25. Las espinas de la Rosa.
Antes de que hubiera pensado estaba fuera del salón, el aire fresco llenaba sus pulmones, pero al mismo tiempo sintió que el piso comenzaba a moverse, se aferró al brazo que Neal le había ofrecido para no caer. Su corazón latía con fuerza, comenzaba a temer que el joven Leegan se diera cuenta de ello y se burlara como siempre lo hacía.
–Señora Sanders –José la esperaba cerca de la puerta del club –¿se siente bien?
–Llévanos a su casa –mencionó Neal.
Candy asintió ligeramente con la cabeza, si al muchachillo le pareció extraña la orden, ella no lo percibió, aunque sentía que sus sentidos estaban velados por una nube, no podía fiarse de los mismos.
La muchacha vio como entre sueños que el carro recorría el camino de regreso a su casa, al departamento bien amueblado.
–Gracias –la voz de Neal estaba tan cerca…
Candy quería retenerse de ese sonido, pero aún se sentía débil, y temía, más por lo que ella quería a por lo que el joven Leegan pudiera hacer. Ella deseaba abrazarlo, besarlo, sujetarse a su cuerpo y no soltarlo más, pero él… ¿qué estaba haciendo allí? Su deseo de hablarlo, se quedó en ello cuando Candy cayó dormida.
Al día siguiente la cabeza le dolía bastante a Candy, la luz le molestaba más a sus ojos de lo normal. Sentía la boca seca y los ojos llorosos. ¿Acaso estaba enferma? Luego recordó lo mucho que había bebido la noche anterior y se sentó en la cama. ¿Cómo había llegado allí? La imagen de Neal le pegó. ¿De verdad había sido Neal?
Se levantó y se percató que no se había puesto su bata para dormir, cuando se miró al espejo casi se cae de espaldas, todo el maquillaje lo tenía corrido y le daba una apariencia muy mala, fue al cuarto de baño y removió el maquillaje, se quitó el vestido y buscó algo con lo que se sintiera un poco más cómoda. El cabello corto no se lo podía arreglar de la manera en como sabía hacerlo, terminó poniéndose un listón para evitar que los rizos le estorbaran en la cara.
Suspiró, al tiempo que salía de su habitación, ¿estaría allí Neal o lo había soñado? Con sigilo se acercó a la cocina, su respiración se detuvo un segundo, de espaldas a ella estaba el joven Leegan, ella lo sabía, ahora su espalda le era tan familiar como su propia cara. Lentamente él giró la cabeza y sonrió cuando la vio.
–¿Durmió bien señora Sanders? –preguntó con ese tono burlesco que tan bien le conocía.
–¿Qué haces aquí?
–¡Vaya! Yo quería preguntarte lo mismo, será que estamos leyéndonos la mente.
–No bromees con esto, yo…
–En serio… tú haces la pregunta y tú eres la respuesta, ¿qué no te das cuenta de ello?
–¿A qué te refieres?
–¿Sabes acaso lo que tuve que pasar para encontrarte?
–¿Me estabas buscando? –la incredulidad se marcó en la cara de Candy.
–No es fácil encontrar a alguien que se la pasa huyendo –mencionó Neal.
–¿Pero por qué?
–¿Por qué te la pasabas huyendo? No lo sé, eres así de impredecible a veces –dijo el joven mientras soltaba una ligera carcajada que le hizo a Candy temblar las piernas.
Tenía que sentarse, o quizá terminaría cayendo… se aproximó a la mesa y se sentó en una de las sillas.
–Sólo hay café. No porque yo lo haya hecho, no sé ni hervir agua, el muchacho ese que tienes de mozo, hizo café y tomé una taza, espero que no le moleste señora Sanders.
–Neal.
–Presente –dijo él sonriendo.
Candy se quedó callada, el muchacho parecía de muy buen humor, no lo veía enojado, o tan siquiera fastidiado por estar allí, sin embargo aún no le contestaba su pregunta.
–¿Qué haces aquí?
–Creí que ya te había respondido, vine a buscarte… ¿qué no es obvio?
–No puedes hacerlo.
–Claro que sí, aquí estoy ¿no?
–Pero la tía Elroy.
–Podrías por un momento dejar de pensar en esa vieja metiche.
–¡Neal!
–Es lo que es… y tú una tonta por seguir sus órdenes.
–Ella no me ordeno nada, yo me fui.
–O sea, más tonta aún.
Candy cerró la boca, sentía que no podía debatir con el joven Leegan, quería decirle todos aquellos argumentos que se había repetido una y otra vez mientras viajaba tan lejos de los Andley.
–Yo hice una promesa.
–También el tío William, cuando te adoptó, ¿no lo sabías? Él, prometió cuidarte, y créeme por lo que me dijo no has hecho que su trabajo sea sencillo.
–¿Hablaste con Albert? –la cara de Candy no podía dar crédito a lo que escuchaba.
–¿Por qué eres tan malvada?
–¿Yo?
La joven enfermera abrió la boca indignada, lo miró severamente con sus ojos verdes y él río.
–¿Es qué siempre eres así?
–No sé de qué hablas, yo nunca he tratado… yo no soy así, yo no soy… eso que dices.
–Candy.
La chica se estremeció al escuchar su nombre en los labios de Neal. Era la primera vez que lo hacía desde que habían iniciado la conversación.
–No soy…
–Siempre tomas decisiones apresuradas, como ese viaje a Francia, como querer irte de Chicago… como cortarte el cabello.
–¿No te gusta?
–Extraño tu cabello largo, creo que enmarcaba tu cara mejor –dijo el muchacho, sin nota de burla en sus palabras.
La rubia se llevó una mano a su cabello, en cierta manera también extrañó la longitud que había tenido durante años, pero luego respiró, recordando que volvía a crecer.
–Has hecho cosas buenas con el dinero que te dio el tío, no esperaba que compraras un automóvil. Tampoco que pusieras una casa tan pronto. Debes de haber disfrutado los beneficios que da la riqueza ¿no?
–Perdón, yo no lo deseaba en un inicio, pero…
–No te disculpes, ¿quién soy yo para pedirte cuentas de tu dinero? Más bien me sorprende, para alguien que clamó con tanta vehemencia que no quería el dinero de la familia, hiciste un buen uso de él.
Candy suspiró, el joven Leegan decía en voz alta lo que ella venía repitiéndose en voz baja durante todo ese tiempo, se sentía un tanto avergonzada, la dejaba desarmada, como siempre hacía.
–¿Entonces? ¿no piensas regresar nunca?
–Yo… la tía.
–No repitas lo que la tía dijo, quiero que me digas lo que tú quieres, ¿Qué quieres Candy?
Sus manos temblaron ante la pregunta, quería regresar a casa, quería que las cosas fueran como antes… quería estar con él. Era extraño como cuando su intención era decir eso, se quedó callada, ¿realmente iba a romper su promesa con la tía? ¿realmente iba a regresar?
–No importa lo que yo quiera –mencionó ella.
–No me digas eso, olvida esas promesas que sólo te retienen, no seas como ellos quieren que seas…
Candy bajó la mirada, ella quien siempre había sido libre, ahora estaba atada a unas palabras dichas en un momento de angustia, de presión. Frente a ella tenía a ese muchacho, que había ido hasta allí para buscarla. Todo parecía increíble, ¿qué había pasado con el Neal que se quedó callado en Chicago? ¿Qué pasó con el hombre que la odiaba? ¿podía sólo dar por sentado todo por el simple hecho de que fuera a buscarla?
–¿Y qué va a pasar si regreso? ¿Con quién seré forzada a casarme ahora?
–¿Cómo? –Neal parecía desconcertado con la pregunta.
Se levantó de su asiento y miró alrededor, apretó los puños y luego se dirigió de nuevo hacia la muchacha que no dejaba de ver cada movimiento que hacía con mucha atención.
–¿Qué es lo que pasa por tu cabeza? –dijo Neal subiendo el tono de voz –¿con quién te forzaran a casarte? ¿es eso lo que piensas? ¡Maldita sea!
–Yo…
–No te preocupes, con nadie, harás tu vida, y si quieres casarte con Anthony, con algún doctor o con quien quieras, lo podrás hacer.
–No te enojes…
Neal dio media vuelta y salió dando un portazo. La muchacha se sintió impotente, seguía sin entenderlo, ¿para qué fue a buscarla? ¿por qué se había enojado tanto? No le había dado una respuesta clara, pero quería que regresara, ¿para qué?
Después de mediodía, cuando Candy comenzaba a sentirse ansiosa, llegó Neal.
–Compré los boletos para dentro de una semana, por favor ve los trámites que tengas que hacer aquí, el tío William espera por ti.
–¿Una semana?
–Tienes un automóvil, tuve que conseguir un tren que pudiera transportarlo, no es fácil conseguir uno, y creo que es una buena compra de tu parte, tendrás más independencia con él. Podrás ir y venir en poco tiempo desde tu casa en Chicago para ver al tío o para ir a trabajar.
–Neal…
–Yo seguiré en el hotel hasta ese momento y te llevaré hasta la puerta de la mansión sana y salva.
–No deberías.
–Candy, se sensata por una vez en tu vida, la idea de comenzar de nuevo es atrayente, no sólo para ti, sino para muchos, tienes dinero y podrías hacerlo, ¿pero qué vas a hacer sola? Aunque no lo aceptes, en Chicago tienes un montón de gente que se preocupa por lo que hagas o dejes de hacer. El tío arreglará todo con la tía abuela, así que no tienes nada que temer.
–¿Y tú?
–Yo soy Neal Leegan, siempre hago lo que quiero.
Candy no lo vio mucho en eso días, había ido y venido, llevando el carro que ella había comprado, ella apenas y se atrevía a manejarlo, así que no le molestó eso, lo que le inquietaba era la actitud fría pero a la vez amable de Neal, no había vuelto a hacer comentarios sobre su aspecto, ni se burlaba cuando decía algo absurdo, tampoco había mostrado signos de enojo. Con ayuda de José a quien por cierto decidió dejarle algunos muebles, habían hecho los trámites para irse de regreso a Chicago.
–No entiendo porque se va –le dijo el muchachillo dos días antes de su partida.
–Tengo… familia –contestó Candy sintiendo un nudo en la garganta, no estaba segura si podía llamarla suya, sin embargo así lo sentía –que espera por mí.
–Yo pensé… ese hombre ¿no es su esposo? Digo él está muerto ¿no?
–Sí, Peter Sanders está muerto –comentó la joven enfermera con cierta nostalgia en su voz.
No mentía del todo, aquel Peter que la había llevado hasta Francia y la había rescatado de sus secuestradores, parecía que había fallecido en el momento que pisaron América.
Los dos días en el tren fueron lentos, Neal había reservado dos cabinas una para cada uno de ellos, de igual manera su comportamiento era tan "caballeroso", que Candy se ponía nerviosa, estaba cerca pero lo sentía en verdad distante, y eso le dolía mucho.
Habían pasado apenas un par de meses, la aventura de vivir sola se terminó cual huracán que llega destroza y se va, con ese huracán que empezó con unas palabras en ese desayuno, una vez que llegó a las puertas de la mansión Andley, el corazón le latió con fuerza.
–Bien, aquí estás de vuelta, No tomes decisiones apresuradas para la próxima, no estaré allí para ir a rescatarte.
–¿Por qué? ¿A dónde irás?
–Eso no importa, dejé estacionado tu carro en el cobertizo, úsalo y no le tengas miedo.
–¿Te vas ya?
–Tengo cosas que hacer…
–Espera…
–¿qué?
Candy se quedó con las palabras "no te vayas" atascadas en la garganta.
–No vas a saludar a la tía abuela.
–No gracias, podría decirle algunas cuantas verdades y resultaría contraproducente.
–Adiós entonces…
Neal no dijo más, se giró y comenzó a caminar hasta el portón de entrada. Su silueta se alejaba y a Candy se le oprimió el pecho, estaba por llamarlo cuando el mayordomo abrió la puerta.
La muchacha entró y Albert la abrazó, la tía Elroy fingió un desmayo pero Candy podía asegurar que la vio sonreír cuando ella entró a la habitación de costura donde estaba. Archie se veía especialmente alegre y Anthony le saludó con cortesía.
La muchacha fue a su cuarto, se percató de que habían retirado los tablones de las ventanas, y que habían preparado todo para su regreso. Todo era como antes… volvió a sentir esa opresión en su pecho, entonces una lágrima atravesó su mejilla.
No había podido decir nada, no le dijo que lo necesitaba, que ansiaba estar en sus brazos, que sus labios parecían extrañar los suyos. Se había guardado todo, y ahora él se había ido… era una tonta, tal como se lo decía siempre.
Era cerca de la hora de la cena, pero no se sentía con ánimos de salir a pretender que todo estaba bien, sabía que al no ver a Neal sentado a la mesa le haría sentir que el aire faltaba… era una tonta, por no haberse dado cuenta antes de lo mucho que lo precisaba para sentirse bien.
Alguien tocó la puerta y Candy asumió que era la mucama.
–Adelante –dijo ella, pensando que habría ido a avisarle que la cena estaba lista. Suspiró, dibujó una sonrisa en su rostro y la puerta se abrió.
Neal estaba frente a ella.
–Neal, ¿qué…? Pensé que habías dicho…
–Olvidaba algo.
El joven Leegan se acercó a Candy, ella sintió que le ardía la cara, podía asegurar que se habían encendido sus mejillas, le sostuvo la mano y el olor del perfume de Neal le llegó a su nariz. Por un instante pensó que la besaría, pero no fue así.
–El anillo de los Leegan –dijo él –con tantas cosas lo había olvidado, pero no quiero meterme en líos cuando mi padre me pregunte por los anillos. Parece que no quiere salir.
Candy se había acostumbrado a usarlo, a traerlo en su mano, no quería perderlo y el anillo lo intuía, le indicaba que no deseaba cambiar de dueña, así como ella tampoco lo anhelaba. La voz dentro de su cabeza le imploraba que fuera valiente, que le dijera la verdad a Neal, ¿cuántas más despedidas quería pasar antes de perderlo para siempre?
–¿Y si no sale? –mencionó Candy.
–No bromees con eso –señaló Neal, –mi madre haría un escándalo.
–¿Y si declino el quitármelo?
–Entiendo que te guste, pero no es una simple joya, ya te lo expliqué antes, es un anillo familiar, pasa de generación en generación, y yo…
–Por eso –dijo Candy al tiempo que empleaba todas sus fuerzas para sostenerse con firmeza.
–Candy –Neal se veía confundido –¿qué quieres decir?
–Yo tengo miedo, debo estar volviéndome loca –mencionó la chica –pero tú me dijiste…
–¿Qué?
–Que si volvía a Chicago, entonces yo podría elegir, que podría casarme con quien yo quisiera.
–Así es…
–Pero también recuerdo esas palabras… las que me dijiste hace tanto tiempo y entonces…
–Me estás volviendo loco, ¿podrías decirme qué pasa?
–Neal, no voy a quitarme el anillo –dijo finalmente Candy –y antes de digas algo, yo… sé lo que significa el tenerlo en mi dedo. Y temo, que a pesar de que oigas mis palabras, aun así me lo quites, sé que soy nada, tal como dije antes de irme, que les debo todo a los Andley, que ni siquiera debiera aspirar a algo así, yo no opino como Archie…
La chica se quedó callada y unas lágrimas corrieron por su cara, Neal la miraba entre atónito e incrédulo.
–No quiero fingir un matrimonio contigo, lo que en verdad necesito es uno de verdad.
–¿Un matrimonio de verdad?
–Sí –Candy soltó una ligera risa, ¿cómo hacían los hombres que se declaraban tan fácilmente a las mujeres? –¿Quisieras casarte conmigo?
–¿Qué? –Neal levantó una ceja, mostrando lo extraño de la situación.
–Sé que odias la idea, pero por favor antes de que me digas que no, podría simplemente abrazarte, después puedes irte, y no te preocupes te regresaré el anillo, pero déjame tenerlo aunque sea unos días más.
–¿Por qué dices que odiaré la idea?
–Tú me lo advertiste, antes de irnos a Francia, que algún día te pediría que te casaras conmigo y que ibas a decir que no –la cara de Candy se veía desolada, las lágrimas caían una a una.
–Candy, tú sabes que no soy un caballero ¿verdad?
–Yo… –la muchacha se quedó callada, no estaba segura a dónde iba Neal con esa pregunta.
–Yo no puedo cumplir esa parte… todo este tiempo pensé, por tu actitud, que rechazabas la idea de un matrimonio conmigo. Pero ahora… lo siento Candy, no puedo cumplir mi palabra, no puedo decirte que no.
Neal la abrazó, ella acercó su rostro al de él, ambos se besaron, libremente, sin apuestas, sin prejuicios, sin imposiciones. Los besos se fueron haciendo más largos, y con más pasión. Candy sabía que podrían haber llegado hasta el final de no ser por la mucama que los había interrumpido.
La noticia de que se casarían causó diversas opiniones en la familia, la tía parecía feliz y se auto congratulaba por ello, se sentía que sus planes salían como esperaba. Eliza al enterarse de que el tío no había retirado de la herencia a la otrora huérfana, fue la primera en convencer a su madre de que el matrimonio debía realizarse, Archie no puso más objeciones, tal vez el que su hijo acabara de nacer le había hecho olvidar cualquier asunto fuera de su nueva familia, en cuanto a Anthony, él no sabía si recuperaría la memoria, pero había vuelto a estudiar y sabía que después del anuncio de la boda haría su regreso a la sociedad, ignoraba que esa boda había nacido gracias a él, mientras que el tío William no parecía muy contento, pero terminó accediendo a que se llevara a cabo la ceremonia, la cual se celebró de forma sencilla, a Candy no le importaba seguir las órdenes de la tía Elroy, que más daba que fingiera con el resto de la clase alta que habían estado casados desde hacía mucho tiempo, o si mostrara aquellas fotos que se habían sacado hacía unos meses a todo el mundo, para Candy, el simple hecho de estar al lado de Neal le hacía sentirse bien. Sabía que siempre tendrían sus diferencias y que tal vez pelearían a menudo, pero después de todo, todas las rosas tenían espinas, y valía la pena pincharse con ellas con tal de aspirar su aroma.