Hacía tiempo que sentía curiosidad por lo que Dumbledore les hubiera dicho a los Dursley la noche en que lo adoptaron.
- Bueno... Decía que Lily y su marido...
- James - insistió Harry.
- ...que Lily y James habían muerto a manos de Lord Voldemort, un m-mago tenebroso, y que tú habías conseguido derrotarlo - hizo otra mueca -, no se sabía cómo... Sin embargo, también decía que era posible que ese m-mago volviera, y que tú necesitabas protección... También explicaba no sé qué de la sangre de mi hermana...
- Un hechizo - dijo Harry -. Para que yo estuviera protegido aquí. Pero no fue con la sangre de mi madre...
- ...fue con la mía - terminó tía Petunia.
Harry se la quedó mirando, atonito. Tía Petunia sonrió.
- Oh, sí - dijo -. Aquello no se lo conté a Vernon... Cuando leímos la carta, decidimos quedarnos contigo, pero destruir esa carta para que tú no acabases siendo igual que mi hermana. A mí nunca me gustó la magia...
- No lo jures - masculló Harry.
- ...y la destruímos, claro, pero Vernon se fue a trabajar... Y entonces apareció aquel hombre.
- ¿Dumbledore? - preguntó Harry, incrédulo.
- Sí... ese que vino el verano pasado a recogerte. El que te protege tanto...
- Ya no - dijo Harry, y sintió que una mano le retorcía el intestino -. Está muerto.
- ¿Muerto? - susurró tía Petunia, pálida.
- Sí - contestó Harry -. Murió el mes pasado. Lo mató... lo mataron los mortífagos.
- Mortí...
- Los seguidores de Lord Voldemort - explicó Harry.
- Sí, lo sé - dijo tía Petunia, para asombro de Harry -. Vaya... Bueno, el caso es que vino y me explicó otra vez todo lo de la carta, y me preguntó si yo quería que tú te quedases aquí con nosotros. Yo... - esbozó una sonrisa avergonzada -, yo no quería, Harry, esa es la verdad... Pero ese hombre me dijo que si no te quedabas aquí era muy posible que murieses, y entonces... - se encogió de hombros -, bueno, le dije que sí. Yo no soportaba a mi hermana, pero no quería que muriese. Y tampoco quería que murieses tú, claro... Así que él me pidió que aceptase hacer el... el hechizo ese, porque dijo algo así como que con mi sangre...
- Sí, la sangre de mi madre - dijo Harry -. Ella había derramado su sangre por mí, y tú eras su única familia...
- Eso - asintió tía Petunia -. Dijo que había una forma de convertir mi sangre en... no sé, una especie de escudo, o algo... Y me pidió que se la diese.
Harry la miró, con los ojos muy abiertos. ¿Que tía Petunia le diese su sangre a Dumbledore? Aquello no tenía ningún sentido...
- Me hizo un corte - continuó tía Petunia en un susurro, aferrándose la muñeca derecha -, y luego me lo curó con la...
- Con la varita - la ayudó Harry.
- Sí... Y luego hizo algo muy raro, no sé, un hechizo o algo... Y hubo una luz... y después se marchó.
Harry no dijo nada. No era capaz de imaginarse a tía Petunia permitiendo que Dumbledore le hiciera un tajo en la muñeca para protegerlo a él. Y tampoco se imaginaba a Dumbledore, el mismo Dumbledore que había dicho que dar un tributo de sangre a una piedra era tosco, pidiéndole exactamente lo mismo a Petunia. Se sintió extraño. En todo aquello había algo que le molestaba, algo que su cerebro le decía que no estaba bien, que, cuando tuviese tiempo para recapacitar, no le gustaría demasiado.
- Yo... - siguió tía Petunia -, la verdad es que me dio miedo. No sé por qué lo hice, y decidí no contárselo a Vernon, por si se disgustaba porque yo hubiera aceptado participar en... en algo así...
- Sólo era un hechizo - dijo Harry, irritado -. Y se trataba de protegerme a mí, no creo que fuera para tanto...
Tía Petunia se encogió de hombros. - Pero ya no funciona, ¿verdad?... El... el hechizo...
- No - contestó Harry -. Lo cual me recuerda que sería mejor que me fuera de aquí lo antes posible.
Tía Petunia lo observó mientras se levantaba, con el rostro pálido y asustado.
- ¿A dónde vas a ir? - preguntó en un susurro.
- No lo sé - respondió Harry, encogiéndose de hombros -. A lo mejor me voy a casa de mi amigo Ron unos días, y después iré a casa de mis padres.
- ¿Vas a...? - tía Petunia tragó saliva -. Vas a perseguirle, ¿verdad?
Harry se detuvo a medio camino de la puerta, y dio media vuelta lentamente, para clavar los ojos en los de tía Petunia. Ella se encogió ante su mirada.
- Sí - dijo Harry con fiereza -. Voy a perseguirle. Y lo voy a matar.
Tía Petunia bajó la mirada.
- ¿Es por eso que has dicho de que eres el único...?
- No - la interrumpió Harry bruscamente -. Lo voy a matar porque quiero matarlo. Él mató a mis padres, mató a mi padrino, y ha matado a Dumbledore. Y yo, con profecía o sin ella, voy a matarlo.
- ¿Profecía...?
- Sí - dijo Harry, levantando la varita y agitándola en dirección a su baúl para que volviera a elevarse en el aire -. Hay una profecía que dice que soy el único que puede matarlo. Pero aunque no la hubiera, te juro que me lo voy a cargar.
Tía Petunia levantó la vista. Harry sintió que el corazón le daba un brinco de sorpresa al ver que tenía el rostro surcado de lágrimas.
- Ten cuidado - susurró tía Petunia, mirándolo a los ojos -. Ten cuidado, ¿de acuerdo? No... no dejes que te mate a ti también.
Harry sostuvo su mirada unos instantes, y después, lentamente, asintió.
- Y... y, cuando lo mates, vuelve y cuéntamelo.
Harry sonrió. Dio media vuelta y condujo su baúl hasta la puerta principal, que se abrió sin un crujido a una orden mental suya. Salió a la calle y respiró el suave y cálido aire nocturno. Dejó caer el baúl en el jardín de entrada, y se adelantó unos pasos para comprobar que no hubiera muggles mirando.
No había muggles. Pero sí había un hombre lobo.