Parques y columpios
La memoria es un papel en blanco que todos nos encargamos de llenar. Al principio nuestra memoria es como una esponja, cada imagen, cada dato y cada cara se nos queda grabado con una facilidad suma. Sin embargo, con el paso del tiempo el papel de la memoria se emborrona, se llena, y el cerebro humano se vuelvo mucho más selectivo a la hora de quedarse con información.
Hay cosas que se olvidan para dejar espacio a otras más importantes.
Cuando somos adultos la niñez queda lejos en nuestra selectiva memoria, pero conservamos con impecable claridad cosas concretas que, por una u otra razón, marcaron nuestras jóvenes vidas de entonces.
Draco Malfoy no es la excepción. Él, como sangre limpia que es, siempre se jactó de tener buena memoria, muy superior a la de cualquiera de esos ignorantes sangre sucia. Sin embargo, de cuando era niño no recuerda muchas cosas.
Otras sí, las recuerda sorprendentemente claras. Tan vívidas que no necesita ni siquiera un pensadero para imaginarlas tan reales como todo lo que le rodea.
Uno de sus más viejos recuerdos es también uno de sus más celados y ocultos secretos. Data del tiempo en que él tenía cinco años, seguramente ya cerca de los seis, aunque de eso no estaba muy seguro. Ese era un dato que no había guardado en su privilegiado cerebro.
Había ido con sus padres a Londres abandonando su casa durante un día entero. Un día familiar de esos de los que nunca había gozado demasiado. Recordaba perfectamente lo ilusionado que estaba con ir a la ciudad y estar con sus dos progenitores al mismo tiempo.
Una completa novedad.
También recuerda que aquel día el cielo estaba de un gris plomizo que su madre vaticinó como de lluvia. Irían al callejón Diagon, y Draco estaba loco por ir a la tienda de artículos de Quidditch. Quería una escoba más rápida que la que ya tenía y que se levantara casi un metro del suelo. Su padre se lo había prometido, y él estaba deseando hacer esa promesa realidad.
Sin embargo los planes cambiaron antes de empezar. A su padre le llegó una lechuza del Ministerio. Algo "urgente" e "ineludible". Siempre lo era. Se disculpó con su madre y con él y prometió verlos en casa. Draco recuerda aún a la perfección la cara de su madre, inalterable y aún ligeramente sonriente como si no le importara.
Fue en ese momento cuando comprendió por primera vez que su madre mentía muy bien, pero que él siempre sería capaz, por desgracia, de desentrañar esa habilidad con facilidad.
—¿No vamos a ir al Callejón Diagon?— preguntó Draco enfurruñado al ver que su madre seguía inmóvil en la calle mirando el punto en el que su padre había desaparecido sin que ningún otro transeúnte hubiera reparado en ello.
Probablemente esa era la razón y el momento por el que todavía recordaba aquello. Fue la primera vez que no consiguió uno de sus costosos caprichos.
—¿Madre?— insistió al no recibir respuesta.
Su voz pareció sacar a la hermosa mujer de sus pensamientos. Le miró y le sonrió mientras le tomaba la mano con ese cariño propio del género materno.
—No, Draco, hoy no podrá ser, pero iremos a otro sitio que estoy segura de que te encantará— le dijo con la voz algo quebrada.
Draco en aquel momento pensó que su madre iba a resfriarse. Tan solo dos años después aprendió que cuando una mujer tenía aquella voz, se debía a otro tipo de cosas que nada tenían que ver con los resfriados.
—¿Me gustará más que una escoba nueva?— preguntó él frunciendo el ceño molesto como si no compartiera su entusiasmo—. No puede ser, madre. No hay nada mejor que el Quidditch, padre también lo dice.
Su madre sonrió y le peinó aquel pelo intensamente rubio, casi blanco por su claridad en aquel momento en que aún era tan niño y aún no se le había oscurecido.
—A lo mejor cambias de opinión.
Sin soltarle la mano su madre se desapareció y se lo llevó con él. A Draco no le gustaba desaparecerse. No le gustaba ese tirón en el estómago. No tardaron en aparecerse en otro lugar bastante alejado. El pequeño de cabello platinado miró en rededor con el ceño fruncido e intensamente enfurruñado. No conseguir su preciada escoba para presumir con ella delante de Zabini y Nott era un contratiempo con el que no había contado. Y no le gustaba. Quería su escoba, la misma que salía anunciada hasta en las ranas de chocolate que tanto le gustaba comerse a escondidas a media tarde cuando Dobby se las daba sin que nadie lo viera.
Le gustaba Dobby. Era divertido. Tenía una voz de la que podía reírse y sabía hacer muchos trucos con tan solo chasquear los dedos. Aunque estaba muy sucio. Eso no le gustaba.
—¿Qué te parece?— preguntó Narcissa soltando su mano.
Draco no suavizó el ceño fruncido ni la frente levemente arrugada. Estaban en un parque. Uno completamente vacío. A lo lejos, muy a lo lejos, creyó diferenciar la silueta de una mansión.
—¿Esa es nuestra casa?— preguntó Draco haciendo un mohín todavía mirando en aquella dirección.
—Sí, tu padre venía aquí cuando era niño— dijo ella con cariño, aunque el gesto de su rostro parecía expresar algún tipo de asco por algo que el pequeño no alcanzaba a ver.
—¿Y qué se hace en un sitio como este?— inquirió él sin comprender, aunque observando con bastante avidez algo que sabía que se llamaba "columpio".
Siempre había deseado acercarse a uno.
—Jugar— dijo ella simplemente—, pero procura no alejarte mucho.
La melena rubia de la mujer se movió suavemente con el viento que abanicaba el parque. Su belleza parecía fuera de lugar en un sitio tan sencillo como aquel. Sus pies encorsetados en tacón la llevaron hasta un banco cercano desde el que poder vigilar a su pequeño mientras descansaba. Sacó la varita y, celebrando que no hubiera nadie, limpió el asiento. Después se sentó con aspecto molesto.
Draco seguía quieto en su lugar. Sus ojos grises lo observaban todo como esperando que se desvaneciera o que hubiera algún truco. Finalmente se decidió a moverse, no parecía haber peligro. Dio pequeños pasos observando con deleite su meta: "El columpio". Alguna vez había visto a niños subidos en aquellas cosas. Y se reían y sonreían. Como si se lo pasaran bien.
Siempre le había extrañado que un mecanismo tan absurdo como aquel pudiera hacer feliz a alguien. ¡Ni siquiera valía dinero!
Se detuvo frente a uno de los dos columpios. El asiento se balanceaba lentamente mecido por el leve viento como si le invitara a probarlo. Sujetó una de las cadenas con la mano, y una inexplicable euforia lo invadió.
—Hola.
El saludo le hizo soltar el columpio y voltearse de un salto hacia la voz. Estaba molesto. No le gustaba que lo pillaran desprevenido. Era una niña. ¿De su edad? Quizá, al menos a él se lo parecía.
La niña le miraba sonriendo como si no hubiera notado que su saludo le había molestado. Tenía algo marrón castaño rodeándole la cabeza que Draco supuso en aquel momento era su pelo, y una gran cantidad de pecas recubriéndole la nariz. Sus ojos eran muy brillantes. ¿Por qué diantres brillaban así?
—¿Quién eres?— preguntó aún molesto.
—Soy Hermione, y soy la niña más inteligente de mi clase, mi profesora siempre lo dice— respondió ella sonriendo con orgullo—. ¿Nos subimos los dos?— inquirió señalando los dos columpios.
Draco la miró como si estuviera loca. ¿Subirse? ¿Los dos? No estaba muy seguro. ¿Y si lo hacía mal y no conseguía que esa cosa se balanceara? Haría el ridículo. No podía consentir que una niña se riera de él. Nott se burlaría de él si se enterara. Y Zabini se reiría. No, ni hablar.
Fue a contestar que no, pero la castaña ya se había subido en el otro columpio, y sujetándose con ambas manos a las cadenas laterales movía las piernas de atrás adelante mientras reía encantada. En apenas un par de segundos ya estaba surcando el aire a toda velocidad.
Encima del columpio. Justo donde él quería estar.
Reía. Se lo pasaba bien. Draco no iba a permitir que aquella niña disfrutara de ese sitio más que él.
Tomó aire y se sentó en el columpio libre. Se sujetó también con ambas manos a las cadenas laterales que lo sujetaban, y haciendo los mismos gestos que había visto hacer a la niña de pelo castaño empezó a mover las piernas esperando que no se notara que era la primera vez que lo hacía.
Al principio se sintió tonto.
Su columpio empezó de inmediato a balancearse. Contuvo las ganas de reír y gritar de emoción cuando una leve sensación de vértigo le recorrió la espalda, él no era como aquella chiquilla que parecía una salvaje con ese pelo. No, él era un niño civilizado y muy bien educado, su madre siempre se lo decía, y por eso no iba a gritar.
—¡Tienes que columpiarte más alto niño!
¿Niño?
—¡Me llamo Draco, no niño!— exclamó él para asegurarse de que ella le oiría y no volvería a llamarle "niño".
Hermione no pareció notar su molestia en absoluto, demasiado ocupada como estaba en reír a carcajadas.
—¿Verdad que es divertido, Draco?— gritó ella riendo sin parar y saludándole con una mano cuando soltaba una de las cadenas de forma temeraria.
Draco no se quedó atrás. ¡Una niña no podía ser más valiente que él! También soltó una mano y ambos se dedicaron a chocar su mano con la de otro cuando en el oscilante movimiento de los columpios se encontraban a mitad de camino.
Hermione se detuvo cuando a punto estuvo de caer en un nuevo intento de chocar las manos. Draco gritó para ordenarle que se aferrara con fuerza al columpio, que se iba a matar. Entonces ella hizo que el columpio menguara de velocidad y perdiera altura, y cuando estuvo en el punto adecuado, saltó del columpio cayendo sobre el suave manto de hierba de los alrededores.
Draco procuró que no se notara que se le había quedado la boca abierta. Nunca había visto a ningún niño antes en ningún columpio saltar de esa manera. Pero si ella podía hacerlo, él desde luego también podía. Se preparó bajando también un poco la velocidad, y cuando estuvo a una altura segura también saltó.
Calló limpiamente y de pie sobre la hierba. No pudo evitar felicitarse.
Pero ella ya no estaba allí y ni siquiera había visto su perfecto aterrizaje.
La siguió. Llegaron al balancín. Y al coche de carreras. Y a las barras metálicas donde podía dar volteretas y en las que Hermione se calló dándose un fuerte golpe. Al parecer era algo torpe y él se rió de ella. Ella le pegó como represalia un puñetazo en el brazo, y Draco le habría pegado de vuelta si su madre no le hubiera dicho miles de veces antes de aquel día que "a las damas no se les pega, y menos tú que eres un caballero".
Esa niña igualmente se lo habría merecido. ¿Seguro que teniendo ese pelo podía ser una niña?
Se le olvidó de inmediato su venganza cuando probaron otra cosa, y otra, y otra. Se lo pasó de fábula, se divirtió como nunca. Escuchó entonces voces.
—¡Hermione, es hora de volver a casa!
La niña detuvo su frenético movimiento cerca del columpio. Alzó la cabeza y agitó su pequeña mano saludando a dos personas que se levantaban de una banca cercana.
—Tengo que irme— dijo ella con las mejillas encendidas de tanto correr.
—¿Nos vamos Draco?— preguntó Narcissa acercándose.
Parecía molesta por algo, pero en aquel momento el pequeño de los Malfoy no fue consciente de aquel detalle. Aún era demasiado joven para notarlo, y su estado eufórico actual no le permitía pensar en otra cosa que no fueran los columpios.
No le apetecía irse, pero él por nada del mundo desobedecería a su madre.
—Sí, madre, enseguida. Hermione también tiene que irse— dijo señalándola.
Narcissa observó desde su perfecta belleza a aquella niña acalorada y algo sucia de tanto jugar. Su ojo crítico la midió por completo. La pequeña pareció algo cohibida.
—¿Cómo te apellidas, Hermione?— preguntó la mujer rubia suavemente—. ¿Has venido sola?
—Granger— respondió ella valientemente.
Sus padres aparecieron entonces y la pequeña pareció sentirse mucho más tranquila al reconocerlos.
Como todos los recuerdos, este también tenía sus partes difusas. Draco Malfoy era capaz de recordar que los tres adultos hablaron por cortesía unos segundos y que después se fue a casa con su madre.
Ya había anochecido cuando llegaron, y cuando Dobby les abrió la puerta de la casa empezó a llover con furia. Una tremenda tormenta, tal y como su madre había vaticinado. Su padre ya estaba allí. Draco recuerda aún haber comido una galleta que Dobby le ofreció a escondidas y haber escuchado a hurtadillas tras una puerta el fragmento de una conversación entre sus padres.
—Esa niña saltó desde el columpio y cayó al suelo levitando. Se habría roto una pierna de no haberlo hecho, es evidentemente una bruja. ¿Cómo iba a saber yo que…?
—Narcissa, por Merlín, ¡Granger es un apellido de lo más común!
—Pero querido, tú siempre hablas en el trabajo de un tal Granger del departamento de Transportes Mágicos, creí que sería familia suya— respondió Narcissa algo acongojada.
Escuchó un bufido, probablemente de su padre por el tono grave.
—No, creo que es un sangre sucia. He oído decir que ese Granger es un nacido de muggles y que fue el único de sus hermanos capaz de hacer magia. En el Ministerio corría el rumor de que una sobrina lejana suya también era bruja, que él había alardeado de ello con varios conocidos— decía Lucius con clara repugnancia—. Probablemente sea ella.
—Los padres parecían sorprendidos cuando les hablé—dijo su madre de forma pensativa—. Supongo que ellos eran muggles corrientes.
Parecía molesta con la idea.
— No quiero que Draco vuelva a estar cerca de esa gente, Cissy.
—Por supuesto querido, discúlpame, debí haber preguntado antes de permitírselo— se disculpó ella fríamente—, pero compréndelo, Draco es un niño, en ocasiones necesita conocer a más gente de su edad.
Draco Malfoy no tiene mucho más recuerdo de aquello. Sí recordaba no entender absolutamente ni una palabra de lo que decían sus padres, por lo que enseguida perdió el interés y poco después se alejó de la puerta tras la que espiaba pensando que hablaban de aburridas estupideces de adultos.
Ahora cuando piensa en aquel extraño día y lo saca de entre los recuerdos de su memoria, siempre se dice a sí mismo que es pura casualidad que ese sea uno de sus pocos recuerdos de aquella época.
Que la razón de que recuerde ese día en concreto no es en absoluto su encuentro con Hermione Granger, ni sus ojos brillantes ni sus absurdamente divertidos juegos en el parque. Draco Malfoy siempre se ha jurado a sí mismo que lo recuerda porque no consiguió la escoba que quería y eso le dejó un trauma infantil de por vida que no ha podido superar.
Su primera decepción.
Por eso lo recordaba. Sólo por eso.
Y desde luego no por ella. Esa niña de pelo alborotado no habría podido ser la razón de ninguna manera. Eso habría significado que Hermione Granger le impresionó en su primer encuentro lo suficiente como para recordarla toda su vida, y eso era una completa estupidez.
Había sido sólo por la escoba.
Sí, eso es. Sólo por la escoba.
Oooooooooooooooooooooooo ooooooooooooooooo ooooooooooooooooooo
Continuará….
Oooooooooooooooooooooooo ooooooooooooooooo ooooooooooooooooooo