Sonrío y me aferro al ridículo ramillete de dama de honor que completa mi look. Jane está preciosa y, aunque desde mi puesto en la primera fila sólo puedo verle la espalda, estoy segura de que está absolutamente emocionada. Charles y ella se cogen de la mano y se vuelven el uno al otro constantemente, lo que me invade de felicidad y ternura.
Está siendo una ceremonia realmente preciosa y por un minuto casi me olvido de que Will Darcy está en el banco de al lado, a tan solo un par de metros de donde me encuentro yo. Ya se encarga Charlotte de recordármelo. No para de darme codazos imperceptibles y dirigir la vista hacia él para que le mire, pero me muestro inflexible. El orgullo se ha apoderado de mí, no quiero que me encuentre mirándole como un perrito abandonado en la carretera. Con el par de miradas furtivas que le he echado me ha bastado para ver que está guapísimo y muy elegante con ese chaqué... y que no ha venido sólo. Hay una señorita rubia guapísima, altísima y delgadísima a su lado que me ha desconcertado aún más de lo que estaba cuando llegué.
He pasado los últimos cinco días preguntándome cuándo me devolvería la llamada. Al principio pensé que había llamado demasiado tarde. Conociéndole estaría ya en la cama, pero supuse que me contestaría al día siguiente. Y aquí sigo, esperando y sintiéndome más estúpida a cada minuto que pasa. Rememorar todo esto renueva mi indignación y vuelvo a fijar la vista al frente con resolución. Menos mal que yo tampoco estoy nada mal hoy, aunque no sea lo mismo que lo diga una misma. Llevo un vestido precioso que me queda como un guante y un moño bajo que podría haberme costado más de 200 dólares en cualquier peluquería del centro.
En ese momento, el sacerdote interrumpe mis pensamientos declarando marido y mujer a los novios. ¿Cuánto tiempo he estado pensando en tonterías...? Miro a Will de reojo antes de coger mi bolsito y acercarme a la mesa donde los testigos debemos acudir a firmar. El resto de los invitados se va movilizando lentamente hacia la puerta, esperando la salida de Jane y Charles para cubrirlos de confetti y arroz.
...
"Es que no lo entiendo, ¿por qué no te acercas a saludarle?" Charlotte decide hacerse la tonta deliberadamente por enésima vez.
"¡Charlotte Lucas, no me calientes!" le espeto.
"A eso voy, no debería ser yo la que se encargue de calentarte".
"Ni hablar. Debería venir él, ¿no crees? Yo ya le he llamado... Y además está la dichosa rubia esa que se ha traído".
"¿Esa? Tú estás muchísimo mejor, Lizzie. Sobre todo hoy. Apuesto a que se le ha caído la bragueta al verte" pone su mano sobre mi hombro en señal de apoyo incondicional.
"Charlotte, estás fatal" sonrío. "Vamos a saludar a los novios, anda"
Jane y Charles acaban de reincorporarse al cocktail, después de una breve sesión con el fotógrafo para inmortalizar el día. Están de pie uno junto al otro, prodigando sonrisas y felicidad a todo aquel que se acerca a saludarles y a desearles lo mejor. Se les ve tan felices y tan a gusto que parecen la reencarnación de los muñequitos de la tarta de bodas. A Jane se le ilumina la cara al vernos.
"¡Chicaaas, ya está hecho!" levanta la mano para que veamos bien su reluciente alianza de boda. "¡Soy la Señorona Bingley!"
"¡Y yo el Señorón Bennet!" dice Charles, entusiasmado también con su nuevo anillo.
"Dios mío, chicos. ¡Sois adorables!" les abrazo a los dos a la vez para evitar una lagrimita de emoción.
"Si. Dais un poco de asco, ¿lo sabéis?" apostilla Charlotte con una sonrisa burlona.
En ese momento se acercan también Will y su guapa acompañante. Charlotte y yo nos quedamos ahí, fingiendo una charla animadísima para contemplar de cerca a la novia que Will se parece haber sacado en tiempo récord. Es guapísima, aunque algo tímida. Parece también bastante más joven que Will. Charles le da un sonoro abrazo a su mejor amigo y saluda efusivamente a la chica anónima, que no parece ser anónima para él. ¿Es que ya se la había presentado?
Me alejo disimuladamente a la barra a por una copa de vino, que está a unos pocos metros. Mientras espero a que me la sirvan, noto que alguien me da un toquecito en el hombro. Me doy la vuelta y encuentro ante mi a un guapísimo Will Darcy.
"Hola Will" saludo cordialmente. "¿Qué tal todo?"
"Hola Lizzie" sonríe levemente y se acerca a darme dos besos. El contacto con su piel provoca una extraña reacción en mí. "Qué bonito todo, ¿verdad?"
"Sí, muy bonito" tomo la copa de vino que acaban de servirme y sigo mirándole, esperando a que sea él quien hable. Sin embargo, parece que no tiene más que añadir, y después de un silencio lo suficientemente largo hago ademán de irme. Will me agarra suavemente el codo.
"¿Qué tal todo? ¿Mucho trabajo últimamente?" pregunta. La mención al trabajo me hace recordar el asunto del manuscrito, y decido aprovechar la oportunidad para disculparme.
"Mucho, sí" pausa. "Will, quería disculparme contigo por lo de..."
"No hace falta, Lizzie" responde antes de que termine. "No te preocupes. Tu no tienes la culpa de nada, es George quien va por ahí diciendo que ha escrito algo que no le pertenece. Tu... sólo procurabas hacerle un favor" aparta lentamente su mano de mi brazo.
"Si al menos te hubiese preguntado cuando me dijo que..." enmudezco de vergüenza. ¿Cómo pude ser tan ingenua? "Lo siento mucho, de verdad".
"Yo siento muchísimo haberme portado como me porté la última vez que nos vimos. No debería haberme puesto así, y menos dejarte sola por ahí"
"Bueno, ya ves... Volví a casa sana y salva" le sonrío conciliadoramente. Después de otra pausa, añado. "Sabes, te llamé hace unos días para disculparme..."
"Lo sé, lo he visto esta misma mañana". Enarco las cejas con incredulidad. ¿Quién tarda una semana en mirar el móvil en pleno siglo XXI? "He estado de viaje por Europa y solo me he llevado el teléfono de trabajo. De hecho he intentado llamarte cuando lo he visto, pero debías estar ya arreglándote"
"¿En serio?" me río un poco, como si fuese tonta, y saco el teléfono del bolsito de mano. Efectivamente, tengo un par de llamadas perdidas. "¡Vaya, lo siento! Lo tengo silenciado y con todo el lío de que se casa mi hermana... pues no he estado muy atenta, la verdad".
Una oleada de alivio me recorre de pies a cabeza. Al menos ya sé por qué no me había llamado. Will parece ser consciente de lo que estoy pensando, porque se ha quedado mirándome con esa media sonrisita suya.
Justo en ese momento noto cómo vibra el móvil en mi mano. Es Carol. Hago una señal a Will y aprieto el botón de aceptar llamada.
"Hola, ¿Carol?" pregunto con recelo. Es muy raro recibir llamadas imprevistas un sábado.
"Lizzie" su voz llega desde el otro lado del cable y no suena nada agradable. "¿Puedes explicarme por qué me has entregado un manuscrito que claramente no ha escrito George Wickham y lo has hecho pasar por suyo?"
Will se acerca y coge la mano de la que se me acaba de escapar el bolso.
"Carol, yo... yo no lo sabía entonces..." balbuceo torpemente; estoy tan confundida que todo rastro de la resolución con la que suelo defenderme de Carol me abandona. "No sé..." sin embargo, ella me interrumpe.
"O sea, que lo sabías, ¿eh?" sisea. "Es increíble, Lizzie. Me has decepcionado enormemente. Será mejor que vengas el lunes a por tus cosas y te marches, estás despedida" y cuelga sin decir nada más.
Oigo al otro lado la señal de fin de llamada, pero soy incapaz de moverme. El horror que me invade debe ser visible a kilómetros de distancia, pues mis amigos se han arremolinado a mi alrededor con preocupación. Noto que las lágrimas comienzan a agolparse, empañándome la vista y deslizándose por mi cara en un llanto silencioso.
"Dios mío, Lizzie. ¿Qué ha pasado?" Charlotte me agarra de los hombros, consternada. "¿Quién era?"
"Era Carol..." consigo decir entre sollozos ahogados. "Me acaba de despedir".
Todos me miran sorprendidos, sin saber qué decir.
"Pero, ¿por qué? ¿qué te ha dicho?" pregunta Will, con su mano aún agarrando la mía con fuerza.
"Parece ser que ha descubierto que el manuscrito de George Wickham es un plagio".
La amiga de Will suelta un grito ahogado, y veo que Charles le rodea los hombros con un brazo para reconfortarla. Me quedo mirando unos segundos, sin comprender. Después, en cuanto soy consciente de que empiezo a dar la nota fuera de nuestro pequeño círculo, salgo corriendo en dirección a los lavabos. No quiero montar un espectáculo cuando los demás están aún tan sobrios.