NdA Los personajes de este fic y el Potterverso en general son propiedad de J.K. Rowling. Yo sólo me divierto un poco con ellos.
PRÓLOGO
Febrero 2002
Harry Potter se despertó unos minutos antes de que sonara el despertador con una sensación extraña en la boca del estómago. Aún no había amanecido y la oscuridad era casi completa. El brazo de Ginny Weasley-Ginny Potter, en realidad, desde hacía ocho meses-, le rodeaba la cintura y su cuerpo cálido apretado contra el suyo era una sensación agradable en un día que se presentía frío.
Mientras apuraba aquellos últimos instantes de paz su mente ya estaba dando vueltas a la misión que le esperaba aquella mañana. Él, Ron Weasley y Martin Burke, un auror un par de años mayor que ellos, iban a trasladar a Draco Malfoy, ex compañero de clase y enemigo jurado, desde Azkaban al Wizengamot para que escuchara su sentencia. Todo el mundo daba por sentado que iba a recibir el beso del dementor. Llevaba la Marca Tenebrosa, las pruebas de sus múltiples crímenes durante la guerra eran irrefutables, lo habían capturado tres meses atrás y su varita estaba llena de residuos de Cruciatus. Y era el hijo de Lucius Malfoy, uno de los lugartenientes de Voldemort. Su suerte, realmente, estaba echada.
Harry siempre había odiado a Draco Malfoy, pero no se sentía complacido al pensar en lo que le esperaba. El beso del dementor era un castigo repugnante. Los magos que se habían criado entre muggles como él o su amiga Hermione lo encontraban inhumano, una vergüenza para su mundo. Y después de la guerra, después de la derrota de Voldemort, había visto condenar a demasiada gente a ese final, demasiada. Algunos, chavales de dieciséis o dicisiete años que habían tomado la Marca Tenebrosa de la mano de sus padres.
No, aunque Malfoy fuera un asesino cruel, no se merecía ese final. Harry recordó el momento, seis años atrás, en el que había visto al estudiante de Slytherin bajar la varita frente a Dumbledore, dispuesto a huir de Voldemort y aceptar la protección de la Orden del Fénix. Pero todo se había torcido, y Severus Snape había matado al director de Hogwarts, y ambos habían huido del colegio con los otros mortífagos... Y Snape había muerto luchando contra Voldemort-oh, sorpresa, su papel de mortífago había sido sólo eso, un papel-y Malfoy había desaparecido de la faz de la tierra durante cinco años. Harry no podía evitar preguntarse qué habría pasado si Dumbledore hubiera podido hacer realidad su oferta.
Probablemente aquel día estaría pensando en otra misión.
Harry pensaba a menudo en esos extraños instantes en los que una vida cambia para siempre. La suya había cambiado cuando sólo era un bebé y Voldemort había decidido que podía ser el destinado a derrotarlo. Y cuando había llegado la carta de Hogwarts. Y cuando se dio cuenta de que se había enamorado de la hermana pequeña de su mejor amigo.
Entonces sonó el despertador y su aún reciente esposa se dio media vuelta y murmuró algo antes de abrir los ojos.
-Buenos días-saludó, adormilada.
Él le devolvió el saludo y le dio un ligero beso antes de saltar de la cama y dirigirse a la ducha. Aún no se había acostumbrado del todo a eso de estar casados. Ginny había empezado a hablar de boda cuando terminaron sus interrumpidos estudios y aquello había agobiado demasiado a Harry, que después de la guerra necesitaba disfrutar de la sensación de libertad que suponía saber que ya no había nadie deseando su muerte, que ya no había ninguna profecía que cumplir ni encarnación del mal a la que derrotar. Entonces se habían peleado y ella le había dejado, diciendo que así ya podía ser todo lo libre que quisiera; Harry, que tenía diecinueve años, había pasado tres meses yendo a fiestas, emborrachándose y acostándose con todas las chicas que podía (y era el heroico Chico-que-vivió, prácticamente se le tiraban encima). En una noche de borrachera, hasta había dejado que un chico, no recordaba quién por culpa del alcohol, le hiciera una mamada. Y poco después se había dado cuenta de que se sentía como un imbécil y que echaba de menos a Ginny. Dos semanas más tarde ella le había perdonado y habían decidido posponer la boda hasta que Harry terminara el entrenamiento para auror.
Y al final aquella boda que le daba tanto miedo había sido la mejor decisión de su vida. Quería a Ginny. Le gustaba estar con ella. Le gustaba ir a comer los domingos a La Madriguera y sentirse un miembro de pleno derecho de aquella pandilla de pelirrojos alborotadores. Le gustaba saber que nunca más iba a estar solo.
Estaban terminando de desayunar cuando un ruidito en la chimenea indicó que Ron Weasley llegaba a través de la red Flú.
-Hola, Harry. Hola, hermanita-saludó, saliendo torpemente de la chimenea.
Ginny le ofreció unas tostadas y aunque Ron ya había desayunado en su casa, no dejó pasar la ocasión de llenarse un poco más la tripa. Harry pensó vagamente en los hobbits y su segundo desayuno. ¿Sabría Ron lo que era un hobbit?
-Prometedme que tendréis cuidado hoy, ¿vale?-dijo Ginny, mientras se terminaba sus salchichas.
-¿Con Malfoy?-preguntó su hermano, con un gesto de desdén-. No me da ningún miedo.
-Hay rumores de que van a intentar matarlo cuando llegue al ministerio-contestó ella-. Y no es que me importe mucho lo que pueda pasarle a esa cucaracha albina, pero no quiero que ninguno de los dos reciba un maleficio dirigido a él.
-Robards lo tiene todo previsto-la tranquilizó Harry, pensando en el jefe de los aurores.
Ron y él se Aparecieron en el vestíbulo del Ministerio y empezaron a caminar hacia la oficina de los aurores. A su paso, la gente lo saludaba con una mezcla de simpatía y respeto muy similar a la que había visto mostrar hacia Dumbledore. Era agradable y embarazoso a la vez, pero, como decía Ginny, no se podía ser el Salvador del Mundo Mágico y no sufrir las consecuencias.
Sufrir las consecuencias.
-¿No te parece raro lo de Malfoy?-le preguntó a Ron.
-¿Raro? ¿En qué sentido?
Harry se encogió de hombros.
-No lo sé. Era compañero nuestro de clase.
-No será el primero en recibir el beso del dementor.
Luchar contra gente que conocían había sido extraño. Pero en aquellos momentos la adrenalina y el miedo lo volvían más fácil. El traslado de Malfoy era distinto. No dejaba de ser alguien a quien había visto casi a diario durante seis años. Oh, se alegraba de que estuviera a buen recaudo, eso seguro. Pero, ¿el beso del dementor?
-Intentará provocarnos, ¿sabes?-dijo Ron, poco antes de llegar a la oficina-. Ya sabes cómo es.
Harry esbozó una sonrisa poco agradable.
-Si no recuerdo mal, a ti te hacía saltar tan rápido como a mí.
Ron arrugó su larga nariz.
-Era un cabrón desalmado... Bueno, será divertido ver lo que intenta ahora, ¿no?
Harry no pensaba que hubiera nada de divertido en aquello, pero no dijo nada.
Azkaban tampoco era precisamente una cárcel que pudiera merecer la aprobación del mundo muggle, al menos no de la parte civilizada. El ministro había vuelto a poner a los dementores a patrullar sus alrededores, aunque también había guardas humanos que pudieran controlarlos. El trato a los prisioneros era el de siempre y Malfoy se presentó ante ellos vistiendo un mugriento uniforme a rayas, cargado de cadenas y con tanta suciedad encima que resultaba obvio que no había podido lavarse en semanas. Tenía una moradura reciente alrededor del ojo izquierdo y el labio partido.
-Como caen los poderosos...-musitó Ron, por lo bajo.
Harry frunció el ceño. Hacer leña del árbol caído no era su estilo y, por lo general, tampoco era el de Ron. Pero aquel era un mal que asolaba a la sociedad mágica desde el final de la guerra. Por eso habían eliminado la casa de Slytherin de Hogwarts, por eso se mostraban tan inflexibles con los parientes de los mortífagos y los desterraban del país por no haber denunciado a sus cónyuges, padres y hermanos.
Los ojos de Malfoy brillaron con amargura cuando los reconoció.
-¿Vosotros? ¿Teníais que ser vosotros?
Ron sonrió.
-Vaya, Malfoy, cubierto de mierda no pareces tan orgulloso.
El antiguo Slytherin se rehízo pronto.
-Por favor, Weasley, hasta mi mugre vale más que tú.-Se giró rápidamente hacia Harry-. Eh, cuatro-ojos, ¿dónde te has dejado las gafas?
Harry se había curado la miopía con un hechizo al convertirse en auror para que perder las gafas en combate no supusiera una desventaja, pero el hechizo debía renovarse cada año. Desde luego, no era algo que fuera a explicarle a Malfoy. Martin Burke, que era el veterano del grupo, decidió intervenir.
-Cállate. Y tú, Weasley, déjate de estupideces y haz tu trabajo.
-No me digas que me calle, sangresucia-replicó Malfoy, tan insolente como en los pasillos de Hogwarts.
Aquello le valió un buen golpe en el estómago por parte de uno de los guardias que le había escoltado hasta allí. Harry lo observó con una mezcla de desagrado y exasperación. No, ya había sabido él que aquello no iba a ser divertido. Malfoy iba a ponerlo difícil y a sacar lo peor de todos, y aquella noche iba a sentirse como una mierda.
Eran los últimos coletazos de un animal moribundo. Si se cumplían los pronósticos, en menos de venticuatro horas Malfoy sólo sería una cáscara vacía incapaz de moverse por propia voluntad.
-Será mejor que nos demos prisa-dijo, sin dirigirse a nadie en particular.
-No tengas tantas ganas de deshacerte de mí, Potter-replicó Malfoy, con la voz aún un poco ahogada por el dolor.
Harry tuvo la sensación de que estaban en Hogwarts peleando e insultándose como siempre. Pero aquello no era el colegio. No iban a perder puntos. Era la vida real. Era en serio. Malfoy había matado a otros seres humanos. Llevaba la Marca Tenebrosa.
Raro. Definitivamente raro.
Malfoy decidió sorprenderlo una vez más y se mantuvo en silencio mientras lo preparaban para el traslado al Wizengamot. Harry intentaba mantenerse concentrado en su trabajo, pero no pudo evitar preguntarse en qué estaría pensando. Sin duda debía de estar algo asustado. Su rostro, sin embargo, ya no expresaba otra cosa que una distanciada seriedad.
-Estamos listos.
Ron Desapareció primero para asegurarse de que todo estaba bajo control en el ministerio y Harry y Burke se colocaron uno a cada lado de Malfoy, poniéndole la mano en el hombro.
-Colabora o acabarás hecho pedazos-le recordó Burke a su prisionero.
Malfoy le lanzó una fría mirada de reojo, pero no dijo nada y cuando se Aparecieron, se dejó llevar por ellos a su destino. Ron estaba en el punto convenido, con la varita en la mano. Harry y Burke también sacaron inmediatamente las suyas.
A pesar de lo que le había dicho a Ginny aquella mañana, las medidas de seguridad no eran perfectas. Harry habría querido ver ese vestíbulo despejado. Pero no podían parar la actividad ministerial por un prisionero, aunque fuera Draco Malfoy. Allí había al menos quince o veinte personas entrando o saliendo y varias se quedaron mirándolos sin ningún disimulo.
-Vamos-dijo Burke, dándole un empujón a Malfoy para que se pusiera en marcha.
-¡Asesino!-gritó un brujo de mediana edad.
-Deberían matarlo-dijo otro, en voz bien alta.
La hostilidad hacia Malfoy era palpable. Harry miraba a todas partes, listo para desarmar a cualquiera que intentara dañarlo. Burke le dio un nuevo empujón para meterle más prisa.
-Los únicos Malfoy buenos son los que ya están muertos-dijo alguien más.
Y entonces Draco Malfoy soltó un grito desgarrador y cayó al suelo mientras empezaba a salirle sangre de la boca, los oídos, incluso los ojos.
Harry le lanzó un Protego por si le maldecían de nuevo y miró a su alrededor en busca del atacante. En los ojos de los magos que le rodeaban había miedo, aprensión, alarma y curiosidad, pero nadie estaba señalando ningún culpable, nadie parecía haber visto al agresor.
-¿De dónde ha venido ese hechizo?-rugió Burke-. ¿De dónde?
Malfoy seguía retorciéndose de dolor en el suelo, sangrando y gritando como si le estuvieran haciendo la Cruciatus. Harry le lanzó un Finite Incantatem por probar algo, pero no consiguió acabar con su dolor.
-¿Qué hechizo?-replicó Ron-. ¿Quién ha visto algo?
-¡Puede haber sido veneno!-dijo Harry-. Tenemos que llevarlo a San Mungo ya.
-¡Haced que pare!-aulló Malfoy, escupiendo sangre-. ¡Por favor! ¡Por favor!
Una bruja regordeta de unos sesenta años con pinta de secretaria se acercó, frotándose las manos con nerviosismo.
-Creo... creo que sé...
Pero Ron se interpuso entre ella y Malfoy.
-¡No se acerque más!
Burke le dio un codazo a Harry, alzando la voz para poder hacerse oir por encima de los alaridos de Malfoy.
-Ayúdame a ponerlo de pie, nos lo llevamos a San Mungo.
Harry se arrodilló junto a Draco, pero cuando intentó levantarlo, sus gritos de dolor se volvieron tan tan escalofriantes como los de una banshee y más de un mago palideció al oirlo.
-¡HACED QUE PARE! ¡POR FAVOR, HACED QUE PARE!
La bruja tragó saliva e insistió.
-He visto esta... esta maldición antes. Creo que...
Ron seguía impidiendo que se acercara.
-Quédese donde está, señora.
-Vamos, Harry, tenemos que levantarlo-dijo Burke, pasando el brazo por debajo del cuerpo de Malfoy.
-¡NO ME TOQUÉIS! ¡ME DUELE! ¡POR FAVOR, NO! ¡NO!
Había una nota de verdadero terror en la voz de Malfoy. Harry observó a la bruja, la expresión angustiada de su cara, y supo sin lugar a dudas que aquella mujer no suponía peligro alguno para el mortífago.
-Ron, ¡apártate!-Su amigo se giró para mirarlo con sorpresa-. ¡Apártate!
Burke frunció el ceño.
-Harry, ¿qué crees que...?
Pero aunque Harry fuera un auror joven con sólo un año de experiencia, era el Chico-que-vivió. La gente, sencillamente, le hacía caso.
-Deja que lo intente. Así no podemos moverlo. ¡Y que alguien llame a los medimagos!
Burke apretó los labios, pero no dijo nada. Y Ron se apartó. La bruja pareció aliviada y se acercó con paso presuroso a Malfoy, que no había parado ni de gritar ni de sangrar en todo el tiempo.
-Sí, es una maldición japonesa-dijo arrodillándose junto a él.
Sólo fue una fracción de segundo. Malfoy aún estaba gritando como un cerdo en el matadero y suplicando ayuda. Pero sus ojos grises y acerados brillaron triunfales.
Y él y la bruja desaparecieron súbitamente, dejando un montón de cadenas tras de sí.