¡Hola! Despues de casi dos años de no escribir absolutamente nada, he decidido volver, esta vez dejando de lado el fandom de HP para probar con The Hunger Games. Así que siendo esta mi primera historia en este fandom y teniendo tanto tiempo sin práctica creo que cualquier cosa puede pasar y desde ya pido disculpa por todos las locuras que salgan de mi mente, jajaja.

Es una historia que se ha estado cociendo en mi mente desde hace muchísimo tiempo, pero que no había tenido ni tiempo ni ganas de poner en palabras antes. Tal vez este ligeramente influenciada por la película Kick-Ass (la primera, una de mis favoritas ever) pero trato de darle mi propio estilo. Ahí veremos que sale.

Ya no creo que quede mucho más que aclarar, aparte de que es un AU moderno. Todo lo demás irá contándose solo a medida que avance la historia. También pido paciencia porque será una historia larga y aunque creo poder actualizar con suficiente rapidez, no soy la más veloz escribiendo.

Cualquier duda o crítica es recibida con los brazos abiertos.

¡Espero que les guste!


Casi héroes

"Well I took a walk around the world, to ease my troubled mind. I left my body lying somewhere, in the sands of time. But I watched the world float to the dark side of the moon. I feel there's nothing I can do"

"Kryptonite", Three Doors Down


Capitulo 1: Los superhéroes no existen

Nuestra historia comienza dentro de una casa común de los suburbios de Los Ángeles, sin nada distintivo o interesante que la hiciera resaltar de las otras tantas casas a su alrededor. Un destartalado buzón de correo frente a la entrada rezaba 'Mellark', aunque la pintura estaba tan desvaída que había que forzar la vista para entender lo que decía. Era, a todas luces, un lugar que ni siquiera el ojo de Dios contemplaba con mucho interés.

En la pequeña cocina de paredes amarillas y cortinas de flores, el único sonido que se escuchaba aquella mañana de principios de febrero era el del pequeño televisor que estaba encima de la mesada.

"Las autoridades han reportado dos muertos en una explosión frente al Banco Nacional. Se cree que fue provocada por una banda de crimen organizado. La policía se encuentra investigando el caso. Ayer se reportó también un tiroteo cerca de la oficina central de la policía de Los Ángeles en el que resultaron heridas cinco personas, incluidos dos policías. No se ha podido identificar ningún culpable pero no se descarta que también sea obra del crimen organizado. Parece que la guerra entre bandas está volviendo a la ciudad…"

Peeta escuchaba las noticias mitad atento, mitad perdido en sus propios pensamientos. Frente a él, su bol de cereal le sonreía con malicia. Había dejado el cereal demasiado tiempo dentro de la leche y ahora en vez de crujientes hojuelas de trigo trataba de comer una pasta pegajosa, lo que no podía ser una buena manera de comenzar una mañana.

El canal de las noticias estaba encendido como ya era costumbre. Y aunque lo que pasaban era cada día más grave, Peeta no se sorprendía en absoluto ante las comunes crónicas que exponían la violencia de la ciudad.

Su padre estaba sentado frente a él, leyendo el correo de la semana. Era obvio que habían llegado muchas facturas por la cara de angustia que ponía mientras leía. Desde que vivían los dos solos, Peeta se había dado cuenta que había comenzado a desarrollar un leve trastorno de ansiedad. Sus cabellos rubios estaban ligeramente más opacos, la cuticula de sus uñas estaba magullada de tanto roerla y una incipiente calva comenzaba a hacerse camino desde el nacimiento de su frente. Se veía mucho más viejo de lo que debería y a Peeta le molestaba que se descuidara tanto. Aunque él no fuera quien para juzgarlo.

—Me ha llegado otra carta del director. Quiere que me reúna con él el lunes —dijo su padre sacudiendo un papel con el membrete oficial de la escuela en su mano.

Peeta le dio una vuelta al cereal con su cuchara sin muchos ánimos.

—Ya se había tardado este trimestre —dijo, sin inmutarse.

No le sorprendía eso. Y a su padre tampoco. La cita con el director era algo que no podía faltar al principio de cada trimestre, año tras año. Peeta había estado pensando últimamente en abandonar la escuela, sus calificaciones solo seguían desmejorando día tras día. Sin embargo, no hallaba la manera de decírselo a su padre, que sabía que albergaba la esperanza de que mejorara.

Pero Peeta no iba a mejorar. Era un inútil, un fracasado. La escuela era un infierno personal para él, donde las clases eran inentendibles, las personas eran abusivas y el ambiente en general no hacía más que recordarle lo miserable que era su vida.

La madre de Peeta los había abandonado cuando él tenía once años y desde entonces no habían sabido más sobre ella.

Una noche había recogido sus cosas y se había ido sin más, como el viento invernal. Desde ese momento, la vida de Peeta había cambiado por completo. Ya no sentía ganas de hacer nada. En el fondo sentía que había fracasado como hijo, que no había logrado ser suficiente para su madre. Las noches de dolor se transformaron en días de tormento cuando en la escuela, todos comenzaron a reconocerlo como el mequetrefe sin madre. Al principio le había dolido escuchar los comentarios y miradas de burla, pero a medida que iba creciendo, el dolor se fue transformando en indiferencia y ahora podía soportar la mayoría de los insultos sin quebrarse.

Peeta suspiró cuando vio el reloj; ya debería estar yendo a la escuela. Se levantó de su asiento y tiró la mitad de su cereal en la basura. Tomó su mochila, se despidió de su padre y se fue a la escuela, seguro de que sería un día tan terrible como siempre.

La escuela de Peeta estaba a tan solo diez manzanas de su casa, por lo que prefería caminar hasta allí en vez de tomar el autobús lleno de estudiantes que no perdían oportunidad para acosarlo cuando lo veían. El edificio de la escuela era un complejo de dos pisos que ocupaba toda una cuadra, con jardines y canchas deportivas a su alrededor en donde revoloteaban los alumnos antes de entrar a clases. En la entrada se encontraban algunas porristas coqueteando con los deportistas, "los populares". Al ver a Peeta pasar comenzaron a silbar escandalosamente para llamar su atención.

—¡Eh, Mellark! —gritó Cato, un muchacho rubio y musculoso de ultimo año que podría ser considerado como el líder de aquel grupo—. Anoche estuve con tu mamá en el prostíbulo, me dijo que te mandara saludos.

Todos se rieron pero Peeta pasó de largo ignorándolos. La campana no tardó en sonar, haciendo que todos tuvieran que ir a sus clases, para el alivio de Peeta.

Aquel día no fue excepcional ni mucho menos. Para antes del último periodo Peeta había recibido un castigo por no haber entregado un ensayo de Inglés, una "D" en el examen de matemáticas y su respectiva sarta de insultos diaria en el almuerzo. Pero todo le daba igual para ese entonces, porque estaba a punto de entrar a la única clase en la que podía respirar por unos segundos y olvidarse de todos los problemas de su vida.

El salón de Artes era el más espacioso de todo el edificio. Dentro del salón había predispuestos varios caballetes, además de pinturas y pinceles desperdigados por todo el lugar. Todo olía a arte y libertad por donde fuese que se mirase. A Peeta le fascinaba. Dibujar era lo único con lo que podía sentirse realmente él mismo.

Solía sentarse en un rincón apartado del salón, donde podía evitar cualquier clase de burla o intromisión impertinente. Sacó uno de sus cuadernos de dibujo y algunos lápices y simplemente comenzó un nuevo dibujo cuya forma fue apareciendo a medida que Peeta trazaba líneas con dedicación.

A su alrededor los demás estudiantes llegaban al aula y se acomodaban en sus asientos, procurando mantener la distancia. Peeta siguió dibujando sin prestarles atención hasta que una sombra se acercó por detrás.

—Es un dibujo muy hermoso —comentó el profesor Clark viendo lo que estaba haciendo.

—No está terminado aun —Peeta se encogió de hombros.

—Entonces no puedo esperar a que esté listo.

Peeta asintió sin levantar la mirada. El profesor Clark era la única razón por la que aun no lo habían expulsado de la escuela. Parecía tener una extrema confianza en sus habilidades artísticas y sabía que gracias a él le concedían algunos créditos extra al final de cada curso.

—Peeta, quiero comentarte algo. Necesito que me mires un momento.

El profesor, acomodándose sus gafas de montura, había tomado asiento en el banco a su lado. Peeta alzó su lápiz y seguidamente la mirada, para ver al profesor Clark a los ojos con interrogación.

—¿Qué sucede, profesor?

—Estuve viendo que habrá una exposición de obras estudiantiles a finales de año y que cualquiera podía ir y exponer sus trabajos al público allí.

Peeta esperó que dijera algo más pero el profesor Clark parecía esperar que él comentara algo, así que lo hizo con cierta reticencia.

—¿Y pensó que me gustaría asistir? —inquirió.

—Pensé que te gustaría participar y exponer algunos de tus mejores dibujos.

—No, gracias —Peeta declinó la oferta con indiferencia, volviendo su atención al dibujo que estaba haciendo.

—Sería una lástima que te negaras —insistió el profesor Clark—, porque ya te inscribí.

Peeta levantó la mirada y vio al profesor con sorpresa y algo de molestia. ¿Por qué había hecho aquello? Como si supiese lo que estaba pensando, el profesor se adelantó y comenzó a explicarse.

—Pensé que te gustaría participar y mostrarles a todos lo que eres capaz de hacer. Mira estos dibujos, Peeta —dijo tomando el cuaderno de Peeta; comenzó a pasar las páginas. Edificios, personas, retratos, todos llenos de calidad y detalles—. Tienes mucho talento.

Peeta iba a refutar esa afirmación pero el profesor volvió a acallarlo.

—Quiero que lo pienses bien —le dijo—. Aun quedan varios meses para la exposición. Tal vez de aquí a allá cambies de idea. De verdad siento que sería un desperdicio de talento no presentarte. Te hablo con la mayor sinceridad del mundo. Además, sé que habrán varios cazatalentos allí, Peeta, que se sacarían los ojos por tenerte en cualquiera de sus universidades. Creo que es hora de que comiences a pensar en tu futuro, aun estas a tiempo para hacerlo.

El profesor Clark sonrió y le palmeó el hombro con afecto. Peeta le devolvió una pequeña sonrisa. "Pensar en su futuro". Peeta no estaba seguro qué quería hacer en el futuro. Su vida carecía de metas. Tenía la firme convicción de que alguien tan inútil como él no podría ser bueno para nada en absoluto. Pero la determinación y la confianza que le transmitía el profesor Clark le otorgaban un rayo de esperanza. Aunque todavía no estaba del todo seguro sobre la exposición de la que le había hablado el profesor, Peeta no pudo sacarse sus palabras de la cabeza en todo el día.

Tal vez tuviese razón y fuera hora de comenzar a pensar en su futuro. Pero ¿qué era lo que quería hacer con su vida?

"El Capitolio" era un lugar hediondo y pequeño en el centro de la ciudad, en el que servían las mejores papas fritas del mundo. Además, quedaba justo al lado de la tienda de comics, lo que para Peeta era una visita reglamentaria e indispensable por lo menos una vez a la semana.

En la tienda de comics había conocido a un par de chicos que eran lo más cercano a amigos que tenía. Castor y Pollux eran dos hermanos. Ambos tenían el pelo rubio casi rojizo y ojos azules muy claros.

Peeta a veces se los encontraba y solía hablar con ellos sobre algunos comics que había leído pero nada más. Muchas veces solo se quedaban en silencio leyendo hasta que oscurecía y tenían que volver a casa. Solían sentarse en uno de los asientos de tela con viejas manchas de coca-cola, mientras compartían una cesta de papas, leían comics y tomaban refrescos en vasos con formas eclécticas y futuristas.

Peeta tenía su libro de historietas abierto aunque no estaba prestando real atención a la historia. Las palabras del profesor Clark seguían revoloteando en su mente. El dueño del local, un viejo señor con el pelo revuelto y canoso se acercó a la mesa de los muchachos y les indicó que estaban a punto de cerrar. Con la inseguridad que había en las calles no quería que se le hiciera muy tarde.

Peeta escuchó atentamente al señor y lo vio alejarse antes de pensar en voz alta frente a sus amigos.

—Esta ciudad en verdad necesita un superhéroe. ¿Cómo es que nadie jamás intentó ser uno?

Castor, que había cerrado su libro y había comenzado a recoger sus cosas vio a Peeta un momento antes de responder.

—No lo sé. Tal vez porque es jodidamente imposible. ¿A qué viene tu extraña pregunta, de todas formas?

Peeta, que no había querido decir en voz alta lo que había dicho, tardó algunos segundos en encontrar una respuesta.

—No sé —dijo—. Solo estaba pensando el porqué nunca nadie se ha propuesto ponerse una máscara y ayudar a la gente, tratando de mejorar un poco las cosas. ¿En verdad es imposible?

—No es solo eso, amigo —contestó Castor. A pesar de que los comentarios de Peeta rozaban el absurdo, estaba tomándose la conversación con cierto grado de seriedad e interés—. Para ser un superhéroe necesitas tener un superpoder y a menos que una araña radioactiva no te cause la muerte, eso solo pasa en los comics.

—Vale, vale. Pero ¿qué hay de Batman? Él no tenía superpoderes, pero era un héroe.

Castor resopló.

—Era un puto millonario. Tenía toda esa mierda tecnológica y autos geniales y una extraña pasión por salvar a su decadente ciudad. En el mundo real los millonarios no son tan ingenuos. No se preocupan por nadie más que por salvar sus costosos culos. Y ya tenemos a los policías, que algo deben hacer.

Peeta pensó en refutar eso. ¿Castor no veía las noticias? Estaba claro que hace varios meses la policía no estaba cumpliendo con su labor. Peeta había escuchado durante meses toda la información del noticiero matutino y había comprendido una cosa: su ciudad ya no era segura. En las calles se respiraba un ambiente de violencia como nunca antes y eran más comunes las noticias en las que la policía no podía hacer nada al respecto que las que elogiaban sus capacidades para solucionar un problema.

—Peeta —esta vez era Pollux quien hablaba, con una mirada que aunque igual de atenta que su hermano, era mucho más oscura, como un pozo de secretos—. En la vida real nadie sobreviviría ni un solo día siendo un héroe. Un tonto con la ilusión de salvar al mundo por su cuenta no tendría ninguna esperanza de hacer algo y vivir para contarlo.

—Ese es el punto. En las historietas siempre hay tipos malos pero también están los héroes con sus deseos de ayudar a todos. En el mundo real también debería haber un equilibrio, ¿no? —insistió Peeta mientras los tres se levantaban de la mesa y salían del café.

—Y tienes razón, hasta cierto punto —dijo Castor—, pero creo que el equilibrio del mundo es diferente: hay tipos malos, tipos buenos y gente que se queda mirando como los tipos malos hacen papilla a los tipos buenos —enumeró con sus manos—. No hay espacio para "héroes".

Peeta no discutió más sobre eso. Se despidió de sus amigos y tomó el bus para volver a su casa. Comprendió que Castor y Pollux estaban en lo correcto. El mundo no tenía espacio para héroes. Pero aunque lo comprendía, algo dentro de sí mismo le decía que no tenía que creerlo. Estuvo todo el resto de la tarde dándole vueltas al asunto.

Al llegar a su casa fue directo a su computadora y comenzó a leer los portales de noticias locales. Si tecleaba "crimen en Los Ángeles" en Google, aparecían cien millones de resultados en menos de medio segundo. Muy pocos tenían algo que ver con soluciones. Nada sobre el gobierno o la policía. Nadie hacia nada por detener todo eso.

Peeta se acostó en su cama muy entrada la noche, dándole vueltas en su cabeza a una idea que no poseía prudencia alguna. Pero entre pensar en su futuro, su vida, el crimen en la ciudad y su propio amor por los superhéroes, ninguna otra cosa podría habérsele ocurrido.

Aquello era justo lo que él necesitaba para arreglar su vida, para tratar de ser alguien importante y no el jodido idiota sin metas que era. Era el comienzo de su futuro, y el fuego que se encendía en su pecho al pensar en todo lo que lograría hacer solo lo incitaba más. Sabía que no tenía nada que perder, ya había tomado una decisión. ¿Qué era lo que quería hacer con su vida?

Peeta quería ser un héroe de verdad.


Si has llegado hasta aquí, desde ya: ¡gracias! Y ya que estamos, un review diciendo qué te pareció tampoco estaría mal ;)

¡Nos leemos pronto!

Mariauxi.