Considerados

Esperaba pacientemente a que él apareciera. Normalmente nunca tenía que esperarle, era él el que la esperaba a ella casi como una rutina. Decía que los caballeros siempre esperaban a las damas, aunque también decía que nunca había oído que nadie esperara a una sangre sucia. A ella, como siempre, el apelativo le había dolido, y el muchacho se había reído fríamente. Pero esa vez, sorprendentemente, estaba tardando un poco.

La joven que esperaba tras una columna pegada a la pared de uno de los corredores del pasillo tenía el cabello castaño y graciosamente alborotado, no de la forma loca y desaliñada de la niñez. Vestía con una falda y una capa que le hacían reconocerse como una alumna de Hogwarts, el león rampante y dorado de su pecho como miembro de la casa de los valientes Gryffindors, y la insignia estrellada sujeta a su túnica como la prefecta de su casa. Estaba apoyada y de brazos cruzados ya empezando a molestarse, impaciente.

La paciencia no había sido nunca una de sus virtudes, y sus ojos de un ardiente color chocolate café se mantenían fijos en una de las antorchas de la pared de enfrente.

Se escucharon unos pasos que llamaron la atención de la joven alumna y prefecta. Sus ojos marrones enfocaron en esa dirección. Un muchacho se acercaba. Tenía unos andares sorprendentemente elegantes y rápidos. Su imagen resultaba algo aristocrática, aunque para el tiempo en que vivían la palabra resultase anacrónica. Tenía un porte altivo y seguro de sí mismo, y los ojos de un color claro que no se definía entre el gris y azul, eran fríos, miraban con superioridad, con cierta arrogancia incluso. También llevaba el uniforme de la escuela Hogwarts, pero al contrario que la muchacha que lo esperaba recostada contra la pared, el suyo combinaba el verde con el plata en vez del rojo con el oro.

Era alto, de marcada figura masculina en sus espaldas anchas, su cuerpo aparentemente fibroso aunque quizá demasiado delgado. Al verla, un atisbo de trémula sonrisa se acercó a la comisura de sus labios. Al pasar frente a la antorcha cercana a ella, su pelo de un extraño rubio platino y su piel pálida se iluminaron como lo habría hecho un fantasma. Sus pasos se encaminaron hacia ella con andares tranquilos.

—Hola Granger— dijo él a modo de saludo, y ese tono casi burlesco apareció ya en sus primeras palabras.

Ella no se inmutó, estaba ya más que acostumbrada a ese tono y sabía que era su forma natural de hablar con ella. No tenía otra forma que no fuera más cruel o más ácida para dirigirse hacia la Gryffindor, así que Hermione aceptaba ese tono como el más amistoso que tenía el Slytherin.

—Malfoy, vamos a llegar tarde a la ronda— replicó ella levantándose del muro en el que había estado apoyada esperando y empezando a caminar.

A Malfoy aquel detalle pareció importarle más bien poco.

—Si a McGonagall le molesta que venga ella a hacer de guardia durante toda la noche. Yo necesito dormir, y ya hago más que suficiente viniendo aquí en vez de quedándome en la cama.

—¡Malfoy!— exclamó ella indignada al escucharle, y apretó los labios al ver que él sonreía con suficiencia— Eres prefecto, tienes que dar ejemplo, ¡y no precisamente un mal ejemplo!

—Granger, el día que te decidas a quebrantar aunque solo sea una mísera regla del colegio, entenderás el placer que supone hacer algo prohibido.

—Prefiero no descubrir ese placer y quedarme haciendo lo correcto, gracias— respondió ella mordaz.

EL Slytherin sonrió: qué fácil era siempre enfadarla y ponerla nerviosa, hacer que sus mejillas se tiñeran de rojo por el enfado o la vergüenza al escuchar sus comentarios. Era y siempre había sido uno de sus pasatiempos favoritos sonrojar a la castaña, aunque el modo de hacerlo había ido variando con el tiempo.

—Vamos, Granger. ¿No te gustaría hacer algo arriesgado y divertido por una vez?

—Malfoy, se pueden hacer cosas arriesgadas y divertidas sin quebrantar las reglas del colegio.

—¿Ah sí?— dijo él alzando una ceja como si le sorprendiera tal idea mientras torcían por un corredor acercándose al hall del castillo.

—Sí— respondió ella asintiendo con vehemencia.

—Muy bien, dime entonces aunque solo sea una de esas cosas. Vamos— la retó el joven rubio burlón.

Hermione le miró con el ceño fruncido un momento. Bufó como si lo que él dijera fuera una soberana estupidez, y tras pensar un momento decidió una respuesta lógica y perfectamente plausible a la que Malfoy no podría negarse.

—El Quidditch— respondió.

Malfoy dejó escapar una risa fría. Tenía que conceder que la sangre sucia tenía respuesta para todo y además convincentes. Al fin llegaron al hall del castillo, donde les esperaba la profesora McGonagall envuelta en una bata de cuadros escoceses que habría llamado la atención incluso a un kilómetro de distancia. Movía el pie nerviosamente y les observaba acercarse con el ceño fruncido, igual que cuando Longbottom destrozaba algo en su clase al hacer alguna torpeza.

—Granger, Malfoy, hace ya diez minutos que deberían haber llegado— dijo la profesora con aquel tono de voz que siempre parecía estar regañando.

—Lo siento, profesora— se apresuró a decir Hermione sonrojándose un poco y bajando la mirada.

Malfoy simplemente trató de no sonreír al ver la cara de la profesora de Transformaciones, y desde luego no se le pasó por la cabeza ni por un momento pedir perdón por el retraso.

—No entiendo cómo han llegado tarde. Los otros prefectos de sus casas han llegado perfectamente puntuales, y no me gusta tener que estar aquí esperando a que lleguen.

—A mí tampoco me apetecía pasarme toda la noche de guardia por el castillo— murmuró irónico el Slytherin.

McGonagall lo miró con fiereza, y el muchacho se calló, aunque por dentro se retorcía maliciosamente.

—Procure contenerse, señor Malfoy, o supondrá otra respuesta como esa diez puntos menos para su casa. Y ahora, vayan al cuarto piso. Esa será su zona de vigilancia esta noche— se apretó mejor el cinturón de su bata—. Procuren que no vuelva a repetirse. Buenas noches.

—Buenas noches, profesora— dijo Hermione, mientras McGonagall se alejaba de allí por una puerta lateral.

Malfoy estalló en carcajadas inmediatamente, y la joven se dio la vuelta, furibunda, y le dio un golpe en el brazo. Draco hizo un gesto como si hubiera muerto de dolor y siguió riendo. Hermione negó con la cabeza y puso los ojos en blanco mientras le pedía que avanzaran. Sacó su varita y murmuró "Lumos", y poco después escuchó el mismo hechizo tras ella casi perdido entre risas. Cuando llegaron al cuarto piso, Malfoy seguía riendo aunque imperceptiblemente.

—Malfoy, ¿es que no piensas parar de reírte? ¡Es ridículo! ¿No te preocupa haber estado a punto de perder puntos para tu casa?— exclamó Hermione, alumbrándole con su varita.

—No, Granger, la verdad es que no me importa en absoluto. Los habría recuperado e incluso triplicado con una sola clase de pociones— Hermione arrugó el ceño.

Sin duda, el rubio era a veces demasiado arrogante como para que sus oídos no pitaran escandalizados al escucharle decir algunas cosas.

—Te arriesgas demasiado. Además, la profesora McGonagall…

—La profesora McGonagall tiene tanto gusto para vestir como un elfo doméstico y la amabilidad de un trol— dijo Malfoy sin dejarle terminar.

—No te pases, Malfoy.

—No te quejes más, Granger. Estás empezando a conseguir que me duela la cabeza— dijo él rodando los ojos.

Hermione suspiró, asqueada. A veces Malfoy se ponía inaguantable. Siguieron caminando por el pasillo del cuarto piso lentamente, hablando de vez en cuando. A cualquiera que no fuera uno de ellos le habría sorprendido no escuchar en cada frase de Malfoy un sangre sucia, o un impura, igual que habría supuesto algo extraño no oír en la boca de Hermione hábiles comentarios en los que se engarzara estúpido hurón, maldita serpiente, niñato de papá, rata asquerosa… y cosas semejantes. Pero es que estaban ya en séptimo curso, y la relación de la leona y la serpiente había cambiado drásticamente.

El año anterior ya habían dejado de pelearse como lo habían estado haciendo con anterioridad, aunque, realmente, todo había empezado a cambiar desde que ambos habían sido nombrado prefectos. Los profesores no confiaban en Ron, igual que no confiaban en Pansy, así que solían llamarles a ellos para hacer el trabajo de prefectos, lo que había supuesto un tiempo extra juntos y a solas.

No era lo que más les había entusiasmado en su momento, pero había que aceptarlo, y se hicieron a las circunstancias. El tiempo demostró que podían convivir tranquilamente si se lo proponían y si controlaban sus ganas naturales de insultarse. Y ambos lo consiguieron, hasta el punto de que ahora apenas se insultaban, al menos cuando no estaban en público. En público, cuando Malfoy soltaba algún comentario abusivo contra los de primer año, o cuando insultaba a Harry y Ron, o cuando Ron decidía hacer caer, accidentalmente, alguna cosa de Crabbe y Goyle, o hacía algún comentario sobre el patético equipo de quidditch de Slytherin, los insultos se disparaban inevitablemente. Luego no había disculpa posterior: no merecía la pena porque ambos sabían que volvería a ocurrir.

Desde el año anterior, además, habían tenido ambos el Premio Anual al mejor alumno. Ambos, porque sus notas, sobre todo para sorpresa de todos las de Malfoy, eran perfectas. Algunos decían que Lucius Malfoy había pagado cuantiosas sumas de dinero, pero nadie se atrevía a decirlo en voz alta, nadie se atrevía a agredir así al príncipe de Slytherin. El Premio Anual había supuesto que se les concediera una de las torres del castillo exclusivamente para ellos, donde había dormitorios y una sala común para que pudieran estudiar con tranquilidad. Era como un premio.

Hermione era la que más lo agradecía de los dos: su sala común, en general gracias a algún Weasley, siempre estaba atestada de ruido y gente, imposible concentrarse allí. Y aprovechaba entonces la sala común de los Premios Anuales porque estaba sola, en todo caso acompañada de Malfoy, que resultó ser un compañero de torre, cuando ambos se quedaban allí a dormir, bastante aceptable. No solía hacer ruido, no solía molestarla— al menos no excesivamente— y no era un completo desastre dejando sus cosas por todos lados como le pasaba a Ron. Malfoy le concedía que ella tampoco era tan pesada como él había imaginado en un principio: No llevaba allí a las pesadas de sus amigas que, desde luego, babeaban por él, y tampoco llevaba a Cara Rajada ni al Pobretón, que aún habrían sido más insufribles que las babosas. De solo pensar en aquel par de idiotas le hervía la sangre, pero se serenó enseguida.

Escuchó entonces un ruido. Venía de una puerta un poco más adelante en ese mismo pasillo. Detuvo a Hermione, que no parecía haberse enterado de nada.

—He oído un ruido— le dijo Malfoy, e intensificó la luz que salía de su varita, acercándose hacia la puerta.

Hermione, con la varita también en alto, caminó hacia la puerta y la abrió de un tirón.

—¿Quién anda ahí?— preguntó ella iluminando la habitación.

Escuchó cómo Malfoy bufaba y reía burlón por la frase que ella había utilizado. Ella frunció el ceño.

—¿No se te puede ocurrir algo más original?— preguntó, alzando una ceja.

—¿Y a ti qué se te ocurre, Malfoy? No sabía que tuvieras una desbordante imaginación para este tipo de momentos, ni un repertorio de frases a utilizar.

—Ya te he dicho mil veces, Granger, que nunca vas a poder abarcar mi perfección— sonrió, divertido al ver la cara de furia de ella—. Y por supuesto que tengo frases mejores que esa— acto seguido se acercó a la puerta de la que ella se apartó, y apuntando con su varita, habló—. Si no salís de ahí ahora mismo tendremos que llamar al profesor Snape para dar parte de esto.

Inmediatamente después de mencionar ese último nombre, se escucharon movimientos en el interior de la sala. Hermione esperó mirando a Malfoy de forma bastante molesta y de brazos cruzados, aunque todavía con la varita bien sujeta por si acaso, o quizá sólo para hacerle un maleficio a Malfoy por querer tener siempre la razón y decir la última palabra. Aparecieron dos personas por la puerta, que la cruzaron sonrojados y bastante nerviosos. Se trataba de un chico de Hufflepuff y una chica de Ravenclaw, que observaban a los dos prefectos como si fueran la mismísima muerte.

—Ya deberíais saber que está prohibido andar de noche por los pasillos del colegio— dijo Hermione con voz cansina. Le sonaban las caras de aquellos dos, estaba segura de que no era la primera vez que los pillaba por ahí de noche—. Deberíais llevar ya un rato en vuestras habitaciones.

—Los sentimos— dijo el chico, pues la chica no parecía prestar mucha atención en ese momento.

Miraba a Malfoy completamente sonrojada, mientras éste alzaba una ceja, primero escéptico, y luego indiferente, como si la mirada de la chica sobre él tan insistente fuera algo de lo más natural. La chica se sonrojó inmediatamente y bajó la mirada, sonriendo tontamente.

—… y por eso es importante que os mantengáis en vuestros dormitorios o salas comunes a partir de la hora fijada— terminó de decir Hermione el discurso que debía darse a todo aquel que se pillaba a deshora por los pasillos.

El chico de Hufflepuff asintió, todavía bastante nervioso. Obviamente, la insignia de prefecta en el pecho de la túnica de Hermione le acongojaba bastante.

—Muy bien. Ahora volved inmediatamente a vuestras salas comunes, y espero no volver a encontraros por los pasillos— dijo Hermione con severidad— O me veré obligada a notificar esto y quitaros puntos.

—No, no. No será necesario, de verdad— sonrió el chico como intentando disuadirla de la idea, y tiró de la mano de la Ravenclaw que obviamente debía ser su novia—. Ya nos vamos.

La chica seguía mirando a Malfoy coquetamente mientras sonreía. El rubio solo la observaba divertido, apoyado y de brazos cruzados en el marco de la puerta de la clase de la que acababan de salir.

—Vamos— musitó el Hufflepuff, mirando con bastante odio a Malfoy.

Comenzaron a alejarse bastante rápido, él todavía tiraba de la chica que parecía su novia, que parecía algo embobada.

—¡Cinco puntos menos para Hufflepuff! No me mires, niñato. No estás a mi altura para hacerlo— dijo Malfoy entre dientes, riendo al ver que el muchacho se enfadaba pero se sentía incapaz de responder, pues temía que aquella serpiente aún le quitara más puntos a su casa.

En cuanto torcieron por la esquina del corredor, Malfoy, todavía sonriendo con bravuconería, se encontró con Hermione que le miraba bastante ceñuda.

—¿Por qué has hecho? No ha sido una infracción tan grave, apenas ha pasado media hora del toque de queda— dijo mientras volvía a caminar.

—Granger, como te he estado diciendo antes, hay que hacer cosas divertidas. Si no, me aburro, este trabajo de prefecto es demasiado…

—¿Serio para ti?— ironizó ella.

Malfoy frunció el ceño, pero no contestó a lo que la chica había dicho. En ese momento no se le ocurría una palabra que no fuera malsonante para describir lo que le parecía lo de ser prefecto. Cuando ya era más que de madrugada y Hermione, dos horas después de que el Slytherin hubiera dicho por primera vez que ya habían hecho suficiente y tras repetirlo unas cien veces más, decidió que ya habían terminado, se dirigieron hacia su torre de Premios Anuales. Cuando les tocaba hacer ronda solían ir allí. Hermione para no molestar sus compañeras de habitación al entrar, y Malfoy simplemente porque decía que ese lugar era para los dos y obviamente Hermione le estaba dando más uso que él y no quería regalarle su mitad de la torre de Premios Anuales.

Llegaron hasta el cuadro que guardaba la puerta. Malfoy dio la contraseña, y cuando el cuadro se apartó dejó entrar a la castaña primero para después seguirla él. Ese tipo de gestos en Malfoy siempre sorprendía a Hermione. Malfoy era un maleducado en todo lo que hablaba y decía, cuando contaba las cosas, cuando contestaba a los profesores, cuando insultaba a otros alumnos… Pero muchas de sus actitudes tenían una elegancia natural e innata, como lo que acababa de hacer en ese momento, se podría decir que era considerado en sus actitudes. Le miró mientras pensaba en aquello, y no se dio cuenta de que Malfoy la miraba burlón.

—¿Tan atractivo te parezco, Granger?— preguntó, elevando una ceja.

—Lo único atractivo que veo en ti, Malfoy, es el espacio vacío que dejas cuando te pierdo de vista.

—¡Qué sarcástica!— exclamó él imitando su tono de voz con una similitud tal que Hermione a punto estuvo de echarse a reír.

—Malfoy, aunque no lo creas, no eres el ídolo masculino de todo el colegio.

—Tienes razón, Granger. Soy el ídolo masculino del colegio y de otros ámbitos.

—Eres un bravucón.

—Pero lo soy porque puedo.

—Deberías bajarte esos humos.

—¿Para qué? Aunque lo intentara esta noche, mañana un par de cartas de mis admiradoras me los subirían.

—¿Cartas de admiradoras?— repitió ella sin podérselo creer.

Tenía que estar inventándoselo. Estaba segura.

—Claro, Granger, ¿qué creías? ¿Que San Potter es el único que tiene club de fans?

—No lo llames así— repuso ella, resoplando, pues esa conversación la habían tenido miles de veces.

—Lo llamaré como me dé la gana, ratón de biblioteca— repuso Malfoy.

Hermione rodó los ojos. Ahí estaba, uno de los motes favoritos de Malfoy para ella. Le encantaba repetírselo una y otra vez, como un ciclo inagotable. Pero ella también tenía motes reservados para él.

—Mira, hurón botador, Harry es mi amigo y te aconsejo que no lo llames así en mi presencia.

—¡Ah, vaya! ¿Es eso una amenaza, impura?— preguntó él, escéptico.

Y en un momento, Hermione había sacado su varita, lo había desarmado y lo había hecho caer hacia atrás en uno de los sillones de la sala común de la torre. Malfoy estaba algo sorprendido, pero obviamente en su cara se palpó inmediatamente cierto enfado.

—¿Pero qué te crees que haces?— exclamó él, furibundo y cogiendo su varita.

—¡¿Y qué te crees que haces tú? ¡Modera tu lengua venenosa, serpiente!— exclamó ella indignada.

—¡Lo haré cuando tu moderes las zarpas que tienes por manos y te largues de mi presencia!

—¡No me da la gana!— exclamó Hermione.

Y estaba tan indignada que no se fijó en que Draco había alzado su varita y apuntándole a ella, un hechizo se dirigió hacia su cuerpo. Lo notó enseguida. Malfoy sonreía con suficiencia, con los ojos fríos y pendientes de cómo Hermione se cogía la garganta con las dos manos y trataba de emitir algún sonido.

Nada.

Le miró con odio en los ojos y cogió su varita. Malfoy negó con la cabeza con suavidad, como si lo que la chica pretendía hacer fuera una estupidez.

—Estás mucho más guapa con la boca cerrada, Granger. Puedo atenderte sin tener que escuchar las tonterías que dices todo el tiempo.

Hermione lo miró furiosa. Porque eso era lo que estaba, furiosa. Malfoy la había dejado sin voz, y sabía que no había contrahechizo que pudiera hacer porque para ello necesitaba la maldita voz, y no había ningún compañero que pudiera ayudarla. Indignada, se acercó hacia donde estaba Malfoy y le golpeó con los puños cerrados en el pecho. Él se rió, encantado de verla en ese estado de ira profundo. Hacía tiempo que quería probar ese hechizo con Granger y por fin se había dado la oportunidad. Había salido perfecto. Vio que Hermione levantaba las manos en sendos puños dispuesta a golpearle otra vez, pero él ya no iba a dejar que ella le golpeara más. Aprovechando que le sacaba cierta ventaja por la altura y que era más fuerte que ella, la cogió de las muñecas, inmovilizándola.

—Ya basta, Granger. Empiezas a parecer un león furioso y eso me molesta bastante.

Ella le miró achicando los ojos hasta convertirlos en sendas rendijas. Después de unos segundos de forcejeo, y a sabiendas de que nada podría hacer al menos aquel día y concediendo que ella había atacado primero, aunque sin decirlo en voz alta por causas obvias, asintió y relajó las manos. Mafloy notó que ella dejaba de intentar liberarse para golpearle nuevamente, así que, con una mirada de advertencia que le indicaba que si intentaba algo esta vez cogería su varita para atarla y detenerla, la soltó lentamente.

Hermione bajó las manos que había tenido sujetas a ambos lados de la cabeza y, tras una última mirada que pretendía ser altanera, se marchó por el hueco de la pared que daba a su habitación y a la de él. Malfoy sonrió divertido: Granger era un método de diversión permanente. Era tan fácil hacerla enfadar que solo le bastaba proponérselo y decir un par de frases para conseguirlo.

Apagó el fuego de la sala común y se metió por el mismo hueco de la pared por el que había desaparecido Granger. Torció a la derecha en el punto en que se bifurcaba el camino para entrar en su habitación. Lo cierto era que Granger y él casi podían considerarse amigos. No es que lo fuera a ir pregonando por ahí, tenía una reputación que mantener, pero la chica de Gryffindor, en el fondo, muy muy muy en el fondo, le caía bien. Sabía hablar de cosas interesantes y sabía cómo llevarle la contraria para que una conversación tuviera sentido y fuera interesante. No como muchas que había por ahí sueltas que sabían hilar poco más de dos palabras en una frase.

Últimamente, además, se veía obligado a pasar bastante tiempo con ella, con lo cual, queriéndolo o no, había tenido que hablar con ella más de lo normal. Desde que empezó el séptimo año habían tenido más guardias que nunca desde que habían sido prefectos, la torre compartida de Premios Anuales suponía otro contacto con la chica, y las horas que ambos pasaban en la biblioteca eran otro añadido, sin contar con las innumerables clases que ese año, por desgracia, había coincidido que tenía que compartir con los de Gryffindor, es decir, con Cara Rajada, la Comadreja, Longbotton, la sangre sucia de Granger… se detuvo. ¿Hacía cuánto que no la llamaba sangre sucia? Unos cuántos días, quizá unas semanas. Estaba empezando a dejar de gustarle ese apelativo para Granger. Ya no le pegaba. Ahora le veía mejor en sabelotodo repelente, rata de biblioteca, impura insufrible… Sí, ahora esos le pegaban más. Ese año se había superado a sí misma y sus records de tiempo en la biblioteca. La había visto pasarse horas delante de un libro en la sala común. ¿Cómo demonios no había terminado ya ciega? Era algo que escapaba a su comprensión.

OOOOOOOOOOOOOOO OOOOOOOOOOOOOOO

—Granger, estás más pesada que nunca— murmuró Malfoy tirado en el sofá y tapándose la cara con un cojín.

Hermione dejó escapar un grito colérico al ver que él hacía eso solo para fastidiarla y no mirarla mientras le regañaba. Estaban en su sala común. Esa noche habían vuelto a dormir allí después de lo que a Malfoy le pareció la guardia por los pasillos más larga y aburrida de la historia de Hogwarts.

—Y no grites. Ya es lo que me faltaba…— murmuró asqueado, tapándose los oídos.

—¡Malfoy!— volvió a decir ella, recalcando cada una de las sílabas para hacerle escuchar bien. Tiró del cojín con el que el rubio se tapaba la cara y le obligó a mirarla a los ojos— Es tu obligación como prefecto, así que vamos a ir sí o sí.

La pelea había empezado esa misma mañana a primera hora, y eso que en aquel momento eran las seis de la tarde. Todo había empezado cuando el señor Filch se había acercado a ellos con claro disgusto en la mirada durante el desayuno y les había avisado de que debían ir a la entrada del castillo esa tarde para ordenar y asegurarse de que los alumnos que por primera vez iban a Hogsmade tenían autorización para ellos. Después de decirlo de malos modos, se alejó de allí con pasos rápidos, seguido por su diabólica gata.

—Maldito squib…— le oyó murmurar a Malfoy en la puerta del Gran Comedor, donde por casualidad Filch los había encontrado a escasos metros el uno del otro.

—No lo llames así— dijo Hermione.

—Maldita rata— murmuró entonces Malfoy, poniendo un gesto aún más molesto que el anterior.

—¡Así tampoco!

—Maldito muggle— gruñó de nuevo el rubio.

—¡Malfoy!— exclamó Hermione indignada.

—Cállate ya, Granger. Esto sí que no: no pienso arruinar la mitad de mi primera tarde en Hogsmade solo para que los repelentes nuevos puedan ir en orden. Menuda idiotez. Que lo haga McGonagall como todos los años y deje de darnos toda esta basura de trabajo como si los prefectos fuéramos sus elfos domésticos.

—La profesora está muy ocupada con ciertos asuntos con el director, y por eso…

—Sabelotodo Granger, ¿no te he dicho ya que te calles?— preguntó Malfoy arrastrando las palabras y con claro tono de molestia.

Hermione se dio media vuelta sin decir nada más y se alejó de él. Y eso había sido esa mañana. Ya había llegado el momento, y Hermione no estaba dispuesta a dar su brazo a torcer. Malfoy ya se había saltado muchas de sus obligaciones, pero aquella no iba a ser una de ellas. No iba a permitir que con su actitud manchara la reputación de todos los Premios Anuales que había habido en Hogwarts a lo largo de la historia.

—¡Qué exasperante eres, Malfoy!— exclamó Hermione, tirando de él para sacarlo del sofá.

—Y tú que pesada— respondió él.

—Y tú un irresponsable. Vamos, anda, baja. Si lo haces y la cosa se alarga mucho, podrás irte y prometo que no contaré nada a nadie— dijo ella.

—¿Y si no qué?

—Haré un hechizo para que bajes— le advirtió más seria, y Malfoy no dejó de nota la varita que se movía entre los dedos de la chica.

La veía capaz, muy capaz de cumplir su amenaza. Con un suspiro de resignación, se levantó del sofá, se arregló la túnica y la camisa algo arrugada por la posición y ambos salieron por la puerta de su sala común. Bajaron al recibidor, donde ya una enorme masa de alumnos que esperaban ansiosos su primera excursión a Hogsmade se removía inquieta, esperando que les dejaran salir. Pero solo estaban esos, los enanos de tercero que a Malfoy tanto le molestaba ver, tan pequeños, tan idiotas, siempre preguntándole cosas porque era prefecto. Ya se había encargado él de hechizar a alguno para que corriera la voz y no le molestaran más. Y había funcionado: Ahora solo se dirigían a él si era total y completamente necesario y no había otro a quien pedir ayuda.

—¿Dónde demonios están todos los demás?— preguntó Malfoy, empezando a impacientarse.

—Parece que no han venido…— murmuró Hermione bastante contrariada, mientras seguía el camino que el rubio iba abriendo entre los alumnos de tercero para llegar hasta la puerta del castillo.

—¡No me lo puedo creer! Es como dejar demostrado que eres la más tonta de todos, Granger. ¡Somos los únicos que hemos venido! ¿No ves que nadie iba a venir? ¡Es la primera excursión a Hogsmade del año, por Merlín! Esto es increíble…— terminó murmurando más para sí que para la castaña.

Hermione admitió para sí que le molestaba descubrir que eran los únicos prefectos que habían acudido al llamado de Filch. Lo cierto es que todos los demás le parecieron unos irresponsables, y se sintió un poco culpable al ver lo exaltado que estaba Malfoy. Estaba claro que la cosa le había molestado mucho, nunca elevaba la voz y esa vez parecía haber perdido un poco el control.

Bueno, que se aguantara. Por una vez estaba haciendo las cosas que debía y como debía. Llegaron por fin a la puerta del castillo, y se aposentaron uno a cada lado de la misma. La algarabía de la entrada era tremenda, no se callaba ni un solo alumno, Hermione trató de hacerse oír, pero no había manera. Se movió tratando de llamar la atención pero tampoco surtió efecto.

—Déjamelo a mí— oyó decir a Draco, mientras el rubio sacaba su varita con cara asqueada— Sonorus…— Hermione tuvo que admitir que era una buena idea— ¡Atención, mocosos de tercero! ¡El que no se calle inmediatamente me encargaré personalmente de que no pise Hogsmade en lo que le quede de vida en este colegio!

Todo el mundo calló inmediatamente. No se escuchaba el zumbido de una mosca. Hermione aguantó las aganas de reír ante lo dicho por Malfoy, porque tenía que mantenerse serena: Lo que había dicho no era lo correcto, solo tenía que llamar la atención de los alumnos de tercero y ya estaba, no amedrentarlos ni amenazarlos. Colocó su propia varita junto a su garganta y repitió el mismo conjuro que había hecho Draco, que ya había recuperado su voz normal.

—Como sabéis, hoy es la primera salida del año a Hogsmade. Recordad que para poder salir necesitáis la autorización firmada por vuestros padres o tutores. Colocaos en fila de a uno para poder empezar la salida. Deberéis darnos a algunos de los prefectos la autorización para que se os permita salir.

Hubo algunos murmullos y empezaron a ponerse en fila. Pasaban y pasaban uno tras otro. Hermione no encontró ninguna autorización falsa ni sin firmar, y Draco tampoco parecía encontrar ninguna, aunque tenía el gesto serio y frío, casi ligeramente enfadado, y algunos de los alumnos le entregaba su autorización con algo de miedo. Terminaron por fin, quedando el recibidor completamente vacío. Hermione suspiró, agotada. Malfoy miró el reloj de arena: No lo podía creer, había pasado ya más de la maldita tarde allí metido como un imbécil.

—Menos mal que no te has ido. Eran demasiados para hacerlo yo sola— murmuró Hermione.

—Me habría ido de no ser porque ellos me cortaban el paso— sentenció Malfoy de mala gana—, y, desde luego, en cuanto pille por los pasillos al resto de prefectos, me voy a asegurar de que recuerden que ellos también tenían que haber estado aquí, y no divirtiéndose a nuestra costa.

—Tampoco ha sido tan malo…— murmuró Hermione, mientras ambos salían de allí.

Malfoy la miró como si estuviera loca o hubiera dicho que los escorbutos de cola explosiva eran adorables.

—¿No vas con San Potter y tonto-Weasley?— preguntó Malfoy mientras salía también en dirección al pueblo.

—No— dijo ella tras mirarle un momento con reprobación por cómo los había llamado—. Les dije que probablemente tardaría y que se marcharan sin mí.

—Qué considerados— dijo con clara mala intención.

Yo les dije que se fueran, Malfoy— repitió ella.

—Lo que yo te decía. Muy considerados— repitió él.

OOOOOOOOOOOOOOO OOOOOOOOOOOOOOO

—Buenos días, Hermione— la saludaron sus amigos al mismo tiempo.

Ella sonrió también y respondió al saludo, sentándose en la mesa del Gran Comedor donde se encontraban todos los Gryffindor. Cogió un par de tostadas y empezó a ponerles mantequilla.

—Hoy podemos hacer lo que nos apetezca— dijo Ron, comiendo sin parar. A Hermione le estaba costando entenderle—. Podríamos aprovechar que no vas a tener nada que hacer para ir los tres juntos. Hace siglos que no hacemos nada divertido.

—Claro, podríamos ir por el lago— sugirió Hermione.

—Me parece bien, mientras Malfoy no esté— murmuró Ron.

—¿Por qué dices eso? ¿Qué tiene que ver Malfoy aquí?— inquirió Hermione.

Vio que Harry escondía la cara tras el profeta, como si viera avecinarse una pelea. Hermione frunció el ceño: ¿Lo que había dicho Ron había sido para molestarla? No le veía el punto.

—Oh, vamos, Hermione. Últimamente pasas más tiempo con Malfoy que con cualquier otra persona, incluso más que con Harry y conmigo— exclamó Ron, y parecía algo molesto.

Hermione miró a Harry, esperando su respuesta.

—Es cierto, Herms. Pero yo te entiendo, sois prefectos y premios anuales, es comprensible…— dijo Harry, y la chica se lo agradeció, pero el pelirrojo no parecía querer darse por vencido.

—¡Harry lo entenderá, pero yo no! No sé cómo aguantas tanto tiempo con esa asquerosa serpiente. Estar con Malfoy más de medio minuto es como arriesgarse a ser envenenado, estar al lado de una mandrágora, acariciar a un escorbuto, hacer una limpia de dixies de las cortinas de una casa, ir a estrecharle la mano al calamar gigante…

—¿…Tener arañas como mascota?— lo cortó Hermione, y Ron, al escuchar la palabra clave, se estremeció, pero asintió.

—Exactamente.

—No seas exagerado, Ron. Yo sé perfectamente cómo lidiar con Malfoy— respondió ella.

—¿Y por qué no en vez de lidiar con él te alejas y te vienes con nosotros?

—Porque tengo responsabilidades, Ron.

—Herms, yo también soy prefecto, por si no lo recuerdas— dijo Ron, haciendo relucir su insignia, y Hermione puso los ojos en blanco—, y no por eso paso tanto tiempo con Malfoy como tú.

—Mira, Ron, para que te enteres, el tiempo que paso con Malfoy suele ser estudiando o buscando a alumnos por la noche en los pasillos. No es nada agradable. Si pudiera cambiar todo ese tiempo, lo cambiaría, pero no pienso eludir mis responsabilidades.

Ron iba a responder en ese mismo momento, pero Harry le metió una tostada entera en la boca, consiguiendo que el pelirrojo casi se ahogara. Potter dejó el periódico que leía sobre la mesa y habló antes de que Ron consiguiera tragarse la tostada.

—En fin, dejando de lado este asunto, podríamos ir a ver a Hagrid. Hace mucho que no le hacemos una visita— comentó.

—Me parece una gran idea— sonrió Hermione, especialmente por dejar aquel tema que con Ron siempre era tan escabroso.

—Me paguece benf— consiguió decir Ron, tapándose la boca con la mano y terminando de tragar.

Los tres se levantaron de la mesa. Hermione sintió una mirada clavarse en su nuca inmediatamente. Se giró, encontrándose inmediatamente con unos ojos fríos y claros que la miraban sin expresión. Parecían los ojos de una serpiente, acechándole desde la mesa de Slytherin en la parte contraria del comedor. Pero el rostro que los contenía le observaba como preguntándose a dónde iba. Hermione sonrió un poco, casi imperceptiblemente, lo justo para que él, que la observaba fijamente, la viera, e hizo un gesto con la mano parecido al adiós. Caminó rápido hasta encontrarse con Ron y Harry y salieron del Gran Comedor.

OOOOOOOOOOOOOOO OOOOOOOOOOOOOOO

Continuará….