Disclaimer. Los nombres de los personajes pertenecen a Crepúsculo y a su autora Stephenie Meyer. Pero las personalidades de los Edward, Rosalie, Isabella y demás personajes de esta historia, son hijos de mi imaginación.

Este Fan Fic participo en el Hateful Lemonade Contest 2 como un One Shot. Ahora he decidido continuarlo. Me gusta curar las alas rotas a los ángeles caidos.

DE ODIOS, ESPERANZAS Y ÁNGELES

Odios...

ODIO . Antipatía y aversión hacia algo o hacia alguien cuyo mal se desea.

Me llamo Edward, siempre fui un chico de barrio, un buen chico con un poco más de suerte que el resto de mis amigos, mis padres trabajaban ambos y no bebían, que ya era bastante en aquel lugar. No me faltaba de nada, era buen estudiante y no me metía en líos, era legal y fiel a mis amigos y en el barrio, la lealtad era oro.

Era guapo y lo sabía, las chicas de la escuela y posteriormente las del instituto, no permitieron que lo olvidara, mis amigas del barrio tampoco. Pero nunca fui un cabrón, adoraba a mi madre y ella me había educado en el respeto a las mujeres y a mí mismo. Eso no significaba que no mantuviera relaciones sexuales, las tenía por supuesto, me gustaba el sexo... y mucho, pero nunca a cambio de falsas promesas o engaños, salí con varias chicas, pero nunca terminaban de cuajar las relaciones.

Me gustaba hacer deporte, sobre todo pegarle al saco, era muy ágil golpeándolo con mis puños y mis pies, eso me ayudaba a mantenerme en forma, a fortalecer mi concentración y a descargar adrenalina, eso me llevó a practicar kick boxing.

Me gradué con buenas notas y ya tenía claro cuál iba a ser mi carrera profesional, me gustaba el dibujo, me gustaban los coches y me gustaba observar con detenimiento el funcionamiento de cualquier artilugio mecánico, así que mis pasos se encaminaron hacia la ingeniería industrial. Había solicitado una beca, la cual me había sido concedida y, además, si pasaba el primer curso con éxito, podía empezar a trabajar como becario en el departamento de diseño de las empresas asociadas a la universidad.

Empecé mi primer año con ilusión y entrega, por la mañana clases, por la tarde estudio y gimnasio, mi entrenador me tentaba continuamente con la idea de participar en torneos y competiciones, pero no me interesaba, aunque sí me gustaba acudir a citas e intercambios informales de combates entre gimnasios, de momento me conformaba con eso.

Todo iba sobre ruedas hasta que de nuevo ella se cruzó en mi camino.

La dulce Rosalie, la bella Rosalie, guapísima, pelo precioso, cuerpo de infarto, cínica , inteligente y divertida. Había salido con ella en el último año del instituto, estuvimos tres meses juntos, siempre tuve la impresión de que para ella fui un trofeo a conseguir pero en honor a la verdad, fueron tres meses intensos, era apasionada y me adoraba, y yo a ella. Pero entonces yo estaba demasiado centrado en mi graduación y ella empezaba a coquetear con el mundo de las drogas... Mala combinación. Lo cierto es que ella amaba su figura, tenía un miedo cerval a engordar y empezó a codearse con las anfetaminas, yo siempre le decía que no las necesitaba pero ella solo se escuchaba a sí misma y a su ego. No pudo ser...tras una bronca monumental el día que la pillé trapicheando con un fulano del barrio con unas pastillas, se acabó nuestro más que prometedor romance. Todo el mundo decía que hacíamos una pareja increíble y yo así lo creía, pero Rosalie no estaba dispuesta a darnos la más mínima oportunidad. Y así, se separaron por vez primera nuestros caminos.

Estaba en tercero de carrera, mis dos primeros cursos habían sido muy buenos, trabajaba como becario en el departamento de diseño de motores de una empresa de automóviles, no cobraba mucho, pero entre eso y mi beca podía vivir solo en un apartamento, había dejado de ser una carga para mis padres, aunque ellos jamás me habían hecho el más mínimo reproche o la más mínima reclamación, de hecho estaban tremendamente orgullosos de mí. Pagaba mi apartamento, mi coche, mi gimnasio y mis caprichos (pocos), pero para mí era suficiente. Todo se iba encauzando según lo previsto y seguía luchando porque así fuera.

Hasta que ella entró de nuevo en mi vida, como un ciclón.

Llevábamos casi dos años sin vernos, me la encontré en una fiesta universitaria para sacar fondos para el viaje de fin de carrera.

Cuando entré en la discoteca mis ojos se fueron directamente a una rubia espectacular enfundada en unos pantalones de cuero rojo, unos zapatos de tacón imposible y una cazadora de cuero negra que acababa en su cintura para penitencia y castigo de los hombres, que no podíamos apartar nuestra mirada de ella. Nunca había visto un culo ni unas caderas más redondas y perfectas, mis ojos, como chinchetas en su culo, debieron tener alguna especie de conexión con su psique porque en ese momento se volvió...mi mandíbula toco el suelo.

No era posible que fuera ella, no era posible que estuviera tan jodidamente guapa y sexy. Sí, para mi puta desgracia lo era y lo estaba.

La sorpresa también la golpeó a ella, sobre todo porque yo iba abrazado a una chica que entonces era mi compañera y amiga con derecho a roce, Ángela, pero sin más implicaciones personales o sentimentales, ambos nos gustábamos, juntos estábamos bien, pero ni ella ni yo pretendíamos nada más serio.

Imbécil y mil veces imbécil, entonces no entendía muy bien El código Rose: "Lo que yo quiera, cuando yo quiera, como yo quiera y el mundo a mis pies "

Desplegó una sonrisa que todavía arde en mi mente, taladró a mi acompañante con la mirada y se acercó a mí excluyendo con su presencia a Ángela.

— ¿Os conocéis? — Preguntó Ángela.

Ella ni siquiera se dignó a contestar, la obvió como si fuera un gusano insignificante, me miró directamente a los ojos y dijo:

— Mi Edward, mi dulce Edward…— y me besó, mejor dicho, violó mi boca.

Y yo caí rendido ante ella sin remedio. Hasta ese momento siempre me había portado bien con las mujeres, un beso de Rose y solo tres segundos mirándonos a los ojos me bastaron para ganarme el título de cabrón. Porque me olvidé de Ángela y de todos los que nos rodeaban.

Ese día, mi destino me regaló un billete directo al infierno, solo de ida. Cuando salimos por la puerta agarrados de la cintura, se quedaron dentro Ángela, mi tranquilo pasado y mi prometedor futuro.

Fuimos a mi apartamento, era obvio que ella sabía y conocía como estaba transcurriendo mi vida pero en ese momento yo no era consciente de eso . Nada más traspasar el umbral de la puerta me empotró contra ella, me miró a los ojos como si fuera su última ficha en el casino y prendiendo sus manos en mi camisa me dijo:

— Te deseo Edward, nunca jamás he deseado a nadie con tanta intensidad, tus malditos ojos verdes solo me hablan de placer desmedido, cómeme con esos labios rojos y suaves que tengo grabados en mi memoria, mira cómo se eriza mi piel solo de recordarlo...por favor...nunca suplico, nunca ruego, los hombres estáis a mis pies…eres el primero ante el que me humillo de esta manera ... ¡Maldita sea Edward! Dime que no me equivoco, dime que el comerme mi orgullo y mi arrogancia va a tener un premio, el mejor hombre, el más inteligente, el más guapo, ... has sido el mejor amante que he tenido, regálame la mejor noche de mi vida, el pasaporte a la felicidad.

No tardé ni dos segundos en estrellar mi boca contra su cuello, su barbilla, sus labios ... mis manos se deslizaron por la asombrosa curva de su cintura hasta sus imponentes caderas, las acerqué hasta las mías sin dejar un milímetro de distancia entre nuestros cuerpos, ella envolvió sus delicadas manos en mi pelo y en mi cuello echando el suyo hacia atrás, mostrando a mi boca el camino a seguir desde sus labios hasta el nacimiento de sus senos. Desabroché lentamente su blusa y sus pantalones para seguir el camino hasta llegar al centro de su placer. La ausencia de su ropa desató una corriente de lujuria y deseo desmedido por mis venas, por mi vientre, por mi boca y por mi mente, su mano sobre mi pene la multiplicó por mil.

Durante muchos días nos entregamos el uno al otro sin medida ni restricciones. Era una mujer mágica, ardiente y sensual, el sexo se transformaba en éxtasis y nuestros sentidos quedaban al límite de la cordura. Adoraba su cuerpo como ella adoraba el mío, ambos trazamos caminos, senderos y atajos por cada centímetro de nuestra piel, exploramos cada recóndito agujero de nuestra anatomía y dibujamos con precisión la ruta hacia nuestros orgasmos. Ella encima de mí o yo encima de ella, en cualquier postura, de cualquier forma, encajábamos milimétricamente el uno en el otro; lenguas, manos, pies, pechos, pezones, ano, pene o vagina eran instrumentos de nuestro cuerpo utilizados de forma sabia para nuestro gozo, la compenetración era absoluta y el placer infinito.

Tras dos meses de relación Rosalie se instaló con carácter permanente en mi vida. Se mudó a mi apartamento con su ropa y sus problemas, esos que yo de momento desconocía. Mi vida parecía un bonito cuento pues mis estudios seguían adelante con éxito, estaba adquiriendo una magnífica formación en mis prácticas, seguía con mi gimnasio y mis combates de "amiguetes" y tenía a Rosalie, una mujer bellísima con la que me reía a placer compenetrándonos en todos los sentidos y que además era mi alter ego en la cama.

Llevábamos una vida sencilla, mis estudios no me permitían muchas horas de ocio y mi situación económica y los ingresos que aportaba Rose alcanzaban para lo necesario y poco más, aun así procurábamos mantener una rica vida social, ella salía algún día de diario y juntos lo hacíamos los fines de semana. Pero Rose, era Rose y en su vida no cabían la monotonía ni la costumbre de una vida tranquila. Las restricciones en su estilo de vida empezaron a hacer mella en la relación, pronto necesitó salir más a menudo, luego fueron sus costosos cosméticos, los perfumes, la ropa, ... el sexo empezó a no ser suficiente y mi amor por ella tampoco. Comenzaron los reproches, las peleas, los portazos, sus lágrimas y mi capitulación. Me sentía en parte culpable por no poder darle lo que necesitaba pero ella conocía mi situación antes de venir a vivir conmigo. Solo le pedía tiempo, me quedaban dos años para acabar mi carrera y mi puesto de trabajo estaba garantizado en la empresa en que realizaba mis prácticas, era bueno en lo mío y tenía un prometedor futuro por delante.

Pero Rose empezaba a despuntar ante mis ojos como un ser esencialmente egoísta, no tenía tiempo porque, según ella, su paso inexorable le hacía envejecer y engordar, ¿y si luego la dejaba?, ¿y si ya no la quería una vez hubiera conseguido mi objetivo? Entonces ella tendría 24 años y sería una mujer invisible para los hombres, al fin y al cabo yo era un hombre inteligente y arrebatadoramente guapo, pero por encima de todo hombre ... Aquellos planteamientos me desesperaban, no eran lógicos, ¿cómo una mujer a su edad podía pensar eso? Además ella era inteligente, no había querido estudiar pero no le faltaban ni cultura ni trabajos como modelo para catálogos de ropa y publicidad.

El día que le dije que lo que debía hacer era tomarse más en serio su carrera y mejorar su concepto de sí misma como persona, estalló la bomba. Bajo un torrente de lágrimas me acusó de arrogante y soberbio, de tratarla como un gusano insignificante solo por el mero hecho de no tener estudios, de verla como una zorra, de utilizarla, de menospreciarla, de haberla convertido en un ser anodino y vulgar...es decir, me acusó exactamente de todas aquellas conductas que jamás había tenido con ella. Porque yo la amaba profundamente y besaba el suelo que ella pisaba. Rose acababa de transformarse, para mi desgracia, en un vampiro emocional.

Esa noche se fue de copas y no volvió hasta la mañana siguiente. Cuando me fui a la universidad ella no había regresado, pasé la peor mañana de mi vida, la inquietud y la angustia me atenazaban. Cuando regresé a casa me la encontré hecha unos zorros, con una resaca brutal, vomitando sin parar, parecía una muñeca rota doblada sobre sí misma. Solo podía quererla y cuidarla así que me puse a ello, pero lo mejor estaba por llegar. Le ayude a darse un baño, la recosté en el sofá y le preparé un té para que intentara retener algo en su estómago, pero eso no era lo que ella necesitaba, me miró a los ojos con desesperación y me pidió que la perdonara, más lágrimas, me dijo que no me merecía, más lágrimas, y que lo que realmente necesitaba para recuperarse era uno de mis besos...y una raya de coca. Me quedé petrificado. ¿En qué momento de nuestra relación la cocaína había entrada en nuestras vidas? ¿Cómo era posible que yo no supiera que ella consumía drogas? Creía que sus coqueteos con las anfetaminas habían sido una chiquillada propia de una adolescente con miedo a engordar ¿pero esto?

Me levanté de golpe por la sorpresa pero ni siquiera me permitió hablar, me dijo que no me atreviera a mirarla así ni a juzgarla, que no hacía nada malo, que no consumía habitualmente solo en alguna ocasión especial, y que ayer se sentía tremendamente herida por mi comportamiento pero no podía soportar estar separada de mí y que esa era la única forma que se le había ocurrido para llamar mi atención. Mi coeficiente de inteligencia sería alto pero a nivel de inteligencia emocional tenía mis dudas …porque me tragué el cuento y encima me sentí culpable. Terminamos en la cama perdonándonos mutuamente, pero como más tarde observé, se había metido la raya.

Con esa capitulación por mi parte comenzó mi descenso al averno. Estaba preocupado y no sabía bien como actuar, mis exámenes finales se acercaban, estaba inmerso en un complicado proyecto en mis prácticas, necesitaba más que nunca concentración y tranquilidad pero algo en mi interior me decía que Rose tenía un problema mucho más grave de lo que a simple vista aparentaba. Sus exigencias comenzaban a ser desmedidas, sus carácter se agriaba por momentos, me recriminaba continuamente que no le hacía caso y sólo me importaba mi carrera, que se aburría, que se sentía deprimida porque se veía gorda y fea, que iba a terminar haciendo algo malo si no cambiábamos de vida. Dejé de asistir a la facultad por las mañanas para poder estudiar en casa y estar más cerca de ella. Ahí fue cuando descubrí su afición a vomitar todo lo que comía, me prometí a mí mismo que no la dejaría sola con sus problemas sea cual fuera el precio. Y el precio fue muy elevado.

Cuantos más esfuerzos hacía por acercarme, se alejaba un poco más y empezó a cuestionar mi confianza en ella, decía que la acosaba, que la tenía vigilada como si fuera una niña, no la entendía la verdad, porque si estaba con ella mal y si no estaba, peor. Su estado físico comenzaba a deteriorarse y la convencí para que comiera un poco más y tonificara y esculpiera su cuerpo con el ejercicio, se hizo socia de un carísimo gimnasio en el que le asignaron un entrenador personal que no podíamos permitirnos aún así decidí quitármelo de otras cosas para ayudarla a salir del bache, vendí el coche. Pero aquello fue la pescadilla que se mordía la cola, el consumo de cocaína aumentó porque para poder llegar con energías a la noche y acudir a su entrenamiento personal necesitaba más cocaína, según me dijo cuando descubrí que se había pulido casi todo el dinero de nuestra cuenta corriente en menos de un mes. Aquél día monté en cólera, nada de lo que yo hacía valía, nada la ayudaba, llevaba ya dos exámenes suspendidos, no podía estudiar, no me concentraba, Rose ocupaba mi mente día y noche, sus cabreos, sus estados alternativos de euforia y depresión me estaban dejando emocionalmente exhausto, si seguíamos así con el dinero no íbamos a poder ni siquiera mantenernos a flote y si yo no lograba pasar de curso me retirarían la beca.

Por la tarde decidí ir antes al gimnasio, necesitaba descargar adrenalina o iba estallar. Llevaba muchos años con mi entrenador, Jake. Leía en mi cara como si fuera un libro abierto, aquél día cuando me vio me llevó directamente a su oficina y me preguntó que narices me estaba pasando. Y ahí me derrumbé, le conté como todo se había ido al traste, como estaba a punto de perder a Rose, mi carrera y mi estabilidad económica, me sentía frustrado, mi conciencia me jugaba malas pasadas porque empezaba a culpar a Rose de todos mis males para luego sentirme como un miserable por hacerlo sabiendo que ella estaba enferma, que tenía una severa adicción. Jake me observaba pensativo y al fin me dijo:

— Edward, necesitáis ayuda profesional antes de que sea demasiado tarde, ella no es consciente de su problema y tú solo no puedes hacerlo, te estás jugando mucho, estás a punto de perder todo por lo que has luchado, y si lo pierdes entonces sí que no vas a poder ayudarla de forma alguna. Si suspendes tus exámenes te retiran la beca, te quedan sólo dos años, el problema no es que pierdes un curso es que pierdes tus prácticas también, y con ello tu forma de vida ¿entonces qué harás, volverás a casa de tus padres, te llevarás allí a Rose?

Negué con la cabeza y él continuó: —No eres un santo Edward, pero eres una gran persona, un buen proyecto de hombre, si Rose te arrastra en su debacle nunca se lo vas a perdonar y la vas a perder de igual forma. Ella no es una mujer común, es espectacular, divertida, te tiene cogido por los huevos en todos los sentidos, pero esa especialidad de su carácter no le hace perfecta, al contrario, es una alhaja con dientes porque es caprichosa, inmadura, egoísta y además, adicta a las drogas. Pero te conozco bien, y precisamente por eso sé que la vas a ayudar aunque te lleve a ti por delante, eres incapaz de hacer daño a las personas y mucho menos a ella, eres un luchador nato y se que vas a luchar por ella. Así que tienes que buscar la mejor solución posible a este caos. De momento hoy te voy a buscar una buena pelea, necesitas relajarte y te daré después una dirección, es una clínica de rehabilitación para personas con problemas de dependencia, y respecto al tema económico podrías plantarte meterte en el circuito de competiciones, eres muy bueno.

Le di mil gracias, me quedé un poco más tranquilo. Ese tarde me concentré tanto en la pelea que Jake me tuvo que parar los pies dos veces. Pero cuando llegué a casa Rose no estaba, apareció a las siete de la mañana eufórica y evidentemente hasta las cejas de coca, mi paciencia tocó fondo. Tuvimos una discusión tremenda, nos insultamos, nos gritamos y terminé amenazándola con abandonarla si no se ponía en manos de un especialista. Me dijo que ella no necesitaba eso, que había conseguido un buen contrato publicitario para un catálogo de moda y eso era lo que realmente necesitaba, estar de nuevo activa, sentirse viva. Y yo intentando darla una nueva oportunidad, capitulé de nuevo. Error.

Suspendí dos exámenes más, mis profesores estaban sorprendidos por mi cambio, me animaban y me decían que no todo estaba perdido. Pero sí lo estaba, porque el que andaba perdido era yo. Rose se iba todas las mañanas a sus sesiones de trabajo, luego a su carísimo gimnasio y luego...no sé donde iba luego, aparecía a las once o las doce de la noche con las pupilas dilatadas y sin ganas de hablar. Nuestra relación hacía aguas por momentos, ni siquiera hacíamos ya el amor pero no quería ni siquiera plantearme el pensar que era porque había otro hombre que cubría esa faceta de su vida, cada día que pasaba, una espesa capa de desanimo y resentimiento se depositaba sobre mi corazón. Dí el curso por perdido, ni siquiera me presenté a los dos últimos exámenes, me presentaría a la convocatoria extraordinaria tras el verano, ¡qué ingenuo! Yo seguía queriendo a Rose, pero el amor poco a poco se iba transformando en pena, en compasión y eso era una pésima señal.

Hablé con Jake, puesto que iba a perder la beca necesitaba ingresos extras así que empecé a prepararme para entrar en competiciones. Me vendría bien económica y anímicamente. Jake estuvo de acuerdo y así entre en el circuito, dos competiciones semanales. Gané mis cuatro primeras competiciones y cogí fama y un buen dinero. Rose no se opuso, todo lo que fuera aumentar nuestro nivel de vida le parecía bien lo único que no le gustaba, me decía, era que estropearan mi cara. Ella seguía con el catálogo y parecía que estaba un poco mejor, cada vez nos veíamos menos así que no discutíamos, hasta que una noche cuando llegué me la encontré tirada en el suelo, sangraba abundantemente por la nariz y tenía taquicardias, había vomitado y allí también había sangre. Llamé al servicio de emergencias y cuando llegaron, en vista de su estado, la trasladaron al hospital. Había tocado fondo. Allí empezó su liberación y mi condena. Estuvo tres días ingresada y tras una cruda charla con el médico y la psicóloga, decidió hacerme caso y entrar en una clínica de rehabilitación, si quería sobrevivir esa era la única opción. El problema era la financiación de la clínica, no podía contar con su familia cuya situación personal y económica era desastrosa, como mucho los servicios sociales nos ayudaban con el veinte por ciento de la estancia, el resto era cosa nuestra, mejor dicho mía. Los tres primeros meses los podíamos costear con el dinero que le debían por su trabajo en el catalogo de moda, ya que parte se lo habían retenido por incumplimiento de contrato, eso me daba un pequeño margen, pero necesitaba una fuente de financiación ya.

Cuando ingresó en la clínica se establecieron las pautas de visitas, el primer mes podía verla todos los días en las horas establecidas, ella me suplicaba que no la abandonara, que fuera todos los días a verla, yo era según ella, lo único que le hacía aferrase a la vida, que si no fuera por mí estaría muerta, que estaba muy afligida por todo el daño que me había hecho a mí y a mi carrera, pero que ella me recompensaría, que iba a ser una mujer nueva porque quería ser lo mejor para mí. Me juró su amor mil veces y yo la creí, pero la culpa me desgarraba por dentro porque a medida que su supuesto amor crecía, el mío menguaba, aunque yo jamás la dejaría en la estacada.

Mi prioridad ahora era buscar dinero, necesitaba mucho y de forma rápida, había perdido la beca, no logré superar mis exámenes extraordinarios, mis prácticas me reportaban dinero estrictamente para mi manutención. Necesitaba más combates, esa era la fórmula. Hablé con Jake, me dijo que en el circuito legal el máximo era de dos competiciones semanales, no había nada que hacer. Entonces pensé que si había un circuito legal ¿había uno ilegal? eso sonaba a mas dinero. Sabía que Jake no me iba a ayudar en esto así que comencé a indagar por mi cuenta y ¡eureka! encontré lo que buscaba, peleas clandestinas de kick boxing con apuestas, un colega del circuito me aseguró que los beneficios eran importantes pero eran combates muy duros en los que a veces valía casi todo en función del dinero que hubiera en juego. No lo pensé dos veces, pero aquel fue el primer paso hacia mi deshumanización.

En mi primera pelea me dieron hasta en el cielo de la boca, me di cuenta que la técnica de los contrincantes era tan buena como la mía pero allí terminaban las coincidencias, aquí no había deportividad, ni buenas maneras, aquí todo se resumía a machacar y evitar que te machaquen para hacerte un buen nombre. Y en eso puse mi empeño; con tres peleas mi nombre sonaba alto, había dejado la deportividad a un lado; era inteligente, ágil y eso me ayudaba, pero empecé a darme cuenta que no solo depositaba en mis puños y mis pies la salvaguardia de mi integridad física, empezaba a sacar mi lado más violento y salvaje en cada pelea, las peleas comenzaban a ser una especie de catarsis para purgar el resentimiento que sentía hacia Rose y las circunstancias que últimamente habían moldeado mi vida.

Ella mejoraba día y día en su rehabilitación y eso me hacía feliz pero yo cada vez me iba alejando más de mis sueños y mis proyectos. Tuve que repetir curso y empezar de nuevo a tramitar la beca, podía buscar un trabajo normal pero eso me impedía seguir con mis estudios y hacer frente a las costosísimas facturas de la clínica, y como si todo eso no fuera suficiente me llevé también por delante mis prácticas en la empresa en que trabajaba y eso fue la gota que colmó el vaso. Un lunes después de mi pelea clandestina del viernes, llegué a mis prácticas con un ojo casi cerrado y el labio partido, dije que había tenido un pequeño accidente y ahí quedo, pero como los golpes en mi cara comenzaron a ser moneda de cambio corriente en mi físico, un día mi tutor me llamó aparte y me dijo que no podía seguir presentándome allí con ese aspecto, que obviamente andaba metido en algo feo y de seguir así no podría garantizar mi permanencia. Obviamente no cambió la situación así que me encontré de patitas en la calle. Ese día tuve un nuevo combate y el pobre diablo que me tocó como contrincante pagó todas las culpas, casi le mato. Le machaqué sin piedad al mismo tiempo que machacaba mis sentimientos y mi conmiseración por los seres humanos, no me reconocía y eso me hundía cada vez más en la mierda, hasta que Jake intervino de nuevo. Cuando se percató de lo que estaba haciendo intentó frenarme pero tanto él como yo sabíamos que esto era lo mas rápido, así que decidió que si no podía detenerme por lo menos podría ayudarme hasta que toda esta pesadilla concluyera y así, se convirtió en mi mano derecha, fue el único que me ayudó y apoyó realmente durante ese tiempo, pero mi amargura, mi frustración y el evidente fracaso de mi vida habían dejado una huella indeleble en mi alma, mi corazón y mi carácter.

Rose mejoraba notablemente, llevaba ya seis meses en la clínica, pero yo no entendía cuando la iba a visitar por qué no preguntaba por mis golpes, era como una especie de negación de la realidad que me entristecía y preocupaba pero, como no quería hacer nada que pudiera entorpecer su rehabilitación, decidí hablar con el Dr. McCarty, su terapeuta. El me dijo que ella se sentía culpable por mí y cualquier cosa que intuía que me dañaba le producía una regresión, aunque pensaba que mis heridas eran porque me excedía en mis entrenamientos, nunca me preguntaba por mis estudios, por mi vida, por cómo me apañaba para sufragar los gastos de la clínica...parecía esconderse en el Dr. McCarty cada vez que la iba a visitar. Hasta que finalmente me prohibieron las visitas. Me puse hecho una furia, no entendía nada, ¿acaso yo la perjudicaba? Parecía ser que sí, estaba en una fase muy importante de su tratamiento, ahora trabajaban su autoestima y parecía que era mejor que el contacto se limitara solo a llamadas telefónicas. Y así fue. De tal forma que solo me informaban cada semana de sus progresos y hablaba con ella cada quince días. El último mes de su estancia allí, me llamó para decirme que pronto le darían el alta, pero durante dos meses tendría que acudir a terapia externa. Le dije que iba a preparar el apartamento pero ella me anunció que de momento no era conveniente que fuera allí, no era recomendable, estaría en un apartamento tutelado con otras chicas, eso estaba incluido en la estancia con lo cual no supondría más desembolsos para mí. Esta vez no la creí, sabía que algo pasaba y fui a la clínica, pero su terapeuta confirmó las palabras y me dijo que me preparara porque Rose afortunadamente ya no era la misma y posiblemente cambiaran nuestras vidas de forma radical. Valiente cabrón.

Cuando salió de la clínica de rehabilitación tardó más de dos meses en venir a verme, ni siquiera me llamó para decirme que había salido a pesar de ser yo el que había costeado el ochenta por ciento de su tratamiento, ahí se confirmaron mis sospechas de que me había utilizado miserablemente. Sólo se atrevió a venir cuando ya había amueblado su nueva vida, con él, con su terapeuta, y por supuesto en esa vida no entraba yo.

Me había convertido en un florero, ese que en época de miserias tapaba el agujero de la desvencijada mesa de madera y aquel que en época de bonanza aparecía depositado con mucho cariño en el cubo de la basura porque ya no hacía juego con el nuevo mobiliario. Mi carrera de ingeniero pendía de un hilo, me había convertido en un luchador ilegal, casi todo el dinero que había ganado a base de partir y que me partieran la cara lo había gastado en ella. Ahora ella no lo necesitaba y a mí, un hombre de futuro incierto, tampoco.

Emmett, su terapeuta, brillaba con luz propia: agraciado físicamente, con una meritoria carrera profesional, de familia adinerada y profundamente enamorado de Rose. Se había dejado las pestañas por ayudarle a salir de la espiral de desenfreno en la que había entrado, durante una año fue su sombra. Aunque ahora sé que estaba condenado como yo al infierno de Rose, no tuvo ninguna oportunidad. Estoy absolutamente seguro que el día que prohibió las visitas externas para Rose a los seis meses de iniciar la terapia , bajo el pretexto de que le perjudicaban, lo que pretendía era quitarse un competidor del medio: a mí. Rose solo recibía mis visitas y las de su hermana Alice, no tenía mucho sentido esa restricción.

Ella había conseguido de nuevo lo que quería. Definitivamente superadas sus adicciones, decidió que se merecía una nueva y maravillosa vida y eso incluía un matrimonio con un hombre guapo, rico y respetable. El código Rose de nuevo aplicado sin saltarse una letra, ejecutado con la máxima perfección.

Cuando vino a visitarme, ya era la flamante y virtuosa esposa de Emmett McCarty.

Intentó explicarme sus razones, convencerme de que era lo mejor para los dos, decía que se sentía culpable por haber arruinado mi carrera, que le había regalado el mayor acto de amor que un ser puede hacer a otro, y por eso, porque me quería y estaba profundamente agradecida conmigo, me lo devolvía liberándome de su presencia para que pudiera arreglar mi vida, me lo debía.

Según salían las palabras de su boca mi mente comenzó a procesar y proyectar la verdadera imagen de Rose, me estaba mintiendo de una manera tan descarada y cínica que me revolvía el estómago, ella era en esta historia la mártir abnegada que se había inmolado en el altar del matrimonio en aras de salvar mi vida y mi alma, renunciando en un sacrificio supremo a su amor por mí.

En ese momento dejé de escucharla, todo el miedo, las frustraciones, los sacrificios, el dolor contenido, los demonios del fracaso, la violencia de las peleas, el daño físico y la ruina emocional se concentraron en la boca de mi estómago y subieron hacia arriba provocándome una fuerte arcada. Pero de mi boca no salió nada, ni siquiera palabras. La cogí del brazo, la arrastré hasta la puerta y cerré tras ella con un fuerte portazo. En ese momento todo ese concentrado de sentimientos subió hasta mi mente explotando como una bomba atómica, un sentimiento incontrolable de furia y odio se apoderó de mis entrañas y mi alma. No era capaz de llorar, ni maldecir, me dolía el pecho y la cabeza. Necesitaba sacar todo eso fuera de mí o me iba a matar. Así que llame a Jake, y le pedí ayuda. Él me conocía bien, a mí y a mis problemas y sabía lo que me convenía en ese momento, una buena pelea como remedio y catarsis de mis profundas emociones.

Pero para mi desgracia, Rose pronto se cansó de jugar a las muñecas.

Habían pasado tres meses desde su visita. Yo estaba intentando recomponer mi vida, solo diez peleas más y me liberaría de mi deuda y mi adicción a descargar mi ira sobre mis adversarios.

En cuatro meses volvería a trabajar de nuevo en una de las empresas asociadas a los planes de estudio de la universidad, pero no podía acudir allí con la cara cosida a golpes. Las cicatrices de mi alma tardarían más en sanar si es que lo conseguía algún día, pero empezaba a vislumbrar una salida a toda esta locura en que se había convertido mi vida. Estaba de nuevo empleándome a fondo en mis estudios y los resultados comenzaban a ser visibles.

Era un sábado por la mañana y el timbre sonó temprano. Todavía estaba durmiendo, la pelea de anoche había sido intensa pero por fortuna estaba muy entero, la peor parte se la había llevado mi adversario. Cuando abrí la puerta y la vi allí, hecha un mar de lágrimas, mis terminaciones nerviosas tensaron mis músculos de una forma insoportable y mi mente intentó preparase para ...no tuve tiempo, se echó a mis brazos, diciendo mi nombre entre hipidos y sollozos, traté de deshacerme de su abrazo cogiéndola por las muñecas y desenroscando sus brazos de mi cuello, pero ella lo intentaba una y otra vez.

—¿Qué demonios estás haciendo aquí Rose?

Se me quedó mirando perpleja y dibujando una mueca de contrición en su rostro dijo:

—¿Es qué no te importa lo que me pasa? ¿No ves como estoy?

—No me importa en absoluto, ¡sal de mi casa ahora mismo!, ¡vete a la mierda! — El sabor amargo de mi furia comenzaba a subir de nuevo por mi estómago.

De pronto se agachó y arrodillándose me abrazó y comenzó a besar mis ingles, mi bragueta, y suspirando de forma entrecortada dijo entre dientes:

— Edward mi amor, te necesito, no puedo pasar ni un día más sin que me hagas el amor, eres mi droga personal, mi cuerpo está muerto, Emmett es un buen hombre y le quiero...pero tú...tú eres la sangre que necesito en mis venas, la savia que rejuvenece mi cuerpo, te necesito dentro de mí...

En aquel momento la odiaba, la despreciaba, ... mi mente trabaja a mil revoluciones por minuto, era una extraña mezcla de odio y de deseo de venganza, el cadáver de mi enemigo pasaba por mi puerta, este era mi glorioso momento. Pero la mente y las emociones humanas son un enigma indescifrable, la odiaba pero todavía sentía algo por ella y la deseaba, y ese extraño cóctel de odio, sed de venganza y ansias por tenerla en mi cama era superior a mis fuerzas, me devastaba por dentro.

La cogí por los brazos obligándola a levantarse, tenía los ojos llorosos pero enfebrecidos por el deseo, no se veía en ellos amor o arrepentimiento, solo excitación y pura necesidad. Ese viaje a sus ojos me hizo perder definitivamente el resto de amor que todavía sentía por ella y se llevó otro trozo de mi maltrecha humanidad.

Con esa repentina pérdida mi billete al infierno cobró validez de nuevo. Si era incapaz de amarme y solo quería sexo, eso era lo que iba a tener, quería dejarla marcada para siempre, que nunca me olvidara y siempre me necesitara, que se desesperara cada noche pensando en como le había hecho disfrutar y correrse una y mil veces, quería que nunca volviera a disfrutar del sexo con su marido y la presencia de él en su cama se hiciera insoportable. Rose era un ser esencialmente adictivo, pues bien, su marido-terapeuta iba a tener trabajo extra con ella. El odio me cegaba de nuevo, era tiempo de venganza aunque me dejara el alma en ello. Y a ello me dediqué durante el resto de la mañana.

— Dios Rose, estás preciosa cuando lloras pero no me gusta verte sufrir — dije con voz espesa y ronca , comenzando a lamer con la punta de mi lengua sus lágrimas...Ella cerró los ojos y soltó un suspiro.

—Edward, yo...

—Shsssss— continué deslizando la punta de mi lengua por su delicada piel hasta llegar al contorno de su boca, allí me dediqué a dibujar la comisura y el contorno de sus labios, enrosqué mis brazos en su cuerpo preparándola para el ataque de mi lengua, continué depositando tiernos besos con mis labios sobre los suyos como si recitara algo sobre ellos. Ella subió sus brazos hasta mi cuello, estaba desesperada, necesitaba más, aquel día no necesita prolegómenos quería saciar su sed de mí y de sexo urgentemente, abría sus labios intentando capturar mi lengua, cada vez que ella lo intentaba yo echaba mi cabeza hacia atrás.

—Edwardddd...— suplicaba con su voz.

—Shsssss ¿qué te pasa Rose, no te gusta cómo te beso?

—Edward, me estás volviendo loca ...

— Lo sé cariño, relájate porque esto sólo está empezando, hoy vas a suplicar que no te folle más y yo no te voy a hacer caso hasta conseguir que pierdas el sentido...

Comenzó a gimotear y a restregarse contra mi cuerpo. Se estaba excitando intensamente así que cogí sus muñecas con una de mis manos poniéndolas por encima de su cabeza, con la otra comencé a dibujar el óvalo de su cara con mi dedo índice, arrastrándolo perezosamente sobre sus labios, sus mejillas, su cuello, hasta llegar a su sujetador... un suspiro ... lo llevé de vuelta a sus labios y lo introduje en su boca, ella se dedicó a lamerlo con su lengua como si fuera un dulce, lo sustraje de su intensa succión y lo deslicé en un viaje rápido por debajo de su camisa hasta su pezón ... un gemido ...

Apreté mi pelvis contra la suya anticipándole lo que estaba por venir y ataqué su boca, nuestras lenguas se retorcieron como llamas cuyo fuego comenzaba a consumirnos a los dos, nos abrazamos con tal intensidad que sentía su ropa clavarse en mi piel.

Conseguí separar nuestros cuerpos y comencé a desnudarla, ella se dejaba hacer con la excitación bailando en sus ojos, desabroché su camisa con rapidez y continué extendiendo el fuego de mi lengua por su piel, mis manos bajaban a lo largo de sus costados al mismo ritmo que mi lengua descendía entre sus senos hacia su ombligo, allí la hice girar una y otra vez moviendo su precioso piercing , ella enredó sus manos en mi pelo.

Seguí con sus pantalones y su tanga, los bajé despacio hasta dejar su sexo al descubierto, deposité sobre él un beso suave y lo acaricié con el dorso de mi mano dejándolo allí olvidado, de momento. Ella intentó que no lo hiciera pero hoy mandaba yo y la quería suplicante y desesperada, conocía su cuerpo como la palma de mi mano y sabía que era lo que más le gustaba y excitaba. Me separé de ella y la miré acariciando con mis ojos su espectacular anatomía, allí estaba, semidesnuda contra la pared y temblando de deseo, me despojé de mi camiseta y mis boxers lentamente, sabía el efecto que mi cuerpo tenía sobre ella ... automáticamente se relamió los labios, adoraba acariciar y pasar la punta de su lengua por mis músculos tallados a base de horas de ejercicio, aunque ahora aparecían profusamente tatuados con hematomas. Se quedó atónita cuando vio tal cantidad de golpes, se llevó las manos a la boca y en sus ojos la culpabilidad y la angustia sustituyeron al deseo. Comenzó a mover la cabeza de un lado a otro y se arrojó a mis brazos besando todos y cada uno de mis moratones con sus húmedos y suaves labios, los besaba una y otra vez y un escalofrío de placer recorrió mi espalda, sus besos iban dibujando mi cuerpo hasta llegar a mis ingles, a su adorada V como siempre decía, no la dejé seguir ... levanté su barbilla con mi mano y la besé de nuevo con voracidad desmedida, un gemido se le escapó dentro de mi boca, la mordía, la lamía, la estaba excitando de nuevo... ya no era tiempo para la conmiseración y la pena.

La llevé entre mis brazos a la cama, la tumbé delicadamente y me quedé de pie mirándola, ella no podía apartar los ojos de mi erección...me subí a la cama y tomé entre mis manos su pie, acaricié su empeine y deslicé mis labios por su pantorrilla , mordí la cara interna de la rodilla y de su muslo hasta llegar a su ingle. La punta de mi lengua asomó entre mis labios y se dirigió exactamente al sitio que a ella más le gustaba, su clítoris, un intenso gemido salió de su boca...y comenzó a retorcerse; mi lengua y mis dedos cobraron vida propia excitándola de forma implacable, presionando, succionando, penetrando lenta y profundamente su cuerpo, ver su cara transformada por el placer era un pasaporte directo al país de la lujuria, sentir sus entrañas tensarse sin remisión mientras su cuerpo se arqueaba contra mis dedos era mi recompensa, su orgasmo fue intenso, demoledor...pero no le di el descanso que necesitaba ni los besos que siempre me pedía cuando alcanzaba el más intenso de los placeres, sin mediar palabra me coloqué entre sus piernas y la penetré, profundamente, sus ojos se abrieron de golpe y me miró consternada...no entendía nada pero comenzaba a sospechar que algo no andaba bien.

—Edward, ¿qué?...— puse un dedo sobre sus labios y mi boca sobre uno de sus pechos, besando reverencialmente su pezón para luego someterlo a la dulce tortura de mis dientes y mi lengua, luego el otro, alternando la excitación de ambos con las embestidas de mi cuerpo. Me movía dentro de ella sin prisa pero sin pausa, de forma profunda, retorciendo mis caderas, ella se retorcía nuevamente bajo mi cuerpo y esta vez sus gemidos eran más desgarradores. Estaba fuera de control, clavaba sus uñas en mi espalda mordía mis hombros, mis labios, mi lengua… temblaba como una hoja y lloraba de placer, mis embestidas se hicieron más fuertes, más rápidas , más profundas, sintiendo que dejaba un trozo de mi alma en cada una de ellas. Ejecutábamos una frenética danza en la que nuestros sexos salían uno al encuentro del otro en busca de la fricción perfecta y enloquecedora, esa que a los pocos minutos acabó por llevarnos a ambos a un grado de placer cercano al paroxismo.

Fue un orgasmo antológico, caí exhausto sobre ella y busqué su cara, verla me confirmó que mi venganza estaba ejecutándose con brillantez. Tenía los ojos cerrados, los labios hinchados, ... si el éxtasis pudiera representarse mediante un dibujo tendría la cara de Rose. Nos fumamos un cigarro para intentar recuperarnos, todavía no había acabado con ella. Volvimos a la cama y decidí rematar mi actuación con una ración de sexo anal, a ella le encantaba... y a mí también, y puesto que todo mi empeño radicaba en que nunca olvidara ese día decidí materializar todos sus deseos. Le gustaba duro y así jugué, embestidas profundas y lentas al principio y una furiosa e intensa penetración después, estaba tan sumamente sensible que cualquier roce sobre su sexo le producía auténticos espasmos y eso nos llevó a otro orgasmo épico. Otro retazo de mi humanidad se fue en ese último polvo.

Me levanté y me dirigí al cuarto de baño, cerré la puerta tras de mí y fui directo a vomitar. Me sentía enfermo, miserable, un cabrón, un canalla, un ser abyecto, cruel y despiadado, ¿cómo había llegado a eso?, nunca, jamás en mi vida había utilizado a una mujer, ¿cómo me había permitido cometer semejante atrocidad?, ¿cómo me permitía ser tan débil?, ¿qué extraña y enfermiza obsesión tenía con Rose para haber hecho del sexo mi espada vengadora? , con esto mi odio se había multiplicado por mil y a su vez se había escindido, mitad para Rose, mitad para mí. Entré en la ducha y busqué calmar mi conciencia bajo el chorro del agua caliente, no lo conseguí. Cuando salí ella estaba sentada en la cama fumando un cigarro, su cara era un poema, me miró tan satisfecha de sí misma que una nueva arcada nació en mi estómago. Me puse una camiseta y unos pantalones mientras ella me miraba…

—Edward mi vida, mírame, ha sido…no creo que pueda olvidar este día, jamás, nunca te he sentido con tanta intensidad, eres mi complemento perfecto, nadie te supera en la cama, ni en belleza, me has hecho gozar como nunca lo hará nadie, mi amor esto no puede terminar aquí, tenemos que buscar la manera de seguir viéndonos… tú sabes que nos necesitamos, hoy me lo has demostrado, tanto tiempo sin estar entre tus brazos, tanto tiempo sin estar tú enterrado dentro de mí han hecho de este día algo inigualable, teníamos tanta hambre el uno del otro…

—¡Cállate Rose !—

—Edward, ¿qué te pasa? Oh…cariño, no temas por mí, Emmett no es lo suficientemente listo para imaginar que tú y yo…

—¡Qué te calles!— chillé como un energúmeno mientras recogía su ropa y se la tiraba a la cara.

—Edward me estas asustando.

—Escúchame Rose porque solo te lo voy a decir una vez, ¡vete de mi puta casa!, ¡no quiero verte mas!, ¡no quiero saber nada de ti ni de lo que hagas con tu vida!. Has venido a por sexo y eso es lo que te llevas, además de mi profundo desprecio y mi odio. No vales nada, eres fatua, pomposa, egoísta y pueril, te nutres de la bondad humana y de los pobres desgraciados que tenemos la desgracia de quererte. Eres un vampiro emocional, chantajeas, mientes, imputas y reviertes tus pecados y tus defectos a los que te quieren, no vales nada porque no te importa nadie, eres incapaz de sentir amor por nadie, solo te amas a ti misma. Te odio, me has reventado la vida y el corazón. No te quiero cerca de mí, no te atrevas a llamarme ni aparezcas por aquí. Esta es la última vez que tú y yo cruzamos una palabra. Te quiero fuera de mi casa y mi vida. ¡Ya!

La miré, estaba blanca, se cubría con su camisa y era incapaz de moverse, comenzó a tiritar, intentó hablar pero no se lo permití, me di la vuelta y desde la puerta le dije:

—Tienes media hora para largarte, dúchate si quieres, cuando venga no quiero que estés aquí, si no me haces caso te sacaré arrastras y llamaré a tu marido para que venga a por ti.

Cerré la puerta y bajé las escaleras como una exhalación quería alejarme de ella y celebrar la materialización de mi venganza. Lo primero lo había conseguido, lo segundo era incapaz de disfrutarlo.

No la volví a ver pero mi odio hacia ella se afilaba día a día, como un bisturí capaz de seccionar con precisión milimétrica cualquier parte de la anatomía humana, sobre todo el corazón, ese corazón aparentemente dulce y acogedor, pero en el fondo frío y duro como una piedra, el corazón de una persona manipuladora y egoísta. La odiaba hasta dolerme y me odiaba a mí mismo de igual forma, porque a pesar de saber que ella me había dejado por otro después de ofrecerle mi corazón y mi vida en bandeja, no había sido capaz de rechazarla cuando vino a suplicarme desesperadamente que la follara como siempre lo había hecho, tras jurarme entre lágrimas y sollozos que no podía olvidar ni una sola de las noches que pasamos juntos, que amaba a su marido pero echaba de menos mis manos y mi boca en su cuerpo, mi forma de amarla. La amé de forma intensa a pesar de haber transformado mi vida en un infierno, ahora la odiaba en la misma medida por su ruindad y me odiaba a mí mismo por mi cobardía. No podía dejar que me convirtiera de nuevo en un ser abatido, resentido y casi derrotado.

Me juré a mí mismo que jamás volvería a verla ni ponerle una mano encima.

Pasaron dos semanas más, ese viernes por la noche había tenido un contrincante durísimo, más experimentado que yo, me había machacado la cara y las costillas pero yo había perdido hacía mucho tiempo el sentido común y me lancé contra él con una fiereza casi animal, las apuestas se multiplicaron … En ese momento fui consciente de que mi vasallaje estaba a punto de llegar a su fin cuando, tras una patada casi mortal y con todo mi odio concentrado en mis puños, le castigue de forma inmisericorde, casi le mato. Esto no podía volver a ocurrir. Se acabó. Solo yo, con inteligencia y racionalidad, podía desterrar el odio de mi vida. Y así debía ser si quería recuperar mi humanidad. Debía volver a confiar en los demás y en mi mismo.

Tras ducharme y pasar por las manos de mi entrenador, mis heridas tenían un aspecto menos aparatoso. Ya casi no me dolían y si lo hacían me aguantaba, prefería ese tipo de dolor al que a veces me corroía el corazón y la cabeza. Hoy era una de esas noches en que mi particular remedio contra el odio y los recuerdos no había sanado mis heridas emocionales, sabía que no iba a poder dormir.

Necesitaba pensar, hacerlo al aire libre. Así que en lugar de dirigirme a mi apartamento

encaminé mis pasos hacia el parque que había al final de mi calle.

Esperanzas...

ESPERANZA. Estado del ánimo en el cual se nos presenta como posible lo que deseamos.

Empezaba a amanecer y hacía frío, me subí la capucha de mi sudadera y metí mis manos en los bolsillos. A esa hora el parque estaba vacío. Olía a hierba mojada, las plantas aromáticas comenzaban a desplegar sus olores. Decidí subir un montículo, necesita ver horizontes abiertos. Cuando llegué a su cima me encontré con un espectáculo sobrecogedor, había un pequeño mirador con un banco de madera y al lado un frondoso sauce llorón con el tronco un poco inclinado, las vistas desde allí eran maravillosas, se veía la parte más bonita de la ciudad, una llanura de parterres de flores y estanques de agua, bellos edificios, calles tranquilas a esa hora de la mañana ... y el sol, un sol perfectamente redondo y naranja saliendo por detrás de la silueta de la ciudad. Me senté en el banco y caí rendido ante la belleza de un hecho tan sencillo y simple como el amanecer. En ese momento, sin darme apenas cuenta, empecé a llorar mansamente, despacio, soltando lágrima a lágrima el recuerdo de cada puñetazo, de cada caricia de sus manos, del sabor de la sangre y de sus besos, de cada uno de sus gemidos y mis lamentos. Lloraba por mi derrota y el dolor que había infligido a mis padres, por haber abandonado a Ángela sin decirle ni una sola palabra. Lloraba también por cada cara que había roto y por mi paulatina deshumanización. Pero sobre todo lloraba por mi odio y mi cobardía y porque quería sanar, quería olvidar y empezar una vida nueva y no sabía si podría conseguirlo.

Me harté de llorar en silencio hasta que no quedó ni una sola lágrima que arrastrara cada uno de mis dolorosos recuerdos. En ese momento levanté mi cabeza de nuevo para mirar el sol, me puse mis gafas oscuras y de pronto, me percaté de que no estaba sólo. Una chica estaba apoyada contra el tronco del sauce, miraba el maravilloso paisaje al tiempo que respiraba profundamente. Me quedé absorto mirándola, era una preciosa chica de pelo moreno y cuerpo delgado y esbelto. Una belleza sencilla y natural, la antítesis de Rose. Pasaron unos minutos y se fue, tan despacio y con el mismo sigilo con el que había llegado.

Desde aquel día, y de eso hacía algo más de dos meses, había comenzado a ir al parque todos los sábados. Siempre la veía allí, yo siempre me sentaba en el mismo banco. Procuraba ocultar mis heridas con la capucha de mi sudadera y mis gafas de sol de impenetrables cristales negros. Aquel rincón del parque me fascinaba cada día más, desde allí la ciudad mostraba su mejor cara, el anverso de los miserables tugurios donde me partía la cara.

Ella subía hasta allí muy temprano, se quedaba de pie, embelesada con aquellas maravillosas vistas, entonces cerraba los ojos e inspiraba profundamente como si quisiera guardar todos los olores del parque en su memoria y en sus pulmones para toda la semana, inclinaba la cabeza hacia atrás y dejaba que el sol acariciase su cara, se le veía tan feliz y relajada que trasmitía una profunda paz. Me conmovía ver su cara asombrada y rendida a la belleza de los elementos naturales, es como si diera las gracias al sol, al cielo y a la naturaleza por existir. Después se apoyaba contra el tronco del frondoso árbol y escuchaba la música de su reproductor, tarareándola muy bajito.

Solía estar así algo más de diez minutos, durante ese tiempo yo la observaba, al principio con curiosidad, después con envidia y últimamente con una cierta complicidad. No sé por qué extraña razón me contagiaba de su tranquilidad, era como un bálsamo sobre mi alma, sobre mi complicada vida, me hacía incluso olvidarme del dolor de mis heridas y del odio que paulatinamente, iba diluyéndose.

Últimamente deseaba de forma desesperada hablar con esa chica, cuando se iba me decía un educado "adiós" y yo le contestaba con otro, sin más, me sentía incapaz de acercarme a ella porque temía turbar su apacible existencia y contaminarla con mi resentimiento. Pero también sabía que ella había reparado en mí, me miraba con una mal disimulada curiosidad y con un cierto nerviosismo.

Hasta el pasado sábado. Mi pelea de esa noche había sido demoledora, yo había conseguido salir medianamente indemne, pero a mi contrincante le había machacado la cara por veinte sitios diferentes, esta vez había sido por defensa propia y no por aplacar mi ira, no estaba orgulloso pero así era mi vida, machacar o que te machaquen, aunque esperaba que por poco tiempo. Necesitaba que así fuera.

Había llovido y el parque era un exhibición maravillosa de colores y olores, me sentía extrañamente contento y tranquilo ese día, cuando llegué ella no estaba todavía, me sentía ansioso porque llegara, me apetecía verla más que nunca. Fui directamente al árbol en el que ella se apoyaba, era como si la tocara, lo necesitaba, en ese momento decidí que debía arriesgarme y mostrarle algo más de mí, fue como una extraña premonición de que algo podía cambiar, deseaba que me conociera. Me quité mi sudadera y dejé mi cara y mi pelo al descubierto, encendí un cigarro y me quedé absorto en mis pensamientos.

De repente oí un ligero ruido, abrí los ojos y la vi, se había acercado al árbol y me miraba sorprendida y nerviosa al mismo tiempo, de cerca era todavía más guapa, pero lo que más me impresionó era la bondad que parecía exudar cada uno de sus poros, alentado por su cercanía decidí aprovechar la ocasión:

— Creía que hoy no vendrías, es más tarde — le dije.

Se quedó atónita, mirándome embelesada como si mi voz fuera música para ella, pero no dijo ni una palabra, estaba claramente asustada. Al verla así continué:

— No te preocupes te dejo tu árbol, no es mi intención privarte de tus diez minutos de felicidad.

Entonces ella me sonrió tímidamente y con voz nerviosa me contestó:

— No te preocupes, puedes seguir ahí, debe de ser ese árbol, hoy se te ve también feliz a ti.

Ese comentario me pilló desprevenido y me hizo sonreír, efectivamente ella también se había fijado en mí, pero parecía que me consideraba alguien triste y oscuro, no me extrañaba en absoluto, pero deseaba saber más, y le pregunté.

—¿Qué te hace pensar que el resto de los sábados no estoy feliz?

—No lo sé, es una impresión, pareces cansado, escondido debajo de tu capucha y tus gafas, encogido de pena, hasta tus heridas parecen más grandes, más feas.

Su comentario me descolocó pero me conmovió al mismo tiempo, así que decidí dar un paso más, me quité las gafas, quería que viera mi cara, que leyera en mis ojos y que me conociera, aunque sabía que no tenía buen aspecto, creo que mi ceja estaba partida y notaba la sangre en ella.

Su reacción me noqueó más que los puñetazos que estaba acostumbrado a recibir, llevaba su pelo recogido con un pañuelo pero cuando me quise dar cuenta lo había soltado, llevando ese mismo pañuelo a mi ceja con una expresión de ternura infinita en sus ojos y una delicadeza sublime.

Dios casi me derrito, moría porque me tocara, así que decidí relajarme y dejarla hacer. Apoyé mi cabeza contra el árbol y cerré los ojos mientras ella seguía presionando su pañuelo delicadamente contra mi ceja, que distinta me parecía de Rose, era como un soplo de aire fresco, un ángel luminoso en mi vida que el cielo había decidido enviarme para poner algo de paz y cordura en mi miserable existencia. Esa miserable existencia en la que Rose era el ángel oscuro y caído, salido del mismísimo infierno para arrastrarme con ella en su espiral de egoísmo y decadencia.

De repente noté su pañuelo contra la herida de mi labio y sin poderlo evitar hice una mueca de dolor, ella retiró inmediatamente su mano. ¡No! No quería que dejara de tocarme así que, sin pensarlo dos veces la sujeté por su muñeca, no quería asustarla y le dije:

—Sigue, sigue por favor...no sabes...no sabes el bien que me haces.

Ella volvió a presionarlo despacio, con mimo, no podía dejar de mirarla, me tenía fascinado, le estaba infinitamente agradecido por acercarme a una realidad diferente, por hacerme sentir cuidado y querido de forma altruista y desinteresada, no estaba acostumbrado a eso. De pronto ella me miró fijamente a los ojos, como si quisiera acariciar mi alma, como si intentara decirme "no te preocupes, yo estoy aquí", me miraba como si yo realmente valiera la pena.

No me pude resistir, cogí de nuevo su mano, delicadamente, le quité el pañuelo y besé la punta de sus dedos, uno a uno, en un acto de fervor y agradecimiento a mi pequeño ángel de la guardia, nunca había creído en ellos, pero si realmente existían tenían que ser como ella. Entonces le dije:

— No te imaginas que bien me siento, es como si sanaras mi mente, no solo mis heridas, eres mágica, como este árbol, como este parque, tú también formas parte de mis diez minutos de felicidad semanales, tranquilizas mi ánimo con tu sola presencia, mirarte me tranquiliza, gracias.

En ese momento me di cuenta de que algo importante para mi vida se acababa de producir, ya no había marcha atrás, solté su mano, me puse las gafas de sol y me subí la capucha. Deseaba besarla, pero no podía intimidarle de esa manera, así que me conformé con rozar la comisura de sus labios con los míos, me guarde su pañuelo en un bolsillo y le dije:

—Hasta el sábado que viene, vendrás, ¿verdad?

Se quedó extasiada, me miró y asintió con la cabeza, como si no pudiera articular palabra. Sonreí deslumbrado por su belleza y la hermosura de su alma y me di la vuelta, cuando comencé a caminar me di cuenta que ni siquiera sabía su nombre.

Me giré y allí seguía ella, como clavada en el suelo del parque ... le dije:

—¿Quieres decirme como te llamas?— Me sonrió feliz.

— Isabella—. Me dijo.

— Isabella... me gusta tu nombre. Yo me llamo Edward.

— Edward...también me gusta tu nombre. Entonces hasta el próximo sábado, Edward.

Me di la vuelta y comencé a andar de nuevo, me esperaba un arduo e ingrato trabajo: era el momento de arrancar a Rose definitivamente de mi vida, borrar el odio hacia ella que me comía el alma y la existencia y abrir mi cuerpo, mi corazón y mi mente como si fueran la ventana de una vieja casa deshabitada, necesitaba que entrara la luz y que el aire fresco se llevara la podredumbre de mi anterior existencia.

Me llevé su pañuelo a los labios y lo besé con veneración, su olor me reveló un aroma fresco y limpio...el aroma de mi nuevo proyecto de vida...ojalá que fuera con ella.

..Y Ángeles

ÁNGEL. Persona en quien se suponen las cualidades propias de los espíritus angélicos, es decir, bondad, belleza e inocencia.

I.P.O.V

Todos los sábados le veía allí, sentado en el mismo banco del parque, el que estaba en lo alto del mirador y ofrecía una vista edulcorada y brillante de la ciudad, la parte verde llena de agua y luz.

Siempre enfundado en una sudadera negra con capucha, con sus gafas de sol de impenetrables cristales negros. Llevaba viéndole dos meses y todavía no sabía cuál era el color de sus ojos, pero lo que sí sabía es que su cara siempre estaba llena de golpes, tenía el puente de la nariz aplastado, como los boxeadores, y mantenía siempre una pose de infinito cansancio. Me recordaba la escultura de Atlas soportando sobre sus hombros el peso del universo, era como si su espalda cargase con todos los pecados del mundo.

Debía ser muy guapo, aunque nunca había visto su cara libre de la ocultación a la que la sometía con su indumentaria, pero las pocas facciones que revelaba, a pesar de los golpes que las cubrían, eran hermosas.

Aquel rincón del parque también me fascinaba a mí, subía hasta allí los sábados muy temprano, antes de que el parque fuera castigado por el calor y el ruido de sus paseantes. Me quedaba de pie mirando aquella maravillosa vista, entonces cerraba los ojos e inspiraba profundamente hasta colmar mis pulmones de olor a hierba recién cortada y hierbabuena y espliego. Dejaba que el sol naciente acariciara mi cara, era como una liturgia semanal que me reconciliaba conmigo misma y con el mundo, era mi tiempo de absoluta felicidad, mis diez minutos de gloria personal.

Sabía que en esos diez minutos él me miraba, me escrutaba minuciosamente, pero nunca me decía nada. Cuando me iba le decía un cortés "adiós" y él me contestaba con otro.

Hasta el pasado sábado.

Esa noche había llovido y el parque brillaba con millones de diminutas gotas de agua. Al subir la cuesta vi el banco vació y mi corazón dio un vuelco, era como si de pronto faltara algo en mi santuario, era como si se hubiera quebrado ese momento mágico que vivía todos los sábados, él no estaba y parecía que la magia del momento y el lugar había desparecido. Al llegar al mirador le vi y suspiré con alivio, estaba apoyado contra el tronco del árbol en el que yo siempre me apoyaba, fumaba un cigarro, despacio, con delectación. Ese día se había quitado la capucha, su pelo era cobrizo y alborotado, le caían mechones sobre la frente y la cara, me quedé sin aliento, era la viva imagen de la belleza y la despreocupación, era como si aquella maldita capucha fuera un manto de piedras, al quitársela lucía hermoso y parecía más alto, había pasado de ser la escultura de Atlas soportando el peso del universo a ser la de un joven dios griego rebosante de belleza y sexualidad.

Llegué hasta el mirador y me acerqué al árbol, pero no mucho, no le quería molestar. Parecía tan feliz y despreocupado por una vez...De repente me dijo.

— Creía que hoy no vendrías, es más tarde...

Me quedé paralizada, nunca había oído tan claramente su voz, era extrañamente serena, hablaba despacio, muy suave, esa voz no le pegaba a esa cara tan machacada , entonces me dijo:

— No te preocupes te dejo tu árbol, no es mi intención privarte de tus diez minutos de felicidad.

Me volví hacia él y tenía sus gafas puestas, esbozaba una pequeña sonrisa, era precioso.

Le sonreí, un poquito, y le dije:

— No te preocupes, puedes seguir ahí, debe de ser ese árbol, hoy se te ve también feliz a ti.

Me miró sorprendido y esbozó una sonrisa todavía más amplia, una sonrisa marcada por una tremenda herida en su labio inferior.

—¿Qué te hace pensar que el resto de los sábados no estoy feliz?

—No lo sé, es una impresión, pareces cansado, escondido debajo de tu capucha y tus gafas, encogido de pena, hasta tus heridas parecen más grandes, más feas.

Se quedó serio, pero enseguida se volvió a relajar, apagó su cigarrillo y se quitó las gafas, desplegando ante mí unos bellísimos ojos, grandes y dulces, pero castigados también por esas malditas heridas. Su ceja estaba partida y todavía brillaba la sangre, como si acabaran de golpearle.

Fue instintivo, fue un repentino sentimiento de piedad y ternura, sentí el irremediable impulso de curarle sus heridas, de hacerle lo que mi madre me hacía a mí de pequeña; depositar un tierno beso en la herida al tiempo que me decía "cura sana, colita de rana...", pero...era un locura...era un perfecto extraño rodeado de un aura de peligro, aun así me parecía una buena persona, golpeado por la vida y los puños de los hombres.

No lo pude resistir, solté el pañuelo con el que me recogía el pelo y lo llevé hasta su ceja... no se asustó, ni se inmutó. Me miraba fijamente, me dejaba hacer, seguía apoyando su cuerpo contra el tronco del árbol con sus manos sobre sus muslos, entonces cerró los ojos y echó hacia atrás la cabeza, sus facciones estaban relajadas, mientras yo seguía presionando mi pañuelo delicadamente contra su ceja, de ahí bajé hasta su labio roto, lo presione con mas cuidado todavía, hizo una pequeña mueca de dolor y retiré inmediatamente mi mano, entonces me cogió por la muñeca y me dijo:

—Sigue, sigue por favor...no sabes … no sabes el bien que me haces.

Continué despacio, con mimo, pero ahora él tenía los ojos abiertos, me miraba fijamente y entonces me quedé perdida en ellos, me miraba lleno de agradecimiento, yo le miraba llena de compasión y ternura, esos ojos no podían esconder nada malo, a nadie malo detrás de ellos.

Cogió mi mano despacio y arrebatándome el pañuelo, beso la punta de mis dedos, tiernamente, entonces me dijo:

— No te imaginas que bien me siento, es como si sanaras mi mente, no solo mis heridas, eres mágica, como este árbol, como este parque, tú también formas parte de mis diez minutos de felicidad semanales, tranquilizas mi ánimo con tu sola presencia, mirarte me tranquiliza, gracias.

Soltó mi mano, se puso sus gafas de sol y se subió la maldita capucha. Rozó con su boca la comisura de mis labios, se guardó mi pañuelo en un bolsillo y me dijo:

—Hasta el sábado que viene, vendrás, ¿verdad?

Fui incapaz de articular palabra, asentí con mi cabeza y él sonrió, otra vez, con la sonrisa grande, la más hermosa. Comenzó a alejarse y yo me quedé allí clavada al suelo, viendo cómo se alejaba.

No sabía ni siquiera cómo se llamaba, tampoco él sabía mi nombre.

De pronto se volvió y me dijo:

—¿Quieres decirme cómo te llamas?

Mi corazón dio un salto y le sonreí, intentaba demostrarle que me importaba y que ambos supiéramos nuestro nombre era un hermoso acto de confidencialidad.

— Isabella— le dije.

— Isabella... me gusta tu nombre, yo me llamo Edward— me respondió.

— Edward...también me gusta tu nombre. Entonces hasta el próximo sábado, Edward.

Cuando se dio la vuelta y se alejó yo solo sabía que el próximo sábado estaría de nuevo allí, para vivir mi momento mágico, para curar sus heridas, para sanar su mente, para tranquilizar su ánimo y cuidar de su alma.

FIN DEL PRIMER CAPITULO

Espero que esta historia os guste. Esta escrita con mucho cariño, es mi primera criatura y estoy orgullosa de ella. Es muy especial para mi porque significo el comienzo de un nuevo proyecto. Por eso he decidido continuarla, como he dicho al principio me gusta curar las alas rotas...

Mi mas sincero agradecimiento a mi maravillosa beta La Rosa de Rosas, por su amistad, comprensión, ayuda y paciencia. A Esther por su apoyo y por presentarnos.

A Ely, mi amiga y socia, por todo lo que ella ya sabe y su apoyo incondicional y a Lou por su fe ciega en mi forma de escribir.

Y a todas mis chicas del universo Pattinson, con las que convivo, deliro y muero por los huesos de este hombre.