HORIZONTES DE LUZ

Por Evi

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EPÍLOGO

LOS ECOS DEL TIEMPO

o O o

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Residencia Hayes

Viernes 17 de abril 2015

Woodland

"Los continuos esfuerzos de guerra a los que los oficiales, la tripulación y los pilotos de combate del SDF-1 éramos sometidos día a día comenzaba a cobrar su cuota y cada vez se hacía más obvio el hecho de que para nosotros no habría posibilidades de salir vivos de aquella contienda. Era imperativo lograr la paz con los invasores aunque eso jamás sucedería mientras las mutuas agresiones continuaran.

Aquella noche del 20 de enero del 2010 el capitán Gloval me dio la autorización de regresar a la Tierra llevando conmigo la información que habíamos logrado reunir, con el objetivo de tratar de convencer al alto mando de que había que intentar un alto al fuego con los Zentraedis. Mis órdenes fueron partir a discreción tan pronto como estuviera lista."

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La almirante Lisa Hayes, comandante general de la División Espacial de las Fuerzas de Defensa de las Naciones Unidas, la UN SPACY, hizo un alto en el documento que estaba escribiendo. Hasta hacía unos cuantos segundos había estado atenta y completamente dedicada a su redacción, pero un sonido proveniente del exterior de su estudio la hizo salir de su ensimismamiento.

Se talló los ojos y como por reflejo su mirada se desvió al reloj de pie que estaba frente a su escritorio, cerca de la puerta de aquel hermoso estudio que también funcionaba como biblioteca. Casi de manera simultánea el reloj dio unas campanadas indicando que eran las 1700 horas en punto. Lisa levantó las cejas en un gesto de incredulidad al darse cuenta que había estado trabajando durante varias horas… desde que había terminado de almorzar, para ser más precisa. Y el tiempo se había ido sin ser sentido.

Pero los sonidos provenientes del exterior volvieron a capturar su atención. Se puso de pie, no sin antes grabar el documento en el que había estado trabajando en su laptop, y con pasos lentos se dirigió a la ventana del estudio, cubierta por un leve cortinaje blanco hecho de una fina tela semitransparente que dejaba entrar a raudales la luz de aquella tarde de primavera en el estudio de la Residencia Hayes.

Aún antes de asomarse por la ventana, ya una leve sonrisa de pura felicidad había aparecido en los labios de la almirante Hayes y sus ojos, tocados por la luz de la tarde, brillaron magníficamente. Afuera, en el jardín de la casa, podía escuchar voces, risas y el ladrido insistente de un perro.

Lisa hizo a un lado la cortina y su sonrisa se hizo más radiante cuando vio que, cerca del estanque que estaba frente a la casa, un hermoso perro labrador corría y ladraba alegremente alrededor de las personas que se acercaban, conversando y riendo con una alegría tan genuina que contagió el corazón de la almirante de la UN SPACY.

La teniente comandante Kelly Hickson, jefa de la Secretaría Particular del Almirantazgo, vestida cómodamente en sandalias, pescadores y una camiseta sin mangas, caminaba hacia la casa llevando en sus manos una canasta llena de manzanas rojas, recién cortadas del huerto cercano.

Y a su lado el General de Grupo Rick Hunter, comandante general de la Fuerza Aérea Espacial (UNSAF), dependiente de la UN SPACY, vestido con jeans y una sencilla camiseta azul, caminaba cargando en brazos a una pequeña bebita de apenas ocho meses de edad. Una hermosa bebita de brillantes ojos azules y cabellos color miel que parecían aún más claros bajo el sol primaveral.

Cuando el grupo estuvo a un tiro de piedra de la casa, una mujer de unos cincuenta años de edad apareció por un sendero lateral que llevaba directamente a la cocina por la parte trasera de la casona. Intercambió algunas palabras con los recién llegados y todos siguieron caminando, desapareciendo del campo visual de la almirante.

Lisa siguió con la mirada a Enkei, el único que había permanecido en el jardín y que, sin dejar de ladrar ni de brincar alegremente, corría de regreso al lago, persiguiendo alguna mariposa, la almirante pensó.

Lisa se rió suavemente y se alejó de la ventana, dándose tiempo para admirar el trabajo que los restauradores habían llevado a cabo en aquel estudio que algún día había pertenecido a su padre. Enseguida volvió a su escritorio en donde tomó asiento frente a su laptop y comenzó a leer los últimos párrafos que había escrito, tratando de retomar el hilo de sus ideas.

No habían pasado más de diez minutos desde que ella había vuelto a su trabajo cuando la puerta de doble hoja del estudio se abrió sin ningún preámbulo, sobresaltando ligeramente a la joven almirante. Sin embargo su breve sobresalto pronto se convirtió en una sonrisa espontánea y radiante al ver quienes eran los que la habían importunado de aquella manera.

- ¡Amor! – El general Hunter la saludo apenas puso un pie en el estudio. - ¡Ya regresamos!

Sin embargo, antes de que Lisa hubiera podido siquiera formular una respuesta coherente, el grito agudo, penetrante y absolutamente feliz de la pequeñita que Rick traía en brazos hizo que Lisa cerrara un ojo y se encogiera de hombros, mientras se ponía de pie y recibía en sus brazos a la bebé que había literalmente saltado de los brazos de su padre a los de su madre.

Lisa no pudo evitar el reír alegremente cuando sintió los bracitos de la pequeña cerrarse firmemente alrededor de su cuello; pero lo que realmente la desarmó por completo fue el sentir el beso tibio, húmedo y juguetón que la bebita le plantó en la mejilla. Un beso de bebé que fue casi inmediatamente seguido por otro igual de tibio, húmedo y juguetón que le fue plantado por su esposo en la otra mejilla. Esos eran momentos en los que Lisa Hayes se sentía la mujer más amada y más afortunada del mundo.

Lo primero que hizo, después de recibir aquellas muestras de afecto tan espontáneas de parte de las dos personas que eran su mundo entero, fue acomodar a su hija en sus brazos, mientras le acariciaba el cabello suave y sedoso y le besaba la mejilla. Después miró a Rick con una mirada llena de adoración y amor absoluto y le sonrió de una manera tal que hizo que el corazón del piloto se derritiera ahí mismo. Él se inclinó sobre ella y la besó suavemente en los labios, provocando la risa pura y cristalina de su pequeñita que parecía encontrar muy divertido el hecho de que sus padres se besaran de aquella manera.

- ¿Cómo les fue? – Lisa preguntó, mientras trataba de controlar a una muy inquieta pequeña que trataba de alcanzar los lápices que ella tenía sobre su escritorio.

- ¡Oh, muy bien! Recogimos bastantes manzanas… ahora mismo Kelly está en la cocina con la señora Cawley; van a preparar un pay que supongo podremos comer en la cena… o después de la cena, con una buena taza de café y frente a la chimenea… ¿Qué te parece?

- ¡Suena bastante tentador, general Hunter! – Lisa le devolvió una sonrisa radiante. - ¿Y cómo se portó esta pequeñita?

- Ayudó a su tía Kelly a poner algunas manzanas en la canasta. – Rick se rió. – Montó a Pulgas alrededor del huerto… ¡Ah! Y después nos detuvimos por el camino porque quería ver a donde iba una filita de hormigas que llevaban sus provisiones al hormiguero.

- ¿Ah, si? – Lisa se rió suavemente, mientras contemplaba la carita de su pequeña, quien ahora se entretenía mordisqueando un lápiz sin punta que la almirante le había dado.

- Y te trajimos algo… - Anunció Rick con una mirada traviesa y alegre. - ¡Ven acá, chiquita… vamos a darle a mami lo que le trajimos!

Rick tomó a su hija en brazos y la pequeña aplaudió emocionada cuando su padre le entregó un pequeño ramo de flores silvestres que hasta entonces había permanecido fuera de la mirada de la almirante. Lisa sonrió radiantemente y se llevó las manos al pecho.

La bebita miró el ramito que traía en las manos y su primer impulso fue llevárselo a la boca… impulso que por supuesto quedó en simple tentativa gracias a la reacción rápida y precisa de sus padres.

- ¡No, amorcito! – Rick la detuvo.

- ¡Eso no se come, corazoncito! – Lisa le explicó a su muy atenta chiquita. – Son bonitas, pero saben feo… ¡Ewww!

La almirante hizo un gesto de repulsión que hizo que la pequeña abriera mucho los ojos y que provocó una risita divertida en el piloto. La bebita miró las flores y luego sus ojitos azules se clavaron en los de su padre, como esperando instrucciones de qué era exactamente lo que él esperaba que ella hiciera con aquellas flores.

- Dáselas a mami… - Rick le explicó. – Son flores para mamá…

- ¡Ba-ba…! – La pequeña balbuceó, arrancando una risa suave a sus padres.

- ¿Cómo es que yo soy ba-ba? – Lisa se quejó. - ¿Qué tan difícil puede ser decir mamá?

- ¡Está haciendo su mejor esfuerzo, almirante! – Rick salió en defensa de su hija. - ¡No se le puede exigir demasiado a alguien que solamente lleva ocho meses y dos días en el servicio activo! Además no olvides que yo soy da-da.

- Pero da-da no es lo mismo que ba-ba. – Lisa intentó volver a quejarse, pero terminó por reírse.

- Sí… - Rick aceptó con una risita. - ¿Cómo es posible que la única persona a quien le haya dado un nombre más o menos decente sea a su tía Key?

- Bueno… - Lisa se encogió de hombros. – Tampoco Kelly puede cantar victoria… todavía no sabemos si con Key se refiere a Kelly o a Enkei.

- Cierto… - Rick siguió riéndose.

La pequeña, quien hasta ese momento había estado observando en silencio a sus padres, decidió que era momento de hacer valer su opinión al respecto. Los dos miraron a la bebita cuando ella se estiró en los brazos del piloto y le entregó el ramito de flores a una almirante Hayes que simplemente no podía contener la alegría en el pecho ante aquella escena tan tierna protagonizada por su piloto y su pequeñita.

- ¡Ba-ba! – La bebita le extendió las flores a su madre.

- ¡Gracias, Erin! – Lisa tomó el ramo que ella le entregaba y la recompensó con un beso en la frente. - ¡Son hermosas¿Tu papi y tú las recogieron para mí? – Lisa le hizo cosquillas en la barbilla.

- Da-da… - La pequeña miró al piloto y le sonrió.

- Así es, princesita. – Fue el turno de Rick de besarla en la frente. – Flores para mami…

- ¡Gracias Rick! Son hermosas…

La pequeñita soltó un grito de pura alegría y sacudió sus brazos al aire, pero enseguida volvió a alargarse, tratando de tomar algo, cualquier cosa que estuviera a su alcance, de encima del escritorio de su madre.

El piloto decidió que era mejor evitar accidentes y fue a colocar a la pequeña, que ya se estaba poniendo algo inquieta, sobre la alfombra de la sala de estar que había al otro extremo del estudio. Mientras tanto, Lisa fue a poner las flores en un florero que posteriormente colocó sobre su escritorio, al lado de media docena de portarretratos, todos los cuales tenían fotografías de ella con Rick, de su bebita o de los tres juntos.

Enseguida la almirante de la UN SPACY fue a sentarse en uno de los sofás de la sala, justo al lado de donde el general Hunter estaba sentado en la alfombra, cuidando vigilantemente los movimientos de su hija, quien estaba muy ocupada gateando debajo de la mesita de café.

- ¿Cómo vas con el trabajo, amor? – Rick le preguntó a Lisa con genuino interés. – Te extrañamos allá en el huerto¿sabes?

- Va saliendo. – Lisa sonrió y no pudo evitar el impulso de extender su mano para acariciar el cabello revuelto de su esposo. – No he dejado el escritorio desde la hora del almuerzo.

- ¡Aw, Lisa! – Rick la miró. - ¿Por qué no te tomas la tarde libre? Has estado trabajando demasiado… me siento un tanto culpable al estar allá afuera descansando mientras tú estás aquí… trabajando.

- Amor, sabes que no venimos aquí de vacaciones precisamente… si me tomé este par de semanas libres es porque tengo que terminar de escribir el libro de memorias de la Guerra Espacial… y aún no voy ni a la mitad.

- ¡Vamos! El libro no saldrá sino hasta enero y apenas es abril.

- Pero se tiene que enviar con el editor y solo Dios sabe que tantas cosas más… y el Consejo de Naciones Unidas va a editar esa compilación de memorias para el cuarto aniversario del final de la guerra el próximo año… además de tener listo lo que a mi corresponde tengo que revisar la compilación de las cartas y diarios de mi padre, Rick… es bastante trabajo.

- Sí, lo sé… - Rick suspiró pesadamente. – Es solo que…

El piloto se detuvo en seco cuando sintió una corriente eléctrica que le recorría el cuerpo entero, de la cabeza a los pies y lo hacía temblar levemente… las reacciones típicas provocadas por los besos que Lisa Hayes le estaba prodigando en el cuello y la mejilla.

- Pero creo que tienes razón. – Lisa susurró en su oído, abrazándolo por detrás. – A decir verdad estoy algo cansada y creo que no me haría daño tomarme la tarde libre¿sabes?

El general Hunter se dio media vuelta para mirar a su esposa de frente, incapaz de ocultar la sonrisa de pura alegría que había aparecido en sus labios en ese momento. Se puso de rodillas frente a Lisa y su mano traviesa subió hasta posarse en la nuca de su esposa, atrayéndola hacia él para besarla profunda y ansiosamente en los labios. Ella no opuso resistencia… a decir verdad ya andaba necesitando un poco de tiempo libre para compartirlo con su familia.

Sin embargo aquel beso tuvo que terminar pronto cuando los gritos alegres de la pequeña Erin Liseth Hunter-Hayes los hicieron separarse y mirar al lugar en donde la chiquita, sentada sobre la alfombra, había encontrado un juguete que había dejado olvidado ahí en alguna otra ocasión… un muñeco de peluche que asemejaba mucho a un papagayo multicolor, aunque nadie podría estar seguro de aquello.

Aparentemente la mejor manera que la bebita tenía de demostrar su alegría al haber encontrado a su amigo perdido era la de golpearlo insistentemente contra la alfombra, mientras se reía con tanto regocijo que aquello terminó por contagiar a sus padres.

- ¿Por qué le gustará tanto hacer tanto ruido? – Rick se preguntó, sentándose al lado de su esposa en el sofá para pasarle el brazo alrededor de los hombros y abrazarla contra su cuerpo. – La señora Cawley puso algunos trastos viejos, sartenes, olas, tazas de plástico y unas cucharas en un gabinete que está cerca del piso… y Erin se divierte de lo lindo con esas cosas viejas… debiste haberla visto hace rato… hizo todo un concierto de rock con esos utensilios.

- Es la edad, amor. – Lisa se rió, acurrucándose contra el costado de su piloto. – Tanya nos dijo claramente que a los ocho meses Erin iba a convertirse en una exploradora… que todo la iba a fascinar, que todo le parecería interesante… y que entre más ruido hiciera, más se divertiría.

- Sí… - Rick sonrió y posó suavemente sus labios en la frente de Lisa. - ¡Ocho meses ya! Dios santo… parece que fue ayer cuando supimos que seríamos padres y ahora…

- Lo sé… - Lisa miró a su hija, quien en esos momentos estaba muy ocupada tratando de ponerse de pie, mientras se sostenía de la mesita de café. - ¡El tiempo vuela! Sobre todo con todo lo que hemos tenido que hacer…

- Así es… me alegra que ya hayan quedado resueltos todos los asuntos relativos a la reestructuración de las Fuerzas Armadas. Fue mucho trabajo… sin embargo los resultados han sido productivos.

- Bueno, hubo que hacer muchos ajustes a la reestructuración como estaba originalmente planeada… cuando el Gobierno de la Tierra Unida se convirtió en las Naciones Unidas tuvimos que hacer muchos arreglos en nuestra propia organización. Pero me da gusto pensar que las personas se han comprometido, han firmado acuerdos, han tomado las riendas del rumbo y destino de sus propias naciones, sin esperar a que un gobierno único y central lo hiciera todo por ellos.

- Estoy de acuerdo. – Rick respondió, acariciando distraídamente la espalda de Lisa con su mano. – Y lo mejor es que, desde hace un año que la UN SPACY quedó ya completamente estructurada y se le otorgó su autonomía, hemos podido enfocarnos a nuestro trabajo sin tener que preocuparnos por situaciones que no nos correspondían. ¡Gracias a Dios por la Armada, el Ejército y la Fuerza Aérea!

Lisa asintió con la cabeza, pero no respondió. Sus ojos estaban clavados en la pequeña Erin que por fin había logrado ponerse de pie y caminaba torpemente alrededor de la mesita de café, sosteniéndose firmemente de ella. Era una pequeña fuerte, determinada y sumamente inteligente y Lisa sonrió al pensar que por desgracia la terquedad era una cualidad que su pobre hija parecía haber heredado de sus padres. Cuando se proponía algo, jamás se detenía hasta que lo lograba.

- ¿En qué piensas, amor? – La voz de Rick sonó adormilada.

- En nada… - Lisa sonrió y miró a su esposo. – Bueno… en esto… en nosotros… en lo que tenemos, Rick… en lo afortunada que soy al tenerlos a ustedes; en lo feliz que me siento… y en cuanto los amo.

- El sentimiento es mutuo, almirante. – Rick le respondió con una sonrisa en los labios y una mirada llena de amor.

Los dos se acercaron para compartir un beso fugaz y travieso. En esos momentos la pequeña le había dado toda la vuelta a la mesa e inesperadamente se había soltado de su firme soporte en la mesita de madera, arrojándose hacia la rodilla de su padre, que estaba separada de ella por varios pasos, para encontrar apoyo ahí. El piloto reaccionó rápidamente y la detuvo a medio camino, mientras la levantaba en brazos.

- ¡Whoa¡Cuidado ahí, amorcito! Todavía no estás entrenada para pasar de Gateo Básico a Caminata sin Apoyo. Iremos paso a paso¿De acuerdo?

La niña pareció encontrar aquello sumamente divertido, pues comenzó a reír histéricamente mientras sacudía sus brazos y piernas y hacía toda clase de ruidos y expresiones de júbilo.

- ¡Ven acá, preciosa! – Lisa tomó a su hija en brazos y la sentó en su regazo. – Papá tiene razón, todavía estás muy chiquita para caminar… necesitas crecer un poco más¿de acuerdo?

La pequeña balbuceaba y miraba a su madre a los ojos con una mirada arrobada llena de cariño y de una confianza absoluta que hacían que el corazón de Lisa latiera más rápido en su pecho. Aquellos ojitos azules que la miraban con tanto amor eran una copia exacta de otros ojos azules que ella adoraba… los ojos de su piloto.

Por su parte, el general Hunter no podía apartar los ojos de su esposa ni de su pequeña. Al verlas así, compartiendo ese momento tan íntimo entre madre e hija, Rick no podía dejar de pensar en todas esas veces que había visto a Lisa interactuar con Dana Sterling… todas esas veces en las que él había visto tan solo leves destellos de la maravillosa madre que Lisa Hayes sería algún día. Pero aquello parecía palidecer ante lo que tenía ante sí. La maternidad le había sentado bien a Lisa. Rick pensó que jamás se había visto tan hermosa como en esos momentos.

Pero además había algo especial, un aura, un brillo, algo que parecía rodear a Lisa y que era casi mágico. El piloto sonrió y sacudió la cabeza, pensando que probablemente fuera esa felicidad que él compartía con ella. Después de dos años y medio de matrimonio, Rick Hunter se sentía tan enamorado de Lisa Hayes como nunca en su vida.

Rick tomó a su pequeña del regazo de Lisa. Se puso de pie, con su hija en brazos y le extendió su mano a Lisa. Ella tomó la mano que él le ofrecía y el piloto le sonrió una de esas sonrisas radiantes que jamás fallaban en dejarla sin aliento y provocar que su corazón se acelerara en su pecho.

- ¡Vamos, Lisa! Has estado aquí encerrada todo el día… ¿Por qué no vamos a dar un paseo por el bosque? Necesitas algo de aire puro, amor… y Erin necesita gastar toda su energía si queremos que nos permita tener una noche tranquila.

- ¡Me parece una idea excelente! – Lisa se puso de pie pero antes de salir, recogió el muñeco de peluche de Erin y se lo entregó a la pequeña. – En realidad necesito despejarme un poco… una caminata por el bosque no me caería nada mal.

- ¡La tarde es preciosa! – Rick le informó. – Además, cualquier oportunidad de pasar unos momentos con mi familia es una que yo no pienso desaprovechar… ¡Ven, vamos!

Lisa pasó sus brazos alrededor de la cintura de su piloto, abrazándose a él cariñosamente. Él correspondió, abrazándola alrededor de los hombros. Eran momentos como aquel, en los que Rick Hunter tenía en brazos a las dos mujeres de su vida, los que realmente le daban sentido a su existencia… momentos en los que él sabía, más allá de cualquier duda, que todas las luchas, todos los combates y todas las batallas que él había tenido que enfrentar en su corta pero intensa vida, habían valido la pena… por momentos como aquel, todo había valido la pena.

La joven pareja, con su pequeña en brazos, salieron del estudio privado de la recién restaurada Residencia Hayes, decididos a pasar un par de horas tranquilos y alejados del mundo, en los bosques de Woodland.

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La primavera del 2015 había resultado gloriosa. El clima era tibio, sin llegar a ser caluroso en exceso y los campos alrededor de la vieja Residencia Hayes jamás habían lucido más hermosos. Al menos Lisa no recordaba que alguna vez en su vida hubiera visto los árboles tan llenos de hojas tiernas o tantas flores en el campo. ¡Aquel era un lugar hermoso!

Mientras ella y Rick caminaban por el campo, llevando a su pequeña de la mano entre ellos para hacerla caminar un poco, Lisa no podía evitar el contemplar la casona en la que había pasado una niñez tan solitaria.

Los buenos recuerdos del tiempo pasado ahí con su madre eran fuertes y permanentes, pero no por ello exorcizaban aquellos otros recuerdos de un tiempo en el que ella tuvo que vivir sola… recuerdos de un padre ausente y una casa demasiado grande, demasiado vacía… demasiado fría y oscura.

Pero ahora las cosas parecían ser muy diferentes. La Residencia Hayes jamás se había visto mejor. Era como si sus mejores tiempos hubieran regresado. La restauración cuidadosa y concienzuda del equipo de restauradores de la Universidad de Macross y los fondos aportados tanto por los Hunter-Hayes como por la Dirección General de Restauración y Conservación Cultural de las Naciones Unidas y el Programa de Apoyo a Proyectos de Restauración habían logrado que aquella casa histórica recuperara su gloria perdida.

A la fecha la restauración estaba completada en un 70 por ciento. Las fachadas, pisos y azoteas habían sido completamente consolidados. Se había rehabilitado la techumbre, se habían implementado todos los servicios necesarios para el funcionamiento de la casa y por dentro la restauración en las áreas principales se había completado hacía apenas unas semanas. Aún hacían falta detalles, pero la casona ya era habitable y estaba siendo amueblada por sus orgullosos propietarios.

Esa era la primera visita que la familia hacía a la propiedad. La almirante Hayes estaba muy satisfecha con el trabajo que los restauradores habían llevado a cabo y feliz de poder estar ahí con su esposo y su hija… y con su siempre fiel asistente y amiga, Kelly Hickson.

Aunque de ninguna manera estaban solos. La propiedad había sido puesta bajo el cuidado del matrimonio formado por James y Marie Cawley, una pareja de edad madura que habían servido en la vieja casona en su juventud, bajo las órdenes del almirante Donald Hayes y su esposa. Cuando Lisa se había ido a la Academia Militar, la casa había sido prácticamente abandonada y pocos sirvientes se habían quedado.

Los Cawley habían seguido al almirante Hayes cuando él había estado asignado a Australia y se habían encargado del mantenimiento de la casa de Donald Hayes en aquella Terra Incógnita. Eran personas de toda la confianza del almirante. Pero cuando él había sido asignado a Alaska, les había pedido que volvieran a la Residencia Hayes en Woodland. Una serie de eventos habían impedido que el matrimonio y su hijo John, que en ese entonces apenas entraba a la adolescencia, volvieran a los terrenos familiares de los Hayes.

Al final aquello había sido una bendición. Cuando la Lluvia de la Muerte de Dolza golpeó la Tierra, los Cawley habían estado a resguardo en un refugio de la ciudad de Sydney, en Australia y eso les había salvado la vida.

Y años después habían regresado a Woodland, solo para encontrarse con que la Residencia de los Hayes estaba siendo restaurada. El encontrarse con la hija de Donald Hayes había sido un motivo de gran alegría para los Cawley, que siempre le guardaron una fidelidad absoluta a la familia Hayes. La decisión de Lisa Hayes había sido inmediata: serían ellos quienes se encargarían del cuidado, mantenimiento, vigilancia y organización doméstica de la Residencia Hayes.

Pero además de los Cawley, en esos momentos en la antigua casona también se encontraba un equipo especial de seguridad, formado por cuatro oficiales bajo el mando del teniente comandante Mike Hawkins, quien había sido directamente seleccionado por el General Hunter para que fuera el encargado de la seguridad de su familia. Aquel grupo contaba con toda la confianza de Rick pues eran militares que él conocía de hacía muchos años y había sido testigo de su carrera militar, de su honradez, honorabilidad y sobre todo, de su devoción al deber y a la institución que representaban. Aquel grupo de guardias personales eran conocidos como los Halcones, quizás a causa del apellido de su jefe o quizás por esa vigilancia tenaz y constante que mantenían sobre la familia Hunter-Hayes cuando tenían que hacerlo.

- ¡Que hermoso! – Lisa no pudo evitar el comentar en voz alta, al mirar el paisaje que se presentaba ante ella desde el lago de la propiedad. - ¡Es una tarde maravillosa!

- ¿Lo ves? – Rick sonrió. - ¡Y tú que te la estabas perdiendo con esa insistencia de quedarte allá adentro en tu estudio!

- Sí, lo sé… - Lisa aceptó. – Me alegra que hayan ido a sacarme de ahí.

La joven almirante hizo un alto y se arrodilló al lado de su pequeña hija, que en ese momento estaba encantada mirando unas hermosas flores y las mariposas y abejas que revoloteaban entre ellas. Mientras Lisa le explicaba con toda la paciencia del mundo y la bebita escuchaba atentamente las explicaciones de su madre, como si realmente pudiera entenderlas, y se entretenía mirando las flores y los insectos, Rick no podía evitar el sonreír al ver aquella tierna escena.

Erin intentó atrapar una abejita y Lisa detuvo su manita, explicándole que esos animalitos eran buenos y bonitos y que además hacían miel… pero que no convenía hacerlos enojar porque la podían picar y eso dolía.

- Más o menos igual que tú, amor. – Rick intervino en aquella conversación.

Aquel comentario le ganó una mirada asesina por parte de su esposa y madre de su hija… mirada que pronto fue sometida por la sonrisa que apareció en los labios de Lisa Hayes mientras sacudía la cabeza y miraba a su esposo con una mirada traviesa.

- ¡Y tú sabes muy bien de esas cosas, Hunter! Sabes que no es bueno hacerme enojar.

- Lo sé… pero también sé que eres buena y bonita… y que das miel.

- ¡Eres incorregible, amor! – Lisa se rió.

Erin decidió que quería caminar un poco alrededor de una enorme roca cubierta de musgo y Lisa, manteniendo las manitas de su hija en las suyas para sostenerla, comenzó a ayudarla en aquella ardua empresa. Rick se recargó en el tronco de un árbol cercano y comenzó a arrojar pedacitos de corteza al agua del lago.

- Hace rato bajé al bunker. – Rick le comentó a Lisa de pasada.

- ¿Sí? – Ella le sonrió desde donde Erin había insistido en llevarla. - ¿Todo en orden en la base?

- Todo en orden. – Rick asintió con la cabeza. – Solamente quería hablar con Max para saber como salieron los chicos en sus pruebas de aptitud… integrar ese escuadrón de fuerzas especiales es una prioridad en estos momentos.

- Lo sé… aunque a decir verdad, todo parece ser una prioridad. – Lisa respondió.

- Cierto… creo que fue una buena idea el convertir el bunker en un centro de operación y comunicaciones. Aunque tengo que admitir que me sorprende que no nos hayan estado llamando cada dos minutos para consultar cualquier cosa.

- Sí, bueno… supongo que tenemos suerte de tener colaboradores tan eficientes y que los hayamos dejado a cargo allá en Ciudad Macross en nuestra ausencia. ¿Te has comunicado con el coronel Sidar?

Rick asintió mientras procedía a rendirle un informe sintético a su almirante sobre la conversación que había mantenido esa mañana con el coronel Joseph Sidar, quien a falta de generales en la recién formada Fuerza Aérea Espacial, fungía como jefe de su Estado Mayor.

- Todo está en orden en la base, Lisa. No hay nada de que preocuparse… Joe me dijo que había tenido una reunión con el comodoro Azueta. Estuvieron evaluando unos reportes de inteligencia que llegaron relativos a—

El joven general no pudo continuar con su reporte, pues una ardilla había súbitamente aparecido en un árbol cercano, provocando una emoción desbocada en su pequeña hija, que se había soltado a lanzar gritos de alegría y a reír como si nada más importara en el mundo. Lisa y Rick miraron hacia donde el animalito trepaba a toda prisa por el tronco del árbol y el piloto se apresuró a tomar a su hija en brazos y acercarla para que pudiera mirar más de cerca de aquella ardillita.

Aquello emocionó a Erin hasta lo indecible… y causó que la ardilla se asustara y escapara a toda velocidad, ocultándose entre las ramas de los árboles y haciendo que una parvada de pájaros emprendiera el vuelo… lo que no hizo nada por aplacar los ánimos tan festivos de la bebita.

- ¡Son pajaritos, amor! – Lisa le explicó a su emocionada hija.

La pequeña extendió sus brazos, como si quisiera atrapar aquellos pájaros al vuelo. Rick aprovechó aquello para levantarla sobre su cabeza y comenzar a girarla, mientras hacía ruidos como de un motor de avión. Aquello provocó que Erin rompiera en un ataque de risa tan intenso y contagioso que Lisa no pudo menos que buscar apoyo en la roca que tenía a sus espaldas, mientras ella misma se soltaba a reír con todas las ganas del mundo.

Cuando Rick finalmente bajó a su hija y la acomodó contra su pecho, los tres estaban sudorosos, sin aliento y tenían las mejillas enrojecidas después de tanta risa y aquel pequeño interludio en medio de lo que bien hubiera podido haberse convertido en todo un briefing militar.

- Creo que esa es la manera que Erin tiene de decirnos que no es momento de hablar de cosas de trabajo, amor. – Lisa comentó.

- ¡Y creo que la pequeña tiene razón! – Rick aceptó, besando a su hija en la mejilla. – Además creo que no tenemos nada de qué preocuparnos… después de todo Max y Miriya están allá… y todo está en orden.

- ¿Ya hicieron las nuevas asignaciones al Skull? – Lisa preguntó sin siquiera percatarse de ello.

Su esposo le lanzó una mirada acusadora, seguida por una sonrisa resignada, mientras sacudía la cabeza y dejaba escapar una risita divertida.

- ¡Lisa Hayes¿Qué voy a hacer contigo?

- Lo siento… lo siento… - Lisa levantó las manos en actitud conciliadora. – No más conversaciones de trabajo, te lo prometo.

- Bien… pero solo para responder a tu pregunta, sí… los nuevos líderes de equipo ya fueron designados: Eddie Juutilainen, Bruce Rudel… ellos son veteranos de la Guerra Espacial, son excelentes pilotos… Dan y Laura Phillips, siguiendo con la tradición iniciada por los Sterling en el Skull… y Jack Stonewell liderando el equipo Bermellón. - Rick sonrió levemente y con cierto orgullo. – Y eso es todo lo que pienso hablar del trabajo por el resto del día.

Lisa sonrió y aunque hubiera querido hacer algunos comentarios al respecto, sobre todo en el sentido de que le parecía extraordinario que el joven teniente Stonewell hubiera sido asignado no solo al Skull, sino además al equipo Bermellón, decidió que era más prudente seguir los consejos de su esposo y olvidarse del trabajo al menos por esa tarde… y en la medida que les fuera posible.

Sin siquiera percatarse de ello, Lisa y Rick habían comenzado a caminar por un sendero. El piloto llevaba a su bebita en brazos y la niña seguía encantada y fascinada con todo lo que veía a su alrededor. Casi por reflejo, Rick había buscando la mano de Lisa, que ahora sostenía en las suya. Sus dedos se entrelazaron y los dos se miraron a los ojos y sonrieron.

El cielo, intensamente azul y libre de nubes, se extendía sobre ellos hasta el horizonte, en donde una serie de montañas enmarcaban el valle en el que se encontraba la Residencia Hayes y el cercano pueblo de Woodland. Los árboles crecían a ambos lados del camino formando bosquecillos en los que podían escucharse los sonidos de los insectos, de las ardillas y conejos y el canto de las aves entre la espesura.

A un lado del sendero, el lago de la propiedad con sus aguas quietas parecía desafiar al cielo con sus tonos de azul. La vieja casona se reflejaba en las aguas tranquilas del lago, formando lo que Lisa pensaba que casi parecía una pintura impresionista.

De pronto el piloto se detuvo de golpe, forzando a Lisa a salir de su fugaz ensimismamiento. Ella lo miró y el le sonrió de una manera que reflejaba a la vez una emoción profunda y una sorpresa innegable. Los ojos de Rick fueron de Lisa a un árbol cercano y de regreso a su esposa. Ella siguió su mirada y no pasó mucho tiempo antes de que una radiante sonrisa poco a poco comenzara a aparecer en sus labios.

Y no era para menos…

De pronto ambos se habían visto mágicamente transportados a una hermosa tarde de verano, hacía tres años… una tarde en la que ellos habían sembrado, en ese mismo lugar, un pequeño arbolito, un cedro como símbolo de la fortaleza de su amor.

Una tarde en la que, mirando a ese arbolito, los dos habían tenido la certeza absoluta de que el futuro comenzaba ahí, en ese lugar, en ese momento… una tarde en la que ambos se habían preguntado como sería regresar a ese mismo lugar, tiempo después, para ver lo mucho que el árbol había crecido… lo mucho que sus vidas habían crecido.

Y ahí estaba la respuesta… tres años después se encontraban frente a un árbol que se erguía orgullosamente a una altura que ya sobrepasaba los tres metros. Aún se veía algo delgado pero sus raíces eran profundas y su follaje era abundante y hermoso. Era el cedro que Lisa y Rick habían plantado en aquella ya tan lejana tarde de junio del 2012, meses después de haberse comprometido… meses antes de haber contraído matrimonio.

- ¡Vaya que ha crecido el arbolito! – Rick sonrió emocionado.

Lisa se acercó al árbol y extendió su mano para tocar una de sus ramas casi reverentemente. La pequeña Erin, aún en brazos de su padre, imitó el movimiento de su mamá y tocó las verdes hojas que se mecían suavemente frente a ella, movidas por la suave y tibia brisa primaveral.

Rick suspiró profundamente, perdiéndose en sus propias meditaciones… hacía algunos años, si alguien le hubiera dicho que él se encontraría algún día frente a una residencia del siglo XIX al lado de un lago, teniendo consigo a Lisa Hayes y a la hija de ambos, él hubiera pensado que aquello era total y absolutamente imposible. Sin embargo aquella tarde de primavera las cosas eran reales para él. Ahí, en su casa y con su familia, él podía considerarse, sin ninguna duda, el hombre más afortunado y más feliz del universo.

La mirada del piloto se paseó entre Lisa –quien había tomado a Erin en sus brazos y estaba hablándole suavemente mientras la animaba a tocar las hojas y el tronco del cedro –, su pequeña hija, - ese pequeño pedacito de vida que había llegado a bendecir la unión y el amor que él compartía con su esposa –, y el árbol frente a ellos que era un símbolo palpable del paso del tiempo y del proceso de maduración constante que ellos tenían en su relación.

La vida, Rick pensó, no podría ser más perfecta. Por un momento deseó con todas sus fuerzas el poder congelar aquel momento y permanecer ahí para siempre, de esa manera. Sin embargo aquel pensamiento pronto fue exorcizado por una sonrisa emocionada que apareció en sus labios… aquel momento era perfecto, eso era cierto.

Pero la certeza más grande que Rick Hunter tenía en su vida era que cualquier momento que él pudiera pasar al lado de Lisa Hayes, de su esposa, sería para él el momento más perfecto del universo.

Lisa se había sentado en el pasto tierno que crecía bajo la incipiente sombra del cedro… de su cedro. La bebita comenzó a gatear y a juguetear con cualquier cosa que encontrara en su camino, mientras su madre la observaba vigilante y protectora.

Rick sonrió de oreja a oreja y se apresuró a sentarse al lado de Lisa. Al sentirlo junto a ella, la joven almirante casi de manera inconsciente se acercó a él, buscando su calor, su proximidad física… buscándolo a él.

El piloto dejó que ella se recargara en su pecho y la rodeó con los brazos, apoyando su barbilla en el hombro de Lisa, maravillándose ante el hecho de que, sin importar el tiempo que pasara, él jamás dejaría de sentirse embelesado por la belleza de aquella mujer, embriagado por su aroma y completamente enternecido por todo lo que Lisa Hayes era y por el amor que le profesaba.

- Lisa… - Rick susurró a su oído.

- ¿Qué pasa, amor? – Ella tomó la mano de Rick y la sostuvo en su regazo.

- ¿Te había dicho lo feliz que soy y lo mucho que te amo?

Una sonrisa tierna apareció en los labios de Lisa. Antes de que ella pudiera siquiera responder a aquella pregunta, los labios del piloto rozaron su mejilla, besándola con ternura y aquello hizo que la sonrisa de ella se hiciera más grande y más hermosa. Se acurrucó aún más contra el cuerpo de su esposo, quien no dejaba de acariciarla con sus labios en cualquier lugar que tuviera a su alcance: su mejilla, su oreja, su mentón, su cuello…

- Mi vida es perfecta, amor. – Rick susurró. – Gracias a ti… gracias a nuestra hija… las amo, Lisa… con todo mi corazón. Cada momento que paso a tu lado… cada segundo que comparto contigo… ¡Lisa Hayes, te amo!

Por un momento la almirante Hayes se dio el lujo de apartar su mirada de su pequeña que, entretenida con algunos trozos de madera que había encontrado por ahí, parecía no darse cuenta de la presencia de sus padres. Los ojos verdes de Lisa se clavaron en los profundamente azules de Rick y el piloto sonrió cuando ella colocó sus manos en sus mejillas, para atraerlo hacia ella y besarlo de lleno en los labios con todo el amor y con toda la adoración que sentía por él.

Rick cerró los ojos y sus brazos de deslizaron alrededor de la cintura de la joven almirante, atrayéndola contra sí y suspirando contra sus labios al tiempo que profundizaba aquel beso.

No fue sino hasta que la vocecita de su hija los trajo de vuelta a la realidad que los dos se separaron renuentemente, dedicándose una sonrisita tierna y un par de besitos suaves antes de mirar hacia donde Erin había gateado hasta ellos y ahora intentaba subirse al regazo de Lisa, mientras en su manita izquierda sostenía una florecita amarilla que le entregaba a su mamá.

- ¡Ba-ba! – La pequeñita repetía insistentemente. - ¡Ba-ba!

- ¡Awww! – Rick se rió. – Creo que aprendió que las flores no son para comer… sino para dárselas a la mujer más bella del mundo.

- ¡Rick! – Lisa se sonrojó, mientras levantaba a su hija en brazos y sintiéndose enternecida más allá de lo posible, tomaba la florecilla que ella le ofrecía. - ¿Es para mi, amorcito¡Es hermosa, chiquita!

La niña aplaudió emocionada y lanzó un agudo grito de alegría que no se comparó con la risa alegre y contagiosa que le siguió cuando vio que su padre tomaba la florecita de manos de su mamá y se la colocaba en el cabello, detrás de la oreja. Lisa le agradeció a Rick aquel gesto con un besito suave en la mejilla que Erin imitó de inmediato, lanzándole los bracitos al cuello a su padre y dándole un beso de bebé que era sospechosamente similar a un mordisco.

- Creo que ya tiene hambre… - Lisa anunció, mirando su reloj. – Tenía que comer su papilla desde hace más de media hora… y ya debe estar cansada.

- No te preocupes, amor. – Rick besó en la mejilla a Lisa, le acarició la cabecita rubia a su hija y se puso de pie. – Durmió su siesta después del almuerzo; luego Kelly le dio algo de jugo. Además está tan feliz que seguro que ni siquiera ha sentido el hambre.

- No importa. – Lisa le pasó la bebita a Rick y luego tomó la mano que él le ofrecía para ponerse de pie. – Tiene que comer a sus horas, Rick… creo que será mejor que volvamos a casa.

- ¡A sus órdenes, mi almirante! – Rick hizo un exagerado saludo militar. – Espero que Kelly y la señora Cawley tengan listo el pay de manzana cuando regresemos.

Erin miró a su papá e intentó alcanzar la mano que él se había llevado a la frente, inspeccionándola cuidadosamente cuando finalmente la atrapó y terminando por llevársela a la boca.

- ¡No, amorcito! – Lisa se lo impidió. – No puedes andar por ahí mordisqueando y babeando a tu pobre padre.

- Cierto. – Rick aceptó y le guiñó el ojo a su esposa. – Ese es trabajo de tu madre.

- ¡Hey! – Lisa protestó, pero no pudo evitar reír. - ¡Rick Hunter, eres incorregible!

- Y tú, Lisa Hayes… ¡Eres hermosa!

Los dos rompieron a reír y su bebita, aún sin tener idea del por qué, también comenzó a reír emocionada, aplaudiendo y lanzando esos gritos jubilosos de bebé que hacían que sus padres rieran aún con más fuerza. Finalmente el piloto acomodó a su hija contra su costado y le pasó el brazo a Lisa por los hombros para abrazarla contra sí. Besó a las dos mujeres de su vida en la frente y enseguida comenzaron a caminar.

- ¡Es hora de volver a casa! – El piloto anunció.

Lisa sonrió, mientras pensaba que aquella casona familiar que se levantaba imponente frente a ellos podría ser su casa… pero el hogar no era algo físico. El hogar era el espacio que compartía con Rick y con su hija, incluso debajo de un árbol del bosque.

Sin embargo, mientras caminaban por el sendero que rodeaba el lago, de regreso a la Residencia Hayes, Lisa no pudo evitar el pensar que, contra todos los pronósticos y contra todas las expectativas que ella tenía de su vida hasta antes de conocer a Rick Hunter, la vieja residencia familiar seguiría llenándose de recuerdos… y que el orgulloso linaje de los Hayes no había terminado con ella, sino que ahora vivía en esa inquieta y hermosa bebita de brillantes ojos azules y cabello tan claro como la miel de primavera.

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A pesar de la magnificencia de la Residencia Hayes, existían en ella rincones en donde el ambiente de hogar se respiraba y la decoración se hacía más semejante a la de una cabaña en el bosque que a la de una antigua casona familiar. Y uno de esos rincones era sin duda la cocina.

El comedor principal era un espacio grande y ostentoso que, si bien ya había sido totalmente restaurado, aún no estaba amueblado y por consiguiente no era funcional. Aquello parecía no molestar particularmente al matrimonio Hunter-Hayes. Después de todo no estaba en sus planes próximos el organizar ninguna cena formal con una veintena de invitados en aquel lugar.

Pero la cocina, en cambio, había recuperado su aspecto de antaño, aquel que Lisa recordaba de su niñez. Era un lugar tibio, acogedor e íntimo. Además de los implementos básicos de la cocina, había una enorme mesa de madera rústica, un mueble pesado y de aspecto campirano, rodeado por bancas de madera que podían acomodar cómodamente a media docena de comensales a cada lado de la mesa.

Y era ahí en donde la familia en pleno se encontraba reunida en esos momentos. Era una escena que parecía sacada de alguna tarjeta postal de época. Cerca del horno de pan un hermoso perro Golden Retriever se adormecía, después de un día de correrías y travesuras por el campo. Poco más allá, al lado de la estufa, la señora Cawley estaba ocupada dándole los últimos toques a la cena.

Su esposo se entretenía cerca de la puerta de la cocina, la que conducía directamente a un huerto de cítricos que tenían a un costado de la casona, conversando animadamente con Rick, contándole antiguas historias de guerra que había escuchado de su padre, veterano de la Segunda Guerra Mundial.

Y a un lado de la mesa, Lisa y Kelly se encontraban muy ocupadas dándole de cenar a Erin que a esas alturas del día ya estaba algo cansada y ya no tenía ánimos de gritar ni de reír. Simplemente aceptaba sin protestar las cucharadas de papilla que su mamá le daba.

Era una papilla que su tía Kelly le había preparado con una manzana recién cortada del huerto, cocida con agua y miel. A la pequeña parecía gustarle bastante aquel alimento, pues lo tomaba de buena gana. Además, Lisa pensaba, después de pasar el día entero jugando en el campo, entendía que su pequeña estuviera hambrienta y agotada.

Mientras Lisa le daba de comer a su hija, acercándole su cucharita con papilla con cuidado para que Erin la tomara y vigilando que la comiera sin problemas, escuchaba a Kelly quien, eficiente como siempre, le informaba sobre los reportes que había recibido esa tarde del cuartel general. Después de todo, Lisa se permitió recordarse, no estaban ahí precisamente de vacaciones.

- ¿Entonces que le digo al comodoro Azueta mañana que hable con él, Lisa… respecto a la situación que reportó sobre el Satélite Fábrica?

Kelly se refería al Jefe del Estado Mayor de la almirante Hayes, un hombre serio y responsable que había asumido con gran devoción y entrega el puesto que ella le había ofrecido. Era un hombre que había servido bajo las órdenes de Donald Hayes y sentía una admiración especial por la hija del almirante. El comodoro Azueta se había ganado la confianza de los Hunter-Hayes en los meses que había servido al frente del Estado Mayor de la almirante Lisa Hayes.

- Dile que envíe a un equipo técnico a que haga las evaluaciones pertinentes. Necesito que se me presente un reporte completo la próxima semana. Ya con los datos precisos en la mano tomaremos un curso de acción.

- Entendido. – Kelly escribía las órdenes de la almirante en su omnipresente agenda electrónica. - ¿Alguien en particular que deba estar al frente de ese equipo técnico?

- Dile a Azueta que asigne al capitán Millard Johnson como comandante de esa comisión técnica. Él está al tanto de los avances del proyecto MR-01, ya antes ha fungido como enlace entre la UN SPACY y OTEC Co. así que él conoce de estos protocolos. Y que el capitán se reporte directamente a mí en cuanto regrese.

- ¡Así será! – Kelly puso punto final a lo que estaba escribiendo y miró a Lisa, sonriéndole amistosamente. – Creo que eso es todo, almirante.

- ¡Gracias a Dios! – Rick se acercó al grupo y se ocupó de limpiarle la carita a su hija, quien en esos momentos terminaba su papilla. - ¡Pobre chiquita! No solamente la mitad de tu comida está en tu ropa, sino además tienes que enterarte de esos chismes militares desde tu más tierna infancia… ¿Qué va a ser de ti, amorcito?

El piloto levantó a su hija en brazos y la besó en la punta de la nariz. La pequeña hizo algunos soniditos de bebé y se acomodó en el hombro de su papá, acurrucándose contra él y llevándose la manita a la boca. La bebita apenas podía mantener los ojos abiertos y la manera en que su padre le comenzó a acariciar su espaldita no ayudaba en mantenerla despierta.

- ¿Todo en orden en el Satélite Fábrica? – Rick quiso saber.

- Algunos problemas técnicos. – Lisa le informó. – Nada de que preocuparse, amor.

- Me alegro. – El piloto sonrió. – Y me alegro aún más de que no tengas que ir tú misma para allá a resolverlos.

- ¡Gracias a Dios por la delegación de funciones! – Kelly le sonrió a su primo.

- Rick, no… - Lisa se acercó a su esposo y le acarició la cabecita a Erin. – No dejes que se duerma, amor… tengo que bañarla primero.

- ¡Aw, pobrecita! – Rick hizo un puchero. – Ya hay que dejarla dormir… está cansada.

- ¡Nada de eso! No voy a dejar que el papá consentidor me convenza de no bañar a esta cosita preciosa… - Lisa tomó a su hija en brazos. - ¡Y vaya que necesitas un buen baño, cielito!

- Pero la cena está lista, señora. – Marie Cawley le informó y para reafirmar sus palabras colocó unas viandas sobre la mesa. – Se les va a enfriar.

- ¡No se preocupen! – Kelly entró a la conversación. – Voy a traer el corralito de bebé de Erin con algunos juguetes para que se entretenga mientras cenamos… y ya después te ayudo a bañarla, si quieres…

Sin siquiera esperar a que su idea fuera aprobada, Kelly salió corriendo de la cocina seguida de cerca por Enkei. Lisa y Rick se sonrieron; la bebita se había acomodado contra el pecho de su madre y sus ojos se habían entrecerrado. El piloto se acercó para besar a Lisa en los labios pero su beso tuvo que terminar pronto cuando la señora Cawley volvió a llamarlos a la mesa… mientras casi simultáneamente Kelly volvía a la cocina arrastrando el corralito lleno de juguetes.

- ¡Ve a avisarles a los muchachos que la cena está lista, James! – Marie le pidió a su esposo, refiriéndose por supuesto a los oficiales en el grupo de seguridad que acompañaban a la almirante y su familia. – Diles que no se demoren… el pan está recién hecho y no quiero que se enfríe.

El viejo James Cawley salió de la cocina, al tiempo que Kelly tomaba en sus brazos a Erin. La pequeña abrió mucho los ojos y una sonrisa espontánea apareció en sus labios. Fuera de sus padres, la tía Key era una de las personas consentidas de la pequeña. La bebita le echó los brazos al cuello a su tía mientras canturreaba su nombre una y otra vez: "¡Key… Key!"

Lisa y Rick se rieron y fueron a tomar su lugar en la mesa, sin dejar de mirar a Kelly que, con todo el cariño y la paciencia del mundo, colocaba a la pequeña en su corralito y le mostraba algunos juguetes… y a decir por el entusiasmo que Erin mostró de que su tía jugara con ella, era obvio que pasaría un buen rato antes de que Kelly se sentara a la mesa a cenar. No que a ella pareciera importarle.

Un par de minutos más tarde, tres de los cinco miembros del grupo de seguridad entraron a la cocina: el comandante Mike Hawkins acompañado de los tenientes Selden y Salinger. Los dos restantes, Altieri y Bloodworth, estaban de guardia en esos momentos. Era tal el grado de confianza y familiaridad que Lisa y Rick tenían con los miembros de su staff que realmente disfrutaban el poder pasar algunos momentos de camaradería con ellos.

La cena que la señora Cawley había preparado resultó ser tan apetitosa y absolutamente deliciosa como cada una de las comidas que les había cocinado durante la semana que habían pasado en la Residencia Hayes. La conversación transcurrió en un ambiente amigable y familiar y podría haberse alargado durante toda la noche… a no ser porque la pequeña Erin ya se había puesto algo molesta y era hora de llevarla a descansar.

Lisa se puso de pie tan pronto acabó de cenar y Rick hizo el intento de hacer lo mismo, pero ella lo detuvo colocándole una mano en el hombro a su esposo y sonriéndole con amor. El piloto le regresó la sonrisa y puso su mano sobre la de ella.

- Quédate aquí conversando con los chicos un rato más, amor. – Lisa le dijo. – Kelly me va a ayudar a bañar a Erin, no te preocupes.

- ¿Estás segura?

- ¡Absolutamente! – Lisa lo besó en la frente. – Tenemos todo cubierto…

Kelly ya se había apresurado a levantar a la bebita de su corralito de bebé. La pequeña se aferró a la ropa de su tía y sacudió furiosamente la cabeza. Lo único que ella deseaba era poder dormir un poco… cosa que no iba a suceder, pues su mamá no la dejaría irse a la cama sin darle un baño tibio primero.

Kelly se acercó a Rick para que él pudiera despedirse de su hija, lo que él piloto hizo con un beso y una caricia cariñosa en su pequeña cabecita rubia y suave. El general Hunter no perdió de vista a aquellas tres mujeres que eran su familia, mientras ellas salían de la cocina y desaparecían rumbo a la planta alta de la casona.

Sonrió con alegría y cariño innegable y después, con un suspiro de satisfacción, volvió a integrarse a la conversación con los muchachos, quienes en esos momentos estaban recordando entusiastamente algunas anécdotas graciosas del tiempo de la Guerra Espacial.

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Un poco más tarde, el joven general Hunter empujó suavemente la puerta del cuarto de su pequeña hija… el mismo que Lisa había ocupado en su niñez. Rick se había topado con Kelly en el pasillo y ella le había informado que la almirante se había quedado en la habitación durmiendo a la pequeña después de que la bañaron.

Cuando Rick miró hacia adentro de la habitación, sonrió enternecido a ver a Lisa, sentada en un sillón mecedor, arrullando a su bebita y cantándole en voz baja una canción de cuna. Erin ya estaba profundamente dormida en brazos de su madre, acurrucada contra su pecho pero Lisa, perdida como estaba en esa carita hermosa de su hija, no parecía haberse percatado de que ella seguía cantando.

Y el general Hunter tuvo que dar gracias por ello, pues siempre había pensado que su esposa era dueña de una voz hermosa… tan hermosa como sus ojos… tan hermosa como su sonrisa… tan hermosa como toda ella era.

Rick cerró la puerta tras de sí con todo cuidado y sin hacer ruido y se acercó lentamente a donde estaba el mecedor, junto a la cunita cubierta con una cobijita azul con amarillo y la imagen de un patito. Sobre la cuna había un móvil formado por varios avioncitos VF-1, regalo de los Sterling para su sobrina consentida.

El piloto se detuvo brevemente para mirar una fotografía que había sobre uno de los muebles; era la misma fotografía que él tenía sobre su escritorio en la base militar; una fotografía espontánea que él había tomado recientemente en la oficina de la almirante: Lisa sosteniendo a Erin en su regazo. Las dos miraban a la cámara y sonreían radiantemente… pero lo que hacía esa foto tan tierna y especial era el hecho de que era la bebita y no la almirante, la que llevaba la gorra de guarnición sobre su cabeza.

Rick se rió, como lo hacía cada vez que miraba esa fotografía. En ella la pequeña Erin tenía los bracitos levantados, sosteniendo sobre su cabeza una gorra demasiado grande que amenazaba con cubrirle por completo la cabeza. Sus ojitos azules, brillantes y vivarachos, eran apenas visibles debajo del visor de la gorra, pero su sonrisa, con sus primeros dos dientitos, era lo que realmente iluminaba aquella imagen.

La risa suave del piloto hizo que Lisa se percatara de su presencia en la habitación. Miró hacia donde él estaba y le sonrió con cariño. Rick tomó aquello como una invitación para acercarse a su esposa e hija. Besó la frente de Lisa, pero en cuanto separó sus labios de la piel de ella, la almirante levantó su rostro en una clara invitación para que él la besara en los labios… una propuesta que él no pensaba ignorar.

- ¿Cómo está? – Rick susurró, arrodillándose al lado del mecedor y acariciándole la cabecita a la bebita.

- Se quedó dormida después de que la bañamos.

Lisa observaba con adoración a su pequeñita que se veía particularmente tierna con la abrigadora ropita azul, con una abejita al pecho, que llevaba puesta. Rick sonrió y se acercó para besar a Erin en la mejilla. Le encantaba el aroma de su bebé y cuando le pasó la mano cariñosamente por su cuerpecito tibio y suave, la bebita sonrió en sueños y se acurrucó aún más contra su mamá, provocando que los dos oficiales de más alto rango dentro de la UN SPACY se enternecieran hasta lo indecible.

- ¡Awww! – Rick se rió. - ¡Es tan hermosa, Lisa! Se parece tanto a ti…

- ¿Lo crees? – Lisa pasaba su mirada de Erin a Rick y de regreso a su bebita. – En realidad yo creo que se parece a ti… tiene tus ojos azules y tu sonrisa, amor.

- Pero tiene tu cabello… y tu nariz…

Rick miró a su esposa y le tocó juguetonamente la punta de la nariz, provocando que ella la arrugara e hiciera una expresión bastante graciosa que provocó la risa suave del piloto. No pudo resistirse y se acercó para besarla en el mismo lugar que su dedo había tocado antes.

- Te ves agotada, amor… ¿Por qué no ponemos a Erin en su cunita y vamos a que descanses un poco?

- ¿Sabes? No es una mala idea…

Lisa besó a su bebita en la frente y enseguida se la pasó a su padre, quien la recibió con brazos amoroso y la llevó a la cuna. Ahí la acomodaron entre los dos, asegurándose de que estuviera cómoda y abrigada. Lisa fue a revisar el aparato intercomunicador para estar al pendiente de cualquier ruido sospechoso que pudiera producirse en aquella habitación.

Una vez que todo estuvo listo, los dos se abrazaron estrechamente y por unos minutos su mundo consistió únicamente en contemplar con adoración a aquel angelito que dormía plácidamente en su cunita, sintiéndose amada y protegida.

- Rick… - Lisa susurró. – Soy tan feliz… todo es perfecto. Mi vida es perfecta… nuestra vida. Y todo es gracias a ti, mi cielo. ¡Te amo, Rick Hunter! Jamás me cansaré de decírtelo.

- Y yo jamás me cansaré de escucharlo. – Rick sonrió y le besó la frente a su esposa. - ¿Y sabes por qué? Porque yo también te amo, princesa.

El piloto colocó su mano en el mentón de Lisa para levantar su rostro y buscar sus labios con los suyos. Pero entonces se percató de que su esposa traía el cabello levemente mojado… y su camiseta manchada con papilla y alguna otra sustancia no identificable.

- Parece que la batalla estuvo peligrosa, Hayes. – Rick bromeó, acariciando su cabello.

- ¡Ni te imaginas! Ya sabes como es ella… no se quiere salir del agua. Le gusta jugar ahí… gracias a Dios que Kelly me ayudó pero aún así…

Rick se rió y besó repetidamente a Lisa en los labios… besitos suaves y traviesos. Ella no pudo evitar el reírse también y acurrucarse contra el pecho de su piloto, que a diferencia de ella estaba fresco y limpio.

- ¿Te bañaste? – Lisa preguntó, llenándose los pulmones del aroma del hombre al que amaba.

- Fue solo un baño de cuartel. – Él le explicó. – Me sentía algo sucio y sudado.

- ¡Dímelo a mí!

- Hey… - Rick la separó de sí y la miró a los ojos. - ¿Todavía tienes ganas de postre?

Lisa arqueó sus cejas y una risita espontánea que no pudo controlar escapó de su pecho, mientras se abrazaba más estrechamente a su piloto y lo besaba en el cuello.

- ¿Cuándo he dejado de tener ganas de postre, amor?

- Tentador, almirante Hayes. – Rick se rió, entendiendo la manera en como Lisa había tomado su comentario inocente. – Aunque en realidad me refería a otra clase de postre… ya sabes, pay de manzana, algo de café…

- ¡Ah, ese! – Lisa se hizo la desentendida. - ¡Claro que sí! A decir verdad tengo ganas de algo dulce antes de ir a dormir…

- Pues no creas que te vas a librar de mi… pienso darte bastantes cosas dulces antes de ir a dormir… eso es, si es que dormimos esta noche.

- ¡Eso espero, general! Realmente eso espero…

Lisa le sonrió radiantemente a su esposo y él miró a su bebita dormida, para después volver a clavar su mirada en los ojos verdes de su almirante.

- Me parece que Erin tuvo suficientes emociones por un día… seguro que va a dormir toda la noche y va a dejar que sus papás se encarguen de sus asuntos.

- ¡Esperemos que así sea!

- En ese caso… - Rick tomó a Lisa por los hombros y la miró profundamente a los ojos con una mirada traviesa y prometedora. - ¿Qué te parece si mientras tú te bañas yo preparo el café?

- Espérame en el estudio en 20 minutos, amor. – Lisa lo besó suavemente en los labios. – Ahí te veo.

- ¡Sí, mi almirante!

- ¡Y lleva café suficiente!

- ¡A sus órdenes, mi almirante! – Rick le dedicó un saludo militar.

- ¡Y un trozo bien grande de pay de manzana para mi!

- ¡Dios, Lisa! – Rick se rió. – Lo hermosa no te quita lo mandona… ni lo golosa.

- ¿Se está quejando, general?

- Nunca almirante… jamás.

Los dos intercambiaron sonrisas y unos besitos fugaces antes de volver a mirar a su bebita. Se acercaron a besarla y a contemplarla por unos segundos más antes de salir de la habitación y cerrar la puerta detrás de ellos con todo el cuidado del mundo.

La noche apenas comenzaba… y era de ellos.

-


-

Cuando Lisa abrió la puerta del estudio y entró en él, el ambiente cálido y la atmósfera íntima creada por el fuego ardiendo en la chimenea le dieron la bienvenida. Frente a ella, sentado en el sofá y con sus facciones resaltadas por la luz del fuego que ardía frente a él, Rick estaba completamente ensimismado leyendo unas hojas de papel que traía en las manos.

Frente a él en la mesita había una cafetera y dos platos con pay de manzana. También ahí se encontraba el radio monitor de la recamara de su bebita. No fue sino hasta que Lisa se sentó a su lado que él pareció notar su presencia.

- Amor… - Ella lo saludó con un beso. – Ya vine…

Rick la recibió con una sonrisa enorme en los labios y se acomodó en el sofá para que ella pudiera acurrucarse a su lado y subir los pies, como solía hacerlo. Lisa se recargó en el pecho de su piloto y él aspiró profundamente, dejándose intoxicar por el aroma de su cabello recién lavado.

- ¡Hueles muy bien, hermosa¿Cómo estuvo tu baño?

- Bien… - Lisa se encogió de hombros. – Aunque hubiera sido mucho mejor si tú hubieras estado ahí conmigo.

- Lo siento, amor. – Rick se disculpó, besándola en la frente.

- No te preocupes. – Lisa lo miró con adoración y le dedicó una sonrisa tierna. – De todas maneras alguien tiene que quedarse de guardia por si Erin despierta.

- Sí… - Rick soltó una risita. – Nuestros deberes de padres están interfiriendo con nuestra vida romántica.

- Es otra etapa de nuestra relación, amor. – Lisa lo besó en el cuello. – Y yo la estoy disfrutando mucho… aunque no creas que te vas a salvar esta noche, Rick Hunter. No te voy a dejar ir vivo…

- ¡Y no sabes como estoy ansiando ese momento, Lisa Hayes! – Rick la besó en medio de los ojos.

- ¿Qué estabas haciendo, amor? – Lisa miró los papeles que él todavía tenía en sus manos.

- Leyendo lo que escribiste el día de hoy… ¡Es excelente, bonita! Este libro que estás escribiendo va a ser un éxito de librería.

- No lo sé, Rick… siendo absolutamente sinceros¿a quién le interesaría leer las memorias de una militar durante la guerra? No es precisamente un tema de best-seller¿sabes?

- Pues si esa militar es la almirante Lisa Hayes, yo estoy dispuesto a comprar todos los ejemplares en existencia… - Rick la volvió a besar en la frente. - ¿Alguna vez te había dicho que estoy enamorado de ella?

Lisa sonrió una de esas sonrisas que siempre lo dejaban sin aliento y se acurrucó contra su pecho. Rick suspiró satisfecho y la abrazó estrechamente, acariciando sus brazos y su espalda y provocando que ella comenzara a adormecerse.

- Es en serio, amor… leer tus memorias de la guerra es como ver todo desde otro punto de vista… no lo sé, pero a veces cuando recuerdo aquellos tiempos… ¿No te parece increíble pensar que hayamos sobrevivido? Es decir¿Cuáles eran las oportunidades de hacerlo?

- Que hayamos sobrevivido y que nos hayamos encontrado. – Lisa le acariciaba el pecho a Rick. - ¿Alguna vez…?

- ¿Sí? – Rick la animó a continuar. - ¿Alguna vez qué, amor?

- ¿Alguna vez has pensado como podrían haber sido las cosas… si todo hubiera sido diferente? Es decir…

- No… - Rick la silenció con un beso. – Jamás me lo he preguntado porque me gustan las cosas tal y como son, Lisa. Jamás hubiera querido que fueran de ninguna otra manera.

- Rick… - Lisa susurró contra su pecho, al tiempo que sonreía al percatarse de que el tiempo podía pasar, pero su piloto jamás dejaría de ser un rezongón. – Yo tampoco hubiera querido que las cosas fueran de otra manera.

- No lo sé… - Rick suspiró. – La guerra fue difícil y aún ahora no podemos decir que las cosas sean más fáciles. Han mejorado, pero eso no las hace más sencillas… sobre todo para los militares…

- Sí, lo sé…

- Pero con todo, es aquí donde quiero estar… este es mi lugar y tú, preciosa… - Rick la miró a los ojos. – Tú eres mi mundo entero. Si la guerra fue el camino que debía de caminar para llegar hasta ti, todo valió la pena.

- ¡Te amo, Rick! – Lisa sonrió y se movió para besar a su piloto en los labios. - ¡Te adoro con todo el corazón!

El general Hunter apenas tuvo tiempo de poner las hojas sobre la alfombra antes de que Lisa Hayes se dejara ir sobre de él como una leona sobre su presa. Atrapó los labios del piloto en los suyos y él cerró sus brazos en torno al cuerpo de Lisa, mientras se dejaba caer de espaldas en el sofá y recibía el peso de ella sobre su cuerpo.

Durante varios minutos los únicos sonidos que podían escucharse en el estudio eran los producidos por el fuego al arder en la chimenea… y los suspiros profundos, la respiración agitada y el rumor de besos de los dos jóvenes que, incapaces de expresar todo el amor que sentían el uno por el otro con palabras, lo hacían de una manera más directa y contundente, por medio de sus besos, sus caricias, sus abrazos y la pasión que se desbordaba entre ellos cada vez que estaban juntos.

Finalmente, después de unos minutos eternos en los que el resto del mundo pareció desaparecer de su alrededor, ambos se separaron. Sus ojos se encontraron y una sonrisa satisfecha y feliz apareció en sus labios.

- Entonces… - Lisa le acariciaba el cabello rebelde a su esposo. - ¿Realmente crees que es bueno…? Me refiero a lo que leíste…

- ¡Es excelente! – Rick asintió entusiastamente. – Me alegra que estés escribiendo todo esto, Lisa… ¿sabes? Quiero que cuando Erin crezca, pueda leer lo que tú estás escribiendo… y los diarios y cartas compilados de su abuelo, el almirante. Quiero que ella sepa quien es y de donde viene… que esté orgullosa de su herencia.

- Yo quiero lo mismo, amor… pero no olvides que Erin lleva en sí la herencia de dos grandes tradiciones militares. Después de todo los Hunter siempre han tomado las armas y han acudido al llamado del deber… y éste Hunter en particular, - Lisa lo besó en los labios. – Es un héroe de guerra condecorado… y el hombre más apuesto y más maravilloso del mundo.

- Eso no pienso discutírtelo. – Rick respondió arrogantemente, con una chispa traviesa brillándole en los ojos.

- ¡Arrogante! – Lisa lo espetó.

- ¡Hermosa!

- ¡Adorable!

- ¡Aw…! – Rick lloriqueó.

Lisa se rió y se acurrucó en el pecho de su esposo, escondiendo su rostro en el hueco que se formaba entre su clavícula y su cuello. Se dejó embriagar por el aroma, por la calidez y por la sensación de estar tan cerca de aquel hombre al que tanto amaba… el hombre que era la razón y la luz de su vida.

- ¡Vamos, amor! – Rick la empujó suavemente después de unos minutos. – El café se va a enfriar…

- ¡Ah, cierto! – Lisa se levantó y le sonrió. - ¿Trajiste suficiente?

- Suficiente café y una porción doble de pay de manzana para la almirante Lisa Hayes. ¡En un segundo sale su orden!

Lisa se rió, mientras Rick se inclinaba a servirle una buena taza de café y entregarle su plato con el tan celebrado pay de manzana que la señora Cawley y Kelly habían horneado esa tarde.

- Y no te preocupes por las calorías, amor. – Rick le guiñó el ojo.

- Yo jamás me preocupo por las calorías. – Lisa le respondió con una sonrisa traviesa que hizo que el piloto se estremeciera. – Sé que al final siempre nos las arreglamos para hacer el ejercicio suficiente para quemarlas todas.

Rick se rió y sacudió la cabeza, como si no creyera el descaro de su esposa. Sin embargo aquello era algo en lo que él estaba absolutamente de acuerdo. No importaba cuanto tiempo pasara, para él su amor por Lisa Hayes era siempre nuevo, siempre especial, siempre espontáneo, siempre una sorpresa… siempre un momento memorable.

Cada día se enamoraba más y más de ella. Cada día encontraba nuevos motivos para admirarla y para adorarla. Con cada segundo que pasaba, con cada latido de su corazón, el piloto sentía que la amaba más y más.

Y lo mismo le ocurría a Lisa. No había pasado un solo día desde que ella y Rick estaban juntos, que ella no se encontrara enamorándose de él más a cada momento. Era todo lo que él decía, todo lo que él hacía, todo lo que él era… era todo, absolutamente todo acerca de Rick Hunter lo que a ella la tenía en ese estado perpetuo de adoración hacia ese piloto rebelde y berrinchudo que se las había ingeniado para conquistarla irremediablemente, para hacer suyo su corazón y para convertirla en la mujer más feliz que alguna vez hubiera existido en el universo.

Al paso de los años los retos que ellos habían enfrentado habían sido enormes. Sobre sus hombros habían caído responsabilidades que hubieran hecho temblar a personas con mucho más experiencia que ellos. Pero ni Rick Hunter ni Lisa Hayes se habían dejado atemorizar ni mucho menos vencer.

Para ellos la vida era un continuo reto y una aventura que había que vivir día a día… un camino que caminaban juntos y eso era lo único que necesitaban para tener toda la motivación y la fuerza de voluntad que los había hecho capaces de emprender esas enormes empresas, encargarse de proyectos imposibles y tener éxito ahí, donde muchos otros hubieran fallado.

Había una verdad irrefutable a cerca de esos dos jóvenes que en esa noche de primavera compartían su amor y su vida frente al fuego de una chimenea, mientras en el exterior de la antigua Residencia Hayes los búhos le cantaban a la luna y las luces lejanas del pueblo de Woodland parecían luciérnagas en la noche… y esa verdad era que, pasara lo que pasara, su historia, la historia de Lisa Hayes y Rick Hunter trascendería tiempo y espacio… y sería recordada aún mucho tiempo después, repetida incansablemente por los ecos del tiempo cuando ellos ya estuvieran compartiendo juntos su eternidad. Porque el legado que ellos dejarían en el universo sería inmortal. ---

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NOTAS DE AUTOR:

- Quiero agradecer profundamente y con todo mi corazón a todos los que siguieron la historia de "Horizontes de Luz" hasta el final. Sinceramente jamás pensé que se extendería tanto ni que tendría la respuesta tan cálida y maravillosa de todos ustedes. Esta historia está dedicada a todos y cada uno de ustedes con todo cariño. ¡Gracias!

- Como siempre, un agradecimiento muy especial a mi asesor y piloto de pruebas Mal Theisman por sus consejos, su paciencia y su trabajo de beta. ¡Muchas gracias colega! Ha sido un verdadero honor y privilegio el trabajar contigo.

- Y finalmente, respecto a este pequeño epílogo en sí, hemos dado un salto de un par de años al futuro. Sin embargo tengo planeado escribir eventualmente alguna historia que cubra el tiempo que va entre el último capítulo de HL hasta el epílogo, esos dos años y medio que nos hemos saltado por aquí.

- Como nota adicional al epílogo, varios de los nombres que aquí aparecen corresponden a personajes reales en el universo de Macross y Macross Plus. Otros nombres son un pequeño homenaje a algunos militares a quienes admiro y respeto.

- ¡HL fue toda una aventura y les agradezco que la hayan compartido conmigo! Gracias a todos y nos veremos pronto…

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¡Buena cacería!

Cambio y fuera.

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MACROSS (c) 1982 - Estudios Nue, Tatsunoko Production y Artland.

ROBOTECH (c) 1985 - Harmony Gold.


.: GTO – MX :.


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