Ver Deathly Hallows Parte 1 tuvo un curioso efecto en mí: a pesar de que Draco y Hermione no compartieron ni un fotograma directamente, salí shippeándoles más que nunca. Y con ganas de escribir esa historia que siempre había tenido en la cabeza desde que escribí This I love pero que nunca tuve tiempo o inspiración para plasmar.
Pretendía que fuera un oneshoot pero ya estoy escribiendo el capítulo cuatro... así que supongo que podríamos decir que es un mini longfic. Confío en que no llegue a los 5 capítulos. Para poneros un poco en situación, este fic es Post DH pero ignorando el Epílogo del Mal, que todos sabemos que no existe, que son los padres. Respeto todo lo sucedido con anterioridad, excepto el Ron/Hermione. En realidad no hago referencia a él en ningún momento, no me apetecía meterme en triángulos amorosos. Ron es feliz, trabajando en Sortilegios Weasley con George y su novia, osea, yo.
Dicho eso, este fic es mi manera de desearos una feliz Navidad, llena de dicha y momentos felices. Mientras tanto, os invito a celebrarla conmigo, con Draco y Hermione, en los interiores de Hogwarts.
¡FELIZ NAVIDAD!
Dedicatoria: este fic ha sido escrito por y para muchas personas. Pero antes de eso, debo darle las GRACIAS a Nott Mordred que, aún detestando esta pareja, me ha ayudado en todo momento y me ha dado aliento para escribir lo que aquí sigue. Gracias, tú sí que eres un regalo de Navidad. Y ahora...
- Este fic va para Elea Slytherin, Lauranio y Earwen Neruda por los viejos tiempos. He adorado veros este año :)
- Para Makesomenoiise y Mia Letters porque me alegro de haberos conocido más via LJ :)
- Para Shiorita, Laeryn y Jenny Anderson por estos añitos juntas :)
- Y para todas vosotras, que aún seguís dejándome reviews alentadores y cariñosos en mis fics Dramione (incluso L&T, a pesar de que es un desastre).
Gracias por todo. Ojalá lo disfrutéis.
PD: la canción que le da titulo a fic y de la que meto algunos versos al principio del capítulo es Savin' me de Nickelback :)
Disclaimer: todo esto pertenece un mucho a JK y un poco a tods nosotrs.
SAVIN' ME
Capítulo 1
"Prison gates won't open up for me
On these hands and knees I'm crawlin'
Oh, I reach for you"
Draco atraviesa las puertas del Gran Comedor el 1 de Septiembre, como los siete años anteriores. Pero no ve las cuatro largas mesas repletas de los más deliciosos manjares: ve cadáveres fríos e inertes.
No ve alumnos sonrientes contándose en voz baja las novedades del verano: ve rostros hostiles, miradas que se le clavan en la espalda dejándosela en carne viva, labios que murmuran insultos que le estallan en los oídos.
No ve una hilera de recién llegados, con sus rostros infantiles, caminando en fila hacia el ajado Sombrero Seleccionador: ve extraños marchando por un sitio en el que no deberían estar.
No ve velas flotantes, ni el cielo despejado y claveteado de estrellas sobre su cabeza: ve truenos y tempestades, ve una lluvia furiosa que atraviesa el hechizo de la bóveda y le cae pesadamente sobre la cabeza.
No ve gloria ni orgullo en el verde y plata del blasón de la serpiente, no ve camaradas, compañeros, aguardándole en la mesa de Slytherin: ve frialdad, ve enemigos.
Nada es como debería ser.
Draco se sienta, silencioso, taciturno, y dos Slytherins de quinto curso se apartan inmediatamente. No para dejarle sitio: para alejarse de él.
Draco se obliga a no prestar atención a ese gesto que un año atrás nunca se habría producido e intenta recordar las palabras de su madre.
"Pueden quitarnos todo menos el orgullo. Eres un Malfoy, hijo, y eso significa algo".
Lo que Draco no sabe es qué significa exactamente en los tiempos que corren, aunque lo sospecha. Sospecha que ser un Malfoy significa no estar del bando de nadie, entre dos aguas, sin pertenecer a ninguna. Rechazado por ambas.
No fueron lo suficientemente malvados, pero tampoco lo suficientemente buenos.
Eso dijeron los viejos arrugados del Wizengamot en el juicio que tuvo lugar durante ese verano. No hubo penas de cárcel para los Malfoy después de todo: no participaron en la batalla final y Narcissa Malfoy fingió la muerte de Harry Potter, lo que fue determinante para el final de la guerra. Draco, según declaró Potter apoyado por sus mejores amigos, no confirmó sus identidades cuando el trío fue atrapado por los carroñeros y les salvó la vida desviando la trayectoria de las maldiciones mortales que Crabbe les lanzó.
¿El veredicto? Ni culpables ni inocentes.
Se libraron de la cárcel pagando con algunas de sus propiedades en el sur. Conservaron Malfoy Manor y la libertad, pero cayeron en desgracia a los ojos del mundo mágico.
Los que habían luchado en el bando de Lord Voldemort eran parias sociales, pero se apoyaban entre ellos. Sus hijos seguían en Hogwarts y se movían en grupos. Estaban marcados pero eran muchos, y aunque les despreciaran, nadie les molestaba.
Los victoriosos eran, en cambio, la gran mayoría. Al parecer todos se habían quedado a luchar en la batalla de Hogwarts y todos sus padres se resistieron al régimen del ministro usurpador. Algunos se resistieron más silenciosamente que otros, tan silenciosamente que nadie lo habría dicho.
Pero aún así, todos, hasta el hijo del mortífago más sádico, hasta el alumno más insignificante, estaba en mejor situación que los Malfoy: traidores a los sangre pura, traidores a los amantes de los muggles, sólo fieles a sí mismos.
Por eso nadie en Hogwarts quiere acercarse a él.
Draco no quiso volver, pero su madre insistió. Al parecer debe que demostrar algo.
Tiene 18 años y un apellido que limpiar.
Hermione contempla Hogwarts el 1 de Septiembre, como si lo viera por primera vez. El castillo ha sido reconstruido tras la guerra. La torre norte, que había quedado completamente derruida, se alza de nuevo cortando el crepúsculo de finales de verano. Los muros están intactos, sin boquetes ni fisuras, y las grandes puertas se abren de par en par, como dos maternales brazos tendidos hacia los estudiantes.
Hogwarts parece el mismo colegio de siempre, pero quedan cicatrices si las sabes ver. Es como la réplica de la obra maestra de un gran artista llevada a cabo por un aprendiz con talento. Parece igual a simple vista, pero hay diferencias sutiles que hacen saber que nunca será lo que una vez fue.
No hay magia en el mundo que pueda borrar las huellas de la guerra: los corredores son habitados por un silencio pesado y ominoso, los cuadros están en penumbra y las armaduras parecen simple pedazos de metal sin alma. El castillo entero guarda luto por sus muertos, como siempre lo hace el escenario de una batalla.
Pero la vida continúa y las puertas de Hogwarts se abren de nuevo para acoger a viejos y nuevos alumnos.
Casi todos son viejos. El curso anterior, nadie hizo sus TIMOS ni sus EXTASIS. La mitad de sus alumnos abandonaron el colegio escapando del régimen de los Carrow, otros tantos acabaron ocultos en la Sala de los Menesteres. De los restantes, poco fue lo que aprendieron más allá de maldiciones imperdonables, extorsión y miedo.
Como medida excepcional el nuevo primer ministro de magia, Kingsley Shacklebolt, había decretado que todos los alumnos que desearan hacer sus TIMOS y sus EXTASIS repitieran curso. Así, los alumnos que habían cursado sexto y séptimo el curso anterior, compondrían el séptimo curso actual.
Hermione, evidentemente, decidió volver.
El Ministerio había hecho una excepción con Harry, permitiéndole incorporarse a los estudios de Auror sin haber hecho los EXTASIS, y Ron decidió que después de todo lo que había vivido no quería regresar al colegio. Se quedó en Sortilegios Weasley ayudando a George y aunque eso apenó a Hermione, lo comprendió.
Regresar a Hogwarts sin sus dos mejores amigos era extraño, pero estaban todos los demás. Neville, Dean Thomas, Ginny, Luna, Seamus…
Cuando se sienta en su lugar a la mesa de Gryffindor la noche del Gran Banquete, casi todo son caras conocidas. La gran mayoría de los alumnos de séptimo han decidido volver. Está Terry Boot de Ravenclaw o Susan Bones de Hufflepuff. Su mirada vaga hasta la mesa de Slytherin y se sorprende al encontrar a Draco Malfoy allí.
Bueno, él no había hecho sus EXTASIS aunque sí hubiera estado en el colegio durante el curso anterior, pero aún así Hermione no esperaba su regreso.
Sin embargo ahí está, sentado a solas en una esquina de la mesa, contemplando fijamente su plato, pero sin tocar la comida. No hay nadie cerca de él y sus compañeros de casa apenas parecen verle.
Tiene una expresión indescifrable pero algo en su postura rígida, en la cabeza inclinada con obstinación, le da a Hermione la sensación de que está triste.
Sólo lo ha visto una vez desde la batalla final y fue durante el juicio a los Malfoy que tuvo lugar durante ese verano. Entonces ella y sus amigos habían declarado a favor de Draco Malfoy. Sentían que en cierto modo se lo debían.
Hermione se pregunta por qué luce en Hogwarts la misma expresión que tenía durante el juicio. Los Malfoy salieron bastante bien parados para lo que pudo haber sido pero Draco tiene toda la pinta de haber sido condenado a prisión, allí en el gran Comedor.
Como si sintiera su mirada sobre él, Malfoy levanta la vista, un relámpago gris entre las pestañas oscuras, y Hermione se siente descubierta, pero no rompe el contacto visual. Se miran durante unos instantes y probablemente sólo sean imaginaciones suyas pero a la joven le da la impresión de que Malfoy la saluda con un leve asentimiento antes de volver la vista a su plato.
Y Hermione presiente que ese año va a ser muy diferente.
Los cambios en Hogwarts no se limitaban a cuadros nuevos y a clases más numerosas. Con Snape muerto, McGonagall era la directora y Flitwick su segundo al mando. Sinistra, la profesora de astronomía, se convirtió la nueva jefa de la casa de Gryffindor. Se contrató a una profesora para Defensa contra las Artes Oscuras y otro para dar Transformaciones.
También el ambiente en el colegio había cambiado. Hermione no había vivido el curso anterior en Hogwarts, pero a pesar de todo no creía que se pareciera demasiado a ese. Ahora ya no quedaba miedo pero sí mucho resentimiento. Ese año, el Sombrero Selecionador escogió a menos Slytherin que nunca, como si los alumnos nuevos le hubieran pedido que no les enviara a esa casa.
Los Slytherin ya no se pavoneaban tanto como antes hacía la mayoría. Pocos se relacionaban con alumnos de otras casas, o quizás eran los alumnos de otras casas los que no se relacionaban con ellos.
Incluso dentro de sus propias filas había divisiones entre quienes habían apoyado a Lord Voldemort y quienes o no, entre quienes se quedaron a pelear en la batalla final y quienes huyeron. Y luego estaba Draco Malfoy, que parecía conformar una propia categoría por sí mismo.
Hermione no podía evitar fijarse en él. Algunas personas dirían que estaba espiándole, pero no era cierto, simplemente le observaba por curiosidad. De todos los cambios que se habían producido en Hogwarts desde la última vez que estudió allí, el relativo a Draco Malfoy era el que más le chocaba.
Iba solo, siempre solo. Se sentaba solo en clase, en la última fila, junto a un pupitre vacío. Comía solo, nunca había nadie a su alrededor y las personas que estaban más cerca no se dirigían a él. E incluso iba a la biblioteca, a solas, y se sentaba en un rincón con aspecto de estar perdido en sus pensamientos.
El hecho de que se apareciera por allí ya era bastante significativo. En seis años, Hermione recordaba haberle visto solamente un par de veces, siempre acompañado, y con ganas de molestar. Era posible incluso que Pince le hubiera prohibido la entrada.
Pero ahora lo encontraba allí casi todos los días. Se sentaba en una mesa apartada y leía o escribía en un pergamino. Permanecía silencioso, sin levantar la vista y sin molestar a nadie.
Podía ser que se tomara sus EXTASIS muy en serio, pero Hermione no creía que se tratara de eso. Como persona que había pasado muchas horas de soledad en la biblioteca intuía sus razones. A veces recurría a los libros cuando se sentía sola, se refugiaba en ellos en sus peores momentos. Lo había hecho incluso cuando no tuvo la magnífica biblioteca de Pince a mano, cuando tan sólo podía leer los libros que había guardado en su bolso ampliado mágicamente, bajo el toldo de la tienda de campaña en la que pasó meses con Harry y Ron.
Creía que Malfoy estaba haciendo lo mismo, ocultándose allí de las miradas que le acompañaban allí donde iba, de los comentarios a media voz que surgían a su paso.
Hermione había escuchado muchas cosas sobre él. Había mucha gente en Hogwarts que no estaba contenta con que su familia se hubiera librado tan fácilmente de la cárcel. Había alumnos a los que él había torturado, aunque fuera por orden de los Carrow, que continuaban en la escuela y no olvidaban ni perdonaban tan fácilmente como el Wizengamot. Había mucho rencor acumulado e, ironías de la vida, Draco Malfoy se había convertido en el eslabón más débil de la cadena.
Ni sus compañeros de casa daban un duro por él. Quizás por eso ya no caminaba con esos aires de ir a comerse el mundo, como si el colegio fuera suyo. Apenas participaba en clase y no se metía con nadie. En las tres semanas de curso que habían transcurrido, Hermione no le había escuchado hablar ni una vez.
En las clases que compartían (Defensa contra las artes Oscuras, Pociones), permanecía en su sitio en última fila, con expresión indiferente y los ojos apagados. Ni siquiera soltaba sus habituales resoplidos despectivos cada vez que Hermione levantaba la mano para responder a la pregunta de algún profesor (aunque en realidad, ya no lo hacía tanto como antaño).
Al parecer, la guerra había cambiado a todos.
Los insultos, los comentarios amenazantes en voz baja y las miradas despectivas se sucedieron. Nunca había gozado del anonimato: todo el mundo sabía quién era Draco Malfoy. Pero entonces el resto del mundo se dividía en dos personas: sus simpatizantes y aquellos que le envidiaban.
En esos momentos dudaba tener ni una cosa ni la otra. Había perdido su status privilegiado y ese apellido que antes le había abierto tantas puertas, ahora se las cerraba en las narices.
La mayor parte de sus compañeros de casa se comportaban como si no existiera. Los que habían estado en su bando (aunque quizás, realmente nunca tuvo uno) estaban resentidos con él porque sus padres no habían corrido la misma suerte que los de Draco. Los que se habían mantenido al margen, no querían que se les relacionara con un Malfoy.
Sus antiguos amigos ya no estaban. Crabbe había muerto y Goyle no había regresado a Hogwarts, ni tampoco Nott y Zabini. Pansy seguía en la escuela pero parecía enfadada con Draco: cuando él la saludó el primer día, la joven adoptó una expresión ofendida y se marchó. No hizo más intentos de hablar con otros conocidos y tampoco ninguno se acercó a él.
Draco no sabía qué era peor, que le ignoraran o que le odiaran. El odio de la gente al menos le garantizaba que existía, pero era una carga pesada. No estaba acostumbrado a que le insultaran en voz demasiado baja para que los profesores les oyeran pero lo suficientemente alta para que él lo hiciera, no estaba habituado a que escribieran improperios en su pupitre o a que le mandaran notas amenazantes. Esas eran el tipo de cosas que había hecho él, cuando tenía amigos y una posición que le respaldaban.
Aunque seguía en el equipo de quidditch había perdido el puesto de capitán y ni siquiera las Nimbus 2007 con que las que Lucius obsequió a sus compañeros sirvieron para comprarles del todo. Las aceptaron, pero siguieron mirándole con malos ojos. Para Draco el deporte mágico había perdido todo su interés pero su padre había insistido categóricamente para que permaneciera en el equipo. Ser un jugador de quidditch proporcionaba cierta notoriedad, había dicho.
Draco sabía que ni aunque diera la copa de quidditch a Slytherin las cosas volverían a ser como antes. Podría convertirse al equivalente a Krum y o hacer al amago de Wronski colgando de un pie que aún así no volverían a aceptarlo.
Sin embargo, el mensaje de sus padres era claro: debían mantener las apariencias costara lo que costara.
Hermione entró en la biblioteca cargando un montón de libros. Se había impuesto un estricto horario de estudio para sacar Excelentes en todos sus EXTASIS. Aún no tenía claro a qué quería dedicarse cuando acabara Hogwarts, así que necesitaba notas perfectas para poder optar a todo.
Sin embargo, cuando se dirigió a la sección de la biblioteca más deshabitada se encontró a Malfoy allí, sentado en una mesa que quedaba casi oculta por el pasillo dedicado a la Historia de la Magia.
Tenía los antebrazos apoyados en la mesa, con los codos flexionados y el rostro inclinado sobre un enorme libro forrado de cuero.
Movida por un impulso, Hermione decidió sentarse en la mesa que había justo detrás de él. Pasó casi de puntillas por el pasillo contiguo a Malfoy y depositó los libros con cuidado sobre la superficie de madera. Él no se movió, ni levantó la vista. Parecía tan concentrado que probablemente no se había percatado de su presencia.
Hermione se sentó y abrió el nuevo manual de Defensa contra las artes oscuras con el que estaba trabajando. Intentó meterse en la lectura, pero cada par de párrafos sus ojos se desviaban hacia Malfoy.
Estaba de espaldas a ella y no es que la visión de su nuca le proporcionara mucha información, pero no podía dejar de mirarle furtivamente aproximadamente cada cinco segundos, como si tuviera un imán en la espalda. La presencia de Malfoy en la biblioteca la intrigaba y fascinaba a partes iguales.
Al cabo de unos diez minutos, se dio cuenta de que la situación era ridícula. La nuca de Malfoy no iba a responder a sus preguntas y ella estaba desperdiciando su precioso tiempo de estudio. Así que lanzando un suspiro, se obligó a concentrarse en el estudio.
Por eso la voz de Draco Malfoy la pilló por sorpresa.
—¿Te divierte espiarme, Granger?
Hermione se quedó congelada en el sitio durante unos segundos. Malfoy ni siquiera se había girado para hablarle, de modo que de no haber dicho su apellido no habría estado segura de si estaba hablándole a ella.
Sin embargo no había duda y Hermione se sintió como una niña pillada en falta.
—Yo no estaba… —comenzó, pero luego se detuvo y decidió que no tenía sentido mentir. Tampoco había hecho nada malo —¿Cómo podrías saberlo? Estás de espaldas.
En ese momento, Malfoy giró el rostro hacia ella con expresión pétrea.
—Noto cuando la gente me mira. Estoy acostumbrado —declaró y había una mezcla de soberbia y amargura en su voz que hizo que Hermione se sintiera mal por observarle clandestinamente como hacía todo el colegio.
Le debía una explicación.
—No sé, supongo que me sorprende verte en la biblioteca. En seis años casi no te has pasado por aquí.
Draco hizo una mueca con los labios, probablemente de disgusto. Se volvió hacia sus libros, los recogió maquinalmente y se puso en pie. Hermione pensó que se marcharía sin decir nada, pero la miró un instante y dijo:
—Las cosas han cambiado.
Después salió de la biblioteca sin añadir nada más.
Era cierto que iba más de lo saludable a la biblioteca, pero no es que tuviera muchas opciones. En la casa de Sltyherin se sentía en medio de una guerra fría de miradas despectivas, empujones aparentemente accidentales y cuchicheos allí donde iba.
Sin el abrigo de su Casa, tampoco era divertido andar por Hogwarts. Ahora que el resto de alumnos se habían percatado de que estaba solo, se volvieron más atrevidos. Algunos –la mayoría Gryffindor, en especial ese idiota cara de cerdo de Seamus Finnigan- se burlaban de él ("¿Dónde están tus queridos Carrows ahora?"), otros le llamaban "Mortífago" con voces cargadas de desprecio. Los demás se limitaban a contemplarle como si fuera un sinvergüenza por atreverse a volver a la escuela.
Así que la biblioteca se había convertido en el único lugar seguro. Los empollones no eran del tipo de persona que se atrevía a insultarle y ni siquiera le prestaban demasiada atención porque eso requería desenterrar las narices de sus libros.
Excepto Hermione Granger.
Draco había notado que en los últimos tiempos le miraba a menudo. Más de una vez la encontró observándole como si fuese el párrafo de un libro que no era capaz de recordar, a pesar de que la noche anterior se lo hubiera sabido de memoria.
No habían vuelto a hablar desde que Draco le preguntó si le divertía espiarle, pero desde entonces, si la descubría mirándole, ella estiraba los labios en una especie de sonrisa vacilante y volvía a lo que quiera que estuviera haciendo con tranquilidad.
Era extraño, pero era aún más extraño que a Draco no le molestara. Tal vez se debiera a que era la única que no le miraba con asco.
De todas las personas que había en Hogwarts, tenía que ser ella, a la que había humillado y maltratado desde mucho antes de que el clima empezara a oler a guerra, la única que le trataba con amabilidad.
La ironía habría sido hasta graciosa si Draco aún tuviera ganas de reír. Ahora él era el marginado de la escuela y ella la heroína. No es que se comportara como tal, claro, Granger era demasiado santurrona para darse aires, pero la gente parecía idolatrarla. La amiga de Harry Potter, la que le acompañó durante esos meses en que nadie sabía si estaba vivo o muerto. La que escapó de los Carroñeros, la que se coló en Gringotts y después en Hogwarts.
Draco debía reconocer que ella parecía sentirse agobiada por toda esa atención. Cuando alguien le hacía preguntas sobre el año anterior, ella las despachaba con un par de frases que en realidad no decían nada. En clase apenas levantaba la mano cuando los profesores hacían alguna pregunta e incluso alguna vez parecía estar distraída y no prestar atención. Se había vuelto más seria que antes y también más madura. Todavía seguía algo más pálida de lo normal, como cuando los Carroñeros la llevaron a Malfoy Hall.
A veces, cuando la veía, Draco recordaba cómo la torturó su tía Bellatrix en su presencia y se le revolvía el estómago. Toda su animosidad contra ella había desparecido, junto con su inocencia. Ahora era sólo alguien a quien había conocido en el pasado, antes de la guerra.
Esa tarde, cuando llegó a la biblioteca, la encontró inclinada sobre la mesa de Pince con expresión frustrada. La bibliotecaria estaba encogida en su asiento como un buitre a la defensiva, con la cabeza hundida entre los hombros y la nariz apuntando hacia arriba como un pico abierto.
La voz de Granger le llegó a medida que se acercaba.
—… pero tiene que haber más copias, "Los principios mágicos de la Transformación" es una lectura recomendada por el profesor Archer y la necesito para el trabajo que ha mandado, es…
—Como ya le he dicho, Señorita Granger, no hay copias disponibles y no sé cuándo lo estarán. Buenas tardes —respondió Pince con irritación y sin más volvió a su cuaderno de notas en el que apuntó algo con los dedos crispados, ignorando a la joven.
Granger siguió mirándola fijamente durante unos segundos como si se planteara arrancarle a Pince su agenda para que volviera a prestarle atención, pero finalmente suspiró con desesperación y regresó a la mesa que había invadido con docenas de libros y rollos de pergamino.
Draco sabía de qué libro estaba hablando, porque precisamente lo llevaba bajo el brazo en ese momento. No era imprescindible para realizar el trabajo pero Archer lo había mencionado varias veces en sus clases y estaba claro que usarlo ayudaría a subir nota.
Su copia no era de la biblioteca, McGonagall lo había recomendado el año anterior y Draco se lo había comprado en Navidades por insistencia de su madre (Narcissa se había empeñado en aparentar, incluso dentro de las paredes de Malfoy Manor, que seguía siendo la dueña de la casa y que todos en ella hacían una vida normal).
Contempló el libro durante unos segundos y tomó una decisión. Granger pareció sorprendida cuando le vio junto a su mesa, tendiéndole el libro azul con las letras "Los principios mágicos de la Transformación" brillando en la portada. Aguardó unos segundos, como si no se decidiera a tocarlo. Probablemente pensaría que estaba embrujado y que Draco pretendía gastarle una broma de mal gusto, pero en sus ojos marrones se divisaba la pequeña llama de emoción por poder hacerse con él y sacar un Excelente en su trabajo.
Draco decidió ponérselo más fácil antes de arrepentirse.
—Ya he acabado con él —dijo. Granger dudó unos instantes y finalmente alargó las manos hacia el libro. En el mismo instante en que lo tocó y comprobó que no daba calambre ni nada por el estilo, una sonrisa tímida se abrió paso en su rostro tenso.
—Gracias —susurró. Draco se limitó a encogerse de hombros y marcharse a su mesa habitual, intentando no pensar en por qué había hecho eso. Ahora no podría usar el libro para su trabajo y además había sido ¿amable? con Hermione Granger.
En el mismo instante en que tomó asiento, escuchó un "Oh" susurrado. Levantó la vista y vio a Granger, contemplándole con asombro.
—Pero el libro…no pertenece a la biblioteca, es tuyo —explicó, olvidándose de bajar la voz.
Draco se encogió de hombros bruscamente y rompió el contacto visual. Abrió rápidamente un libro y fingió leerlo con tanto ahínco que tardó varios segundos en darse cuenta de que no era el libro de Transformaciones sino el de Encantamientos. Sin embargo no podía cambiar de libro porque aún sentía la mirada de la sabelotodo clavada en él.
—Gracias —repitió ella.
Draco se sintió torpe al asentir hoscamente como si todo aquello no tuviera ninguna importancia. En ese instante la bibliotecaria Pince soltó un "Chisssssst" largo y seseante y por el rabillo del ojo, Draco pudo ver como Granger se centraba de nuevo en sus deberes y dejaba de mirarle a él.
Nunca se había sentido tan agradecido porque le mandaran callar.
La nueva profesora de Defensa Contra Las Artes Oscuras se llamaba Mylor Sylvanus y era auror. A Hermione, a veces le recordaba ligeramente a OjoLoco Moody. No porque tuviera una pata de palo o un ojo mágico, sino porque era una persona un poco brusca en sus maneras. Aunque no debía llegar a los cuarenta, tenía el pelo tan lleno de canas que parecía blanco por completo y sus ojos eran como dos brasas oscuras. No evitaba mencionar la guerra como hacían otros profesores, y tampoco se comportaba como si Hogwarts no hubiera sido el campo de la batalla final.
Hablaba sin ambages de la magia negra y de la sección prohibida de la biblioteca. Opinaba que eliminarla de los contenidos de la asignatura y comportarse como si no existiera no servía de nada, y el claro ejemplo de ello era lo que había sucedido con Voldemort. Quería que la conocieran, que comprendieran los horrible y peligrosa que era y que en consecuencia la repudiaran.
Una de las primeras actividades que les encargó fue hacer una redacción sobre cómo había vivido cada uno de ellos la guerra. Debía medir al menos 90 centímetros de pergamino.
Hermione había pensado mucho en qué contar exactamente. No sabía que partes debía omitir o si podía hablar libremente de los horrocruxes que Voldemort creó, dado que ni siquiera muchos miembros de la Orden habían conocido su existencia. Finalmente resolvió pasar por encima ciertos puntos y centrarse en los meses que pasó escondida con Harry y Ron, y su participación en la batalla final. Llegado el momento no fue capaz de hablar de la muerte de Fred, ni de la de Remus y Tonks. Tampoco de la del resto de sus compañeros muertos, como Colin Creevey. No quería contar que cada vez que veía a algún alumno de primero con cualquier artilugio de Sortilegios Weasley se le cerraba el estómago, que cada vez que oía la palabra "lobo" pensaba en Remus y que el color rosa le recordaba continuamente a Tonks.
Sabía que habían muerto y lo aceptaba, pero intentaba pensar lo menos posible en ello porque resultaba demasiado doloroso. En su lugar, prefirió hablar de lo que la guerra había significado para ella y cuando quiso darse cuenta ya había superado con creces la extensión mínima.
El día acordado, todos los alumnos entregaron su rollo de pergamino con la redacción. Hermione se fijó disimuladamente en Draco Malfoy, sentía curiosidad por saber cómo había vivido él la guerra. Sin embargo, pudo ver cómo el Slytherin sacaba un rollo de pergamino en blanco de su mochila, lo enrollaba y lo entregaba a la profesora Sylvanus como si fuese su redacción.
Hermione quedó muy intrigada por ese gesto. ¿Por qué no había hecho su redacción? ¿Por simple pereza o por había algo más? Le costaba creer que no hubiera escrito su redacción por desidia, especialmente ese año en que se pasaba las horas en la biblioteca. Tal vez simplemente, se sentía aún menos preparado que ella para hablar de lo que había supuesto para él la guerra.
Todos pensaban que Malfoy había pasado un buen año: su padre liberado de Azkaban, él campando a sus anchas por Hogwarts, los Slytherin en lo más alto de la cadena alimenticia bajo la dirección de Snape y los Carrows.
Pero Hermione le había visto en Malfoy Hall cuando los Carroñeros los atraparon. No parecía feliz, ni sus padres tampoco. Lucius estaba desmejorado y despedía un ligero aroma a alcohol rancio, Narcissa estaba más delgada si cabe que aquella vez en que Hermione los encontró en la tienda de Madame Malkin. Y Draco parecía tan asustado como lo estaba ella.
Hermione no olvidaba que no les había reconocido, a pesar de que ella y Ron no tenían el rostro mágicamente deformado como Harry. Tampoco olvidaba que se había quedado en la batalla final para entregarles a Voldemort y salvar así a sus padres, pero que realmente lo único que llegó a hacer fue desviar las maldiciones mortales de Crabbe e intentar salvarle de las llamas, aunque éste le hubiera despreciado minutos atrás argumentando que los Malfoy estaban acabados.
Además, había hecho algunas averiguaciones sobre cómo había sido su año en Hogwarts. Seamus Finnigan le odiaba a muerte, porque los Carrow habían ordenado a Malfoy que lo torturara en una ocasión. Para él era igual de malo que Crabbe y Goyle, o peor aún porque Malfoy al menos tenía cerebro. No obstante, Neville, más sereno y observador, le había dicho que los que siempre se ofrecían voluntarios a ejecutar las torturas que imponían los Carrows eran Crabbe y Goyle. Malfoy había pasado a ocupar un segundo plano y a menudo parecía más aterrorizado que los propios miembros de la Resistencia cuando llegaba la hora de los castigos.
Cuál fue la reacción de la profesora Sylvanus al ver la redacción en blanco, Hermione nunca lo supo. En la siguiente clase llamó a Malfoy a su mesa cuando finalizó la hora, pero Hermione no pudo quedarse a escuchar disimuladamente porque Ginny le dijo que llegarían tarde a Herbología.
Dos semanas después les encomendó un nuevo trabajo, en esta ocasión por parejas. Debían realizar un ensayo sobre magia negra: artefactos, maleficios, maldiciones… el tema era libre siempre y cuando perteneciera a esa disciplina. Todos se mostraron muy excitados porque se les diera la oportunidad de indagar sobre el asunto pero la profesora se limitó a decir que no podrían defenderse de la magia oscura si no la conocían.
La excitación disminuyó a la hora de agruparse por parejas. Eran pares, lo que significaba que alguien debía ir con Draco Malfoy, así que todo el mundo se apresuró a emparejarse con su compañero de pupitre para no tener que ir con él.
Los Slytherins sentados en pupitres dobles permanecieron tal como estaban. Ninguno se planteó hacer pareja con alguien de Gryffindor, y viceversa.
Hermione se sentaba en primera fila con Ginny. A su izquierda, Neville, Dean y Seamus habían juntado sus pupitres a principio de curso para que ninguno de los tres se quedara solo. Neville le preguntó a Dean Thomas si quería hacer el trabajo con él, de tal manera que al final solamente quedaban sin pareja Draco Malfoy y Seamus Finnigan.
—Finnigan, Malfoy, trabajaréis juntos —dijo Sylvanus, mientras anotaba las parejas formadas en un pergamino con movimientos fluidos y marcados.
—Yo no pienso ir con ese.
La voz de Seamus se elevó por encima del pequeño bullicio de la clase, contenida pero evidentemente furiosa. Apretaba la pluma con tanta fuerza en su mano derecha que Hermione pensó que iba a partirla por la mitad.
Sylvanus levantó la vista del papel y clavó una mirada seria e intimidatoria en el Gryffindor. No parecía ser el tipo de profesora que toleraba que replicaran sus instrucciones.
—El trabajo es por parejas —repitió con tono seco, como si eso zanjara la discusión.
Seamus separó los labios y enrojeció, como si fuese a decir una gran palabrota. La clase se había quedado silenciosa y la tensión podía notarse en las respiraciones contenidas.
—No importa, lo haré solo.
Todas las cabezas se giraron de golpe hacia Draco Malfoy, solitario, en la última fila. Tenía una expresión casi desafiante, los labios fruncidos en esa mueca de desagrado tan suya, pero sin la arruga de superioridad en el ceño. Los ojos límpidos, mirando tozudamente al frente pero sin fijarse en nadie. Las manos crispadas, una sobre la mesa, la otra apoyada en el muslo. Aparentaba indiferencia, pero Hermione intuía que el desprecio público no le daba igual.
A nadie le daba igual.
—He dicho que el trabajo es por parejas —repitió Sylvanus, categórica. Acompañó sus palabras de una mirada que habría hecho llorar a un niño —Malfoy, no vas a hacerlo solo.
Seamus y Malfoy hablaron a la vez para quejarse. La profesora Sylvanus se levantó de su asiento, furiosa. Hermione tragó saliva.
—Yo iré con Malfoy —dijo.
Y cuando ella habló, todo quedó en silencio.
¡Hola!
Espero que os haya gustado el capítulo 1. El fic es un poco más 'serio' de lo que acostumbro a escribir pero es la postguerra. Siempre pensé que los estudiantes de séptimo durante la guerra tendrían que repetir curso y que los que no habían podido estudiar su último año, volverían. JK confirmó que Hermione regresó a Hogwarts, pero Harry y Ron no. En mi mente Draco también lo hizo, porque tenía algo que demostrar. El Draco de la postguerra, los Malfoy venidos a menos... siempre imaginé que serían rechazados precisamente porque a la hora de la verdad no eligieron ningún bando y quedaron en tierra de nadie. Según la propia JK ninguno de ellos fue a la cárcel, por lo que supongo que habría mucha gente resentida.
Hermione en cambio regresaría al colegio siendo una heroína y se encontraría al nuevo Draco... Y bueno, el resto es el fic.
¿Os ha gustado? ¿Lo habéis odiado? ¿Vistéis Dramione en la película y necesitáis compartirlo? ¿qué os pareció DH? Contádmelo en un review :)
FELIZ NAVIDAD.
Con cariño, Dry.
PD: por los viejos tiempos... Click a "Review this Chapter" para que Draco Malfoy aparezca bajo tu árbol de Navidad, con un lacito y un montón de muérdago.
PD2: Prometo no tardar mucho en actualizar!