Kate acababa de despertarse, él no estaba a su lado, así que fue a buscarlo al salón donde lo encontró haciendo flexiones en el suelo. Se quedó unos segundos mirándole, sonriendo, hasta que él se percató de su presencia, dejó la actividad y fue hacia ella, que estaba apoyada en una de las columnas que había en el salón. Él la arrimo contra la columna y le besó. Kate le pasó la mano por la espalda empapada, luego se inclinó, para besarle el hombro derecho, mientras él le besaba el cuello. Aquella sensación hizo que Kate apretara los muslos. Él la agarró, atrayéndola hacia sí.
Sin dejar de tocarse y besarse, fueron torpemente hasta el dormitorio donde se dejaron caer en la cama. Continuando con esa torpeza, comenzaron a desvestirse el uno al otro. Luego, él le agarró por las caderas y comenzó a masajearle el culo de tal modo que Kate se animó a continuar. Él, mantenía la mirada fija en los pezones de ella, lo que hizo que se le endurecieran.
Él la cogió y se puso encima, al mismo tiempo que ella le abrazaba con las piernas. Kate se retorció impaciente mientras le mordisqueaba el lóbulo de una oreja y él le correspondió apretando contra ella, con lo que ella vio aumentadas sus esperanzas de verse satisfecha. Cuando por fin la penetró, Kate dejó escapar un gemido de placer. Se elevó hacia atrás mientras su compañero empujaba hasta el fondo. Eran dos cuerpos que actuaban con una sola mente, con un solo objetivo. Ella se restregó contra él en un movimiento ondulante para aumentar la fricción El rugido que él emitió, obtuvo un suspiro como respuesta. Ella se agarró a los glúteos de él. Estaba a punto de alcanzar el clímax.
De repente una melodía comenzó a sonar, era el móvil de Kate. Se le nubló la visión de modo que no pudo llegar al orgasmo. Maldijo a quien le estaría llamando en aquel momento.
-Mierda - Dijo él
El móvil no dejó de sonar, así que él se quitó de encima. Ella pudo alcanzar el móvil, que estaba en la mesilla y miró la pantalla, para comprobar quién le llamaba en ese preciso momento. Era Castle. Ella cerró los ojos, maldiciendo a Castle y maldiciéndose a ella misma. Maldiciéndose a ella misma porque un sentimiento de culpabilidad se había apoderado de ella al ver la foto de Castle en la pantalla de su móvil y había deseado estar con él en ese momento. Como no cogió la llamada, el escritor le envió un mensaje:
Creo que sé quién es el asesino. Llámame en cuanto leas esto.