Capítulo 7: El linaje de un asesino.

Mario salió de la cárcel. Nada más dio un paso, le pidió a un joven que pasaba el periódico.

-Veamos qué me he estado perdiendo todos estos años…

Se sentó en un banco y empezó a leerlo. La primera página le llamó la atención.

"Mujer rescata a sus hijos de los aseos de un avión durante una tormenta. Al parecer, la puerta estaba atrancada y ella, valiéndose de una maleta, consiguió abrirla. Su marido resultó herido en la cabeza, aunque actualmente reside en…"

No siguió leyendo. Lo que le había atraído de la noticia no era el título, sino la fotografía. En ella, una mujer y sus hijos aparecían en el avión aterrizado, junto con numerosos guardias, y el marido desmayado.

-Vaya…-Susurró.-Mira quien ha vuelto a sus raíces…Reconocería esa cara en cualquier parte…Es ella, seguro…-Rió en voz baja.

Leyó toda la noticia y se enteró de que ella y su marido residían en un hotel en Venecia.

-Espero que no le importe recibir la visita de un…viejo conocido…

Su aspecto cambió completamente. De su aspecto inofensivo y vulnerable nada quedaba. Ahora sus ojos echaban chispas. Su boca benévola se había torcido en una desagradable mueca de maldad. Tiró el periódico y se levantó. Mientras avanzaba, comenzó a reírse como un perturbado. Lo que él era.

Ahora tenía un objetivo. Y no pararía hasta cumplirlo.

Vladimir abrió la puerta de la habitación del hotel.

-¡Ya hemos vuelto!

Se extrañó de qué nadie saliera a recibirle, ya que a esas horas deberían estar todos levantados aún.

-¿Chicos?

Miró a su hija y entraron.

-¿Dónde diablos se han metido todos?

Subió las escaleras en busca de los tres. Escuchó ruidos en la habitación de los pequeños. Abrió la puerta. Los dos chicos y Neil se hallaban en la habitación, cada uno hablando de sus cosas con los otros.

-Vaya, veo que os habéis estado divirtiendo. ¿Dónde está Cecil?

-Ha salido a hacer unas compras, creo...

Durante la cena, todos se dedicaron a contar anécdotas sobre su vida, especialmente Neil, que tenía que contar muchas cosas, como su larga vida de cambios. Su madre había muerto cuando él tenía 10 años y Cecil lo había puesto al cuidado de Bob, ya que él se encontraba en el centro penitenciario, y a Bob le habían concedido la condicional.

-Mi vida era una completa ruina, hasta que mi tío Bob me enseñó que hay vidas peores. Mi vida cambió por completo cuando le conocí. Él me enseñó que tenía talento para algo. Miró los calendarios de las paredes de mi habitación, con dibujos que yo había hecho, y me explicó que era un buen dibujante.

-Es majo, pero a veces resulta un poco pesado, ¿No?

-Para nada, siempre tiene cosas que contar.

-La verdad, no creo que a papá le guste mucho que andéis a cotillear sobre el.-Gino soltó ese comentario como quien no quiere la cosa.

Todos le miraron, e, inmediatamente, cambiaron de tema.

Aquella noche, Gino y Silvia se fueron a dormir pronto. O eso era lo que les habían dicho a los adultos, ya que en realidad lo que querían era hablar a solas de sus cosas. Cada uno tumbado en su cama, intercambiaban sus pensamientos más íntimos.

-Hermano, dime una cosa… ¿Cómo es eso de estar enamorado?

-Oh, es genial. Siempre que ves a la persona que te hace tilín, te recorre un cosquilleo agradable. Pero, para mí, uno de los momentos más increíbles de mi vida fue el momento en que yo, como en otras muchas ocasiones, estaba mirando a Maggie mientras ella miraba por la ventana, cuando se giró y me mantuvo la mirada. Fue genial, cuando el profe nos descubrió, tuvimos que mirar al frente, pero quise que se repitiera.

-Oh, qué tierno…

-Cállate.

A la mañana siguiente, Bob abrió los ojos. Bostezó. Aquella noche había sido muy excitante. Se giró y miró a Francesca, que acababa de despertar, igual que él.

-Esta noche has estado increíble.

-Lo mismo digo. Y pensar que aún nos queda una semana…

-¿Un achuchón matutino antes de desayunar?

-Dalo por hecho.

Los cuatro habían salido temprano de casa para visitar la Torre Inclinada de Pisa.

-¡Yujú! ¡Torre inclinada de Pizzas, allá vamos!

-Gino, es la Torre Inclinada de Pisa, no de pizzas.

-Oh. Yo creí que estaría hecha de pizzas.

Silvia puso los ojos en blanco.

-¿Falta mucho?

-No, la tenemos casi ahí delante. -Neil señaló una pequeña parte de la torre que sobresalía por el horizonte.

Mientras Bob había salido a por los ingredientes de la cena que iban a tener al día siguiente, Francesca hacía las camas, que habían quedado hechas un batiburrillo de sábanas y almohadas. Llevaba 5 minutos con esta tarea, cuando, de pronto, llamaron a la puerta.

-Está abierta.-Se figuraba que sería alguien del concurso que, ya que era el primer día, le venía a advertir sobre cómo debía tratar el apartamento. Pero era alguien muy diferente.

-¿Hola?- Al ver que no contestaban, se acercó a la puerta. Lo que vio la dejó helada.

-Hola, Fran.