NdA: Pues comenzamos con la quinta parte, que tendrá 55 capítulos ^^ Como siempre, publicaré los domingos por la mañana aunque es posible que a partir de Navidad pase a dos capis a la semana.
¡Y comentar es amar! ^^
Harry, Draco, el potterverso y demás pertenecen a J.K. Rowling. Tb tomo prestado algo de otro escritor, pero eso lo aclararé cuando llegue el momento, que no quiero dar pistas, jeje. Y no recibo recompensa económica alguna por este fic, una pena T_T
Capítulo 1 El cumpleaños de Albus
-¿Estás seguro?
Scorpius Malfoy miró a su padre, al que ya casi igualaba en altura a sus quince años. Se moría de ganas de pasar un par de días con Albus en su casa y no pensaba permitir que nadie le alejara de ese plan, pero no podía evitar sentir una pizca de aprensión. Los Weasley le habían tenido entre ojo y ojo muchas veces simplemente por ser un Malfoy y James, el hermano de Albus, había estado a punto de matarlo. No eran buenos antecedentes. Pero quería pensar que todo iba a ir bien. Las cosas habían cambiado mucho desde entonces.
Además, sabría defenderse, si alguno de los primos de Albus se metía con él.
-Sí, no pasa nada, papá –dijo, tratando de sonar lo más convincente posible.
-Está bien… -Le puso la mano en el hombro-. Pásatelo bien. Y dale recuerdos a Albus de nuestra parte.
-De acuerdo. Adiós, Cass. Adiós, abuela.
Entonces, Scorpius cruzó por la chimenea hasta casa de Albus y apareció en una salita. Albus ya estaba allí, muy sonriente, y le acompañaban su madre y sus hermanos. Scorpius sintió el habitual atisbo de incomodidad al ver a James, pero trató de controlarlo. James no era ninguna amenaza, lo había demostrado el curso anterior. Y no podía dejar que algo así le estropeara esos pocos y preciosos días con Albus.
-Bienvenido a nuestra casa, Scorpius –dijo la madre de Albus, con expresión amable.
-Gracias.
-Ven –dijo Albus, dándole una palmadita en la espalda-. Te enseñaré tu habitación.
Scorpius subió con él las escaleras y entró en una pequeña habitación con una cama, un armario de patas arqueadas y una mesita de noche. Por la ventana se veía un frondoso árbol. Scorpius dejó su bolsa con sus cosas encima de la cama y antes de darse cuenta, Albus se echó sobre él y le dio un beso animoso y feliz. En realidad no hacía ni cuarenta y ocho horas desde la última vez que se habían visto, pero cuando se trataba de estar separados, cualquier período de tiempo parecía excesivo. Scorpius hundió los dedos en el tupido cabello de Albus y le devolvió el beso con el mismo entusiasmo, frotándose ligeramente contra él.
-Feliz cumpleaños –murmuró.
Albus sonrió.
-Me alegra tanto que hayas venido…
-Te lo prometí, ¿no?
Albus asintió y le dio la mano.
-Sí.
Los dos se levantaron y echaron a andar hacia la puerta.
-¿Qué tal tu cumple hasta ahora?
-De momento no me han dado ningún regalo, me los darán todos en la fiesta.-Señaló una puerta del pasillo-. Ese es el cuarto de baño. Hay otro en el piso de abajo.
-¿A qué hora van a venir los demás?
-A las cinco. El jardín ya está listo, ven a verlo.
Entonces bajaron las escaleras y salieron de la casa.
-¿Va a venir tu padre?
Albus volvió a asentir, obviamente satisfecho.
-Sí. Ahora se llevan bien.
-Mejor –dijo Scorpius. La armonía de la familia Potter-Weasley no le importaba mucho en sí misma, pero a Albus sí, obviamente, y eso era suficiente para que él se tomara un interés especial en ella.
Al girar a la derecha, Scorpius vio las largas mesas y los bancos, que recordaban un poco a Hogwarts. También habían colgado farolillos de colores de los árboles. No era muy impresionante como ejercicio de decoración, pero el jardín era bonito y eso ayudaba. Lo que más le gustó fue la casa en el árbol, de la que Albus le había hablado a menudo. Cassandra y él nunca habían tenido algo así en ninguna de las casas en las que habían vivido.
-Está bien –dijo, poniéndole su mejor cara.
-¡Albus!, ¿dónde estás? –dijo una voz femenina.
-¡Estoy aquí, abuela!
Scorpius vio aparecer a una señora pelirroja, algo mayor que sus propias abuelas, vestida con una túnica de color tostado y rojo. La señora Weasley –no podía ser otra- abrió los brazos y Albus se dejó dar un buen achuchón.
-¿Cómo estás, tesoro? Quince años ya, cómo pasa el tiempo.-Entonces dejó ir a Albus y se giró hacia él-. Y tú sólo puedes ser Scorpius Malfoy.
Scorpius le tendió la mano.
-Encantado de conocerla, señora Weasley.
Pero ella le dio un breve abrazo y le plantó un beso en la mejilla.
-Es un placer, cariño. Albus no para de hablar de ti.-Scorpius sonrió, aunque estaba un poco descolocado con aquellas muestras de afecto provenientes de una señora que acababa de conocer. Pero entonces la mirada de la abuela de Albus se tiñó de tristeza y compasión-. Quiero que sepas que lamento muchísimo lo que le sucedió a tu madre. Es terrible que un niño tenga que pasar por algo así.
Su intención podía ser buena, pero Scorpius se sintió casi como si le hubieran dado un golpe en el estómago. Siempre le pasaba, cuando se la mencionaban o le asaltaba repentinamente algún recuerdo sobre ella y la crudeza de su ausencia se hacía más intensa.
-Gracias –consiguió decir.
-A veces la vida es muy injusta. Pero en fin… Mejor no pensar en cosas tristes… Ellos no querrían vernos así. –Asintió levemente, como para sí misma-. Será mejor que yo me vaya a la cocina, que aún quedan muchas cosas que hacer. Scorpius, te gusta el cordero, ¿verdad?
-Sí.
-Perfecto. Hasta ahora, chicos.
La señora Weasley se marchó por donde había venido, dejando a Scorpius un poco triste y un poco desconcertado. Entonces Albus le dio un abrazo y un beso rápido en los labios y Scorpius hizo un esfuerzo por alejar esa tristeza de su corazón.
-¿Va a cocinar ella? –preguntó con curiosidad.
-Sí, siempre se encarga de estas cosas. Aunque mi madre le ayudará. Y mi tío Charlie también traerá algo, él también cocina bien.
-¿Podemos echarle un vistazo?
-Bueno –dijo, con desinterés.
Pero Scorpius estaba intrigado porque nunca había visto a una persona cocinando: lo más parecido había sido ver a la madre de Nomiki, su amigo muggle de Grecia, preparando el té, algo que hasta él habría sido capaz de hacer. ¿Cómo se las apañarían las personas para cocinar? Sabía que lo hacían, y que algunos lo hacían tan bien como los elfos domésticos, pero ¿no sería como hacer preparar tres pociones a la vez? Quería verlo.
Así que fueron a la cocina. Allí la señora Weasley estaba batiendo unos huevos y la madre de Albus preparaba unos canapés. Parecían apañárselas tan bien como los elfos domésticos.
-¿Qué pasa, chicos? –preguntó la señora Potter, sin apartar la vista de los canapés.
-Nada –contestó Albus-. Abuela, ¿de qué has hecho el pastel?
-De chocolate, coco y crema.
Scorpius había oído a Albus mencionar en alguna ocasión dicho pastel y no le sorprendió ver que sonreía con aprobación.
-Genial, me encanta.
-Sí, lo sé –contestó su abuela-. Hay que celebrarlo como toca, que además te has sacado muy buenas notas. ¿Qué tal las tuyas, Scorpius?
-Muy buenas también –contestó él-. Fui primero en Transformaciones
-Ah, muy bien. ¿Ya sabes a qué quieres dedicarte cuando seas mayor?
-No, aún no lo he decidido. –A veces pensaba en hacerse auror, si la guerra continuaba. Pero lo que le espoleaba era la venganza, en realidad no le atraía la idea de ponerse en peligro una y otra vez como medio de vida. Aparte de eso, no tenía muy claro qué camino seguir cuando fuera mayor.
-Bueno, aún tenéis tiempo para decidirlo… Albus tampoco se lo ha pensado aún, ¿verdad?
-Pues… sí que he estado pensado algo últimamente.
-¡Vaya! –exclamó su madre, mirándolo con atención y sorpresa. Scorpius también sentía curiosidad, porque nunca le había dicho nada al respecto-. ¿Y qué quieres ser?
-Creo que quiero ser un experto en maldiciones, en defensa y eso. Como tío Bill o el profesor Zabini. Cuando pusieron a Amal bajo la Improntis, fue Zabini quien supo cómo ayudarlo.
Su madre lo miró con amor y orgullo y Scorpius sintió una dolorosa punzada de envidia, aunque él mismo se sentía lleno de amor por Albus también.
-Seguro que lo haces muy bien.
Los siguientes en llegar, un rato más tarde, fueron Rose y Hugo con sus padres. Scorpius los saludó, consciente de que Ron Weasley regentaba una tienda en la que él y su familia habían tenido la entrada vetada durante mucho tiempo. El tío de Albus lo miraba como si no supiera muy bien cómo comportarse con él, pero fue educado. Y su mujer lo saludó con mucha amabilidad, y le dijo que se alegraba mucho de conocerlo.
Todos los tíos y primos de Albus fueron llegando poco a poco. Si no hubiera sido porque había estudiado la genealogía de los Weasley junto con la de todas las otras familias sangrepuras, Scorpius habría sido incapaz de recordar quién era el padre de quién. De los primos, al único que no conocía al menos de vista era Louis Weasley, el hermano de Victoire y Dominique. Era un niño guapo, de pelo rojizo, que iba a empezar su primer año en Hogwarts después del verano. Scorpius había tenido muchos roces con las dos chicas y sabía que las cicatrices de Bill Weasley eran indirectamente cosa de su propio padre, así que estaba de nuevo a la defensiva. Sin embargo, aquella rama de los Weasley se limitó a saludarlo sin demasiado calor y a dejarle tranquilo, algo con lo que Scorpius estaba perfectamente contento.
El padre de Albus llegó sobre las cuatro, e iba con una familia que a Scorpius no le sonaban de nada. El hombre era muy grande, tanto como tío Greg, la mujer bastante delgada, y luego había un chico corpulento de unos doce o trece años y una niña rubia más pequeña.
-Él es el primo de mi padre, tío Dudley –le explicó Albus-. ¿Te acuerdas que te conté que los Parásitos le habían atacado?
Scorpius recordaba la historia y lo miró con interés, intentando distinguir sus dedos mutilados. Pero estaba aún más contento de ver al señor Potter, el único adulto de aquella casa al que ya conocía un poco, el único amigo de su propio padre que había allí. El padre de Albus iba vestido al estilo muggle y parecía muy relajado, muy feliz, no como cuando estaba trabajando o de visita en Malfoy manor. Todos habían sido más o menos amables con él, pero el señor Potter lo saludó con verdadero cariño. Scorpius se dio cuenta de que, pese al divorcio, parecía bastante encariñado con la mayoría de los Weasley y ellos de él, así que entendía menos que nunca por qué se había decidido a dar ese paso tan drástico en vez de separarse como una persona normal.
Los Weasley por sí solos eran suficientes para dar una fiesta. Algunos estaban atrincherados en la cocina, otros en el salón y otros por el jardín, y el jaleo ya era considerable. Pero Albus había invitado también a sus amigos de Hogwarts y estos empezaron a venir sobre las cinco. Entre ellos se hallaba un Amal un poco más apocado de lo normal. El curso anterior había sido víctima de un hechizo que le había impulsado a querer matar a Seren, a Mei y a él, y Scorpius imaginaba que debía de ser duro dar la cara después de eso aunque hubiera sido contra su voluntad. Pero los Weasley se encargaron rápidamente de hacerle ver que no se lo tenían en cuenta y Amal recuperó pronto todo su aplomo, aunque seguía preocupado por lo que había pasado. Mientras hablaban Scorpius se enteró de que Amal había intentado convencer a sus padres para que se marcharan de Inglaterra.
-Nos puede volver a pasar. ¿Cómo vamos a impedirlo, eh? Pero si se fueran a Irán, yo podría quedarme en el Caldero Chorreante. ¡Si hasta tendría allí a Longbottom!
-¿Y qué te dijeron? –le preguntó Albus.
-Que no dijera tonterías, que no iban a marcharse y a dejarme aquí solo en medio de una guerra –contestó Amal, con cara de pensar que era absurdo-. Pero, ¿qué pueden hacer ellos? ¿Cómo van a defenderse de los Parásitos?
Scorpius podía entender su zozobra porque él se habría sentido igual en esa situación. Era duro quedarse solo en Inglaterra, pero aquella podía ser la única manera de proteger a sus padres y Amal también estaría más seguro en el Caldero que en una casa muggle.
-¿Por qué no hablas con Neville? –sugirió Albus, con expresión preocupada-. A lo mejor él puede convencerlos. No sé, mi tía Hermione hizo algo parecido con sus padres cuando la guerra de Voldemort. Los mandó a Australia, me parece.
Longbottom, profesor de Herbología y Jefe de Gryffindor, estaba también en el cumpleaños. Había ido con su mujer y con su hija. Aunque Longbottom había cambiado radicalmente su actitud hacia los Slytherin, Scorpius aún le tenía algo de manía y habría preferido que no estuviera allí. Pero Albus tenía razón, podía ser la persona indicada para convencer a los padres de Amal.
Amal dudaba.
-¿Tú crees?
Albus asintió.
-No pierdes nada por intentarlo –dijo Seren.
Amal miró a Albus.
-¿Me acompañas?
Albus volvió a asentir y los dos se fueron a hablar con Longbottom. Scorpius se quedó con los demás, dando cuenta de los pastelillos y canapés de la abuela de Albus, quien ciertamente cocinaba tan bien como cualquier elfo doméstico. Desde ahí podía ver bien a Albus y a Amal; Longbottom les escuchaba con expresión seria. En otro lado del jardín estaban Lily, Roxanne, Hugo y los Scamander, charlando y riendo. James andaba con sus primos Michael y Fred, y por su parte, David Dursley y Louis Weasley habían hecho buenas migas. Scorpius no se había parado a calcularlo, pero debían de ser alrededor de cincuenta invitados, lo cual no estaba nada mal para una fiesta de ese tipo.
-Sois un montón –le dijo a Rose, un poco impresionado.
-El clan Weasley al completo –dijo ella, con humor-. Aunque este año falta tía Muriel, por suerte.
Scorpius había oído hablar de ella y, además, también era pariente suyo, aunque muy lejana.
-¿Esa que siempre anda insultando a todo el mundo?
-La misma. Nos tocaba invitarla, pero gracias a Dios estaba con jaqueca y se ha quedado en su casa.
-Oh, cuánto amor familiar –exclamó Paltry, burlón.
Rose meneó la cabeza.
-Tú no la conoces. Es satánica.
Albus y Amal regresaron de su charla con Longbottom. El profesor de Herbología había prometido que hablaría con los padres de Amal y había dicho que no tenía inconveniente en echarle un vistazo si se alojaba en el Caldero.
-Vivir en allí tiene que ser genial –dijo Milena Thomas.
-No sé –replicó Paltry-, con Longbottom vigilándote todo el rato…
-Para ti sería una pesadilla porque tendrías que estudiar –se burló Stimpson, otro Gryffindor.
Después de servir el pastel, que estaba tan bueno como Albus aseguraba, éste empezó a abrir los regalos. Tenía libros, ropa, tarjetas nuevas para su Trivial Mágico, artículos de broma de la tienda de sus tíos, el último disco de los Unicornios Borrachos… Scorpius le había comprado una pulsera de plata como la que Albus le había regalado tiempo atrás, y además tenía otro regalo de parte del resto de la familia Malfoy, unas botas altas de piel de dragón. Albus se puso la pulsera con expresión complacida, un poco sonrojado, seguramente porque la mitad de los invitados, especialmente entre el sector femenino, les estaban mirando como si fueran una postal de cachorritos de kneazles. Scorpius resolvió dar esos regalos en privado la próxima vez.
Algunos invitados, como Seren, Mei, Amal y Urien, se marcharon antes de cenar; otros, como Milena Thomas y los Scamander, se quedaron allí con sus padres y con la familia de Albus. Teddy, que se había perdido la primera parte de la fiesta, llegó entonces con tía Andromeda. Scorpius se alegró al ver caras realmente familiares.
-¿Te lo estás pasando bien? –le preguntó su tía.
-Genial.
Teddy lo miró inquisitivamente, pensando sin duda en James, pero Scorpius lo estaba llevando bien. La gente que más se había metido con él en Hogwarts se estaba manteniendo alejada y con eso era suficiente para poder disfrutar de la fiesta y de la compañía de Albus.
Harry observó disimuladamente a Albus y a Scorpius una vez más. Era imposible verlos acaramelados y no pensar en Draco y en él, lo cual le causaba cierta agitación difícil de describir. Apenas había tenido tiempo de lidiar con la revelación de que estaba enamorado de Draco, ni siquiera terminaba de asimilarlo. Y su corazón no había podido escoger peor, considerando que Draco parecía muy dispuesto a pasarse el resto de su vida llorando a Astoria y desahogándose sexualmente con desconocidos que le importaban tres pimientos.
-¿Pasa algo, Harry? –le preguntó Hermione.
-No, no –contestó, tratando de olvidarse de aquel asunto.
-Les estabas mirando de una manera rara –dijo, haciendo un gesto en dirección a Albus y Scorpius.
-No, qué va… Es sólo… Bueno, me resulta extraño ver a alguien que parece un clon de Draco besando a alguien que parece un clon mío –explicó, suponiendo que al menos podía contar eso.
Hermione dio un ligero resoplido de risa.
-Extraño, sí. Ya puedes decirlo. Pero el chico me cae bien, por lo poco que le conozco. Y hay que reconocer que está loquito por mi ahijado, lo cual demuestra muy buen gusto.
Harry sonrió.
-Un gusto impecable.
Ron se acercó a ellos y le tendió una jarra de cerveza de mantequilla a Hermione.
-¿Quién tiene un gusto impecable?
-Scorpius, por estar tan enamorado de Albus –contestó Hermione, sonriente.
-Sí, vaya par… Pero en serio, todo esto de que nuestros hijos tengan novios me hace sentir viejo. Es un milagro que Rose haya dejado de hablar con ese pazguato de Harrison el tiempo suficiente como para venir a la fiesta de Albus. –Miró a Hermione-. Nosotros no éramos tan empalagosos.
Ella se encogió de hombros.
-Fueron otras circunstancias.
Los primeros meses de relación entre ellos dos habían estado marcados por la posguerra y la muerte de Fred. Pero Harry no quería que se pusieran a pensar en eso e intervino con voz burlona.
-Bueno, Ro-Ro, en tu caso no sé qué decirte.
Hermione soltó una risita mientras Ron sonreía.
-Ah, la buena de Lavender… Estaba loquita por mí.
Ella meneó la cabeza.
-Lo que tengo que soportar...-Entonces se giró hacia Harry-. Tu primo y Percy han hecho buenas migas.
Harry miró a Dudley quien, efectivamente, estaba hablando con Percy desde hacía un buen rato. Karen estaba acompañada por Arthur y Molly; seguramente hablaba de muggles con el primero y de recetas de cocina con la segunda. Mientras, David jugaba con Louis y Brooklyn, con Andrea, la hija de Neville. Seguramente los cuatro Dursley agradecían el cambio de aires, ver caras nuevas. No estaban en una situación fácil, escondiéndose de los Parásitos y sin poder vivir su vida con normalidad.
-¿Cómo lleva lo de ser mago? –preguntó Ron.
-Creo que intenta olvidarlo. Es lo mejor, ¿no? Total, no puede hacer magia.
Hermione frunció el ceño.
-Yo les he dicho a mis padres que se queden en España de momento. La verdad es que todos los muggles relacionados con nuestro mundo corren tanto peligro como nosotros. O más. No me extraña que Amal quiera que sus padres se marchen del país.
Neville les había contado la conversación que había tenido con Amal y había reclutado a Hermione para que le ayudara a convencer a los padres del muchacho para que abandonaran el país. Harry odiaba admitirlo, pero era la opción más segura para los muggles que tenían parientes mágicos. Lamentablemente, no sólo se trataba de una decisión muy difícil de tomar, sino que en muchos casos era impracticable, como le sucedía a los muggles con niños pequeños magos. ¿Quién cuidaría de sus hijos? Aunque hubiera gente dispuesta a cuidar de ellos, ¿cómo iban a dejarlos con familias desconocidas en medio de una guerra?
-Diles que Amal puede estar en Grimmauld Place cuando Albus esté conmigo –dijo Harry, pensando que no habría mucha diferencia entre tres críos o cuatro. De hecho, a menudo se había sentido con cuatro hijos, gracias a Teddy. Y en aquella casa había habitaciones de sobra-. Y quizás Ginny también se anime. Amal es un buen chico, seguro que no da problemas.
-Se lo diré –asintió Hermione.
Era casi medianoche cuando la celebración terminó. Scorpius se sentía cansado, feliz y a punto de reventar. La casa parecía ahora tremendamente vacía sólo con cinco personas, parecía aún reverberar con el escándalo de la fiesta. Y él tenía la cabeza llena de cabelleras pelirrojas y nombres. Los Weasley… No podía creer que hubiera asistido a una celebración con la familia al completo y se hubiera divertido. Si se lo hubieran dicho dos años atrás se había echado a reír.
Después de pasar por el cuarto de baño, Scorpius fue a su dormitorio, se puso el pijama y se metió en la cama, un poco más blanda de lo que su espalda estaba habituada a encontrar. Con las luces apagadas, las siluetas desconocidas de la habitación le recordaban que estaba en una casa extraña. Pero después de tantas mudanzas estaba acostumbrado a dormir en sitios nuevos. Y aquella era la casa de Albus… Mañana pasarían todo el día juntos.
Un ruido de pasos atrajo su atención. Después la puerta se abrió lentamente. A Scorpius le dio un salto el corazón en el pecho pensando que era James, pero enseguida se dio cuenta de que se trataba de Albus.
-Scorp… -dijo , muy bajito-, ¿estás dormido?
-No –contestó Scorpius, en el mismo tono. Su corazón seguía acelerado, pero ahora era por causas muy distintas. Albus entró en la habitación y se metió en la cama con él. Scorpius notó como su miembro empezaba a hincharse bajo la fina tela del pijama.
-Sólo quería darte las buenas noches –susurró Albus, con aliento a pasta de dientes.
Merlín, estar con Albus así… Era mil veces mejor que tirados en el suelo y eso que ni siquiera se habían quitado la ropa. Pero la cama parecía intensificarlo todo aún más. Scorpius sentía unos deseos locos de apretarse aún más contra Albus y sí, desnudarlo y besarlo por todo el cuerpo. Sin embargo, había otra parte de él que sentía cierto reparo. Todavía, porque parecía fácilmente sobornable. Pero toda la familia de Albus estaba allí y a Scorpius le excitaba muy poco pensar que pudieran oírle.
Albus le besó y Scorpius olvidó momentáneamente sus dudas. No, aquello era mejor. La lengua de Albus, mentolada, lamía la suya con movimientos lánguidos y profundos. Las piernas de ambos se entrecruzaron y sus erecciones quedaron frente a frente. Scorpius gimió contra los labios de Albus y ese sonido hizo renacer su pudor ante la idea de ser escuchado por James o Lily o peor aún, la señora Potter.
-Espera, espera… Al, pueden oírnos.
-No, qué va –dijo, entre pequeños besos en dirección a su cuello-. Las paredes son gruesas.
-Pero tu madre…
Albus se detuvo un momento y lo miró con humor.
-No hables de mi madre cuando estemos así. Y además, a ella no le importa. Ayer le pregunté si podíamos ponerte una cama en mi dormitorio y ella me dijo: "Scorpius dormirá en la habitación de invitados, y si queréis hacer algo os escabullís por los pasillos como todo el mundo".
Scorpius sintió aumentar su aprecio hacia la señora Potter.
-Comprendido –dijo, antes de lanzarse de nuevo a por los labios de Albus.
Albus le devolvió el beso mientras se bajaba un poco los pantalones, lo justo para dejar libre su erección. Oh, aquello era nuevo… Y una idea excelente. Scorpius hizo lo mismo a toda velocidad y jadeó, casi sobresaltado, cuando sus pollas se tocaron, ardientes y suaves a la vez. Albus cerró los puños alrededor de la tela de su camisa del pijama y gimió también. Entonces Scorpius, envalentonado, le metió la mano por debajo del pantalón y le dio un apretón a una de sus nalgas. Oh, Merlín… Albus gimió de nuevo y él estaba ya a punto de correrse sólo con eso. La piel cálida de Albus, los estremecimientos que le recorrían el cuerpo, todo era demasiado bueno, demasiado intenso. Volvió a apretarle el culo mientras se besaban y entonces notó una mano apretando el suyo. La sensación, nueva y excitante, le catapultó hacia el orgasmo y después de un par de restregones más contra Albus se corrió lo más silenciosamente que pudo. Albus le siguió un momento después, pegado a él. Abrazados, sudorosos, jadeantes.
-Este ha sido el mejor cumpleaños de mi vida –murmuró Albus, moviéndose para ponerse bien el pantalón del pijama, para ponérselo bien a él también.
Scorpius le acarició el pelo, la mejilla, casi con ansia. Le habría gustado que hubiera luz y poder ver bien los ojos verdes y dilatados de Albus, el rubor de su mejilla.
-Me alegro de haber venido.
Albus le dio otro beso.
-Y yo. Merlín… no puedo moverme.
-Pues no te muevas –dijo Scorpius, medio broma, medio en serio, abrazándole un poco más fuerte.
Pero tenía que irse, claro. Una escapada nocturna, como la madre de Albus había dicho, era de esperar, pero pasar la noche juntos era posiblemente llevar las cosas demasiado lejos. Y Scorpius quería que los Potter y los Weasley tuvieran una buena opinión de él.
Había una caja con pañuelos de papel en el cajón de la mesilla de noche. Albus y él se limpiaron como pudieron, protestando con cuchicheos por la injusta ley que les prohibía usar la magia en vacaciones. Después Albus le dio un último beso y se escabulló tan silenciosamente como había llegado. Scorpius sonrió, feliz, notando todavía el sabor de Albus en su boca, y se dispuso a dormir.
Continuará