Título: Sagrado

Autor: Anyara

Fecha Inicio: 30/10/2010

"He estado antes aquí,

pero no sabría decir cuándo,

conozco la hierba que hay más allá de la puerta,

el aroma sano y penetrante,

el rumor acompasado, las luces de la costa.

Habías sido mía antes,

no puedo decir cuánto tiempo hace de ello;

pero justo cuando te giraste para ver volar la golondrina,

un velo cayó y lo supe todo de los tiempos pasados"

Dante Gabriel Rossetti

Capítulo I

Miro por la ventana, hay un día muy gris esperando ahí fuera. Las nubes bajan lentamente, como si amenazaran con engullir todo a su paso. Mi corazón late despacio, tranquilo. Con la cadencia del que esta hibernando en espera de una lejana primavera.

A través del jardín se ven algunos árboles, la nostalgia de sus vestimentas caídas los convierten en lúgubres e inmóviles guardianes.

Me masajeo las sienes, me duele un poco la cabeza, no es extraño a mi edad, o quizás sea el encierro, he salido muy poco últimamente.

Avanzo a lo largo del pasillo de mi casa, es una casa acogedora, se podría incluso considerar un hogar, aunque mi verdadero hogar está en otra parte. Al llegar hasta el baño, observo en el espejo mi imagen, las arrugas han comenzado a surcarlo irreversiblemente. Hoy eso ya no me preocupa, aunque hace algunos años la edad era una tara con la que no lograba reconciliarme. Extendí la mano hacia la estantería en la que estaban las pastillas para mi dolor de cabeza. En tanto, la puerta principal se abría.

-¡Hola mamá!

Era mi hijo Derek, mío y de Richard.

- Hola – respondí.

Volví a mirar mi rostro en el espejo.

Mi vida podría haber sido diferente, muy diferente.

.

Apresuraba el paso todo lo que me era permitido, había salido del trabajo lo antes posible, con una mentira piadosa de por medio, tenía cita con el médico. Me había pasado toda la mañana fingiendo accesos de tos, con tal de lograr escaparme, de lo contrario no podría venir a este lugar.

Mientras me iba acercando el ruido se hacía más y más fuerte. La aglomeración era bestial, había cientos de chicas y yo tenía la ingenua idea de poder pasar por entre todas ellas para ponerme en primera fila. Vaya si era ingenua.

En cuanto me encontré con aquella pared humana, comencé a abrirme paso. Hoy agradecía a mi delgada figura, aunque normalmente me sentía muy acomplejada por ella.

- Permiso… permiso… disculpa…

Unas se fastidiaban más que otras. Unas tardaban más que otras, pero al final todas iban moviéndose lo suficiente como para estar un milímetro más cerca, hasta que casi como si de un acto de magia se tratara, me encontré con la barrera de contención, que nunca había tenido para mí un nombre mejor puesto. Nos estaba conteniendo a todas con bastante eficacia. Los apretones se sucedían uno tras otro, por lo que no debía extrañarme si mañana tenía las costillas amoratadas por la presión contra la barrera, por momentos sentía que incluso me faltaba la respiración. El día estaba bastante frío, pero mis mejillas ardían.

El ruido era ensordecedor, no podía llegar a calcular la cantidad de personas que había en el lugar, y tampoco me importaba demasiado, ya había logrado llegar lo más lejos que podía imaginar. Mi objetivo, la razón de que yo estuviera aquí, se encontraba a sólo metros de mí, acercándose por segundos.

El corazón me latía con tanta fuerza, la sangre corría frenética, me producía hormigueo en las manos, las piernas y las mejillas. No podía creerlo, finalmente tendría frente a mí, por un maravilloso instante, al poseedor secreto de mis más profundos anhelos.

Bill Kaulitz.

¡Bill!... ¡Bill!

Escuchaba los gritos entre acalorados y desesperados de las chicas a mi alrededor, pero extrañamente mis oídos habían logrado filtrar aquella resonancia y centrarse en la inconfundible voz de él, que agradecía y sonreía a sus fans.

Veía como sus manos enguantadas, de forma que sus dedos quedaban libres, mostrando sus uñas de manicura perfecta, iban firmando uno por uno los objetos que las chicas, que al igual que yo estaban ahí para admirar de cerca su belleza, le iban entregando. Alguien también le había pasado un pequeño paquete de regalo decorado con mimo, el que sostenía en una de sus manos junto con algunas cartas. Me sentí de pronto absurda por no pensar en escribirle algo, deseaba decirle tantas cosas, lo mucho que lo admiraba, cuanto me gustaba su música y la forma en que la interpretaba, pero no estaba segura de poder decir nada, y quería decirle todo, aunque ahora mismo me sentía incapaz de coordinar una idea. Únicamente verlo ya era una alucinación, quizás simplemente debía conformarme con eso.

Comencé a modular un "hola", no sería capaz de decir más, aunque con eso bastaría para que él me respondiera, me diría "hola" igualmente, y yo guardaría en la memoria el recuerdo de su hermosa voz.

Estaba a un par de pasos y pensé que el corazón simplemente se me pararía, diría "ya basta", de pronto, sin más y dejaría de latir, cansado de tanto golpear contra mi pecho. Para entonces Bill ya estaba de pie delante de mí, tan inhumanamente bello y tan abrumadoramente cerca.

"Estoy seguro de que he estado aquí tal como estoy ahora, mil veces antes, y espero regresar otras mil veces más." Goethe

Sabía que si extendía mi mano para tocar su rostro, podía llegar a alcanzarlo. Tan próximo, tan real como en mis sueños.

Me moví un poco hacia él, la mano con la fotografía que esperaba que me firmara y entonces ese "hola" que había estado practicando se transformó en otra cosa completamente diferente e inesperada, algo que salió sin más.

- ¡Bill! ¡¿Quieres ir a tomar un café conmigo? – grité en medio de las voces ensordecedoras, esperando a que él me escuchara.

- ¿Quién? – preguntó él, mientras firmaba la imagen que yo sostenía. Sin mirarme.

Mi corazón ya llevaba un ritmo fuera de todo control.

- Nosotros, tú y yo – continué, sin capacidad de analizar de dónde venía tanta determinación, quizás sería la adrenalina que estaba liberando la que bloqueaba mi cordura.

- ¿Nosotros? – volvió a preguntar, con esa mezcla, tan suya, de diversión e incredulidad que me hacía temblar.

Hasta ese momento no había nada en Bill que fuera diferente a como lo veía por televisión o en los videos que guardaba con ansia sobre él. Pero su expresión cambio cuando le respondí.

- Sí… soy Juliette

Le dije mi nombre sin más, como una necesidad de individualizarme del resto ante él, de dejar de ser una fans más, para ser la chica que absurdamente le invitaba a un café.

Sus ojos, sus hermosos ojos bordeados de negro, se enfocaron en los míos como si hubiese una nueva pregunta implícita en ellos. Una pregunta que no comprendí, pero que pareció atravesarme de lado a lado, sin que pudiera hacer nada para impedirlo. Me sentí vulnerable y torpe. Avasallada por el poder de su mirada.

- Ya veremos. - Me contestó, esbozando una sonrisa socarrona, que me devolvió la imagen que mejor manejaba de él. Aquella sensual, más aún, sexual en toda regla, aquella que lo mostraba seguro y desenfadado. Una que anulaba por completo el grito silencioso que había visto, o imaginado, en su mirada por aquella mínima fracción de segundo.

Y comenzó a alejarse, dejándome ahí, medio muerta de amor y cargada de la frustración posterior a la excitación, esa que llega luego, cuando comprendes que se trata de un amor platónico, lo que es sólo una forma más amable de decir…imposible.

Salí de en medio de las innumerables jovencitas que había ahí, observando la firma de Bill, compuesta por una espiral intricada que debía significar algo para cualquier grafólogo, pero para mí era la única extensión que podía conservar de él. Algo que Bill había escrito y que aunque tuviera miles de iguales, esa me pertenecía sólo a mí.

- ¡Hey, hey! – escuché tras de mí la voz de un hombre. Abracé instintivamente la fotografía autografiada y me giré.

- ¿Sí? – respondí con cierta cautela cuando noté que efectivamente era a mí a quién le hablaban.

El hombre que se acercaba era muy alto, vestía un traje negro y traía en la oreja un extraño auricular.

Sentí como mi cuerpo se balanceaba ligeramente ante la impresionante figura de aquel hombre, pero me obligué a mantenerme en mi lugar.

- ¿Juliette? – me preguntó y entonces me sentí algo alarmada.

- ¿Quién eres? – pregunté, mirando fugazmente a mi alrededor, notando que aún había muchísima gente.

- ¿Eres Juliette? – insistió, como si necesitara cerciorarse de eso antes de dar cualquier otro paso.

Asentí dos veces con rapidez.

- Soy Gerard, esta es mi tarjeta – dijo, alargando hasta mí la tarjeta que recibí, sino con recelo, al menos con sorpresa – soy asistente de Bill Kaulitz. El quisiera concertar una cita contigo.

Lo miré intentando asimilar la información que me estaba dando, mientras miraba en la pequeña tarjeta su nombre, su cargo y un número de teléfono. El hombre continúo hablando.

- Si eres tan amable de llamar a partir de mañana, estaré gustoso de afinar los detalles.

Afinar los detalles decía.

- ¿Me escuchas? – preguntó.

Pestañeé y asentí nuevamente.

- Bien – dijo e intentó esbozar una sonrisa, que dulcificó ligeramente su adusto rostro.

Se dio la vuelta y se alejo.

Y así me fui a casa. Confundida, emocionada, inquieta y muy tarde.

- ¡Hola! – dije al cruzar la puerta del apartamento. Vaya, ahora salía el ensayado "hola".

- Llegas tarde – habló Richard, desde la cocina.

- Bueno si… - balbuceé un poco – ya sabes, los líos en el trabajo – avancé hasta la cocina, le di un beso en la mejilla que mi novio respondió con uno en los labios.

- La cena estará en un momento – dijo con la voz algo más tranquila.

- Me cambio enseguida – fue todo lo que alcancé a articular.

Me fui en dirección a nuestro cuarto. En cuanto estuve ahí y pude cerrar la puerta, para aislarme del resto de la casa, saqué de mi bolso la foto que Bill me había firmado. La miré detenidamente. Su ceja alzada, manteniendo ligeramente elevado el piercing que ahí llevaba, sus felinos e intensos ojos fijos en mí, los labios ligeramente abiertos, sólo lo suficiente para adivinar su rosada lengua. Ahí estaba nuevamente ese agudo calor subiendo por mi cuerpo. Acaricié con el dedo el contorno frío y plano de su rostro en la fotografía, experimentando nuevamente aquella mezcla de sentimientos, pasando del amor más penetrante, a la angustia más dolorosa.

Metí otra vez la mano en mi bolso y saque la tarjeta que me había entregado el asistente de Bill, Gerard. Me mordí el labio mirando el número de teléfono que aparecía en ella

"Él quisiera concertar una cita contigo"

Sentí como el corazón se me agitaba de un golpe en el pecho, ante la sola idea de estar con Bill en una misma habitación.

- Ya está la cena – sentí la puerta abrirse tras de mí y la voz de Richard.

Me apresuré a meter la foto de Bill y la tarjeta en mi bolso.

- Voy enseguida – me giré hacia él y sonreí. El bolso firmemente en mi mano, de alguna manera quería mantener ese contacto, con aquella especie de sueño que se escondía, latente en su interior.

- Bien – habló con esa extraña curiosidad en la voz que yo tan bien conocía.

Me sentí malvada por ocultarle aquel pequeño secreto, pero sabía bien que para Richard, que era un hombre tan organizado y responsable, mi afición era parte de "lo que creaba el ocio", aunque yo no tuviera demasiado tiempo para ello. Por la mañana, luego que el salía hacia el trabajo, aprovechaba unos minutos de soledad, para repasar las novedades que podía encontrar sobre Bill y su banda, ver un trocito de algún video y empaparme de su fuerza y esa desgarradora vulnerabilidad, que se mezclaban entre sí dentro de una espiral como la de su firma. Pero eso no lo podía compartir con mi novio.

Dejé el bolso a un lado y le di un beso profundo, intentando desviar su atención, y quizás también como una forma de mitigar mi pequeña culpa.

- Me alegra tu entusiasmo – fueron las palabras de Richard al pausar nuestro beso, mientras sus manos bajaban más allá de mi cintura.

Nuestra noche estaba recién comenzando.

.

La tarjeta de Gerard, el asistente de Bill, llevaba todo el día hormigueando dentro de mi bolso, ya pasaban de las dos de la tarde y me acababan de dar mi descanso en la tienda para comer. Aquel era el mejor momento para llamar, aunque no estaba segura de que fuera buena idea.

Me senté en el banco de un parque poco concurrido, no era de extrañar, estábamos a puertas del invierno y la ciudad estaba cada vez más desierta.

Saqué mi teléfono móvil del bolso y la tarjeta que apenas me había permitido dormir durante la noche. Las manos me temblaban y el corazón palpitaba tan fuerte que estaba segura que me temblaría la voz. Miré a mí alrededor una vez más, como si en algún lugar del paisaje pudiera encontrar la fortaleza que me hacía falta para tomar la decisión. Respiré profundamente y marqué el número.

El sonido de llamada, sonó una, dos, tres veces. Sabía que sólo habían transcurrido segundos, pero parecían largos minutos de espera por una llamada que nadie respondería. Y cuando estaba debatiéndome entre colgar o no, alguien habló.

- ¿Diga?...

Continuará…

Hola… Esta historia surgió sin más, por el sólo deseo de vivir a mi ídolo un poco más, crear una fantasía en torno a su vida que nos lleve a soñar.

Siempre en amor.

Anyara