RENACIMIENTO
Notas aclaratorias:
Robotech y sus personajes pertenecen a sus respectivos propietarios, es decir: Harmony Gold, Tatsunoko Production y todos los demás, y no es mi intención infringir sus derechos de ninguna manera concebible. Esta historia es simplemente para propósitos de entretenimiento y nada más.
El siguiente capítulo, publicado inicialmente en otro sitio de Internet como una historia de capítulo único, comienza en la mitad del capítulo 27 de la serie de Robotech, "La Fuerza de las Armas" y transcurrirá principalmente durante los dos años que separan a ese capítulo del que le sigue... sólo que a partir de un evento de este prólogo la historia irá tomando un camino distinto a lo que pudimos ver en la serie.
Antes que nada, quiero mandar un saludo y un agradecimiento enorme a mis betas: Evi, Sara (quien fue la que tuvo la idea de expandir esta historia más allá del "one-shot" original) y Kats, a quienes les agradezco además su amistad, su compañía, su aliento y sus opiniones sobre la historia durante estos pasados meses...
Al igual que con Momentos, los nuevos capítulos de la historia se irán agregando cada martes. Por el momento y al menos hasta el capítulo 5, las actualizaciones serán semanales, pero más adelante y conforme vaya editando y corrigiendo los demás capítulos terminados, además de escribir los nuevos capítulos (por ahora la historia está inconclusa), quizás deba tener que hacer las actualizaciones cada dos semanas. De cualquier manera, voy a avisar cuando no pueda subir nuevos capítulos de manera semanal.
Sin más por decir, los dejo con el prólogo de esta nueva historia. Desde ya agradezco mucho a quienes la lean, y espero que les guste...
M. Theisman
Prólogo: El Estruendo de las Armas
Lunes 18 de abril de 2011
"Concéntrate en la misión", era lo único en lo que pensaba el primer teniente Rick Hunter mientras realizaba las últimas revisiones a su caza Veritech.
"Reactor, en línea... turbinas funcionando en stand-by... radares y sistemas ECM operativos... armamento revisado..." La lista de revisión, algo que Rick había hecho prácticamente por reflejo durante los últimos dos años, cobraba ese día un significado especial, y la manera en que Rick la pronunciaba en su mente se parecía más a una plegaria al Cielo por la supervivencia que a un procedimiento militar estándar.
La expresión de Rick se transformó hasta convertirse en un rictus de ira.
"Dios no escuchó las plegarias de siete mil millones de personas... ¿por qué habría de escuchar las mías hoy?"
Era difícil mantener la esperanza luego de los eventos de aquel día, por no decir imposible. La mera noción de "esperanza" había perdido todo significado en medio del cataclismo en el que se había visto envuelta la raza humana.
¿De qué esperanza podía hablarse cuando lo único que hay en el futuro es la aniquilación?
Por más que Rick lo intentara, esos pensamientos pesimistas lo asaltaban a la menor señal de debilidad. Reuniendo todas sus fuerzas, Rick se concentró con una voluntad casi obsesiva en las revisiones finales, sin la menor intención de darle espacio al miedo que sentía en lo más profundo de su ser.
Lo único que separaba a Rick del vacío del espacio era la cúpula transparente de la cabina del Skull Uno, mientras flotaba en el espacio a la espera de la batalla.
Detrás del Skull Uno y formados en escuadrones, los cientos de cazas Veritech del SDF-1, y los abnegados hombres y mujeres que los piloteaban, esperaban impacientes la orden de atacar, con sus dedos fijos en los controles de vuelo y las consolas de armas. La gigantesca fortaleza de batalla se hallaba con todas sus armas preparadas y su tripulación lista como nunca jamás lo había estado, encabezando a un millón de naves de guerra Zentraedi, a punto de dar inicio a la batalla más grande de la historia de la Humanidad.
Sus objetivos: tres millones de naves Zentraedi que los estaban esperando con todas las armas apuntando hacia ellos, amenazantes y letales.
Hacía menos de una hora, esas mismas naves habían desatado una violenta lluvia de muerte y destrucción sobre la indefensa Tierra. En escasos segundos, la superficie de la Tierra se había convertido en un calcinado desierto moteado de ruinas, en donde antes hubo orgullosas ciudades e imponentes escenarios naturales. La inimaginable mayoría de sus habitantes, posiblemente todos ellos, había sido pasada a degüello sin remordimiento alguno por las impiadosas hordas de Dolza.
El planeta que aquel día había amanecido siendo el fértil hogar de la pujante raza humana, atardecía convertido en un arrasado páramo, privado de la luz del sol por una densa capa de polvo, fuego y radiación, una mortaja fúnebre para sus asesinados habitantes.
Todo lo que quedaba de la humanidad estaba en el espacio, a bordo de la inmensa fortaleza de batalla, escondida en los subsuelos de los puestos lunares o temblando en las pocas naves espaciales militares y civiles que se hallaban lejos de la Tierra al momento del ataque.
Pero los seres humanos no eran una raza que aceptara mansamente caminar en silencio hacia la noche, ni tampoco eran de aquellos que se rinden a lo que parece ser un destino inevitable.
Aún cuando el planeta humeaba a consecuencia del bombardeo, los desafiantes supervivientes de una aislada base militar en el extremo norte de la Tierra habían logrado disparar una monstruosa arma en contra de los asesinos de su mundo y su raza. Con una furia nacida de la venganza, ese acto se llevó al otro mundo a casi dos quintas partes de la flota Zentraedi, antes de detenerse por algo tan ajeno a las intenciones de sus operadores como la falta de energía.
Ahora, luego de que esa arma hubiera caído en el silencio, una solitaria nave de guerra, aliada a una flota de aquellos que habían sido sus enemigos, se preparaba para una carga desesperada contra los Zentraedi de Dolza, en un intento de arrancar una victoria de entre las garras de la aniquilación, o morir luchando en el intento.
Y el primer teniente Rick Hunter, piloto del Skull Uno, líder del Escuadrón Skull y a la vez Comandante del Grupo Aéreo del SDF-1, era el hombre que conduciría a los cazas de la fortaleza de batalla en lo que prometía ser el último combate de la humanidad.
La única esperanza de victoria –en una guerra en la que la victoria había quedado reducida a seguir con vida– estaba cifrada en una joven de apenas diecisiete años. El plan había nacido de la desesperación, como tantas cosas aquel día, y se basaba en la loca idea de que la música pudiera triunfar allí donde las armas habían fracasado.
Rick Hunter se detuvo a pensar la joven que cantaría en escasos minutos lo que sería o el himno triunfal de una Humanidad que prevalecía, o el canto fúnebre que acompañaría el sacrificio de sus últimos miembros.
Aquella joven a la que amaba... o creía hacerlo.
Podía recordar con claridad la última vez que se habían visto... la última vez que se verían. Recordaba las palabras que le había dicho en ese momento de sinceridad. "De cualquier modo no hubiera funcionado", le había dicho, sorprendiéndose no sólo de haber sido capaz de pronunciar semejantes palabras luego de todo lo que había suspirado por ella... sino de lo profundamente verdaderas y ciertas que le habían parecido.
Había sido uno de esos momentos en los que las cosas aparecían perfectamente claras, sin ningún tipo de ilusión que las deformara. Sus universos eran demasiado diferentes y sus vidas habían tomado caminos que los apartaban irremediablemente. En ese último momento, Rick se había dado cuenta de la realidad... ambos no eran el uno para el otro, y quizás jamás lo hubieran sido.
Y a pesar de esas palabras, segundos después la besó, declarándole su amor a pesar de todo.
Algunas ilusiones tardan en morir.
Fue al besarla que se dio cuenta.
Lo había deseado durante años, había soñado con aquel momento casi hasta la locura, y cuando finalmente lo hizo, no se sintió... correcto. Estuvo muy lejos de despertar en él aquellas sensaciones que había imaginado, e incluso llegó a sentir en algún lugar muy íntimo que estaba besando a la persona equivocada.
Aún en medio del éxtasis que significaba para él posar sus labios sobre los de ella, una pequeña parte de su mente insistía en recordar un momento que creía sepultado en el pasado, pero que no había dejado de intrigarlo. Un momento en el que se había visto forzado por las circunstancias a hacer algo que jamás hubiera creído posible.
Rememoraba el interrogatorio al que lo había sometido el gigantesco comandante Dolza en la nave insignia de Breetai. En particular, su mente giraba en torno a un momento determinado, el momento en el que se había visto obligado a besar a su oficial superior tan sólo para satisfacer la curiosidad de aquellos gigantes.
Durante mucho tiempo, Rick creyó que había besado a Lisa Hayes sólo porque un gigante de dieciocho metros de altura lo había amenazado con aplastarlo. Pero para su sorpresa, conforme pasaba el tiempo y conocía más acerca de Lisa Hayes como mujer y persona en lugar de Lisa Hayes como oficial militar, Rick encontró que ese beso no había sido tan malo después de todo... y luego, poco a poco y paulatinamente, empezó a pensar que tal vez Lisa estuviera despertando en él algo que valía la pena buscar. Pero desafortunadamente, Lisa regresó a la Tierra en un intento desesperado de convencer al Gobierno de la Tierra Unida de la necesidad de llegar a la paz con los Zentraedi, y Rick no la había vuelto a ver desde entonces.
Y justo en el momento, en ese momento tantas veces ansiado en que las lenguas de Rick y Minmei se trenzaban y el beso se hacía más apasionado, Rick se halló deseando algo que jamás hubiera creído posible.
Deseó estar besando a Lisa en lugar de a Minmei. Deseó que fuera Lisa quien le hubiera deseado buena suerte antes de partir a la batalla.
Lisa. Las lágrimas se agolpaban en sus ojos al pensar en Lisa, quien seguramente habría muerto a consecuencia del ataque. Aquella persona irritante, inflexible y endiabladamente molesta, quien se había revelado para sorpresa de Rick como una mujer sensible, amable y atractiva. Lisa Hayes era un misterioso conjunto de contrastes que picaba la curiosidad de Rick, y que ahora sabía que picaba algo más que eso.
"De nada sirve pensar en ella, Hunter", se dijo, obligándose a aceptar el hecho de que Lisa estuviera probablemente muerta. Sólo un milagro la hubiera salvado de la muerte, y Dios no se había mostrado pródigo en milagros ese día.
El vozarrón de Henry Gloval, amplificado por los circuitos de comunicación del Veritech, interrumpió sus reflexiones, señalando el momento en que el ataque daría inicio.
– Atención a todos los pilotos de combate, les habla el capitán Gloval. Una vez que entremos a la zona de combate, deberemos mantener un estricto silencio de radio bajo cualquier circunstancia. Sólo la canción de Minmei será transmitida en todas las frecuencias militares. Si todo resulta de acuerdo al plan, el enemigo se confundirá y atacaremos con todas nuestras fuerzas...
Rick tragó saliva, y por una razón que no supo explicarse, imaginó al capitán Gloval haciendo exactamente lo mismo.
– Esta puede ser nuestra única oportunidad... ¡Buena suerte! – dijo Gloval segundos antes de que la red táctica callara.
Casi por reflejo, Rick dio plena potencia al Veritech, que inmediatamente se lanzó a toda la velocidad que le daban sus turbinas en dirección a la flota de Dolza. Detrás del Skull Uno, los Veritech y los mecha de la flota del comandante Breetai lo seguían en su ataque desesperado.
En ese momento, la red táctica y todos los sistemas de comunicación, tanto amigos como enemigos, cobraron vida con la imagen de una joven que empezaba a cantar...
– "Life is only what we choose to make it..."
En las estaciones subterráneas de la Base Alaska, el ambiente reinante era de locura absoluta, muy alejado de lo que correspondía a la base militar más importante del Gobierno de la Tierra Unida.
Los sonidos mecánicos de las computadoras e instrumentos de la base se confundían con las órdenes e informes verbales de los hombres y mujeres que los operaban y dirigían, entremezclándose en una cacofonía que era lo más parecido a la locura que hubiera podido hacer el ser humano.
Por todos los corredores y centros de operaciones de la base, los oficiales supervisores corrían de un lugar a otro en estado de completa desesperación, asegurándose de que el personal y equipo estuvieran en plena condición de combate, en un esfuerzo tan frenético como inútil. Los operadores mismos estaban alterados en sus nervios, ladrando órdenes en muchos casos incoherentes y buscando a toda costa establecer contacto con cualquier punto de la Tierra que hubiera resistido al bombardeo. Todos los presentes experimentaban emociones violentas y encontradas... estupefacción ante la magnitud del holocausto que había sufrido la Tierra, dolor ante la casi certera muerte de todo lo que conocían y amaban, excitación frente al combate que se desarrollaba, y un negro terror ante la posibilidad muy real de ser completamente aniquilados.
Muchos de los militares asignados a la base eran veteranos de guerra; algunos habían luchado con valor y distinción en guerras tan remotas en el tiempo como Vietnam, Afganistán o Kuwait, o en la miríada de conflictos de la Guerra Global, o en las innumerables acciones militares emprendidas por el Gobierno de la Tierra Unida contra renegados y rebeldes de toda laya. Sin embargo, todos ellos habían combatido guerras contra enemigos humanos, lo que daba un margen de previsibilidad y conocimiento del enemigo que les daba un confortable reaseguro... que no servía de absolutamente nada para la amenaza inconcebible que enfrentaban.
Aún con los sistemas de armas más avanzados que habían conseguido gracias a la Robotecnología, los militares de la Tierra Unida estaban frente a los Zentraedi como los indígenas americanos del siglo XV lo habían estado frente a los conquistadores europeos: completamente indefensos.
Todos ellos, desde los veteranos hasta los novatos, desde los más encumbrados generales y almirantes hasta el más humilde de los reclutas, eran presa de un pánico tan atroz que nublaba su propio juicio y los conducía peligrosamente cerca de la insanía.
Todos ellos, excepto quizás una joven mujer que se mantenía profesional y dedicada en su estación de comunicaciones, una de tantas que trabajaban casi en el anonimato en la Sala de Operaciones de Combate Aéreo 47. Los pocos que reparaban en aquella mujer lo hacían por ser ella la hija del Supremo Comandante de las Fuerzas. Lo que ninguno de ellos sabía, y ése era un hecho que constituía una de las ironías más crueles de toda aquella situación, era que se trataba de la única mujer en toda la base, por no decir en toda la Tierra, que se había enfrentado anteriormente a los alienígenas y conocía acerca de su mentalidad y capacidades.
Era también la única entre todos ellos que, armada con ese conocimiento de primera mano, había tratado hasta con desesperación de evitar el Apocalipsis en el que se hallaban. Y en una cierta y perversa manera, su fracaso en esa empresa desesperada la hacía sentirse culpable de la extinción inminente de la raza humana.
¿Había algo más que ella pudiera haber hecho¿Existía algún argumento que no hubiera intentado, alguna razón a la que no hubiera apelado, algún contacto al que no hubiera recurrido? Eran preguntas que no dejaban de atormentar a la teniente comandante Lisa Hayes mientras intentaba por enésima vez coordinar los movimientos de los aterrados escuadrones de combate que habían resistido aquella lluvia de muerte.
Aniquilación, era lo único en lo que pensaba desde aquel instante en el que el fuego había abrasado a la Tierra. Ella había visto a los Zentraedi hacer algo muy parecido a un planeta del que nada sabía, pero cuya destrucción igual la había llenado de pánico. Los había escuchado amenazar a la humanidad, representada en ese momento por su propia persona y la de los oficiales que la acompañaban en su cautiverio, con un destino similar. Todo su ser se sacudió de espanto al siquiera pensar en el grado de devastación al que había sido sometido el resto del mundo, allá afuera de ese agujero en el que el Gobierno de la Tierra Unida había cifrado tantas esperanzas.
Pero es en momentos como aquel, en medio de la devastación más completa, en los que la claridad consigue abrirse paso entre las nubes de caos y terror que obscurecen el pensamiento, y permiten vislumbrar las verdades y realidades con una serenidad imposible de concebir.
Y la verdad a la que Lisa Hayes se enfrentaba era una sola: ella moriría allí, de eso no tenía la menor duda. Moriría en su puesto, como correspondía a una buena militar. Moriría siguiendo el destino que su familia, que su dinastía, más había enaltecido durante siglos de orgulloso servicio en la carrera de las armas.
Sacudió la cabeza como queriendo quitarse aquella idea. ¿De qué serviría una muerte valiente, si no quedaba nadie en el mundo que la recordara? Era tan fácil entregarse a la locura colectiva, tanto que incluso era un prospecto más atrayente que morir absurdamente en cumplimiento de un deber que ya no tendría sentido... era tan fácil rendirse...
Con firmeza, ella se enderezó en su asiento y se concentró en su trabajo, tratando de dejar atrás todo lo que no fuera su trabajo. Si había de morir ese día, lo haría con la cabeza en alto y con honor, como había vivido toda su breve e intensa vida.
Revisó en su pantalla para comprobar si había recibido alguna respuesta a los pedidos de informe que había enviado a bases y puestos de mando del GTU en todo el planeta. Y no había otro resultado más que estática: Dakar, Seattle, Copenhague, Sebastopol, Mysore, Yokosuka... todos habían sido aniquilados en ese instante de fuego. Pensó en dejar de intentar, pero se obligó a continuar. Mientras hubiera una sola estación que respondiera, había esperanzas de, valga la redundancia, mantener las esperanzas. Tal vez algunos hubieran seguido con vida, pero no respondieran a causa de la interferencia o del simple terror. Había que seguir intentando. La alternativa era dejarse morir.
El disparo del Gran Cañón, escasos minutos atrás, había traído esperanzas a muchos de los que seguían con vida en la Base Alaska. Algunos hasta habían gritado de alegría al comprobar en sus sistemas que el disparo aniquilaba a las naves Zentraedi de a miles por segundo. Incluso, muchos se habían ilusionado ante la posibilidad de que esa arma acabara por completo con la flota enemiga. Esas ilusiones morían tan rápido como habían surgido, conforme la potencia del disparo se atenuaba y el rayo de destrucción se hacía cada vez más tenue, hasta desaparecer por completo.
Al final del ataque, dos millones de naves Zentraedi habían desaparecido, y de todas maneras de nada había servido, ya que tres millones de naves permanecían como si nada hubiera pasado.
Otro disparo había sido ordenado por los aterrados comandantes de la base, y los técnicos que servían a aquella monstruosidad robotecnológica trabajaban contrarreloj para poner al arma a punto para un segundo disparo.
Lisa no había reaccionado ante el disparo del Gran Cañón. Por supuesto, había deseado que aquel acto desesperado aliviara la presión a la que se veía sometida la Tierra, aún cuando no pasaba de ser un gesto inútil que no iba a salvar a la Tierra y a la Humanidad de la aniquilación completa. Desear, después de todo, no costaba nada.
Sus pensamientos vagaban otra vez hacia sus amigos en la fortaleza de batalla, que seguramente estaría ahora en el espacio, combatiendo a los Zentraedi o preparándose para hacerlo. Se permitió incluso una leve sonrisa al pensar en Henry Gloval, proyectando como siempre su imagen de padre protector y remanso de seguridad; en Claudia, cumpliendo fielmente con su rol de madre de las oficiales del puente, asegurándose de que todas cumplieran con su deber; pensó en Kim, Vanessa y Sammie, que como siempre dejarían atrás sus comportamientos a veces infantiles y se abocarían por completo a lo que la situación demandaba de ellas; pensó en Max Sterling y en la esposa que Lisa jamás conocería, cuyo matrimonio había sido una breve e ilusoria vela de paz apagada con crueldad por la tormenta del Armagedón.
Pensó en Rick Hunter, y al hacerlo Lisa sintió un dolor punzante en lo más profundo de su ser.
Rick...
"Dios, cuánto tiempo desperdiciado", se dijo Lisa, y en su memoria desfilaron uno tras otro aquellos breves pero inolvidables momentos compartidos con Rick. Aquellos instantes especiales que por un tiempo reavivaron en su corazón la esperanza de un nuevo amor. Recordaba con igual cariño las peleas feroces y los momentos de descubrimiento mutuo; las mordaces discusiones en la red táctica y las atrapantes conversaciones que había tenido en momentos libres. Especialmente, y con cada vez mayor frecuencia desde su regreso a la Tierra, recordaba aquellos besos en la nave insignia Zentraedi, aquellos besos que a pesar de haber sido dados por necesidad, despertaron algo en ella que había creído muerto para siempre.
Deseó con todas sus fuerzas volver a ver a Rick, aunque más no fuera escuchar su voz, antes de que la muerte viniera a buscarla. Deseó, imploró, rogó a Dios que le concediera un único deseo... que lo último que viera antes de morir fuera a Rick junto a ella, acompañándola en el último adiós. Si había algo que le quedaba por hacer en la vida, incluso con su último aliento si era necesario, era revelarle que lo amaba con todo su corazón, y sentía que su muerte sería inútil si no lo decía.
Pero sabía que no sería posible. Ya nada era posible, nada en absoluto, excepto lo inevitable. Había tenido su oportunidad antes de regresar a la Tierra, y esa oportunidad ya no existía.
Las alarmas sonaron en todos los rincones de la Base Alaska, y el personal se entregó con más energía a sus tareas, mientras los altoparlantes proclamaban con voz monocorde:
– A todo el personal. Disparo del Gran Cañón en T menos cinco minutos y contando...
"Adiós, Minmei... siempre te recordaré", pensó Rick, dejando que la imagen del beso entre Minmei y Kyle se disipara en su mente. Resignado como estaba a lo que vendría, Rick casi ni sintió la usual molestia que normalmente lo acosaba cada vez que veía a Lynn Kyle acercándose a Minmei.
Ese beso, transmitido no sólo a la red táctica de los Veritech sino también a la flota enemiga, había marcado el fin de todas las ilusiones para Rick. En silencio, deseó a Minmei una vida feliz junto a un hombre que la amara de verdad. Ahora no quedaba más en la vida de Rick Hunter que luchar.
– "As the battle goes on we feel stronger
How much longer must this go on? ..."
Otra docena de battlepods entró al alcance de las armas del Veritech. En cuanto los sistemas de adquisición de blancos los captaron por completo, bastó que Rick oprimiera un botón para lanzar un enjambre de misiles contra las naves de combate Zentraedi. Los misiles tardaron escasos segundos en encontrar sus objetivos, y persiguiéndolos con lo que sólo podría describirse con una tenacidad obsesiva a prueba de toda maniobra evasiva, terminaron por estallar al momento de hacer contacto, borrándolos del espacio.
De cualquier manera, y a pesar de lo impresionante que podía ser aniquilar a doce battlepods en un único ataque, docenas de mechas ya llenaban el radar de Rick, dispuestos a reemplazar a sus caídos camaradas.
Rick no llevaba la cuenta de las naves que había destruido en lo que iba de la batalla, ni siquiera le importaba hacerlo. Todo lo que estaba en su mente en ese momento era la misión, cuyos simples e inflexibles objetivos le habían sido fijados por el capitán Gloval minutos antes del despegue.
Avanzar hacia el enemigo. Acabar con todos los Zentraedi posibles. Mantenerse con vida.
Eran órdenes que los escuadrones de combate del SDF-1, el Skull a la cabeza, cumplirían a rajatabla.
Cientos, tal vez miles de battlepods, cazas y armaduras de batalla Zentraedi habían sido aniquiladas a manos de los Veritech y sus pilotos. Y a pesar de ello, millones de mechas Zentraedi se lanzaban sin pensarlo en frente de la patética y ridículamente pequeña fuerza de ataque que el SDF-1 había enviado en contra de la flota de Dolza. Para los pilotos Zentraedi, y para sus comandantes en las naves de guerra, ese combate tenía una lógica inexorable que lo llevaría a una conclusión obvia, que bien podría haber estado prefijada desde los inicios del cosmos.
Pero los Zentraedi no contaban con lo que podían llegar a hacer los humanos. Ellos podían ser pocos, y sus fuerzas una miseria comparadas con las innumerables legiones de los Zentraedi, pero ciertamente no eran patéticos, y mucho menos entendían de lógicas en momentos como aquel. Lo único que entendían los humanos era la voluntad de luchar hasta el último hombre, y de vender caro su exterminio a los Zentraedi. Si el destino dictaba que la humanidad hubiera de morir aquel día, se asegurarían de que los Zentraedi lo recordaran con terror por el resto de sus existencias.
Las tácticas de Gloval y Breetai eran crudas y brutales, desprovistas de toda elegancia. Las naves Zentraedi que seguían a Breetai disparaban sin parar a la flota de Dolza, no sólo causándoles daños monstruosos sino también previniendo nuevos bombardeos en contra de la Tierra. Luego el SDF-1, que marchaba al frente de la flota combinada, disparaba sus potentes armas Robotech contra la flota enemiga, liberando así un camino para que los escuadrones Veritech y los mechas de Breetai penetraran dentro de las filas enemigas, causando todo el caos y daño que pudieran.
Era una táctica en la que los humanos y sus aliados se estaban volviendo cada vez más capaces, con consecuencias devastadoras para la flota de Dolza conforme continuaba la batalla.
– "Blessed with strong hearts that beat as one
Watch us soar, and with love that conquers all
We'll win this battle, this last battle..."
Las divisiones de la flota Zentraedi que avanzaban para ocupar los espacios dejados por aquellas naves destruidas a manos de los humanos y sus aliados se encontraban acosadas desde todos los flancos por los incansables escuadrones Veritech, que descargaban con furia sus cañones y misiles en contra de ellos. Las pocas naves que conseguían sobrevivir a los desesperados ataques de los Veritech llegaban al frente de la flota sólo para caer bajo el fuego de las armas del SDF-1 y de la flota de Breetai.
Los Veritech del Escuadrón Skull se habían convertido en la personificación de su emblema: eran ahora un símbolo de muerte, provocando tanto terror entre los Zentraedi como el que despertaban los piratas que habían enarbolado la calavera y las dos tibias durante sus correrías por los océanos de la Tierra.
Otros escuadrones de mechas Zentraedi convergieron en la posición de Rick, y con extraordinaria sangre fría Rick atinó a cambiar a configuración Battloid para mayor movilidad y agilidad, dispensando muerte y destrucción al por mayor.
En algún lugar de ese combate estaban Max y Miriya Sterling, devastando las filas Zentraedi como si fueran los mismísimos ángeles de la muerte. El resto del escuadrón, así como los otros escuadrones Veritech de la fortaleza de batalla, hacía estragos entre las confundidas huestes de Dolza, repartiendo misiles y láseres sin discriminación alguna.
Los radares del Skull Uno, reconvertido ya a modalidad Fighter, detectaron un inmenso destructor Zentraedi que avanzaba a toda máquina hacia las líneas del frente. Con una sonrisa tétrica en su rostro, Rick armó los misiles nucleares que portaba el Skull Uno en los pilones subalares. El destructor continuaba su avance, sin reparar mucho en el solitario caza blanco y negro que se acercaba hacia él, a tal punto que su comandante ni siquiera se molestó en ordenar su destrucción. Ese fue un error que no tendría tiempo de pagar.
– Muy bien, desgraciados... ¡Esto va por Lisa! – gritó a la nave Zentraedi un segundo antes de jalar del gatillo y lanzar los misiles en contra del destructor.
Pocos segundos luego de ser lanzados, el destructor Zentraedi desaparecía envuelto en una serie de catastróficas explosiones nucleares, y una vez que las explosiones se disiparon en el espacio, del destructor no quedaban más que restos flotantes, ninguno de ellos mayor que una puerta tamaño humano.
– ¡Tengan duro! – proclamó Rick con orgullo luego de ver los momentos finales de ese destructor, y ese breve instante de suficiencia casi le cuesta la vida.
Escasos segundos después de cambiar a Battloid, Rick comprobó con horror que un escuadrón Zentraedi había descargado sobre su Veritech una lluvia de misiles... y casi al mismo tiempo se dio cuenta de que no había posibilidades de evadirlos a todos.
Parecía ser que, después de todo, la muerte había llegado para buscarlo.
Pensando rápido, protegió la sección central del Battloid con los brazos blindados, obteniendo así un mínimo resguardo para sí mismo en el momento en que los misiles hicieron explosión, haciendo que el Skull Uno desapareciera en una bola de fuego.
Lo último que vio antes de que la luz lo encegueciera fue la figura sonriente de Lisa frente a él.
Otro conducto estalló, regando de chispas y descargas eléctricas la sala de control, que ya se hallaba sumida en una oscuridad interrumpida sólo por las luces de las pocas pantallas que funcionaban. Los corredores y estaciones de la Base Alaska temblaban ante cada nuevo impacto de las armas enemigas.
La mayoría de los controladores de la Sala de Operaciones de Combate Aéreo 47 estaban muertos o moribundos, sus vidas segadas por las monstruosas explosiones provocadas por las armas Zentraedi. Algunos pocos trataban de mantener funcionando los sistemas, en un esfuerzo desesperado e infructuoso que ya no tenía sentido.
Una de esas personas era la teniente comandante Lisa Hayes, para quien su mundo se había reducido a la maltratada consola de comunicaciones frente a la cual estaba sentada.
Por fortuna, los Zentraedi no habían podido lanzar una segunda andanada contra la Tierra; el disparo del Gran Cañón había logrado causar tantas pérdidas a la flota enemiga que ésta se vio obligada a reagruparse antes de lanzar un segundo ataque. Las pocas imágenes transmitidas por los sistemas de observación supervivientes daban cuenta de un ataque a gran escala contra la flota Zentraedi, previniendo así que pudiera reagruparse.
Al ver esas breves imágenes y a pesar de la pésima calidad de recepción, el corazón de Lisa se estremeció. Era el SDF-1, de eso no tenía ninguna duda. La increíble fortaleza espacial estaba atacando a la armada de Dolza, encabezando una lucha temeraria y de final incierto. Lisa pensó entonces en sus compañeros del SDF-1, y se los imaginó determinados y firmes en su voluntad de lucha, con el mismo espíritu desafiante ante la adversidad que habían demostrado a lo largo de toda la Guerra Robotech.
Pensó en Rick, quien de seguro estaría liderando los escuadrones Veritech en aquella carga suicida, y en silencio le deseó toda la suerte del mundo.
Pero a pesar de verse ocupada con el imprevisto ataque, la flota de Dolza no tuvo ningún inconveniente en asignar algunos cientos de naves para que devolvieran a la Base Alaska el favor que le había hecho. Las naves Zentraedi bombardearon toda la región de Alaska con furia, sin importar el costo. Dolza quería aquella base destruida, y si tenían que evaporar todo el continente para hacerlo, lo harían sin pensarlo dos veces.
Había que concederles crédito a los ingenieros militares que diseñaron y construyeron la Base Alaska. Protegida por kilómetros de roca sólida y firmemente construida en las entrañas de Alaska, la base principal del GTU soportó los primeros ataques con relativa facilidad, sobreviviendo a fuerzas destructivas que hubieran reducido a una ciudad a átomos. Pero nada es invulnerable para siempre, y cada nuevo impacto de un cañón de partículas o misil provocaba daños crecientes en la golpeada base terrestre, acercándola un paso más a la destrucción.
Al principio se trataba de explosiones menores e interrupciones en los sistemas, pero pronto cada golpe provocaba cuantiosos daños e innumerables muertos y heridos entre el personal de la base. Una salva particularmente afortunada había forzado a abortar el segundo disparo del Gran Cañón apenas segundos antes de tener lugar. Apenas diez minutos atrás, un impacto había acabado con los generadores de energía principales, y toda la base quedó sumida en la más negra de las oscuridades.
Hacía cinco minutos que Lisa Hayes no sabía nada de alguna otra persona en la Sala 47, ni escuchaba voz alguna, excepto por los quejidos de algunos moribundos desperdigados por toda la Sala. Los ojos de Lisa, habituados ya a la oscuridad, estaban nublados por el humo, y el aroma de los cuerpos muertos y calcinados le provocaba náuseas y repulsión. A pesar de una curiosidad malsana, Lisa se contuvo de echar un vistazo a la Sala, temerosa de encontrarse con los rostros de terror de los otros oficiales de la Sala, congelados en el instante mismo de la muerte.
Allí sentada, rodeada por los muertos y moribundos de la Sala 47, Lisa Hayes descubrió que había una sola cosa peor que morir en combate: ser la única sobreviviente.
Quería que el fin llegara rápido, que esa agonía no se prolongara por mucho tiempo más.
A pesar de esos deseos de muerte, y como si estuviera siguiendo alguna compulsión enfermiza, Lisa se afanaba por contactar a alguna otra persona con vida en la Base Alaska. Cambió los sistemas de su consola a modo de comunicación interna, e intentó contactar a otros puestos de la base.
La respuesta era siempre la misma: estática, excepto por los tres segundos en los que pudo hacer contacto con una estación de monitoreo en el otro extremo de la Base, y sólo para escuchar los desgarradores gritos del operador de radio al momento de ser envuelto por las llamas.
Probó con otro canal, ya casi habiendo perdido las esperanzas de encontrar viva a alguna otra persona.
Para su sorpresa e infinita alegría, hubo alguien que respondió a su llamado. Su padre.
Lisa reprimió una expresión de espanto al ver las heridas que había sufrido su padre. A pesar del caos que ella podía ver que imperaba en la Central de Operaciones, el almirante Donald Hayes conservaba la dignidad hasta el último momento, e incluso su uniforme parecía no haber sufrido daño alguno.
– ¿Lisa, eres tú¡Te escucho, pero la transmisión es muy débil! – gritó el almirante tratando de hacerse oír por sobre la estática y las explosiones que ocurrían detrás suyo.
– ¡Padre, gracias a Dios que sigues con vida! – exclamó ella con alegría y lágrimas en los ojos.
Donald Hayes recuperó el porte militar luego de un breve instante de genuina alegría por comprobar que su hija seguía viva.
– El Gran Cañón ha sufrido graves daños, y no podrá disparar... – dijo en voz resignada, como si todas las esperanzas del planeta hubieran muerto con aquella gigantesca arma.
– ¡Oh, no!
– Tenías razón, Lisa... – admitió el almirante con una sonrisa triste en sus labios y la cabeza gacha – las fuerzas Zentraedi son demasiado para nosotros. No podemos hacer nada contra ellos...
La expresión del almirante cambió, y suplicó con desesperación a su hija, como si su tiempo se estuviera agotando:
– Debes irte mientras puedas, Lisa. Por favor, vete aho---
El almirante Hayes jamás pudo terminar la frase.
Desde donde estaba Lisa, todo lo que pudo ver fue una llamarada de fuego que devoraba a su padre sin darle siquiera la oportunidad de despedirse. Subsecuentes explosiones acabaron con lo que quedaba de la Central de Operaciones, y el ánimo de Lisa terminó por destruirse al saber que había sido testigo de la muerte de su padre.
– ¡¡¡NOOOOOOOOOO¡¡¡PADRE... padre!!! – sollozó Lisa, dejándose caer sobre la consola y deseando morir de una vez por todas.
En su inconsciencia, pudo oír un sonido que parecía provenir del más allá. Conforme pasaba el tiempo -¿realmente pasaba el tiempo o era una ilusión?- el sonido se hacía más y más inteligible, hasta que pudo reconocerlo como... un llanto. Un apagado, pero desgarrador llanto que lo conmovía en lo más profundo de su ser, y cuya voz le sonaba muy familiar...
Ese llanto lo intrigaba, lo desconcertaba, y lo que era más, parecía llamarlo. Poco a poco, Rick fue recobrando el sentido, hasta que abrió sus ojos y trató de recordar en donde estaba. En ese momento, el llanto que pareció escuchar quedó tapado por el canto de Minmei, que continuaba invadiendo la cabina del Veritech a través de todas las frecuencias de la red táctica.
Todo su cuerpo le dolía, sobre todo la cabeza, que parecía latirle dentro del casco de vuelo de manera insoportable. Tardó un poco en incorporarse y una vez que lo hizo, lo primero que vio fue la pantalla principal de su cabina, que le indicaba con luces de alarma que se aproximaba peligrosamente a la atmósfera de la Tierra.
Una corta mirada a un indicador de diagnóstico le hizo saber que el Veritech se hallaba aún en condiciones de vuelo, a pesar de haber estado flotando a la deriva y en modo Battloid luego del impacto de los misiles. Los datos del radar mostraban que la batalla estaba en estos momentos a miles de kilómetros de distancia, iluminando con sus explosiones los cielos del Mar Mediterráneo.
El Veritech no tenía potencia suficiente para reunirse con las fuerzas del SDF-1, y aún de poder hacerlo, había prácticamente agotado su munición, excepto por los láseres. Peor aún, Rick comprobó que el Skull Uno había perdido ambos brazos en su intento de defenderse de los misiles Zentraedi. Retomar la batalla en esas condiciones sería una invitación al suicidio, ya que literalmente entraría al combate manco de ambos brazos.
De todas maneras, ni siquiera podía escapar la atracción gravitacional de la Tierra, lo que convertía cualquier plan de regresar a la batalla en una fantasía.
Lo único que le quedaba por hacer era controlar la manera en que entraría a la atmósfera terrestre. Con un movimiento de la palanca cambió a modalidad Fighter y maniobró el Skull Uno para un ingreso seguro a la atmósfera. Desplegó los campos térmicos del Veritech para no incinerarse en el proceso, e incluso llegó a sentir algo de fresco, un cambio de temperatura que Rick recibió con bastante alivio.
La transmisión de Minmei se interrumpió a causa de los campos térmicos y de la interferencia atmosférica, y por primera vez desde que había dado inicio la batalla, la cabina del Veritech estaba en silencio, matizado por el sonido de los instrumentos e indicadores de vuelo.
Su mente volvió a viajar a los instantes inmediatamente posteriores al bombardeo Zentraedi. Se hallaba junto a Minmei en su camarote, tomándola de las manos y dándole fuerza para seguir adelante y para poder llevar a cabo el plan que había pensado.
Recordaba aquella declaración de amor y el beso que la siguió, y por segunda o tercera vez en el día, su corazón se contrajo al sentir que había sido algo forzado, casi antinatural. Algo que no debía ser. Quiso quitar esos pensamientos de su mente, pero encontró que era prácticamente imposible. Era como si la verdad se hubiera abierto paso con la fuerza del rayo por entre la confusión, y se negara ahora a permitir el retorno de la fantasía.
En cierta manera, había sido como el beso de la Bella Durmiente, despertándolo de una ilusión que no pasaba de ser un sueño.
Realmente no quería seguir pensando así, porque sabía muy bien en donde terminaría ese tren de pensamientos.
En Lisa.
Quiso golpear la cabina del Veritech, o hacer cualquier cosa para descargar su frustración y dolor. Tarde había llegado aquella revelación, demasiado tarde... Todo ese tiempo desperdiciado corriendo detrás de un sueño, mientras por debajo iba creciendo algo que había tenido tanto potencial para ser algo hermoso, y que ahora había dejado de existir.
Lisa...
Su imagen apareció frente a sus ojos... aquella figura atlética que el uniforme no podía ocultar, aquellas piernas interminables, sus encantadores ojos verdes, su largo cabello castaño, por más que ella insistiera en peinarlo de esa manera, su rostro iluminado por una sonrisa... Recordaba los pocos momentos en los que había tenido la rara oportunidad de ver a Lisa como mujer, y no sólo como oficial superior, y sintió una punzada en el corazón al pensar en todo lo que pudo ser y jamás sería.
"Si tan sólo la hubiera invitado a salir aquella noche antes de que regresara a la Tierra..." Rick cerró su puño e hizo un esfuerzo para no golpearlo contra algo.
Una alarma le indicó que había terminado la fase más peligrosa del ingreso a la atmósfera, y el radar volvió a funcionar con normalidad. Los campos térmicos habían sido desactivados, y la cabina había recuperado su visibilidad normal. Según los mapas de navegación de la computadora del Veritech, Rick se hallaba en ese momento sobrevolando la península de Kamchatka, en el extremo noreste de Asia.
Aunque por lo que podía ver, bien podría haber sido un paisaje de la Luna o Marte.
La devastación había sido absoluta. La superficie de la Tierra estaba completamente negra hasta donde alcanzaba la vista, y si era por las cenizas o porque simplemente había sido calcinada, Rick no lo podía determinar. Entre los gigantescos cráteres dejados por las armas Robotech, Rick podía divisar restos de lo que tal vez hubieran sido ciudades apenas horas atrás, convertidas ahora en cementerios para sus habitantes y para la raza humana. Nubes de polvo flotaban en el cielo, impidiendo que la luz de las estrellas atravesara y trajera algo de iluminación a la devastada superficie. Sólo podía verse la luz de la Luna, y por sobre el horizonte asomaban las brutales explosiones de la batalla, que continuaba rodeando a la Tierra en una procesión de muerte.
Rick se preguntó cómo estaría marchando la batalla. ¿Acaso los humanos y sus aliados Zentraedi estaban cerca de la victoria, o Dolza estaba también reduciéndolos al olvido?
"Sea como sea, no voy a formar parte de eso", se dijo mientras volvía a revisar su posición.
Cayó en la cuenta de que no estaba muy lejos de lo que alguna vez había sido Alaska, y su corazón dio un vuelco cuando volvió a pensar en Lisa.
Los labios de Rick se contrajeron en una fina línea, y jamás se sintió tan decidido como en ese momento. Dando máxima potencia a las turbinas del Veritech, corrigió su curso hasta apuntar en línea directa a las coordenadas de la Base Alaska.
"Si tengo que morir, lo haré lo más cerca posible de ella", pensó.
El bombardeo ya había terminado, pero no antes de haber convertido a la Base Alaska en un montón de ruinas. Ninguna de las estructuras construidas sobre la superficie había sobrevivido, mientras que los vastos túneles del complejo subterráneo se asemejaban a catacumbas sembradas de escombros y muertos. El tiro del Gran Cañón era ahora un monstruoso agujero humeante que parecía una puerta directa al infierno.
Los niveles inferiores del complejo, a quince kilómetros de la superficie, habían sufrido menos daños en comparación con los superiores, resguardados como estaban por kilómetros de roca sólida. Pero eso no quería decir que hubieran salido indemnes.
Arrodillada en el suelo, Lisa se había tomado el trabajo de acompañar en sus últimos estertores al teniente Boyle y a la sargento Nakamura, quienes habían sido los últimos operadores de la Sala 47 en fallecer, luego de una agonía dolorosa y demasiado prolongada. Durante el poco tiempo que llevaba en la Base Alaska, Lisa no había conocido mucho a ninguno de los dos excepto por los requerimientos del trabajo, pero a pesar de todo ella sintió que lo menos que podía hacer por ellos era estar a su lado mientras morían. Aún sin poder hablar a causa de sus heridas, Boyle y Nakamura le habían dado a entender a Lisa que agradecían lo que hacía por ellos, y eso significó mucho para Lisa en un momento como ese. Al menos le estaba haciendo un bien a alguien.
No había dejado de ser una experiencia horrible. La devastación de la Tierra había sido un cataclismo cuyas magnitudes escapaban a cualquier esfuerzo de la imaginación, lo que paradójicamente contribuía a hacer más llevadero el impacto. Pero esto... Boyle y Nakamura le habían dado un rostro humano a la tragedia, y eso sin mencionar a su padre. Sosteniendo la mano inerte de la sargento Nakamura, Lisa rompió en lágrimas de dolor cuando el recuerdo de los últimos instantes de su padre se repitió en su mente.
Recuperándose, Lisa cerró suavemente los ojos de los dos difuntos, y con mucho esfuerzo se puso de pie. Recorrió con la mirada lo que había sido la Sala de Operaciones de Combate Aéreo 47, convertida ahora en un grotesco cementerio para sus operadores, y que pronto lo sería para ella también. Muchos de los cadáveres estaban aún sentados en sus consolas, sosteniendo micrófonos y con los dedos sobre los botones, como queriendo cumplir con su deber aún después de la muerte.
El lugar estaba a oscuras, salvo por una tenue luz roja de emergencia que milagrosamente continuaba funcionando, conectada a un generador auxiliar. No era mucho, pero bastaba para poder ubicarse y guiarse al caminar.
Lisa permaneció de pie, considerando lo que haría a continuación. Era tan sencillo, pensó, tan fácil dejarlo todo y sentarse a esperar a la muerte... Se preguntó cuánto tardaría en llegar. No había sufrido heridas graves, más allá de algunos magullones y golpes, y eso significaba que debería esperar un buen tiempo. Se preguntó bajo qué forma horrible llegaría la muerte. O quizás, y Lisa no evitó estremecerse al estudiar con tanta frialdad la posibilidad, ella pudiera acabar con todo por su propia mano... Esas reflexiones no dejabas de ser un deporte macabro y tétrico, pero a Lisa ya nada le importaba. Sólo le quedaba decir su último adiós a todos los que había amado.
Todo había acabado, y lo único que faltaba era que ella también acabara.
Cerró los ojos un instante, pero sintió algo dentro suyo que se rebelaba contra aquella resignación a la muerte. Aún le quedaba fuego dentro, y en lo más recóndito de su ser escuchaba una voz, que no sabía si era la suya propia, la de su padre o incluso la del capitán Gloval, que la instaba a no rendirse sin luchar, a hacer un intento final, a no dejar que simplemente la muerte pasara por ella.
Sus puños se cerraron, sintiendo la determinación revitalizando todo su cuerpo. Regresó rápidamente a la consola y comprobó que podía hacerla funcionar conectándola al generador auxiliar, cosa que gracias a su experiencia técnica le llevó menos de cinco minutos.
Dejó escapar una breve exclamación de victoria cuando vio que la pantalla y los indicadores se encendían gracias a la energía que recorría sus circuitos. Ahora sólo era cuestión de que el sistema pudiera funcionar... y de que hubiera alguien en algún lugar del mundo que respondiera a su voz.
Con que hubiera uno sólo, eso ya era motivo suficiente para seguir luchando. Lisa no quería ser la última persona sobre la faz de la Tierra.
El sistema respondió a sus comandos, y un menú en la pantalla le preguntó si deseaba transmitir a algún destino en particular, usar una frecuencia específica o emitir una transmisión general y abierta en todas las frecuencias. Por un segundo, la inercia de los procedimientos militares casi hace que Lisa seleccionara una frecuencia de uso militar, pero se detuvo antes de hacerlo.
Era un mensaje de auxilio, una llamada desesperada pidiendo ayuda, y Lisa la haría a cualquiera que pudiera captarla, sea militar o civil, distinción que por otro lado carecía de sentido en un momento como ese.
Una vez que el sistema estuviera listo para transmitir, Lisa tomó el micrófono y comenzó a hablar con una voz temblorosa, cargada de temor a pesar del tono serio e impávido que trataba de imprimirle.
– Aquí... Aquí la comandante Hayes de la Base Alaska. Cualquiera que pueda oír mi voz, por favor, responda...
El Veritech sobrevolaba los últimos kilómetros del Mar de Bering en su vuelo hacia la nada. Las Islas Aleutianas habían quedado atrás y el Skull Uno se aproximaba ya a las costas de Alaska.
Rick Hunter no podía emitir sonido alguno, concentrado como estaba con pilotear el avión, y con sus sentidos abrumados por la dimensión de la devastación que podía observar.
Era inconcebible, demasiado espantoso como para poder ser verdad. Demasiado brutal para caber en el entendimiento de una simple persona.
Permitiéndose cerrar los ojos un instante, Rick deseó que nada de esto fuera cierto, y que todos los eventos de aquel día no fueran más que una enferma pesadilla creada por su imaginación. Por desgracia para él, al abrirlos debió hacerse a la idea de que lo que veía era la realidad.
Reconoció al instante algunos de los accidentes de la costa de Alaska. Había estado en Alaska en un par de oportunidades con el Circo Aéreo, y Rick se había maravillado con sus imponentes escenarios naturales. Esos escenarios, esos bosques, acantilados y montañas, ya no existían... por donde se la viera, Alaska se había convertido en un paraje yermo y cubierto de cráteres.
Los ojos de Rick divisaron una inmensa columna de humo y fuego que se elevaba hacia estribor, como pira funeraria. Comprobando la posición con su mapa, Rick descubrió con horror que esa columna de muerte había sido la ciudad de Anchorage, la más grande de la región, y sus labios se contrajeron en una mueca de espanto. Toda la ciudad ardía en llamas, elevando nubes de humo en el cielo negro. Durante aquellas visitas del Circo Aéreo, Rick y su padre se habían hospedado en Anchorage, y la ciudad traía numerosos recuerdos alegres para Rick.
Al sobrevolar la ciudad, Rick se santiguó y rezó una oración corta por los difuntos, sin olvidar en ella de pedir por Lisa.
Revisó por última vez su curso, fijándolo definitivamente en dirección de la región central de Alaska, en donde se hallaba la Base Alaska de acuerdo a la información que tenía. De cualquier manera, la base iba a ser fácil de identificar... por lo que sabía, se trataba de un gigantesco agujero que iba casi hasta el centro de la Tierra.
La costa había desaparecido debajo de él, y se adentraba en la extensión de Alaska.
¿Qué haría en cuanto llegara a la Base Alaska¿Permanecería afuera, esperando lo que el destino le deparara, o buscaría entrar¿Se atrevería a recorrer aquellos túneles en busca de Lisa? Su corazón palpitaba con mayor fuerza al pensar en ella, y dentro suyo crecía sin detenerse la necesidad de verla una vez más, viva o muerta. Tenía tantas cosas que decirle...
Impulsado por la costumbre, Rick encendió la radio del Veritech, como lo había hecho tantas veces para conectarse a la red táctica. Sonrió con tristeza al pensar que quizás lo había hecho para recordar cuando Lisa le gritaba a través de la red.
Pero en lugar de la voz de Lisa, o de cualquier voz humana, la radio sólo transmitía estática de forma ininterrumpida. No había nada que captar, ninguna voz que escuchar... nada en absoluto más que la estática, convertida en el sonido del exterminio.
Rick casi apagaba la radio cuando un sonido extraño lo sobresaltó. Por un breve instante, pensó que algo parecido a una voz humana se había colado por entre la estática. Al principio, lo consideró una ilusión, una mala pasada de su desesperada imaginación, pero después volvió a escuchar ese sonido, esta vez por un par de segundos. El corazón de Rick dio un vuelco al confirmar que sí se trataba de una voz humana.
Se precipitó sobre la radio en un intento de fijar la frecuencia a la que transmitía, pero se dio cuenta de que la voz aparecía de manera intermitente en distintas frecuencias.
"Debe de ser una transmisión abierta", pensó mientras ajustaba los controles de la radio. Conforme pasaba el tiempo, se hacía más inteligible la transmisión, posiblemente debido a que se estaba aproximando a la fuente. Con impaciencia cada vez mayor Rick aguardó unos segundos que parecieron eternos a que la transmisión se hiciera comprensible.
Y en cuanto pudo escuchar la transmisión, y distinguir la voz de quien la estaba haciendo, pensó que se estaba volviendo lisa y llanamente loco. Porque lo que estaba escuchando era sencillamente imposible...
– Repito, habla la comandante Hayes de la Base Alaska. Cualquiera que pueda oír mi voz, por favor responda...
¡No podía ser! Rick tardó unos segundos en procesar lo que escuchaba. Era imposible, pero no había dudas... Lisa había sobrevivido al ataque y continuaba con vida. A pesar de aquel bombardeo monstruoso, ella había logrado escapar... El shock había sido tal que la mano de Rick demoró en responder a su voluntad, y pasaron unos instantes interminables hasta que Rick pudo activar el transmisor de radio.
Sin poder contener su ansiedad, Rick exclamó a través del radio:
– ¡Soy yo, Lisa!
– ¡Soy yo, Lisa!
Los ojos de Lisa se habían abierto bien grandes en cuanto escuchó aquella voz. Durante varios minutos había estado transmitiendo su desesperado pedido de auxilio a través de todas las frecuencias, rogando que hubiera alguien en algún lugar de la Tierra que le pudiera responder.
Ya estaba a punto de perder las esperanzas cuando escuchó una respuesta a su llamado. Confundida por la adrenalina de las últimas horas, Lisa tardó en identificar aquella voz, que sin embargo le resultaba tan familiar. Poco a poco, ella fue cayendo en la cuenta de quién estaba respondiendo a su mensaje, y sintió que se le ponía la piel de gallina.
– Parece la voz de Rick... – se dijo como tratando de convencerse de ello. Por supuesto, su lado racional se rehusaba a aceptar la posibilidad. Era sencillamente imposible que de todas las personas en el mundo, la primera –¡la única! – en captar su llamado de auxilio y en responder fuera nada más y nada menos que Rick Hunter.
"Debe ser alguna clase de alucinación, Lisa" pensó. No había forma de que eso fuera real. Tal vez sí se estaba volviendo loca, tal vez era el primer paso antes de que sobreviniera la muerte.
Y sin embargo...
– ¡¿Eres tú, Rick?! – exclamó con una indisimulable alegría, sintiéndose viva por primera vez desde que había comenzado la batalla y esperando una respuesta como jamás había esperado algo en la vida.
La respuesta fue rápida y contundente, y eliminó todas las dudas de Lisa:
– Sí, Lisa... soy yo... – respondió Rick, todavía un poco atontado ante el impacto de descubrir que Lisa seguía con vida.
– ¡Es un milagro...! – suspiró Lisa en voz baja, y luego preguntó: – Rick, tú... pues... ¿Qué estás haciendo aquí?
– Tuve un problemita y quedé afuera de la batalla, y ya que estaba por el barrio decidí hacer una visita...
Para su propia sorpresa, Lisa sonrió ante el comentario de Rick, dicho con el desparpajo que lo caracterizaba. Un pensamiento optimista, algo ya de por sí extraño dada la situación, asaltó a Lisa y la llenó de nuevas esperanzas. Si Rick seguía con vida, tal vez el resto de la tripulación...
– ¿Qué hay del SDF-1¿Están todos bien? – preguntó sin contener su ansiedad.
– La última vez que supe de ellos, estaban dándole un buen castigo a la flota Zentraedi, pero eso no importa ahora... Lisa¿estás bien? - preguntó Rick con preocupación en su voz.
Lisa tragó saliva antes de contestar. ¿Qué podía responder a eso? El recuerdo de su padre y de los instantes de horror que vivió desde que empezó el ataque eran claras señales de que no estaba bien, pero a pesar de todo, sentía como si ahora realmente las cosas estuvieran mejorando. Ahora que sabía que había alguien más con vida, y que esa persona era justamente aquel a quien...
– Sí, pero creo que soy la única. Nadie más contesta... – respondió elevando su voz para que Rick la pudiera oír por sobre el ruido de fondo.
En la cabina del Veritech, Rick se permitió la primera sonrisa real desde que la Tierra fue bombardeada. Era una sonrisa de alivio y de completa alegría al saber que Lisa estaba aún con vida, y que a pesar de toda aquella destrucción le había sido dada una segunda oportunidad. Rápidamente llegó a una decisión. Escucharla decir que tal vez fuera la única con vida en aquella base sólo hizo que Rick ansiara aún más el estar a su lado para rescatarla y protegerla. Después de todo, tal vez las habladurías tenían razón y él sí tenía un complejo de caballero andante...
– ¿Estás sola? Lisa, dame tus coordenadas – preguntó sin pensarlo mucho más.
El pedido de Rick desconcertó a Lisa. "Espero que no esté pensando en lo que creo que está pensando". Iba a decirle algo al respecto, pero la voz de Rick la interrumpió, dándole todas las respuestas que necesitaba.
– ¡Apresúrate, iré a sacarte de ahí!
Sí, el muy demente lo iba a hacer. Lisa no sabía bien las condiciones en las que se hallaba el resto de la base, pero sí sabía que la Sala 47 estaba en uno de los niveles más bajos de la Base Alaska, a kilómetros de la superficie, y se estremeció al pensar en todo lo que tendría que atravesar Rick para llegar a ella. Sintió ganas de protegerlo, y de cuidarlo de cualquier peligro, aún si eso significaba abandonar toda esperanza de salvar su propia vida...
– ¡Olvídalo, no puedes¡Es muy peligroso! – exclamó Lisa con repentina preocupación, dudando sobre si tendría que hacer de ese pedido una orden expresa.
Rick meneó la cabeza, sonriendo con picardía al escuchar el pedido de Lisa, y no tardó en decidir que lo ignoraría por completo, como lo había hecho tantas veces con tantas otras órdenes que Lisa le había dado en el pasado.
– Lo siento, comandante, su transmisión es muy débil. No escuché esa última parte – dijo con un tono algo jocoso.
– ¡Maldición, Rick, es demasiado arriesgado¡Vete ahora mismo antes de que te metas en algún problema! – exclamó ella, y una pequeña parte de su personalidad se indignó ante la idea de que aún en el fin del mundo Rick Hunter era capaz de desobedecer una orden suya.
– Un poco más de peligro no me va a hacer mal. Ya verás, te sacaré de ahí antes de lo que imaginas – respondió él, minimizando el peligro del que Lisa le estaba advirtiendo.
"¡Diablos, Rick¿Acaso no entiendes lo que es una orden?" quiso gritarle Lisa al escuchar aquella respuesta tan arrogante, tan típicamente de Rick. "¿Sabes que no quiero perderte?" Sin embargo, todo eso ya no importaba. ¿Qué sentido tenía impartir órdenes cuando las fuerzas armadas ya no existían? Lo único que le importaba a Lisa era que a pesar de todo, incluso de sus propias órdenes en contrario –por más que él no supiera que habían sido órdenes– Rick aún estaba dispuesto a intentar salvar su vida.
– ¡Hazme un favor y mantén el canal encendido, así puedo rastrear tu transmisión! – agregó finalmente Rick, dando los últimos preparativos para su inesperada y autoimpuesta misión de rescate.
"Bueno, parece que está decidido", pensó ella mientras ponía al sistema en transmisión continua, para darle a Rick una baliza que lo guiara hasta ella.
Unas lágrimas escaparon de los ojos de Lisa, y la alegría la había embargado tanto que su voz se quebró al decirle con total sinceridad, mientras pegaba el auricular a sus oídos para no perder ni una palabra de la voz de Rick:
– Rick, me alegra tanto escucharte... ¡Ten cuidado! – agregó al final, rogando que no lo perdiera ahora que lo había encontrado, y agradeciendo al cielo por ese pequeño milagro en medio de tanta muerte y desolación.
Quiso decirle una cosa más, algo que llevaba en el corazón desde hacía demasiado tiempo, pero la emoción que la dominaba no le permitió decirlo, y se conformó con besar suavemente el micrófono, en un gesto tanto de aliento como de amor.
En la cabina del Veritech, Rick sonrió, y su corazón se derritió al escuchar esas palabras tan tiernas y sentidas de boca de Lisa. Pero lo que más lo enterneció fue un breve sonido que vino a continuación de la última frase de Lisa. Era un sonido inusual en una transmisión militar, y que sonaba muy parecido a un beso...
– ¡Allá voy! – exclamó por la radio, como un grito de guerra.
Dando potencia a sus posquemadores, el Veritech se lanzó a toda velocidad para llegar antes a la Base Alaska, ahora que había un buen motivo para llegar allí.
Mientras tanto, sentada frente a una consola en una devastada sala de operaciones enterrada kilómetros por debajo de la superficie de la Tierra, la comandante Lisa Hayes se recargó contra su asiento y se permitió soñar con un milagro más en ese día cargado de muerte, un milagro de ensortijados cabellos negros y brillantes ojos azules...
Conforme se acercaba a las coordenadas que le proporcionaba Lisa a través del sistema de comunicación, Rick comprobaba que la devastación era cada vez más terrible. La región central de Alaska había recibido un castigo extraordinario a manos de los Zentraedi, más que cualquier otro punto de la Tierra, y Rick se estremeció de sólo pensar en los daños que debió de haber sufrido la Base Alaska.
Era imposible que alguien hubiera podido resistir semejante bombardeo, y el hecho de que, de entre los miles de militares asignados a la Base Alaska, Lisa fuera en apariencia la única superviviente era algo que desafiaba todas las probabilidades, contradiciendo totalmente la fría lógica de aquel holocausto espacial.
Era sencillamente un milagro. Rick no encontraba otra palabra para llamarlo.
Volvió su atención a sus instrumentos. De acuerdo con los sistemas de navegación del Veritech, fijados en la señal del sistema de comunicación de Lisa, estaba a menos de treinta kilómetros de la Base Alaska. Eso significaba que a la velocidad que llevaba, estaría sobrevolando la Base Alaska en menos de un minuto.
Una vez que confirmó su posición, Rick observó el paisaje, y tuvo que esforzarse para que la impresión no lo abrumara.
La tierra estaba literalmente negra. Había cráteres de todos los tamaños y formas hasta donde llegaba la vista. Columnas de humo negro que trepaban desde la superficie hasta el cielo, marcando los lugares donde antes hubo ciudades, pueblos, fábricas, puestos militares... La geografía del Armagedón.
Entre toda la miríada de cráteres que marcaban la superficie, se destacaba uno mucho mayor y de forma demasiado regular como para ser obra de algo tan aleatorio como una explosión termonuclear. A diferencia de los otros cráteres, este no parecía tener un fondo discernible, y desde el cielo se veía como un túnel que se adentraba hasta el núcleo mismo de la Tierra.
Allí estaba. Eso debía ser el tan mentado Gran Cañón.
"No parece tan impresionante", pensó Rick luego de contemplar por unos segundos la que fuera el arma más mortífera creada por la raza humana.
Alrededor del Gran Cañón, Rick pudo discernir pilas de escombros y algunos restos de edificaciones, sin dudas pertenecientes a los edificios de la Base Alaska construidos sobre la superficie. Todavía podían divisarse explosiones y llamaradas en toda el área circundante al Cañón, rodeándolo en un anillo de fuego.
En el momento en que el Veritech sobrevoló el Cañón, Rick cambió a modo Guardián y dejó al caza suspendido en el aire mientras buscaba una manera de penetrar en la base. No sabía mucho acerca de la Base Alaska o del Gran Cañón, excepto que había sido algo verdaderamente monstruoso y supersecreto, pero si había que creerle al radar, el maldito agujero se extendía dieciséis kilómetros dentro de la Tierra. Si la Base Alaska llegaba a esa profundidad, eso significaba que habría miles de túneles y compartimientos para revisar.
Con cuidado, Rick cambió la orientación de los propulsores del Veritech para impulsarlo en un descenso controlado por el tiro del Cañón, y al hacerlo, sintió que estaba siendo devorado por la Tierra misma.
Lisa podía estar en cualquier lugar, y lo único que Rick tenía para guiarse era la señal que ella mantenía encendida. No tenía ningún plano interno de la base, y menos que menos sabía cómo guiarse dentro de ese laberinto de túneles. De hecho, ni siquiera sabía cómo entrar.
La mirada de Rick se detuvo en un enorme hueco rectangular en una de las paredes del Cañón. De entre todas las aberturas que había podido ver, esa era la única que tenía el tamaño suficiente, aunque un poco estrecho, como para permitir el paso de un Veritech. Debía ser alguna clase de túnel de transporte, o incluso un hangar subterráneo, cosa que a Rick no podía importarle menos, siempre y cuando pudiera volar dentro de él.
– Peor es nada – dijo Rick, encogiéndose de hombros con despreocupación y sujetando con firmeza la palanca de mando.
En el radar y en el sistema de comunicación, la señal de Lisa se hacía más fuerte, y a cada segundo el corazón de Rick latía con más fuerza.
Haciendo uso de toda su habilidad de vuelo, Rick piloteó el Veritech en modo Guardian hasta entrar en aquel conducto, internándose en las entrañas de la moribunda Base Alaska en su desesperada misión de rescate.
Había pasado media hora desde que Rick respondiera su mensaje de auxilio, y Lisa Hayes ya no podía contener su ansiedad ni un minuto más. Las comunicaciones con el Skull Uno estaban demasiado interferidas por las descargas electromagnéticas de las explosiones como para permitir una conversación, pero el canal se mantenía abierto en ambos extremos, aún si lo único que se transmitía era estática.
Todo lo que quería Lisa Hayes en ese momento era salir de allí, y dejar para siempre ese agujero de muerte.
Lisa trató de imaginarse en dónde estaría Rick, y sonrió tiernamente al imaginárselo piloteando su caza Veritech, con su habilidad natural y ese profesionalismo que existía debajo de ese exterior rebelde e insubordinado que tantas veces la había enfurecido.
No debía faltar mucho tiempo más. Poniéndose de pie, Lisa se inclinó sobre la consola para asegurarse de que el radio siguiera encendido para guiar a Rick hasta donde se hallaba ella. Luego de verificar que el sistema funcionara, se quitó el auricular y el micrófono, para apoyarlos con suavidad sobre la consola. Una vez que todo estuvo acabado, Lisa se tomó un segundo para echar un último vistazo a la destrozada Sala 47.
El lugar estaba en ruinas y a oscuras, excepto por las luces de la consola de radio que había ocupado ella hasta hacía escasos segundos. Todavía podía escucharse el retumbar de explosiones lejanas, que devastaban otras secciones de la Base mucho después de que el ataque hubiera terminado. Algunas de esas explosiones eran lo suficientemente potentes como para hacer temblar el lugar donde estaba Lisa, y no necesitó mucho más para darse cuenta de que quedaba muy poco tiempo.
Siguiendo la costumbre militar, Lisa se acercó a cada uno de los cadáveres y con reverencia y cuidado les quitó una de las dos placas identificatorias que llevaban colgadas de sus cuellos. Una vez que la tarea estuviera terminada, Lisa leyó en silencio los nombres que aparecían grabados en cada una de las placas. Johnson, Ortiz, Heitman, Wang, Voudreau, Singh, Boyle, Parrish, Ivanov, Nakamura...
Lisa no había tenido tiempo para conocer a cada uno de ellos más allá de reconocer sus rostros, pero de cualquier manera, desconocidos o no, habían caído en cumplimiento de su deber y por eso merecían ser recordados... hombres y mujeres valientes que habían dado todo de sí hasta el último momento, y cuyos sacrificios no podían caer en el olvido. Lo más probable era que nadie que hubiera conocido a esas personas siguiera con vida, pero eso sólo hizo que Lisa, la única sobreviviente de todo el personal de aquella sala, decidiera con más resolución honrar sus memorias y asegurarse de que no cayeran en el anonimato.
De pie, con la puerta de acceso a la Sala 47 a sus espaldas, Lisa Hayes se puso en posición de firmes e hizo la venia, en señal de respeto y homenaje a los muertos. Terminada aquella breve ceremonia, Lisa se secó las lágrimas de sus ojos y abrió la puerta, dejando la Sala 47 por última vez en su vida.
Cerró la puerta tras de ella, y se halló en el pasillo que conectaba a la Sala 47 con el túnel de transporte primario, una amplia galería que recorría la base desde el Gran Cañón hasta el perímetro exterior. Para su sorpresa, a pesar del daño brutal sostenido por la base, el pasillo continuaba con plena iluminación, marcando un contraste sorprendente con la devastación de la que Lisa había escapado.
No debía faltar mucho más, y lo único que le quedaba por hacer a Lisa era esperar a que Rick la encontrara.
El tiempo pasaba a una velocidad lenta hasta la exasperación, y Lisa sintió nacer una inoportuna risa al darse cuenta que se estaba permitiendo el lujo de molestarse por la impuntualidad de Rick.
En ese momento, un rugido ensordecedor saturó el ambiente, proveniente del otro lado de la pared, más allá del corredor de acceso a la Sala. Debía provenir del túnel de transporte primario, pensó Lisa luego de recordar la configuración interna de la base.
El sonido se acercaba cada vez más a donde estaba ella, y el corazón le dio un vuelco al reconocer ese rugido como el sonido característico de las turbinas de un caza Veritech VF-1. De pronto, el sonido se hizo progresivamente más apagado, hasta que Lisa pudo oír que se detenía por completo en algún lugar muy cercano a donde se hallaba ella.
En cuanto el sonido cesó, Lisa sintió que sus piernas no podían sostenerla más, y sus ojos se llenaron de lágrimas de felicidad.
Le había tomado a Rick unos cuantos minutos el moverse por aquel conducto. Rick no tenía idea de que ese túnel se extendía por kilómetros y kilómetros por debajo de la Tierra. Durante todo su recorrido, Rick no vio nada más que restos y escombros, iluminados por descargas eléctricas aleatorias provenientes de algún cable expuesto. Lo único que tenía para ver al frente eran las luces del Veritech, y lo único que podía usar para guiarse era la señal del radio de Lisa, que continuaba bien nítida en sus instrumentos a pesar de toda la interferencia del lugar.
Por fin, Rick había llegado al punto más cercano a la señal que podía alcanzar montado en su Veritech. La señal parecía provenir de detrás de un enorme mamparo dividido en secciones numeradas, que según las inscripciones escritas en ellas correspondían a salas de control de alguna clase. Estudiando minuciosamente la señal, Rick determinó que lo que buscaba debía hallarse detrás del mamparo marcado con el número 47.
Para su sorpresa, Rick encontró que el mamparo era sólido, sin ninguna señal de una puerta de acceso o escotilla que le permitiera entrar. A pesar de ese detalle, Rick Hunter no era hombre que se rindiera ante algo tan tonto como la falta de una puerta.
Accionando los controles de fuego del Veritech, Rick forzó a la cabeza del Battloid a emerger de donde se hallaba guardada, a pesar de estar el caza en modo Guardian. Con cuidado y sangre fría, Rick apuntó los cuatro láseres montados en la cabeza a un sólo punto en el mamparo, y guió el disparo en un calculado patrón circular, perforando la pared para hacerse un agujero por el cual pasar.
Era una maniobra muy delicada... Rick debía disparar los láseres con una potencia lo suficientemente alta para perforar la pared, pero a la vez suficientemente baja para no destruir accidentalmente lo que había detrás de ella... especialmente si se trataba de una persona que para Rick se había convertido en lo más importante del mundo.
Con un sonido seco y metálico, la sección cortada de la pared cayó en cuanto el círculo que Rick había dibujado con sus láseres se cerró. Ni bien el agujero quedó abierto, Rick abrió la cabina del Veritech y saltó a tierra, corriendo con todas sus fuerzas para atravesar aquella entrada improvisada.
Su corazón palpitaba con un ritmo cada vez más elevado, sintiendo que se acercaba a Lisa. Lo único en lo que podía pensar era en volver a verla y rescatarla de aquella tumba subterránea.
Finalmente, Rick trepó hasta cruzar por el agujero abierto por sus láseres, y se encontró de pie en un pasillo iluminado. Sus ojos tardaron muy poco en adaptarse a la luz, a pesar de haberse acostumbrado a la oscuridad imperante en el resto de la base.
En cuanto se aclaró la vista, Rick divisó una figura femenina en el otro extremo del pasillo que lo miraba atentamente, una figura muy familiar y que él había creído perdida para siempre.
Un grito emocionado rompió el silencio:
– ¡Rick!
Sus miradas se cruzaron, y el tiempo se detuvo para los dos.
– ¡Hola! – fue lo único que él atinó a decir, allí parado junto al agujero que había hecho con sus láseres.
Desde la distancia, ella pudo notar un brillo de alegría que iluminaba sus ojos azules en el momento en que la vio. Sintió que su cuerpo temblaba de alegría al verlo allí parado, tan seguro de sí mismo, como un ángel venido para rescatarla de las garras de la muerte.
– ¡Ya era hora, teniente! – le dijo ella medio en broma, como regañándolo por su retraso. Sin embargo, cualquier pretensión de estar enfadada con él se vió traicionada por las lágrimas de felicidad que, ya sin contención alguna, bañaban su rostro iluminado por una enorme sonrisa.
Él meneó la cabeza y comenzó a reír, sorprendido ante el hecho de que en medio de toda esa devastación, ella todavía fuera capaz de regañarlo por su retraso, aún teniendo perfectamente claro que ella sólo estaba bromeando con él. A pesar de eso, él sintió que se derretía al ver ese rostro una vez más, y por hallarla tan feliz de verlo.
– ¡Hago lo que puedo, comandante! – le respondió con un falso tono de molestia ante el reproche, como continuando la broma empezada por ella.
Como movidos por la misma fuerza, Rick y Lisa empezaron a correr uno en dirección del otro, completamente envueltos en una sensación de felicidad que arrasaba con todo el dolor y sufrimiento que habían embargado sus corazones durante aquel día de fuego y muerte. Los dos se sentían los seres más felices de la Tierra, y no podían evitar reír mientras se acercaban uno al otro a todo lo que les daban sus piernas.
Para los dos, el corredor parecía brillar con una luz intensa que todo lo bañaba, y que resaltaba ante sus ojos la figura de la otra persona. Ninguno de los dos podía creer que ese momento fuera real, ninguno de los dos podía imaginar siquiera que entre las llamas del Apocalipsis, ambos hubieran no sólo sobrevivido, sino que pudieran encontrarse uno al otro. Era como si hubieran estado destinados a encontrarse, a salvarse mutuamente... destinados a estar juntos una vez más a pesar de todo.
A mitad del corredor, Rick y Lisa se encontraron y fundieron en un abrazo intenso del que ninguno se hubiera separado por nada del mundo. En ese momento se dieron cuenta de que no era un sueño, sino algo real, completamente real, y tanto Rick como Lisa dejaron correr lágrimas de felicidad en cuanto sus cuerpos se encontraron. Ambos se estremecieron como si una corriente los recorriera de la cabeza a los pies en el momento de tenerse mutuamente entre sus brazos.
Ella se refugió entre los brazos de Rick, apoyando su cabeza en su pecho palpitante y cerrando los ojos un instante mientras su cuerpo se estremecía de gozo y felicidad. Por su parte, él la abrazaba con más fuerza y hundía su rostro en el cabello de Lisa, llenando sus pulmones con su aroma y sintiendo el suave roce de sus cabellos contra la piel de su rostro.
Ninguno de los dos dijo nada, ni hacía falta que lo hicieran. Entre ambos estaba todo dicho y hablaba algo más intenso que las palabras, la única comunicación que necesitaban era sentir el latido de sus corazones y los brazos que los unían en ese abrazo.
Ambos levantaron por un instante sus rostros, y los ojos azules de Rick se encontraron con los ojos verdes de Lisa. Las miradas que cada uno pudo ver en los ojos del otro hicieron que sus corazones se derritieran. En los ojos del otro, tanto Rick como Lisa encontraron gratitud, alegría, felicidad y esperanza... y aunque ninguno de los dos estaba listo para admitirlo frente al otro en ese momento, amor.
Rick esbozó una media sonrisa, perdido como estaba en los ojos de ella. Tímidamente, quitó su mano derecha de la cintura de ella y la levantó hasta acariciar suavemente el rostro de Lisa, recorriendo cada rincón de su rostro con la yema de sus dedos. Al contacto de la mano de Rick con su piel, Lisa simplemente recostó su rostro en la mano de Rick, dejándose por completo a merced del joven teniente.
Dejándose llevar por sus emociones, Rick se encontró acercando sus labios a la frente de Lisa, sin que ella hiciera el menor esfuerzo por evadirlo. Era lo menos que podía hacer para expresarle a ella todo lo que sentía al verla sana y salva, y al fin sus labios se posaron en la frente de Lisa, besándola con delicadeza e innegable cariño, cosa que no evitó que Rick sintiera que se le erizaban los cabellos de la nuca en el momento en que sintió la piel de Lisa rozando sus labios. Dejó que el beso continuara unos segundos, sintiéndose demasiado débil como para quitar sus labios de allí.
Por su parte, en cuanto Rick besó su frente, Lisa sintió que todo a su alrededor empezaba a dar vueltas, y que no podría mantenerse mucho más en pie. Había soñado con algo como eso, y sentirlo en realidad en un momento como ése era más que lo que podía soportar. Recargándose más sobre Rick, ella cerró los ojos para experimentar en toda su fuerza ese momento, saboreando hasta el último detalle y sintiendo que el beso de Rick, por más inocente que fuera, la quemaba por completo con un fuego inextinguible, mientras en sus labios se dibujaba una sonrisa de pura felicidad.
Sin poder resistirse, Lisa besó suavemente la palma de la mano de Rick, que aún la sostenía. Al sentir el beso de Rick, un cosquilleo irresistible invadió todo el cuerpo del joven piloto, y por primera vez en el día creyó que sus piernas no podrían sostener su peso.
Tal vez se hubieran besado allí mismo, en ese lugar, y dado rienda suelta a lo que cada uno había meditado durante tanto tiempo. Ciertamente ambos lo deseaban en lo más profundo de sus corazones, pero también, de modo inconsciente, sentían que no era el momento. Era un momento demasiado hermoso ya de por sí, y ambos ya estaban completamente felices por el sólo hecho de saberse vivos, sanos y salvos.
Lentamente, Rick fue separando sus labios de la frente de Lisa, y volvió a encontrarse con los ojos de ella, que ahora lo miraban con un cariño que no conocía límites. Tomándola de las manos y sonriéndole, Rick se acercó a ella para preguntarle en voz baja:
– ¿Qué te parece si salimos de este lugar, Lisa?
Ella rió, y sintió que se hundía en la mirada tierna de los ojos azules de Rick, agradeciéndole silenciosamente por sostenerla, ya que no hubiera podido mantenerse en pie.
– Me parece una idea maravillosa... – respondió con un susurro, sin haberse podido recuperar por completo de la emoción de ver y sentir a Rick junto a ella.
Con suavidad, y sin dejar de sostenerla cariñosamente del talle, Rick la condujo en dirección del hueco en el mamparo, ayudándola a trepar para salir de ese lugar.
No tardaron mucho en llegar a la cabina del Veritech. Rick fue el primero en subir, pero no por falta de caballerosidad sino por motivos prácticos, ya que podría desde allí ayudar a Lisa a subir con más facilidad. De cualquier forma, Lisa trepó a la cabina con agilidad felina, y Rick la acomodó encima suyo, sentándola sobre sus piernas.
– Ven, siéntate aquí – le dijo mientras ella se acomodaba en el espacio reducido de la cabina. – Ponte esto – Rick le alcanzó su casco de piloto para que ella se lo colocara, cosa que hizo aunque mucho de su cabello largo quedó por fuera del casco.
Sin mediar palabra alguna, Lisa rodeó el cuello de Rick con sus brazos y se acurrucó contra su pecho, y ante este inesperado asalto, Rick sonrió con un poco de timidez. Guiñándole el ojo, preguntó:
– ¿Estás cómoda?
Ella le devolvió el guiño, y con su rostro a centímetros del de él le respondió:
– Muy cómoda, muchas gracias...
Lisa dejó que esas palabras flotaran en el aire mientras permanecía con la boca semiabierta y sus ojos clavados en los de Rick. Por su parte, la sonrisa de Rick se hizo más grande, y sus ojos brillaron antes de volver la mirada a los instrumentos. Con sólo oprimir un botón, la cabina del Veritech se cerró, y maniobrando con la palanca de control, Rick encendió las turbinas del Veritech, dando comienzo así a su escape de la moribunda Base Alaska.
Rick piloteó el Veritech, que seguía en modo Guardián, a la máxima velocidad que podía darle para mantener el control del aparato en un espacio tan reducido como aquél. Pilotear en esas condiciones requería no sólo habilidad, sino sangre fría y un extraordinario dominio del aparato. El Veritech regresaba por donde había venido, pero esta vez el viaje fue más accidentado, y Rick se encontró forzado a ser extremadamente cuidadoso para evitar algún inconveniente.
Partes del techo del túnel se desplomaban a causa de los temblores y explosiones, y los conductos de energía que habían quedado expuestos dejaban escapar peligrosas descargas eléctricas que iluminaban el túnel. Rick sabía que no quedaba mucho tiempo más, y que tendrían que irse de inmediato.
Justo cuando aceleró un poco más, el Veritech pasó al lado de un conducto de energía que había quedado descubierto como consecuencia de una de las explosiones. Con el aire cargado de estática y el propio impulso que llevaba el Veritech, el conducto se sobrecargó y estalló con gran violencia, desparramando esquirlas por todos lados como si fueran proyectiles brutales.
Algunos de esos proyectiles se estrellaron contra la cubierta de la cabina del Veritech, destrozándola con la potencia del impacto y astillándola en mil pedazos que salieron volando en todas direcciones. Por instinto, Rick sujetó a Lisa con más fuerza, mientras ella buscaba refugio de esa lluvia de vidrios abrazándose a él con todas las fuerzas de las que era capaz. Por fortuna, ninguno de los dos resultó herido, y rápidamente pudieron volver su atención al frente, a aquella salvación que estaba tan cerca.
Lisa no se soltaba de Rick, y él tampoco hacía muchos esfuerzos para que ella se soltara. Ella se sentía tan segura junto a él, se sentía más segura de lo que nunca había estado en toda su vida... y una sonrisa apareció en sus labios al sentir que, a pesar de mantener volando el Veritech, él no soltaba sus brazos de ella, apretándola firmemente contra su cuerpo.
El túnel parecía interminable, y por una milésima de segundo Rick llegó a temer que se hubiera confundido y tomado otra dirección. Pero para su alivio, a lo lejos podía ver una débil luz en lo que parecía el final del túnel. El Veritech se acercaba cada vez más a esa luz, y faltando algunos cientos de metros, Rick dio más potencia a las turbinas. Estaban tan cerca... casi podían sentir el aire frío de Alaska golpeando sus rostros.
Por fin, el Veritech llegó a la boca del túnel, y Rick y Lisa se encontraron en el tiro principal del destrozado Gran Cañón. Debajo de ellos estaban las entrañas destruidas de la base y del sistema del Gran Cañón, y por encima de ellos estaba el cielo plomizo de aquella noche apocalíptica. El aire frío que bajaba por el tiro principal bañó la cabina expuesta del Veritech, dando un muy bien recibido cambio de temperatura para Rick y Lisa.
Libre ya de todo obstáculo, y encontrándose en un espacio mucho mayor para maniobrar, Rick puso las turbinas del Veritech a la máxima potencia, impulsando el caza hacia la superficie a toda velocidad, hasta que al fin el Skull Uno pudo escapar de la Base Alaska.
Una vez fuera del tiro, Lisa murmuró una oración por su padre y por todos aquellos que habían muerto en la Base Alaska, y para su sorpresa, Rick la tomó de la mano y la acompañó en la plegaria.
Durante las siguientes dos horas, el Veritech se alejó de la Base Alaska en modalidad Guardián y volando a ras del suelo, ya que sin la cubierta de vidrio hubiera sido suicida volar a gran altura.
Fueron dos horas en las que ni Rick ni Lisa dijeron palabra alguna. Ambos estaban abrumados por la devastación que encontraban a su paso... miles de kilómetros de desierto, ruinas y cenizas hasta donde alcanzaba la vista... ni una sola alma, ni siquiera un mísero árbol o un río. Todo era irreconocible, más parecido a una visión del Infierno que a un paisaje como los que habían conocido antes de la guerra. La devastación parecía haber sido completa, y conforme pasaba el tiempo, crecía en Rick y Lisa el temor a ser los únicos supervivientes de la raza humana.
En el cielo nocturno, por entre los huecos que se abrían entre las nubes de tormenta, podían divisarse las explosiones y disparos de la batalla, que continuaba rugiendo en el espacio cercano a la Tierra. Al cabo de unos segundos de contemplar el titánico combate, Rick y Lisa se preguntaron si sus amigos y seres queridos en la fortaleza espacial continuaban con vida, luchando contra los que habían devastado a la Tierra.
Desde la lejanía, la batalla era fascinante... esas explosiones y rayos que atravesaban el cielo tenían una macabra belleza que invitaba a observar, como si fueran un espectáculo. Rick sacudió la cabeza... nunca era un espectáculo. Cada una de esas luces eran cientos o miles de vidas que dejaban de existir, y bien podían ser de alguien a quien conocía.
El silencio no se debía a incomodidades, sino a que entre ellos las palabras ya estaban de más. Todo lo que pudieran decirse lo estaban diciendo ya con sus miradas cariñosas, en los pocos momentos en que sus ojos se encontraban. Todo lo que necesitaban expresar lo hacían con el abrazo en el que permanecían unidos. Lo único que le faltaba a los dos era encontrar la fuerza para poner en claro sus sentimientos y ser capaces de decírselo uno al otro...
Todavía con el casco de Rick puesto sobre su cabeza, Lisa sólo podía pensar en lo afortunada que había sido, mucho más que lo que pudiera imaginarse. Volvieron en tropel a su mente esos instantes solitarios de terror en esa sala, cuando creía que su destino era morir sola entre los cadáveres y las ruinas, y esos tristes recuerdos fueron reemplazados por la felicidad que sintió cuando vio a Rick parado al extremo de ese corredor, como si nada hubiera pasado. Sin pensarlo, Lisa se acurrucó más contra el cuerpo del joven piloto, y en cuanto su cabeza encontró un lugar sobre el hombro de Rick, ella se sintió segura como nunca antes
Aún en medio del Armagedón, aún entre tanta muerte y desolación, Lisa se sorprendió de sentir que las cosas estaban tal y como debían ser. Tuvo que esforzarse mucho para no dejar correr una lágrima de felicidad al caer en la cuenta de la magnitud que había tenido la improvisada operación de rescate de Rick. Literalmente, Rick Hunter había descendido a las profundidades del infierno para rescatarla de las garras de la muerte. Había arriesgado su vida por ella y sólo por ella, permitiéndole a Lisa tener una leve noción de lo que ella significaba para él, sin saber que era tan sólo una pequeña muestra de lo que realmente guardaba Rick en su corazón...
Por su parte, Rick todavía no podía acostumbrarse a las sensaciones que en él despertaba el contacto de los brazos de Lisa alrededor de su cuerpo. Recargada así como estaba sobre él, Rick sentía un cosquilleo en todo su cuerpo, y se estremecía cada vez que los cabellos de Lisa rozaban su rostro, aún cuando estaban cubiertos por el casco. A pesar de llevar ella el uniforme puesto, Rick se encontró consciente del cuerpo de Lisa, y creyó poder sentir la suavidad de su piel por debajo de esa ropa blanca y formal.
Todo lo estaba golpeando como un tsunami. Antes de verla, él creía que sentía algo especial por Lisa, algo que tenía el potencial de ser mucho más grande y hermoso que lo que había sido hasta ahora. Sin embargo, no estaba preparado para el torrente de emociones que había despertado dentro suyo el haber encontrado a Lisa con vida y tenerla junto a él en aquel momento. Lo que fuera que hubiera sentido por ella antes de ese día, palidecía en comparación con lo que Lisa le hacía sentir allí mismo, y ahora que la tenía junto a él, empezó a escuchar en su interior una urgencia por dejar que esos sentimientos salieran a la luz...
El Veritech llegó finalmente a una gran planicie desértica, en la cual podían observarse los restos destrozados de una autopista de varios carriles, semicubiertos por el polvo y las cenizas. Luego de hacer que el Veritech descendiera suavemente sobre uno de los trazos visibles de la autopista, Rick oprimió uno de los controles de emergencia, y lo que quedaba de la cubierta de vidrio de la cabina saltó a uno de los costados del aparato, dejando la cabina totalmente al descubierto y al aire libre.
Al cabo de unos pocos segundos, las turbinas del Skull Uno se detuvieron, y el aparato se posó sobre el suelo calcinado de la Tierra. Un silencio sepulcral reinaba, sin que nada excepto el viento osara romperlo.
Rick y Lisa se pusieron de pie, interrumpiendo muy a su pesar aquella postura tan cómoda en la que se hallaban. Sin descender del Veritech, los dos recorrieron el panorama, tomando nota de la destrucción brutal que había sufrido el planeta.
– ¿Dónde estamos? – preguntó Lisa sin dejar de mirar de un lado a otro, tratando de encontrar algo que fuera familiar y reconocible, sin éxito alguno.
Volviendo a sentarse por un instante, Rick se acercó a la consola de instrumentos para revisar los sistemas de navegación. Luego de dos o tres intentos, finalmente pudo triangular la posición general en la que se hallaban.
– En algún lugar del sur de Canadá, según mis instrumentos...
– Dios santo... – fue todo lo que pudo decir Lisa, absorbiendo la devastación como podía y quitándose el casco de piloto, dejando que sus cabellos flotaran en la brisa que soplaba.
– El lugar está un poco cambiado, eso lo reconozco, pero por mí está bien para detenernos un rato... – dijo Rick como si nada, sorprendiéndose de poder hacer un comentario así en medio de las ruinas.
Lisa giró para encontrarse con los ojos brillantes de Rick, y trató de poner su mejor expresión de enfado... cosa que se le hacía demasiado difícil, por no decir casi imposible.
– ¿Cómo puedes hacer una broma en un momento como éste? – le preguntó con incredulidad.
– ¿Qué otra cosa puedo hacer? – devolvió Rick encogiéndose de hombros y mirándola a los ojos con una ternura tal que Lisa se estremeció por dentro.
– Hunter, de veras tú no tienes remedio... – le dijo tocándole la punta de la nariz con el dedo índice y sonriendo. Su sonrisa se hizo mucho mayor y más radiante al comprobar que Rick se sonrojaba por ese inesperado contacto.
El silencio volvió a reinar, y Lisa y Rick se quedaron mirándose a los ojos y sintiendo dentro de cada uno un fuego que iba creciendo cada vez más, amenazando con consumirlos y alimentado por el cariño que cada uno encontraba en los ojos del otro.
– Gracias, Rick – dijo ella con toda la sinceridad de la que era capaz, mientras su rostro se iluminaba con una sonrisa de oreja a oreja en el rostro, a la vez que extendía su mano para que él la estrechara.
– Por nada, Lisa, fue un placer. Era lo menos que podía hacer por ti... – le respondió tomando su mano entre las suyas y acariciándola, sintiendo aquella suavidad y recorriendo lentamente cada rincón de la mano de Lisa con sus dedos.
Casi por instinto, Lisa desvió la mirada para que él no pudiera ver cómo se sonrojaba ante esas caricias tan suaves que la enloquecían, muy alejadas del saludo formal que había esperado recibir. Por fin, recuperando la compostura, volvió a enfrentar a Rick y le dijo con voz queda y casi susurrante:
– No tienes idea de cuánto significa para mí que vinieras...
"Realmente no tenía idea", pensó Lisa. No podía siquiera tener una idea de cuánto lo amaba y lo eternamente agradecida que estaba con él por haberla salvado. No podía siquiera imaginarlo...
Rick se limitó a mirarla con una expresión traviesa en el rostro, y no pudo dejar pasar la oportunidad de bromear a costa de ella una vez más. Reclinándose sobre el apoyacabezas del asiento del piloto, Rick adoptó una postura más relajada y sonrió a Lisa, para luego decirle:
– Y todo lo que tuve que hacer fue desobedecer tus órdenes otra vez. Piénsalo mejor la próxima vez que me regañes por la red táctica.
Lisa abrió los ojos grandes como platos, tratando una vez más de fingir molestia ante el desparpajo de ese comentario, pero todo lo que pudo hacer fue soltar una suave risa y menear la cabeza. Realmente no podía enojarse con Rick, y ni siquiera pensaba en volver a enojarse con él... nunca más.
– Jajaja... tienes agallas, Hunter. ¡Tienes razón! Olvídalo, ya no importa... – dijo acomodándose sobre el borde de la cabina, sus cabellos mecidos por el viento.
– ¿Así que no me mandarás a corte marcial? – bromeó él.
– No por esta vez.
– Me alegro...
Lisa se quedó un instante en silencio, y su mirada parecía perdida en las estrellas. En su interior, sentía que ya no podría guardar sus sentimientos por mucho tiempo más. Por su parte, Rick se encontró mirándola con ternura, haciendo todo lo posible para contener sus propias ganas de besarla.
– ¿En qué piensas? – preguntó Rick al cabo de unos segundos, sacándola de sus reflexiones.
– Estaba pensando en lo afortunada que soy de que hayas venido a rescatarme justo a tiempo... – continuó ella, retomando la conversación con una sonrisa, y al notar la sonrisa que aparecía en los labios de Rick, Lisa sintió que algo dentro de ella la impulsaba a revelarle sus sentimientos de una vez por todas. – Y también pensaba...
Lisa trató de continuar, desviando la mirada un instante mientras su interior se batía en una lucha sobre confesarle a Rick sus sentimientos o no...
Rick la miraba con expectativa creciente y una palpitación cada vez más agitada de su corazón, ansioso de saber qué era lo que se le hacía tan difícil de decir y rogando que fuera lo mismo que él estaba sintiendo por ella.
– Pensaba en cuánto te quiero... – pudo decir finalmente en voz trémula, obligándose a mirar a Rick a los ojos mientras esperaba su reacción esa declaración, que sin ser aún el "te amo" que hubiera querido revelarle, era una confesión mucho más profunda que lo que jamás había hecho con él.
Rick quedó congelado al escuchar esas palabras, y a la vez sintió que un fuego lo quemaba al ver en los ojos de Lisa algo que iba mucho más allá de un simple "te quiero". No supo qué responder a eso... no sabía cómo poner en palabras sus sentimientos hacia ella, y descubrió que se hallaba totalmente desconcertado, pero a la vez seguro de que él sentía lo mismo hacia ella.
– Ni lo menciones, Lisa... - comenzó, tartamudeando un poco ante la emoción, y después dijo rápidamente, como para no darse tiempo a arrepentirse: – y yo... bueno... yo también te quiero.
Lisa sintió que se le iba la sangre del rostro al escuchar esas palabras, que le llegaban a lo más hondo de su corazón. Se quedó mirando a Rick como hipnotizada, esperando a las siguientes palabras que diría él.
– Te quiero demasiado como para dejarte sola... te quiero, Lisa – terminó Rick, y las últimas palabras que dijo salieron casi en un susurro.
El corazón de Lisa comenzó a latir sin control en cuanto Rick dejó de hablar. Era un sueño hecho realidad. Rick no le había dicho precisamente que la amaba, pero no tenía necesidad de palabras luego de aquel rescate, que en sí mismo había sido un acto de amor. Las palabras no importaban... ambos sabían muy bien lo que sentían uno respecto del otro, y más importante aún, cada uno sabía que la otra persona estaba al tanto...
Rick y Lisa se miraron a los ojos, y se perdieron cada uno en el cariño y amor que podían ver en sus miradas.
Casi al mismo tiempo, los dos se acercaron uno al otro lentamente. Sentían escalofríos de estar tan cerca uno del otro... de hallarse sus labios a centímetros de encontrarse y fundirse... Como movido por un impulso inconsciente, la mano de Rick se levantó lentamente y encontró un lugar en la nuca de Lisa, acercándola cada vez más a él, cada vez más a ese momento que ambos deseaban con tanta fuerza.
Al contacto de la mano de Rick, Lisa sintió que se derretía, y sin oponer la menor resistencia, cerró sus ojos, mientras sus labios se estremecían ligeramente en espera de lo que vendría...
Rick la besó con suavidad y ternura, posando sus labios sobre los de Lisa casi con timidez, como si se estuviera conteniendo. En cuanto sintió los labios de Lisa en los suyos, tan suaves y trémulos, Rick sintió una descarga eléctrica que recorría todo su cuerpo, y más aún cuando Lisa abrió sus labios, invitándolo a hacer más profundo aquel beso. Fue una invitación que Rick no tardó en aceptar, y se entregó totalmente al beso, dejando todo de sí y expresando el amor que sentía hacia ella con algo mucho mejor que las palabras. Exploraba con sus labios cada rincón y centímetro de los labios de Lisa, sintiendo su sabor y suavidad, a la vez que Lisa hacía lo propio sin perder un segundo más.
Como por instinto, las manos de Lisa se movieron hasta tocar la espalda de Rick, sujetándose fuertemente de él como si estuviera a punto de caer. Y era bastante cercano a la realidad... si no se sostenía de algo, las sensaciones que ese beso despertaban en ella la harían desmayarse... así como estaba, ella se estaba derritiendo allí mismo, perdida por completo en el beso y en la pasión que podía notar en Rick.
El beso se prolongó durante varios segundos, sin que ninguno de los dos quisiera ser el primero en separarse. Tanto Rick como Lisa sintieron que ese beso era algo correcto y necesario, algo que ambos necesitaban con desesperación y que les parecía que habían estado esperando toda su vida.
Allí en medio del Apocalipsis, rodeados por la devastación y la más completa soledad, Rick y Lisa descubrieron finalmente lo que sentían el uno por el otro, y por un tiempo que no sabrían cuánto duró, lo único que les importaba era el contacto con la persona amada... a quien los dos habían creído devorada por el horror de ese día de holocausto.
Ninguno de los dos notó que el sol empezaba a surgir en el horizonte.
El cielo se iluminó con una gigantesca explosión cuyos destellos atravesaron la capa de nubes y forzaron a Rick y Lisa a cubrirse los ojos por un instante, hasta que el resplandor se apagara. Levantando la mirada al cielo, pudieron entrever que había muchas menos explosiones, lo que tal vez indicaría que la batalla estaba por terminar.
– Esa sí que fue grande - dijo Rick sin despegar la vista del cielo.
– Parece que está por terminar la batalla... – concluyó Lisa, y sonrió al sentir que Rick pasaba su brazo por sus hombros.
– Así parece. ¿Quién habrá ganado?
Esas palabras despertaron algo en Lisa muy a su pesar de la felicidad que había empezado a sentir... una conciencia de todo lo que había pasado en aquel día, de todo lo que habían perdido como personas y como raza...
– ¿Importa eso? – preguntó Lisa con una voz queda y baja que inquietó a Rick.
Rick giró para enfrentar a Lisa y se asustó al ver la mirada de tristeza y dolor que tenía en sus ojos.
– ¿Qué quieres decir? – preguntó Rick sin entender qué estaba queriendo decir.
– Tan sólo mira la Tierra, Rick... - dijo Lisa señalando a la inmensa extensión de tierra yerma en la que estaban. – Gane quien gane, perdimos demasiado.
– Pero nosotros estamos aquí¿o no? Sobrevivimos a todo esto... – dijo Rick para sacarla de aquella tristeza, y como al pasar agregó: – Y estamos juntos...
La mirada de Lisa se iluminó, y otra vez se dibujó una sonrisa tímida en sus labios.
– Tienes razón otra vez, Rick... pero no puedo dejar de pensar que pagamos un costo demasiado alto... tantas personas muertas...
Rick pensó en indagar, pero se contuvo de hacerlo en cuanto recordó que el padre de Lisa era un almirante, y que tal vez hubiera fallecido en la Base Alaska. Deseando contener a Lisa, se agachó y la acurrucó contra su pecho, sosteniéndola entre sus brazos. Lisa no opuso resistencia, y sintió que se relajaba al estar sostenida por Rick. Se sentía tan bien, tan segura y contenida en sus brazos que la preocupación quedó de lado.
– No te preocupes... no te preocupes más – dijo para tratar de tranquilizarla.
No pudo verla, pero Lisa, apoyada como estaba en el pecho de Rick y sintiendo el latido de su corazón junto a ella, sonrió de alegría y alivio.
– Me pregunto si alguien más logró sobrevivir – preguntó ella finalmente, dejando escapar su mayor inquietud.
– ¿Por qué lo dices?
– Sería triste que todos los demás hubieran perecido ¿no te parece? – dijo levantándose y girando para ver mejor a Rick.
Por su parte, Rick se recostó en el respaldo del asiento, se cruzó de brazos y miró hacia las estrellas, adoptando una pose de despreocupación que sorprendió gratamente a Lisa.
– ¿Eso no sería tan malo, o sí? – preguntó como si nada.
– ¿Qué dices? – Era ahora el turno de Lisa de no comprender lo que Rick estaba diciendo.
Por su parte, Rick se limitó a mirarla a los ojos con ternura, acercándola más a él y sonriéndole con cariño.
– Al menos no estarás sola... – dijo en cuanto la tuvo bien cerca, y el sonido de la risa de Rick tan cerca de ella hizo estremecer a Lisa de emoción. Era algo tan hermoso... y ahora era real. Ya no era una fantasía, o una esperanza inútil. Ambos estaban juntos al fin, después de todo ese horror y soledad, y las palabras de Rick resonaron con fuerza dentro de Lisa... ya no estaría más sola. Nunca más.
– Oh, Rick... – fue todo lo que pudo decir, riendo ella también e inclinándose hacia adelante para besarlo, a lo que Rick respondió rápidamente acercándose para encontrar los labios de ella con más velocidad.
Hubieran continuado aquel beso por mucho más tiempo de no haber sido porque el radio del Veritech empezó a crujir con estática cada vez más elevada. Al principio, Rick y Lisa pensaron que debía ser alguna clase de fenómeno eléctrico, una sobrecarga o algo por el estilo, pero esas suposiciones quedaron atrás en cuanto pudieron notar unos acordes musicales que empezaban a sobresalir de la estática.
Muy a su pesar, pero sin poder reprimir la curiosidad y expectativa que los invadió, Rick y Lisa interrumpieron el beso y se concentraron en los sonidos que salían del radio, buscando escuchar mejor lo que fuera que estuvieran captando.
– ... this battle, this last battle.
We will win!... We must win!...
No lo podían creer... la sorpresa abrumó a Rick y Lisa y los dos se miraron con expresiones de completo asombro, sin dar crédito a lo que escuchaban sus oídos. Luego de un poco de interferencia, la voz de Minmei resonaba a toda potencia en el equipo de comunicaciones, y el sonido de esa canción los llenó de una esperanza indescriptible.
– ¡Es… Minmei! – exclamó Lisa, quien jamás había pensado que se pondría tan feliz de escuchar a la Señorita Macross.
– ¡El SDF-1 sobrevivió! – dijo Rick tomando a Lisa de los hombros y casi saltando de júbilo.
Era más que una canción... era una señal de esperanza, que significaba que tal vez habría un futuro para ellos y para la humanidad.
Alcanzaron a ponerse de pie, y en cuanto lo hicieron se abrazaron con fuerza, sonriendo de alegría. Los dos buscaron en el cielo una señal, algo que les indicara de donde provenía aquella canción...
– ¡Allí! – dijo Lisa señalando un punto en el cielo.
Ese punto parecía una estrella que bajaba a la Tierra a gran velocidad, y poco a poco se hizo más grande y nítido. El punto se transformó en una figura muy familiar para Rick y Lisa, y ambos no repararon en que se quedaban con la boca abierta al ver la silueta del SDF-1 descendiendo a la superficie de la Tierra, dejando escapar chorros de gas y partículas en su descenso, como si estuviera marcando un camino.
En el radio, la música escaló en intensidad y potencia hasta llegar a un momento de clímax, en el que la canción terminó a toda orquesta, dando un cierre monumental a aquella batalla.
– We will win!... We can win!...
WE CAN WIN!...
Rick y Lisa se abrazaron, sin dejar de sonreír. La esperanza había vuelto, y la visión del SDF-1 regresando a la Tierra luego de la batalla cambió todo para Rick y Lisa. Ya no eran los únicos sobrevivientes de la raza humana, como ambos habían llegado a temer en los peores momentos. Ahora tenían un hogar donde regresar... amigos y seres queridos con los cuales reunirse... una vida a la cual retornar.
Y más importante aún, un futuro que construir.
Lisa se recargó sobre el pecho de Rick, mientras ambos miraban maravillados al SDF-1 en su descenso final. A primera vista, la fortaleza había sufrido daños atroces, pero a pesar de eso aún conservaba su porte imponente. Sin importar esos daños, y el colosal tamaño de la nave, el SDF-1 descendía con gracia sobre la superficie de la Tierra, acercándose cada vez más al suelo.
El radio volvió a la vida, pero esta vez era la voz de Claudia, que anunciaba por todos los canales el retorno de la fortaleza con su profesionalismo tradicional:
– Esta es la nave SDF-1 de las Fuerzas de la Tierra Unida, en transmisión abierta por todas las frecuencias y canales. Cualquiera que pueda captar esta transmisión, por favor responda lo antes posible e informe de su situación actual. Nuestros recursos son limitados, pero haremos lo posible para enviar suministros y equipos médicos...
Un rugido atronó en el cielo, y Rick y Lisa se volvieron para ver a tres cazas Veritech que recorrían el cielo de la mañana a toda velocidad, en dirección hacia el norte, quizás buscando sobrevivientes. Rebosantes de alegría, los dos saludaron a los cazas que pasaban por encima de ellos, sin importar si podían verlos o no.
La voz de Claudia fue reemplazada por una voz ronca y de marcado acento ruso, que proclamaba con autoridad:
– Habla el capitán Henry Gloval, oficial comandante de la Fortaleza Superdimensional Uno, a cualquier unidad militar de las Fuerzas de la Tierra Unida o aliada que reciba esta transmisión. Todas las fuerzas enemigas han sido destruidas. Cualquier unidad militar que reciba esta transmisión debe responder inmediatamente acusando recibo del mensaje, de acuerdo con los procedimientos para la restauración de la cadena de mando militar...
En cuanto Gloval dejó de hablar, se hizo un breve silencio que a Rick y Lisa les pareció eterno.
Pero poco a poco, el radio cobró vida con nuevas voces y transmisiones que invadían todas las frecuencias civiles y militares. No sólo los valientes del SDF-1 habían sobrevivido al holocausto, sino que también otros grupos de seres humanos allí en la Tierra pudieron escapar de la aniquilación. Libres ya de la amenaza Zentraedi y ante la seguridad de que la batalla había terminado, numerosos grupos de sobrevivientes en todo el continente comenzaron a enviar mensajes al SDF-1 por todos los medios, sea para pedir auxilio, para solicitar instrucciones, o simplemente para proclamar al mundo que estaban vivos.
Rick alternó los canales de comunicación, para tratar de escuchar todas las transmisiones que pudiera captar con la radio.
– SDF-1, aquí el comando de la 45º División Mecanizada... diablos, creímos que nadie más había sobrevivido. Estamos cerca de Denver... la mayor parte de la ciudad está más o menos intacta, pero igual hay muchos daños...
–... aquí radio FM Central al SDF-1¡gracias a Dios! Por favor, envíen ayuda de inmediato...
– ¡Oye, Juan... ven aquí, zopenco, escuché un mensaje en el radio¡Son militares, o algo así¡Si nos están escuchando, vengan rápido y que Dios los bendiga!
– Éste es el portaaviones Phoebe al SDF-1... nuestra actual posición es a doscientas millas náuticas al noroeste de la costa de Colombia. Hemos contactado a otras unidades de la marina que sobrevivieron, y estamos enviando helicópteros para rescatar sobrevivientes en la costa, pero nos ponemos a su disposición para lo que ustedes requieran...
– ¡Dios, no lo puedo creer¡Alguien más sobrevivió¡Estamos al borde de la ruta, a cuarenta kilómetros de Minneapolis! Hay cientos de heridos de toda la zona, y nos estamos refugiando en una estación de servicio... ¡Alguien que me diga en donde estamos exactamente!
– SD-lo que sea, aquí el refugio de defensa civil Sierra-31. Tenemos miles de refugiados y necesitamos asistencia médica de inmediato. Nuestras coordenadas son...
Docenas de voces, provenientes de unidades militares, policiales, buques mercantes, radioaficionados, estaciones de radio, cualquier sobreviviente que tuviera un radio a su alcance... Las voces poblaban ahora todas las frecuencias de comunicaciones, y Rick y Lisa se alegraron enormemente con cada una de ellas... cada voz que escuchaban era un grupo más de seres humanos que habían sobrevivido al holocausto espacial, haciendo que renacieran las esperanzas de hallar más sobrevivientes en el resto del mundo. Y con cada nueva voz que aparecía en el radio, crecían las posibilidades de la raza humana de poder reconstruir la Tierra para un mañana mejor.
– Ahora, teniente¿me haría el favor de contactar al SDF-1 y avisarles de nuestra situación? – le ordenó Lisa con una falsa voz de mando, a lo que Rick respondió con una posición militar exagerada sólo para tomarla de la cintura y volver a besarla.
En cuanto se separaron, Lisa se tomó un par de segundos para recuperarse de esas sensaciones a las que no quería acostumbrarse jamás. Por fin, en cuanto recobró el aliento, miró a Rick con un brillo travieso en sus ojos y se llevó las manos a su cintura.
– No pierda el tiempo, teniente Hunter. Tiene sus órdenes – susurró Lisa con una sonrisa.
– Por supuesto, comandante Hayes.
Sentándose de nuevo para tener mejor acceso a la consola de instrumentos, Rick activó el radio y buscó la frecuencia de la red táctica del SDF-1.
– SDF-1, aquí Líder Skull. Respondan, por favor...
La estática duró algunos segundos, hasta que la voz aniñada de Sammie Porter salió de los parlantes del radio, haciendo que Lisa dejara escapar una risita.
– ¡Teniente Hunter, aquí el SDF-1¡Qué gusto escucharlo, señor... creíamos que lo habíamos perdido en el combate!
A pesar de la imagen de despreocupación que Rick siempre trataba de proyectar, se permitió una expresión de sincero alivio al escuchar la voz de Sammie.
– No fue así, por suerte... no se imaginan qué gusto me da volver a verlos.
– ¿Cuáles son sus coordenadas, teniente? – inquirió Sammie.
Rick tecleó una secuencia de coordenadas, y los transmitió al SDF-1. Luego de un breve instante de silencio, en el que asumió que las operadoras de la fortaleza espacial estarían analizando las coordenadas, Sammie volvió a hablar:
– Recibimos sus coordenadas, Líder Skull... están a algunos minutos de nuestro sitio estimado de aterrizaje, teniente.
Levantando la mirada al cielo, Rick pudo divisar la golpeada silueta de la fortaleza espacial en su descenso a la Tierra. Por lo que podía ver, la nave había sufrido daños brutales durante la batalla, pero aún se veía tan imponente y poderosa como siempre. Era ahora más que una nave de guerra... era el símbolo máximo del espíritu humano, y de su voluntad de anteponerse a todas las dificultades y amenazas.
Era el heraldo del nuevo mundo que esa mañana comenzaba a nacer de entre las ruinas.
– Los puedo ver bajando a simple vista, Sammie. ¿Están todos bien en la fortaleza?
– Sufrimos daños graves y pasamos algunos momentos bastante difíciles durante la batalla, pero los civiles están bien. Estamos en la fase final del aterrizaje... tocaremos tierra en cinco minutos.
Lisa tomó a Rick del brazo y apoyó su cabeza en el hombro de él, sin hacer el menor esfuerzo por ocultar su júbilo.
– Recibido, SDF-1. Iremos para allá de inmediato – dijo Rick en tono profesional.
– La pista del Prometheus estará lista para recibirlo en cuanto hayamos aterrizado, teniente.
– Gracias, Sammie. Una cosa más...
– ¿Sí, teniente Hunter? – preguntó Sammie, y Rick miró a Lisa con cariño que ella reciprocó, y ambos se tomaron de la mano antes de que Rick respondiera:
– Alguien más viene conmigo... – dijo mientras se encontraba una vez más con los ojos de Lisa, que brillaban de amor en medio de ese nuevo amanecer.
– Entendido, teniente – dijo Sammie. – Los estaremos esperando. SDF-1, fuera.
Rick tomó asiento en su puesto y con un ademán gentil, le indicó a Lisa que se sentara otra vez sobre sus piernas. Ella no lo pensó dos veces, y luego de sentarse, se inclinó sobre Rick para besarle suavemente los labios, mientras pasaba su brazo derecho por detrás del cuello de él. La mano izquierda de Lisa tanteó hasta encontrar la mano de Rick, y con sus dedos entrelazados ambos tomaron la palanca de aceleración y la accionaron juntos.
– ¿Nos vamos?
– ¡Cuando gustes! – respondió ella con una enorme sonrisa, mirando en dirección a la fortaleza.
Las turbinas del Veritech rugieron con toda potencia, levantando polvo en todas las direcciones, y el potente caza de combate despegó para surcar los cielos una vez más, en dirección a la gigantesca fortaleza espacial que se posaba sobre la superficie de la Tierra allá en la lejanía del horizonte.
A bordo del Veritech, Rick y Lisa se miraron una vez más, y sonrieron ante la imagen del SDF-1, con el sol del amanecer semioculto tras las espaldas de la gigantesca fortaleza.
Para la humanidad entera, tanto aquellos que estaban a bordo de la invicta fortaleza espacial como para los sobrevivientes esparcidos por toda la superficie de la Tierra, ese sería el primer día de una nueva era, cargada de desafíos y dificultades, pero que enfrentarían con todas sus fuerzas, con la inquebrantable decisión de restaurar y reconstruir su devastado planeta hasta convertirlo en lo que una vez fue... y tal vez hacer de él un lugar mejor.
Pero para Rick Hunter y Lisa Hayes, que volaban abrazados uno al otro en un solitario caza Veritech, la cabeza de ella recostada en el hombro de él, ese era el primer día de lo que ambos esperaban que fuera un nuevo capítulo en sus vidas... un nuevo capítulo de descubrimiento, esperanza y amor en el que quedaría atrás la soledad y el desencuentro, en el que ya ninguno de los dos andaría solo por la vida. Ahora ellos estaban dispuestos a aprovechar esa segunda oportunidad que les había sido dada, y ninguno de los dos tenía la menor intención de dejar pasar el tiempo, ahora que por fin se habían encontrado.
Ni Rick ni Lisa podían imaginarse qué tendría el futuro reservado para ellos, y tan sólo tenían una vaga idea de los desafíos que les impondría en los años por venir la titánica tarea de reconstruir la Tierra, pero había una cosa que ahora tenían muy en claro.
Lo que sea que tuvieran que enfrentar, lo enfrentarían juntos.
Bueno, esto concluye el prólogo... a partir de ahora, sigue el resto de la historia. Espero que les haya resultado interesante de leer y que les haya gustado este nuevo comienzo... y si es así¡ojalá nos encontremos en los siguientes capítulos!
¡Muchas gracias por haberlo leído, mucha suerte en todo y será hasta la próxima, con el capítulo 1!