Disclaimer: Seamos francos, si Harry Potter me perteneciera nunca habría sido un libro para niños, de hecho, ni siquiera se llamaría Harry Potter.


Your Papa never told you about right and worng.

But you're looking good, baby.

I belive you're feeling fine, (shame about it).

Born under a bad sing whit blue moon in your eyes.

Woke up this Morning – BSO Los Soprano.


Estafas.

Se dio media vuelta de nuevo, tapándose la cabeza con la almohada en un intento de ahogar el sonido del agua golpeando contra las ventanas de la habitación. Lo odiaba. Se encogió un poco más entre las sabanas cuando escuchó el golpeteo de alguno de esos repugnantes bichos marinos contra el cristal. Odiaba ese estúpido lugar.

Cuando era pequeña, más de lo que lo era en ese momento, su madre solía hablarle del impresionante lago que bañaba la costa del colegio donde había estudiado, pero nadie le avisó que podría vivir debajo de él. Cuando visitaba a su abuelo materno en vacaciones, éste le repetía que era una bruja y que le mandarían la solicitud para estudiar en el colegio más grande e increíble del mundo, como su madre, y él, y su abuela, y una línea ascendente de la que se aburría al rato de empezar a oír nombres; su abuelo había estado en muchas partes, había visto muchos sitios fantásticos, pero siempre decía que Hogwarts era el mejor… Debió de olvidarse del detallito de que ese "gran y maravilloso" lugar no era más que un castillo feo, viejo y tétrico aislado en quién-sabe-qué-rincón de Escocia.

Le habían timado. Le habían hecho promesas de aprender a hacer cualquier cosa, muchas más de las que le había visto hacer a su madre y abuelo. Que haría magia todo el tiempo que quisiera, pero no había vuelto a sentirla desde que se compró su varita, la de verdad. Que vería cosas tan alucinantes que jamás podría olvidarlas… había visto hacer cosas más impresionantes a Bridget, su nana, para hacerle comer de todo y mantenerse quieta mientras la peinaba que todas las tonterías de velitas flotando y cuadros parlantes que había en ese colegio, y eso que su nana era muggle. ¡Y lo de ver el cielo en el comedor no era magia, lo había visto hacer en el planetario con una máquina!

Quería irse a su casa. Nada de ese lugar era como le habían contado, sus profesores eran viejos, feos o estaban chiflados, o todo a la vez. Su Jefe de Casa daba miedo, y los otros le daban mucha grima. El director le daba más impresión de estar chocheando que de ser un gran e imponente mago. Y ese conserje era asqueroso, nada que ver con la señora Clapton, la Ama de Llaves del City of London School for Girl –donde había estudiado los cuatro años anteriores-, que aún siendo austera y algo mandona seguía siendo una señora elegante y aseada.

Por no hablar de los niños de ese colegio, ¿eran todos tontos? ¿El mundo se había dado la vuelta desde que recibió aquella estúpida carta? El CLSG también estaba dividido por Casas, no era un sistema nuevo para ella, pero aquí todo era distinto. El apellido de su padre no era el de una larga dinastía, pero su fortuna era suficiente para que ella hubiera acabado en la Casa Tudor, con el resto de las grandes herederas. No le resultó una sorpresa caer en Slytherin, su abuelo le había hablado de ella, ahí también iban a parar los herederos de la élite mágica, y aunque él se había pasado más tiempo recorriendo el mundo que asentando un gran puesto en esa sociedad, le había asegurado que su lugar estaba en la Casa de la Serpiente.

De hecho, le había regalado una el día que recibió la carta, no tenía ni puñetera idea de qué tipo de serpiente era, pero le resultó bonita con ese color verde intenso en las escamas. Había tenido que llamarla Mandy, Mandy Mandrila, un nombre tonto que se había tenido que inventar para que su padre no sospechara al oírla hablar con su abuelo sobre que serían grandes amigas. Su padre era un hombre comprensivo en muchos aspectos, sobre todo en concederle cualquier cosa que quisiera, pero tenía muchos reparos con el tema de la magia, sobre todo desde que su madre murió. Le habría dado un ataque de enterarse de que había cambiado el capricho de querer un caballo por el de tener una serpiente. Mandy se había tenido que quedar en casa de su abuelo, para que su padre no la viera el día que la llevó a la estación.

Justo en el momento en el que se incorporaba de la cama y bajaba de un salto, pensó que había hecho bien, que no podría acarrear con el baúl y su terrario ella sola. Iba a volver a casa. Estaba decidido. No iba a quedarse en ese falso mundo mágico, en esa estafa de locos. Ese sitio no era agradable y los otros niños eran unos imbéciles. Decían que había caído en la Casa de los malos… ¿qué tontería era esa? ¿Ella ya iba a ser mala por tener una serpiente en la túnica? ¿Y qué cuernos era ser mala? Algunos de sus compañeros daban grimita, sí, como el rarito ese que no hablaba con nadie y miraba a todo el mundo como si fueran hormigas, o el petardo que hablaba como si le pesara la lengua arrastrando las palabras y parecía un conejo cuando fruncía la nariz al poner cara de asco. Sus compañeras de cuarto le caían mal, pero también lo hacían las niñas de su anterior colegio.

No entendía cómo funcionaban las cosas ahí, no había que ser bueno o malo para que alguien te cayera bien, de hecho, no tenía que caerte bien para relacionarte con ellos. La mayoría de las niñas de la Casa Ward detestaban a las de la Casa Tudor, y al revés, pero las primeras hacían la pelota a las segundas para que las invitaran a sus cumpleaños y las segundas lo hacían para que las Ward les hicieran los deberes o les llevaran las cosas. Y sin embargo en ese colegio eran tratados como si fueran unos apestados, unos parias. Se escudaban en las historias de que Slytherin había incubado al mayor número de magos oscuros de la historia… ¿y qué? La señora Clairy, su profesora de historia, decía que los Tudor habían hecho cosas malas, pero su dinastía fue la más grande en la historia de la Corona, y todas las niñas seguían queriendo ser Tudor.

Terminó de abrocharse los zapatos y tras asegurarse de que había metido todas sus cosas en su baúl, lo asió por la manilla y empezó a tirar. Le llevó un rato conseguir que se arrastrara hasta la puerta porque ese medio gnomo o duende o lo que quiera que fuese que tenía por profesor aún no les había enseñado a levitar las cosas. Durante el proceso, una cabeza rubia se asomó entre los doseles verdes de la cama más cercana.

—¿Qué demonios haces? —le espetó, mirándola de arriba abajo, con los ojos verdes entrecerrados. Por la escasa luz no sabía si era una expresión de modorra o de irritación, puede que ambas.

—Me largo a mi casa, este sitio apesta —contestó, sin detenerse en su camino hacia la puerta.

—Ah. No dejes la puerta abierta al salir, que hace corriente —comandó, volviendo a meterse tras los doseles.

Tracey asintió. Una de las pocas cosas buenas de ese sitio tan alejado del resto es que podía hacer lo que quisiera, que a nadie le importaba. Todos iban a su aire. Si hubiese estado en su antiguo dormitorio, seguro que Bethie Stuard corría a chivarse a la señora Clapton. Era una metomentodo muy irritante, pero tenía una casa con caballos en Highlands y Tracey sabía que con darle siempre la razón podría pasarse las vacaciones de Pascua montando. A su padre no le hacía gracia, decía que su madre se puso mala por culpa de una caída mientras montaba, y que los médicos mágicos eran todos una panda de chamanes farsantes. Tracey no tenía ni idea de lo que era un chaman, pero su madre nunca salió viva de San Mungo, tal vez tampoco lo hubiera hecho de haber ido a uno muggle. Su abuelo decía que cuando la muerte llegaba, no se podía negociar con ella.

Se agobió al ver las escaleras, además de escuchar una buena escandalera procedente de la Sala Común. Recordó que durante la cena había escuchado comentar a un par de chicos mayores algo sobre una fiesta de bienvenida, aún y cuando el Banquete fue hace menos de una semana. ¿Y si era una fiesta de bienvenida por qué no les habían invitado? ¿Qué clase de fiesta de bienvenida era una que se celebraba para recibir a los nuevos, sin nuevos? Empezaba a sentirse como Alicia en el País de las Maravillas, pero sin maravillas.

Dejó el baúl abandonado justo al lado de la puerta y se decidió a bajar las escaleras. Arrugó la nariz y tuvo que saltar el último escalón al ver una mancha de vómito, pero el asco que le había dado aquello desapareció súbitamente cuando vio lo que antes había sido una sobria y sombría Sala Común. Abrió mucho los ojos, casi conmocionada, al ver al sombrerero loco, o una versión parecida y casi desnuda interpretada por uno de los chicos mayores.

—¡Bragas, venid con papi! —gorgojó el Sombrerero, lanzando al suelo su mano de cartas.

—¿Full de dieces y sietes? ¡Venga ya, Lucian! ¿Cómo cojones vas a tener un full de dieces cuando yo tengo dos de ellos? —le amonestó el Rey de Corazones, tirando sus cartas también al suelo.

Otro de los chicos, algo más mayor, le soltó una colleja que casi lanza por los aires la diadema acabada en un corazón enorme que llevaba, negando con la cabeza de forma reprobatoria. El Sombrerero Lucian empezó a llamar idiota al Rey Cassius, pero no pudo seguir viendo qué pasaba porque se sobresaltó cuando un chico se tambaleó hasta su lado:

—¿Te has perdido en la depravación, enana? —inquirió, y al levantar la cabeza sólo vio una socarrona sonrisa llena de dientes.

Ahí estaba Cheshire, un Cheshire que tenía que apoyarse en la pared y llevarse la mano a la frente por el mareo. Al mirar detrás de él, vio como dos chicos ponían bocabajo a otro y le colocaban una manguera corta en la boca, antes volcar el contenido de un pequeño bidón por ella, al coro de "Higgs, Higgs, Higgs".

Cheshire le revolvió el pelo y pasó de largo, aumentando su sonrisa y dirigiéndose a un sofá donde ya había una chica muy rubia sentada. Empezó a susurrarle cosas a La Reina Blanca en el oído al tiempo que acariciaba con mucha lentitud su muslo, y ésta parecía muy contenta con lo que le estaba diciendo hasta que otro chico apareció. No podía oír qué se decían, había demasiado ruido a su alrededor, pero podía ver las venas de las sienes del Paladín hinchándose ante cada palabra que Cheshire soltaba, pasándose la lengua con lentitud por el labio inferior.

El Paladín acabó por sujetar a Cheshire de la pechera y levantarlo del sofá de un tirón. Tracey cerró los ojos con fuerza, encogiéndose un poco en sí misma, nunca había visto pelearse a nadie y no le apetecía que la primera fuera el apaleamiento de Cheshire. Siempre le había gustado Cheshire. Aunque éste era un Cheshire algo más… ¿qué palabra había usado él? Depravado, un Cheshire depravado.

Abrió un ojo temiendo encontrarse a alguna Reina Roja pidiendo la cabeza de Cheshire, pero el Paladín ya lo había soltado, y ahora le colocaba una diadema con orejas de conejo en la cabeza a otro chico más corpulento que mantenía a Cheshire sujeto de un brazo. Hubo risas, pero el Conejo Blanco no parecía demasiado contento cuando el Paladín le mandó largarse. Empujó a Cheshire en dirección a ella.

—Joder, Lazarus, lo tenía controlado —protestó Cheshire, mientras el otro le arrastró hasta las escaleras de los chicos.

—Sí, controlando la parte de tu cara que querías que ese te tatuara con los nudillos. Por tu puta culpa me ha puesto esta estúpida cosa, ¿no entiendes que sólo somos unos novatos aquí, Adrian? Anda, a la puta cama antes de que sea yo quien te remodele el jeto —ordenó el Conejo Lazarus, obligándole a subir el primer peldaño a base de empellones.

—Ya llegará el momento en que seas tú quien putee a los pequeños, tómalo con calma—. Adrian se giró, aún subido en el escalón, y Tracey vio cómo le temblaban las comisuras por la risa al mirarle a la cara, aún así, logró dominarse. —Tienes razón, las orejas no te quedan bien —asintió, quitándole la diadema y dándole unas palmaditas en el pecho.

Se coló por debajo del brazo del chico y, tras ponerle a ella la diadema, se acercó a un grupo reunido en torno a una mesa llena de jarras, en la que jugaban a tratar de colar una moneda en las vacías… para vaciar más.

—¿Y tú qué demonios haces aquí abajo? ¡Sube a tu cuarto cagando leches! Hasta tercero nada de fiestas —imperó Lazarus.

Tracey subió con rapidez los peldaños, oyendo tras ella los juramentos del ex-Conejo Blanco perdiéndose hacia la sala. Sonrió fugazmente al ver el baúl esperándole en la puerta. Ensanchó la sonrisa al pensar que puede que no hubiera maravillas en ese sitio, pero ese País de la Depravación parecía infinitamente más divertido.


Bien, hora de decir algunas cosas:

Para empezar, esto no habría visto la luz de no ser por Metanfetamina (Gato, Pelos, Pelusa, Imbécil, Bromántica mía, Slytherin que folla de reojo… tú, para resumir), por alentarme con los desconocidos de los desconocidos, porque Slytherin merece tener más fics que Gryffindor y porque los cachondos tienen que tener sus propias historias. También es gracias a Eme, porque ha sido pesada, cheer, moñas, lerda y tienes la sutileza en los dedos de los pies, pero se la extraña cuando se va a criar moho en las bibliotecas para fingir que es una persona responsable.

Y por último, advertir que ni yo misma sé cómo calificar a esto: si de fic en sí o de conjunto de viñetas. Son escenas, algunas consecutivas y otras con vacíos temporales, sólo dos realmente escritas, un par de borradores y muchas más haciendo bulto en la cabeza desde hace mucho. Son momentos en la vida de una Tracey Davis que llevaba mucho tiempo como alguien real para mi, momentos relacionados sobretodo con Adrian Pucey y Terence Higgs, porque se lo merecen, y que siempre estarán acompañados de los demás aún estando de fondo. Es, meramente, el relato de una parte de Slytherin menos sobria, poco seria y, por supuesto, nada moñas.

Soy voluble, inconstante y tengo un serio problema de comprensión con la conexión entre imaginación y dedos, pero las mentadas ahí arriba dieron el coñazo para que echara por tierra los reparos y dejara que vieran la luz. Y aquí están, espero que ninguna de las tres lleguemos a arrepentirnos. Todo juramento de muerte que esta publicación provoque puede ser dirigido a sus personas. Ale, a más ver.

¡Oh! También aclarar que el colegio al que asiste Tracey antes de Hogwarts existe, así como las casas que menciona, información sacada de la todopoderosa Wikipedia. Por supuesto, el cómo se llevan las chicas ahí dentro y el sistema de casas es pura invención mía.

Dixit.